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La isla del día de antes y los artilugios

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Especola melitensis, Instrumentum Arcetricum, acción terrestre y confi rmación celeste para determinar no solo el punto fi jo sino, cual bola de cristal, revelar todos los misterios del universo. Escafandra en forma de campana y botas de hierro para caminar bajo el agua.

La Máquina Esotérica del padre Emanuel. Máquina de conceptos que producen conceptos.

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Athanasius Kircher y la ciencia del siglo XVII. Emanuel Swedenborg y el conocimiento místico práctico.

La Isla del Día de Antes es quizás el más complejo de los libros de Eco, en función de la carga simbólica que contiene, digresiones, desvaríos, minucias; aspectos que lo hacen para muchos “imposible de leer” (utilizó un lenguaje proveniente del Barroco italiano del siglo XVII). Es, sin embargo, el más entretenido, el más divertido por el suspenso, por la acción y las aventuras que en él se desarrollan. Pero, sobre todo por los ingenios humanos que describe hasta el más mínimo detalle. Es impactante la forma en que presenta el pensamiento científi co de una época en la que la ciencia se busca y se confunde con la superstición, la religión, la necedad y la ignorancia. Donde la fantasía permite llenar los vacíos de la razón. Donde la creatividad humana se desborda en un derroche de ideas nuevas cargadas de razón y de fi cción sin distinción. (A fi n de cuentas, es la época del Barroco)

Con el objetivo de encontrar el “punto fi jo” que separa el hoy del ayer, un barco naufraga por los mares del sur. En virtud de que quien posea ese conocimiento encontraría el antimeridiano que permitiría la navegación con información cierta de longitud y latitud, pero más importante y por si fuera poco, podría indagar sobre el pasado adentrándose en él por ese punto. Son varias las naciones que se embarcan en la búsqueda de ese fabuloso lugar. Promueven campañas de investigación, de exploración, pero ninguna logra encontrarlo. Roberto de la Grive sí llega, pero su barco naufraga frente a la isla de ensueño junto a la línea del cambio de fecha, a donde se encuentra el punto fi jo, la división entre el ayer que ya pasó y el hoy en el presente. Sin comprender cómo, fl otando en una tabla ve que hay un barco, pero no es el suyo. Se dirige nadando hacia él y lo alcanza. Está a la deriva, pero no hay viento ni corrientes que lo muevan. Sube y lo explora. Sin duda el siglo XVII produjo personajes de ese tipo, grandes pensadores que vislumbraban la ciencia y la hacían germinar fertilizándola con su carga ideológico religiosa cristiana. Eco reproduce esos personajes y sus posibles discursos, llenos de explicaciones fantasiosas sobre fenómenos naturales, hoy muy conocidos, pero que en aquellos momentos incentivaban la creatividad humana para encontrarles alguna explicación. Se valían de cuanto artefacto se les pudiera ocurrir. A más compleja la investigación, más complejo el artilugio.

El barco que lo acoge es un barco de investigación científi ca cargado de todos aquellos elementos curiosos que su tripulación recogió por el mundo. Están embodegados en los escondrijos de la nave, pero la tripulación no está por ninguna parte. Roberto explora y describe lo que ve. Además de objetos extraordinarios como relojes, artefactos geométricos, esferas armilares entre muchos instrumentos de navegación; encontró animales disecados, plantas germinando en un invernadero, pájaros enjaulados. Y… la presencia sospechosa de alguien a quien no ve. Finalmente lo encuentra y es un sacerdote jesuita, hombre de grandes conocimientos científi cos vistos desde la óptica de la religión.

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