Yunnuen Stephanie Tovar Hernández Prácticas sociales del lenguaje
Tlaltenango aroma de leyendas CUANDO LA CARAVANA de hombres macilentos se desmembró del gran núcleo que partió de la colina de las Siete Cuevas, y se vino buscando hacia el sur, por lomeríos pedregosos y resecos, un lugar donde asentarse, sin duda pudo gozar de luminosos, de despejados cielos. El cielo y sus tonos morados, sus nubes desvanecidas, las malvas deshojadas del ocaso. Nada más. El cielo, que no el suelo, porque éste comenzó allá seco y cubierto de nopaleras y de arbustos espinosos: ¿cómo podían vivir de aquella tierra? Pero en cuanto asomaron al valle que los mismos indígenas en el Lienzo de Tlaxcala denominaron Tlatenapa, la visión fue maravillosa. Sin duda aquellos hombres tuvieron sensibilidad para apreciar y emocionarse de las bellezas del paisaje que se abrió a sus ojos. Sin duda que el alma se les estremeció en la contemplación de la muralla grandiosa, de los repliegues aquellos que la luz de la mañana y de la tarde hacía vibrar con honduras impresionantes. Todo eso, y las montañas imponentes que custodian la llanura; aquel maravilloso cerco de montañas que se encadenan una a la otra para guardar esta tierra.. Aquí nos quedamos. Este sitio y no otro. Aquí la tierra es gruesa y fecunda. Aquí hay vegetación en abundancia, y ese rumor de agua es un rumor de vida… Seguramente que los indígenas dieron por bien sufrido lo que sufrieron en su peregrinaje desde Chicomostoc, hasta este sitio. Y en tanto que otros seguían adelante, los que decidieron quedarse aquí, aquí fundaron el núcleo primitivo de donde había de surgir lo que es hoy Tlaltenango. Nuestra conversación con el Prof. Amador Rodríguez Sandoval, da origen a algunos atisbos del pasado, zahumados en un halo de leyenda. No hay comprobación histórica, ni referencia de algún documento; no hace falta ningún testimonio. Los hechos que dice, corresponden a los días anteriores a la conquista y a los que siguieron. Son como un murmullo de viento venido de un horizonte lejano. Es como el siseo de los sauces por donde se va sombreando el río; frescura y fragancia de leyenda que viene a aromar el decir fundamentado de los historiadores. Y bien, profesor, ¿qué noticias se tienen acerca de los orígenes de este pueblo? ¿qué datos de los primeros tiempos ha encontrado? Pensamos que tiene información de aquello, a juzgar por las figuras de impresionante fuerza y colorido que decoran los muros de su sala…
Yunnuen Stephanie Tovar Hernández Prácticas sociales del lenguaje La voz del profesor es sorda y grave. Se diría la voz de un confesor desde la rejilla sacramental, se diría la de un abad que recita el de profundis, desde lo más profundo de una cripta conventual. Vamos a dejarlo en su información fiel, si acaso entresacando de aquí de allá las partes que nos parecieron más importantes. Aparte de todo lo que puede decirse, que es muy poco, sobre el pasado indígena de Tlaltenango, no nos quedan ahora sino los nombres de lugares que integran esta comarca indígena. Y por su toponimia y por los rasgos de sus gentes, decir lo que pudieron ser estos pueblos viejos, de una antigüedad más allá de la conquista. Tlaltenango, como pueblo en la historia, podemos decir que nace en una cruz de viernes santo, porque fue en torno a los ritos de la semana santa de 1530 cuando aparece Nuño de Guzmán en estas tierras. Sin embargo, Tlaltenango es entonces sólo una referencia en el camino, en las relaciones que dan los conquistadores de su primera venida a esta región. El sitio a donde se dirigían era el Teúl, allá estaba el centro, allá tenían su santuario cada uno de estos pueblos. En aquellos primeros años, el Teúl nos señoreó a todos; el teocalli en la altura del peñol que tanto impresionó a los conquistadores, fue el corazón de estos pueblos. Y mire, el Teúl debió dejar huella en el ánimo de aquellos capitanes que se aventuraron en esta región. Quién sabe cómo describirían estos pueblos, quién sabe qué ponderaciones debieron hacer de sus montañas, de sus ríos, de su aire, de su lejanía escondida en un más allá, lejos de la justicia, de la venganza, del encono… Digo esto, porque tengo la pretensión de que al Teúl vino a esconderse Martín Cortés, el mestizo, hijo de la Malinche, cuando dio en la mala ocurrencia de querer adjudicarse alguna porción de aquella novísima Nueva España. Parece que su osadía mereció severa condena; no sabemos qué tipo de penas, porque Chavero, los historiadores que se refieren a ello, no determinan claramente la situación. Martín Cortés huyó de la capital del reino, se perdió, y tengo para mí que vino a esconderse a los rincones desconocidos de estas tierras, y se quedó en el Teúl, pueblo del que tal vez tenía referencia por alguno de los soldados de Nuño. Además, si usted no lo sabe, déjeme decírselo: en el Teúl hubo o hay familias muy principales con el apellido Cortés, y vivieron o viven en fincas señoriales que guardaron para nuestro tiempo la antecedencia de su significado. El hecho de que un soldado, o un capitán o el mismo hijo de Hernán Cortés viniera a esconderse a estos rincones apenas conocidos, correspondía a desplantes muy de uso en aquellos tiempos y en aquellos hombres.
Yunnuen Stephanie Tovar Hernández Prácticas sociales del lenguaje De pronto, cuando la fortuna les volvía la cara, renunciaban al poder, al dinero, a la gloria, a los títulos, a todo, para ir a hundirse en la oscuridad de un convento. Yo creo que la distancia, lo desconocido, lo inaccesible del terreno, pudo tener para Martín Cortés el valor de un refugio donde librarse de quienes se ensañaron contra él por querer equiparar la grandeza, el poderío del Marqués de Oaxaca… Qué andaba haciendo él, hijo de una india para ambicionar tanto. ¿Quién lo orientó? ¿Quién vino a embarrancarlo a estas lejanías? ¿Qué contactos tenía en estos rumbos? No lo sé, ni creo que pueda decirse nada en claro. Lo que sí creo saber es que vivió en el Teúl por mucho tiempo y probablemente murió allí, y en ese lugar hayan quedado los huesos del hijo mestizo del Conquistador de la Nueva España. Los historiadores no hablan de él; se les desaparece. Se les pierde en el camino y no vuelven a decir nada sobre posteriores andanzas. Yo creo que Martín Cortés dejó descendencia en el Teúl; sin duda alguna los Cortés de ese lugar vienen de Martín Cortés. Esto lo supe por un muchacho de apellido Cortés, muy amante de la historia, quien me platicó que tenía documentos por los cuales determinó la probable hilación de sus antepasados, desde las viejas familias Cortés que vivieron en el Teúl. Entiendo que esto pueda sorprender a alguien y que aparezcan impugnaciones contra mi afirmación. Yo creo, sin embargo, que esto fue así. Mire, la historia de Hernán Cortés se trunca en él mismo. Ninguno de los historiadores sabe decir nada acerca de sus hijos. Se hacen lenguas para exaltar las grandezas de don Hernán: que anduvo por Sinaloa, que por las Hibueras, que sus relieves principales en Oaxaca, que el Mar de Cortés y todo eso, pero ¿de sus hijos? ni una palabra. Y fíjese: no hay el apellido Cortés en Michoacán, no lo hay en Colima; en Guadalajara sí, pero no lo hay en Sinaloa, en Durango no se conoce ningún Cortés, ni en Chihuahua, ni en San Luis Potosí. En cambio, desde el Teúl brotó un semillero que desparramó por esta región las familias Cortés que se reputan en todo esto como de las más antiguas. En la notaría parroquial de ese lugar se encuentra este apellido en actas registradas desde el 1,600. No antes porque los documentos parroquiales se empiezan contener los datos de las familias del lugar desde ese siglo. Esto que digo es una teoría a propósito de los primeros tiempos y a propósito de las familias fundadoras del lado español. Ya hice notar cómo los españoles encontraron poblada la región y cómo hallaron por la ribera del río una serie de asentamientos que corresponden al tiempo en que vinieron por este rumbo los indígenas que se separaron del grupo mayor que siguió hasta Tenochtitlan. No ha de haber sido cosa sencilla el establecimiento de un pueblo aquí y otro más adelante.
Yunnuen Stephanie Tovar Hernández Prácticas sociales del lenguaje Por ejemplo, hay un punto aquí llamado Coculitén, (Cocolitlán), que quiere decir, lugar de la riña. Esto nos hace pensar que hubo lucha, que hubo discordia entre unos y otros al disputarse los sitios que encontraron más ventajosos para quedarse. Y unos aquí y otros allá, se citaron a distancia más adelante, allá, junto al cerro de la espera, (Tepechiztlan), donde surgió el Tepechitlán de ahora. Otros se complacieron de la abundante pesca que encontraron en los recodos del río, donde hasta se pesca con la mano (Momaci), que eso quiere decir Momax. Aquellos otros se complacieron de la frescura de unas hierbas que los atrajeron al principio por su lozanía, pero ya establecidos en el lugar se dieron cuenta de que eran unas hierbas amargas. Esto fue el hoy Talesteipa (Tlaliztauhpan), que quiere decir, en la tierra del estafiate. Quiero indicar que Tlaltenango (Tlaltenanco), en su toponomía quiere decir ciudad amurallada, o en la muralla o albarrada de tierra, y disfrutando la bendición del río en sus cercanías. Fue un acierto de aquellos indígenas el fundar este pueblo junto al agua y con eso asegurar un desarrollo agrícola y ganadero que ha sido fuente de vida. Por cierto, cuando vino por aquí Lázaro de Arregui, el obispo aquel recorrió su inmensa Diócesis de Guadalajara, con límites sin límite, hasta el mar y más allá de las Californias, se desconcertó al llegar a Tlaltenango. Se dio cuenta el prelado que en este lugar había apenas 75 individuos, mientras Cicacalco tenía una población de más de 200 gentes. Se cuenta que este señor consideró absurdo y fuera de lógica que el conglomerado más pequeño tuviera importancia sobre el poblado con mayor número de vecinos. Y por no imponer su autoridad ni provocar riña entre los dos pueblos, les habló blandamente a los de aquí, que pensaran en las conveniencias del caso, que sin duda era más razonable establecer en Cicacalco la morada del sacerdote y la cabecera parroquial. Los de Tlaltenango no iban a tocar las puertas de aquellos y ponerse bajo su tutela. Qué esperanzas que eso sucediera. Tampoco rebatieron de frente la sugerencia del obispo, simplemente le hicieron notar que aquí hay agua todo el año, hay agricultura todo el año, hay manera de criar ganados. Y ninguna de esas ventajas se daban en el otro pueblo. Aún más: aparte del río que en aquellos tiempos corría con abundante caudal en secas y aguas, parece que hubo aquí unos géiseres muy llamativos. Aquel chorro se levantaba hasta el cielo y prodigaba su humedad y su frescura en el valle y regaba en su curso natural grandes extensiones. Cuentan que este don de la naturaleza se cortó de tajo con un temblor de gran intensidad. A lo mejor fue en aquel siniestro que derrumbó la iglesia de Tlaltenango.
Yunnuen Stephanie Tovar Hernández Prácticas sociales del lenguaje Yo creo que todas estas circunstancias de que he hablado, hicieron que este pueblo tuviera progreso desde sus principios. También creo que al lado de las condiciones naturales que favorecieron el desarrollo de Tlaltenango, debería hablarse de la calidad de sus gentes que supieron aprovechar los dones que tuvieron a la mano. Esta gente ha sido muy trabajadora; así por lo menos en un porcentaje, porque bien sabemos que en México, cuando existen cinco hombres trabajadores, cuarenta comen del esfuerzo de aquéllos. Aquí sucedió eso: dos o tres individuos de empresa levantaron a niveles de importancia el pueblo de Tlaltenango, mientras una turba de haraganes, como donde quiera, se aprovechó del florecimiento que cada vez se fue haciendo más firme. Y así se ha convertido Tlaltenango en una capital pequeña, igual y hasta superior a los pueblos de la comarca que en otro tiempo pudieron tener más elevados niveles, pero se quedaron ahí, mientras Tlaltenango creció, superó, subió arriba de Tepechitlán, del Teúl, de la Estanzuela, del mismo Colotlán, el pueblo jalisciense localizado aquí, enmedio de puros pueblos zacatecanos. Este maestro, don Amador, tiene teorías muy suyas en cuanto al origen, toponimia y desarrollo de Tlaltenango en el tiempo. Juzga a su manera las realidades de México y piensa que los pueblos representan un reducto de mexicanidad que habría de cuidarse, pensando que en ello se cuidan los destinos del país. Y no le parece aceptable la explicación de los nahuatlacas acerca del nombre de Tlaltenango; él tiene otra interpretación. En verdad, parecería que esto de aceptar o denegar la denominación de este y otros pueblos, resulta un asunto ocioso. Sucede así desde que los liberales que tuvieron acá furor radicalista, borraron de una plumada el pasado, las nobles raíces indígenas con su agregado cristiano de tiempos de la evangelización; en nada han respetado la tradición de siglos, el testimonio que da la misma topografía del lugar. Todas esas fueron pamplinas frente a su enardecido sectarismo, y sin pedir permiso a nadie, bautizaron estos pueblos con el nombre de algún santón de aquellos que tuvieron supuesto brillo en el candelero liberal. Esto se llamó “Sánchez Román”. Algunas gentes para abreviar, dicen: Vamos a Sánchez; venimos de Sánchez. Parece que el tal Sánchez ganó la partida y que los de Tlaltenango vinieron a quedar al nivel de “los hijos de Sánchez”, desentendidos de la significación que le viene de los más lejanos tiempos, más allá de su historia.