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La esfera azul

LA ESFERA AZU L

Viridiana GOmez

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oy se cumplían exactamente ocho años desde que salieron de Apolen, su hogar, aquel que abandonaron para contribuir a la comunidad científica que tenía en ellos todas sus esperanzas para obtener la clave que detendría su cataclismo. Tenían poco más de 48 horas de haber salido de sus capsulas de sueño cuando Eric, su capitán, comenzó a gritar con euforia. —¡Mara, Abel! ¡Llegamos! —gritaba a sus compañeros mientras observaba por una de las ventanas de la nave esa pequeña esfera azul a la que poco a poco se iban acercando. Sus compañeros observaron por la misma ventana, impresionados de lo

muy parecida que era esa esfera a aquella que les mostraban en los libros.

—Así que ese es Apolein II...

—No seas tonto, Abel —respingó Mara—, es Tierra... La Tierra, como la llaman.

Y con sus ojos llenos de asombro pudieron apreciar que, efectivamente, era un planeta lleno de agua… el mítico planeta del agua que alguna vez albergó la vida del ser humano.

Mara, impresionada, tocó el vidrio con sus dedos, anonadada por la belleza azul que desprendía de ese planeta y que no se comparaba con el planeta marrón del que provenían.

En pocas horas la tripulación se preparó para descender en el planeta. Luego del ruidoso aterrizaje se alistaron con sus trajes que especialmente habían traído para esta misión y con el equipo que utilizarían para investigar.

—¿Creen que sea necesario ponernos todo esto? Es decir, este planeta alguna vez albergó la vida de nuestros antepasados...

—Estás en lo correcto, Abel, pero hace miles de años que nuestra especie abandonó este planeta y no sabemos en qué condiciones se encuentre su atmosfera —respondió acertadamente Eric ante las dudas de su compañero.

—O no sabemos qué tanto hemos evolucionado desde que salimos de aquí... o involucionado, como lo prefieran ver —agregó Mara, seriamente, mientras se ponía su casco. Todos sabían que tenía razón; habían pasado demasiados años, su cuerpo ya no pertenecía a ese planeta.

Abrieron las compuertas encontrándose con un extenso mar que colindaba con la zona casi desértica en donde habían aterrizado. Salieron lentamente de la

nave, dudosos y curiosos de todo lo que les rodeaba. No había rastro de que alguna vez hubiese existido la vida humana ahí. A lo largo de su caminata se encontraron con diferentes especies, algunas conocidas por los libros,

otras completamente nuevas para ellos, pero ninguna mostraba una inteligencia tal con la que pudieran comunicarse.

—¿Sabían que nuestros antepasados que vivieron aquí solían creer que Dios era real? —comentó Abel—. Hasta que los pocos que pudieron salieron de aquí para no morir y se dieron cuenta que su vida dependía sólo de ellos mismos... Y ahí afuera no había Dios. No había más nada que un inmenso y oscuro universo al que sólo los más inteligentes y adinerados pudieron llegar. — Todos conocían esa parte del inicio de su planeta Apolein, pero era inevitable no recordarlo ahora que vagaban, sin rumbo fijo, por aquel planeta que dio origen a su especie.

Permanecieron en silencio el resto de la caminata. El sol comenzaba a ponerse. Habían estudiado que en la Tierra el día duraba más que en su planeta y eso les permitió explorar con calma; pero también la noche duraba más, así que debían encontrar un lugar idóneo para descansar.

Llegaron a una cueva que les pareció adecuada para las tempestades que pudieran ocurrir en la noche. Sabían poco del clima actual del planeta y era mejor no arriesgarse. Al adentrase un poco llamó su atención una pequeña luz que provenía del fondo. Era extraño, ¿qué podía provocar luz en un lugar como ese? Llevados por la curiosidad caminaron hasta encontrar el origen de la luz y sus bocas se abrieron ante el impacto.

—Esto... es…

—Tuvo que haber sido obra de un ser inteligente... — Todos pensaban lo mismo, pero sólo Eric pudo hacer salir las palabras de su boca.

Lo que los viajeros observaban era una especie de altar, al fondo de la cueva, armado con piedras, trozos de madera y otros materiales que bien pudieron encontrarse en la naturaleza. Era adornado por lo que parecían telas en color verde y azul, y estaba rodeado de velas, que era lo que emanaba la luz que ellos vieron.

“Fantástico”.

Todos escucharon aquello en sus cabezas, como un hilo de voz suave que a la vez era tosco y aterrador.

Asustados, comenzaron a mover sus cabezas y sus cuerpos en busca del ser que había emitido esa palabra, hasta que de las sombras apareció un ente alto, de unos dos metros, vestido con ropas largas color rojo escarlata, con piel gris y ojos extremadamente grandes y oscuros, calvo y con sólo cuatro dedos en cada mano. Los visitantes se quedaron mudos de la impresión y del miedo. Jamás habían visto ni escuchado de un ser así

que hubiese habitado ese planeta.

—Nunca pensé que volvería a ver un humano en esta Tierra… Nunca pensé que volvería a ver esos ojos llenos de terror y regocijarme con su sudor y sus lágrimas…

El ente no articulaba las palabras con su boca, simplemente el sonido llegaba a las mentes de cada uno de los astronautas y los hacía temblar de terror.

El extraño ser comenzó a negar con la cabeza.

—No… no… no…

—repetía mientras su rostro se movía en son de negación—. Sé a lo que han venido. Este planeta es mío y no dejaré que se lleven nada de él... Perdieron sus derechos el día que dejaron de creer

en mí y se entregaron a su tecnología, el día que me rechazaron por completo y me sacaron de su política, de sus guerras, de sus trabajos, de sus familias, de sus pensamientos...

El ser miró directo a los ojos de Abel, de quien podía leer su pensamiento.

—Yo soy Dios, Yahvé, Alá, Vishnu… Soy todo y soy nada. Soy la maldad y soy la benevolencia. Soy el que mantuvo el orden por milenios y el que trajo la destrucción en sólo un par de décadas. ¡Soy el creador de este planeta y este planeta es mío!

Levantó sus brazos apuntando hacia el frente al tiempo que los presentes se sentían ahogar incluso dentro de sus cascos. Comenzaron a ponerse morados hasta que sus pupilas se voltearon hacia atrás y un fuerte ruido sonó en sus oídos.

De golpe, Eric se levantó. La cámara de sueño acaba de abrirse y el sonido que emitían las capsulas de sus compañeros aún se escuchaba. A los pocos segundos los demás comenzaron a levantarse con la misma cara de angustia que Eric tenía. Mara sostenía su

cuello todavía sintiendo la asfixia que ese extraño ser les había provocado.

Eric se levantó por completo, temeroso y confuso. Aún estaban en la nave y al asomarse por el vidrio logró ver ese punto azul al cual se acercaban. Volteó a ver a sus compañeros; todos lo miraban con miedo.

Los tres decidieron reactivar las capsulas para volver a dormir, sin fecha para abrirse nuevamente. Si algo inteligente existía en ese planeta quizá los despertaría, si no, estarían contentos de no despertar jamás. Tenían demasiado miedo como para llegar despiertos a ese mundo, a la misteriosa esfera azul que, por alguna razón, sus antepasados habían abandonado.

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