WAMPY, EL MURCIÉLAGO MIEDOSO Octavi Franch
El
padre de Héctor era psicólogo, logopeda y
veterinario. Por todo ello, en casa de Héctor siempre había un montón de animales de todo tipo, desde los domésticos de toda la vida como perros, gatos o tortugas, hasta los salvajes del bosque o de la selva: lobos, papagayos o, incluso, delfines en la bañera. Pero no fue ni un tiburón —no son tan malos como los pintan— ni un tigre de Bengala ni un elefante de África, el animal que llamó la atención del niño; no, más bien no; fue un murciélago llamado Wampy. Wampy tenía hora en la consulta del doctor Massip — el padre de Héctor— a última hora: ocho y media de la tarde. Como la madre de Héctor trabajaba hasta casi la noche en una tienda de ropa del centro de la ciudad, el niño ayudaba a su padre hasta que ella llegara a casa. Su tarea consistía en abrir la puerta de la calle cuando llegaban las visitas y acompañarlas hasta la salita, a la espera de que su padre terminara con el paciente que estaba atendiendo e intentado curar. A las ocho y cuarto, sonó el timbre.
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