Letras Públicas Número 3 - 2020

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Ayer vi salir uno de esos seres con alas, delicados y diminutos que decía mi libro: una mariposa de bellos colores. Volaba llevada por el viento. Hacía picados, tirabuzones, planeaba y vino a posarse sobre mi nariz. Las patitas me hacían cosquillas. —Necesito una flor —me dijo— tengo hambre. Miré por todos los lados y no vi flores. Las únicas que conocía estaban pintadas en los carteles de las calles. —No hay flores —le dije—. Nunca ha habido flores. —No puede ser. Tiene que haber o si no yo no estaría aquí. Vamos a investigar. La mariposa se puso en mi hombro y salimos a buscar una flor. Caminé casi toda la mañana sin encontrar ninguna. La mariposita estaba cada vez más débil y le costaba mantener las alas levantadas. —No te preocupes, mariposita, te conseguiré una flor. Al llegar a casa, la mariposa se había dormido de puro hambre. —¿Eso que llevas ahí —dijo mamá señalando mi hombro— es una mariposa? —Sí, mamá, pero se muere de hambre. No hemos encontrado flores para que pueda comer. —Hace muchísimo tiempo que no veía una. Es preciosa. No te preocupes, conozco a alguien que tiene flores. —¿Flores de verdad? —Sí. Es un señor muy mayor que las conserva de cuando era joven. Vamos corriendo a decírselo. Salimos de casa, atravesamos la calle y llamamos a la puerta del anciano. Con paso muy lento se fue acercando a la puerta. 31


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