LA RANA DE ORO Andrés Armas Roldán
En los Andes, en un camino embustero y pedregoso, caminaba un viajero hacia el pueblo donde, muchos años atrás, se había enamorado de una joven campesina que esperaba con ansias su regreso. Se habían enamorado en plena primavera, que es la estación donde las azucenas y las orquídeas florecen, y que es la estación donde los mirlos y los colibríes alegres le cantan al sol, y que también es la estación donde las personas se enamoran perdidamente. Y por casualidades del destino, era primavera cuando regresaba por ella. A poco de llegar al pueblo de su amada, el viajero notó a lo lejos un resplandor que le cegó los ojos. Junto al ichu, justo en medio del camino, se hallaba una rana de oro que al ver al hombre acercarse a paso firme para observarla de cerca, le dijo: —¿Qué haces en estas tierras por donde ya nadie pasa? —Voy en busca de mi amada — le respondió el viajero—. Hace tanto desde la última vez que la vi, que ya hasta olvidé su rostro. —Llévame hasta el pueblo y yo te llevaré con ella. Conozco a cada una de las personas que vive allí. Y así lo hizo. Decidido a llevar a la ranita hasta el pueblo, la levantó con ambas manos, pero no pudo cargarla más de unos metros, pues la rana era de oro sólido y pesaba mucho. El 43