El Origen del Cosmos y la Vida
± 35.000 a.C. / S. XVII
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El lenguaje de la Diosa De Marija Gimbutas - Prólogo de Joseph Campbell Así como hace un siglo y medio -mediante el desciframiento de la Piedra Roseta-, Jean-François Champollion fue capaz de establecer un glosario de señales jeroglíficas que sirvieron de llave para la totalidad del gran tesoro del pensamiento religioso Egipcio desde el 3.200 a.C. hasta el período de los Ptolomeos, así, en su ensamblaje, clasificación e interpretación descriptiva de alrededor de dos mil artefactos simbólicos de aldeas Neolíticas tempranas europeas, de 7.000 a 3.200 años a.C., la arqueóloga Marija Gimbutas ha sido capaz, no sólo de preparar un glosario fundamental de los motivos simbólicos como llaves de la mitología indocumentada de una era, sino también establecer sobre la base de su interpretación, las señales y líneas principales de una religión basada en la veneración del Universo como el cuerpo vivo de una Diosa-Madre-Creadora, y de todas las cosas vivas en su interior, participando de su divinidad –es decir, una religión; que uno percibe inmediatamente en contraste con el Génesis 3:19, donde Adán es mandado por su Padre-Creador: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres, y al polvo volverás”. En esta temprana mitología, la Tierra además de todas sus criaturas han nacido, pero no del polvo, sino de la Diosa Creadora misma. En la biblioteca de erudición europea, el primer reconocimiento de un orden matrístico en los antecedentes de la vida y el pensamiento que subyacen en las formas de Europa como del Oriente Cercano, apareció en el libro de Johann Jakob Das Mutterrecht Bachofen “Das Mutterrecht” (El Derecho Materno), donde se mostró que en los códigos Romanos hay aspectos rudimentarios de la Ley que pueden reconocerse como un orden de herencia matrilineal. Diez años antes, en Estados Unidos, Lewis H. Morgan había publicado en “La Liga del Ho-dé-no-sau-nee”, o Iroqués, un informe de dos volúmenes sobre una sociedad en que aún se reconocía tal principio de “Derecho Materno”; y en una revisión sistemática, consecutivamente, de los sistemas de parentesco a lo largo de América y Asia, él había demostrado una distribución a través del mundo de dicho orden de vida comunal prepatriacal. El reconocimiento de Bachofen, alrededor 1871, de la relevancia del trabajo de Morgan en su propio marco, significó una penetración desde un ámbito exclusivamente Europeo, a una comprensión planetaria de este fenómeno sociológico. Hay que reconocer en la reconstrucción de Marija Gimbutas del “Lenguaje de la Diosa” una gama de importancia histórica lejos más amplia, por tanto, que lo que meramente significa la Europa arcaica, desde el Atlántico al Dnieper, cerca del 7.000 al 3.500 a.C.
Además, en contraste con las mitologías de las tribus ganaderas Indo Europeas que, ola sobre la ola, desde el cuarto milenio a.C. inundaron los territorios de la vieja Europa y cuyo panteones -dominados por Dioses varones- reflejaron los ideales sociales, leyes, y fines políticos de las unidades étnicas que ellos sostenían, la iconografía de la Gran Diosa provino del reflejo y veneración de las leyes de Naturaleza. El léxico de Gimbutas de este manuscrito pictórico, muestra un intento de parte de humanidad primordial para comprender y vivir en la armonía con la belleza y portento de Creación, que -en términos simbólicos arquetípicos- es una filosofía de la vida humana, la que está en total contradicción con cada aspecto de los sistemas de manipulación que en Occidente han predominado en tiempos históricos. Uno no puede dejar de sentir en este aspecto, que este volumen, justo en el giro de la centuria, muestra la evidente relevancia de la universal necesidad de reconocer en nuestro tiempo una transformación general del conocimiento. Este mensaje es de una edad real de armonía y paz, en acuerdo con la mágica energía creadora de la naturaleza, que antecede en cuatro mil años prehistóricos, los cinco mil años que James Joyce ha llamado “La Pesadilla” (de la lucha de los intereses nacionales y tribales), de la que seguramente ahora este planeta está a tiempo para despertar. Joseph Campbell
Introducción El propósito de este texto es presentar el “manuscrito” pictórico de la religión de la Gran Diosa de la Europa arcaica, que consta de signos, símbolos e imágenes de las divinidades. Estas son nuestras fuentes primarias para reconstruir las escenas prehistóricas, y son vitales para cualquier comprensión certera de la Mitología y la Religión occidental. Cuando hace unos veinte años, por primera vez, comencé a preguntarme acerca del significado de los modelos de diseño y señales que aparecen repetidamente sobre los objetos de culto y alfarería pintada de la Europa Neolítica, ellos me golpearon como si fueran pedazos de un rompecabezas gigantesco, cuyas dos terceras partes se han perdido. Al trabajar en su terminación, los temas principales de una vieja ideología europea fueron apareciendo, primariamente mediante el análisis de los símbolos e imágenes y el descubrimiento de su orden intrínseco. Ellos representan la gramática y la sintaxis de un tipo de metalenguaje, a través del cual se transmite una constelación entera de significado. Ellos dan a 2
conocer la cosmovisión básica de la cultura europea arcaica (pre Indo-Europea). Los símbolos raramente pueden ser resumidos en cualquier sentido genuino; sus lazos con la naturaleza persisten, y se descubren mediante el estudio de sus contextos y asociaciones. De esta manera, nosotros podemos descifrar el pensamiento mítico, que es la raison d’être (razón de ser) de este arte, y la base de su forma. El presente trabajo crece fuera del extenso cuerpo de símbolos conservado en los artefactos reales en sí mismos. Mi presuposición primaria es que ellos pueden ser mejor entendidos sobre sus propios planos de referencia, agrupados según su coherencia interna. Ellos constituyen un sistema complejo, en que cada unidad se imbrica con cada otra, en las que parecen ser categorías específicas. Ningún símbolo puede tratarse aisladamente, la comprensión de las partes lleva a comprender la totalidad, que a la vez lleva a identificar más de las partes. Este libro explícitamente busca identificar los viejos modelos Europeos, que cruzan los lindes de tiempo y espacio. Estas asociaciones, sistemáticas en el Oriente Cercano, en el área del Mediterráneo, Europa del sudeste, del norte, occidental, y central, indican la extensión de la misma religión de la Diosa de todas estas regiones, como un sistema ideológico coherente y persistente. Yo no creo, como piensan muchos arqueólogos de esta generación, que nosotros nunca sabremos el significado de la religión y el arte prehistórico. Es cierto, la escasez de fuentes hace la reconstrucción difícil en la mayoría de las instancias, pero la religión del período agrícola temprano de Europa y Anatolia está muy ricamente documentada. Las tumbas, templos, frescos, descansos, esculturas, figuritas, cuadros pictóricos y otras fuentes, necesitan analizarse desde el punto de vista de su ideología. Por esta razón es necesario ampliar el alcance descriptivo de la arqueología con investigaciones interdisciplinarias. En este trabajo yo me apoyo fuertemente en la mitología comparada, las fuentes históricas tempranas y la lingüística, así como también sobre el folklore y la etnografía histórica. El mundo de la Diosa implica el reino entero en que ella se manifestó en sí misma. ¿Cuáles eran sus funciones más importantes? ¿Cuáles eran las relaciones entre ella y sus animales, plantas, y el resto de naturaleza? Su lugar en la prehistoria y en la historia temprana como una figura cosmogónica, la fuente fructífera universal, ya no es una novedad para muchos lectores. En numerosos libros escritos por historiadores religiosos, mitólogos, y psicólogos, ella se ha descrito como la “Gran Madre”, quien da nacimiento a todas las cosas desde su matriz. Es usualmente representada y bien conocida como la “Venus” Paleolítica, y en figuritas desde Neolítico de Europa y Anatolia o desde la Creta de la Edad de Bronce. Las analogías para ella surgieron alrededor de todo el mundo: en la Asia pre Védica, Egipto, Mesopotamia, en las culturas Indias Norteamericanas, y en otras partes. No obstante, estas analogías eran simplistas y estaban presentadas sin el beneficio del estudio de los antecedentes. Este fue el factor para que yo no basara mi interpretación de los símbolos y funciones de las divinidades sobre tales analogías accidentales, que se encuentran en todos los continentes del mundo. Yo he enfocado mi investigación estrictamente en la evidencia europea, pero incluyendo todas las culturas Neolíticas y subsiguientes, fase por la fase. Por esta razón, yo he segui-
do la continuidad de los símbolos y las imágenes que remiten a tiempos históricos y prehistóricos recientes desde atrás, trazando sus orígenes en el Paleolítico. Los materiales disponibles para la investigación de los símbolos Europeos arcaicos son tan extensos como la negligencia con que se ha tratado su estudio. De este cuerpo rico de materia, el conjunto de cerámicas rituales y otros objetos marcados con símbolos es muy completo. Las esculturas en miniatura, llamadas figuritas (figurines), encontradas en cantidad en casi cada cementerio y arreglo Neolítico, son inapreciables para reconstruir no solamente el simbolismo, sino la religión en sí misma. Ya que los rituales eran restablecidos, las piedras, el marfil, el hueso, y las figuritas de arcilla volvían a ser usadas, y mucho del contenido de esta religión prehistórica se ha conservado. La tradición de marcar las figuritas y los otros objetos de culto con determinados símbolos, nos permite poder descifrar sus funciones. Los sitios más ricos donde los templos y las pinturas se han conservado son de importancia extrema, recreando estas divinidades, sus funciones y sus rituales asociados. Los hallazgos de Çatal Hüyük, en Anatolia central (Turquía), fechados desde antes del 6400 al 5600 a.C., (N.d.A.: en cronología sin calibrar. La edad real sugerida está desde el fin del VIII al fin del VII milenio a.C.) fueron hechos por James Mellaart en el decenio de 1960. En mis propias excavaciones en Achilleion, Tesalia (Grecia), entre 1973 y 1974, he descubierto algunos de los templos europeos más antiguos, de cerca de 6000 años a.C.. El descubrimiento de áreas de entierro sagrado del Mesolítico y el Neolítico temprano en Lepenski Vir y Vlasac, sobre el Danubio, en Yugoslavia del norte, excavadas por el Dr. Srejovic y Z. Letica, en el decenio de 1960, han contribuido con información preciosa sobre los rituales fúnebres y las esculturas de divinidades asociadas con la regeneración. Un oleaje notable de descubrimientos en Bulgaria, Rumania, Moldavia y en Ucrania occidental después de la Segunda Guerra Mundial, han dado a conocer tesoros de esculturas y alfarería pintada, así como también modelos de templo y templos. La mayoría de estos data desde el VI y V milenios a.C. En el área Mediterránea, además de los grandes templos y las tumbas de Malta, conocidas desde las primeras décadas del siglo XX, las excavaciones en Sardinia han dado a conocer roca cortada y tumbas subterráneas, otra fuente rica de información sobre rituales fúnebres y su simbolismo asociado. El arte y los grabados de las tumbas megalíticas a lo largo de la costa atlántica del Oeste y el Noroeste de Europa occidental y las Islas Británicas, proveen conocimientos valiosos sobre las creencias vinculadas con la muerte y regeneración. La mayoría de las ilustraciones que reproduzco aquí, datan desde el 6500 al 3500 a.C. en la Europa del sudeste, y desde antes del 4500 al 2500 en Europa occidental (el Neolítico comenzó apreciablemente después en el oeste). Se incluyen también ejemplos provenientes del Paleolítico Superior, para demostrar la fantástica longevidad de ciertas imágenes y diseños. En todo caso, su tenacidad en la Edad de Bronce no se ignora. De hecho, siendo más evolucionado que sus predecesores y llenos de la gracia de afirmar la vida, los motivos de la Edad del Bronce de Chipre, Creta, Thera, Sardinia, Sicilia, y Malta son fuentes magníficas para nuestro propósito. Thera y otros templos, frescos, cerámicas, piedra esculpida y esculturas Minoicas son de la altísima calidad que el 3
viejo mundo siempre creó. Los registros históricos, mitos, y los rituales muestran que mucha de esta gran cultura artística, saturó las antiguas Grecia, Etruria, y otras partes de Europa. Las creencias de los pueblos agrícolas en lo que concierne a la esterilidad y la fertilidad, la fragilidad de la vida, la amenaza constante de destrucción, y la necesidad periódica de renovar los procesos generadores de la naturaleza, están entre las más perdurables. Estas creencias sobreviven en el presente, lo hacen como aspectos muy arcaicos de la Diosa prehistórica, a pesar del continuo proceso de erosión en la era histórica. Traspasadas por las abuelas y las madres de la familia europea, las creencias antiguas sobrevivieron la sobreposición de los indoeuropeos y, finalmente, de los mitos cristianos. La religión centrada en la Diosa existió por un tiempo muy largo, muchísimo más largo que la religión Indoeuropea y la cristiana (que representa un período relativamente corto de historia humana), dejando una impresión indeleble sobre la psiquis Occidental. Las creencias antiguas que se recuerdan en tiempos históricos, o las que todavía existen en áreas periféricas y rurales de Europa alejadas de las turbulencias de la historia europea –particularmente en el país Vasco, Bretaña, Gales, Irlanda, Escocia, y Escandinavia o donde la cristiandad se introdujo muy tarde, como en Lituania (oficialmente en 1387, pero en la realidad no antes del final del siglo XVI)- son esenciales para la comprensión de los símbolos prehistóricos. Estas versiones tardías las conocemos nosotros en sus contextos rituales y míticos. Este texto es un estudio en arqueomitología arqueomitología, un campo que incluye arqueología, mitología comparada y folklore, y un campo que los arqueólogos aún deben explorar. Los mitólogos por su parte, han ignorado las ricas fuentes arqueológicas, a pesar de las posibilidades enormes que ellas proveen. Espero que este trabajo abra un camino a los tesoros de folklore, como otra fuente para reconstruir la ideología prehistórica. La investigación adicional debería rendir una cosecha rica al permitir reconocer dos sistemas simbólicos diferentes -uno reflejando una cultura gilánica-matriarcal ***, el otro una cultura androcrática- dentro de la voluntad de mitología prehistórica e histórica Europea, iluminando el estudios de los orígenes de mitos y símbolos. Dumézil (1898-1986), dedicó el trabajo de su vida a establecer la mitología como una rama independiente de las Ciencias Sociales. Su estudios han mostrado que los seres míticos constituyen medios para explicar el orden de la humanidad y los orígenes del Universo, y que el pensamiento mítico no es accidental, pero ocurre dentro de un sistema organizado de funciones y actividades divinas. Así, la mitología refleja una estructura ideológica. El estudio comparativo muestra la sociedad y la mitología Indoeuropeas constando de tres clases: los soberanos, los guerreros, y los pastores/agricultores; estos se relacionan con funciones divinas en los tres reinos: el sagrado, el de la fuerza física, y el de la prosperidad. De este modo, una primera luz brilló sobre la naturaleza de la ideología y la vida Indoeuropea. Desafortunadamente, Dumézil disoció su sistema de tres funciones desde el precedente sistema matriarcal, que refleja un panteón enteramente diferente de diosas, y una estructura social diferente, principalmente porque él no usó fuentes arqueológicas. Aquí es donde su modelo fracasó. Típicamente, las Diosas Europeas arcaicas se relegaron a
la tercera función, la prosperidad o la fertilidad, y así llegaron a ser agrupadas como “Diosas bajas”, “dieux dernier”. En algunos contextos, sin embargo, por ejemplo en relación con la Diosa griega Atenea o la Diosa Machas de Irlanda, Dumézil admitió que las diosas son multifuncionales, desempeñándose en los tres reinos. En uno de sus trabajos, él iguala su estado, sosteniendo que ellas forman “la espina en su sistema” (Dumézil 1947: 1352). Se aclara así que las mitologías Indoeuropeas se mezclaron con las pre-indoeuropeas, y que un sistema confiable no puede reconstruirse sin primero distinguir y después desmalezar estos elementos más tempranos. El modelo de Dumézil no funciona si se aplica a estas mitologías híbridas. Las diosas heredadas desde la Europa arcaica, tales como Atenea, Hera, Artemisa y Hécate en Grecia; Minerva y Diana en Roma; Morrígan y Brigit en Irlanda; Laima y Ragana en el Báltico; Baba y Yaga en Rusia, Mari en el país Vasco, y otras, no son “las Venus”, trayendo fertilidad y prosperidad; como nosotros veremos, ellas son mucho más. Estas donadoras de vida y gobernantes de la muerte son “Las Reinas” o “Las Damas”, y como tales ellas permanecieron en credos individuales por muy largo tiempo, a despecho de su destronamiento oficial, militarización, e hibridación con el panteón Indoeuropeo, como esposas y novias celestiales. En la Europa arcaica, las diosas nunca llegaron a ser “Diosas de Segunda” (“Déesses dernières”) como en tiempos Cristianos. Todo esto requiere una expansión vertical del método de Dumézil. Los materiales arqueológicos no son mudos. Ellos hablan su propio lenguaje. Y ellos necesitan ser usados como una gran fuente para ayudar a desenmarañar la espiritualidad de aquellos de nuestros ancestros que fueron asaltados por los indoeuropeos por muchos millares de años. Mi foco está sobre el período que comienza con la agricultura temprana en la Europa, hace unos ocho a nueve mil años. Los granjeros Neolíticos evolucionaron sus propios modelos culturales en el curso de varios milenios. Los recolectores de alimento dieron paso a los productores-cazadores de alimento con modos de vida sedentaria, pero a esto no correspondieron mayores cambios en la estructura del simbolismo, sólo una gradual incorporación de nuevas formas y la elaboración o transformación de las viejas. Verdaderamente, lo que es sorprendente no es la metamorfosis de los símbolos a través de los milenios, sino su continuidad desde los tiempos Paleolíticos. Los aspectos más importantes de la Diosa del Neolítico – como Dadora de Vida, retratada en una natural postura de parto; como Dadora de Fertilidad influyendo sobre el crecimiento y la multiplicación, retratada como una mujer encinta desnuda; como Dadora de Vida, Nutrición y Protección, retratada como una mujer pájaro con senos y nalgas sobresalientes; y como Gobernante de la Muerte, como una mujer desnuda y rígida (como un “hueso”)- pueden todos ser rastreados hacia atrás, hasta el período en que aparecieron las primeras esculturas de hueso, marfil o piedra, alrededor de 25.000 años a.C., y sus símbolos: vulvas, triángulos, senos, chevrons (N.d.T.: figura de dos o tres barras en forma de “V” –cuernos de cabra-, que llevan en las mangas las clases del ejército. Cheurrón - Cheurón: [Blasón] cabrío; la figura o pieza en forma de ángulo que se pone en los escudos), zig-zags, meandros, marcas de taza- y aún a los primeros tiempos. El tema principal de simbolismo de Diosa es el misterio del nacimiento y la muerte y la renovación de la vida, no solamente la vida humana, sino toda la vida sobre la tierra y desde luego en el cosmos entero. Los símbolos y las imáge4
nes se agrupan alrededor la Diosa partenogenética (autogeneradora) y sus funciones básicas como Dadora de Vida, Gobernante de la Muerte y, no menos importante, como Regeneradora, y en torno a la Madre Tierra, la Diosa de la Fertilidad, joven y vieja, naciendo y muriendo con la vida de las plantas. Ella era la única fuente de toda la vida que toma su energía desde la primavera y los manantiales, del sol, la luna, y de la tierra húmeda. Este sistema simbólico representa un tiempo mítico cíclico, no lineal. En el arte esto se manifiesta por signos de movimiento dinámico: remolinos y trenzas espirales, serpientes torcidas y enrolladas, círculos, semicírculos, cuernos, semillas y brotes germinando. La serpiente era un símbolo de regeneración y energía de vida, la criatura más benévola, no maligna. Iguales colores tenían significados diferentes que en el sistema simbólico Indo-Europeo. El color negro no significaba la muerte o el mundo subterráneo; era el color de la fertilidad, el color de las cuevas húmedas y del suelo fértil, la matriz de la Diosa donde la vida comienza. El blanco, por otra parte, era el color de los huesos, de la muerte, al contrario que en el sistema Indo Europeo, en que tanto el blanco como el amarillo son los colores del cielo esplendoroso y el sol. De ninguna manera la filosofía que produjo estas imágenes puede confundirse con el mundo de los pastores IndoEuropeos con sus dioses guerreros jinetes de caballos, cielos atronadores y esplendorosos, o su pantanoso mundo subterráneo, la ideología en que las Diosas hembras no son creadoras, sino bellas “Venus”, novias de los Dioses del Cielo. El arte centrado en la Diosa con su llamativa ausencia de imágenes de contienda y dominación masculina, refleja un orden social en que las mujeres como cabezas de los clanes o reinas sacerdotisas, juegan un rol central. La vieja Europa y Anatolia, y también la Creta Minoica son gilánicas ***. Un equilibrado sistema social no patriarcal y no matriarcal reflejado por la religión, la mitología y el folklore, por estudios de la estructura social del la cultura ancestral Europea y Minoica, y apoyado por la continuidad de elementos de un sistema matrilineal en las antiguas Grecia, Etruria, Roma, Vasconia y otros países de Europa. Mientras las culturas europeas llevaban una existencia pacífica y alcanzaban un verdadero florecimiento del arte y la arquitectura en el V milenio a.C., una cultura Neolítica muy diferente, con caballos domesticados y mortales armas surgió desde la cuenca del Volga, en el sur de Rusia, y después del V milenio también del oeste del Mar Negro. Esta nueva fuerza inevitablemente cambió el curso de la prehistoria europea. Yo he llamado “Kurgan” (N.d.T.: “Kurgan” significa “túmulos” en ruso. En inglés “barrow”: montón de tierra levantado en memoria de los que perecieron en una batalla. Kurgan sería entonces la Cultura de los “Tumularios”, como en El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien), puesto que los muertos eran sepultados en túmulos redondos que cubrían las casas mortuorias de los varones importantes. Los aspectos básicos del la cultura Kurgan retroceden al 6º y 7º milenio a.C., en el Volga central y el bajo Volga, y son: patriarcado, patrilinearidad; agricultura de pequeña escala y manejo animal, incluyendo la domesticación del caballo no después del 6º milenio; la eminente posición del caballo en el culto; y -de gran importancia-, las armas: arcos y flechas, lanzas y dagas. Estas características igualan a las que han sido reconstruidas como Proto-Indo Europeas a través de estudios lingüísticos y de mitología comparada. Ellas están en oposición a la cultura gilánica, pacífica, sedentaria, con alto desa-
rrollo agrícola y una gran tradición cerámica, escultórica y arquitectónica de la Vieja Europa. Así, los repetidos disturbios e incursiones del pueblo Kurgan (a quienes yo veo como Proto Indo Europeos), pusieron fin escabrosamente a la cultura de la Vieja Europa, entre el 4300 y el 2800 a.C., cambiándola de gilánica a androcrática y de matrilineal a patrilineal. Las regiones Egeas, Mediterráneas y de Europa del oeste escaparon largamente de este proceso; allí, especialmente en islas como Thera, Creta, Malta y Sardinia, la cultura de la Vieja Europa floreció en una envidiablemente pacífica y creativa civilización hasta el 1500 a.C., unos mil a mil quinientos años después de que Europa Central se había transformado completamente. No obstante, la religión de la Diosa y sus símbolos sobrevivió como una corriente subterránea en varias áreas. Actualmente, muchos de estos símbolos están presentes como imágenes en nuestro arte y literatura, poderosos motivos en nuestros mitos y arquetipos en nuestros sueños. Nosotros aún vivimos bajo la influencia de la invasión masculina y agresiva, y sólo estamos comenzando a descubrir nuestra larga alienación de nuestra auténtica herencia europea: una cultura gilánica, no violenta y centrada en la Tierra. Este libro presenta por primera vez evidencia concreta de esta cultura duradera y su lengua simbólica, cuyos vestigios permanecen enredados en nuestro propio sistema de símbolos. Marija Gimbutas *** Riana Eisler, en su libro “El Cáliz y la Espada” (1987) GY- desde gymnos, mujer; AN propone el término gylany (G desde andros, hombre, y la letra L entre los dos siendo el nexo de ambas mitades de humanidad) para la estructura social donde ambos sexos tenían igual importancia y responsabilidad social, económica y cultural.
Categorías Simbólicas Una mirada cercana a las asociaciones simbólicas reduce enormemente el número de significados simbólicos. La clasificación de los símbolos en grupos interrelacionados se refleja en la división del libro en cuatro partes con distintos temas: Iª Parte, Dadora de Vida; IIª Parte, La Tierra renovadora y eterna; IIIª Parte, Muerte y Regeneración, y IVª Parte, Energía y Revelación. La primera categoría de símbolos influye en la esfera acuática, puesto que una creencia frecuente era que toda la vida vino del agua. Los símbolos del agua en espacios, manando y lloviendo –zig-zags, bandas ondeantes o serpenteantes, redes, tableros de ajedrez-, y los pájaros de agua pertenecen a esta categoría, y se asocian con la Diosa en forma de un híbrido de mujer y pájaro acuático. En versiones esquemáticas, esta imagen puede tener únicamente senos o exagerado trasero. Este rico grupo de símbolos es indudablemente Paleolítico en su origen. El principio de representar una parte del cuerpo femenino -senos, nalgas, barriga, vulva- retrocede en el tiempo hasta cuando los pueblos que aún no comprendían el proceso biológico de la reproducción (la copulación como la causa del embarazo) crearon una deidad que era una extensión macrocósmica del cuerpo de una mujer. Ella es una Creado5
ra cósmica, dadora de Nacimiento y Vida. Estas partes esenciales del cuerpo femenino se dotaron con el poder milagroso de la procreación. La misteriosa humedad del útero y los laberínticos órganos internos de la Diosa eran la mágica fuente de la vida. La Diosa que da Nacimiento, representada en una natural postura de parto, o por su vulva como “pars pro toto” (la parte por el todo), está presente desde el Paleolítico Superior. Sus símbolos continuaron en el Neolítico y también después. Ella se vincula con las madres primerizas en formas animales como el oso, ciervos/ciervas, alces/antas, y en el Paleolítico superior con el Bisonte hembra y la Yegua. La preservación de estas imágenes en la prehistoria tardía y también en tiempos históricos, puede explicarse no sólo por la indestructibilidad profundamente grabada de los símbolos de maternidad y entrega de vida, sino además por el fuerte recuerdo de un sistema matrilineal cuando la paternidad era difícil de establecer. Esto no significa, sin embargo, que el papel paterno en el proceso de reproducción no era entendido en el Neolítico o en el último período de la Edad de Cobre, por pueblos que eran agudos observadores de la naturaleza. Las innovaciones ocurrieron con el advenimiento de la economía Neolítica. El Carnero (el más antiguo animal domesticado), llegó a ser sagrado para la Diosa de Pájaro, seguido por el símbolo del vellocino y su asociación con la Diosa como tejedora e hilandera. El origen del concepto de la Diosa dadora de vida y nacimiento como el “Destino” – limitador y determinador del largo de la vida, felicidad y abundancia- y como hilandera y tejedora de la vida humana, puede retroceder al período Neolítico temprano. Al mismo tiempo, el descubrimiento de la alfarería abrió caminos para la creación de nuevas formas esculturales y también para nuevas vía de expresión simbólica a través de la cerámica pintada. Aparecieron los “Askoi” (jarrones con forma de pájaro) y jarrones antropomórficos o con forma de mujer pájaro. Ondas, cheurones, triángulos, bandas decoradas con redes, espirales, serpientes torcidas, y serpientes enrolladas, llegaron a ser motivos dominantes en la alfarería pintada. Vasijas cerámicas con la Diosa dadora de Vida marcada con emes (M) zig-zags (ondas de agua o fluido amniótico), redes, ondas espirales de agua y otros signos acuáticos hicieron su estreno en el VI milenio a.C. Los símbolos de preñez y fertilidad también tienen raíces en el Paleolítico superior. La Diosa Encinta ya está allí. La bilínea (dos rasgos) es grabada en el Paleolítico superior como un símbolo de preñez, o del vigor de dos. Como una consecuencia de la nueva economía agrícola, la Diosa Encinta Paleolítica se transformó en la deidad de la Fertilidad de la Tierra. La fecundidad de hombres y animales, la fertilidad de las cosechas, la prosperidad de la vegetación, y los procesos de crecimiento y engorda fueron de enorme interés. El cerdo, como un animal de rápido crecimiento y engorda, llegó a ser el animal sagrado de esta Diosa. Probablemente una Diosa Lunar en sus orígenes, engordando como la luna creciente, la Diosa Encinta de la era agrícola llegó a ser una deidad Cetónica (terrestre), símbolo de la vegetación ascendente, floreciente y moribunda. El intenso drama de los cambios estacionales, se manifestó en los rituales de verano/invierno o primavera/cosecha, y en la emergencia de una imagen de madre/hija y un dios masculino como el espíritu de la vegetación ascendente y moribunda. Como este libro documenta, a lo largo de la prehistoria las imágenes de muerte no eclipsaron a las de vida: ellas se
combinaron en símbolos de regeneración. La Mensajera de la Muerte y la Gobernante de la Muerte están también comprometidas con la regeneración. Innumerables ejemplos atestiguan la existencia de este motivo: las cabezas de buitre son puestas dentro de senos; las mandíbulas y los colmillos de feroces jabalíes son cubiertos con senos (como en los templos del VII milenio a.C. en Çatal Hüyük, en Turquía central); imágenes de la Diosa Lechuza de Europa del Oeste sobre los muros de tumbas, sepulturas megalíticas y sobre estelas tienen senos, o su cuerpo interior es un laberinto creador de vida con una vulva en su centro. Como un símbolo de regeneración, el útero como tal, o la similar figura de Bucranium (la forma de la calavera de la cabeza de un buey), o formas animales análogas –pez, rana, sapo, puercoespín, tortuga- jugaron un papel a lo largo de la mayor parte de la prehistoria post-Paleolítica y también en la historia posterior. Durante el Neolítico, sepulturas y templos asumieron la forma de huevo, vagina y útero de la Diosa o de su cuerpo completo. Las sepulturas megalíticas de pasaje en Europa occidental, muy probablemente simbolizaron la vagina (pasaje) y la barriga encinta (tholos, cámara redonda) de la Diosa. La forma de una sepultura es análoga a una colina natural con un omphalos (piedra que simboliza el ombligo) en lo alto, un símbolo universal de la barriga encinta con el cordón umbilical de la Madre Tierra, como se registró en las creencias folklóricas europeas. La recíproca influencia de las funciones de dar la vida y dar la muerte en una divinidad, es particularmente característica de las Diosas dominantes. La Donadora de Nacimiento y Vida puede volverse una espantosa imagen de muerte. Ella se representa como un tieso cuerpo desnudo, o meramente un hueso con un sobrenatural triángulo púbico, donde se inicia la transformación de la muerte al comienzo de la vida. Los ocasionales aspectos ornitomorfos de su máscara y sus pies de buitre, traicionan su conexión con las aves de presa y los semblantes de ofidio -boca larga, colmillos, y pequeños ojos redondos- la vinculan con las serpientes venenosas. El cuerpo desnudo tieso del Paleolítico Superior, tallado en hueso sin las protuberancias de un cuerpo productor de vida, es el ancestro del viejo cuerpo desnudo tieso Europeo, que se fabricó de mármol, alabastro, piedras translúcidas o hueso, materiales que tienen el color de la muerte. Las máscaras de la Diosa de la Muerte (de mediados del V milenio a.C.), con colmillos y boca grande y algunas veces una lengua colgante, pueden haber sido el origen de las górgonas (N.d.T.: la más famosa es Medusa), la espantosa cabeza de monstruo de la antigua Grecia. Las más antiguas górgonas Griegas, sin embargo, no son los terroríficos símbolos que transforman a los humanos en piedras. Ellas son retratadas teniendo alas de abejas y serpientes como antenas, y están decoradas con diseños de panales, claramente todos símbolos de regeneración. Una de las categorías simbólicas más grande puede ser clasificada como Símbolos de Energía y Revelación. Las espirales, cuernos, semicírculos, medios círculos (en forma de U), ganchos, hachas, sabuesos, machos cabríos, y hombres excitados (itifálicos), que flanquean una emergente columna acuática de vida, la serpiente, el árbol de vida y la Diosa antropomórfica o su barriga encinta, son todos Símbolos de Energía. Cabezas de serpientes, enfrentadas o en espiral, llenan 6
los vasos pintados de la Vieja Europa con movimientos y torsiones. Remolinos, cruces y una variedad de diseños de cuatro esquinas son símbolos del dinamismo de la naturaleza que asegura el nacimiento de la vida, y el giro de la rueda de los ciclos del tiempo de vida y de muerte, de la manera como la vida se perpetúa. En esta serie de transformaciones, las más dramáticas son los cambios desde una forma de vida en otras incontables: desde un bucranium a abejas, mariposas y plantas, manifestaciones sagradas de la Diosa de la Regeneración. La iconografía de la Diosa en sus diversos aspectos siempre contiene varios tipos de símbolos abstractos o jeroglíficos, como V, X, M, triángulos, diamantes, etc.; “representaciones” tales como ojos, senos, pies de pájaro; y animales, que son los atributos de los diversos aspectos de la Diosa (pájaros, serpientes, cerdos, toros, ranas, abejas, etc.). Estas tres categorías están estrechamente entretejidas y surgen de una percepción holística del mundo, cuando la naturaleza no era clasificada como en las universidades modernas, cuando el ser humano no estaba aislado alrededor del mundo, y cuando era normal poder sentir el poder de Diosa en el pájaro o la piedra, o en sus ojos o senos solos o en sus jeroglifos. Yo he distribuido todas estas categorías en cada sección del libro.
alimento; de aquí que esta no sea una función primaria de la Diosa, y que no tenga nada que ver con la sexualidad. Las diosas eran -principalmente- creadoras de vida, no “Venus” o bellezas, y más definitivamente, no esposas de Dioses varones. El otro término generalmente frecuente para la divinidad prehistórica es “La Diosa Madre”, que también es una equivocación. Es cierto que hay imágenes maternales, protectoras de la vida joven, Madre Tierra y Madre de la Muerte, pero el resto de las imágenes femeninas no pueden generalizarse bajo el término de “Diosa Madre”. Las Diosas Serpiente y Pájaro, por ejemplo, no son siempre madres, ni lo son muchas otras imágenes de regeneración, tales como la Rana, el Pescado, o la Diosa Puerco Espín, que son la encarnación de facultades de transformación. Ellas personifican la Vida, la Muerte y la Regeneración; ellas son más que la fertilidad y la maternidad. Eric Neumann, el eminente psicólogo jungiano y autor del muy apreciado libro “La Gran Madre” (1955), usa el término “Gran Madre” en el sentido de una realidad psíquica. Según él, la imagen de la Gran Madre se desarrolla desde el Arquetipo Femenino, que finalmente deriva desde el “Uroboros”, el símbolo del principio, la Gran Ronda, una etapa inconsciente e indiferenciada. La totalidad urobórica es también un símbolo de los padres unidos primordiales, desde los cuales después fueron separadas las figuras del Gran Padre y de la Gran Madre. La Gran Madre eventualmente se dividió en una Madre Buena y en una Madre Terrible; de acuerdo a los elementos negativos y positivos de su carácter. Neumann también habla de su carácter transformativo; por ejemplo, el desarrollado en la “Dama de las Plantas” y en la “Dama de las Bestias”. Este enfoque psicológico ha abierto avenidas nuevas en la interpretación de alguna aspectos de la Diosa prehistórica. Sin embargo, yo siento que el término “Madre” desvalora su importancia y no permite una apreciación de su carácter total. Adicionalmente; muchos de los Arquetipos de Neumann, están basados en la ideología y la religión post-Indoeuropea; después de que la imagen de la Diosa sufrió una profunda y largamente devastadora transformación. De aquí en adelante, para el período prehistórico, yo prefiero el término “La Gran Diosa” como una mejor descripción de su poder absoluto, de sus facultades creadoras, destructoras y regenerativas. Mi investigación arqueológica no confirma la existencia hipotética de los “Padres Primordiales” y su división en las figuras del “Gran Padre” y la “Gran Madre”, o la división adicional de la figura de la “Gran Madre” en una “Madre Buena” y una “Madre Terrible”. No hay rastro de una figura de padre en ninguno de los períodos Paleolíticos. El poder de crear vida parece haber sido sólo de la Gran Diosa. Una división completa en una Madre “buena” y una “terrible” nunca ocurrió: la Donadora de Vida y la Gobernante de la Muerte son una sola deidad. Sus manifestaciones son múltiples: ella puede ser antropomórfica o zoomórfica; ella puede aparecer en un aspecto triple; ella puede ser un ave acuática o un ave de presa, una serpiente inofensiva o una venenosa; pero, finalmente, ella es una Diosa indivisible. Si la vida, el nacimiento, la salud, y el aumento de riqueza son “buenos”, ella puede llamarse el buen Destino. El término “Madre Terrible” necesita explicación. Desde luego, el Buitre o aspecto asesino de la Diosa asusta, pero si nosotros miramos los símbolos asociados con el aspecto de muerte, llega a ser claro que estos símbolos no existen solos:
Conclusiones El Lugar y Función de la Diosa La razón para el gran número y variedad de falsas imágenes sobre la realidad de la vieja Europa, es el hecho de que este simbolismo es lunar y terrestre, construido alrededor de la comprensión de que la vida sobre la Tierra consiste en una transformación eterna, en el cambio rítmico y constante entre la creación y la destrucción, el nacimiento y la muerte. Las tres fases de la luna -nueva, creciente y vieja- se repiten en trinidades o deidades funcionales triples que recuerdan estas fases de luna: la doncella, la ninfa y la anciana; la dadora-de-vida, la dadora-de-muerte y la transformadora; la ascendente, la agonizante y la auto renovadora. Las diosas Dadoras de Vida son también las Gobernantes de la Muerte. La inmortalidad se asegura mediante las fuerzas innatas de regeneración dentro de la Naturaleza en sí misma. El concepto de regeneración y renovación es quizás el tema más sobresaliente y dramático que nosotros percibimos en este simbolismo. Parece más apropiado ver las imágenes de todas estas Diosas como aspectos de una Gran Diosa y sus funciones internas -dadora de vida, gobernante de la muerte, regeneradora y renovadora. La analogía con la naturaleza en sí misma es obvia: mediante la multiplicidad de fenómenos y los ciclos continuos con los cuales se ha hecho, uno reconoce la unidad subyacente y fundamental de Naturaleza. La Diosa es inmanente antes que trascendente y por lo tanto físicamente manifiesta. No dejamos de anotar aquí que la fertilidad es sólo una entre las muchas funciones de la Diosa. Por ello, es impreciso llamar a las imágenes Neolíticas y Paleolíticas “Las Diosas de la Fertilidad”; como todavía se hace en la literatura arqueológica. La fertilidad de Tierra llegó a ser prominente únicamente en lo que concierne a la era de los productores de 7
ellos están entretejidos con el impulso de la regeneración. La Diosa Buitre/Lechuza/Cuervo es a la vez un presagio de muerte y una Diosa con senos y con laberintos creadores de vida en su abdomen, o ella es un triángulo (vulva) o toma la forma de reloj de arena (triángulo doble) con pies de buitre, o ella es una abeja o una mariposa. En su aspecto de muerte ella es el mismo Destino, que da la vida, que determina su largo, y que después la toma, cuando llega su momento. Ella hace esto porque controla la longitud del ciclo de vida. La “Gobernante de la Muerte” no castiga los hombres por hacer el mal ni nada de ese tipo; ella únicamente cumple su necesario deber. La regeneración parte en el momento de la muerte. Comienza dentro del cuerpo de la Diosa, en su útero húmedo, que se expresa en forma animal como un pescado, una rana, una tortuga, un erizo, una liebre, o la cabeza de un toro. No había división en “La Dama de Plantas” (“Flora”) y “La Dama de Bestias” (“Fauna”); la deidad no mandaba sobre las plantas o los animales separadamente. El poder de Creación y Regeneración estaba en los animales, las plantas, el agua, las montañas y las piedras. La Diosa puede ser un pájaro, un ciervo; un oso, un jarrón, una piedra vertical o un árbol. La Dadora de Nacimiento antropomórfica, era intercambiable con el oso, el ciervo y el alce. La protectora de la vida joven, la Nodriza, o la Señora, aparecía tanto en forma humana como en forma de pájaro, serpiente u oso. La unidad con la naturaleza es particularmente clara en el simbolismo de la serpiente; su energía de vida se ramifica dentro de cualquier criatura viva: los miembros de familia de la casa que la serpiente protege, los animales domésticos, y los árboles. De interés singular es la creencia en la inmortalidad de la serpiente a causa de su renovación mediante la muda de su piel, y a causa de su despertar en la primavera después del período de hibernación. Dado que la serpiente es inmortal, es un nexo entre lo vivo y lo muerto; la serpiente personifica la energía de los ancestros. Así lo hacen los pájaros. Quizás a causa de los cuellos en forma de serpiente de los cisnes, las grullas, cigüeñas, y gansos y de su renovación periódica cada primavera, después de que ellos pasan los meses invernales en el sur, el simbolismo del pájaro está entretejido con el de la serpiente. Ambos son encarnaciones de la energía de la vida y son la morada de las almas de los muertos. La Serpiente y las Diosas Pájaro son las tutoras (“genii”, “penates”) de la familia, del clan, y luego -en tiempos históricos-, de la ciudad (como Atenea en Atenas, cuyos símbolos son el pájaro y la serpiente). Ellas vigilan la continuidad de la energía vital, el bienestar y salud de la familia y el aumento del abastecimiento alimentario. La asociación de dar e incrementar el Destino con las aves acuáticas y el Carnero, se debe a que las aves acuáticas eran el abastecimiento alimentario principal desde el Paleolítico, y las ovejas llegaron a ser el abastecimiento de carne más importante desde el más temprano Neolítico. Es difícil saber por qué el Carnero -y no la Oveja- llegó a ser el animal sagrado de la Diosa-Pájaro, pero puede conjeturarse que dado que los cuernos del Carnero se enrollan como una serpiente, es más poderoso, y está imbuido con la energía vital de la serpiente. Las otras funciones de la Gran Diosa conciernen a la fertilidad, multiplicación, y renovación. El proceso del despertar estacional, crecimiento, engorda, y muerte fue visto como una conexión entre los humanos, los animales, y las plantas: la preñez de una mujer, el engordar de un cerdo, el madurar de las frutas y las cosechas se correlacionaron, influyendo los
unos a los otros. Nuevamente puede anotarse que las facultades crecientes y ascendentes de tierra moran en todas las cosas vivientes. La preñez o la gordura de una mujer o un animal, se consideraban tan sagradas como la preñez de la tierra antes de su floración en primavera. Cada protuberancia en la naturaleza, fuese un montículo, una colina, un menhir o sobre el cuerpo femenino -barriga, nalgas, senos y las rodillas- eran sagradas. El número dos y las dualidades -dos semillas, frutas, nalgas- significaron una multiplicación bendecida. Ser más de uno tenía más fortaleza y más influencia sobre la fertilidad. Como se dijo antes, la fertilidad no era la sexualidad; era multiplicación, crecimiento, florecimiento. A esta clase de símbolos pertenecen las deidades masculinas de la vegetación ascendente, floreciente, y moribunda: el Dios joven, fuerte y floreciente, y el Dios viejo, pesaroso y moribundo. Dentro de la categoría de la Madre Tierra, esta es una división en imágenes contrastantes de jóvenes y viejos, o en imágenes de hija y madre, símbolos del ascenso y agonía estacional.
Continuidad y Transformación de la Diosa en las eras Indoeuropea y Cristiana El resultado del enfrentamiento de los viejos cultos europeos con las formas religiosas extranjeras Indo Europeas, es visible en el destronamiento de las viejas Diosas europeas, la desaparición de templos, la parafernalia del culto, los signos sagradas, y la drástica reducción de imágenes religiosas en las artes visuales. Este empobrecimiento comenzó en la Europa Central Oriental y gradualmente afectó todo el centro de Europa. El las islas del Egeo, Creta, y las regiones Mediterráneas centrales y occidentales continuaron con las viejas tradiciones europeas, varios milenios más, pero el núcleo de la civilización se perdió. Esta transformación, sin embargo, no fue el reemplazo de una cultura por otra, sino una gradual hibridación de dos sistemas simbólicos diferentes. Como la ideología androcéntrica Indo Europea fue el reglamento de la nueva clase, ha llegado hasta nosotros como el sistema de creencias “oficial” de la Europa antigua. No obstante los viejos símbolos e imágenes sagradas europeas nunca se desarraigaron totalmente; éstos fueron los aspectos más persistentes en la historia humana y se implantaron demasiado profundamente en la psiquis. Ellos únicamente podrían haber desaparecido con el exterminio total de la población femenina. La religión de la Diosa fue subterránea. Algunas de las viejas tradiciones, particularmente las conectadas con el nacimiento, la muerte, y los rituales de fertilidad de la tierra, han continuado hasta hoy en día sin mucho cambio en algunas regiones; en otros casos, ellas se asimilaron en la ideología Indoeuropea. En antigua Grecia esto creó algunas extrañas e incluso absurdas imágenes en el panteón de Dioses Indo Europeos. La más sorprendentemente visible es la conversión de Atenea, la vieja Diosa Pájaro europea, en una figura militarizada que lleva un escudo y viste un yelmo. La creencia de su nacimiento desde la cabeza de Zeus, el dios gobernante de los Indo Europeos en Grecia, demuestra a qué nivel llegó la transformación ¡desde una diosa partenogenética, a su nacimiento desde un Dios varón! Y aún esto no es enteramente sorpren8
dente: Zeus era un Toro (en el simbolismo Indo Europeo, el Dios del Trueno era un Toro), y el nacimiento de Atenea desde la cabeza de un toro, no era sino nada más que la memoria de su nacimiento desde un bucranio, que era un simulacro del útero en el viejo simbolismo Europeo. La Gobernante de la Muerte, la Diosa como un ave de presa, fue militarizada. Las representaciones de la Diosa Lechuza sobre las estelas de piedra adquirieron una espada o daga durante la Edad de Bronce en Sardinia, Córcega, Liguria, el sur de Francia y España. La Atenea griega, la Morrígan y Badb Irlandesas son conocidas por aparecer en escenas de batallas como buitres, cornejas, grullas o cuervos. La transformación de estas Diosas en yeguas también ocurrió durante la Edad de Bronce. Las Diosas partenogenéticas creadas de sí mismas sin la ayuda de la inseminación de un varón, gradualmente se transformaron en novias, esposas e hijas, fueron erotizadas y unidas con el principio del amor sexual, como una respuesta al sistema patriarcal y patrilinear. Por ejemplo, la Diosa Griega Hera llegó a ser la esposa de Zeus. Además, Zeus había “seducido” (prescindiendo de la exactitud histórica, nosotros podríamos preferir el término “violación”) a centenares de otras Diosas y Ninfas para establecerse a sí mismo. En toda Europa, la Madre de Tierra perdió su capacidad para dar nacimiento, para plantar la vida, sin la relación sexual con el Dios del Trueno o con el Dios del Cielo Radiante en su aspecto primaveral. En contraste, la Donadora de Vida y Nacimiento, el Destino, o las Diosas Triples del Destino, permanecieron notablemente independientes en las creencias de muchas áreas de Europa. La Diosa Griega Artemisa, la Brigit Irlandesa, y la Báltica Laima, por ejemplo, no adquirieron ninguno de los aspectos de los Dioses Indoeuropeos, ni fueron casadas con el Dios. La Báltica Laima aparece en canciones mitológicas junto con Dievas, el Dios Indoeuropeo de la luz del cielo, para bendecir los campos y vida humana, no como su esposa, sino como una Diosa igualmente poderosa. Un remanente del poder de las Diosas en la era histórica se encuentra en el uso del término “Dama” (N.d.T.: en el sentido que tiene como Reina la “Dama” del Ajedrez) para aquellas que no fueron casadas con deidades Indoeuropeas, pero que continuaron siendo poderosas por derecho propio. Herodoto escribió acerca de la “Dama Artemisa” y Hesychius llamó a Afrodita ”La Dama”. Diana, la contraparte Romana de la virgen Artemisa, era invocada como “regina” (Reina). La veneración de la Diosa en Roma y Grecia continuaba fuerte en los siglos tempranos de nuestra Era. Este es el tiempo de la expansión de Cristiandad y de los cultos Egipcios sobre el mundo Romano. La narración más inspirada de toda la literatura antigua, se encuentra en el “Asno de Oro”, de Lucio Apuleyo, escrita el siglo II d.C., la novela Latina más temprana, donde Lucio invoca a la Diosa Isis desde las profundidades de su miseria. Entonces ella aparece y declara: “Yo soy Ella, la madre natural de todas las cosas, Señora y Gobernante de todos los elementos, progenitora inicial del mundo, Ama del poder divino, reina de todo lo que está en el Infierno, la primera de todos los que moran en el Cielo, manifestada sola y bajo la forma de todos los Dioses y Diosas. A mi voluntad se disponen los planetas del cielo, los vientos saludables de los mares, y los silencios lamentables de infierno; mi nombre y mi divinidad son adorados en todo el mundo, de diversas maneras, por variadas costumbres, y con muchos nombres” (letras cursivas agregada por el autor).
Este texto ilumina con detalles muy preciosos, la veneración de la Diosa hace aproximadamente 2000 años. La invocación de Apuleyo es un testimonio de que las Diosas significaron más que los Dioses para la gente en los primeros siglos de nuestra era. En el mundo Greco Romano los individuos obviamente no estaban satisfechos con lo que la religión Indoeuropea oficial les ofrecía. Los Cultos Secretos –las Religiones de Misterio (Dionisos, Eleusis), claramente continuadas desde la vieja Europa- fueron practicadas. Ellas proveyeron una vía para sentir las experiencias religiosas en las viejas maneras. Posteriormente, en la época cristiana, la Donadora de Nacimientos y la Madre Tierra se fusionaron con la Virgen María. De esta forma, no es sorprendente que en países católicos la veneración de la Virgen sobrepasa a la de Jesús. Ella se conecta todavía con el Agua de la Vida, con las milagrosas fuentes de salud, con los árboles, brotes, flores, frutas y cosechas. Ella es pura, fuerte y justa. En las esculturas folklóricas de la Madre de Dios, ella es enorme y poderosa, sosteniendo un minúsculo Cristo sobre su regazo. Las viejas Diosas Europeas aparecen en las leyendas, creencias y canciones mitológicas de Europa. La Diosa Pájaro y la antropomórfica Diosa Dadora de Vida continúan como Hados o Hadas y también son la suerte, y la riqueza que traen los patos, cisnes, y carneros. Como Profetisa ella es un Cuclillo. Como Madre Primitiva ella es conocida como una Cierva sobrenatural (mitología Irlandesa) o como un Oso (en las mitologías griega, báltica y eslava). La veneración de la Serpiente no venenosa como un símbolo de Energía Vital, de renovación cíclica, y de la inmortalidad, continúa hasta el Siglo XX. La Serpiente hibernando y despertando es una metáfora de la agonía y el redespertar de la naturaleza y como un símbolo esencial de la inmortalidad de la energía de la vida no fue olvidado ni en Irlanda ni en Lituania hasta nuestro siglo. La corona con una gran serpiente (la Reina) permanece como un símbolo de sabiduría. La presencia de la Dama Blanca, “la Muerte”, que es también un ave de presa y una serpiente venenosa, se advierte en muchos rincones de la Europa de este siglo. El temblor que inducen estas imágenes -una mujer delgada alta vestida de blanco, una lechuza chillando, gimoteando como un ave de presa, reptando como una serpiente venenosa- vienen directamente desde el Neolítico. La Dama Blanca no fue transformada en el negro Dios Indoeuropeo de la muerte. El uso del hueso y de los colores blanco y amarillo como símbolos de muerte, permanecieron en las creencias Europeas paralelamente al negro como el color de la muerte de las religiones cristianas e Indoeuropeas. La Asesina-Regeneradora, la supervisora del ciclo de la energía vital, la personificación de invierno, y la Madre de la Muerte, fue transformada en la Bruja de la noche y la magia. En el período de la Gran Inquisición, ella fue considerada como un discípulo de Satán. El destronamiento de esta Diosa verdaderamente formidable, cuyo legado fue llevado por mujeres sabias, Profetisas, y Curanderas quienes eran las mejores y más bravas mentes de su tiempo, fue marcado por la sangre y es la vergüenza más grande de la Iglesia Cristiana. La caza de las brujas entre los siglos XV y XVIII es el suceso más satánico en la historia Europea en el nombre de Cristo. El asesinato de mujeres acusadas como brujas superó más de ocho millones. Las víctimas colgadas o quemadas eran en su mayoría las mujeres simples del país, quienes aprendieron la ciencia y los secretos de la Diosa desde sus madres o abuelas. 9
En 1484, el Papa Inocente VIII en una Bula, denunciaba la brujería como una conspiración organizada por ejército del Diablo contra el Sacro Imperio Cristiano. En 1486, apareció un manual para los Cazadores de Brujas, llamado “Malleus Maleficarum”, el “Martillo de brujas“; y llegó a ser una autoridad imprescindible para el terror y asesinato. Se permitió el uso de cualquier método de tortura física y psicológica para forzar las confesiones de las acusadas. El período puede presumir de haber tenido la mayor creatividad en el descubrimiento de herramientas y métodos de tortura. Este fue el inicio de las peligrosas convulsiones de las Reglas Androcráticas, que 460 años más tarde alcanzaron su cima en la Europa Oriental de Stalin, con la tortura y asesinato de cincuenta millones de mujeres, niños y hombres. A pesar de la horrorosa guerra contra las mujeres y su sabiduría, y la demonización de la Diosa, la memoria de ellas vivió en los Cuentos de Hadas, rituales, leyendas, y en la lengua. Colecciones como los Cuentos Alemanes de los hermanos Grimm, son ricas en motivos prehistóricos, describiendo las funciones de la Diosa del Invierno, Frau Holla (Holle, Hell, Holda, Perchta, etc.). Ella es la fea Vieja Bruja, con una nariz larga, dientes grandes, y pelo descabellado. Su fortaleza se encuentra en sus dientes y pelo. Ella es la nieve -el clima- hecho mujer. A la vez, ella regenera la naturaleza. Es la mujer que presenta al Sol. Una vez un año aparece como una paloma, asegurando la bendición de la fertilidad. Como una rana, Hölla trae una manzana roja, símbolo de vida, desde manantiales subterráneos en que cayó en la cosecha. Su reino es la profundidad interior de montañas y cuevas (Hölla, el nombre de la Diosa, y Höhle, el nombre para “cueva” seguramente están relacionandos. El “infierno” [Hell] en su significado actual es una creación de los misioneros Cristianos). A Hölla, como la Madre de la Muerte, se hacían sacrificios en forma de un pan cocido llamado “Hollenzopf”, “La trenza de Hölla”, en la época de Navidad. Höller, Holunder, Elder; ”El Saúco” (N.d.T.: Elder es “saúco” o “el viejo”, “el mayor”) era el árbol sagrado de la Diosa y tenía facultades curativas. Debajo este árbol vive la Muerte. La misma diosa todavía juega un papel destacado en creencias de otros europeos, como la Ragana Báltica, la Diosa Baba Yaga de Rusia, la Diosa Jedza de Polonia, La Diosa Mora o Morava de Serbia, la Mari Vasca, y la Morrígan Irlandesa. Esta poderosa Diosa no fue trapeada fuera del mundo mítico. Hoy ella es una inspiración en el renacimiento de la herbología y otras artes de sanación y fortalece la esperanza en la mujer más que cualquier otra imagen de Diosa. No hay duda de que las viejas imágenes y símbolos sagrados europeos son una parte vital de patrimonio cultural de Europa. La mayoría de nosotros se rodearon en la niñez por el mundo de las Hadas, que contiene muchas imágenes transmitidas desde la Vieja Europa. En algunos escondrijos de Europa, como en mi propia Madre Tierra (N.d.T.: “Motherland” por no decir “Madre Patria”), Lituania, todavía fluyen ríos y manantiales sagrados y milagrosos; allí florecen arboledas y bosques santos, depósitos de vida floreciente, allí crecen árboles nudosos desbordantes de vitalidad y poseedores del poder para sanar; cerca del agua todavía se levantan Menhires, llamados “Diosas”, llenos de poderes misteriosos. La vieja cultura europea es la matriz de muchas creencias y prácticas posteriores. La larga y duradera memoria de un pasado ginocéntrico no podía borrarse, y no es sorprendente que el principio femenino juegue una rol formidable en el
mundo de los sueños y las fantasías subconscientes. Permanece como “el depósito de la experiencia humana” y es “estructura profunda” (en terminología jungiana). Para el Arqueólogo es una realidad histórica extensamente documentada.
La Cosmovisión de la Cultura de la Diosa La celebración de vida es el principal motivo en el arte y la ideología de la vieja Europa. No hay estancamiento; la energía de vida constantemente se mueve como una serpiente, espiral, o remolino. Vienen a la memoria los jarrones ricamente pintados de las culturas de Cucuteni, Dimini, Butimir y Minos, y se siente el movimiento, giro, ascenso, división y la energía creciente que ellos retratan, predominando la combinación espléndida de colores ocres y rojos, el color de la vida. Columnas de vida, tortuosas serpientes ascendentes, árboles frondosos, abejas, y las mariposas que suben desde tumbas, cuevas, fisuras, o del poderoso útero de la Diosa. Una de forma se disuelve dentro de otra. La transformación de humano en animal, serpiente en árbol, útero en pez, rana, erizo, y bucranio, bucranio en mariposa, era una percepción de la reemergente energía de la vida en otra forma. No estamos diciendo que la Muerte se descuidó. En el arte se manifiesta grandiosamente en huesos desnudos, sabuesos aullantes, lechuzas chillando, buitres en picada, y peligrosos jabalíes. La pregunta acerca de la mortalidad era preocupantemente difícil de comprender, pero la percepción profunda de la periodicidad de naturaleza basada en los ciclos de la luna y del cuerpo hembra, condujo a la creación de una fuerte creencia en la regeneración inmediata de vida en la crisis de muerte. No había simplemente muerte, sino únicamente muerte y regeneración. Y esta era la llave del himno de vida reflejado en este arte. Los símbolos e imágenes sagradas, Diosas y Dioses, sus pájaros y animales, las misteriosas serpientes, los batracios, e insectos, eran más verdaderos que los sucesos reales cotidianos. Ellos nos dan a conocer el contexto definitivo en que vivieron los viejos europeos. Estos símbolos constituyen el único acceso verdadero a esta vigorosa Cosmovisión centrada en la Tierra y en la adoración de la Vida, a través de los cuales nosotros podemos deducir el tipo de sociedad que creó estas imágenes. Freud habría denigrado tales imágenes como “fantasías primitivas”. Jung deseaba valorarlos como “los frutos de la vida interior que fluyen hacia afuera desde el inconsciente” ciente”. La Diosa en todas sus manifestaciones era un símbolo de la unidad de toda la vida en la Naturaleza. Su poder estuvo en la agua y las piedras, en las tumbas y cuevas, en animales y pájaros, serpientes y peces, colinas, árboles y flores. De aquí la percepción Holística y Mitopoiética de la santidad y el misterio de todo lo que hay en la Tierra. Esta aguda cultura tomó con deleite los portentos naturales de este mundo. Estos pueblos no produjeron armas mortales o construyeron fuertes en lugares inaccesibles, como sus sucesores hicieron, incluso cuando ellos adquirieron la metalurgia. En lugar de eso, ellos construyeron magníficos santuarios, templos y tumbas, cómodas casas en aldeas, villas de moderado tamaño, y crearon soberbias esculturas y alfarería. Este fue un largo y duradero período de estabilidad y creatividad notables, una edad libre de contiendas. Su cultura era una cultura del Arte. 10
Las imágenes y los símbolos reproducidos en este volumen afirman que la Diosa partenogenética ha sido el aspecto más persistente en el registro arqueológico del mundo antiguo. En Europa ella gobernó a lo largo de todo el Paleolítico y Neolítico, y en la Europa Mediterránea del principio al final de la Era del Bronce. La siguiente etapa, la del Dios guerrero patriarcal y pastoral, quien suplantó o asimiló el panteón matriacal de diosas y dioses, representa una etapa intermedia antes de la Cristiandad y la propagación del rechazo filosófico de este mundo. Se desarrolló un prejuicio contra el Paganismo y con el repudio de la Diosa todas ellas debieron resistir. La Diosa gradualmente se retiró a las profundidades de los bosques o a las cimas de montaña, donde ella permanece hasta hoy día en historias de hadas y creencias. Devino la enajenación de la humanidad desde las raíces vitales de vida terrestre, y los resultados son claros en nuestra sociedad contemporánea. Pero los ciclos nunca paran de retornar, y ahora nosotros encontramos la Diosa reemergiendo desde los bosques y las montañas, trayéndonos esperanza para el futuro, devolviéndonos a nuestras más antiguas raíces humanas.
la serpiente en espiral y los motivos oculares -toro: Estímulo de la enerHombre-toro: Centauro, Minotauro, Hombre gía de vida. Cepillo: La señal de energía asociada con la Diosa en su función de regeneración, frecuentemente asociada con vulva. Intercambiable con alas y botes. Símbolo apotropaico en la forma de un peine (N.d.T.: Apotropaico, [del griego apotropaios = horrible], se dice de los objetos, seres o símbolos que son considerados como una protección contra los sortilegios y los maleficios). Cerdo: El animal sagrado de la Diosa Encinta (Madre de Tierra). Chevron, Cheurán, Doble o TTriple riple ““V V ”: (Ver “V”) (Cheurón, Galón, Sardineta). Cierva, V enado: Madre primeriza como cierva/venado Venado: sobrenatural. Manifestación sagrada de la Diosa que da Nacimiento. Cisne: Una de las epifanías, manifestaciones sagradas, de la Diosa Pájaro, la regidora que brinda salud, suerte y felicidad. Asociado con la música. Colina: Simulacro de la barriga encinta de la Madre de Tierra (Diosa Encinta). Columna de Vida: El símbolo de vida que sube desde el agua; cueva, o la matriz en una variedad de formas, retratada en tumbas, templos, y en la alfarería; masas de agua, arcos múltiples, serpientes retorcidas verticalmente, árbol, árbol y serpiente combinadas, helecho o árbol de abeto, Falos, estalagmitas y estalactitas en cuevas. Cordón Umbilical o altibajo sobre las proyecciones de piedra (ven omphalos): La conexión serpentina entre la madre y la nueva vida. Aparece sobre imágenes de la Diosa en su aspecto de muerte y regeneración, la mayoría sobre la Diosa Lechuza. Corneja, Buharro: Manifestación sagrada de la Diosa de Muerte y Regeneración. Correlacionada con el cuervo, la lechuza, buitre. En la mitología Irlandesa, Badb es uno de los nombres de la Triple Diosa Céltica Hurrígan; en el Báltico; de Ragana (N.d.E.: La corneja es un ave similar a un cuervo pequeño, como un tordo o mirlo). Cuclillo: El pájaro profético de la Diosa (el “destino”), augurio de primavera y de muerte. Manifestación sagrada de la Diosa en la temporada de primavera, tornándose halcón en el otoño e invierno. También un pájaro de alma (los Cuclillos son parásitos de los nidos de otras aves, en los que ponen sus propios huevos. También son llamados “Pájaros Cucú” [En inglés, Cukcoo]). Cuerno: Signo de energía, el símbolo de transformación, intercambiable con el semicírculo y gancho. Cuervo: Manifestación sagrada de la Diosa de Muerte y Regeneración. En la mitología Germánica de las Valkyrias, en la Mitología Celta (Irlandesa) de Morrígan, y en la Mitología Celta Gala, de Nantotsuelta, todas Diosas interrelacionadas. (Ver corona, lechuza, buitre). Cueva: La matriz regeneradora de la Diosa. Culebra: Ver serpiente. Dolmen: Tumba de cámara rectangular o redonda (“mesa grande”) de Europa Occidental megalítica temprana. El dolmen de portal, es una tumba de cámara encontrada principalmente en Irlanda, pero también en Gales y Cornwall. La cámara rectangular de entierro comúnmente llega a ser más estrecha y se rebaja hacia la retaguardia; se acerca mediante dos porciones altas de portal que forman un portal miniatura o antepatio.
Glosario de Símbolos Abeja: Símbolo de regeneración y manifestación sagrada de la Diosa de Regeneración. Arcos múltiples: múltiples En columnas verticales: ascenso de la vida. Arroyo: La Diosa de la vida y el agua dadora de salud (ver manantial) y el agua de la lluvia que trae abundancia. Aves Acuáticas, Garzas: Principal Manifestación sagrada de la Diosa Pájaro en sus funciones de dadora de vida y salud. Barriga Encinta: Símbolo de fertilidad. En el Neolítico, de la Tierra, de la Madre del Grano (Ceres), y de la Madre de la Muerte Barriga: (Ver colina, horno, encinta.) Batracios (anfibios), sapos, ranas y lagartos: lagartos Epifanía (manifestación sagrada) de la Diosa en su función de regeneración; símbolos errantes del útero. Blanco: El color de hueso, simbólico de la muerte. Colores relacionados: amarillo, oro, ámbar, mármol, alabastro Bucranio: Cabeza y cuernos de Toro, simulacro de útero de una mujer; símbolo de regeneración (N.d.T.: es el Cráneo de un Bóvido, que simboliza el Útero y las trompas en el genital femenino interno). Buitre: Manifestación sagrada de la Diosa de la Muerte y Regeneración. Cabezas de serpiente o espirales en antítesis: Símbolos de energía, inicio de movimiento y torsión. Cabra, Macho Cabrío: Estimulador del despertar de la naturaleza, tutor de vida joven, es retratado flanqueando el árbol de vida. Participante en procesiones animales, símbolos del ciclo del tiempo. Cairn: Una pila o montículo redondo de piedras sobre sepulturas, a veces de piedras de cuarzo esplendoroso y blanco, símbolo del huevo (regeneración) o de la muerte (el color de hueso). (N.d.T.: Cairn, del galéico “Carn”. Se dice de cualquier parte “elevada” del cuerpo, paisaje, campo, monte, montaña, etc.) Carnero: Animal mágico, que trae la riqueza, sagrado de la Diosa Pájaro, asociado con las Aves Acuáticas (Garzas) y la Serpiente. Los cuernos del Carnero se intercambian con 11
El buque: “Vehículo” hacia después de la vida y la regeneración. En las tumbas y templos megalíticos, aparece en la asociación con la Serpiente y con la Diosa de Muerte y Regeneración. Sobre rocas de la Edad del Bronce del sur de Escandinavia, se representó con la serpiente; el árbol de la Vida, el sol, y escenas de culto. El círculo, solo o concéntrico: Grabado sobre rocas o sobre piedras levantadas, transmisor de la energía divina concentrada del centro (“piedras tacitas”, manantiales, menhires), relacionado con las danzas sagradas de anillo. El horno, el pan, formado como una barriga encinta: Símbolo de la barriga encinta de la Diosa de Fertilidad de Tierra; relacionada a la colina y montículo. El Sol: Símbolo de renovación estacional asociado con la Diosa de Muerte y Regeneración. Intercambiable con los Ojos de la Diosa, la Serpiente enrollada, y el cuerno de Carnero enrollado. Erizo: El símbolo del útero, Manifestación sagrada de la Diosa de Muerte y Regeneración. Muy probablemente deriva desde la forma del útero de la vaca. Espiral: Símbolo de energía, fuerza de la serpiente, abstracción simbólica de la serpiente dinámica. Falo, Phallus: El símbolo de la energía espontánea de vida correlacionado con la Columna de Vida, la planta y la seta, estrechamente vinculado con el Lingam de la India. Fusionado en esculturas con el cuerpo de una hembra, el falo incrementa el poder de vida de la Diosa Creadora. Figura Itifálica, V arón: Estimulador de la energía ascenVarón: dente de la Vida, intercambiable con Falos y Serpientes. (N.d.T.: representa un falo erecto. Itifálico: Del griego “ithus”, derecho, recto, erecto). Figuras dobles: Dos frutas que crecieron juntas, dos semillas, orugas, serpientes, falos, o templos y figuras humanas. El símbolo de la fortaleza de dos, Diosa de la Fertilidad estacional de la Tierra, en su dualidad estival - invernal, joven - vieja. Fuente, PPozo: ozo: Una fuente de vida poseída por la Diosa Dadora de Vida (Destino). El poder concentrado de vida bajo una piedra (el menhir), comúnmente rodeado por una zanja o círculo de piedra. Ganso: Una de la manifestaciones sagradas de la Diosa Pájaro como Repartidora y como la deidad que trae riqueza y nutrición. Garfio, Báculo: Símbolo de energía, la fuerza de la serpiente, relativo a el cuerno y la espiral. Golondrina: El pájaro profético de primavera. Gorgona, Máscara de Medusa: Horrible cara de la Diosa de Pájaro y Serpiente en su aspecto de muerte. Hacha: Símbolo de energía, a causa de su forma ásperamente triangular, simbólicamente está vinculada con el triángulo femenino (vulva). Hipogeo: Una tumba subterránea, la mayoría frecuentemente con forma de huevo, simbolismo de regeneración. La gran tumba de Hal Saflieni en Malta era de tres pisos altos con muchas cámaras en forma de huevos (N.d.T.: Bóveda subterránea donde los antiguos conservaban los cadáveres sin quemarlos. Capilla o edificio subterráneo). Huellas: Símbolo de la presencia de la Diosa, como una fuerza sanadora y estimulante; si está llena de la agua, se relaciona con marcas ahuecadas. Hueso: Símbolo de muerte. Falanges: Manifestación sagrada de la Diosa de Muerte Huevo: Símbolo universal de regeneración
Jabalí: Símbolo de muerte y regeneración. La boca: Como una depresión redonda o pico abierto de la Diosa de Pájaro: fuente de nutrición de esta Diosa. Como un rasgo con tres líneas emanando: la triple fuente de vida. La Seta, Hongo, Callampa: (Ver Falo, Phallus). Laberinto: Matriz regeneradora asociada con imágenes de la Diosa Lechuza y Pescado. Lechuza: El pájaro profético, mensajero de muerte; Manifestación sagrada de la Diosa como Manejadora de la Muerte; pero tiene calidad regeneradora. Las imágenes aparecen sobre estelas y tumbas megalíticas y urnas de Europa Occidental, sureste y Anatolia Occidental. Lente: (Ver semilla). Liebre: Manifestación sagrada de la Diosa en su función regeneradora. Líneas Dobles (Bilíneas): La preñez, dualidad, más de uno Líneas Ondulantes: El agua; arroyo. Líneas triples (T rilíneas), número tres: La totalidad, abun(Trilíneas), dancia, fuente triple, triple manantial; asociado con el las funciones de Dadora de Vida de la Diosa. M: La señal para la agua, relacionada al jeroglifo Egipcio “M”, en Griego Mu, y el emblema de la Diosa en su función de Dadora de Vida. Manos, divinas: Fuerza estimulante, protección contra las fuerzas de mal y de la muerte. Mariposa: Manifestación sagrada de la Diosa de la Regeneración, emerge desde un Bucranio. En el arte Minóico, emerge desde entre los cuernos de la consagración. Relacionada con el reloj de arena y la “X” (N.d.E.: es la imagen de Atenea [= la Diosa del Conocimiento = Alma = Psiqué = Mariposa] emergiendo de la cabeza de Zeus [= en su forma de Toro]). Matriz: Ver cueva, tumba, útero. Meandro: Agua; serpiente angular de agua; asociada con pájaros de agua, especialmente patos, y con La Diosa Pájaro (N.d.T.: recoveco de un camino o río. Adorno muy sinuoso y complicado). Menhir: Una piedra vertical. Manifestación sagrada de la Diosa Pájaro, donadora de la Vida y la Muerte (Destino). Montículo: La barriga encinta de la Madre Tierra, semejante a la colina y el horno. Nalgas: El símbolo de la fortaleza de dos, relacionado con los senos, fruta doble; la semilla doble, y otros dobles y considerado como la Diosa Creadora de Vida y las partes de su cuerpo encinta. En la representación de Diosa Pájaro, nalgas pronunciadas se imitan con el cuerpo de un pájaro (si se considera la imagen de perfil). Negro: El color de fertilidad. Oculi: (Ver ojos). Ojos: La fuente generadora de la necrótica Diosa Lechuza, asociada con el simbolismo acuático (arroyos, marcas ahuecadas). Intercambiable con soles resplandecientes, serpientes enrolladas, y cuernos de carnero. Omphalos: El ombligo de la Madre de Tierra, poder productor de vida concentrado, piedra o cumbre circular de una colina (barriga encinta de Madre encinta de Tierra), botón o altibajo sobre un menhir; serpiente o cordón umbilical sobre representaciones de la Diosa. La cabeza de la forma abstracta de una colina en la figura de la Diosa del arte megalítico. Oro, color de muerte: (Ver Hueso, Blanco). Oruga: Símbolo de transformación, relacionado con el cuerno y la luna creciente. 12
Oso: Primeriza dadora de vida; mujer encinta, (máscara de oso) madre. Pájaro: Principal epifanía (manifestación sagrada) de la Diosa como Donadora-de-todo, incluyendo la vida y la muerte, felicidad, y riqueza; alias de Destino. Pájaros de Agua (Patos, Gansos, Cisnes) traen felicidad, riqueza, nutrición. Las aves de presa (buitres, lechuzas, cuervos, cornejas) son los augurios de muerte y epifanías de la Gobernante de la Muerte; los pájaros proféticos (Cuclillo, Lechuza) profetizan la primavera, el casamiento, y la muerte; los Pájaros del Alma (Paloma, Cuclillo, y otros pájaros pequeños) son los asientos de las almas de los humanos muertos. Paloma: El pájaro de primavera y pájaro del alma. Pastilla: Con un punto, señal de la Diosa encinta, símbolo de fertilidad. Dos triángulos unidos en sus bases, se relacionan con el simbolismo del triángulo, regeneración. Pato: Principal manifestación sagrada de la Diosa de Pájaro en su función como repartidora y como la deidad que trae suerte, riqueza y nutrición. Peine: (Ver cepillo). Perro: Sabueso (Podenco, Galgo) blanco (gris), sagrado y manifestación sagrada de la Diosa de Muerte. Presagio de muerte. Por otra parte, estimulador y tutor de vida joven. Pescado: El símbolo del útero y regeneración, Manifestación sagrada de la Diosa en su función regenerativa. Piedra de la Novia, Brautstein: Palabra alemana para “Bridestone”, la “Piedra de la Novia”: una piedra que tiene el poder para conferir feracidad a mujeres yermas. La pulida superficie de estas piedras se ha formado por el repetido pulido de los traseros desnudos de las solicitantes (N.d.T.: en Chile existen muchas de estas piedras, como la llamada “Retricura”, en el Camino entre Curacautín y Lonquimay, que está cubierta de vulvas inscritas. No sólo se usan para mujeres, sino además para vacas que no pueden concebir). Piedra: el poder de la Diosa. (Ver brautstein, círculo, piedra agujereada, menhir, omphalos). Piedras agujereadas: Significan reptar a través del fortalecimiento con la energía de la Diosa almacenado en la piedra; renovación, iniciación, salud. (N.d.T.: en Chile, “Piedras Tacitas”) Piedras TTacitas, acitas, Marcas de TTaza, aza, “Cupmark ”: Una depre“Cupmark”: sión en la piedra llena del agua sagrada de la Diosa Donadora de Vida. La fuente de vida y la salud, relacionada al Ojo Divino (Ver ojos) y los manantiales (ver Fuentes). - (En Chile, "Piedras Tacitas"). Piés de pájaro: (Ver pies.) Pies de Pájaro: Pars pro toto de la Diosa de Muerte y Regeneración. Protuberancia: (Ver omphalos). Pulpo: Manifestación sagrada de la Diosa en su función regeneradora, retratado en sarcófagos minoicos tardíos. Rana o sapo: Símbolo del útero o “úteros errantes”. Manifestación sagrada de la Diosa de la Muerte y Regeneración. Red: La fuente, humedad, “agua de vida” o fluido amniótico, vello púbico, lana; asociada con el pescado, pastilla, triángulo, huevo, signos uterinos y las funciones de Dadora de Vida de la Diosa. Reloj de Arena (dos triángulos unidos en las puntas): Perfil antropomórfico simplificado de la Diosa de Muerte y Regeneración en su apariencia como un ave de presa. Las
garras de pájaro dan a conocer su identidad. Reno, Alce: (Ver ciervo.) Rojo: El color de vida. Sapo: Ver rana. Semicírculos, Medialunas: Señal de energía, símbolo de transformación, denotando la fase inicial del ciclo lunar. Semilla: El nacimiento y símbolo de la Vida embrionaria, homólogo de la vulva. Senos: Pars pro toto de la Diosa Pájaro en sus funciones de dadora de vida y nutrición o riqueza. En tumbas megalíticas, ellos representan las facultades regenerativas de la misma Diosa. Sepultura de galería: Tumba Megalítica como un pasillo con forma de vagina, típica de Bretaña. Fechada en 3000 a 2500 años a.C. Sepultura de pasaje: Categoría principal de las tumbas y cámaras megalíticas: un montículo redondo que cubre la cámara de entierro, al que se accede por un estrecho pasaje de entrada que es muy distinto de las Cámaras FFunerarias: unerarias: simbólico del útero y la vagina regenerativa de la Diosa. Se encuentran en Bretaña, Escocia, Irlanda, Gales, el noreste de Alemania y Suecia. Se han datado desde el V al III milenio a.C. Las grandes sepulturas con pasajes grabados (Gavrinis, Newgrange, Knowth) deberían llamarse “Tumbas Santuario”. Sepultura Megalítica: Una tumba construida de piedras grandes ("mega", grandes; "lithos", piedra). (Ver Tumba de Patio: Tumba, Dolmen, Sepultura de Galería, Sepultura de Pasaje) La mayoría de las estructuras megalíticas sirvieron como osarios y templos. Serpentiforme: Una serpiente enrollada, frecuentemente de 14 a 17 anillos, denotando la luna creciente, o con 29 a 30, simbolizando los días del ciclo de luna (mes lunar = 28 días). Serpiente: La fuerza de vida; símbolo transfuncional; espiral, fuente cósmica de vida, con un significado parecido al del Ojo Divino, la energía del Sol y de la Luna llena. Enrollada horizontalmente (ver serpentiforme), y enrollada verticalmente (ver columna de vida). Tablero de Ajedrez: El símbolo de la esfera de agua; del agua de la vida. Se alterna con la red (Ver red). Torbellino, Remolino: Símbolo de cuatro esquinas y cruz. Señal de energía, comúnmente asociado con la Columna de Vida y la Diosa Ascendente de la Regeneración, sirve como estimulador. Toro: El símbolo de la Fuente de Vida y Regeneración. Manifestación sagrada de la Diosa de la Regeneración. Aparece con unas cabezas de un buitre sobre sarcófagos Minoicos. Es el animal sacrificial en los ritos funerarios. Tortuga: El símbolo de regeneración, Manifestación sagrada de la Diosa en su función regenerativa, relacionado con la rana y el erizo. Triángulo Púbico: (Ver triángulo, vulva). Triángulo: Matriz regenerativa de la Diosa, el más antiguo de todos los símbolos conocidos (hay registros desde el Paleolítico) Tumba: La Matriz regenerativa de la Diosa (Ver Hipogeo, Sepultura megalítica). Tumbas de PPatio atio (Court tomb): Tumbas de Cámara de forma antropomórfica se encuentran en el sudoeste de Escocia e Irlanda del norte, de aquí viene el nombre alternativo “Tumbas de Clyde Carlingford”. Los aspectos esenciales incluyen un trapecio elongado o triangular formando 13
Vellocino: La señal de Diosa Pájaro; aparece sobre telares, pesas y estatuillas de Diosas Pájaros. Vulva: Los genitales femeninos externos como la parte productora concentrada de la Diosa en su función de Dar Nacimiento. También un término genérico para las formas de vulvas: el óvalo, semilla o lente, y triángulo. Pars pro toto de la Diosa encontrados sobre rocas desde el Paleolítico Superior. X: Signo de cuatro esquinas y emblema (bandas en cruz) de la Diosa de Pájaro. Sobre sellos y figurines se asocia con el cheurón. Enmarcada: intercambiable con el reloj de arena y la mariposa.
un recordatorio que finaliza en un antepatio sin techo semicircular. El patio da apropiado acceso a la cámara de entierro, que es una galería de dos o más cámaras o se plantea en una forma antropomórfica (de Diosa). Fechada circa 3500-2200 a.C. Útero: Símbolo de regeneración de la matriz de la Diosa, tumbas con forma de matriz, y cuevas; en forma zoomorfa, aparece como pescado, rana o sapo, erizo, y bucranio. V: El emblema de Diosa de Pájaro desde tiempos Paleolíticos Superiores, derivó desde un triángulo (el triángulo púbico, la vulva). Un símbolo primordial en el manuscrito sagrado de la vieja Europa.
Los tipos de Diosas y Dioses La evidencia obtenida de la Europa arcaica da a conocer nítidamente los estereotipos de las divinidades, incluyendo formas antropomórficas, pájaros, serpientes, y otros animales híbridos. Ellas se han agrupado en los siguientes tipos:
te en espiral y la espiral, son sus emblemas. La corona es símbolo de condición, sapiencia, y omnisciencia. Como una tutora de la energía de la vida y su continuidad, ella se adoró en altares caseros.
La Diosa Pájaro:
La Diosa de ave de presa:
(Figuras. 2, 8-13, 15, 16, 39, 41, 42) Ella aparece con un pico o una nariz picuda, largo cuello, peinado o corona larga, senos femeninos, alas o proyecciones similares a alas, y nalgas femeninas sobresalientes planteadas en la forma del cuerpo de un pájaro. Ella no tiene boca, pero a veces una depresión redonda ocupa su lugar. Su postura es erecta, pero la parte superior de su cuerpo está doblada hacia delante como un pájaro. Los meandros, la letra “V”, y los cheurones son sus símbolos. Ella se asocia con el número tres, como una fuente triple y con el martinete, su animal sagrado. Los cheurones múltiples, senos, y un símbolo de ojos y pico son los diseños decorativos típicos sobre jarrones asociados con ella. Ella fue adorada en altares caseros y templos desde el Neolítico temprano.
(Figuras 285-302) Aparece como Mensajera de la Muerte o la propia Muerte en la apariencia de un Buitre, Lechuza, u otras aves comedoras de carroña y de presa; pero también personifica la propiedad de regeneración. En las tumbas megalíticas de Europa occidental, ella aparece como una Lechuza u otra ave de presa en estelas de piedra, grabados, y pinturas. En forma reducida, ella simplemente se expresa como senos o vulvas. Sus ojos sobrenaturales son intercambiables con las espirales de serpiente, los cuernos de carnero, y soles resplandecientes. En las sepulturas de cremación del Danubio Europeo y de Anatolia occidental, la lechuza toma la forma de una urna. La Diosa Lechuza y Buitre se asoció con los símbolos de regeneración y energía: los laberintos, cordones umbilicales, espirales, serpientes, círculos concéntricos, arcos concéntricos, las marcas de taza, ganchos, ejes, y ciclos y semicírculos de la Luna.
La Diosa antropomórfica que da nacimiento: (Figuras. 172-76) Este aspecto de la Diosa es retratado en una postura naturalista de parto. Ella se evidencia bien en el arte Paleolítico y luego en la Vieja Europa. Los retratos de vulvas sólo pueden haber servido como pars pro toto de esta Diosa. Sus principales manifestaciones sagradas son el ciervo-cierva, gamo-gama, y oso.
La Diosa como Triángulo y Reloj de Arena: (Figuras 373-82) Ella aparece en cuevas, tumbas subterráneas, y sepulturas megalíticas como una matriz regeneradora. Pintada sobre jarrones, esta forma representa participantes en bailes rituales de anillo. El pájaro araña, adjunto a la forma de reloj de arena, se identifica como otra manifestación de la Diosa de ave de presa.
La Nodriza o la Madre que Sostiene un Niño: (Figura 184) Ella fue retratada en figuritas “jorobadas” o en ejemplos más articulados-, como una Madona (“Nuestra Señora”, “Virgen”) con máscara de oso que carga un saquillo de bebé. Las imágenes de enfermera o madre también aparecen en la forma de serpientes y pájaros (Fig. 211).
La Diosa desnuda, tiesa como muerta: (Figuras 308-18, 320) Ella se retrató con los brazos plegados estrechamente prensados en su seno y con las piernas cerradas estrechadas. Ella está enmascarada. Su gran y sobrenatural triángulo púbico es el centro de atención. Una imagen reducida de ella es un hueso o falange, sin decorar, o con ojos (lechuza) circulares (Figs. 91, 92). Sus imágenes se han hecho con materiales del color del hueso, mármol, alabastro, piedras blanquecinas o arcilla, y el propio hueso. Ella se evidencia desde el Paleolítico Superior a través de la Vieja
La Diosa Serpiente: (Figuras 200-215) Ella tiene manos y pies similares a serpientes, una boca larga, y ojos redondos; ella usa un cuervo o corneja. La serpiente y sus derivados abstractos, la serpien14
Europa, con una extensión en el Segundo milenio a.C.. en el área Egea y el valle de Danubio. Ocasionalmente su aspecto se retrató como ave de presa y una serpiente venenosa, que traicionan su identidad con la Diosa de Serpiente y Pájaro en su aspecto de dadora-de-muerte.
La Diosa Encinta (Figs. 216-19) Ella fue retratada de modo natural, como una mujer desnuda con manos puestas sobre su abultado vientre. Su gordura es enfatizada y equivalente a la fertilidad de los campos. Su imagen se asoció con las semillas, triángulos, serpientes, los símbolos de huevos y frutas dobles, y dos o cuatro líneas. Su animal sagrado en la Vieja Europa Vieja y períodos posteriores es el cerdo (Figs. 225, 227). Aunque se la registró en el Paleolítico Superior, esta imagen probablemente llegó a ser la "Madre de Grano" (Ceres) no antes del Neolítico Temprano. Ella es la imagen dominante en las fases tempranas del Neolítico, comúnmente encontrada en plataformas de hornos. Su barriga es un horno o montículo abultado.
La Diosa Sapo-Rana (Figs.. 387-96) Aparece en el Paleolítico Superior en forma de batracio antropomorfo, y continúa a lo largo de la prehistoria e historia. Durante el Neolítico, las imágenes de la rana con cuerpo hembra y cabeza humana son encontradas como desagravios sobre los jarrones y paredes de templos, esculpidas sobre mármol, piedra verde, piedra negra y otras piedras, o modeladas en arcilla. La imagen es una manifestación sagrada de la Diosa de la Regeneración. Los sapos y ranas son homólogos del útero regenerador.
El Señor de los Animales: El Dios Varón Sosteniendo un Gancho
La Diosa Puercoespín:
Él puede él un precursor, por una parte, de los Silvanos, Faunos, y el Dios Pan, protectores y espíritus del bosque, de los cazadores y animales de bosque, quienes también sostienen ganchos; y por la otra, un descendiente de las Figuras vestidas con pieles de animal del Paleolítico Superior (“El Dios Brujo danzante” de la caverna de Trois Freres).
(Figs.. 379-404) Otra manifestación sagrada de la Diosa en la función de regeneración. Aparece en la forma de un Puercoespín con una cabeza humana. Muy probablemente la imagen deriva de la forma de útero animal. Este símbolo ha sobrevivido hasta el Siglo XX, como un encanto potente contra la esterilidad.
Daimon de la Fertilidad y Regeneración En forma de un hombre juvenil itifálico, posición fálica, falo o serpiente, un asistente de la Diosa en los ritos de la primavera de la tierra (Fig. 278), él es un probable precursor del Hermes Griego, Dios de la Suerte y el incremento y protección de las bandadas, también el Aker-beltz y el Sugaar Vasco; la Cabra Negra y la Serpiente masculina. Los otros representantes del principio masculino, tales como hombres desnudos con máscaras de pájaro, probablemente son las representaciones de participantes en rituales o devotos de la Diosa.
La Diosa Pescado (Figs. 405-10) Un híbrido de mujer y pez marcado con un diseño laberíntico o red simbólica de poder generador o humedad uterina. El pescado debe haber sido homologado con el útero de la Diosa desde a más tardar el Paleolítico Superior, y como tal, continúa a través de la prehistoria y la historia temprana. Los pies de pájaro mostrados sobre las esculturas de Diosa Pescado, identifican su función como Diosa de Muerte y Regeneración.
Dios de Renovación Anual: Vigoroso y Pesaroso
La Diosa Mariposa y Abeja
(Figs. 281, 282, 284) Él se retrató como un hombre pacífico o juvenil que se sienta sobre un taburete, con las manos descansando sobre las rodillas apoyadas en su barbilla. Dado que las figuras pesarosas se encuentran juntas con figuritas sentadas que probablemente representadas a las diosas de cosecha (“Viejas Brujas”), puede presumirse que ellos retratan a un Dios de la Vegetación agonizante. Las esculturas masculinas con máscaras de Cabra puedes representar el aspecto juvenil de una forma temprana de Dionysos.
(Figs. 420-32) Una manifestación sagrada de la Diosa de Regeneración que sube desde un Bucranio (ídem al útero) o desde cuevas y tumbas. Ella se retrató como un insecto con características humanas o como una mujer con la cabeza y las extremidades de insecto. Destacada en las bóvedas subterráneas (Hipogeo) del Neolítico y en la religión Minoíca.
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La Tradición Capítulo I de: “Atlántida: El Mundo antes del Diluvio” de Otto Muck Todo cuanto sabemos sobre la Atlántida se halla contenido en los dos célebres diálogos de Platón que han recibido sus nombres del pitagórico Timayo (1) y del hermano de la madre de Platón, Cricias el Joven (2). Se hallan estrechamente unidos a la obra de Platón sobre Política (Politeia), que consta de diez volúmenes. En relación con las condiciones exactamente especificadas y justificadas por Sócrates, el maestro de Platón, que, según él, debe reunir un Estado ideal, el relato de la Atlántida constituye un magnífico ejemplo histórico de un estado existente en la antigüedad, bien definido en cuanto al tiempo y al espacio. Los diálogos sobre este tema tuvieron lugar en el Pireo, un día en que se celebraba la festividad en honor de la diosa tracia Bendis (3), entre Sócrates, Glauco, Adeimantos y otros. El día siguiente el diálogo fue proseguido entre Sócrates, Cricias el Joven, Timayo, Hermócrates (4) y un cuarto personaje a quien no se nombra y que bien pudiera ser el propio Platón. Al final Sócrates, que era quien dirigía el diálogo, invitó a quienes participaban en él a encontrarse de nuevo para discutir sobre sus argumentos en pro y en contra. Con la llegada de los tres mencionados en primer lugar, empieza el diálogo de Timayo. Es Sócrates quien lo inicia: hace repetir a Timayo lo tratado el día anterior en las preguntas y respuestas; les recuerda su promesa de que sus aportaciones constituyen el tema del diálogo y termina con las siguientes palabras:
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— …en consecuencia llegasteis a la unánime conclusión de remunerarme con vuestros relatos de mi hospitalidad; y, por mi parte, estoy dispuesto a recibirlos en este sentido y a prestarles toda mi atención. — Hermócrates: —Y ciertamente, como afirmaba hace poco nuestro Timayo, no ha de faltar, ¡oh, Sócrates!, ni nuestra buena disposición ni tenemos que oponer a este deseo objeción alguna. — Y así lo hemos manifestado ayer cuando entramos en casa de Cricias, en cuya ocasión seguimos nuestro diálogo y antes también, en nuestro camino hacia aquí. A esto nos indujo esa historia procedente de un tiempo lejano. — Cuéntanoslo ahora, ¡oh, Cricias!, para comprobar si es que corresponde o no a nuestro tema. — Cricias: —Esto será si es que agrada también al tercer participante, a nuestro Timayo. — Timayo: —Ciertamente. — Cricias: —Escucha, pues, ¡oh, Sócrates!, una historia ciertamente muy singular, pero verdadera según la relataba
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en su tiempo Solon (5), el más sabio de los siete. Era, en realidad, pariente y muy íntimo amigo de nuestro tatarabuelo Drópides, cual lo declara repetidamente en sus poesías. A nuestro antepasado (6), según este anciano nos ha comunicado repetidas veces, le dijo que existían grandes y admirables hechos relacionados con un Estado que existió en la antigüedad, el cual había caído en el olvido a causa del tiempo transcurrido y de la desaparición de los hombres; entre todos ellos había uno muy importante, pensando en el cual, en forma conveniente, no sólo a ti te damos las gracias sino que dedicamos nuestro relato a la diosa en su festividad, a manera de canto de alabanza. Sócrates: —Bien dicho. Pero ¿qué hecho es ese que Cricias designaba como no transmitido, pero, sin embargo, verdadero, sobre un Estado de la antigüedad referido por Solón? Cricias: —Os voy a relatar una vieja historia de un hombre que ya había transpuesto la juventud. Y es que Cricias el Viejo, según él mismo decía, se hallaba próximo a cumplir los noventa años, mientras yo sólo tenía diez. Precisamente era el día de la mocedad de los apaturios. La misma costumbre propia de la actual celebración de dicha fiesta era la que entonces privaba entre los adolescentes: los padres establecían premios para el que mejor recitara poesías. Así, pues, se declamaban muchos versos de variados poetas, Y, como en aquel tiempo las poesías de Solón aún eran nuevas, muchos eran los niños que las recitaban. Y uno de ellos, que pertenecía a la misma fraternidad y qué, ya sea porque tal fuera su verdadera opinión o que lo dijera para complacer a Cricias, afirmó que Solón le parecía no sólo el más sabio sino, en cuanto a poesía, el más noble entre todos los poetas, al oír lo cual el anciano (¡cuán bien me acuerdo de ello!) se alegró mucho y dijo riendo: "Esto estaría muy bien, ¡oh Aininandros!, si no considerase el arte de la poesía como una mera ocupación accesoria, sino que, como hacen otros, se entregase a ella cor todo afán y hubiese dado cima al relato que ha traído de Egipto (7) y no se viese obligado por las inquietudes y por el desasosiego que a su regreso encontró aquí, a dejarlo estar..., de ser así, por lo menos según mi opinión, ni Hesiodo ni Homero ni poeta alguno habrían llegado a ser más célebres que él". Pero de qué relato se trataba, ¡oh Cricias! — dijo aquél. De un relato muy importante —contestó el interpelado— y de un hecho digno en verdad de la mayor celebridad
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entre todos los que este Estado ha llevado a cabo, pero del cual, a causa de la inmensidad del tiempo y de la desaparición de aquéllos que fueron sus protagonistas, no ha llegado noticia alguna hasta nuestros tiempos. Empieza tu relato desde el principio — le rogó aquél —. Explícanos, y de qué manera y de quién lo supo Solón, a lo cual se debe que pueda referirlo. Hay en Egipto —contestó el otro—, en el Delta, en cuya punta el Nilo se subdivide en varios brazos, una comarca que se llama la Saitica. En ella, Sais es la ciudad más importante; de ella era oriundo el rey Amasis (8). Una diosa era considerada como la fundadora de la ciudad, la cual, en Egipto, es designada con el nombre de Neith (9), mientras que en Grecia todo el mundo la designa con el nombre de Atenea (10). Aseguran también ser buenos amigos y hasta, en cierto modo, parientes de los atenienses. Al llegar allí, así lo refiere Solón, fue recibido con grandes honores; por lo demás, pudo comprobar, al enterarse de las viejas historias que le relataron los eruditos sacerdotes que, como todos los griegos, casi nada sabía de todo aquello. Ante todo, y para inducirles a hablar de los tiempos antiguos, empezó a referirles las más viejas historias de nuestra tierra, de Foioneo, llamado "el primero" (11), y de Niobea, y, después, del diluvio, de Deucalión y Pirra (12), de cómo fueron salvados, así como de sus descendientes; y, al recordar los años que habían transcurrido desde que todo aquello que refirió, había sucedido, trató de determinar la época en que había ocurrido. Pero uno de los sacerdotes, hombre ya anciano, dijo "¡Oh, Solón, Solón! Vosotros los helenos seréis siempre niños: no hay ninguno de vosotros que sea viejo". Y cuando aquél lo oyó, exclamó: ¿Por qué lo dices? Sois jóvenes —replicó aquél— porque vuestra inteligencia sigue siendo joven; pues no poseéis ningún conocimiento antiguo que tenga sus raíces en una tradición ancestral ni conocimiento alguno que haya recibido la patina del tiempo. tiempo La causa de ello es la siguiente: muchas han sido las destrucciones de seres humanos que han ocurrido en distintas formas como seguramente seguirán ocurriendo en el porvenir, la mayoría a causa del fuego y del agua, y las menos de las veces por otras mil causas. Lo que entre vosotros se cuenta de que una vez Faetón el hijo de Helios (el Sol) (13) una vez unció el carro de su padre y, al lanzarse a la carrera, no pudo seguir el camino que aquél acostumbraba a recorrer debido a lo cual abrasó la Tierra hasta que fue muerto por un rayo, se cuenta como algo que tiene el aspecto de una fábula; pero lo cierto es que cuando los astros que se movían por el cielo alrededor de la Tierra, se salían de sus órbitas, a causa del fuego a que ello daba lugar se producía la destrucción de todo cuanto se hallaba sobre la Tierra. Como es natural, quienes vivían en las montañas y en las altas mesetas y habitaban parajes donde reinaba la sequía perecían en mayor número que aquellos que habitaban en las márgenes de los ríos y a la orilla del mar. Para nosotros el Nilo, como para otras muchas cosas, fue el salvador, pues nos sacó de este apuro al desbordarse más allá de sus orillas. Cuando, en cambio, los dioses limpiando la Tierra con las aguas, desencadenan un diluvio, los que viven en las montaña salvan los rebaños de bueyes y de carneros; pero quienes, como vos otros vivís en las ciuda-
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des, sois arrastrados al mar por la corriente de los ríos. En cambio, en nuestro país ni en este caso ni en otro cualquiera cae el agua desde lo alto sobre los campos. Más bien está dispuesto por la naturaleza que todo surja desde las tierras que se hallan en la parte baja de la Tierra. Debido a ello lo que contiene nuestro país se considera lo más antiguo: lo cierto es que en todos aquellos lugares en que no hace ni excesivo calor ni intenso frío lo antiguo se conserva y perdura a través de generaciones más o menos numerosas. Y todo cuanto de bello, grandioso o importante ocurrió entre vosotros, tanto aquí como en otros lugares, así que se tuvo conocimiento de ello, fue escrito en las crónicas de los templos y así se conservó memoria de ello (14). Sin embargo, entre vosotros como entre los demás pueblos, todo ha sido dispuesto de nuevo en escritos, así como todo cuanto constituye la necesidad de los respectivos Estados. Y en el transcurso de años cae del cielo un nuevo diluvio cual una enfermedad dejando sólo a los ignorantes y a los que no han estudiado, de suerte que tenéis que principiar de nuevo y así sois siempre jóvenes y no sabéis nada de lo que en tiempos remotos ocurrió aquí ni hasta lo que tuvo lugar en vuestro propio solar. Y es así como lo que hace poco, ¡Oh Solón!, nos contabas de las generaciones que se han sucedido entre vosotros, apenas se diferencia de un cuento infantil; en primer lugar, sólo recordáis un diluvio ocurrido en la Tierra a pesar de que antes ocurrieron muchos más; tampoco sabéis que la primera y la más bella generación de seres humanos vivió en vuestro país, la generación de la cual tú y vuestro Estado actual descendéis porque de ella sobrevivió una pequeña estirpe; todo esto ha permanecido oculto para vosotros porque los supervivientes vivieron y murieron durante largos períodos de tiempo sin dejar nada escrito. El estado habitado por los atenienses existía ya, ¡oh Solón!, antes del gran cataclismo causado por las aguas (15), tanto por lo que se refiere al ejército como a todo arte ordenado por sabias leyes. Y hasta te diré que se le atribuyen las acciones más hermosas y la condición más notable de todo cuanto existe bajo el cielo y de las cuales ten gamos noticia. Al oír tales palabras, refirió Solón, se había admirado y había suplicado con toda vehemencia a los sacerdotes que le contaran todo por el orden en que había acaecido, referente a los ciudadanos de antaño. A lo cual contestó el sacerdote: No quiero ocultarte, ¡oh Solón!, y no sólo para darte gusto a ti y a vuestro Estado, sino, sobre todo, para complacer a la diosa que cupo en suerte a vuestro Estado y al nuestro, educándonos y elevándonos, que el vuestro se constituyó unos mil años antes que el nuestro, después de que las estirpes de Gea y de Hefaisto fuesen recibidas por vosotros mucho antes de que lo fueran por los nuestros. Para la fecha de esta fundación figura en nuestros libros sagrados la cifra de nueve mil años. Así pues, de vuestros ciudadanos que vivieron hace nueve mil años, dentro de poco te explicaré las leyes y las más notables hazañas que realizaron; en cuanto a los detalles más precisos, trataremos otra vez en forma ordenada y teniendo a mano los escritos. Por lo que a leyes se refiere podemos imaginárnoslas teniendo en cuenta las que aquí rigen, pues mucho de lo que estaba entonces en vigor entre vosotros lo hallarás
ahora aquí. En primer lugar, el sacerdocio está separado de todas las demás profesiones; después sigue la de los menestrales que trabajan cada cual para sí sin mezclarse con los demás; después sigue la de los pastores, de los cazadores y de los cultivadores de la tierra. Y seguramente habrás también observado que el estamento de los guerreros también está aquí, distanciado de todos los que las leyes les prescriben que no se ocupen de otra cosa más que de las cuestiones inherentes a la guerra. Por lo demás es digno de ser notado su armamento, que consiste en escudos y lanzas de los cuales nos hemos provisto entre los pueblos del Asia después que la diosa (como en vuestro país en primer lugar) los hubo mostrado. Por lo que hace referencia a inteligencia, desde luego debes reconocer el estricto cuidado que la ley pone aquí en sus fundamentos, ya que toma en consideración todo cuanto se sabe de la ordenación del mundo hasta por medio de los augurios y la quiromancia tratando de hallar en estas ciencias, que son de naturaleza divina, lo más apropiado para el hombre como también se intenta de las demás ciencias que guardan relación con ellas. Todo este orden, toda esta organización, se debe a la diosa desde el momento en que fundó vuestro primitivo Estado, después de escoger aquel lugar en que también vosotros habéis nacido, pues comprendió que la combinación más apropiada de las estaciones sería allí donde crearía a los hombres más inteligentes. Y como precisamente la diosa ama tanto la guerra como la sabiduría, eligió el sitio en que nacerían los hombres que más se asemejarían a ella y, desde un buen principio, fundó con ellos un Estado. Y es por esto que vivís en posesión de tales leyes y además os distinguís por una administración sabia y por una perenne actividad que os diferencia de todos los demás mortales cual corresponde a los vástagos y a los preferidos de los dioses. Por esto pueden admirarse hechos tan grandiosos de vuestro Estado. Pero sobre todo hay uno que se destaca de los demás por su magnitud y su excelencia. — Las crónicas nos informan, en efecto, de cuál fue la gran potencia que una vez fue vencida por vuestro pueblo cuando, irrumpiendo desde el océano Atlántico, invadió en forma avasalladora los territorios de toda la Europa y el Asia. Pues en aquella época lo que hoy es mar, podía ser recorrido en carros. Delante del estrecho que hoy día, en vuestro idioma, designáis con el nombre de "Columnas de Hércules" (16), había una isla. Esta isla tenía una extensión superior a la Libia y al Asia Menor juntas; desde ella, quienes viajaban podían trasladarse pasando sobre las demás islas (17) a la tierra firme (18) que está en frente y que, en realidad aquel mar bordea (19). Y todo lo que se halla dentro del estrecho de que estamos hablando, aparece como una ensenada con un angosto acceso. — En esa isla del Atlántico había un reino inmenso y admirable que no sólo dominaba sobre parte de aquella tierra firme; también ejercía su soberanía sobre las tierras interiores de Libia hasta el Egipto y Europa hasta el mar Tirreno. — Esta gran potencia trató una vez de someter tanto vuestra nación como la nuestra, y cuanto se halla de la parte de acá del estrecho, para lo cual emprendió una atrevida expedición guerrera. Fue entonces, ¡oh Solón!, cuando vuestro pueblo hizo patente todo su poder dejando admiradas a las gentes por su valor y por su energía. Pues excediendo a todos en bravura y en capacidad guerrera,
puesto a la cabeza de todos los helenos, aleccionado por la caída de todos los demás, solo y viéndose en un inmenso peligro, por una parte derrotó al enemigo alcanzando señaladas victorias y por otra impidió que los pueblos que aún no se habían sometido, lo fueran. Y a los demás que vivían dentro de las fronteras heráclicas les dio, sin envidia, la libertad. Pero más tarde, cuando se produjeron unos inmensos terremotos y unas grandiosas inundaciones, en el transcurso de un solo y aciago día y una sola noche toda la numerosa y aguerrida generación de vuestro pueblo quedo sepultada en tierra y también desapareció la isla Atlántida, hundiéndose en las profundidades del mar. Por esto el mar, en aquellas regiones, no es hoy día navegable, no siendo posible que lo atraviesen las naves porque lo impide el lodo que dejó la isla al hundirse y que alcanza una gran altura". — Y esto que acabas de oír, Sócrates, según nos dice Solón, es lo que constituyó en forma abreviada el relato de Cricias el Viejo. Pero ayer mismo, cuando nos hablabas del Estado y de los hombres de que hiciste mención, me ha maravillado, cuando acudía a mi memoria lo que acabo de referir, como se me ocurrió admirar como tú, en forma verdadera mente asombrosa, estaban en general tan de acuerdo con lo que había relatado Solón (20). Pero no quise decirlo en seguida, pues en aquel momento no tenía una noción adecuada de la duración del tiempo. Reflexioné que era necesario volverlo a recordar todo y. sólo después de madura reflexión, hablar de ello. Y por esto me declaré tan pronto de acuerdo con lo que tu ayer nos has propuesto, porque era de opinión de que aquello que en semejantes casos resulta lo más difícil, o sea convertir en tema de conversación la materia que corresponde a lo que se requiere, nos resultaría bien. Y así es, como ayer mismo, cuando me iba de aquí, empecé a refrescar mi memoria; y después, cuando me des pedí de vosotros, fui repitiéndomelo todo durante la noche, haciendo cuanto me fue posible para recordarlo. Y, en realidad, todo cuanto se afirma es verdadero: lo que de niño se ha aprendido se recuerda siempre en forma maravillosa. De lo que ayer escuché, en realidad no sé si podría retenerlo todo en la memoria; pero, en verdad que me asombraría si hubiese olvidado nada de cuanto oí decir hace tanto tiempo. Cuanto el anciano me refirió fue escuchado entonces por mí con tan infantil placer, que muy a menudo volvió sobre el tema dirigiéndole nuevas preguntas; y así es como ha quedado impreso en mí cual los vivos colores de un inextinguible lienzo. Y esto mismo que ahora he dicho es lo que me repetí por la mañana y es esto precisamente lo que nos ha procurado largo tema de conversación. — ¡Y ahora estoy dispuesto!, ¡oh Sócrates!, a examinar cuanto se ha relatado, no solamente en sus puntos esenciales, sino en sus detalles. Considerando como reales a los ciudadanos y al Estado que ayer nos mostraste como en un poema. Vamos, pues, a imaginárnoslo de nuevo cual si este Estado estuviese aquí y esos ciudadanos, que trajiste a tu memoria, fuesen aquellos verdaderos antepasados nuestros de los cuales ha hablado el sacerdote. No hay duda que concordarán, y no nos apartaremos de lo verdadero si afirmamos que fueron los mismos que realmente vivieron en aquella época. Y todos juntos, repartiéndonos entre nosotros el tema, trataremos de corresponder con todas las fuerzas a lo que nos has encargado. Trátase, pues, de comprobar, ¡oh Sócrates!, si esta materia nos 18
corresponde por su significado o si, en vez de ella, tenemos que buscar otra". — Sócrates: —Pero "cuál, ¡oh Cricias, podríamos aceptar de mayor grado en su lugar para servir de ofrendo en el día de hoy a la diosa, que fuera el más apropiado por su relación con ella y que, al propio tuviese la gran ventaja de no ser un relato imaginado, sino una historia verdadera? ¿Cómo y dónde podríamos dar con otro tema de no hacer uso de éste? ¡Sería imposible! Por fortuna tú puedes hablar y, por mi parte, en compensación a mis discursos de ayer, te escucharé en silencio".
que unos hubiesen tratado de adquirir para sí, mediante una lucha, lo que correspondía a los demás. Más bien recibieron bajo el dictado de la justicia las partes que deseaban y eligieron esas comarcas para que les sirvieran de morada; y mientras levantaban sus palacios nos criaban a nosotros los hombres cual hacen los pastores con sus rebaños, como propiedad suya, como criaturas que les pertenecían, pero no dominando a los cuerpos por medio de penas corporales cual los pastores guían a sus rebaños por medio de los golpes, sino haciéndose dueños de las almas. Así, las guiaban de acuerdo con su voluntad como al más dócil de los animales, como se guía a una nave desde su parte posterior por medio del timón; y tal como se portaban con nosotros es como guiaban a todas las estirpes de mortales. — Procuraban embellecer los lugares que habían recibido (unos éstos, otros aquéllos). Hefaisto y Atenea, que poseían un carácter común y, pues que procedían del mismo padre, una naturaleza parecida, debido a su amor por la verdad y el arte, tenían las mismas aspiraciones y ambos recibieron la misma parte, o sea esta tierra favorecida por la Naturaleza, que debía servir de asiento a la virtud y a la inteligencia; después de establecer como aborígenes a gentes que se distinguían por su reconocida bravura, inspiraron a su espíritu la ordenación del Estado. De esos seres excepcionales nos ha sido dable conservar los nombres; pero, en cuanto a sus hazañas, a causa de la desaparición de aquellos que fueron los descendientes de nuestros antepasados y a causa de la inmensidad del tiempo transcurrido, han caído en el olvido. Pues la generación que sobrevivió fue, según ya se ha dicho, la que habitaba en las cumbres, gentes que no conocían las ciencias, que sólo sabían los nombres de los soberanos y muy poca cosa de sus hechos heroicos. Y así se contentaban con indicar sus nombres a sus descendientes; las obras y las leyes de los antepasados no las conocían, a excepción de algunas oscuras tradiciones sobre hechos aislados; todo lo relativo a sus antecesores lo tenían descuidado, así como cuanto había acaecido hacía mucho tiempo, porque, durante muchas generaciones, carecieron de lo necesario, y tanto ellos como sus hijos tenían puestos todos sus sentidos en conseguir cuanto les hacía falta; y de ello sí que han dado razón. Pues el estudio y la exploración de los antiguos llegó a las ciudades sólo después de pasado mucho tiempo, tanto que, por lo menos algunos tenían ya cumplidas sus necesidades, Y así fue cómo los nombres de los antepasados, pero no sus hazañas, se conservaron. Esta afirmación la apoyo en el hecho de que Solón contaba que con los nombres de Kecrop, Erechteo, Erichtonio, Erisichton y la mayor parte de los demás nombres de los antepasados de Teseo que fueron nombrados, los sacerdotes los citaron casi a todos refiriéndose a la guerra que entonces tuvo lugar, y asimismo citaron los nombres de las mujeres (dado que en aquella época tanto los hombres como las mujeres se dedicaban al arte de la guerra) (22). Y así fue seguramente, porque siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, erigirían en sus templos la imagen de una diosa armada, lo cual es una prueba de que todos los seres que se aparean de uno y otro sexo pueden, por su naturaleza, ejercer la ocupación que más conviene a su común gusto y parecer. — En aquella época vivían también en esta tierra las demás castas de ciudadanos que se ocupaban de oficios ma-
Y Cricias desarrolló entonces una cierta ordenación del diálogo. Se había decidido que, en primer lugar, hablara Timayo y que, como entendido en las estrellas y en el estudio de la Naturaleza, empezara con la creación del mundo sobre la idea de la belleza y de la bondad, terminando con la exposición de la naturaleza humana. Después seguiría informando Cricias sobre los antepasados de los atenienses y sobre sus enemigos. Esta continuación anunciada en el diálogo de Timayo constituye el segundo diálogo de Cricias. Empieza con las últimas palabras de Timayo. Hermócrates le pide a Cricias que invoque a Paion y a las musas y que haga ver en su magnificencia a los antiguos moradores de Atenas. A lo cual contesta Cricias: — "…Puesto que tú, Hermócrates, nos incitas y animas, no podemos hacer otra cosa que proseguir y junto a los inmortales, a los cuales te has referido, invocar a otros, especialmente a Mnemosina; pues lo más importante de nuestro discurso está enteramente relacionado con esta diosa. Pues si pretendemos recordar lo que oímos y tenemos que comunicar lo que un día fue relatado por los sacerdotes y lo que se ha dicho de Solón, sé con bastante seguridad que aquí habremos dado a la publicidad lo conveniente en forma debida. Debemos, pues, emprender sin titubeos nuestra tarea. — Ante todo recordemos que han transcurrido nueve mil años desde que, según se ha dicho, estalló la guerra entre quienes vivían más allá de las columnas de Hércules y los pueblos que habitaban en el interior. Es algo que vale la pena de ser referido en forma completa. Se dijo que nuestro Estado dominó sobre unos poniendo fin a la guerra y sobre otros dominaban los reyes de la Atlántida, de la cual dijimos que hubo un tiempo en que su extensión era mayor que la de Libia y el Asia Menor juntas, pero que ahora, hundida en el mar, a causa de un colosal terremoto, el fango impenetrable constituye un obstáculo para que los navegantes que se arriesgan por aquellos mares puedan cruzarlos. Esta narración, en su sucesivo desarrollo, se ocupará de la existencia de de terminados pasajes en los cuales se ofrece la oportunidad de dar a conocer los muchas pueblos bárbaros y todas las estirpes de la raza helénica que en aquella época existían. Tenemos que tratar de esto y, desde luego, desde un buen principio, pues está relacionado tanto con el poder como con la organización estatal de loe atenienses de entonces y de sus enemigos, con quienes estaban en guerra. — Ante todo será preciso hablar de lo que aquí existía (21). Al principio los dioses se repartieron todo el mundo dividiéndolo en determinadas comarcas sin que ello diera lugar a disputas; pues sería ilógico suponer que los dioses no supiesen lo que correspondía a cada cual o bien 19
ahora la verdad pueda ser proclamada proclamada. — En cuanto al resto de la tierra, la Naturaleza le había otorgado semejante calidad y además era cultivada, según correspondía, por verdaderos campesinos y por quienes, sintiendo un verdadero placer en hacerlo, experimentaban la alegría de lo bello, poseían hermosas propiedades, las tierras más buenas, agua en abundancia y, sobre la Tierra, disfrutaban de las más agradables y variadas estaciones. — La ciudad, en aquellos tiempos, estaba dispuesta de la siguiente manera: ante todo había la ciudad alta, pero no en la forma en que hoy día está dispuesta. Pues una noche en que descargó una espantosa tormenta (24), diluyó la tierra a su alrededor despojándola de ella y, al mismo tiempo, hubo un terremoto y una enorme inundación (24), la tercera acaecida antes de la destrucción que tuvo lugar en la época de Deucalión. El país se extendía en aquel tiempo hasta el Erídano y el Iliso; el Pnyx quedaba englobado en su interior, y frente a éste tenía, como frontera, al Licabeto. También estaba completamente rodeado de tierra y era bastante llana hasta el linde de las vertientes superiores. Su parte más extensa, no lejos de las abruptas vertientes, era habitada por los menestrales y los campesinos que cultivaban las tierras de los alrededores. En cambio, la parte alta era habitada únicamente por la casta de los guerreros, que tenían sus viviendas alrededor del santuario de Atenea y de Hefaisto, al cual habían rodeado de una muralla como si fuera el jardín de su propia casa (25). En realidad vivían en la parte de ella que daba al Norte, donde habían levantado casas comunales y comedores para el invierno, poseyendo todo cuanto un estado en común requiere para albergarlos a ellos y a los sacerdotes, con excepción de oro y plata; pues de ambos metales no hacían allí uso alguno. Manteniendo un término medio entre una forma de pensar demasiado elevada y excesivamente modesta, construían sus viviendas con moderación, donde envejecían tanto ellos como los hijos de sus hijos y que, dado su modo de ser, transmitían siempre a otros de la misma condición. La parte que daba al Sur la hacían servir precisamente para este objeto cuando, en verano, dejaban sus jardines, sus campos de juego y sus comedores. En el sitio donde se levanta la acrópolis actual había una sencilla fuente. Después de haberse agotado a causa del terremoto, han quedado tan sólo como recuerdo de ella los pequeños pantanos que ahora pueden verse a su alrededor; pero a todos cuantos entonces vivían en aquellas alturas les proporcionaba un rico caudal que poseía un adecuado equilibrio entre frío y calor. Y así es cómo allí vivían en parte como protectores de sus propios conciudadanos y en parte como guías de los restantes helenos cuando por ellos eran solicitados, procurando, en lo posible, que, en todo tiempo, el número de hombres y de mujeres aptos para el ejercicio de las armas, permaneciese el mismo, es decir en unos veinte mil hombres. — Tratándose pues, de gente de esta condición que gobernaban a su propia tierra y a la Hélade con toda justicia, eran considerados muy favorablemente tanto en toda Europa como en el Asia Menor, no sólo por su belleza corporal sino también por sus variados dones emanados del espíritu, y así eran tenidos como los mejores seres vivientes de aquella época.
nuales y de la obtención de los alimentos del suelo; la casta de los guerreros vivía, sin embargo, aparte y, al principio, separada de la casta sacerdotal; no poseía, ello no obstante, propiedad privada alguna, sino que todos consideraban que todo era de todos como propiedad común; tenían por injusto aceptar algo de lo que era considerado como formando porte de lo necesario para el sustento de los demás ciudadanos y cumplían, en su totalidad y tantas veces como señalaban sus guardianes, los deberes que les eran indica dos el día anterior. Y así es de creer y de considerar como verdadero lo que re ha dicho de nuestro país: en primer lugar que, en aquel tiempo tenía sus fronteras que llegaban hasta el itsmo y en la tierra firme hasta las alturas del Kilhahon y Parnes y que estas fronteras, que tenían a su derecha a Oropia a su izquierda el Asopos rodeado de mar, desde allí se desviaban. Y así esta tierra estaba en condiciones de alimentar un fuerte ejército con la aportación de los habitantes de los alrededores. — Una importante prueba de su eficacia la constituye el siguiente hecho: lo que de él ha quedado puede competir con cualquier país en cuanto a fertilidad, riqueza y a rendimiento para todo ser viviente. Y entonces no solamente era bello sino también abundante. Pero ¿cómo cabe considerar lo de ahora como consecuencia de la plenitud de entonces? En líneas generales existe un cabo o promontorio que, desde la restante tierra firme, se adentra en el mar; las profundidades del mar lo rodean completamente. Habiendo tenido lugar muchas inundaciones de gran importancia hace nueve mil años (pues tantos son los años transcurridos desde aquella época hasta nuestros días), la tierra que desde aquellos tiempos, y a consecuencia de tales cataclismos, ha descendido de las alturas, no ha dado lugar, como en otras partes, a la formación de un muro o delta importante, sino que, más bien, se ha hundido en las profundidades del mar. Y así ha sucedido cual suele acontecer en las enfermedades de larga duración, que lo que ahora queda en comparación con lo que antes existía, viene a ser como el esqueleto de un cuerpo enfermo, dado que la tierra, allí donde era buena y blanda, ha ido des apareciendo bajo las aguas, habiendo quedado tan sólo el duro cuerpo de aquel país. — Pero entonces, cuando aún permanecía intacto, tenía también cordilleras formadas por altos picachos (23). También poseía llanuras que ahora se llaman las Felicas, de tierras fértiles con mucho bosque en las montañas, de las cuales quedan aún evidentes vestigios. Pues aquellas montañas no solamente suministraban alimento para las abejas; no hace aún mucho tiempo que aún existían techumbres formadas por los troncos de los árboles que allí eran cortados, pues que servían para cubrir largos edificios. Había también otros muchos árboles de noble aspecto y gran elevación y, para los rebaños, aquella tierra poseía magníficos pastos, de increíble riqueza. Disfrutaba asimismo de un extenso sistema de irrigación que Zeus le procuraba todos los años, pues las aguas no se escurrían, como ahora, hacia el mar, dejando resecas las tierras, sino que éstas las conservaban, las absorbían y, rodeadas de lodo, se aprovechaba la tierra de ellas en su totalidad; y así las aguas infiltradas en las alturas formaban fuentes al pie de las montañas y en todas partes había agua en abundancia en forma de manantiales y de ríos de lo cual han quedado aún señales evidentes para que 20
— Pero también las características de sus contrarios (cual era su modo de ser y en qué forma se habían desarro desarro-llado desde el principio) las expondremos ahora a la luz para haceros partícipes a vosotros, ¡oh amigos nues nues-tros!, si es que la memoria no nos falla, de aquello que oímos referir en nuestra infancia. — Pero algo tenemos que advertir someramente antes de empezar nuestro relato a fin de que no os cause extrañeza el oír mencionar vuestros nombres helénicos por los hombres bárbaros; escuchad, pues, el origen de este hecho. Solón, al investigar el significado de los nombres (pues que pensaba utilizarlos para su poema), descubrió que los primitivos egipcios, al registrar en sus anales aquellos nombres, los habían traducido a su idioma. Y precisamente esa traducción obraba en poder de mi abuelo y ahora aún obra en mi poder, pues los había anotado cuidadosamente en mi niñez. Así, pues, de oír pronunciar tales nombres, tal como aun hoy día subsisten, no debe esto maravillaros, pues que conocéis cuál es la causa. Y de aquel largo relato lo que sigue es sólo el principio. — Así como en la antigüedad se hablaba de la suerte de los dioses y cómo se habían distribuido entre sí toda la Tierra dividiéndola en extensiones grandes y pequeñas y cómo habían dispuesto los templos y los sacrificios que a cada uno de ellos les correspondía, así también referían que Poseidón (Neptuno) había recibido la isla Atlántida (26). Este dios permitió que la descendencia que tuvo con una mujer mortal, se estableciera en un lugar de la isla que ofrecía las siguientes características: era una isla en cuyo centro había una llanura que seguramente era la más hermosa y fértil jamás conocida. En sus proximidades, pero también hacia el centro, a unos 50 estadios de distancia, había una montaña que caía por todos lados en suaves pendientes. En ella vivió uno de los primeros hombres de la tierra que había nacido allí (27) llamado Euenor, junto con su esposa Leuquipa; tenían una única hija llamada Cleito. Cuando la doncella estuvo en edad de contraer matrimonio, murieron el padre y la madre. Pero Poseidón (Neptuno) se enamoró de ella y la tomó por esposa. Dividió la montaña en que vivía, después de cercarla alternativamente por medio de fajas circulares de mar y de tierra, pequeñas al principio pero cada vez más amplias, de las cuales dos eran de tierra, tres de agua formando círculos alrededor del centro de la isla isla, del cual todas las partes de cada círculo se hallaba equidistante de manera que la isla, situada en su centro, era inaccesible para los hombres (28), ya que entonces no se conocían los barcos ni el arte de navegar. Y era él quien regía en dicha isla central como un dios, haciendo surgir de las entrañas de la peña dos manantiales, de agua fría uno y caliente el otro, y haciendo que la tierra suministrara abundantes y variados alimentos. En cuanto a hijos, procreó a cinco pares de mellizos, mellizos a quienes educó, y. dividiendo la isla Atlántida en diez partes, al primogénito del par de mellizos nacido en primer lugar le dio el hogar materno y toda la parte que lo rodeaba (que era la mejor y la más extensa) y le nombró rey de los demás, a quienes hizo arcontes; pues a cada uno de ellos le dio el dominio sobre muchos hombres y sobre mucha tierra. — También impuso nombres a todos; y así, al mayor, es decir, al rey a quien toda la isla y el mar que se llama Atlántida estaban sometidos, le dio el nombre de Atlas Atlas, del cual se derivan tanto el de la isla, como el del mar, como el de
sus moradores. — Al que nació después del primer par de mellizos, el cual recibió la parte de la isla correspondiente a su extremidad en dirección a las columnas de Hércules hasta la actual tierra de Gades Gades, que fué llamado así por el nombre de aquel lugar (29), le designé con el nombre del helénico Eumelo, que, en el idioma del país, equivalía a decir gaditano; y este nombre es aquél del cual seguramente se deriva el que ahora lleva. En cuanto al segundo par de mellizos, llamó a uno Anfers y al otro Euaimón; y del tercero llamó al más viejo Mneseas y al que nació después Autochton; del cuarto par, al primogénito Elasipo y al más joven Mester; del quinto, el nacido en primer lugar recibió el nombre de Azaes y el otro el de Diapapes. Estos y sus descendientes vivieron allí duran te muchas generaciones y ejercieron su dominio sobre muchas islas del mar y hasta también, según se dijo antes, sobre quienes habitaban hasta Egipto y sobre el mar Tirreno. — De Atlas surgió, pues, una estirpe numerosa y muy considerada y como es costumbre, el más anciano de la familia transfería el dominio al más viejo de sus descendientes. Así fue como éstos llegaron a reunir en aquel lugar, a través de muchas generaciones tal cantidad de riquezas como jamás se habían visto acumuladas en reino alguno ni se verían en el porvenir; pues que estaban provistos de todo cuanto necesitaban en la ciudad y en el resto del país. Mucho de ello les era enviado desde el exterior como tributo al soberano (30); pero la mayor parte de lo que era necesario para el sustento era producido por la propia isla; sobre todo por lo que se refiere a metales, los cuales eran extraídos de las entrañas de la tierra, ya fueran sólidos o fusibles y entre ellos aquella especie de metales que ahora sólo re recuerdan por su nombre, poro que entonces eran más que un simple nombre, es decir, al bronce (31) que se encontraba en muchas partes de la isla y que, después del oro, era lo más apreciado por aquellos hombres. Además, producía cuanto el bosque puede ofrecer para mantener viva la actividad de los artesanos, y esto en gran abundancia, a la par que suministraba pródigamente alimentos para los animales domésticos y a silvestres; y también era abundante la especie de los elefantes (32). Había pues, alimento para todos los animales, siendo muchos los que vivían en pantanos y estanques y lagos y también los que tenían su escondrijo en las montañas y en las llanuras y no menos para aquella clase de animales que requerían mayor cantidad de piensos. Aparte de esto, producía y alimentaba en abundancia todo cuanto con un constituye un recreo para el olfato, ya sea en forma de raíces o hierbas, ya sea en árboles, en apetitosos zumos, en flores y en fruto. Además, producía el fruto blando (33) y el fruto seco (34) que nos sirve de alimento y todo cuanto utilizamos para nutrirnos y que empleamos para dar gusto al paladar (a muchos de ellos le damos el nombre de legumbres) y además los frutos que crecen en los árboles y dan lugar a bebidas, a alimentos y a aceites olorosos (35) y además a los frutos difíciles de conservar que se utilizan para nuestro recreo y para hacer grata nuestra vida, así como todos aquellos que utilizamos para despertar el apetito ya saciado y que nos sirven durante la sobremesa. Todo esto lo producía en cantidades inmensas la isla que entonces se extendía divina, hermosa y admirable bajo los rayos del sol. Y como aquellas gentes recibían todos estos dones de 21
la tierra, erigían templos y palacios reales y puertos y dársenas y distribuían la restante tierra de la siguiente manera: sobre los canales en forma de círculos que rodeaban a la vieja ciudad materna construyeron puentes para hacer caminos practicables que condujeran al castillo real. Y éste lo edificaron desde el principio junto a la morada de la diosa (36) y de los antepasados. Uno lo recibía del otro y procuraba mejorar su decoración, sobrepujando en esplendor a su antecesor hasta convertir aquella residencia en algo asombroso a causa de su grandiosidad y su belleza. — Entre otras cosas construyeron un canal desde el mar que tenía tres pletros (37) de anchura, cien pies (38) de profundidad y cincuenta estadios (39) de longitud hasta la muralla exterior, y así hicieron posible la navegación hasta ella como hasta un puerto que construyeron practicando una abertura suficiente para el paso de los navíos de mayor tamaño. Y también atravesaron las murallas entre los canales circulares en dirección a los puentes, de manera que con una triga (carro tirado por tres caballos) podía irse de una a otra; cubrieron los puentes transversales de manera que podía circularse por encima de ellos; puesto que las murallas eran de suficiente altura. Y el canal circular de mayor tamaño dentro del cual podían penetrar las aguas del mar tenía una anchura de tres estadios (40) y el que le seguía en dirección al interior tenía la misma anchura. Y en cuanto a los dos que seguían el canal tenía dos estadios (41) y las murallas que los rodeaban eran tan anchas como ellos. En cuanto al canal que rodeaba al centro de la isla tenía el ancho de un estadio (42); en cambio, la isla en la cual se elevaba el palacio del rey tenía un diámetro de cinco estadios (43). Y éste estaba rodeado por ambos lados, además de los canales circulares y del puente de un pletro (44) de anchura, por una muralla de piedra cuyas torres y cuyas puertas estaban situadas en dirección a los puentes que, en diferentes puntos, estaban dispuestos para dirigirse hacia el mar. Además, edificaron la parte rocosa situada alrededor de la isla del centro y dispusieron las murallas tanto en la parte interna como en la externa, unas veces de color blanco, otras veces de rojo y otras de negro; y, en su punto de arranque construyeron grandes y espaciosos astilleros ocultos por los propios acantilados. Y en cuanto a edificios, levantaron unos de un solo color y otros de variados colores combinando, en forma conveniente, las diferentes clases de piedras haciendo resaltar su propio encanto. Todo el perímetro de la muralla que se extendía por el canal exterior estaba unido por medio de arcilla después de dar a ésta una consistencia pastosa parecida a la argamasa; mientras las murallas interiores las revestían de estaño y las paredes del propio palacio de bronce de resplandor de fuego. — El palacio real estaba situado dentro de la Acrópolis y dispuesto en la siguiente forma: en el centro había un templo consagrado a Cleito y a Poseidón, cuya entrada estaba prohibida; una valla de oro rodeaba aquella parte del edificio en la cual, al principio de los tiempos, había nacido la generación de los diez hijos del rey. Allí, cada año era llevada al sacrificio una ofrenda procedente de las diez partes de la isla. El templo de Poseidón tenía una longitud de un estadio, tres pletros de ancho e igual altura, mientras la propia imagen del dios tenía un aspecto algo bárbaro (45). Todo el templo estaba revestido de pla-
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ta, excepto sus cúpulas, que lo estaban de oro. En su interior podía admirarse el techo de marfil con adornos de oro, plata y bronce, mientras todo lo demás, las paredes, las columnas y el suelo lo estaban de bronce. En su interior se elevaban esculturas de oro; también era de este metal el dios que estaba representado de pie sobre un carro tirado por seis hipogrifos conducidos por él, cuya parte más alta tocaba al techo y, además, cien nereidas y delfines a su alrededor; pues tantos creían los hombres de aquella época que existían (46). Pero había allí muchas otras estatuas, todas ellas ofrendas de los ciudadanos. Fuera del templo había esculturas de toda clase representando tanto a las esposas como a los descendientes de los diez reyes y otras muchas, ofrendas de reyes y de ciudadanos, muchos de la misma ciudad y otras de quienes habitaban fuera de ella y sobre los cuales ejercían dominio. Y el propio altar correspondía en magnitud y en esplendor al conjunto de la obra. El palacio real estaba dispuesto de la misma manera, es decir, tal como correspondía a la riqueza y a la magnificencia del templo. Tenían unas fuentes de cuyas aguas calientes y frías, debido a su espléndido caudal y a las magníficas cualidades que las hacían maravillosas para su utilización, hacían uso una vez abastecidos de ellas los edificios y los campos que los rodeaban y que eran adecuadamente regados, quedando aún caudal suficiente para llenar los depósitos dispuestos en parte a cielo abierto y en parte en piscinas bajo techo para permitir tomar baños calientes en invierno, situando aparte las piscinas reales, así como las destinadas a los ciudadanos, otras para las mujeres y otras para los caballos y demás animales de tiro, dando a cada una de ellas la disposición adecuada. Y el agua sobrante la conducían al jardín de Poseidón, que a causa de la riqueza del suelo poseía árboles de maravillosa belleza y tamaño, haciéndola fluir por acequias que desembocaban en los canales exteriores junto a los puentes. Allí había muchos templos dedicados a diferentes dioses, así como también jardines y gimnasios, tanto para hombres como para caballos. Esto se repetía en cada una de las fajas de tierra circulares en forma do isla; entre otros poseían en el centro de la mayor un gran hipódromo que tenía la anchura de un estadio (47) y cuya longitud, alrededor de toda la isla circular, estaba reservada a carreras de caballos. Alrededor de éstas se hallaban, a ambos lados, las moradas de los portadores de lanza según su número. La guardia, situada en la muralla interior, cerca del palacio, era escogida entre los más leales; y aquellos que eran más dignos de con fianza estaban alojados en el interior de la fortaleza y tenían sus viviendas erigidas alrededor de los correspondientes a los propios reyes; los arsenales estaban llenos de trigas con todos aquellos accesorios que son necesarios para uncirlas. Y en cuanto al palacio de los reyes, estaba dispuesto de la siguiente manera: una vez cruzados los tres canales exteriores se llegaba a una muralla que empezaba en el mar y que se desarrollaba a una distancia de 50 estadios (48) a contar desde el canal exterior en forma de círculo y en cuyo mismo espacio se hallaba situada la desembocadura del canal al mar. Este conjunto estaba rodeado de muchas casas densamente habitadas, mientras el embarcadero y el gran puerto es-
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taban llenos de navíos y de mercaderes que acudían allí de todas partes y los gritos, el barullo y el estruendo más discorde de la multitud se oían tanto de día como de noche. No sólo la ciudad sino cuanto atañe a aquella antigua residencia, tal como han sido descritas, sólo viven ahora en el recuerdo. Conviene, además, describir cuál era la disposición del resto del país y su distribución. Ante todo el conjunto del país parece que era muy elevado, surgiendo en forma abrupta del mar; y toda la llanura alrededor de la ciudad, rodeada de montañas que extendían sus laderas hasta aquél. En general, el país era llano y de gran extensión, midiendo 3.000 estadios (49) de longitud en una dirección, mientras que en la otra, a partir del mar se contaban sólo 2.000 estadios (50). Esta parte de la isla estaba abierta en dirección al Sur, hallándose protegida del viento por la parte Norte. Las montañas que la rodeaban eran entonces objeto de muchos elogios, pues que en cuanto a su disposición, a su tamaño y a su belleza excedían en mucho a cuantas en la actualidad existen, porque en ellas habían muchas ciudades densamente pobladas así como también ríos, lagos y prados que ofrecían abundante pasto a los animales domésticos y, además, extensas selvas que contenían una gran variedad de árboles apropiados para trabajos de toda clase. Y las llanuras eran también pródigamente dotadas por la naturaleza, siendo objeto de solícitos cuidados desde tiempo inmemorial por parte de los monarcas. Un largo cuadrilátero, en su mayor parte dispuesto en graderías, constituía la forma básica y lo que en él faltaba se completaba a medida que se iban cavando los canales. Por lo que hace referencia a la profundidad anchura y longitud de éstos, los datos que se poseen hacen parecer imposible que semejantes obras pudiesen ser realizadas por la mano del hombre; pero tenemos que referir lo que sobre ello hemos oído. Tenían una profundidad de un pletro (51), cada uno de ellos una anchura de un estadio (52) y como que rodeaban toda la llanura, su longitud era de diez mil estadios (53). Recibían las aguas de los ríos que bajaban de las montañas y como se extendían alrededor de la llanura y confinaban por ambos lados con la ciudad, desembocaban finalmente en el mar. El país alto estaba surcado por canales rectilíneos que, en su mayoría, tenían cien pies de anchura y que conducían a la llanura y después se dirigían a la parte del canal que desembocaba en el mar, cada uno de ellos situado a la distancia de cien estadios de los demás. Así es como transportaban la madera de las montañas a la ciudad, y todo lo demás que producía la tierra según el curso de las estaciones. El transporte lo realizaban después en vehículos pasando por vías de enlace transversales entre los canales entre sí y entre éstos y la ciudad. Y dos veces por año recogían las cosechas empleando en invierno el agua del manantial mientras en verano el agua que necesitaban las tierras fluía por los canales. El número de hombres aptos para la guerra que vivían en la llanura era determinado nombrando un jefe para cada klero (54); el tamaño de cada klero era de diez veces diez estadios (55); el total de kleros era de sesenta mil; do los situados en las montañas y en el resto del país procedía una muchedumbre inmensa de hombres, pero todos eran distribuidos y puestos bajo el mando de esos jefes según el punto que habitaban y donde residían. Estaba además
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ordenado que el jefe tenía que tener dispuestos para la guerra un carro para la sexta parte (o sea en junto diez mil carros), dos caballos y, además, una biga sin asiento que estaba ocupada por un guerrero con su escudo dispuesto para la lucha, así como un conductor y después dos hombres fuertemente armados, dos arqueros, dos echadores de honda y, además, tres hombres ligeramente armados cuya misión consistía en arrojar piedras y lanzas y cuatro marineros para tripular mil doscientos navíos de guerra (56). Así estaba organizado el ejército del reino y los otros nueve lo estaban en formas distintas; pero su descripción tornaría demasiado tiempo. La organización de los empleados y de los puestos de honor del gobierno fue, desde un principio, la siguiente: de los diez reyes, cada uno ejercía soberanía sobre la parte de territorio que le estaba asignada, tanto en lo referente a los hombres como a la mayor parte de las leyes, castigando y condenando a muerte cuando les venía en gana. Sin embargo, el dominio y la relación entre unos y otros tenía lugar según lo ordenado por Poseidón de acuerdo con el espíritu de las leyes y las inscripciones que habían sido grabadas por sus primeros antepasados en una columna de bronce; ésta se levantaba en el centro de la isla, en el templo del dios Neptuno. Allí se dirigían cada cinco años y alternativamente cada seis para que pudieran tomar igual parte tanto los números pares como los impares de mellizos. Al encontrarse trataban de los asuntos comunes e indagaban si alguno había cometido alguna trasgresión y, de ser así, lo juzgaban. Pero cuando querían juzgar empeñaban su palabra en la siguiente forma: como que los toros pacían libremente en los terrenos donde se elevaba el templo de Poseidón, se dirigían a cazar a diez de ellos, después de dirigir sus preces al dios pidiéndole que tuvieran acierto en su propósito de apresar la víctima deseada sin hacer uso de hierro (57) ni de bastones ni de cuerdas; y cuando la habían cogido la conducían a la columna y la sacrificaban sobre las inscripciones. En la columna, además de las leyes, había sido grabada una fórmula de juramento que contenía severas maldiciones para los contraventores. Y, así que, de acuerdo con sus leyes, habían sacrificado, todos los miembros del toro eran llevados corno ofrenda al dios; se depositaban en una caldera, derramaban en ella una gota de sangre y lo demás lo arrojaban al fuego, limpiando al propio tiempo la columna. Y después con cálices de oro escanciando el líquido de la caldera y saltando por encima del fuego juraban emitir juicio e imponer las penas de acuerdo con las leyes inscritas en la columna, en el caso de que alguno de ellos hubiese dejado de cumplirlas durante aquel tiempo y jurando, además, que en el porvenir ninguno de ellos las infringiría voluntariamente y ni él ejercería su soberanía ni obedecería a ningún otro soberano, a no ser de conformidad con las leyes del padre. Después que cada cual había prometido esto, tanto en nombre propio como en el de sus descendientes, una vez realizadas las libaciones de ritual y de haber depositado los vasos en el altar de Poseidón y de haber participado en el banquete, esperaban a que oscureciese y casi se extinguiese el fuego del sacrificio; entonces se cubrían con vestiduras de color azul oscuro de la más prístina belleza. Sentados en el suelo, en el ardor de la ofrenda del jura-
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mento, hablaban durante la noche después de haber sido apagadas todas las luces que ardían en el templo, discutiendo sobre el derecho cuando uno de ellos imputaba a otro el haber infringido sus mandatos. Y el juicio que les merecía lo escribían, cuando amanecía, sobre una tabla de oro y la exponían junto con sus ropajes como recuerdo. Había muchos otros juicios que trataban de leyes especiales, tales como las relativas a los deberes de los reyes: lo más importante era, sin embargo, que jamás se hacían entre sí la guerra, sino que se apoyaban cuando alguien trataba de perjudicar a la estirpe real en alguno de los Estados y todos juntos, como sus antepasados, acordaban entre sí las decisiones tanto sobre la guerra como sobre las demás empresas y sobre el reconocimiento de la soberanía superior de la raza atlántida. Ningún rey poseía poder sobre la vida de ninguno de sus parientes, a no ser que la decisión en tal sentido fuese tomada por más de la mitad de los diez. Un poder de tal magnitud y de tal calidad como el que entonces ejercía su dominio sobre aquellas tierras lo había establecido y se lo había conferido el dios, según parece por el siguiente motivo: durante muchas generaciones de seres humanos mientras la naturaleza del dios ejercía sobre ellos su acción directa, fueron obedientes a las leyes y demostraron un comportamiento amistoso hacia sus divinos parientes. Pues que. en verdad, poseían sentimientos sinceros y cordiales al dar muestras de dulzura combinada con reflexión tanto en los momentos adversos como en las ocasiones contrarias y excepto para la aptitud no daban importancia a lo demás, soportando con paciencia, como una carga el peso del oro y de los demás bienes que se acumulaban sobre ellos, sin sentirse impulsados a la orgía a causa de sus riquezas, sino que, con toda clarividencia, reconocían que todo ello prosperaba gracias a la mutua amistad, unida a su capacidad y que, en cambio, una fuerte ambición unida a una desmesurada apreciación de sí mismos hubiera puesto fin a la, amistad y habría dado lugar al derrumbamiento de tales virtudes. Gracias a esta manera de pensar y a la continuada acción de la naturaleza divina, todo cuanto hemos ido relatando prosperaba en aquel país. Pero cuando la participación del dios fue mermando poco a poco y los reyes se entrecruzaron cada vez más a menudo con seres mortales (58), la naturaleza humana fue adquiriendo preponderancia y así empezaron a mostrarse malos, incapaces de disfrutar dignamente de tanta riqueza y aparecieron, ante quienes sabían apreciarlo, como viciosos, pues precisamente de lo más valioso destruían lo más bello; pero, en cambio, a quienes eran incapaces de apreciar una vida realmente dirigida a la verdadera felicidad, les parecían excelentes y dichosos cuanto más se hallaban poseídos del afán de lucro y de poder. Pero el dios de los dioses, Zeus, que rige el mundo según leyes eternas, pues que se daba cuenta de lo que allí sucedía y del lamentable estado a que había caído esa generación en otro tiempo tan inteligente, decidió someterla a un duro castigo (59). A tal fin convocó a todos los dioses en la más sublime morada situada en el centro del universo y desde la cual todo puede contemplarse, y una vez les tuvo reunidos se expresó de esta manera... " Y aquí termina el diálogo.
¿Leyenda o realidad? Crítica de la investigación realizada sobre La Atlántida Algo más de veinte páginas ocupa lo que Platón, hace unos 2.000 años, nos comunica sobre la Atlántida. Parece verosímil que este relato le tuvo preocupado durante los últimos años de su vida. Pero con el paso del tiempo, estas veinte páginas se han multiplicado en proporción similar a como lo hacen las bacterias. Hasta la fecha se han escrito unos 25.000 libros sobre la Atlántida, habiendo sido traducidos a las lenguas de casi todos los países cultos. Si suponemos que cada uno de esos libros tiene un promedio de 100 páginas y que su tiraje haya sido de unos 1.000 ejemplares, tendremos que han sido impresos unos 2.500 millones de páginas con opiniones y conjeturas todas ellas basadas en el texto original de Platón. La literatura posterior sobrepasa al original clásico, en cuanto a volumen, en unos diez millones de veces. ¡Evidentemente ha sido el texto más fructífero de la literatura mundial! Un verdadero diluvio de hojas de papel se desató en forma inconsciente por los filósofos áticos. Y este diluvio ha arrollado y ahogado al escrito original. Muy pocos, entre quienes se han ocupado del problema de la Atlántida, conocen ni siquiera de nombre, a los dos diálogos de Platón. Casi nadie ha leído aquellos textos que contienen una de las leyendas más asombrosas de todos los tiempos. A pesar de los 25.000 libros que han sido escritos con el deseo de aclarar el misterio de la Atlántida, éste sigue siendo un problema sin resolver y que, sin embargo, conserva todo su primitivo encanto. Su interés no ha disminuido. Desde hace casi 25 siglos sigue apasionando a los poetas y a los pensadores. Por desgracia las ciencias exactas se mantienen alejadas de él. Clasifican a la Atlántida en el grupo de las utopías y toman a mal que personas serias se ocupen de semejante problema. Este punto de vista, no deja de tener fundamento. La parte del problema que guarda relación con las ciencias naturales ha sido muy descuidada. Y a ello se debe el que a la investigación sobre la Atlántida, le falte una sólida base. Ha tenido que apoyarse demasiado sobre leyendas, mitos y relatos sueltos, perdiendo, por lo tanto, una parte de su crédito. Y sin embargo, aunque sólo sea por los venerables antecedentes de su antigüedad, bien merece ser tomada en serio. Esta tradición, sin disputa la más antigua de todas, es anterior a las épocas del Corán y de la Biblia; casi podríamos decir que confina con los textos originales del budismo. La literatura mundial apenas si conoce otro tema de carácter no religioso que, durante tanto tiempo, haya despertado tanto interés y haya dado lugar a tantas obras literarias. El diluvio de la literatura sobre la Atlántida, esos 25.000 volúmenes que han encontrado millones de compradores y de lectores, constituye, en realidad, un voto emitido por la vox populi en favor del tema de la Atlántida. Esto puede advertirse por dos razones. En primer lugar, porque el relato de Platón, desde un principio fue ya objeto de grandes controversias. Su propio discípulo, colega y contradictor Aristóteles, fue su primero y más grande enemigo. Siempre han sido los círculos de los eruditos, desde los logógrafos alejandrinos hasta los positivistas de los siglos XIX 24
y XX, de opinión de considerar su contenido como una pura fábula o como un mito, contrario al modo de juzgar las cosas en sus respectivas épocas. Así pues, pueden ser considerados como sus enemigos. Sin embargo, una gran mayoría quedó convencida de la realidad de la legendaria isla. Desde luego, el alma del pueblo ejerce una crítica menos rigurosa que la intelectualidad de los que dudan. ¿Es que los escépticos, en casos similares, tuvieron siempre razón? Se han reído de los relatos bíblicos de la torre de Babel y de la confianza de Henrry Schliemann en Homero. Pero Schliemann, ha encontrado a Troya allí donde, según los datos facilitados por él y contra el parecer de los críticos, debía hallarse, y Koldewey ha descubierto la gigantesca torre y la ha podido reconstruir a pesar de haber sido relegada al reino de la fábula. Quizá podría suceder lo mismo con la Atlántida. El que fuera rechazada por los representantes contemporáneos de la Ciencia hace 2.500 años, no constituye precisamente una prueba del carácter fabuloso del relato sobre la Atlántida Esta minoría de los que la niegan no representa un gran peso, comparada con la mayoría de quienes están en favor de que realmente existió. El segundo motivo que hace notable el que se mantenga vivo el interés del problema de la Atlántida, es también, de carácter negativo. Casi más desorientador que la unánime repulsa por parte de los eruditos, es la discordancia en la cuestión fundamental, es decir, en la verdadera situación de la legendaria isla. Desde Spitzberg hasta Ceylán, no parece existir en la Tierra rincón alguno donde no se haya supuesto la existencia de la verdadera Atlántida, edificando con ello una porción de teorías cada una de ellas defendida con inusitado calor. Esta diversidad de opiniones y pareceres, tendría que desorientar forzosamente al lector si éste no fuera previamente advertido. Bajo el torbellino de ese diluvio de papeles, la Atlántida queda más hundida que nunca y más oculta que bajo las aguas del Océano que le debe su nombre. Muchas veces se habla, sin pensar en el origen de la palabra Atlántico, y de muchos problemas atlánticos de gran actualidad. ¿De dónde sacaron su nombre? En otras partes del mundo las miradas se dirigen de preferencia sobre la India y sobre el Océano Indico, que se extiende al Sur; se busca y se da con el Golfo Pérsico, con el Mar Polar junto al Septentrión, con el mar Báltico al Este y el Mar del Norte, en la parte boreal de Europa. En todos los casos en que un mar tomó el nombre de un país, ambos se encuentran enlazados. Sólo el Atlántico constituye una excepción. Desde luego está ahí; pero falta la tierra que le diera su nombre. Y de ello no puede deducirse que dicha tierra no existiera. Muchas son las cosas que permanecen ocultas y que, sin embargo, existen. Platón no ha dejado sobre el particular, confusión de ninguna clase. Su personaje dice, con toda claridad y precisión:
el orden en su modo peculiar y científico de razonar. Sea, sin embargo, establecido como premisa que, precisamente las ciencias exactas con sus modernos procedimientos de medición de profundidades y de perfiles submarinos, ha suministrado sin quererlo argumentos de gran peso en favor de la existencia de la Atlántida, los cuales no hacen tan inverosímil ese punto, en apariencia, el más espinoso de la leyenda de la Atlántida. Los ecos que desde las profundidades llegaron al "Meteor" y a los demás buques dedicados a los sondajes submarinos, son hasta ahora, lo único que, a través del tiempo y del espacio, nos ha puesto en contacto directo con la hundida isla de los dioses. ¿Por qué la leyenda sobre la Atlántida, a pesar de las oposiciones de que ha sido objeto por parte de sus enemigos, y a pesar de todas las discordancias, ha seguido siendo el más interesante de todos los temas de origen legendario? ¿En dónde reside todo el arrollador encanto que se desprende de ese sencillo nombre: la Atlántida? La Atlántida es eterna e indestructible, precisamente porque hace tiempo que desapareció, y fue completamente destruida. Tiene el atractivo de las viejas melodías. No ha quedado de ella nada que sea toscamente perceptible; sólo un indefinible eco. Un eco que penetra, dulcemente, en forma irresistible, a través de los siglos que han transcurrido desde que tuvo lugar el legendario hundimiento de la isla, desde la desaparición de sus dorados palacios y de su misteriosa cultura. Quien no tiene los oídos cerrados por un partidismo a todo trance, o por un desmesurado escepticismo, percibe ese lejano eco. Ni el torrente de la literatura aparecida sobre la Atlántida, ni las masas de agua que el Atlántico acumula sobre la que le dio el nombre, hundida en sus profundidades, pueden extinguirlo. Dos mil quinientos años nos separan de la Atenas de Platón. Lo que le fue relatado a su antepasado Drópides por Solón, sobre la Atlántida, nos lleva a nueve siglos más atrás. En contraposición a los míticos siglos de gobierno de los primitivos emperadores y reyes de la China y de Babilonia o a la edad que alcanzaron los patriarcas bíblicos se trata aquí, como se ha dicho antes, de una cronología exacta, susceptible de ser comprobada y que puede ser demostrada. Este dato es, por lo menos, tan digno de crédito, como la mayor parte de las fechas que se citan para muchos hechos históricos, y para los prehistóricos. Y sin embargo, aparte del diluvio universal, tenido durante tanto tiempo en descrédito, no existe ningún hecho de la misma antigüedad que haya sido conservado en forma de tradición tan persistente y constante. Desde muy antiguo, ambos temas, la Atlántida y el diluvio, han sido relacionados entre sí. Aunque no sea cierto, como en un principio se creía con demasiada sencillez, que las aguas del embravecido mar, acrecentadas con las del diluvio, inundaron la superficie de la legendaria isla, sumergiéndola en su seno, es casi seguro que fue la misma catástrofe telúrica la que aquí desencadenó el diluvio y allí hundió a la Atlántida. Desde que Wooley, a doce metros bajo la arena del desierto de Mesopotamia, encontró aquella capa de lodo de dos metros y medio de espesor, que demostró en forma evidente lo que dice el relato sumerio, sobre el diluvio universal, la sonrisa de incredulidad que provoca la existencia real del diluvio es menos acentuada. La tierra ha conservado el testimonio del diluvio universal, y el fondo del mar lo ha conservado también, por lo que se refiere a la Atlántida.
— “…después tuvieron lugar poderosos terremotos e inundaciones y en el transcurso de un día aciago y de una noche terrible se hundió bajo tierra, toda vuestra generación batalladora y asimismo, se hundió la isla Atlántida en el mar...”. Para los que consideran este problema en forma imparcial, esto constituiría una explicación plausible de que no exista mapa alguno de aquella isla. Pero resulta inadmisible para todos aquellos a quienes semejante acontecimiento perturba 25
La más bella, la más exuberante de todas las islas, el hogar más antiguo de la cultura humana y el escenario del derrumbamiento más cruel, estos tres superlativos son los que justifican la actualidad inmarcesible del problema, no resuelto todavía, de la Atlántida. Una intuición inequívoca de que todo esto fue verdadero, persiste en nosotros, descendientes de los seres humanos de los territorios afectados por el diluvio universal y se halla su confirmación y una base auténtica en el relato de Platón sobre la Atlántida: un relato no igualado por ningún otro, breve y, desgraciadamente, objeto de una alusión incompleta. De pretender investigar sobre la Atlántida, vamos más bien en busca de los tesoros arqueológicos de la legendaria isla. Pretendemos hallar en esa enorme antigüedad, la base hundida de nuestra propia cultura. Pero importantes problemas de la historia, de la geología, de la biología y de la cultura se hallan enlazados en forma inseparable en este problema. Para dar con su solución será preciso meditar sobre todos estos temas. Si fuese descubierta la Atlántida y, rejuvenecida como el Ave Fénix surgiera del diluvio del olvido, se iniciaría una nueva época para disciplinas importantes de las ciencias filosóficas. La tarea de volver a encontrar para nosotros la Atlántida constituye el objetivo de la presente obra. Y esta tarea únicamente puede realizarse con medios científicos. Esperamos que el lector nos acompañará.
Nadie pone en duda que ambos proceden de la mano de Platón. Hay buenas razones para atribuir su redacción a los últimos años de su vida, probablemente hacia el año 348 antes de J. C. Es muy probable que la muerte arrebatara de manos del anciano el buril cuando, precisamente, quería escribir el discurso pronunciado por Zeus, en el cónclave de lo dioses. La forma abrupta con que termina el texto, cuando más interesante sería, lo hace su poner. El relato de la Atlántida, debió ser quizá el último regalo del filósofo más grande de Atenas y de Grecia a la posteridad, lo cual constituye un motivo suficiente para concederle todos los honores. Pero, también aquí viene bien aquello de: habent sua fata libelli. Precisamente ha sucedido todo lo contrario. El disgusto ocasionado a Platón, por el relato de la Atlántida a causa de la enemistad contra Aristóteles, avivada por este motivo, puede haber sido verosímilmente la causa de su muerte repentina. Sea o no cierta esta suposición, lo cierto es que existe una tradición digna de crédito y susceptible de ser seguida históricamente hasta el año 348 a.C., es decir, durante 2.400 años aproximadamente. Y esa tradición, sólo conduce al preludio histórico. El propio relato tiene su origen en la más remota antigüedad, mucho antes de la época de los sumerios y de Akkad, más allá de las primeras dinastías de Egipto y hasta antes del principio de nuestra actual época geológica. Platón no escribe su relato en forma personal. En ambos diálogos el relato se pone en boca del anciano y nonagenario Cricias. Pero éste, tampoco es el autor ni el descubridor de la Atlántida. También él hace referencia a uno aún más anciano y más respetable que él: a Solón, el sabio legislador de Atenas; parece ser que éste trazó apuntes escritos para un poema más extenso, los cuales dejó a su amigo Drópides, uno de los antepasados de Cricias. Si tales originales existieron (cosa que muchos ponen en duda) hoy día han desaparecido. Pero aunque fueran hallados, no nos ayudarían gran cosa. Pues Solón fue sólo un intermediario y no el autor de aquel maravilloso relato, que parece haber oído referir a un anciano escritor del templo de Sais. Y ni tan siquiera éste, si despertara del sueño de la muerte, podría servir de testigo ocular; tendría que apoyarse sobre textos mucho más antiguos, sobre textos escritos en caracteres jeroglíficos saíticos. En ellos debe haber sido escrita por sus antepasados la historia del esplendor y del ocaso de la Atlántida, que existió nueve milenios antes. Y ellos también hacía tiempo que habían desaparecido, cayendo sus nombres en el más completo olvido. Estos textos originales han sido confirmados por otro testimonio. Novecientos años después de Solón, el célebre filósofo Proclos, que vivió entre los años 412 y 485 después de J. C., escribía un extenso comentario sobre el diálogo Timayo de Platón. Y en su escrito decía que 300 años después del viaje de Solón a Egipto, es decir, hacia el año 260 a.C., un heleno llamado Crantor fue a Sais, y allí vió la columna recubierta de jeroglíficos, en la cual estaba escrita la historia de la Atlántida; unos escritores se la habían traducido. Y según afirmó lo que había oído estaba perfectamente de acuerdo con el contenido, por él bien conocido, del relato de la Atlántida de Platón. Si bien Proclos no consideró a ese Crantor ni su viaje a Sais como favorables al difunto Platón, su testimonio constituye, sin embargo, un argumento positivo de la veracidad del relato. ¿Es que Proclos se habría inventado la figura de Crantor?
Platón contra Aristóteles Aún está por resolver si el contenido del relato de Platón sobre la Atlántida, fue una pura fantasía o bien fue realidad. No existe prueba alguna, que nos aclare si la tierra que dio su nombre al Atlántico, fue una isla que se hundió o un continente que, después, cambió de nombre. La creencia apoyada en el sentimiento de unos, se halla enfrentada con la repudiación incondicional y escéptica de otros. ¿Cuáles son los hechos positivos susceptibles de ser considerados como verídicos? El convencimiento de que la Atlántida existió realmente, se funda en que estamos en posesión de un texto escrito en forma documentada y digna de crédito, que no contiene nada que se oponga a las leyes de la lógica o que fuera imposible de ser demostrado de acuerdo con las ciencias naturales. Con ella se enfrenta la creencia o más bien la sospecha de que Platón había encontrado fácil el relato de la Atlántida, para utilizarlo como un adecuado marco, como una historia atractiva para servir de apoyo a sus ideas políticas conservadoras, y así hacer que fueran leídas y que causaran impresión en su auditorio, puesto que, según se razona, hay muchas cosas en el relato que son increíbles y difíciles de compaginar con los hechos observados en la naturaleza. Esa lucha de opiniones que no ha cesado durante varios milenios sobre si la Atlántida es un producto de la leyenda o fue una auténtica realidad, se ha desviado últimamente en el sentido de averiguar si el relato debido a la mano de Platón es o no verdadero. Es esta una cuestión que entra automáticamente en el terreno de la investigación sobre el origen de los documentos, en la crítica de la historia. Así pues, con esta parte empezará nuestra investigación objetiva del problema en su totalidad. En los dos diálogos de Timayo y Cricias, se contiene todo cuanto se ha dicho en forma auténtica sobre la Atlántida. 26
Proclos no era un cualquiera, sino un ciudadano de Bizancio de noble estirpe, muy apreciado como filósofo y como cabeza de la escuela neoplatónica. Su renombre se hubiera resentido si, en unión de Platón, se le hubiese podido acusar de un fraude. ¿Por qué lo habría puesto en juego en una época en que la disputa sobre la autenticidad del relato sobre la Atlántida hacía tiempo que se había apaciguado? Más bien parecería verosímil que dada su memoria, tan prodigiosa que precisamente por esto había adquirido celebridad, el recuerdo de aquel viaje de Crantor a la maravillosa tierra de Egipto hubiese quedado fijo en él. Dado que estudiaba en Alejandría y que sólo después regresó a Grecia, no era difícil que en uno u otro lugar hubiese llegado a su conocimiento el relato de semejante viaje. No siendo tenido Proclos por embustero ni charlatán, su testimonio, según las reglas de la crítica histórica, debe ser considerado como el de la autenticidad de la fuente del relato de Platón. Además, ya en tiempos de Crantor la lucha de opiniones sobre el valor de este diálogo hacía tiempo que se había apaciguado; entonces se discutía sobre otras cosas. Tampoco Crantor pudo tener motivo alguno aparente para imaginar la historia de la columna de Sais, sólo para desenterrar de nuevo un diálogo, que había perdido todo su interés. Seguramente la mayor parte de las fechas y de los acontecimientos tenidos como históricos de igual antigüedad, apenas si tienen un mejor fundamento que el testimonio de Proclos, el cual constituye un testimonio oral y visible innegable. ¿Por qué, pues —deberíamos preguntarnos— el griego, tan aficionado a la mitología, ha dado motivo a poner en duda el relato de Platón? Nunca se había despertado en forma tan aguda el espíritu crítico, aceptando cosas mucho menos dignas de crédito, sin tan acerbas protestas, como auténtica moneda. ¿Cómo ha nacido la sospecha de que Platón hubiese contado una fábula en vez de un relato cierto, inventando en forma poética una isla fabulosa? ¿Es que la sencilla nota que precede al relato, la ausencia de toda retórica y de adornos literarios, la estricta objetividad en la mención de cosas que nada tienen que ver con la cultura helénica, no son pruebas de que se trata de algo verdadero, de una tradición que data de tiempos prehistóricos y que nos ha llegado a través de Egipto? Es evidente que nadie que, sin un criterio preconcebido lea el texto original, podrá sustraerse a la impresión de que, por lo menos Platón ha creído en lo que ha escrito en forma de diálogo. Su convencimiento, por tratarse de un hombre honorable y de un espíritu ilustre, pesa más que la opinión negativa de cien cerebros de mentalidad media que están más inclinados a pronunciar un no que un sí, expuesto a eventuales riesgos. La culpa de la aversión con que fue recibido y criticado el relato de Platón, corresponde de preferencia a Aristóteles. A él debió Platón que ya en vida se insinuaran dudas sobre la veracidad de lo que había escrito. Y esas dudas ya no se acallaron. El mejor y más agudo dialéctico de aquella brillante época de espiritualidad helénica esgrimió el mal argumento de que Platón había inventado la historia de la Atlántida, únicamente para dar un mayor relieve a su propia filosofía política. Este reproche, que está en un pasaje del libro “Sobre el Cielo” (II, 14) (que por esto se hizo célebre), quedó, desde entonces, adherido a Platón, evidentemente en forma completamente injusta. Desde entonces todos aquellos que prefieren el gran sistemático Aristóteles al más profundo pensador Platón, consi-
deran que la Atlántida no existió jamás y que fue un mero engendro de la fantasía. Para comprender cuan poderosamente esta falsa idea influyó sobre los estagiritas a través de los siglos, basta con conocer la opinión del célebre C. O. Möller, en la revista “Gottinger gelehrten Anzeigen” del año 1838, según la cual “la leyenda de la Atlántida es una ampliación de antiguos y míticos conceptos populares para servir de apoyo a la exposición razonada de la política ideal de Platón”. El gran Aristóteles apenas lo habría formulado en forma distinta y más equivocada. Pero su testimonio contra Platón ¿era realmente imparcial? ¿O es que, en realidad, existían verdaderos motivos para alterar la objetividad ante la cual se enfrentaba el crítico convirtiéndola en una adversa subjetividad? Para poder emitir, al cabo de más de 2.000 años, un juicio acertado sobre la disputa literaria de Platón contra Aristóteles, se hace preciso reflexionar sobre cuáles eran las relaciones humanas existentes entre los dos representantes más grandes de la filosofía helénica, en tal forma enemistados. Muy joven aún, a la edad de diecisiete años, Aristóteles se trasladó Atenas procedente de Estagira, convirtiéndose allí en alumno del célebre Platón, que entonces contaba sesenta años. Lo cierto es que jamás se llevaron bien. Por su parte Platón expresó una opinión poco favorable de su alumno que, desde un buen principio, le había sido poco simpático. En cambio, según el testimonio de Eliano, de Eusebio y Diógenes Laercio, Aristóteles se había comportado en forma inadecuada, más bien con dureza e ingratitud contra su maestro. Así que se encontraban, no pensaban más que en separarse. Esto se comprende ya desde el punto de vista fisiognómico: Platón que en realidad se llamaba Aristocles Aristocles, debía este apodo a su poderosa figura, a su cabeza de león y a su rostro ancho e imponente. Aristóteles Aristóteles, en cambio, era más bien pequeño; claro que ese raquitismo de su cuerpo lo compensó largamente gracias a su ambición y a su arrogancia. Si la vista de Platón despertaba en Aristóteles envidia y resentimiento, aquél debía sentir aversión hacia la figura corporal de éste. En todo eran completamente distintos. Platón era vástago de una familia distinguida: tanto por parte de su madre como de su padre, descendía de la estirpe real de los Codros. Su temperamento era abierto, quizá demasiado; un corazón alegre y un espíritu que se elevaba en alas de la poesía. En muchas de sus cosas era un favorito de los dioses, enteramente inclinado a la parte soleada de la vida. Aristóteles, en cambio, era hijo de Saturno. Ya desde temprana edad tuvo que sufrir rudos golpes de la suerte. Después de perder a sus padres pasó privaciones en sus humildes oficios de soldado y de vendedor de ungüentos, antes de ponerse en contacto con Platón. Esta dura juventud, influyó en su vida y en sus aspiraciones. Sólo su inmensa soberbia le impulsaba hacia adelante. Se entregaba de lleno al estudio de todo el saber de su época, el cual asimilaba en forma asombrosa, combinándolo para formar un sistema digno de admiración; pero era un enemigo de la armonía y, bajo este punto de vista, el reverso de la medalla del poeta Platón. Lo que le faltaba en cuanto a vena creadora, lo reemplazaba con su férrea actividad, con una memoria prodigiosa, que jamás le fallaba y con el peligroso don de una crítica acerada. Ningún crítico griego parece haber descubierto y haber 27
puesto de relieve en forma tan acusada, las debilidades y los defectos de las posiciones de sus contrarios, cual los pequeños y oscuros ojos de Aristóteles. Los rasgos burlones y despreciativos de su rostro, de facciones duras, que ya habían sido puestas de relieve por Eliano, faltan por completo en el rostro abierto, digno y hermoso de Platón. No podían imaginarse en inteligencias tan elevadas, contrastes fisiognómicos tan acusados. Y así sucedió lo que tenía que suceder. Del alumno Aristóteles, del “lector”, de la “inteligencia de la escuela de Platón”, como éste, en forma laudatoria le designaba al principio surgió pronto un oponente que se convirtió en paladín de la oposición intelectual contra Platón e Isócrates, los grandes de la Academia. En sus casi veinte años de convivencia en Atenas los contrastes se agudizaron a pesar de mantenerse dentro de los límites de la dignidad literaria y de una cortesía aparente, según puede apreciarse en el conocido pasaje de la “Etica a Nicómaco” (I, 6). A la ruptura abierta parece haber conducido la posición adoptada por Aristóteles ante el relato de la Atlántida de Platón cuando éste se hallaba en plena decadencia, mientras aquél, por el contrario, seguía una carrera ascendente. De esta situación psicológica debe haber surgido la palabra despechada de Aristóteles, según la cual Platón había escrito esta fábula de la Atlántida sólo para favorecer sus anquilosadas ideas políticas, no conteniendo nada que fuese verdad. Semejante imputación debió impresionar tanto más hondamente al anciano maestro, pues se trataba de la obra de su senectud, que había escrito después de largos años de indecisión, como su postrer legado. Pero no era esto todo; la acusación hacía a Platón responsable de una grave contravención de las costumbres, de la asebeia asebeia, de la falta de respeto hacia sus antepasados antepasados. Platón había puesto su relato en los labios del hermano de su madre, su tío Cricias el Joven. De ser cierta la acusación, Platón habría hecho un mal uso del nombre de la persona y de la consideración política de su pariente, quien, como cabeza directriz de los "treinta tiranos", había ocupado un lugar preeminente en el escenario de la política. Y como en el diálogo Cricias hace referencia a Solón, éste era también arrastrado al abuso. Tratándose aquí de la cuestión decisiva de la autenticidad o de la falsedad del único documento auténtico que existe, esta larga polémica entre ambos héroes de la inteligencia tenía forzosamente que tomar gran des proporciones. Aristóteles era, sin duda, una de las mentes más inteligentes de Grecia; la obra portentosa de su vida inspira respeto. A pesar de la atención que merece el filósofo, el investigador y el pensador, no es posible aprobar su conducta respecto a Platón. Pues aquello de que le acusa está en contradicción demasiado manifiesta con el modo de ser del noble y del idealista ático. Llegado al final de una larga vida que le había demostrado el valor y la futilidad del poder y de la sabiduría del hombre, el anciano filósofo estaba más cerca del meollo de las cosas, de la verdadera substancia de los mitos y de las tradiciones diciones, que el inteligente y avisado pensador Aristóteles. Platón adivinó lo que había de verdadero en el relato de Solón. Y en ello creía. Y por esto, transcribió fielmente lo que de él había oído por mediación de Cricias. Se habría avergonzado de desvalorizarlo añadiéndole cosas imaginarias. Para Aristóteles, el realista, el relato de la Atlántida era uno entre tantos mitos increíbles sin fundamento y. por lo tan-
to, una acusación que resultaba fácil de esgrimir en un tema de actualidad, motivo para su actuación sin relación alguna en cuanto a valor subjetivo. Si hubiese sido él quien escribiera los dos diálogos de Platón, sin ningún inconveniente ni idea preconcebida habría hecho servir el relato sobre la Atlántida como fondo retórico para iluminar pensamientos propios. Y que, sin más ni más, supusiera la misma forma de actuar a Platón, que era su antítesis, demuestra su incapacidad de penetrar en el modo de ser de su contrincante, lo cual no quiere en modo alguno decir que Platón hubiese obrado tal como era de suponer que habría obrado en su caso Aristóteles. La situación psicológica habla en contra de la verosimilitud de la acusación aristotélica. ¿Qué es lo que nos dice sobre ello la crítica objetiva? A primera vista y considerado el asunto superficialmente, la suposición aristotélica de que el relato de Platón sobre la Atlántida era tan sólo un argumento ilustrativo para la propaganda de sus ideas con servadoras sobre la política del estado, no parece desprovista de fundamento. Platón era un filósofo del estado y, como hijo de la familia más distinguida de Atenas, un defensor de los principios aristocráticos. Pero quien hubiese esperado verlos alabados en ambos diálogos, se hubiera llevado un chasco. Las relaciones entre ellos y los diez libros sobre la Ciencia política son mucho más profundas. Dejemos hablar sobre esto a una autoridad sobre el asunto aunque ya no figura en el mundo de los vivos, al editor de la obra griego—alemana de los escritos de Platón publicada en 1853, de quien hemos tomado el siguiente texto. Sobre la tendencia del diálogo de Timayo, dice: “Como, en realidad, Sócrates, según su propia manifestación (Timayo, pág. 17CC), en el diálogo sobre el estado quería demostrar cómo y cuál era el mejor de los ciudadanos y de acuerdo con ello los había clasificado advirtiendo de qué cualidades los mejores ciudadanos tenían que estar dotados y cómo podían adquirir tal condición, así Timayo, en el diálogo del mismo nombre describe a los ciudadanos con tales disposiciones que hace que puedan llegar a ser los mejores pasando revista a la creación del Universo y hasta a la del hombre mostrando que la naturaleza del Universo (macrocosmos) tanto como la del hombre (microcosmos) está constituida según la eå (eu) bien, bueno – kalÕj idea de lo bueno y de lo bello (eå kalÕj, (calos) bello, de donde el nombre de “Caleu”). Finalmente enseña Cricias que tales ciudadanos, como lo afirmaba Sócrates, habían sido los atenienses de 9.000 años atrás. El Timeo es, pues, al mismo tiempo, el fundamento cosmológico y fisiológico del punto de vista de Platón tan como aparece en sus primeros escritos, es decir en la obra sobre el Estado. Ya que la idea de lo bueno y de lo bello, que en otros escritos se representa como el principio más elevado de la vida ética y política, aquí, en el terreno de la Naturaleza, es ensalzado como lo más alto demostrando que todo está formado según él y que todo debía asemejársele si se quería alcanzar el grado más elevado de perfección y de felicidad”. Y sobre el diálogo de Cricias con él relacionado, el mismo sabio autor dice: "El diálogo de ricias está íntimamente enlazado con el diálogo de Timeo, Pues lo que Cricias promete en él, o sea que, cuando le toque el turno de hablar, contará con todo detalle la historia de aquellos antiguos atenienses y demostrará que fueron tales como Sócrates el día anterior en el discurso sobre el estado los había designado, como los mejores ciudadanos, en este diálogo se trata de ponerlo de relieve... " 28
Esto aclara muchas cosas. En primer lugar que, en conjunto, el terna que se desarrolla entre el cielo y la tierra, sobre todo en el diálogo de Timeo, el relato sobre la Atlántida desempeña un papel secundario, enteramente intrascendente. Platón, de tener esto en cuenta, hubiera sido un mal poeta si para hacer honor a esta historia secundaria hubiese sobrecargado el tema principal que es el que le interesaba, con una leyenda que a él mismo le parecía rara, mezclándola con cosas increíbles. Esto sólo constituye ya una prueba contraria a la idea de que Platón hubiese imaginado el tema de la Atlántida para dar colorido de fondo a su relato. En segundo lugar, resulta innegable que Cricias cuenta el relato del viaje de Solón que había oído referir a su abuelo, sólo para ensalzar a los atenienses prehistóricos y no a los habitantes de la Atlántida. Lo que refiere sobre la disposición de la primitiva acrópolis y sobre la casta de los guerreros hubiese sido suficiente como ejemplo ilustrativo sin que fuese necesario citar detalles sobre la isla de la Atlántida, sobre su situación, su naturaleza, sus moradores, sobre el imperio marítimo centralizado en ella y sobre su terrible destrucción. Precisamente lo que a nosotros los atlantólogos nos interesa, para Sócrates y su cónclave eran cosas secundarias; para demostrar la habilidad guerrera de sus antepasados hubiese bastado una mención corta de algún reino contemporáneo situado en un lugar cualquiera. ¿Por qué se habría inventado Platón todo aquello que se apartaba del tema principal? Si analizamos todo esto en forma cuantitativa llegamos a contar (en la edición que tenemos a la vista) 92 páginas del texto griego de Timayo y 18 páginas del texto de Cricias; de ellas tratan 2 páginas en Timayo y 3 en Cricias de aquellos antepasados atenienses de la casta de los guerreros y de su modo de vivir. Aceptamos en forma hipotética (¡que la sombra de Platón nos perdone!) que éste se hubiese inventado estas 5 páginas en las cuales habla de aquellos modélicos ciudadanos a fin de citar un ejemplo deslumbrador; ¿por qué habría inventado también todo el relato de la Atlántida y lo que constituye el contenido principal del diálogo de Timayo como fundamento cosmológico de su punto de vista? Las 5 páginas en que son descritos los ciudadanos ideales arcaicos están junto a 15 páginas que tratan de la Atlántida y unas 90 de cosmosofía. Para ilustrar a los antagonistas de aquellos primitivos atenienses hubiera bastado con una sola página. ¿Es que era verosímil que Platón, que estaba interesado en la filosofía del estado pero de ninguna manera en la geografía ante diluviana se imaginase un texto sobre la Atlántida quince veces mayor sólo por el caprichoso gusto de inventar una fábula? Esto es algo completamente inverosímil. Platón no era, en modo alguno, un escritor diletante sino un maestro de la elocuencia y del arte. Precisamente se había guardado muy bien de disminuir con relatos secundarios el efecto de aquello que le interesaba poner de relieve. Y, como según dijimos, lo más interesante para la atlantología es precisamente ese relato secundario contenido en los dos diálogos, Platón no pudo haber tenido motivo alguno de imaginárselo en forma innecesaria y hasta en perjuicio del efecto del conjunto. Precisamente lo que se refiere sobre la Atlántida es lo que no se habrá inventado. Todo lo que tiene un valor objetivo, textual y psicológico parece secundario y dar la razón a Aristóteles, mientras resulta esencial y de la mayor importancia para Platón. Sin embargo, según ya hemos demostrado, su malévola e injustificada crítica no ha perdido su eficacia. Es la que determina
siempre la posición de los eruditos de su tiempo. De ello vamos a ocuparnos brevemente. Cuando el egiptólogo hamburgués Dr. Eberhard Otto, hace notar que no existe relato egipcio alguno que nos sea conocido, sobre el tema de la Atlántida, ni este nombre de la Atlántida se encuentra citado en los escritos de Egipto, no constituye esto una verdadera objeción, dado que esta cita que con tanto sentimiento encuentran a faltar los atlantólogos podía muy bien hallarse en los innumerables textos que no han llegado hasta nosotros como por ejemplo, los jeroglíficos de la columna del templo de Sais que Crantor, según el testimonio de Proclos, afirmaba haber visto allí, mucho después del tiempo de Solón. ¿No ocultaría acaso el lodo del Nilo, acumulado sobre las ciudades del Delta, ese inapreciable documento? ¡Quizá algún día la tierra de Egipto lo devolverá a la luz! De encontrar testimonios egipcios se tendría una prueba indubitable del valor histórico de la tradición sobre la Atlántida; pero que falten, no nos demuestra en modo alguno lo contrario. Siguiendo el pensamiento de Aristóteles, el erudito de Kiel en filosofía clásica, profesor Dr. Hans Diller, expuso su pensamiento de que el relato sobre la Atlántida se halla precisamente en el lugar de los diálogos de Platón, donde existiría un mito "como una imagen que corresponde al postulado del pensamiento de Platón". Si esta opinión está o no justificada, el propio lector, teniendo a mano el texto original, podrá decidirlo. Después de que Cricias en el diálogo de Timayo ha relatado su "historia ciertamente muy singular, pero verdadera", que describe la lucha entre los pueblos situados a uno y otro lado de las columnas de Hércules, dirige a Sócrates la siguiente pregunta: — "Preciso es probar. ¡oh Sócrates! si esta materia por su sentido, nos corresponde o si, en vez de ella, tenemos que buscar otra." Y a esto contesta Sócrates con unas palabras cuya gravedad puede advertir el propio lector: — “Pero ¿cuál, oh Cricias, podríamos encontrar en su lugar que mejor se adaptara como ofrenda de este día a la Diosa de la simpatía y, al propio tiempo tuviese la venta ja de no ser un míto poético, sino una verdadera historia?” El que quisiese afirmar que, sin embargo, se trataba de un mito inculparía a Platón de una burda y premeditada mentira. No podemos creer que, precisamente un especialista de la historia de la filosofía griega pudiese tener una opinión tan miserable del filósofo más pro fundo y más sabio de Grecia. Cuando finalmente R. Weyl (en una publicación dirigida contra la hipótesis de la Atlántida de Jürgen Spanuth), afirma que el gran conflicto entre la primitiva Atenas y la Atlántida, no fue más que una invención paralela a la guerra de los persas, proyectada sobre la remota antigüedad y situada en el frente opuesto, también acusa a Platón de una mentira premeditada. Falta la demostración de esa opinión gratuita tanto en él como en su contrario Jürgen Spanuth, que relaciona el mismo conflicto con la irrupción de los "pueblos marítimos del Norte" en el Mediterráneo Oriental. Hasta cuando eruditos de fama reconocida en sus especialidades dan expresión a opiniones semejantes, se trata de opiniones, pero no de pruebas. Si tienen razón, depende ante todo, de la forma de apreciar el amor que Platón sentía hacia la verdad. Si leemos el texto encontraremos que formula repetidas excusas sobre sus rarezas. Inverosimilitud del relato, pero siempre afirmaciones de que se trata de un relato verídico y no do un 29
producto de la imaginación. Los participantes en el coloquio "quieren ser fieles y verídicos a la diosa en su fiesta y ensalzarla como en un canto de alabanza". Esto, en lenguaje moderno equivale a un juramento; pues que Bendis—Artemisa, la diosa del creciente lunar, según creían los helenos, castigaba a los criminales que se atrevían a celebrar su fiesta con un canto de alabanza que estuviese manchado con una mentira. ¿Cómo pues, se hubiese atrevido Platón a referirse a la divinidad para hacerla testigo de la veracidad de su relato, si éste hubiese sido falso? Si ello hubiese resultado quizá, fácil para un pequeño escritorzuelo, el mentir con semejantes aseveraciones, no puede suponérsele a Platón. No; Platón, según se desprende de todo ello, ha desempeñado su papel de transmisor en forma tan objetiva como le fue posible. Esta impresión positiva es reforzada si se examinan por separado las diferentes partes del texto tratando de averiguar si Platón, en caso de que tal hubiese sido su voluntad, habría podido imaginar todo aquello que constituye el relato de Solón. Un párrafo muy importante del texto da una inequívoca contestación sobre pregunta tan decisiva. Dice así: — “… situada ante el estrecho que aún hoy día se designa con el nombre de "Columnas de Hércules", había una isla más extensa que el Asia Menor y la Libia juntas y desde ella podía fácilmente trasladarse a otras islas y a través de estas islas, a la tierra firme que se extendía enfrente y que circunda aquel mar tan cálido... “ ¿Qué es lo que nos muestra este párrafo? Nos ofrece una imagen verídica de la parte occidental del mar Atlántico antes del hundimiento de la isla Atlántida. Su parte más oriental confina con el Sur de Europa; a occidente hay algunas islas y detrás de ellas una tierra firme, que el mar rodea por completo. Si esta descripción es apócrifa lo cierto es que, a grandes rasgos, nos da una imagen real y verdadera del mapa del Atlántico occidental; la región tan pródiga en islas de Norte América formada por el gran arco de las Bermudas, Bahamas y las Antillas y, detrás de esta barrera de islas, la inmensidad de la tierra firme. ¿Por qué habría inventado Platón ese fondo, tan lleno de colorido en apoyo de sus ideas políticas? ¿Por qué inventar más islas, además de la legendaria, y por qué detrás de estas la tierra firme? ¿Es que semejantes detalles podían contribuir a hacer más atractiva una constitución de carácter conservador para la antigua Atenas? Ni la autoridad de un Aristóteles podrá hacernos creer semejante cosa. Pero, no es esto todo. Lo más raro, lo más emocionante de este detalle, no consiste precisamente en que una determinada topografía con tenga un mar imaginario, sino una descripción enteramente verídica y real. De tratarse de una descripción puramente ilusoria, podrían elegirse una porción de variantes. ¿A qué se debería que Platón hubiese elegido precisamente aquella que corresponde más estrictamente a la realidad? Ningún censor serio podría inclinarse a creer que tal cosa haya sucedido por pura casualidad. Precisamente aquello no hubiera podido imaginárselo Platón aunque lo hubiese intentado. Y lo mismo se aplica a Cricias o a Solón. Ninguno de ellos pudo haber imaginado tal cosa del reino de la fábula. Y es que, en realidad, todos ellos fueron transmisores, no creadores, de la tradición de la Atlántida. Platón oyó lo que sabía de Cricias el Joven, éste de su abuelo, Cricias el Viejo que, según la opinión de Drópides, figuraba en las descripciones de los viajes de Solón. Y Solón ha referido las
cosas asombrosas que en Egipto le han contado, nada que él pudiera imaginarse. Hasta aquí llegan las fuentes de la crítica. ¿Es lo mismo valedero por lo que se refiere al relato considerado como fabuloso, sobre la primitiva Atenas? Será preciso examinar esta parte del texto con un espíritu crítico muy agudo. Como es natural, nadie creerá que aquella ancestral población, asentada sobre la escarpada colina que después tenía que contener la Acrópolis de la clásica Atenas hubiese sido habitada por los verdaderos antepasados de Solón, de Platón y de Pendes. No es posible imputar ni a Platón, ni a sus informa dores si, hijos de su tiempo, se imaginaban que ellos, es decir, los helenos, habían sido los primeros habitantes de la Hélade. Si se equivocaron no fue ello debido a la autenticidad de las fuentes de la tradición. Por lo demás, su error hubiese dado poco motivo al reproche de los modernos investigadores. Pues aquéllos, que antiguamente se equivocaron, pensaban exactamente como los modernos en forma "actualística", es decir, partían de la opinión, por lo general acertada, ocasional, pero también errónea, de que todo había estado allí y que había existido en la antigüedad de manera que aún hoy actúan causas antiguas que la sostienen. ¿Quién es capaz de arrojar la primera piedra por lo que se refiere a los supuestos primitivos helenos? Para demostrar la veracidad de las fuentes de esta parte del relato de Platón que, por lo demás, resulta de importancia secundaria para la atlantólogos podemos esgrimir un argumento de peso. Contiene, en efecto, dos datos que Platón no habría podido adivinar, como tampoco pudo imaginarse el corto relato de la Atlántida, al tratar de la parte occidental de dicha isla. Si consideramos su fecha (9.000 años antes del viaje realizado a Egipto por Solón), la Atlántida habría florecido al final del cuaternario, es decir, en una época en que poderosas masas de agua se habían con vertido en densas capas de hielo que cubrían la tierra y en que el nivel del mar estaba unos 90 metros más abajo que en la actualidad. Como es lógico, Platón no podía saber absolutamente nada de ese hundimiento "eustático". Mucho más importante es, que el relato contenga el dato de que la actual Ática, no fuera más que un residuo de lo que entonces había sido, que había contenido cadenas de montañas y altas colinas y fértiles valles. Si contemplamos el mapa de la figura 3, encontraremos la explicación y la prueba de que hasta aquello que "se refería a nuestra tierra era verdadero y digno de crédito"; en él vemos la línea actual de la costa y la que presentaba en la época del cuaternario; su desarrollo demuestra que el Ática actual constituye realmente "tomada en conjunto, como un monte avanzado que se introduce en el mar arrancando de la restante tierra firme"; entonces era, especialmente en comparación con la posterior Atenas, más ancha y unida a Eubea y al Peloponeso, por medio de istmos. Y, gracias al hundimiento eustático del nivel de los mares, las montañas resultaban entonces ser unos 100 metros más altas que hoy día, de suerte que la colina en la cual está asentada la Acrópolis, que hoy alcanza 156 metros sobre el nivel del mar, entonces llegaba a 250 metros y, por lo tanto, no sólo parecía, sino que era mucho más alta. Las zonas llanas, que actualmente se han convertido en el fondo del mar, eran entonces aquellas llanuras tan fértiles de cuya existencia nos da cuenta Platón, a pesar de que él no las vio ni pudo adivinar por casualidad su existencia. 30
Con ello queda demostrada la autenticidad hasta de aquella parte del relato de Platón en que se habla del territorio que habitaban los que, erróneamente, pero de forma perdonable eran considerados como los primitivos atenienses siendo, en realidad, los habitantes del final del pleistoceno, de lo que más tarde fue la tierra del Ática. ¿Es que era dable atribuirles un nivel de cultura que corresponda aproximadamente al que Platón nos describe? No hay que perder de vista que su relato no nos habla de un grado de cultura igualmente elevado casi ya en vías de degeneración, como la que había sido alcanzada en la contemporánea Atlántida. Describe una cultura que, comparada con aquélla, resulta bucólica y provinciana. Las moradas de los guardianes de la fortaleza, descritos con más detalle, estaban construidas de madera y de lodo, las vallas de empalizadas o formadas por piedras ciclópeas. Esto no contradice sino que, más bien, corresponde exactamente a las más recientes apreciaciones que se tienen de los hombres de Aurignac, que vivían en la misma época. Estos aprendieron ya a construir casas de madera de gran tamaño, de lo cual nos informa Gert von Natzmer, en su interesante libro "Las culturas de la antigüedad" (Safari, 1955). “Los postes de madera podridos dejan en el suelo residuos de putrefacción; son casi indestructibles... Así ha sido posible comprobar la existencia de casas de madera que hace muchos milenios quedaron con vertidas en polvo. Por la disposición de los agujeros de los postes puede apreciarse la forma de construcción y hasta la situación de los techos sostenidos por pilares... Y así es como se ha venido en conocimiento de que los pueblos dedicados a la caza, que hace varios milenios habitaban la parte oriental de Europa, desde el sur de Rusia hasta el Austria, ya construían espaciosas obras en madera. Estos edificios alcanzaban una longitud de unos 40 metros y estaban divididos en varios aposentos, en los cuales se han encontrado huellas de los hogares. Seguramente cada una de estas “casas largas” albergaba a una gran familia o tribu, que estaba constituida por numerosas familias viviendo bajo un mismo techo. La situación general de las casas hace pensar que su constructor había utilizado ya fuertes y afiladas hachas de piedra. Sólo así podrían trabajar la madera en forma adecuada. Tales herramientas no habían sido seguramente inventadas por esos pueblos de la antigüedad dedicados a la caza. También se supuso que se trataría de nómades sin hogar, pero luego se demostró que eran pueblos sedentarios. Sus casas comunales permiten deducir que conocían una especie de ordenación social. Sólo dentro del marco de una ordenación semejante podía desarrollarse la técnica de que habían disfrutado...” “Estos sorprendentes hallazgos nos demuestran de nuevo, que no tenemos que imaginarnos la vida del hombre prehistórico, tan primitiva como la suponemos o como se suponía en la antigüedad...” ¿No recuerda acaso este panorama, reconstruido sobre la base de indudables hallazgos, en forma asombrosa, con aquello que en el relato de Platón se dice sobre la clase de vida de los ancestrales atenienses? La casta de los guerreros que vivía en la colina que ahora contiene las ruinas de la Acrópolis clásica, se albergaba en casas comunales exactamente lo mismo que sus contemporáneos situados más hacia el Norte; tampoco, hasta época muy reciente, se creía en éstos. Y así es como tenemos que admitir la verosimilitud de esos ancestrales atenienses que eran considerados como mero producto de la fantasía.
Los cazadores del Aurignac tenían, según pudimos apreciar, una ordenación social firme. También los antiguos atenienses estaban distribuidos en las cuatro castas ancestrales: sacerdotes, guerreros, artesanos y agricultores agricultores. Los guerreros y los sacerdotes vivían juntos en la colina que dominaba la ciudad, en casas de madera sencillas y espaciosas, sin lujo, cerca de templos igualmente sencillos de las divinidades que veneraban. Es muy probable que los catios, los queruscos y los válanos de Nahar vivieran también así en la época de sus guerras con los romanos; de los escitas primitivos Herodoto dice lo mismo. Un pueblo que construye casas de gran longitud, es sedentario; ser sedentario significa cultivar huertos y campos; de ellos se desarrolla, gracias a la primitiva división del trabajo, una casta de cultivadores. Los campesinos no viven en las colinas sino junto al lugar donde realizan su trabajo o sea en los valles, tal como Platón cuenta de los primitivos atenienses. La construcción de grandes casas de madera exige una artesanía bastante adelantada. Campesinos y artesanos, pues se complementan entre sí, no pueden separarse. Y con ello está también de acuerdo lo que Platón nos cuenta de sus antepasados atenienses, que vivían en la "ciudad baja" y también en grandes casas cual las que han sido reconstruidas como consecuencia de los hallazgos correspondientes a la época glacial realizados en el Sur de Europa. Pero aun hay otro detalle que reclama nuestra atención. Esas grandes casas que servían de vivienda a familias numerosas son, según es sabido, señales inequívocas de una forma de vida matriarcal. A ella corresponde el culto a una diosa. Estos cuadros culturales arcaicos son conocidos desde la antigua época glacial: la Venus de Brassempuy, la Venus de Willendorf, para citar tan sólo a dos. Y Platón informa, de acuerdo con esto, que ya aquellos antiguos atenienses adoraban una diosa en la figura de una "imagen sosteniendo armas". En su templo más elevado había —así dice Platón— la imagen de aquella ancestral Atenea y de la antigua Efaisto, una junto a otra. En ello puede hallarse una alusión a un posterior estado amazónico de la ginecocracia. J. J. Bachoffen, el gran erudito suizo, ha escrito algo más extenso sobre el particular. Con esta alusión se confirma la comunicación, quizá enteramente extraña a ella, de Platón, de que en su Atenas primitiva la profesión de los guerreros "había sido propia tanto de las mujeres como de los hombres" bres". Y no otra cosa era entre los pueblos de los cazadores y de los campesinos del tipo de Aurignac. De ello se desprende, además, que en las casas comunales que se levantaban en lo alto de la colina no sólo vivían hombres armados, sino también mujeres armadas, es decir, verdaderas familias de guerreros formando tribus exactamente lo mismo que se considera cierto, para los habitantes de las grandes casas del aurignáceo. Si se va juntando piedra sobre piedra, se va formando un cuadro de aquellos lejanos tiempos que, en forma asombrosa, concuerda con la descripción que Platón nos transmite de los primitivos atenienses. Eran, como sus contemporáneos los cazadores "escitas" de Aurignac, gentes de una civilización campesina muy semejante; pero estaban a un nivel ético muy elevado y tienen perfecto derecho a la denominación de pueblo culto No hace mucho tiempo que las tribus germánicas, con las 31
cuales los romanos, más civilizados, hacían sus guerras, eran considerados como constituidas por individuos bárbaros, semisalvajes, cubiertos de pieles, sólo porque, empleando principalmente la madera para sus obras culturales, no habían dejado ninguna huella arqueológica. Sobre este punto ha sido necesario rectificar nuestros conocimientos. También en lo tocante a los hombres del Aurignac fue necesaria una rectificación parecida. No se precisa de mucha fantasía para profetizar una rectificación similar por lo que hace referencia a los ancestrales atenieneses de Platón. En realidad, es toda la llamada edad de piedra la que debe ser considerada bajo un aspecto muy distinto. Con razón dice Gert von Natzrner: “El calificativo de "hombre de la edad de piedra", de ser tomado al pie de la letra, no ofrece ningún sólido contenido. No quiere decir en modo alguno que e hombre hubiese sido un ser primitivo. Hasta los habitantes de la Europa septentrional y central vivieron dos milenios antes del principio de la era cristiana en la edad de piedra. Lo mismo en líneas generales es valedero para los pueblos de las culturas indias de la América del Centro y del Sur, en tiempos de la conquista española. El material empleado por un pueblo de la antigüedad no da por sí mismo medida alguna que pueda servir para apreciar el grado de desarrollo de su cultura....” De todas formas, aquella prehistórica cultura ática (también lo dice Platón), se hundió en una sola noche espantosa de lluvia torrencial, con terremotos e inmensas inundaciones, en el pasado. Nada apreciable nos ha quedado de todo ello; todo, hasta la fructífera tierra de la colina ha sido arrasado y desde entonces ha desaparecido. Hasta los muros ciclópeos que se extendían alrededor del santuario y las casas—fortalezas fueron arrastrados por las aguas, quedando destruidos. No podían en modo alguno (si seguimos el texto de Platón sin alterarlo a sabiendas) ser identificados con aquella muralla pelásgica, construida mucho tiempo después, según afirma erróneamente Jürgen Spanuth. Pero, otro problema se presenta a nuestra consideración: aquella terrible noche en que terremoto y diluvio arrasaron la primitiva Acrópolis ¿fue quizá idéntica a aquella que ocasionó el hundimiento de la Atlántida? ¿Fueron aquellas enormes masas de agua que se vertieron sobre la antigua Ática, parte del diluvio que, según indican las leyendas de innumerables pueblos, destruyeron gran parte de la superficie de la Tierra? Con esto penetramos en un tema que, más tarde, nos ocupará en un ulterior estudio relacionado con nuestras investigaciones. Con esto ha quedado terminada nuestra investigación sobre la parte del texto relativa a la antigua Atenas, que había sido objeto de reparos. Enfrente de las opiniones subjetivas que, desde el tiempo de Aristóteles han sido formuladas por muchos eruditos, hemos aportado muchas razones que demuestran que esa parte del relato de Platón contiene una porción de detalles importantes y comprobables que él no pudo haber inventado, ni pudo haber acertado por pura casualidad. Así queda de mostrada la autenticidad de las fuentes que le sirvieron de información. Lo que Platón afirma repetidas veces es algo perfectamente concordante ha escrito fielmente la verdad. Especialmente nos complacen a nosotros los atlantólogos, los nuevos y valiosos descubrimientos realizados en el espacio de la Europa oriental que arrojan una luz completamente nueva sobre el grado de cultura a partir de la edad de piedra. Una mejor justificación, aunque tardía, de aquello que
precisamente mencionó Platón sobre los primitivos atenienses (y en consecuencia sobre la parte central de la filosofía política de sus dos diálogos), no es posible concebirla. Esto resulta de extraordinaria importancia para poder juzgar de la verosimilitud de toda la tradición. Ya que desde Aristóteles se le ha imputado a Platón que la había inventado para así favorecer su filosofía sobre el Estado. Para ello su fantasía poética habría imaginado aquellos fabulosos atenienses prehistóricos como los objetos más apropiados para su demostración. Esto es algo que se ha afirmado repetidas veces y, sin embargo, es asombroso que precisamente lo contrario fuese lo verdadero. Si consideramos que lo que Platón nos cuenta sobre los primitivos atenienses está de acuerdo con el resultado de las investigaciones arqueológicas, sería absurdo que mantuviésemos nuestras dudas sobre la veracidad de la parte de su texto que hace referencia a la Atlántida. También en este caso tendremos que rectificar nuestras ideas. Platón ha transmitido la verdad. Solón ha traído de Egipto datos auténticos. Pero ¿es que Solón estuvo realmente en Egipto? Sobre sus viajes sabemos algo gracias a la biografía que de Solón escribió Plutarco. Su viaje duró diez años, desde el 571 al 561 antes de 1. C. Primero se dirigió a Egipto, a Sais y a Heliópolis; de allí fue de donde trajo la narración sobré la Atlántida. Después visitó al rey Filokipros de Chipre; esta visita viene demostrada por el hecho de que la ciudad chipriota Aepeia fué designada por él, Saloi. Desde allí se trasladó a Croisos, a Sardes en Lidia y, en el año 561, regresó a Atenas. Y ya al año siguiente fue suplantado por Pisistrato. En el ocio involuntario de los dos últimos años de su vida (murió a los 80 años, en 559) parece haber escrito las memorias de su viaje quizá como base de un poema más extenso. El texto en que se apoya Cricias debe, pues, atribuirse al año 560, antes de J. C. Entonces es cuando empieza la tradición helénica de la Atlántida merecedora de crédito histórico. Está mejor documentada que otros muchos hechos reconocidos por la investigación histórica oficial. Pero ha suscitado muchas controversias. Esto parece haber dado el impulso, pues si bien Platón no podía inventar todo cuanto escribió y si bien no hubiese correspondido a su modo de ser el imaginarse todo aquello desde la época de los logogrifos, el mundo de los eruditos ha sido contrario a Platón. El relato de la Atlántida tuvo la des des-gracia de estar siempre en contra de las hipótesis dominantes, entonces en moda.
Notas relativas a los Diálogos de Platón ocris 1. Timayo de LLocris ocris, en la italia Meridional, de la escuela pitagórica, naturalista y observador de las estrellas, expone en la segunda parte del diálogo que lleva su nombre —no reproducido aquí— las ideas fundamentales de la cosmogonía pitagórica. Como partidario de Sócrates, era una figura histórica, no imaginada ad— hoc por Platón. Joven biznieto de Drópides, nieto de Cricias 2. Cricias el Joven, el Viejo, que comunicó el relato egipcio de Solón a su nieto y hermano de la madre de Platón, célebre estadista de tendencias conservadoras, cabeza directriz de los “Treinta Tiranos”, conocido también como poeta, orador y filósofo, partidario de Sócrates; caído a los noventa años en la batalla de Aigospotamoi (403 a.C.). 32
3. Bendis Bendis, la diosa de la Luna de Tracia y, por lo tanto, identificada con Diana; una fiesta anual de esta diosa, las Bendidias, era celebrada, siguiendo una costumbre báquica, en el Pireo ante el Panateneo en el mes Targelion. Respecto a la alta significación religiosa de esa diosa, comparable con la virginal Diana—Artemisa, el relato sobre la Atlántida, que es presentado a la diosa como “un canto de alabanza”, gana enormemente en peso y verosimilitud. 4. Solón (639—559 a.C.), de noble familia ática, ocupado primero como mercader, ganó Salamis para los atenienses en lucha contra los megaros, dio en seguida una nueva constitución a Atenas que disminuyó algún tanto las diferencias existentes entre la nobleza eupátrida y el pueblo; en el año 571 abandonó Atenas, viajó a Egipto, visitó allí los colegios de los sacerdotes en Heliópolis y Sais, pasó en seguida a Chipre para visitar al rey Filokipros, quien, siguiendo el consejo de Solón, trasladó su ciudad Aipeia a un lugar más favorable y en honor de aquél cambió su nombre por el de Soloi. Solón, en el año 563, vino de Kroisos a Sardes y en 561 regresó a Atenas. En 560 fue el único dominador de Pisistrato; vivió su último año gozando de la atención de todos, pero en el retiro. De sus, al parecer, numerosas poesías, que entonces eran célebres, sola mente nos han quedado fragmentos. La noticia citada por Plutarco (31 a.C.) sobre si relato concerniente a la Atlántida, empezado pero no terminado, se extravió. 5. Hermócrates Hermócrates, hijo de Hermón, natural de Siracusa, célebre como guerrero según Jenofonte alumno de Sócrates, también figura histórica y no imaginada ad—hoc por Platón. Viejo hijo de Drópides. 6. Cricias el Viejo, 7. Precisamente el relato de la Atlántida; compárese la noticia sobre el mismo. 8. El rey Amasis (Amasis Iº, de la 26ª dinastía, 569—525, momento en que Egipto está bajo dominación Asiria) era contemporáneo de Cricias el Viejo; conocido como amigo de los griegos, dado que, principalmente en este tiempo, se estableció un activo contacto entre Egipto y Grecia. 9. Neith Neith, en tiempos primitivos la diosa principal de Libia y del Bajo Egipto; su emblema: un escudo con la imagen de dos flechas cruzadas valedero hasta el predinástico; nombre al parecer indogermánico equivalente a “Necht” (noche, nykt). Su figura y su culto son típicos de un primitivo matriarcado; lo mismo resulta valedero para Atenea. 10. Atenea Atenea, figura y nombre emparentados con el germánico Idhun como también a Odín, Aidoneus, Adonis, hebreo Adonai, etcétera. Diosa primitiva matriarcal y, por esto, parecida a la Neith líbica; diosa del Estado de Atenas; el mito según el cual Atenea como diosa del Estado vence a Poseidón podría muy bien ser un recuerdo de la lucha entre los primitivos habitantes del Ática y los Atlantes (de Poseidón). 11. Foroneo fue, según Agesilao, el primer hombre, es decir el Adán de los griegos. En tiempo posterior Apolodoro lo menciona como hijo del dios de los ríos, Inachos, y padre de Apis y de Niobea. 12. Deucalión Deucalión, hijo de Prometeo, el cual según Apolodoro fue advertido del diluvio, construyó un arca, la cual, después de nueve días y nueve noches, se posó sobre la cumbre del monte Parnaso. Terminado el diluvio Deucalión hizo ofrenda a Zeus, quien, por ello, le permitió la renovación de la humanidad; la gran semejanza de este mito
con la leyenda hebraica de Noé se debe a algo más decisivo que a la mera casualidad. Pirra Pirra: esposa de Deucalión, hija de Epimeteo y de Pandora. 13. Faetón aetón, hijo de Helios, no supo guiar el carro del Sol y, con este motivo, dió lugar a un horroroso incendio sobre la Tierra; cayó herido por un rayo de Zeus en el Eridano; las lágrimas derramadas por sus hermanos se convirtieron en ámbar; posiblemente un recuerdo de un pueblo situado al oeste de Europa y a la caída del cuerpo celeste que dio lugar a la catástrofe del Atlántico. 14. El viejo escribano del templo, su nombre debió de ser Sonchis, su título Pet—En—Neith (Cielo del Neith), se refiere en lo sucesivo en forma aún más enérgica a los escritos que contienen el relato de la Atlántida; los mismos jeroglíficos parece que fueron vistos, según Krantor, unos 300 años después del viaje de Solón a Sais. 15. Alusión a la catástrofe del diluvio. 16. El estrecho de Gibraltar durante el cuaternario fue seguramente un estrecho paso a la cuenca occidental del Mediterráneo de aquella época que, por medio de un istmo entre el África del Norte, Sicilia e Italia, estaba dividido en dos cuencas parciales. 17. Bahamas y las Antillas; éstas, con el dato coincidente con la realidad, demuestran la autenticidad de las fuentes de la tradición. 18. El doble continente formado por la América del Norte y la América del Sur; la idea de que podía haber existido una tierra firme en el extremo oeste, contradecía por completo las ideas religiosas tanto de Egipto como de los helenos; ni Solón ni Platón podían haber imaginado semejante detalle. 19. El Atlántico; según la imagen clásica, el Océano rodeaba, como una corriente sin fin, el disco terrestre, con el Olimpo, la morada de los dioses, colocado en su centro. 20. Este es el motivo de haberse relacionado el relato de la Atlántida con el diálogo de Timayo y con la "Política", no como una fábula ilustrativa sino, a la inversa, como inesperado comprobante de la interpretación de Sócrates. 21. Lo que sigue apenas si pertenece al comunicado del escribano egipcio del templo, pero debe aclararnos por qué en Grecia no se ha mantenido ninguna huella de la tradición atlántica. Esta limitación ya no es valedera para la descripción de la Ática, al final del cuaternario. 22. Típico de un ancestral matriarcado. Véase notas 9 y 11. 23. Este dato coincide en forma sorprendente con el hecho, desconocido tanto por Platón como por Solón, de que durante el cuaternario, a causa de la consolidación de grandes masas de hielo en los casquetes polares, el nivel del mar se hallaba situado unos 90 metros más bajo que en la actualidad, de manera que. correlativamente, las colinas actuales se elevaban entonces 90 metros más sobre el nivel del mar. 24. La forma repentina de aquella catástrofe es puesta de relieve repetidas veces por parte de Platón; los terremotos y los diluvios eran frecuentes en la amplia extensión alcanzada por las avasalladoras catástrofes que personificaron a aquella época. 25. Esta muralla, según indica el texto, junto con la cubierta de tierra de la colina de la Acrópolis, debe haber sido sumergida en el agua. La suposición de J. Spanuth de que era la misma la antigua muralla pelásgica potsdiluvial que la acrópolis de nuestros días, no encuentra en el texto confirmación de ninguna clase. 33
26. Poseidón aparece aquí como nombre griego clásico del dios del mar. No debe perderse de vista que hasta este tardío dios marino es designado al mismo tiempo como “sacudidor de la tierra”; esto, evidentemente, no corresponde a un auténtico dios del mar, dado que las profundidades de la tierra constituían el reino de los aidoneos, sino antes bien al dios de la isla volcánica de la Atlántida; tampoco pudieron ni Solón ni Platón imaginarse tal cosa. 27. Esta observación nada tiene que ver con el mito; seguramente se refiere a una antropogonía de tipo claramente matriarcal, pues considera al seno de la Tierra como el seno de la madre de los hombres, y así representa al hombre como nacido, como parido por el seno de la Tierra. 28. En el cambio de emplazamiento de estas edificaciones en los tiempos mitológicos, puede apreciarse la elevada edad que ya en la narración le era atribuida. 29. El sentido de esta frase podría ser posiblemente el de que el extremo sudoriental del reino insular (al cual sin duda, pertenecía también la desembocadura de la cuenca occidental del Mediterráneo) pudiese estar sometido como provincia a uno de los Arcontes (virreyes). 30. De las colonias sobre las islas atlánticas y los territorios limítrofes del Viejo y del Nuevo Mundo. 31. Al parecer, se ha tratado aquí de una presentación natural de mezcla de minerales (cobre, cinc, arsénico, antimonio y otros metales similares) como la que ha existido en Cornwall, y no de aleaciones metalúrgicas. 32. Esta comunicación, que corresponde con la experiencia paleozoica, no pudo ser adivinada casualmente por Platón. 33. Seguramente no la uva, sino el banano (Musa sapientium). 34. El trigo. 35. El cocotero. 36. Cleito. 37. Tres Pletros = 300 pies = unos 100 metros. 38. 100 pies = unos 30 metros. 39. 50 estadios = 30.000 pies = unos 10 kilómetros. 40. Tres estadios = 1.800 pies = 540 metros. 41. Dos estadios = 1.200 pies = 360 metros. 42. Un estadio = 600 pies = 180 metros. 43. Cinco estadios = 3.000 pies = unos 900 metros. 44. Un pletro = 100 pies = unos 30 metros. 45. Piénsese en las imágenes aztecas de los dioses (Huitzilo— Pochtli) o en la gigantesca imagen del dios tolteca porta-
dor de salud, Quetzal Coatl, en el templo piramidal de Cholula; éstas o bien similares representaciones debieron contradecir fuertemente el ideal de los dioses helénicos y ser considerados como “bárbaros”. 46. Como este detalle contradecía la creencia en los dioses helénicos del tiempo de Platón, se distanciaba de ello en forma similar como ya antes la rareza de todo el relato, típicamente helénico, hacía constar. 47. Un estadio = 600 pies = 180 metros. 48. Cincuenta estadios = 30.000 pies = 10 kilómetros. 49. Tres mil estadios = 1.800.000 pies = 540 kilómetros. 50. Dos mil estadios = 1.200.000 pies = 360 kilómetros. 51. Un pletro = 100 pies = unos 30 metros. 52. Un estadio = 600 pies = unos 180 metros. 53. Diez mil estadios = 6.000.000 pies = unos 1.800 kilómetros. 54. Kleros: un "Los", es decir, el número de habitantes de un área cuadrada, rodeada de canales, de 100 estadios cuadrados (cerca de 3,3 kilómetros cuadrados = 330 hectáreas). 55. Diez estadios = 1,8 kilómetros 56. Cada nave tenía, pues, una tripulación de 200 hombres; debió ser mucho más grande que las utilizadas por los vikingos. Sea advertido aquí que el antiguo Egipto ya había construido naves de gran tamaño; si los atlantes eran un pueblo de gran cultura en el arte de navegar, deben haber sabido construir también grandes navíos con tripulación numerosa. 57. “Sin hierro”; de ello debe deducirse que en la Atlántida, por lo menos en forma primaria, se había trabajado el hierro; de ser así, debió tratarse de hierro meteórico o bien de un mineral puro de hierro magnético. Sobre la antiquísima preparación del hierro nos hablan, entre otros, los prehistóricos depósitos de escorias de la India. 58. Aquí surge el mismo motivo que provocó el diluvio universal bíblico: el cruce de los “hijos de Dios” con las “hijas de la Tierra”; el origen de ese paralelismo es desconocido. 59. “Castigo”; no puede haber duda alguna de que con ello se hacía alusión al diluvio universal; tanto más sensible resulta la falta del final, en el cual es de suponer que hubieran sido hallados otros paralelos entre las versiones sumeria y bíblica.
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Mitología Germánica El Mundo de los Ases y los Vanes Algunos objetos hallados en país germánico, pertenecientes de modo seguro a tiempos prehistóricos, atestiguan la existencia de ancestrales prácticas religiosas. Algunos, de ellos, como el carro del Sol, del Museo de Copenhague, sorprenden por su calidad artística, pero no podemos sacar ninguna conclusión en cuanto al contenido de la religión común de los germanos. Apenas hay duda de que trajeran de Oriente, en una época muy antigua e imposible de fijar, creencias cuya huella vuelve a hallarse entre los celtas, los latinos, los eslavos, otras ramas de la familia indoeuropea. Todos los que se han interesado por la religión de los antiguos germanos han quedado sorprendidos por las analogías que se pueden constatar con las creencias del Irán, de Grecia, de Roma, así como con las de los celtas y los eslavos antiguos, en la medida en que las conocemos. A pesar de las confirmaciones aportadas por las aproximaciones y comparaciones con creencias de otros pueblos indoeuropeos, debemos contentarnos con conjeturas por lo que toca al período antiguo. La época en que los germanos vivían todavía en el recuerdo próximo de sus comunes orígenes sigue siéndonos desconocida, no sabemos nada seguro sobre esos tiempos tan remotos.
sobre todo por contacto con los hombres hallados en los países donde se establecían, a modificar su género de vida, su cultura, su lenguaje y también sus concepciones religiosas. De este modo, los germanos del Oeste tuvieron numerosas relaciones con celtas, que habían ocupado, antes que ellos, toda Europa, desde el Elba al Atlántico. Sus dioses y sus creencias, venidos de las mismas fuentes indoeuropeas, ofrecían analogías notables. Hubo ciertamente, durante las numerosísimas migraciones, y las guerras y las conquistas, frecuentes contagios entre los mitos de los pueblos que, a lo largo de los siglos, habían seguido en contacto mutuo, en las circunstancias más diversas. Los godos o germanos del Este fueron los primeros en entrar en el mundo históricamente conocido, pues se convirtieron al cristianismo, venido de Bizancio, desde el siglo IV. No obstante, no sabemos nada de su religión, pues su lengua se escribió por primera vez cuando se estableció en gótico una traducción del Evangelio, y los pocos textos que hablan de esos pueblos no dicen nada de sus creencias antes del Cristianismo. Para los germanos del Oeste, antepasados de los alemanes y de los anglosajones, las fuentes son numerosas. Ante todo, los escritores antiguos; algunos, como Estrabón, Valerio Patérculo y Plinio, dan indicaciones dispersas, pero César, en la Guerra de las Galias, es más explícito, y Tácito trató de dar una vista de con junto de la religión germánica. La Germania de Tácito es la fuente más importante para el conocimiento de los dioses germanos, y en todo caso el documento escrito más antiguo. En efecto, se redactó a finales del siglo I, probablemente el año 98 de la era cristiana, es decir, cerca de diez siglos antes de las fuentes germánicas más antiguas, siendo obra, éstas, de poetas o de eruditos del siglo X o del XII. Tácito había recogido Germania informaciones numerosas que se limitaban a los germanos del Oeste, los más cercanos al Rin. Su testimonio es precioso, pues permite datar ciertos momentos de la evolución de la religión germánica: así se puede afirmar, gracias a él, que los germanos conocían desde esa época dioses de forma humana a los que atribuían aventuras heroicas. Sin embargo, no deja de ser cierto que diversos vínculos establecidos por él entre los dioses germánicos y los dioses latinos han sido confirmados por los estudios más recientes. Las fuentes medievales son de dos clases, de valor muy desigual. Las fuentes cristianas, coetáneas de la conversión de los bárbaros, son muy numerosas, pero fragmentarias y
El dominio germánico Los germanos entraron en la historia a partir del humana a partir del momento en que tuvieron que ver con los romanos; antes de estos, no habían encontrado ningún pueblo que conociera la escritura, o que, al menos, hubiera dejado huellas escritas de su existencia En la época histórica, los germanos estaban divididos aproximadamente en tres grandes agrupamientos, a menudo fluctuantes, dos de los cuales habían abandonado las orillas del Báltico En el Este, los godos, que venían del país del Vístula, habían emigrado en masa hacia el mar Negro, formando un grupo muy separado, con una lengua propia. En el Norte, otro grupo extendió sus asentamientos en Escandinavia, también allí con un lenguaje propio. Finalmente, los germanos del Oeste, probablemente los más numerosos, y en todo caso, los que entraron en relación con los romanos, se lanzaron en tres direcciones: el Danubio y Bohemia al Sur, el Rin al Oeste, y, más tarde, las islas Británicas al Noroeste. Así dispersos, los pueblos germánicos se vieron llevados, 35
poco seguras: sus autores no se cuidan de hacer un cuadro de las creencias paganas, sino de mostrar sus debilidades. No obstante, se encuentran informaciones interesantes en Gregorio de Tours, y en la vida de san Columbano el evangelizador, que murió en el año 615. Cabe referirse igualmente a numerosas decisiones de los Concilios y de los Papas durante todo el período de la evangelización, y también a textos de ley, por ejemplo, a la ley sálica. El testimonio cristiano más precioso y más frecuentemente citado es el de Adam de Bremen, clérigo del siglo X en su “Gesta Hamburgensis ecclesiae pontificum” (Gesta de la Iglesia Pontificia de Hamburgo). Esta contiene la única descripción conocida de un templo germánico, el de Upsala, en Suecia, mientras que Tácito había afirmado que los germanos no construían templos. Es verdad que el relato de Adam de Bremen es posterior en diez siglos y concierne a los germanos del Norte, entre los cuales no habían dejado de evolucionar las formas de vida religiosa durante tan larga época. La verdad es que sobre los germanos del Norte, los de Escandinavia, es sobre quienes poseemos las mejores indicaciones, las contenidas en esa gran colección de poemas anónimos llamada Edda.
Resulta que todos esos relatos trasladan las creencias de los germanos del Norte a una época relativamente tardía. Es la última forma adoptada por una mitología inicialmente común a todos los pueblos germánicos, germánicos desaparecida mucho antes en los países alemanes y anglosajones evangelizados, y que se mantuvo mucho tiempo, hasta los siglos X y XI, en el dominio escandinavo. Un cuadro de la mitología germana sólo se puede hacer utilizando ante todo esa literatura, que, aún después de dos siglos de búsquedas y comparaciones, sigue siendo a menudo de interpretación delicada. Lo que se refiere a los dioses, se tiende a ponerlo en boca de los videntes, cuyo lenguaje rara vez es claro. Hay muchos sueños, profecías y visiones: es frecuente que se presenten atribuciones análogas a dioses que por lo demás están muy alejados unos de otros. Pero, aunque los personajes a veces están mal dibujados, sus aventuras y sus combates forman un conjunto coherente, un gran drama que se desarrolla desde las primeras edades hasta una catástrofe final rodeada de presagios. La mitología de los germanos se presenta así como una inmensa tragedia, en que al final convergen la epopeya de los dioses y la de los héroes Se pueden leer en los poemas del Edda varios relatos de los comienzos del mundo y de la aparición de los dioses, de los gigantes y de los hombres. A pesar de algunas desemejanzas, en ellos se halla una trama común. “No había al principio, dice el autor de la Voluspa, ni arena, ni mar, ni olas saladas, ni tierra por abajo y cielo por arriba; el abismo no tenía fondo y la hierba no crecía en ninguna parte” parte”. El abismo original se extendía entre el país de los hielos, de las tinieblas y de las nieblas, al Norte, llamado Niflheim (N.d.E.: heim = casa), y, en el Sur, el país de fuego, llamado Muspelsheim. De su mezcla habían de nacer el mar, la tierra y las aguas. Ante todo, los ríos, que, venidos del sur, fluían hacia el país de los hielos: allí se cubrían de escarcha y morían en las inmensidades heladas. Pero esas masas de agua helada colmaron poco a poco el abismo que antaño no tenía fondo, el Ginnungagap, y los vientos del Sur, cada vez más calientes, comenzaron a fundir los hielos. Esa primera primavera, ese primer brote de agua en la superficie de los hielos eternos es el antecesor de toda vida, pues las gotas de agua vivificadas por el aire del Sur se reunieron para formar un cuerpo vivo, el del primer gigante: Ymir. De él es de quien procedieron los gigantes, los hombres, y en cierta medida también los dioses: pero esa ascendencia, como la de los animales, sigue siendo misteriosa. Al principio único ser dotado de vida, Ymir tuvo pronto la compañía de la vaca nutricia Audumla, nacida como él, según dicen los narradores, en el hielo fundido. Entre todos los animales, la vaca toma así el primer lugar: ella se hace antecesora de la vida, símbolo de la fecundidad, circunstancia que se vuelve a hallar en muchos relatos mitológicos orientales. De la ubre de la vaca Audumla fluían cuatro ríos de leche; se nutría de la sal contenida en el hielo que hacía fundirse lamiéndolo. Mientras que Ymir bebía esa leche y multiplicaba sus fuerzas, ocurrió que la vaca hizo surgir, en las tibias gotas que hacía salpicar los bloques de piedra cubiertos de escarcha, otro ser viviente de forma humana: Buri; sus cabellos fueron lo primero que tomó forma, luego la cabeza y luego todo el cuerpo. Buri, como el gigante Ymir, era capaz de reproducirse, y tuvo un hijo, Bor, que se casó con Bestla, una
El Edda El Edda (N.d.E.: Cuerpo de antigua literatura islandesa contenida en dos libros del Siglo XIII, que son comúnmente distinguidos en Poemas, o Antiguo Edda, y Prosa o Edda Nuevo. Es la mayor y más detallada fuente del moderno conocimiento sobre la mitología Germana – Enciclopedia Británica) por una parte, es ciertamente anterior a la introducción del cristianismo en Escandinavia. El antiguo y el nuevo Edda son grandes colecciones épicas, que ocupan en el mundo germánico el lugar de los poemas homéricos en el mundo griego. Cerca de la mitad de estos poemas relatan las aventuras de los dioses. Constituyen una fuente más rica que todos los demás textos poéticos o históricos compuestos en la Edad Media en Islandia, en Noruega, en Dinamarca y en Suecia. Esta literatura, con las Sagas, los cantos de los Escaldas, los manuales de poesía y las crónicas históricas, ofrece un cuerpo amplio y movido de la historia de las divinidades del Norte de Europa. Allí aparecen numerosas, aventureras, rodeadas de un pueblo de divinidades secundarias, de espíritus, de gigantes, y de toda clase de seres que los antiguos habrían llamado “héroes” o “semidioses”. Si la arqueología rara vez sirve de ayuda para el estudio de los dioses del Norte, hay que recordar no obstante la existencia de algunos objetos notables, en particu1ar, cuernos de oro hallados en el siglo XVII en Gallehus, en la isla Seeland, de Dinamarca. Están en el Museo de Copenhague, o al menos, está una copia fiel hecha conforme a los dibujos tomados sobre originales, que fueron robados y desaparecieron. Tienen personajes y animales de actitudes curiosas, cuya explicación fue dada por el sabio danés Axel Olrik, el cual distinguió en ellos al dios Odín, armado y con casco, al dios Freyr, con cetro y guadaña, y al dios Thor con tres cabezas. Pero una multitud de otras figuras siguen siendo difíciles de interpretar. Sobre todo gracias a los poemas escandinavos es como los historiadores modernos han podido reconstituir el llamado Olimpo germano. 36
hija de gigante, descendiente de Ymir. De su matrimonio nacieron tres dioses, Odín, Vili y Vé Vé. Así habían salido -de la nada- las dos razas que debían de llenar el mundo de sus aventuras y de sus combates: la de los gigantes y la de los dioses. La raza de los gigantes descendía directamente de Ymir, porque había nacido del sudor: cuando el gigante reposaba, dos seres vivos, hombre y mujer, se habían formado en el sudor de su axila izquierda; al mismo tiempo, sus pies juntos habían hecho nacer un hijo. Esa fue la primera generación de una raza inmensamente poderosa y propensa a asustar, que se presenta por todas partes en los relatos mitológicos del Norte, la de los “gigantes de la escarcha” o “gigantes del hielo”, seres de forma humana, pero cuyos orígenes y poderes superan ampliamente a la humanidad. Anteriores a los dioses, no cesan nunca de amenazar su imperio, y todas las expediciones emprendidas para exterminarles les ven renacer igualmente numerosos y fuertes. Los hijos de Bor – Odín, Vili y Vé-, nacidos del agua y de la vaca nutricia, se lanzaron contra el gigante Ymir y lo mataron. De su cuerpo brotó un inmenso río de sangre, lo bastante abundante como para llenar lo que quedaba del abismo originario. En ese océano de sangre pereció toda la descendencia del gigante. No obstante, uno de sus hijos escapó a la muerte, aferrado con su mujer a una débil barca. Esa pareja bastó para engendrar una nueva generación, y la raza de los gigantes renació del desastre. Los dioses, sin embargo, aliados contra el gigante, por más que fuera también su primer padre, habían arrastrado su cuerpo inmenso por encima del abismo. Sus miembros separados hicieron nacer entonces las partes del mundo: las olas de su sangre hicieron el océano, su carne se convirtió en la tierra firme, sus huesos, las montañas, sus dientes, los guijarros del mar. De su cráneo, los dioses hicieron la bóveda de los cielos que colocaron sobre cuatro enanos encargados de sostenerla: un poema bastante tardío les atribuye nombre que son todavía los de los cuatro puntos cardinales (Rueda Solar). Su cerebro hizo nacer las nubes, que se dispersaron por el cielo. Con las cejas enmarañadas de ese gigante de los hielos, los dioses edificaron los bastiones de su dominio, que llamaron Midgard, “la morada de en medio”. En efecto, se situaba entre el país de los hielos, de las escarchas y del silencio, que es el Niflheim, y el Muspelsheim, el reino del fuego, donde reina el sol ardiente del mediodía. El sol Muspelsheim, fuente de todo calor, enviaba hasta allí al azar chispas innumerables que se dispersaban por la inmensidad helada. Al desplegar los dioses la bóveda celeste por encima del mundo, las chispas del sol se fijaron en ella haciendo nacer los astros Los dioses regularon sus cursos, instituyendo así el ritmo de las estaciones, que hizo nacer la vegetación y también la sucesión de los días y de las noches. La noche es la primera, de ella emana el día, que sólo aparece después. La prioridad de la noche, madre del día, parece haber sido una creencia muy difundida entre los pueblos llegados del Norte. Según dice César, los galos contaban las horas del día a partir de la puesta del sol, y lo mismo hacían los germanos, según testimonio de Tácito.
La morada de los dioses Una vez creado y ordenado el mundo, comenzaron los trabajos de los dioses. No es fácil decir quiénes eran exactamente esos dioses. Si los autores escandinavos dicen que Odín, el primero de entre ellos, es hijo de Bor, a su lado señalan, desde el comienzo de las vicisitudes, un refuerzo de otros dioses, venidos de no se sabe dónde, y que se unieron a él para edificar, ante todo, la morada celeste, que recibe el nombre de Asgard. Los propios dioses se llaman los Ases, palabra de origen oscuro, pero que evoca con seguridad la autoridad, la altura, la presencia de un espíritu, de una potencia de orden inmaterial. Ese “país de los Ases”, el Asgard, se lo imaginaron los germanos como una vasta señoría donde podía vivir una raza numerosa. Es un gran recinto con habitaciones diversas para los señores que allí residen. Está llena de riquezas fabulosas, edificada de materiales brillantes, especialmente bellos en la gran sala de reuniones y festines, la Halle (N.d.E.: en francés, Halle = Plaza, Mercado). En el patio de su palacio, los dioses gustan de entregarse al juego del chaquete (N.d.E.: juego parecido a las damas). El papel privilegiado dado a este juego puede explicarse por el simbolismo cósmico que se halla en la distribución de las casillas. Numerosos textos atestiguan también que los germanos gustaban de servirse de juegos como medios de adivinación, sobre todo antes de las batallas, para consultar a sus dioses. Ese gusto del juego atribuido a los dioses hace pensar también en un pasaje en que Tácito describe las diversiones, raras, según él, de los germanos. Cita la danza de los jóvenes en medio de espadas desnudas, y añade: “Los dados, cosa asombrosa, son para ellos una cosa seria, y se dedican a ellos en ayunas, tan extraviados por la ganancia y el juego que, cuando ya no tienen nada, en una última y suprema jugada, apuestan su libertad y su persona. El vencido acepta una servidumbre voluntaria (Tácito. Germania)”. Para edificar su gran palacio fortificado, de innumerables cámaras, los dioses -si se cree el relato de la Gylfaginning-, emplearon los servicios de un gigante que fue su arquitecto. Este había prometido construir el palacio en un tiempo muy corto, y los -dioses habían prometido, si el palacio estaba verdaderamente construido el día prometido-, ceder al joven arquitecto, en pago de su trabajo, el Sol, la Luna, y la diosa Freya. Ahora bien, el gigante poseía un caballo maravilloso capaz de transportar en un instante masas increíbles de roca. Tanto y tan bien actuó que, pocos días antes del plazo fijado, el palacio se aproximaba a su perfección. Los dioses, que habían establecido el pacto porque creían que el gigante no era capaz de cumplirlo, sintieron miedo y se les ocurrió crear una yegua maravillosa —encarnación momentánea del dios Loki—, a la que pusieron en el camino del caballo. Éste abandonó su trabajo para perseguirla, y el gigante, su dueño, fue incapaz de terminar el trabajo como lo había prometido. Furioso por su derrota, el gigante quiso lanzarse contra los Dioses, pero el dios Thor le derribó. Esta maravillosa morada no está en el país de los hombres; está unida a éste con un puente inmenso, el Bifrost, que es el arco iris. Es muy fuerte, lo bastante grande como para superar el cielo, y los poetas exaltaron sus virtudes maravillosas, temiendo solamente que no resista a los asaltos de los genios del mal cuando se lancen contra los dioses, como lo predicen todas las profecías nórdicas. 37
Habiendo puesto en orden los elementos del mundo y establecido firmemente su residencia, los dioses se volvieron hacia la tierra. Empezaron por elevar santuarios en el campo que rodeaba su residencia y que se llamaba Ida; indicación que dejaría suponer que los germanos, en contra de lo que dice Tácito, construían efectivamente templos. Después, algunos de los dioses construyeron la primera forja y forjaron útiles en ella: “Establecieron hogares, martillearon el bronce, hicieron pinzas a grandes golpes y crearon utensilios”. Pero esa industria no podía ser su única ocupación: no hacían más que mostrar el camino a los futuros habitantes de la Tierra. Antes de cuidarse de los hombres, empezaron por ocuparse de los enanos: éstos, según una tradición, habían nacido de los gusanos que devoraban el cadáver del gigante Ymir, o, según otro narrador, de la sangre y de los huesos de otro gigante de la misma familia. Los enanos recibieron un jefe, y atribuciones diversas, sobre todo en relación con la forja, e incluso algunos, que permanecen en las cavernas, forma humana.
mo primitivo. En el océano vive una inmensa serpiente, “la serpiente del Midgard”, lo bastante grande como para rodear con sus anillos todas las tierras conocidas por los hombres. Por debajo del mundo de los hombres, está el país de los muertos, que es también el de los hielos y las tinieblas, y que se llama Niflheim. Allí, en compañía de los muertos, sólo pueden vivir gigantes y enanos. Esta morada mortal es el reino de la diosa Hel, que hace guardar su entrada al terrible perro Garm. Ese cuadro de tres mundos superpuestos recuerda demasiado a las mitologías griegas para que uno no se sienta inclinado a ver en él algo tomado de mitologías no germánicas. Eso es tanto más verosímil cuanto que los textos escandinavos en que se encuentra son lo bastante tardíos como para que sus autores hayan tenido conocimiento de los relatos de los antiguos griegos. Hay, además, una especie de contradicción entre el mundo tal como está descrito en los comienzos del “Génesis” germánico y lo que llega a ser después de la aparición de los hombres: el Niflheim, en efecto, está pintado en su origen, no como un lugar subterráneo, sino como el país del norte, de los hielos eternos y de las noches inmensas, donde nunca penetra la luz del día. Hay ahí una representación del mundo que corresponde muy bien a la situación de los germanos, vecinos próximos de las inmensidades heladas de la Escandinavia de las épocas antiguas. Ese mundo plano, que se extiende desde los espacios infinitos y mudos del Ártico, ha limitado y determinado el universo de los germanos, a quienes el sol de mediodía siempre ha aparecido como iluminando un país extraño al suyo. Pero si las descripciones del mundo muestran variaciones y quizá contradicciones, todas ellas hablan de una tradición original según la cual el universo entero sería un árbol de dimensiones prodigiosas y de propiedades sorprendentes. Este árbol del mundo es el fresno Yggdrasil; el mundo entero está extendido a la sombra de las ramas, y hunde profundamente sus raíces en la tierra, elevando su copa hasta el cielo, donde se baña en una nube de luz. Este árbol misterioso y majestuoso alcanza todas las partes del Universo y cobija innumerables animales. Siempre está verde, aunque su follaje sea devorado sin cesar por animales de todas clases, pues absorbe una fuerza siempre renaciente en la fuente de Urd. Esta fuente de Juvencia está guardada por una de las Nornas, las diosas que regulan el fluir de las épocas y los destinos de los hombres. También recibe un rocío maravilloso, que le viene del cielo, y del cual no deja de nutrirse. Las gotas lechosas y plateadas del rocío celeste que así brota sobre su follaje parecen hidromiel; por eso los poetas le llaman a menudo el “árbol del hidromiel”. Pero ese pilar del universo también es descrito como el “árbol del destino”, pues vive del agua que le dispensa la fuente de las Nornas, que son las dueñas del destino. En realidad, el fresno Yggdrasil tiene varias raíces. La que se hunde en la fuente de Urd y que las Nornas riegan sin cesar para mantener en vida es la más poética, pero existen también otras dos. La primera se sumerge en el Niflheim, el país de los hielos, para alcanzar la fuente Hvergelmir, de la que brota un agua en cascada, que se difunde por todos los grandes ríos del mundo. La segunda penetra en el país de los gigantes, que está eternamente cubierta de escarcha, y de la cual brota la fuente de Mimir. Este, desde sus orígenes, está puesto para
El Nacimiento de la humanidad Luego les tocó el turno a los hombres: tres dioses, entre ellos Odín, paseándose por la orilla del mar, encontraron dos troncos de árbol dejados allí por las olas, y, el narrador no dice por qué, decidieron darles la forma y cualidades de una pareja humana. De esos objetos que yacían “sin fuerza y sin destino”, los dioses hicieron seres animados y pensantes: “No tenían alma, no tenían sentido, ni el calor de la vida ni su claro color; Odín les dio el alma, Hônir los sentidos, Lodur la vida y su claro color ”. color”. Estos primeros padres del género humano se llaman, en el Edda, Askr y Embla. La palabra Askr, para designar al hombre, no reaparece en ninguna otra parte; algunos la han puesto en relación con la palabra Esche, que designa al fresno, árbol sagrado a los ojos de los germanos, y han hecho notar también que, según un mito griego transmitido por Hesíodo, el primer hombre habría sido hecho de madera de fresno. En cuanto al nombre de la mujer, Embla, es más misterioso aún; se ha tratado de ver en él una palabra de la misma raíz de la que designa el olmó. La asociación de los dos trozos de madera de esencias diferentes, representando a los dos sexos, recordaría entonces uno de los primeros aparatos inventados por los hombres para hacer fuego: un palo de madera dura, girando de prisa, al frotar otro trozo de madera, produce un calentamiento su.d.E .: este es origen de la svástificiente para inflamarlo (N (N.d.E .d.E.: ca, y su uso ceremonial para encender el fuego continúa hasta hoy en día en la India) India). Este aparato está representado en una tumba de la edad de Bronce encontrada en Kivik. La unión del hombre y de la mujer comparada con el nacimiento del fuego por el frote de un trozo de madera en otro más blando es una creencia atestiguada en numerosos pueblos indoeuropeos, y es posible que los nombres de la primera pareja humana de la mitología germánica encuentren ahí su origen). Sea lo que sea en cuanto a su origen, los hombres, cuando se multiplicaron, fueron instalados por los Dioses en el Midgard, “el país de en medio”, que está enteramente rodeado de agua. Un océano circular cerca de las tierras habitadas, y esa misma agua, a su vez, está limitada por el abis38
custodiarla: es la fuente de la Sabiduría. Su agua es tan preciosa que, para ser admitido a beber de ella, el dios Odín aceptó perder un ojo. A ese precio, bebió del agua del conocimiento, de la profecía y de la poesía, y llegó a ser el patrono de los adivinos, de los poetas y de los brujos. Por su triple origen, el gran árbol del universo alcanza a los tres mundos, el de los gigantes, el de los dioses y el de los hombres; también alcanza el pasado, que es conocido por Mimir, guardián de la sabiduría, como al porvenir, conocido por las Nornas; éstas le conceden la fuerza de renacer a cada instante a la vida. Numerosos son los animales que viven en las ramas del gran fresno: en las más altas, un gallo de oro vigila el horizonte y debe prevenir a los dioses cuando sus eternos enemigos, los gigantes, se preparen a atacarles; un águila abraza con su mirada el mundo entero, y, además, lleva un gavilán encaramado entre los ojos; un sapo, Ratatosker, sube y baja sin cesar por el ramaje, yendo desde el águila que está arriba hasta la serpiente-dragón que está al pie del árbol, y mantiene la discordia entre ellos; la cabra Heidrun pace en el follaje y su leche sirve para alimentar a los guerreros del dios Odín; cuatro ciervos devoran las hojas y aun la corteza del árbol, y lo harían perecer si el agua de la fuente maravillosa no hiciera fluir por sus venas una vida siempre nueva. Finalmente, unas serpientes roen sus raíces, en particular, la inmensa Nidhoggr, la más temible, a la que algunas veces también se da el nombre de dragón. Las virtudes de ese árbol, los vínculos que lo unen a todas las partes del universo, a todos los aspectos de la vida, hacen de él una de las creaciones más originales de la mitología de los nórdicos: para ellos, el mundo no estaba sostenido por un gigante como en la mitología griega, sino por un árbol. Todos los autores concuerdan en señalar que los germanos tenían una veneración especial por los árboles: Adam de Bremen refiere que, cerca del templo de Upsala, del que ha hecho una descripción, se erguía un árbol muy elevado cuyo follaje siempre estaba verde, pero cuya especie no se conocía. Cerca de su pie, había una fuente, a la que se llevaban ofrendas. Igual que los dioses se reunían al pie del fresno Yggdrasil para hacer justicia, los jefes de las poblaciones germánicas tenían sus asambleas al pie de un árbol; esta costumbre todavía estaba en uso en el siglo X en Frisia, donde las asambleas provinciales se reunían bajo tres grandes encinas situadas cerca de Aurich. Finalmente, es notable que la arquitectura de los germanos haya correspondido muy bien a su representación del Universo: tenían la costumbre de hacer descansar toda la armazón de un edificio sobre un gran tronco de árbol o sobre un alto poste fijado en tierra. En ese modo de construcción se puede ver una lejana prolongación de la tienda de los nómadas asiáticos, cuyo techo descansa en un pilar central, igual que el cielo nórdico descansa sobre el fresno mítico. Entre ciertos pueblos germánicos, se había mantenido la costumbre de erigir, en un lugar elevado, un monumento hecho de un único tronco de árbol. Los sajones le llamaban Irmensul (N.d.E.: también Irminsul), es decir “columna gigante”, y Carlomagno, en el curso de la criminal expedición que hizo por la Baja Sajonia, hizo destruir una de esas columnas, de la que dice el cronista que era objeto de una veneración general. Pero el mundo, si se creen los relatos mitológicos de los germanos, no será eterno.
Está destinado a quedar engullido en un inmenso cataclismo provocado por los gigantes el día en que lancen, contra los dioses y sus obras, el ataque que éstos temen. Replegados a su tierra inhospitalaria de nieve y de escarcha, los gigantes nutren pensamiento de desquite. Un día se lanzarán, todos juntos, al asalto del Asgard, y los videntes profetizan que los dioses sucumbirán a esos asaltos: será el “crepúsculo de los dioses”. Antes de ese fin del mundo, que está inscrito en su destino, los dioses habrán pasado por muchos reveses y aventuras.
Los Ases y los Vanes Y es que la vida de los dioses germanos siempre se ha representado como muy movida. Las relaciones de los dioses entre sí variaron, y lo mismo sus atribuciones, y es muy cierto que, según las épocas y según los pueblos considerados, tal o cual dios estuvo menos favorecido. No se puede trazar, pues, una lista precisa e invariable de los dioses germánicos. Son numerosos, separados por conflictos y rivalidades, metidos en batallas incesantes; su mismo poder es revocable, o al menos, está sometido a vicisitudes ignoradas por los dioses de la Hélade. Entre los germanos, la idea de la soberanía divina parece haberse afirmado menos que entre los pueblos de la antigüedad clásica. Además, hay diferencias notables entre los dioses germanos del Norte y los del Oeste; acá y allá se encuentran los mismos grandes dioses, pero no siempre tienen las mismas atribuciones, y sus relaciones no son las mismas. La jerarquía de los dioses se ha complicado mucho con la existencia de las dos familias divinas, los Ases y los Vanes, que, según la leyenda, empezaron por combatirse y luego se reconciliaron. Existen otras familias de dioses, la de los Alfes por ejemplo, pero no cuentan en sus filas a ninguno de los grandes dioses y sólo tienen un papel secundario. Los Ases deben ser nombrados antes que todos, puesto que cuentan entre ellos a los primeros de los dioses, Odín y Thor. Se propendería a darles una anterioridad en el tiempo, puesto que la residencia de los dioses es llamada el “país de los Ases”. Ya estaban establecidos cuando, tras un combate de que volveremos a hablar, acogieron allí a los Vanes, a los que habían tratado en vano de rechazar. Pero parece difícil, según los estudios más recientes, pensar que, a pesar de lo que se dice en los relatos poéticos, los Ases hayan empezado por ser dioses emparentados y que los Vanes hayan llegado posterior mente a añadirse a su panteón (Sobre este punto en particular, ver el libro de Geoges Dumézil, Les Dieux des Germains, París, 1959). La coexistencia de los Ases y los Vanes es muy antigua, y unos y otros debieron ser bien conocidos y venerados por los germanos desde sus orígenes, pero este hecho no hace más fácil una interpretación de lo que les atribuye la leyenda. Los Vanes, en efecto, el más frecuentemente nombrado de los cuales es Freyr, son numerosos, y sus atribuciones muy vastas, hasta interferir a menudo con las de ciertos Ases, y esa dualidad contribuye a hacer fluctuante y múltiple el panteón germánico. Se puede afirmar, sin embargo, que, en esas razas divinas, cuatro figuras de dioses dominan indiscutiblemente, y que han sido objeto de una veneración más amplia, más continua que las demás. Los grandes dioses son, ante todo, el que los germanos del Norte llaman Odín, y cuyo nombre alemán es Wotán; 39
luego Thor, cuyo nombre alemán es Donar; luego Tyr, que entre los germanos del Sur se llama Ziu; y Freyr, que es un dios de los vanes, a cuyo lado se cita a menudo a Njörd, que es de la misma familia. Antes de exponer sus relaciones y de hablar también de las diosas y de las familias secundarias de divinidades, vamos a tratar de describir los caracteres y las atribuciones de esos grandes dioses.
rraron en ella un poder que asegura la victoria a su dueño: nada puede desviarla del objetivo al que sea lanzada. Cuando se sienta en Asgard, tiene dos lobos a los lados, a los que echa los platos que le dan, pues no se nutre más que de bebida, y particularmente de hidromiel. Dos cuervos, posados en su asiento, le dicen al oído todo lo que pasa, pues uno es Hugin, es decir el Espíritu, y el otro es Munnin, es decir la Memoria. El mejor compañero de Odín, dios-jinete al menos en su juventud, es su caballo Sleipnir. Es el mejor de todos los caballos, es invencible en la carrera y no tiene menos de ocho patas. Ningún obstáculo puede detenerle.
Guerra y magia Odín debe ser citado el primero, pues es el jefe de toda la sociedad divina, está dotado de poderes que superan a todos los demás, es el más sabio, el más iniciado en los misterios, y es el señor de la magia, de la ciencia suprema y de la poesía. Pero también era el dios de la Guerra, en particular entre los germanos del Oeste, donde se llamaba Wotán. Siempre se le presenta como el patrono de los guerreros; se ha señalado en primer lugar como el jefe de los combates, y luego ha sido venerado como soberano señor del Olimpo germano. Es el rey y su oficio es la soberanía: decide y exige, pero su poder múltiple, sobre cuyos caracteres habremos de volver, debe haber tenido un origen guerrero. Wotán-Odín es ante todo el dios de los Combates, y él es quien decide la suerte de los guerreros, y quien les adscribe a su servicio, en previsión de las batallas venideras. Este rey es, en su origen, un jefe de guerra. Su nombre procede de sus cualidades guerreras, puesto que hay que relacionar Wotán o Wode con la palabra que, en las lenguas germánicas expresa el frenesí y el furor guerreros (en alemán moderno, wüten). Es que, en el origen, Wotán fue el conductor de la “caza salvaje”, la cabalgada fantástica que los antiguos germanos creían oír en el cielo durante las noches de tempestad. Un galope endiablado atravesaba entonces el cielo, llevado por los guerreros muertos en combate. Ese tropel misterioso y glorioso, que arrastraba tras de sí el recuerdo de combates sin número, llevado al galope de furiosos caballos, tenía un jefe, el señor del furor, el que insufla en el corazón de los hombres el entusiasmo guerrero: Wode, que llegó a ser Wotán, y, en el Norte, Odín. En la medida en que está vinculada a la “caza salvaje”, a la persecución de una presa fantástica en compañía de guerreros desencadenados, en una cabalgada que nada podría detener, atravesando el mundo como un huracán, la figura de Wotán tiene algo de inquietante. No es el soberano que se sienta en un trono, sino más bien el jefe de una horda salvaje, cuyo galope irresistible atraviesa el cielo dejando en él una huella de fuego. Es en las mismas noches de tempestad en que también las brujas se lanzan a cabalgadas maléficas, y eso no puede intimidar al dios guerrero, pues él también es dios mago y le son familiares los desencadenamientos del furor. Por eso, Wotán ha sido descrito como un sombrío jinete vestido con un gran manto flotante, con un amplio sombrero caído sobre los ojos, y montado en un caballo que tan pronto es blanco como negro. Pero Odín tiene más de una apariencia, y no sólo es ese jinete nocturno que atraviesa bramando las noches y las tempestades. Más tarde, cuando su soberanía esté más asegurada, llevará una coraza brillante e incluso un casco de oro: su arma es la lanza mágica Gungnir. Los enanos que la forjaron ence-
El Walhalla En su morada habitual, Wotán está rodeado de jinetes, puesto que reside en el Walhalla, donde, por cuidado suyo, se reúnen los más valerosos guerreros muertos en combate. El Walhalla es una inmensa sala donde el oro brilla con todos sus fuegos; está suntuosamente adornada y allí caben las asambleas más numerosas. El tejado no está hecho de tejas corrientes, sino de escudos resplandecientes; por la noche, cuando el dios da allí el banquete de los héroes, fuegos inmensos iluminan las mesas y se reflejan en las armaduras y las espadas. El Walhalla, dice el poeta, es tan grande que no tiene menos de quinientas cuarenta puertas, que son tan anchas que cada una puede dejar pasar ochocientos guerreros avanzando de frente. Como Wotán preside los combates que se desarrollan en tierra, es él a quien se invoca antes de luchar, y tiene el derecho a disponer de los guerreros muertos. Elige a los mejores y los lleva al Walhalla, donde llevan una vida señorial: durante el día, cabalgan y se entrenan en el combate; por la noche, se reúnen para banquetear y beber en la gran sala del castillo. No todos los que murieron con las armas en la mano van a ese Paraíso de los guerreros, sino sólo los más valerosos, los que ha distinguido el dios. El Walhalla tampoco es una morada eterna, ni se promete a los héroes una felicidad infinita; al contrario, Wotán les ha reunido a su alrededor con vistas a otros combates. Teme los asaltos de los gigantes, y, para sostener la gran lucha del fin de los tiempos, tendrá necesidad de todas las buenas espadas. Si el dios ha dejado morir de su muerte terrestre a los mejores guerreros, es que un día tendrá necesidad de ellos; así pues, no se lleva en el Walhalla una existencia paradisíaca, sino que más bien es comparable a un campamento, magnífico ciertamente, pero cuyos habitantes están destinados a nuevos combates, a nuevas hazañas y una destrucción segura, si las profecías dicen verdad, puesto que todas ellas anuncian que los dioses ases y su mundo serán absorbidos. Por eso los poetas, en las descripciones del Walhalla, ponen a menudo una nota más melancólica entre los cuadros de decoraciones suntuosas y de banquetes reales: detrás del fasto, hay un plano de fondo trágico. Algunos autores han pensado que ahí estaba la huella de una época en que el paganismo germano sentía ya que su fin estaba próximo. Pero también es cierto que nada parecía a los germanos más envidiable que morir bien, es decir, morir combatiendo. Esos pueblos guerreros tenían por vergonzoso morir de otro modo que con las armas en la mano. “Los cimbrios y los celtíberos —escribe Valerio Máximo—, saltaban de gozo al ir al combate, pensando salir de este mundo 40
de una manera feliz y honorable; en cambio, en las enfermedades se lamentaban de verse amenazados de un fin vergonzoso y miserable”.
se decía que san Columbano el evangelizador había visto una gran cuba de cerveza que los alamanos (alemanes) se preparaban a ofrecer a Wotán.
Las Walkyrias
Odín mago
Entre los seres que rodean a Odín, hay que dejar un lugar especial a las Walkyrias, que son sus mensajeras a la vez que las anfitrionas del Walhalla. Ellas ordenan los festines, sirven a los guerreros, cuyos platos han preparado, y, sobre todo, les ofrecen la cerveza y el hidromiel. Pero ésas son sólo sus funciones pacíficas y domésticas. En cuanto estalla la guerra en alguna parte, se transforman: armadas y con corazas, se lanzan por los aires en corceles ardientes, y, por orden del dios, van a mezclarse en los combates. En ellos, permanecen invisibles, salvo a los ojos de los héroes elegidos que están destinados a morir. Entre los esplendores de la batalla, el guerrero ve surgir de repente a su lado a la Walkyria brillante, magnífica y trágica: es la señal de que se acerca su muerte y que el Walhalla se abrirá ante él. Acabada su misión, cuando han seleccionado a sus elegidos, las Walkyrias regresan al Walhalla, a todo galope en sus corceles mágicos, y anuncian al dios la llegada de sus nuevos compañeros. Seguramente, uno de los rasgos propios de la mitología de los germanos es esa supervivencia de los guerreros en un más allá que esos pueblos belicosos se imaginaban como una especie de campamento suntuoso. Allí, los valientes seguían entregándose a sus ocupaciones favoritas y olvidaban en borracheras sagradas el peligro mortal a que no dejaban de estar expuestos. “El banquete, las bebidas fermentadas, la embriaguez colectiva han tenido un gran papel en la vida del mundo germánico. Y se puede decir que un papel sano”, escribe Georges Dumézil, que recuerda con esta ocasión la importancia que en otro lugar tenían Dioniso y los mitos báquicos. Entre los germanos, la preparación de las bebidas fermentadas, esencialmente hidromiel y cerveza, estuvo al menos en el origen, entre las prácticas sagradas. La cerveza se ofrecía en todas las reuniones solemnes, y el hecho de beber juntos constituía un vínculo mágico, no sólo entre los presentes, sino entre los hombres y los dioses tomados por testigos, y aun quizá entre los vivos y los muertos. Para preparar la cerveza, distribuirla y beberla, había usos de que nadie tenía derecho a apartarse bajo pena de sacrilegio. Para todas las reuniones importantes, había que preparar una cantidad inmensa de bebida, a menudo obtenida —como en Noruega— echando en un gran recipiente las aportaciones de cada cual: la regla era proseguir la fiesta y la libación hasta que el recipiente quedase vacío. Si la cerveza, hablando con propiedad, no se consideraba como bebida mágica, al menos hacía del bebedor otro hombre, le daba fuerza y valor, y, como dice un antiguo proverbio escandinavo, después de beber “cada hombre vale por dos”. Existía entre los vikingos un ciclo de fiestas de beber que se celebraban tres veces al año: al comienzo y en medio del invierno, y luego en primavera, hacia la fecha de la Pascua cristiana. El propio dios Odín se decía que había fijado la fecha de repetición de esas fiestas, en que, tras un banquete, el punto culminante de la fiesta era la libación en común, tomada en un recipiente de que todos bebían. Los germanos del Oeste tuvieron probablemente usos análogos, puesto que
Pero la bebida alcohólica no conviene solamente a los guerreros, sino que también es de los poetas y los adivinos, de quienes es asimismo patrono el dios Odín. Es, o más probablemente lo llegó a ser, pues ello no estaba nada de acuerdo con sus orígenes salvajes, el dios de la Poesía, de la Sabiduría, y de todo lo del espíritu. Su poder es esencialmente de orden espiritual: tiene más reputación por la profundidad de sus pensamientos y la sabiduría de sus consejos que por su fuerza. Sabe y prevé; conoce también el uso de fórmulas mágicas cuyos secretos le son familiares. Así, ese dios al principio guerrero es el gran señor de la poesía y de las runas (1), la escritura mágica de los germanos. La ciencia de Odín, sin embargo, no le fue dada desde toda la eternidad, sino que la adquirió poco a poco interrogando a todos los que encontraba. Pues también era un gran viajero y tenía mil ocasiones de preguntar a los gigantes, a los espíritus de las aguas o de los bosques, a los elfos y a todos aquéllos que cruzaban su camino. Quien más le enseñó fue Mimir, el guardián de la maravillosa fuente donde sumergía una de sus raíces el fresno Yggdrasil. Mimir, tío de Odín, es una especie de espíritu del agua, demonio (daimon) por el que todos los germanos parecen haber tenido la mayor veneración, puesto que el nombre que lleva significa “el que piensa”. En la fuente cuyo acceso guardaba es donde se encontraban escondidas la Inteligencia y la Sabiduría. Odín, ávido de conocer todas las cosas, quiso beber en ellas, pero Mimir sólo se lo concedió a cambio de que le diera uno de sus ojos. Entonces, Odín halló en las aguas de la fuente tanta secreta sabiduría que, cuando Mimir resultó muerto en la guerra entre los ases y los vanes, pudo concederle el poder de sobrevivir: su cabeza, embalsamada por los cuidados del dios, seguía respondiendo a las preguntas que se le hacían. Tras muchos combates, Odín se había hecho dueño del “hidromiel de los poetas”, licor mágico que hacía vaticinar. El mismo “hablaba tan bien y tan hermosa mente que todos los que le escuchaban pensaban que sólo su palabra era verdadera. Lo expresaba todo en verso, como se hace hoy en el arte llamado poesía”. Y servía su maravillosa bebida a los poetas por él inspirados. La leyenda dice también que unas gotas caídas por tierra durante el vuelo del águila son lo que les toca a los malos poetas, que se alimentan de esos restos, pero en los cuales no sopla el espíritu divino. El hidromiel de los poetas es también el de los magos. La inspiración poética depende del dios Odín, así como el conocimiento de las cosas secretas, y a él es a quien se invoca en las únicas inscripciones dejadas por los germanos. Están redactadas en caracteres rúnicos, en piedras que se han hallado en gran número en la Alemania del Norte y en los países escandinavos. Por lo general, son piedras de tumba, con inscripciones funerarias muy sencillas. Algunas, sin embargo, no son enteramente descifrables, pues se encuentran en ellas series de signos que no forman palabras y que debían tener un valor mágico. El arte de componer inscripciones rúnicas dependía de Odín. 41
forma de un simple viajero. Pero nunca permanece indiferente en un combate: siempre está con uno de los bandos, y entonces ¡ay de sus enemigos! “Odín tenía el poder de dejar ciegos y sordos a sus enemigos en la batalla, o como paralizados de espanto, y sus armas no cortaban más que palos. Sus propios hombres, en cambio, iban sin coraza, fieros como lobos y perros. Mordían sus escudos, y eran fuertes como osos y toros. Mataban a los hombres, y ni el fuego ni el acero podían hacer nada. A eso se llamaba Berserksgangr”. Los combatientes de Odín llegan a ser así los que los narradores del Norte llaman Berserker, “guerreros de envoltura de oso”. Estaban llenos de un ardor salvaje y mágico: ya no se pertenecían en absoluto, otro vivía en ellos, y nada podía ya nada contra su furor animal. En ellos y por ellos se desencadenaban fuerzas que sólo la magia podía provocar. Esos guerreros furiosos eran preferentemente jóvenes; el tumulto y la violencia, la fantasía asesina eran también su elemento. Tácito, en el capítulo XXXI de la Germania, describió una sociedad de guerreros entre los chattes: “Una vez que llegan a edad viril, se dejan crecer el pelo y la barba, y sólo después de matar un enemigo abandonan ese aspecto tomado por voto y consagrado a la virtud... Los más valientes llevan además un anillo de hierro..., hasta que se rescatan con la muerte de un enemigo... A ellos toca emprender todos los combates; ellos son los que forman siempre la primera línea, asombrosa de ver”. Esos guerreros-fieras vivían despreciando los bienes, y les gustaba dejarse alimentar por otros, dedicados por completo a su virtud guerrera, viviendo del furor del combate y de su recuerdo. Entre los favoritos del dios Odín, se distinguía una raza, la de los Volsungs. Sigi, su fundador, había podido adquirir un reino a través de grandes dificultades, e incluso pasaba por ser uno de los hijos del dios, cuyas aventuras galantes son numerosas. Sigi había tenido por hijo a Rerir. Este permaneció mucho tiempo sin descendencia. Imploró al dios que se la concediera, y Odín hizo llegar a su esposa una manzana: cuando la mordió, la mujer de Rerir concibió a Volsung, que llegó a ser un guerrero famoso. Volsung tuvo como hijo a Sigmund. Ahora bien, una noche que Sigmund estaba en una asamblea de guerreros, reunidos en una sala en torno del gran tronco de árbol que era su centro, entró un desconocido. Tenía el aspecto poco atractivo de un solitario que ha viajado mucho, envuelto en un amplio manto. Llevaba en la mano una espada, que hundió hasta las guardas en el tronco del árbol, diciendo que sería de aquél que tuviera fuerzas para sacarla. Y desapareció. Todos los presentes trataron de sacar la espada; en vano. Pero Sigmund, el último llegado, lo consiguió. Desde entonces poseyó un arma que le hacía invencible en el combate. Pero un día que Sigmund, envejecido, combatía con la espada en la mano, vio de repente que se erguía un hombre ante él, tuerto, con el ancho sombrero y el amplio manto que llevaba el desconocido de la espada. No tenía más que una lanza, pero cuando Sigmund quiso atacarle, se le rompió la espada en la madera de la lanza. Había encontrado al propio dios Odín, que había decidido la muerte del envejecido guerrero. Al morir, Sigmund no expresó más que un deseo: que los dos fragmentos de su espada se conservasen para que un día volvieran a ser soldados. Esa espada, rehecha, permitiría entonces a su hijo realizar a su vez gloriosas hazañas. Ese hijo se llamaba Sigurd; la leyenda alemana le llama Siegfried,
Adivinos y magas Bajo su inspiración emprendían el trabajo los personajes que conocían ese arte, adivinos, poetas o sacerdotes; hacía falta el favor del dios para que una inscripción cumpliera su oficio: atraer la protección divina sobre aquéllos que eran nombrados, por lo general muertos. Las inscripciones rúnicas se encuentran a menudo acompañadas de signos mágicos, entre los cuales se repiten con frecuencia la cruz gamada y el martillo de Thor, o, más raramente, el misterioso signo que representa tres cuernos entrelazados. Todo eso se iluminaba para quien recibía el soplo de Odín, pues el dios poseía todos los secretos: “Odín sabía dónde se hallaban hundidos todos los tesoros. Conocía los cantos por los que se abrían ante él la tierra, las montañas, las rocas, los túmulos funerarios, y, nada más que con fórmulas, sabía conjurar todo lo que habitaba dentro: entonces entraba y tomaba lo que quería”. El dios de los magos tenía también un poder profético: había absorbido en la fuente de Mimir no sólo la ciencia, que es del pasado, sino la fuerza de ver lo que viene. No tenía ya más que un ojo, y, sin embargo, veía más lejos que todos los demás, y el poder fascinante de ese ojo único lo superaba todo. El mismo, según dice la leyenda (Ynglingasaga) se dedicaba al arte de profetizar: “Era experto en un arte que daba el mayor poder y que se llama Seidhr. El mismo lo ejercía y ello le permitía profetizar el destino de los hombres y los acontecimientos venideros, así como dar a los hombres la muerte, la desgracia o la enfermedad. Finalmente, gracias a ese poder, podía quitar a un hombre su inteligencia y su fuerza y dárselas a otro. Pero esa forma de magia va acompañada de tal feminización que los hombres tendrían vergüenza de practicarla. Se la enseñaba a las sacerdotisas”. Los germanos, en efecto, escuchaban a las profetisas y gustaban de remitirse a la opinión de las mujeres, que les parecía que tenían, más que los guerreros, el conocimiento de los misterios del mundo y de la vida. “Llegan a creer, escribe Tácito, que hay algo divino en ese sexo. Dóciles a los consejos de las mujeres, las miran como oráculos”. También es Tácito quien ha mencionado a la brumosa y poética Velleda, profetisa solitaria que vivía en lo alto de una torre, desde donde ejercía su poder sobre un vasto territorio (late imperabat). Odín el mago tiene el poder de cambiar de apariencia, lo que le permite mezclarse a menudo en la vida de los mortales: “Cuando quería cambiar de apariencia, dejaba su cuerpo en tierra, como dormido o muerto, y él mismo se volvía pájaro o fiera, pez o serpiente... Tenía un barco llamado Skidhbladhnir, en el que surcaba el vasto mar, y que podía plegar como un pañuelo”. Pero el cambio mayor que se efectuaba en su apariencia, y que no correspondía solamente a un disfraz pasajero, a una astucia o a una fantasía amorosa, era el cambio de rostro que se observaba en él, según se encontrara ante sus amigos o ante aquéllos a quienes declaraba la guerra: “Hay que decir también que era tan bello, tan noble de rostro, cuando se sen taba entre sus amigos, que a todos les reía el corazón en el cuerpo. Pero cuando estaba en expedición guerrera, entonces parecía terrible a sus enemigos. Y es que tenía el arte de cambiar de apariencia y de forma a voluntad”. Odín puede pasearse así a través del mundo, donde a veces no atrae la atención de los humanos, pues toma la 42
(Sigfrido) el de la epopeya de los Nibelungos y la Tetralogía wagneriana. Entre las aventuras del dios Odín, la más singular está constituida por su sacrificio voluntario, la prueba que se impone voluntariamente para salir de ella regenerado: “Durante nueve noches, se dice en un viejo poema, herido por mi lanza consagrada a Odín, consagrado yo mismo a mí mismo, permaneceré suspendido en el árbol agitado por el viento, en el árbol poderoso cuyas raíces los hombres no saben a dónde van”. Ese árbol poderoso y misterioso es Yggdrasil. El dios, hiriéndose a sí mismo, y suspendiéndose luego de las ramas del gran fresno, cumplía un rito mágico. Durante todo el tiempo —nueve noches y nueve días— de ese sacrificio que se imponía, Odín esperó en vano a que alguien le aliviara el sufrimiento. Pero él, observando lo que había a sus pies, notó unas runas. Para levantarlas del suelo y llevarlas hasta él, sufrió tanto que gimió de dolor. Pero la virtud maravillosa de las runas puso fin a su prueba: volvió a caer al suelo y se sintió rejuvenecido, lleno de nuevo vigor. Su sacrificio le había devuelto la juventud y la fuerza. Habiéndole otorgado otra vez Mimir que bebiera en la fuente, recobró la ciencia y la sabiduría. Así, el dios, sobreviviendo a su propia muerte voluntaria, vuelve a hacerse señor del mundo de los combates y de la magia; mortal como lo son todos los dioses germanos, y sin embargo inmortal, puesto que el sacrificio voluntario le devuelve a sí mismo con nuevo vigor y juventud. Dios de numerosos avatares, rico en formas diversas y atribuciones excepcionalmente amplias, Odín es la figura central del panteón germánico. Ciertos autores han pensado que, precisamente a causa de la variedad demasiado grande de sus atribuciones, era en realidad el producto tardío de la mezcla de varias tradiciones. Pero ello no es demostrable, y todo lo que sabemos de las creencias de los antiguos germanos nos permite pensar que Odín-Wotán fue siempre el rey de sus dioses. Esos pueblos aficionados a la guerra honraban ante todo al dios de los combates, el patrono de los Berserker como de los jinetes más elegantes de la raza de Sigurd. Es cierto que, en la vida como en la cultura de los germanos, la guerra estaba en el centro de todo. En eso concuerdan los testimonios. César ya había dicho que nada contaba tanto a sus ojos como la bravura, y que se prohibían dedicarse a la agricultura por temor de olvidar que eran ante todo hombres de guerra, y que no debían vincularse definitivamente a nada, ni aun, a la tierra que ocupaban y que les nutría. Y los escandinavos de los últimos siglos paganos, los vikingos aventureros, terror del Occidente cristiano, habrán sido los últimos que han combatido invocando los nombres de Odín y de Thor, con la esperanza del Walhalla reservado a los valientes que sabían morir bien.
zas a sus enemigos y seleccionaba a los elegidos del Walhalla, Thor es más bien el mejor de los combatientes, el más temible de los hombres de armas, aquél cuyos golpes son mortales con seguridad. Es temible entre todos, pues es el más fuerte, aun entre los dioses. Es así gran exterminador de gigantes. En general, se le describe muy sumariamente: sabemos, sin embargo, que era muy grande, muy vigoroso, siempre armado del martillo, que es su emblema. Lleva también una amplia barba rojiza, en que algunos han querido advertir una figuración simbólica del rayo, y que hace de él, con seguridad, un representante típico de las razas nórdicas. A menudo se le llama “el de la barba roja”. Su voz es espantosa y resuena con estrépito impresionante: hace falta la sangre fría de Loki para no temblar cuando se deja oír. Sus ojos lanzan relámpagos. Es gran comedor y bebedor, fácilmente irritable, pero, por lo demás, buen compañero. Irresistible cuando le anima la cólera, destroza a sus adversarios con los golpes de su martillo. Este, del que habrá que volver a hablar, es uno de sus tres atributos, con un cinturón maravilloso, que redobla sus fuerzas, y sus guantes de hierro, que son necesarios para sostener sólidamente el martillo en la mano. Reside, en el país de los dioses, en un palacio particular llamado Bilskirnir: “Hay quinientas cuarenta salas en el tortuoso palacio del dios Thor, y creo que no hay una casa mayor que la de ese primogénito de todos”. Le acompaña a menudo un lacayo llamado Thialfi, que también es su consejero. En algunos textos se establece una confusión entre ese servidor de Thor y el astuto Loki, que a menudo viaja en compañía del dios. La alianza de Thor, temible por su fuerza, y de Loki, armado de su astucia, es un tema de numerosos recursos épicos.
El martillo de Thor Thor, en la poesía de los escaldas, se presenta como el hijo de Odín y de Iord, es decir, de la Tierra. Ese origen un poco misterioso tendería a hacer de él, según ciertos textos, una especie de semidiós. Su valentía, su fuerza, el número de sus aventuras han llevado a menudo a acercarle al Hércules griego, cuyo emblema es la clava, pariente cercana del martillo. Ese martillo sin par se llama Mjollnir. Lo ha forjado el enano Sindri, que le ha hecho un mango demasiado corto. A pesar de ese defecto, el arma del dios posee el poder maravilloso de volver sola, como un bumerang, a la mano de quien la ha lanzado. El dios, gracias al martillo, ha podido vencer a adversarios temibles, como varios gigantes; si se le priva de él, desaparece lo mejor de su poder. Ese martillo de Thor es el signo que se encuentra más corrientemente en las piedras de inscripciones rúnicas, también en los grabados rupestres, y, sobre todo, en las estelas funerarias, para asegurar el reposo del difunto. Como sigue figurando en monumentos tardíos, algunos han pensado ver en ello la señal de una protesta contra la obligación de representar en todas partes tan sólo la cruz de Cristo. Los dos emblemas se asemejan, y, en la saga de Haakón el Bueno, se dice que el rey, en un festín fúnebre, hizo el signo de la cruz sobre la copa donde estaba el hidromiel; como algunos protestaron, el valeroso Sigurd, que estaba presente, les explico que el rey, fiel a los viejos usos, había trazado con las manos la forma del martillo de Thor.
Thor-Donar - Contra los monstruos Thor ha sido objeto de una veneración muy difundida entre los germanos del Norte, si se juzga por la abundancia de nombres de lugar en que aparece la palabra, así como de nombres de persona, que, en Escandinavia, recuerdan el del dios. Los vikingos, en su tiempo, decían que eran “el pueblo de Thor”. Este dios, al que una tradición designa como el hijo de Odín, también es un guerrero; pero, mientras que Odín era el soberano mago que dirigía los combates, dejaba sin fuer43
El martillo Mjolinir tenía también un papel en los matrimonios, pues se pensaba que alejaba de la pareja a los poderes maléficos y prometía a la esposa la fecundidad. Thor, en efecto, también estaba considerado como el dios de la Fecundidad, puesto que gobierna el trueno, la lluvia y los vientos, de que dependen las buenas cosechas. Pero el martillo de Thor es ante todo el rayo. Cuando retumba el trueno, es el carro de Thor-Donar, que, tirado por machos cabríos cabríos, rueda sobre la bóveda de los cielos; cuando el rayo hiere el suelo, es que el dios ha lanzado desde lo alto su arma resplandeciente. Pero ese dios del Trueno, sin embargo, es favorable a los hombres, como si ese rudo lanzador de martillo de voz tonitruante fuera una especie de buen gigante, bondadoso, batallador y privado de malicia. Tenía reputación de mantener atemorizados a los demonios maléficos, los monstruos del Midgard, y, en particular, la fabulosa serpiente. Más que ningún otro, está vigilante contra las iniciativas de los gigantes y de todos los demonios que amenazan la vida de los dioses, así como las sociedades humanas. Thor era un dios benévolo, lo que quizá explicaría por qué tantos nórdicos daban a sus hijos el nombre del dios para ponerlos bajo su protección. Thor tuvo múltiples aventuras y sostuvo combates sinnúmero, y los poetas del Norte han transmitido gran cantidad de relatos y de anécdotas que ponen de relieve la figura del dios.
los dioses recurren a una estratagema: será Thor quien se disfrace de novia, con los vestidos, el velo y el collar de la diosa. Thor vacila, pero acaba por aceptar prestarse a la comedia. Parte, pues, para el país de los gigantes, disfrazado; Loki, a su lado, ha tomado figura de sirviente. El gigante Thrym les recibe magníficamente. Durante el banquete, la novia, con estupefacción del gigante, muestra un apetito temible, y devora todo lo que se había reservado a las mujeres: un buey entero, ocho salmones, especias en masa, y no bebe menos de tres toneles de hidromiel. Para calmar el asombro del gigante, Loki le cuenta que la diosa, poseída del deseo de venir a visitar a los gigantes, no ha tomado alimento alguno desde hace una semana. Al levantar el velo de su novia para besarla, Thrym queda sorprendido por los rayos que lanzan sus ojos, y da un salto atrás. Pero Loki le vuelve a tranquilizar: durante las últimas ocho noches, Freyja estaba tan agitada que no ha dormido, y por eso sus ojos tienen tan violento resplandor. El gigante, entonces, decide dar al matrimonio la consagración ritual, y hace traer el martillo Mjollnir, que se deposita en las rodillas de la novia. Entonces el dios Thor se revela, empuña su arma y aniquila no sólo a Thrym, sino a todos los de su séquito. A Thor se le representa siempre como lleno de valentía y de vigor indomable; aunque le pasa que a veces es un poco tosco y cae en la trampa, en fin de cuentas gana estimación y simpatía con el valor de su brazo vengador. Con él, el desenlace siempre es un martillazo fulgurante del que no se vuelven a levantar jamás los monstruos, los traidores y los hipócritas. Una vez, sin embargo, se creyó vencido por un gigante. Es que había topado con un mago y no sabía defenderse bien de esa clase de diablos. No pudo, pues, nada contra los sortilegios del invencible Utgardloki cuando éste le propuso vaciar una copa tan profunda como el océano y vencer a una mujer, de apariencia insignificante, pero que era Elli, “la vejez”, es decir, un ser contra quien nadie podrá triunfar jamás. A Thor le hacen falta adversarios que luchen a rostro descubierto. Aunque sean altos como la montaña o duros como la roca, sabrá infligirles tales martillazos que quedarán mutilados para siempre. . Al saber que ha sido así engañado, Thor se enfurece y blande el martillo. Pero ya ha desaparecido el encantador Utgardloki, y con él su castillo y todo lo que albergaba. Thor no ve nada a su alrededor: está en medio de una llanura de hierba. Así, ha sido vencido por los artificio de un encantador; toda su fuerza no puede nada contra la magia evocadora cuyos sortilegios se burlan de él. El dios del Trueno no tiene suerte tampoco cuando quiere exterminar al monstruo del Midgard, emprendiéndola esta vez, no con un mago, sino con un ser cósmico, más antiguo que los mismos dioses y que ni siquiera depende del destino. Thor era joven todavía cuando resolvió atacar al gran monstruo de los mares, cuyos anillos innumerables rodean las tierras y sacuden los océanos con tempestades homicidas. Thor se mostraba allí en su papel bienhechor, deseoso como estaba de purgar el mundo de las fuerzas destructoras. Va, pues, a un país muy lejano, poblado de gigantes; es huésped del gigante pescador Hymir, con el cual decide partir de pesca. “¿Qué clase de cebo —pregunta al gigante— hay que llevar?” “Cada cual tiene que saberlo y ocuparse de ello”, responde groseramente el gigante. Pero Thor no se desani-
Combate contra los gigantes Los adversarios adecuados de Thor son los gigantes, y no ha dejado de batallar contra ellos; ellos le temen más que a nadie, por tantas víctimas como les ha causado. Los poetas relatan en gran número las expediciones del dios al país de la escarcha o incluso al país del Este donde viven los gigantes. Por lo regular, Thor llevaba algunos compañeros, el más precioso de los cuales era Loki, figura divina muy importante de la mitología germánica; familiar de los grandes dioses que le consultan, pues su astucia es inagotable se vuelve a menudo contra sus señores. Es un personaje de doble rostro, inaferrable, y sobre el cual habremos de volver. Una mañana, pues, el valiente Thor se da cuenta de que su martillo ha desaparecido durante el sueño. Nada más grave podía ocurrirle: sin su arma terrible, no podría emprender nada. En su profunda turbación, va a consultar a Loki, cuyo espíritu libre es fértil en recursos. Loki declara que el precioso martillo “sin duda alguna, se lo ha arrebatado algún gigante”, y se ofrece a partir en busca del ladrón. Para ello, pide prestado a la diosa Freyja su manto mágico, que está hecho de plumas y permite volar como un pájaro. Loki alcanza volando el país de los gigantes. Muy oportunamente, encuentra al gigante Thrym, y no tarda en hacerle decir quién es el ladrón del martillo. Lo ha escondido bajo tierra a ocho brazas de profundidad. Para obtenérselo, pide que le sea dada por esposa la diosa Freyja. Los dioses, al regreso de Loki, portador de ese mensaje, celebran consejo, pero no hallan solución: hay que volver a poseer el martillo, y para eso Freyja debe aceptar sacrificarse. Esta, indignada, rehúsa; le entra tan gran furor que se le hinchan las venas del cuello hasta hacerle estallar el collar de oro, cuyos trozos ruedan por el suelo. En su gran confusión, 44
ma, y, agarrando a uno de los toros de Hymir, le corta la cabeza y le mete en la barca, para usarlo de cebo. Luego empuña los remos, y los maneja tan bien que el gigante, al principio desdeñoso, debe reconocer que es un verdadero marino. Entonces lleva la barca mucho más allá de los lugares donde el gigante acostumbra a pescar, hacia alta mar, donde piensa poder encontrar a la serpiente del Midgard. Entonces prepara. el sedal. La serpiente se lanza en seguida sobre el cebo, pero al sentir la picadura del anzuelo, empieza a debatirse furiosamente. El sedal se tensa, Thor lo sujeta, y sus puños apretados van a chocar fuertemente con la regala. Thor se enarca tan fuerte que los pies atraviesan el fondo de la barca; se encuentran sobre tierra firme. Apoyado en esa base, hace un esfuerzo violento, saca del agua a la serpiente y consigue izarla a medias a la barca. Era un espectáculo espantoso, dice el narrador irlandés, el de Thor fulminando a la serpiente con sus miradas chispeantes, mientras que esta le miraba fijamente escupiendo su veneno: espectáculo tan horrible que el gigante Hymir sintió miedo, y aprovechando el momento en que Thor no lo observaba, tomo su cuchillo y corto el seda1 La serpiente, liberada, volvió a caer a las aguas y desapareció tan de prisa, que en vano trató Thor de lanzarle el martillo. Así ese temible monstruo escapa al dios, y así quedará mientras dure el mundo; sólo en el fin de los tiempos, el día de la lucha general, cuando todos los gigantes y todos los monstruos se lancen al asalto de los dioses, Thor volverá a hallar a su enemiga, la serpiente del Midgard. Entonces un afortunado martillazo la matará: pero el dios apenas la sobrevivirá “el tiempo de dar nueve pasos”, por tantos terribles golpes como habrá recibido con los latigazos de la cola de la serpiente. Pero hablar del fin del mundo es anticiparse: los dioses, como los humanos, tienen todavía un porvenir por delante de ellos. Ese destino lo comparte Thor con todos los residentes en el Asgard, y, a pesar de sus fracasos siempre ha sido adorado como dios de la Victoria. Su primer rasgo es el de ser ruidoso como el trueno, poderoso, luchador y glotón rabelaisiano. Ponerse bajo su protección se consideraba como la mejor prenda de victoria. Fue venerado en muchos lugares; se le vuelve a hallar en la mayor parte de las leyendas, ya que todos los dioses tienen necesidad de su brazo en algún asunto, y la aparición en el relato de ese dios, en conjunto tan buen vividor, produce siempre una impresión reconfortante.
rarse también con el nombre del dios, pero más seguramente con la labra que designa la asamblea de los guerreros, la Thing. Por cierto, la relación entre un dios de la guerra y la asamblea de los guerreros es fácil de percibir. Fuera de las lenguas germánicas, es notable que en sánscrito el dios supremo se llame Dyauh Dyauh, en griego, Zeus Zeus, y en latín, Júpiter (“Iuspiter”), entre todas esas formas existe un parentesco seguro, del que se han querido sacar conclusiones en cuanto a los antiguos atributos del dios germano, en tiempos de la misteriosa religión germana común. Pero no se puede adelantar nada por el camino de tales hipótesis, pues, tomando prestado un mito a otro pueblo, se le ha transformado a menudo, y nada es tan delicado de fijar como las “filiaciones” de los dioses de una época a otra. En los relatos que conocemos, Tyr no es ni Zeus ni Marte; se puede pensar que ha conocido muy antiguamente amplias atribuciones, de que no han quedado sino rastros dispersos. Otras figuras, especialmente la de Thor, le habían empujado a segundo término; tanto entre los escandinavos como entre los germanos del continente, Thor es el ejemplo propuesto a los combatientes. Pero la valentía es también una virtud de Tyr: “Hay además un Ase que se llama Tyr. Es muy intrépido y animoso, y tiene gran poder sobre las victorias en las batallas. Por eso es bueno que le invoquen los hombres valientes”. (Gylfaginning, cap. XIII). Una leyenda, por lo menos, atestigua la excepcional energía de su carácter y lo pone en el primer plano entre los dioses: la que relata la historia del siniestro lobo Fenrir, que tendrá un gran papel en el día del crepúsculo de los dioses. Ese lobo gigante, al que se podría imaginar como un descendiente del abismo primitivo, por ser tan voraz y capaz de engullir criaturas, es uno de los enemigos más vigilantes de los dioses. Un oráculo les advierte un día que Fenrir medita contra ellos una iniciativa, y que sería prudente no dejarlo en condiciones de hacer daño. El consejo de los dioses decide no matarlo, pues hacer correr su sangre sería manchar lugares santificados por la presencia divina, sino encadenar al monstruo. Por dos veces, le ataron con cadenas poderosas, pero le bastó estirarse para romperlas. Los dioses rogaron a los enanos-herreros que les forjasen una sujeción que nada pudiera romper. Los enanos recurrieron entonces a la magia, y, lejos de pretender forjar mallas aún más pesadas, ofrecieron a los dioses una ligadura de un nuevo género: no era más que una cinta, dulce y sedosa, que, sin embargo, nadie podía romper. En efecto, los enanos-magos habían unido en ella seis elementos: el maullido del gato, la barba de la mujer, las raíces de la montaña, los tendones del oso, el soplo de los peces y la saliva del pájaro. Habían encerrado las virtudes de todos esos elementos en una cadena unida y flexible que nadie podía desgarrar. Seguros ya de poder atar para siempre al espantoso Fenrir, los dioses lanzaron un desafío: todos ellos, dijeron, habían tratado de romper la cadena y ninguno lo había logrado: proponían por tanto al lobo que hiciera él también un intento de mostrar su fuerza. El lobo, desconfiado por la experiencia, empezó por rehusar esa prueba en que presentía una trampa. Sin embargo, no queriendo pasar por cobarde, consintió en concurrir, con tal que los dioses le dieran una prenda: uno de ellos le metería la mano en la boca durante todo el tiempo que durara la prueba, y él se la devoraría si le habían tendido una trampa al proponerle romper esa ligadura. Los dioses se miraron, cohibidos, sabiendo de sobra que, en efecto, ha-
Tyr - Tiuz El dios designado bajo el nombre de Tyr entre los escandinavos, se llama Tiwar o Tiuz entre los germanos del Norte, Ziu en el Sur, y Tiw entre los anglosajones, pertenecía sin duda a la mitología de los primeros germanos. Su antigüedad es segura, y también es cierto que sus atribuciones han variado y que la veneración de que era objeto, debió menguar en el transcurso de los siglos. Sólo su nombre, a menudo citado y nunca comentado, dio lugar a hipótesis y comparaciones muy numerosas. El nombre inglés del martes, Tuesday, se relaciona con la raíz del nombre del dios, asimilado por Tácito al Marte romano. El nombre alemán del martes, Dienstag, puede compa45
bían tendido una trampa al lobo, y no quiso ninguno perder una mano en el asunto. Tyr, entonces, con sencillez, extendió la mano derecha y se la metió al lobo en la boca. Los otros dioses ataron entonces al monstruo con la ligadura hecha por los enanos. Fenrir empezó a debatirse, cada vez más ferozmente, y los dioses se rieron de ver a su enemigo reducido a la impotencia. Sólo Tyr no reía, pues sabía a qué estaba expuesto. En efecto, el lobo, comprendiendo que le habían engañado, volvió a cerrar las mandíbulas, cortando la muñeca al dios, que perdió allí la mano. El sentido de esa mutilación ha dado lugar a muchas especulaciones sobre el papel del dios Tyr y su lugar en la mitología germánica. Si el dios ha aceptado su heroica mutilación voluntaria es para no faltar a su palabra, para respetar un contrato y sin duda también para compensar con su gesto lo que podía haber de desleal en prueba propuesta al lobo por los dioses reunidos. Tyr, por eso, llegó a ser el dios jurista, el garantizador de la validez de los contratos, aquél cuya palabra no puede ponerse en duda, el que acepta un sacrificio doloroso para no desdecirse. Así pues, no es solamente un dios valeroso —y por ello garantizador de la victoria en el combate—, sino un dios jurista, protector de los contratos, guardián de la palabra dada, de los juramentos y de los compromisos. En ese sentido es como los autores modernos interpretan la figura del dios Tyr, largo tiempo considerada como confusa y contradictoria. Así escribe Jan de Vries: “En general se ha puesto demasiado en primer plano su carácter de dios de la Guerra, reconociendo insuficientemente su significación para el derecho germánico. Hay que contar con el hecho de que, desde el punto de vista germánico, no hay contradicción entre los conceptos de “dios de las batallas” y “dios del derecho”. La guerra no es sólo la cruenta confusión del combate, sino una decisión establecida entre los dos bandos combatientes y asegurada por reglas precisas de derecho. Por eso, a menudo, el día y el campo de una batalla se fijan exactamente por adelantado; así, cuando provoca a Mario, Boiorix le deja elegir el lugar y el tiempo. También se explica así que el combate entre dos ejércitos pueda ser reemplazado por un duelo judiciario, en que los dioses manifiestan a qué arte dan la razón”. La costumbre, largo tiempo conservada entre los francos, del duelo judiciario, se apoya en la videncia del dios de los combates: cuando las espadas se cruzan, nunca están ausentes los dioses, que velan por una justa decisión. Para los germanos, la guerra no estaba fuera del derecho; implicaba reglas, y las reuniones guerreras debían desarrollarse siguiendo reglas estrictas, igual que las asambleas pacíficas. Todos los asuntos importantes de la ciudad germánica estaban regulados por la thing, la asamblea en que se reunían en armas, aún cuando no se tratara de la guerra. Tácito, relatando como se desarrollaban esas asambleas, subrayó que todos concurrían con armas: "Cuando la multitud lo ha decidido, abren la sesión en armas… Asuntos públicos o asuntos privados, no hacen nada sin estar en armas. Pero la costumbre quiere que nadie tome las armas antes que la ciudad no le haya reconocido capaz de ello (Germania, XI y XIII.) Si toda asamblea se celebra en armas, no hay razón para no tomar en sentido literal la perífrasis de los autores del Norte que designa la batalla como “la thing de las espadas” (Schwertting). El dios Tyr es quien ha fijado el reglamento de esa asamblea. Igual que Tyr ha sacrificado una mano para apoyar con su gesto heroico el respeto a los contratos, Odín,
dios de la Sabiduría había sacrificado un ojo para beber la en la fuente de Mimir, mostrando así, aún en su carne, que nada era más precioso para él. Georges Dumézil ha mostrado qué importancia tenía en las creencias de los germanos, la existencia de esa pareja de dioses mutilados, un tuerto y un manco, ¡qué luz arrojan, esas leyendas sobre la constitución de las sociedades germánicas y el espíritu de su vida social! Comprobando, por lo demás, que en la fabulosa historia de los comienzos de la Roma antigua se hallaba también un tuerto, Horacio Cocles, y un manco, Mucio Escévola, que salvaron ambos al ejército romano en lucha con el de los etruscos, ha establecido un paralelo muy sugestivo entre esos dioses germanos y esos héroes fabulosos de Roma: “Está claro que los resortes de las acciones de Cocles y Escévola son, respectivamente, los mismos que los de las acciones de Odín y de Tyr: fascinar al enemigo, por una parte, persuadir dando prenda en un acto de juramento, por otra parte: está claro también que, en Roma como en Escandinavia, esas acciones van vinculadas a las mismas mutilaciones y en las mismas condiciones... La única explicación a natural, pues, es pensar que germanos y romanos conservaban esa pareja original desde su pasado común”. Pero es difícil precisar exactamente qué lugar concedían los germanos, al menos los de las épocas documentadas, al dios jurista y guerrero Tyr. Se sabe, sin embargo, que intervenía en la magia de las runas, y que, por ciertas fórmulas y ciertos signos, cabía asegurarse el apoyo de ese guardián de los juramentos. Su culto parece no haber estado ya ampliamente en vigor en las épocas históricas, a no ser quizá en Dinamarca, donde se encuentra en Jutlandia, numerosos nombres de lugares formados sobre esa raíz. También se ha podido relacionar con la misma una inscripción latina bastante misteriosa, que figura en un altar romano, descubierto en Inglaterra, en Housestead, no lejos del muro de Adriano. Ese altar, que data del siglo III, había sido elevado por soldados germanos en las legiones romanas, lleva la siguiente inscripción: “Deo Marti Thincso et duabus Alaisiagis Bede et Fimmiline et numini Augusti Germani cives Tuihanti v.s.l.m.” (votum solverunt libenter merito). El sentido literal de esa inscripción es pues: “Al dios Marte Thincsus y a las diosas Alaisiagas Beda y Fimmilina y a la majestad de Augusto, los germanos ciudadanos de Twenth han deseado dirigir este justo homenaje”. El epíteto Thincsus, unido al nombre del dios romano Marte, es visiblemente de origen germánico, y cabría relacionarlo con la thing. El dios sería entonces llamado “el que protege la asamblea”, o sea, la comunidad. Los germanos de época romana habrían unido en la misma veneración a Marte y a Tiuz. En cuanto a las diosas Beda y Fimmilina, son por completo desconocidas, pues su nombre no reaparece en ningún otro texto; el término Alaisiagae, que designa a ambas, tampoco evoca nada conocido. Lo que concierne al dios Tyr o Tiuz se pierde a menudo en lo desconocido; sin embargo, es seguro que ese dios se vincula a lo mismos orígenes de la mitología germana. Pero ese “dios jurista”, antaño en primera fila y quizá soberano, había perdido su preeminencia para no ser ya más que una especie de héroe sagrado. Esta alteración refleja quizá un cambio en las sociedades germanas, menos preocupadas por mantener el derecho en su pureza, y más, sometidas a la tragedia de la guerra. Su agilísimo espíritu siempre está en movimiento
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cen pensar en Mefistófeles para que los autores de los poemas donde se le describe no hayan pensado, al hablar de él, en el Diablo, tal como lo presentaba la tradición cristiana en la Edad Media. Este personaje múltiple, brillante e inquietante, parece ser de creación más reciente que los grandes dioses, y pertenece exclusivamente al mundo escandinavo. Son los escaldas de los siglos IX y X quienes, en sus poemas, nos han conservado el relato de sus aventuras. Éstas son numerosas y variadas: todos los dioses han recurrido a él algún día, es frecuentemente llamado a su consejo, e incluso aparece en él sin que se lo rueguen, y conoce a los gigantes mejor que nadie, por haber viajado muy a menudo por su país. En las relaciones entre dioses y gigantes es donde da toda su medida, dispuesto a transmitir los mensajes, a provocar los conflictos, a traicionar a los que le utilizan, a sacrificar a un Dios -o Diosa- que se encuentre en mala situación. Mensajero útil a menudo, a quien se querría no reconocer; demasiado hábil en “hacer cantar”, pues conoce demasiados secretos de alcoba para que no se tema a su impertinencia. Las propias diosas no están al abrigo de sus malicias y de sus traiciones, como lo muestran diversas historias, tal como la de la diosa Idun, la guardiana de las maravillosas manzanas de oro, las que daban a los dioses una juventud siempre nueva, y que Loki quiso entregar un día a un gigante en cuyo poder había caído. La malignidad de Loki se ejerció otra vez en contra de la esposa del dios Thor, Sif, la de la hermosa cabellera rubia. Loki, no se sabe por qué, le cortó un día maliciosamente sus hermosos cabellos. Cuando Thor supo esa maldad, aferró a Loki con sus poderosas manos, y, en su furor, le iba a romper los huesos. Pero Loki tenía su sangre fría, y a pesar de su miedo, se puso a hacer mil promesas al dios: haría prepararle a Sif, con oro puro, cabellos que crecerían solos, igual que una cabellera viva. Thor se dejó apaciguar. De los enanos-herreros, hijos de Ivaldir, a quienes fue a ver, Loki obtuvo que le fabricaran, no sólo la cabellera de oro para Sif, sino también la nave Skidbladnir, que, una vez que se izan sus velas, se dirige en línea recta hacia el objetivo fijado, igual que la lanza Gungnir, que nunca se detiene en su impulso. Estos dos últimos talismanes estaban destinados al dios Odín. Loki pudo de esa forma reconciliarse con Thor y su mujer al mismo tiempo que con Odín. Pero le ocurre que su pasión por el juego, rasgo ya señalado a propósito de Odín, le arrastre a complicaciones de que le cuesta mucho trabajo salir. También con los herreros, apostó con un enano llamado Brokk a que el hermano de éste, Sindri, aunque muy hábil, no sabría forjar objetos comparables a los que habían sabido realizar los hijos de Ivaldir. Brokk y Sindri se pusieron en seguida al trabajo. Para molestarles, Loki tomaba la forma de un tábano que les picaba sin cesar. Los enanos, sin embargo, lograron fabricar objetos asombrosos: el anillo Draupnir, que tiene la virtud de aumentar constantemente la riqueza de quien lo posee, el jabalí de oro, que debía pertenecer después al dios Freyr, y, finalmente, el famoso martillo de Thor. Tomados como árbitros, los dioses declararon que esas cosas superaban en bondad a todo lo que habían visto: así pues, Loki había perdido su apuesta, y su cabeza pertenecía a los enanos. El hizo como si fuera a entregarse en su poder, pero, en el momento que quisieron aferrarlo, había desaparecido. En efecto, poseía zapatos maravillosos que en todo momento podían, a su gusto, trasladarlo más allá de las tierras y de los mares. Pero los enanos fueron a quejarse ante Thor, que se apoderó de Loki
Loki Es la figura más compleja de la mitología nórdica y la más frecuentemente nombrada en los textos. Loki “cuenta entre los Ases”, aunque sin pertenecer a la familia de los Dioses. Vive con ellos, es su compañero, su consejo les es a menudo precioso, pero no se siente en absoluto solidario con su destino. Su agilísimo espíritu siempre está en movimiento; gusta de volverse contra sus señores o los que creen serlo, pues nadie puede jactarse de conocerle del todo. En lo físico, es pequeño, vivaz, tiene los ojos malignos y el rostro propenso a reír. Es bello, seductor por naturaleza y muy afanado en torno a las diosas, que le resisten poco. Cuando hace falta, sabe recordarlo. Con Odín, solamente ha «jurado fraternidad” hecho que él gusta de evocar. De su padre, de su madre, de sus hermanos, apenas sabemos más que los nombres. Su padre Farbauti habría sido “el que hace brotar el fuego golpeando”: también era maestro en esquivarse, capaz de desaparecer en un instante; su madre Laufey, “isla boscosa”, habría proporcionado la materia con que se enciende el fuego. Pues Loki fue considerado ante todo como el demonio del Fuego, y su nombre se vincula a la raíz germánica que significa “llama”. Locuciones populares, aún hoy en uso en los países escandinavos, asocian frecuentemente su nombre a fenómenos en que toma parte el fuego así, en Noruega, cuando se oye crepitar el fuego en hogar, se dice que Loki pega a sus hijos. Vivo y brillante como el fuego, también sabe tomar muchos rostros diferentes, y comparte con Odín el gusto por la metamorfosis; le gusta transformarse en mujer. Siempre aparece en el buen momento, en el lugar designado; la suerte le sirve, y, como la fortuna, está dispuesto a huir, a esquivarse, a dejar en un apuro a aquél a quien ha extraviado con un consejo engañoso. Sabe muchas cosas y no olvida nada de las debilidades de los demás dioses: con maligno placer, desvela el lado malo de las cosas: tiene “en la montaña” un misterioso observatorio desde donde ve sin ser visto; su curiosidad es insaciable: siempre está de viaje y no teme las explicaciones. Está lleno de inventiva y siempre sale de los pasos difíciles; pero también es jactancionso, provocador, y el placer de una réplica acerada le hace actuar a veces en contra de su interés. Es charlatán y maldiciente; calumnia y denuncia; crea dificultades y siembra cizaña en todas partes. Miente, no solamente por servir a los dioses, sino también por gusto. No resiste a las ganas de gastar bromas. Es desleal, no respeta ni las reglas del juego ni las del combate, pues es un ser completamente privado de moral. No tiene honor, no respeta nada, ridiculiza las cosas más sagradas, se burla de la palabra dada y traiciona a sus amigos en medio de los peligros. Y es que tiene que muy profundamente que ver con el mundo infernal. Tiene parentesco con los gigantes, y el mismo ha engendrado a los monstruos más horribles de que tienen pánico los dioses, como la gran serpiente Mitgard, el lobo Fenrir y la guardiana de los muertos, Hel, así como Sleipnir, el corcel mágico del dios Odín. Es que Loki, al revés que los dioses, no teme a la gran catástrofe prevista por los profetas; al contrario, la llama con sus deseos; triunfará el día en que se desencadenen las potencias de allá abajo, los demonios destructores; todas las orgullosas construcciones de los dioses se desharán, se verá la nadería de sus pretensiones, el universo entero se hundirá en un huracán sin nombre, y Loki, espíritu de fuego, genio de la destrucción, triunfará ese día en un estallido de risa demoníaca. Demasiadas cosas en él ha47
y se los entregó. El enano Brokk anunció que iba a cortar la cabeza a Loki. Pero a éste no le faltaban recursos, y aun en ese peligro extremo, se puso a discutir vivamente, de tal modo que el enano acabó por dejarse convencer. Entonces, para asegurarse al menos de que Loki no podría seguir abusando de sus adversarios con sus palabras engañadoras y sus argucias, el enano decidió coserle los labios. Los agujereó con una lezna, pasando un hilo por los agujeros, y le ató fuertemente. Pero esta nueva precaución era vana; Loki consiguió, a pesar del dolor, arrancarse el hilo de las heridas, y salió así sin demasiado daño de una desgraciada aventura. No hay apenas dios con quien Loki no haya tenido alguna riña; no trata en absoluto de conciliárselos y gusta de provocarles, como se ve en los poemas del Edda en que les cubre de injurias y sarcasmos, hasta el punto de que los dioses deciden castigarlo y no dejarlo más en condiciones de causar ningún daño.
dejar de lanzar injurias y maldiciones: nunca más, dice a Regir, tendrá lugar semejante banquete, pues pronto ese palacio y los que están en él habrán sido pasto de las llamas. Semejante audacia no podía quedar impune; los dioses decidieron apoderarse de Loki. Éste empezó por escaparse tomando forma de salmón, pero fue atrapado en un caída, y sólidamente amarrado con las tripas de su propio hijo Nari. Debe permanecer prisionero de los dioses hasta el fin del mundo, día de su gran desquite. Allí aparecerá en primera fila, movilizando todas las potencias del mal y de la destrucción. Si abundan los poemas y relatos en que se trata de Loki, no tenemos ningún indicio sobre el culto que se le pudo dar, de modo que podría no haber sido más que una creación de los poetas escandinavos de los últimos siglos paganos. No obstante, analogías con otras leyendas, sobre todo caucasianas, nos obligan a pensar que se trata efectivamente de una figura mítica antigua; está también demasiado vinculado a los relatos de la vida de los demás dioses. Pero su naturaleza doble, su familiaridad con los demonios como con los dioses, sus rasgos de semejanza evidente con Lucifer, plantean más de un problema. La existencia de tal figura muestra, por lo menos, que los germanos daban a sus dioses rasgos, e incluso una condición, que recordaba la humanidad, puesto que los dioses toleran y utilizan a ese ser diabólico que prepara su ruina. El enemigo jurado de Loki es el dios Heimdall. Es uno de los grandes entre los ases, pero, sin embargo, no sabemos casi nada de él. Los poetas escandinavos hablan de él, sobre todo, por alusiones, evocando su poder y su belleza. Es de alta talla, tiene la prestancia de un joven príncipe; sus dientes son de oro puro y cabalga un corcel de crines centelleantes. Es un dios de la Luz, lo que muestra ya su nombre, cuyo sentido probable es “el que lanza claros rayos”. Por otra parte, se sitúa de ordinario junto al arco iris, el gran puente que conduce a la morada de los dioses y que se llama Bifrost. Allí monta guardia; es el centinela encargado de avisar a los ases el acercamiento de sus enemigos. Para ello posee una trompa cuyo sonido se oye en el mundo entero y que ha de resonar el día del gran asalto de los gigantes contra los dioses. Algunos han pensado poder poner en relación la figura de ese dios y el “eje del Cielo”, pivote en que se apoyaba el Cielo, y que atravesaba los nueve mundos legendarios, así como se consideraba que Heimdall había tenido nueve madres. Pero lo que es cierto es que Heimdall es el enemigo de Loki. Este gusta de burlarse de él, se ríe de ese vigilante que se pasa días enteros, en todos los tiempos, mirando la puerta de los dioses. Heimdall, cuando tiene ocasión, se venga de esos dichos: un día Loki había robado el collar de Freya y lo había escondido, en pleno mar, en un escollo. Tomando forma de foca, Heimdall supo alcanzar ese escollo: allí le esperaba Loki, también convertido en foca. Tras una larga lucha, Heimdall logró recobrar la joya, que devolvió a la diosa. Abierta o sorda, la lucha es incesante entre Heimdall y Loki, de manera que fue interpretada como una simbolización de la lucha de las tinieblas y de la luz. Ese combate secular se acabará en el día del crepúsculo de los dioses: Heimdall dará a Loki el golpe fatal, pero también sucumbirá bajo los golpes dados por su adversario.
Loki provocador Los dioses se encontraban reunidos en un banquete con Aegir, que es el señor de los mares. Todos los dioses y todas las diosas estaban allí, con la única excepción de Thor, que recorría los países del Este. De repente, Loki, a quien no habían invitado al banquete a causa de su mala lengua, hace irrupción en la sala. Al verlo, todo el mundo se calla, pero él, modesto y conciliador, pide solamente que le concedan esa copa que no se rehúsa nunca a un viajero sediento, aunque no se le conozca. Nadie responde. Loki, siempre cortés, pide que le dejen sentarse como lo quieren las leyes de la hospitalidad. Los dioses se consultan, y, deseosos de respetar la costumbre, se muestran inclinados a dejarle sitio. Pero, apenas admitido a la mesa, Loki se mete con todos los dioses. Con precisión temible, recuerda a cada cual los episodios más escandalosos de su carrera. En absoluto deja a salvo a las diosas: no hay una a quien no reproche el haber traicionado sus deberes de esposa: Idun “estrecha con sus brazos al asesino de su hermano”, y Gefione ha olvidado que es la diosa de la virginidad. Y Loki se jacta de haber obtenido él mismo los favores de varias de las diosas presentes, a las que nombra. Con gozo maligno, confiesa sus faltas, presenta sus maldades, enumera complacidamente los agravios de los que se ha hecho culpable respecto a cada uno de los dioses. Ninguno puede hacerle frente; sabe demasiadas cosas y tiene demasiada réplica. El propio Odín pierde la compostura ante la oleada de burlas hirientes que brota de los labios del intruso. Sif se adelante entonces hacia él y le tiende una copa de hidromiel, pidiéndole que ponga fin a esta disputa. Él responde con palabras hirientes y asegura que ha tenido entre sus brazos, contenta y consintiendo, a la propia esposa de Thor. Apenas se ha pronunciado ese nombre, resuena un gran estrépito; es el dios de las tempestades que acude y entra en la sala, terrible, centellante, imponiendo silencio. Loki, en un ímpetu de cólera, quiere atacarlo, pero Thor blande su martillo como para destrozar el cráneo del injurioso. Éste retrocede, intimidado, y sale de la sala, sin
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