Aquel rasguño en la piedra: la revista Orígenes de Cuba, un recuento por Rafael Acosta de Arriba

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Aquel rasguĂąo en la piedra La revista OrĂ­genes de Cuba, un recuento Rafael Acosta de Arriba

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Aquel rasguño en la piedra (La revista Orígenes, de Cuba, un recuento).

Creo que en Cuba ha habido una sola generación que haya sido creadora, que es la de José Martí. Después de Martí', los que seguimos trabajando en la cultura, buscamos una posibilidad en el porvenir. [...] Y más de una vez. afirmé que Orígenes no era una generación, sino un estado poético que podía abarcar varias generaciones. Es la vuelta a los orígenes. Como decía Nietzsche, "el que vuelve a los orígenes encontrará orígenes nuevos"

José Lezama Lima.

En la historia de la literatura latinoamericana las revistas literarias y especializadas han jugado un papel cardinal. Con ese juicio han estado de acuerdo figuras tan determinantes para las letras del continente -y también para el idioma- como Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal, entre otros.

En cuanto a la literatura cubana, pródiga en publicaciones periódicas literarias y de crítica de reconocido nivel, desde la segunda mitad del siglo XIX una revista se constituye monumento a la cultura moderna o, al decir de Julio Cortázar, en “una aventura sideral”; también, como expresó Reynaldo González, “una aventura intelectual sin precedentes”, me refiero a la revista Orígenes, gestada por el grupo de escritores y artistas del mismo nombre.

Desde la primavera de 1944, en que sale de la imprenta el primer número, hasta 1956, cuando aparece la edición 40, la revista Orígenes abrió, silenciosa y lentamente, un camino de cultura y eticidad que llamó la atención de los principales escritores e intelectuales del país, del continente y del mundo. Alfredo Lozano, Mariano Rodríguez, José Lezama Lima y José Rodríguez Feo, quien tuvo a su cargo su financiamiento, fueron los editores del primer número. Dos artistas y dos escritores, al que también se unirán más adelante algunos músicos de renombre. A partir del quinto volumen (1945) y hasta el 34 (1953), los editores se reducen a los dos escritores, Lezama Lima y Rodríguez Feo, núcleo esencial de la publicación.


Es inevitable repasar, aunque sea a vuelo de pájaro, los antecedentes literarios de la revista Orígenes, pues algunas publicaciones previas desbrozaron la senda que condujo a su nacimiento y consolidación. Al precedente de buenas publicaciones como Revista de Cuba, Revista Cubana, Cuba Contemporánea y Revista de Avance, hay que sumar la primera publicación relacionada directamente con Orígenes; se trata de Verbum, que sale con el propósito de constituirse como una revista de abogados habaneros y que tuvo a José Lezama Lima como secretario de redacción.

De Verbum1 solo se publicaron tres números entre 1937 y 1944, pero suficientes para reconocerla como el antecedente obligado de nuestra revista. Con una tirada de mil ejemplares y pocas páginas, Verbum existió por cinco meses y publicó poemas, reseñas y ensayos de un grupo de notables intelectuales, todos jóvenes, entre los que sobresalieron Lezama Lima, Emilio Ballagas, Eugenio Florit y Guy Pérez Cisneros. Aparecieron en las páginas de la efímera revista trabajos de Juan Ramón Jiménez, de paso por La Habana, y al que se acercó Lezama estableciendo una rápida amistad así como traducciones de Paul Claudel y Eugenio d‘Ors, entre otros.

Poco después de la desaparición de Verbum, en agosto de 1939, sale a la luz Espuela de Plata, también de la autoría del grupo relacionado con Lezama Lima, y que por dos años publicó seis números. Aquí se pueden rastrear las mismas firmas y algunas nuevas como las del musicólogo José Ardévol, el narrador Arístides Fernández, los poetas Ángel Gaztelu, Cintio Vitier, Virgilio Piñera, Mariano Brull, Gastón Baquero, José Rodríguez Santos y, por supuesto, José Lezama Lima. Traducciones del “Ulises” de Joyce, de “La joven parca”, de Paul Válery, “El trompetero místico”, de Whitman, y colaboraciones de Juan Ramón Jiménez y Manuel Altolaguirre, destacan en esta publicación que continúa el camino esbozado por Verbum de búsqueda de las raíces culturales cubanas, la mixtura con lo mejor de la cultura universal y el comienzo de una nueva imaginación hacia una Cuba más soñada que real.

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En 2002 realizó Monseñor Ángel Gaztelu su último viaje a Cuba después de décadas de exilio. En esa ocasión lo atendí durante su estancia en La Habana y participé de algunos de los encuentros (entre ellos el primer reencuentro) con Cintio Vitier y Fina García Marruz, los últimos sobrevivientes de Orígenes. Fue emocionante asistir a dichas tertulias plagadas de recuerdos y anécdotas. Monseñor Gaztelu me entregó un ejemplar facsimilar de Verbum con una bella dedicatoria (Nota del autor)


Espuela de plata se desvanece de 1942 a 1943 y se transmuta o atomiza en otras publicaciones a cargo de los mismos intelectuales: Nadie Parecía, Clavileño y Poeta. La primera, a cargo de Lezama Lima y Ángel Gaztelu, da a la luz diez números de 200 ejemplares cada uno, y prosigue la noble tarea de dar a conocer a figuras relevantes de la cultura del momento: Alfonso Reyes, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez, Manuel Altolaguirre y W. B. Yeats, entre otros.

Clavileño duró menos, seis meses, con solo cinco números, a cargo de Gastón Baquero y en ella colaboraron los jóvenes intelectuales que se iban reuniendo gradualmente en torno a Lezama Lima, aunque por el momento publicaron en las revistas desgajadas de Espuela de plata. Son ellos Eliseo Diego, Cintio Vitier, Octavio Smith y Virgilio Piñera. Poeta solo publicó dos números en los que aparecieron textos de Gastón Baquero, Cintio Vitier y María Zambrano, así como traducciones de Césaire y Valery, realizadas por Virgilio Piñera.

A grandes trazos estas fueron las acciones editoriales previas a nuestra revista. Así llegamos a Orígenes con sus 300 ejemplares del primer número de 1944, en el que a guisa de editorial dice que “no le interesa […] formular un programa, sino ir lanzando flechas de su propia estela”, y de paso marca la ética del grupo autoral: “Sabemos ya hoy que las esenciales cosas que nos mueven parten del hombre, surgen de él y después de trazar sus inquietantes aventuras pueden regresar, tornándolo altivo o humillado, pero dejando su conciencia, sus incorporaciones y las diversas formas de su nutrición, mereciendo un respeto en directa relación con una libertad que estamos dispuestos a defender, y a justificar la salud de sus frutos”.2

El título de la revista evoca dos significados claros, comienzo o fase inicial y fundamento o principio, pero también alude al genial filósofo alejandrino Orígenes, del siglo II de nuestra era, que se caracterizó por irradiar el conocimiento y la cultura a través del Didascaleión, centro de enseñanza que fue el antecedente directo de la

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Nota a guisa de editorial, de la mano de José Lezama Lima, Orígenes, núm. 1, 1944


universidad medieval y, más tarde, al final de sus días, en Palestina, fundó una biblioteca convirtiéndose en predicador. Cualquiera de las dos acepciones pues, o ambas, es idónea para emblematizar la labor del grupo.

Desde luego que acto inicial y fundacional son acciones totalmente atribuibles a la labor cultural y literaria de la revista Orígenes. Como escribió José Prats Sariol: “Acto y fundamento fue, a la vez, la aventura editorial que reseñamos. Comienzo por el verbum, fase inicial alentada por la espuela de plata, principio de una plenitud indemne durante tres lustros: renacimiento de lo inapresable insular”. 3

La revista surgió en un momento muy complejo de la historia y de la sociedad cubana del pasado siglo. La mediocridad, la politiquería, el robo del erario público, por políticos corruptos, la desatención (con escasísimas excepciones) a la cultura y a las artes y las pobres acciones por impulsar económica y socialmente al país, fueron rasgos que caracterizaron aquellos años en que la revista sale a la luz. Al decir del sentencioso Lezama Lima, Cuba era un país “frustrado en su esencial político”. Ya en años de la Revolución en el poder, en una conversación con Prats Sariol, Lezama al recordar aquellos años los calificó así: “La desolación nacional era enorme, la economía social y formal sobrevivía milagrosamente, el empeño y la vocación se fragmentaban”; también Cintio Vitier, devenido historiador del grupo, expresó que aquella empresa intelectual había sido un vehemente acto de fe poética desde “un profundo abatimiento”.

La revista Orígenes abrió pues un espacio de pensamiento, de creación intelectual y de difusión del arte muy peculiar para sus tiempos. Cuando se revisa a zancadas, que es lo que haré en estas palabras introductorias, lo que se publicó en sus páginas, no hay más alternativa que reconocer la vastedad de miras de los gestores de ese proyecto literario y su erudición, en medio de la total marginación a que los sometió la sociedad fracturada y empobrecida moralmente de la época.

3

“La revista Orígenes”, por José Prats Sariol en Coloquio Internacional sobre la obra de José Lezama Lima, Centro de Recherches Latino-Americaines, Université de Poiiters, Volumen I, 1era. edición 1984, Editorial Fundamentos, Madrid, pp. 37-55


Ocupémonos ahora, brevemente, del corazón y del cerebro de la revista, José Lezama Lima. Sus afanes editoriales siempre estuvieron vinculados al desarrollo de su propia obra literaria. De ahí que publique su primer poema “Muerte de Narciso” en la revista Verbum, pues a pesar de que lo había escrito hacía seis años, no le interesó publicarlo en ninguna de las revistas de entonces, y lo hizo en la primera de las publicaciones en que participó como editor (otros cinco textos propios publicará también en el corto período de vida de esta publicación).

“Muerte de Narciso”, como ha establecido la nutrida crítica literaria y académica elaborada durante años para estudiarlo, es un

texto definidor y fundacional de una

nueva lírica cubana, fue el poema que dio a conocer a su autor como poeta revolucionario y trascendente en el panorama poético no solo de Cuba, sino del continente. El ensayo que le dedicara Ángel Gaztelu en el tercer número de Verbum, constituye la primera resonancia crítica de una montaña de estudios que se alzó sobre “Muerte de Narciso”4 . Dijo entonces el presbítero e intelectual: “Muerte de Narciso [es tal vez] en Cuba el más alto y atrevido intento de llevar la poesía a su desligamiento y región sustantiva y absoluta en virtud y gracia de esa esencial y mágica deidad de la metáfora”.

En alguna ocasión Lezama llamó a aquella experiencia del grupo de artistas y escritores como “un taller renacentista’, calificación que parece inmejorable. Es interesante el juicio que Lezama escribe en 1945, ya en el número 6 de Orígenes, sobre la poesía que se hacía por la generación de Espuela de Plata, en el que defiende el rasgo de “extrañeza” de dicha producción lírica ante la “rareza” que signó al emblema modernista. Dijo así:

“Si no había tradición entre nosotros, lo mejor era que la poesía ocupara ese sitio y así había la posibilidad de que en lo sucesivo mostráramos un estilo de vida. No era pues la poesía un alejamiento, un estado entrevisto de inocencia que mostraba el orden de lo

4

Ángel Gaztelu, “Muerte de Narciso”, rauda cetrería de metáforas”, en Verbum nro. 3, noviembre de 1937, p. 52


sobrenatural posible, sino que clamaba proféticamente para ser convertida en un recinto tan seguro como la tradición…”5

Una declaración muy transparente en cuanto a mostrar el nivel de conciencia de aquellos escritores hacia lo que intentaban hacer, y hacían con sus creaciones y sus revistas, a pesar de las acusaciones de apoliticismo y silencio cómplice de que fueron objeto.

Como escribió Marcelo Uribe en su amplia introducción a la edición facsimilar de la revista Orígenes, en 1989: “Mucho se ha escrito del carácter esotérico, oculto, críptico y concomitantemente apolítico del quehacer literario de Lezama, pero muy pocos escritores adoptaron en Cuba una posición tan marginal y tan explícitamente crítica ante los órganos culturales del Estado (…). En algunos de sus textos publicados en Orígenes años más tarde, el lector encuentra esa amalgama de agresión violenta hacia el aparato oficial…”6

El papel de José Rodríguez Feo fue decisivo en la existencia de la revista. La necesidad ética de mantenerse al margen de los aparatos oficiales tan despreciados por estos escritores, había adquirido ya

un carácter de decisión, de imperativo moral, y el

financiamiento que ofreció Rodríguez Feo, hijo de familia millonaria, permitió que la revista naciera y existiera sin la necesidad de hacer concesiones limitantes y reductoras. Diez años más tarde, cuando Rodríguez Feo se había alejado del proyecto y con él había partido la solvencia económica, y fue necesario pagar a los colaboradores, el director del aparato de cultura del gobierno de Fulgencio Batista, ofreció financiar la publicación a cambio solamente de imprimir su membrete en el directorio. La respuesta de Lezama, quien por demás desempeñaba un modesto empleo en dicha institución, fue radical y definitiva:

5 6

José Lezama Lima, “Después de lo raro, la extrañeza”, en Orígenes, número 6, julio de 1945, p.52

Marcelo Uribe, “El camino a Orígenes” en Edición Facsimilar de Orígenes, por El equilibrista, de México, y Ediciones TURNER, de Madrid, en 1989 (con el auspicio de la Sociedad Estatal Quinto Centenario).


“Si andamos diez años con vuestra indiferencia, no nos regalen ahora, se lo suplicamos, el fruto fétido de su admiración. Les damos las gracias pero preferimos decisivamente vuestra indiferencia. La indiferencia nos fue muy útil, con la admiración no sabríamos qué hacer…Estáis incapacitados vitalmente para admirar. Representáis el nihili admirari, escudo de las más viejas decadencias.

Habéis hecho la casa con

material deleznable, plomada para el simio y piedra de infiernillo. Y si se pasean enloquecidos dentro de sus muros, ya no podrán admirar al perro que les roza moviendo su cola incomprensible “. 7

De manera que mientras tuvo el apoyo vital de Rodríguez Feo, existió aquella revista iluminada no solo por el talento de sus colaboradores y animadores, sino por una eticidad que se nutrió de la misma eticidad de los barones y patricios que fundaron la nación cubana, de la que los origenistas se reconocían deudores.

A diferencia de Los Contemporáneos, el grupo “sin grupo”, que animó una revista literaria de similar importancia en el contexto mexicano, los origenistas sí tuvieron un accionar gregario muy activo. Según el propio Lezama, este accionar (o ceremonial según su propia definición) se desplegó en varias direcciones. Una de ellas fue la litúrgica en la que cabían las bodas, los bautismos y santos. Otra fue la amistad que tuvo como centro al padre Gaztelu y la pequeña iglesia de Bauta (pueblo en las afueras de La Habana). El tercero fue el de la conversación, dominio socrático en el que Lezama descolló por encima de todos los origenistas y en el que se debatían noticias, comentarios de libros y autores, y asuntos de menor cuantía. Las pocas fotografías que han llegado a nuestros días de estas reuniones fijan momentos que van de 1947 a 1950 y 1952, aproximadamente.

En esas tertulias, Lezama y Gaztelu fueron las figuras en torno a las cuales se movieron los “ceremoniales” de Orígenes. Los otros escritores y artistas que gravitaron en estas sesiones fueron: Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Bella García Marruz, Lorenzo García Vega, Alfredo Lozano, Mariano Rodríguez, Octavio Smith, José

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José Lezama Lima, “Diez años de Orígenes”, en Orígenes, número 35, 1954, p.65


Rodríguez Feo, Agustín Pí, Mario Parajón, Gastón Baquero, Enrique Labrador Ruiz y Julián Orbón, además del tipógrafo de los talleres Úcar García donde se imprimía la revista. Se pueden agregar a los ya mencionados el pintor René Portocarrero, cuyos dibujos ilustraron una buena cantidad de números de la revista (al igual que Mariano y Lozano), el crítico de arte y promotor Guy Pérez Cisneros, traductor de muchos de los textos publicados en Orígenes; el poeta Justo Rodríguez Santos y el músico José Ardévol.

Más allá de esta lista, parecen aflojarse un poco las relaciones de otros allegados como Lydia Cabrera, rigurosa investigadora de las culturas afrocubanas, y los más jóvenes que integrarán lo que después se llamó la “generación de los cincuenta”, Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, Pedro de Oraá y Fayad Jamis, muy jóvenes poetas entonces. Los llamados “ceremoniales” facilitaron por años la cohesión del grupo de intelectuales y artistas, aun después de la ruptura con Rodríguez Feo. La amistad fue, por lo tanto, un elemento esencial y aglutinante en la vida de este grupo que con mucha frecuencia sometía a revisión gustos y antipatías. Lezama catalogó al grupo como algo más que una generación literaria o artística, y en su peculiar lenguaje acuñó esta frase “un estado organizado frente al tiempo” en el que “un minimum de criterios operantes en cuanto al arte y las letras representarán un estado de concurrencia signado por sus deseos y creaciones”.

En cuanto a los contenidos de la revista fueron Lezama Lima y Rodríguez Feo los mayores colaboradores; el primero, mediante sus poemas, ensayos, notas editoriales, reseñas, homenajes y tradiciones; el segundo, como traductor de una parte considerable de la literatura extranjera publicada, aunque escribió algunos ensayos sobre literatura y arte cubanos e internacional. Pero sin lugar a dudas el maestro indiscutible fue Lezama, quien reunió pacientemente al grupo de poetas (la amplia mayoría), pintores y músicos como el director de una orquesta plural y sinfónica.

Los vínculos con el exterior se iniciaron con la visita de Juan Ramón Jiménez y María Zambrano a La Habana (Roberto Fernández Retamar les llamó los padrinos españoles del grupo). Ambos escritores dejaron una profunda huella en Lezama y el resto de los


origenistas. Otra forma de establecer los puentes con lo foráneo se dio en los anuncios de publicaciones homólogas como Sur, El Hijo Pródigo, Las Moradas, Letras de México, Horizón, Poésie y Contemporáneos.

En aras de no extenderme demasiado en esta presentación, pero con la idea de reflejar de manera representativa cómo se manifestó en su momento la relación con los intelectuales y revisteros de otros países, citaré un fragmento de una carta de Octavio Paz a José Lezama Lima, fechada en Nueva York en septiembre de 1945, en el que el poeta y ensayista mexicano le dice al escritor cubano: “Perdone usted que no haya contestado inmediatamente su amable invitación para colaborar en Orígenes. En esos días salía de Berkeley para Los Ángeles. Más tarde fui a San Francisco, después al Este y viajando es difícil contestar cartas. Además, todos mis papeles andaban dispersos. Ahora, con un poco de calma, le pido perdón por mi tardanza, le agradezco la invitación y le envío unos poemas (todos con un cierto aire de familia). Supongo que llegarán a tiempo para algún número de la revista. No la conocí hasta hace poco; Clariana me prestó varios números. Es magnífica y lo felicito muy de veras. La encuentro muy inteligente, muy sensible, muy universal y al mismo tiempo muy nuestra, muy de Hispanoamérica. Además la presentación me gusta también. Desde Espuela de Plata los sigo a usted, a Vitier y al resto”.8 Años después Octavio Paz declarará que Orígenes fue, para él, la mejor revista literaria, en su momento, del continente y del idioma.

Es importante, antes de tocar algunos tópicos correspondientes a los contenidos temáticos de Orígenes, mencionar el ensayo “La Cuba secreta”9 sobre una antología, Diez poetas cubanos, elaborada por Cintio Vitier, pues representa para casi todos los estudiosos de Orígenes la presentación en sociedad del grupo de poetas que se nucleó en torno a Lezama. Dice en ese texto la Zambrano:

“En medio de la vida de Cuba tan despierta, Cuba secreta aún yace en silencio. Y así nada es de extrañar que este grupo de poetas cubanos hayan llevado y prosigan una vida 8

“A José Lezama Lima”, en “Para un epistolario cubano de Octavio Paz”, en revista Casa de las Amércias, número. 211, abril-junio de 1998, p. 102 9

María Zambrano, “La Cuba Secreta”, en Orígenes, número 20, invierno de 1948, p.5


secreta y silenciosa. Es de subrayar lo desconocido de este movimiento poético fuera y aun dentro de Cuba […] Lezama y los que forman con él unidad de aliento, más que grupo, apenas han sido anotados en los libros de los que escuchan poesía […] Y sin embargo, el “movimiento” sigue su curso casi inapercibido. Y así sentimos la conciencia de este destino secreto con lo secreto que se despierta; es la unidad del instante en que situación vital y obra literaria se funden”.

Y aunque la revista nunca formuló un programa, Lezama aprovechó diversos momentos y números para dejar caer por aquí y por allá un grupo de ideas y códigos que se correspondían con su propia visión del papel de la literatura y el arte en la vida de un país. Cuando se establecen líneas asociativas entre estas ideas pragmáticas esparcidas por toda la existencia de la revista y las tesis más importantes sostenidas por Lezama a lo largo de su obra poética, narrativa y ensayística se pueden hallar, sin grandes dificultades, las naturales correspondencias.

Así, por ejemplo, su tesis del mito de la insularidad (o “el mito que nos falta”) y su valor de unificación cultural, de otorgarle una dirección y un sentido a las acciones que alimentan y nutren la cultura nacional por medio del estímulo y cultivo de una “sensibilidad insular diferenciada”, el desarrollo del diálogo y la búsqueda de una “expresión mestiza”. Para Lezama la isla, Cuba, debía poseer un mito propio que no debía ser juzgado por raseros foráneos atendiendo al agotamiento de otras culturas hegemónicas heridas, según él, de un “cansancio clásico”.

Así también, su concepto del sistema poético del mundo descansando este en una reinterpretación de la imagen (la imago), o más bien de una nueva función de esta en la cultura. Sustituía así el concepto de cultura por el de eras imaginarias, contraponiendo a los conceptos más usados de cultura el suyo, el de las “eras donde la imago se impuso como historia”. A Lezama, siguiendo su reflexión en esta cuestión, lo que le interesaba fundamentalmente de una civilización era “el tipo de imaginación” que esta era capaz de lograr crear, pues a su juicio, era lo único que permitiría descifrarla en el futuro. Para él, resumiendo, dicha imaginación se traducía en una potencialidad (un potens) para crear imágenes en la Historia.


Igualmente, su concepción del barroco americano, de la teleología insular y sus concepciones sobre la crítica que se necesitaba para penetrar el arte y la literatura. En las Ediciones Orígenes se lograron publicar, además de la revista, veintitrés títulos (casi todos valiosos) sufragados por sus propios

autores en modestísimas tiradas. Algunos

de estos libros son hoy de obligada referencia para estudiar la cultura

y las letras

nacionales como Diez poetas cubanos, antología (ya mencionada) de Cintio Vitier; La poesía contemporánea en Cuba, de Roberto Fernández Retamar, los libros de los poetas del grupo Orígenes y traducciones como La joven parca, de Valery, a manos de Mariano Brull.

El vínculo de la revista con los mejores artistas plásticos del país, no solo con los que se nuclearon en torno a Lezama y Gaztelu, se expresó de muchas formas, pero de manera esencial en las portadas de la revista y en las ilustraciones de gouaches, tintas y viñetas de sus páginas. Víctor Manuel, Wifredo Lam, René Portocarrero, Mariano Rodríguez, Amelia Peláez, Marcelo Pogolotti, Roberto Diago, Luis Martínez Pedro, Cundo Bermúdez y Raúl Milián figuraron como ilustradores de Orígenes. En cuanto a artistas internacionales, Rufino Tamayo, José Clemente Orozco, Robert Altmann y Bernard Reder también aportaron sus dibujos y viñetas.

Una entrevista a Marc Chagall, un estudio sobre Picasso (de María Zambrano), las relaciones entre poesía y pintura de Wallace Stevens, los cuadernos de Braque, los ensayos de Lezama sobre pintura de Cuba, una crítica acerca de cualquier exposición importante desplegada en el país y otros textos sobre artes visuales, se encuentran repartidos por todos los números de la colección.

La música también fue abordada por la revista, no solo por los músicos del grupo sino por otros en calidad de invitados que aportaron artículos y estudios. La filosofía tuvo una presencia considerable como se puede apreciar en la traducción de “El regreso al fundamento de la metafísica”, de Heidegger; el “Epílogo a mi anfitrión del mundo”, de George Santayana, y los textos cardinales de Maria Zambrano, entre otros.


Otras zonas del arte y la cultura cubanos más cercanos a lo popular fueron menos abordados en la revista, de ahí que tanto ella y el grupo fueron impugnados de ostentar una concepción elitista o de excluyente “alta” cultura, cuestionamiento al que no le falta su parte de razón. Lisandro Otero llamó a este contrapunteo “el mambo versus la ilustración”. No obstante, aparecieron textos que examinaban zonas del mundo afrocubano como “La virtud del árbol de Dágame”, de Lydia Cabrera, pero no abundaron ciertamente en una concepción de la cultura que no hizo muchas concesiones a su credo.

El rescate de lo cubano como algo esencial de este proyecto cultural mezclado en dosis generosas con lo contemporáneo universal, fue el eje que vertebró el discurso estético de la revista. Traducciones de T.S, Elliot, Henry James, Stephen Mallarmé, André Masson, Dylan Thomas, William Carlos Williams, Albert Camus, Henri Michaux, Stephen Spenders, William H. Auden y Saint John Perse, así como colaboraciones de los grandes poetas españoles Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Jorge Guillén y Manuel Altolaguirre unidas a los textos de escritores latinoamericanos que después se convertirían en grandes de las letras, fueron contenidos de lo universal asimilado en sus páginas.

Lo esencial cubano se puede encontrar por aquí y por allá en la revista, enumeraré a tal fin, además del texto de Lidia Cabrera ya mencionado, el poemario “En la Calzada de Jesús del Monte”, de Eliseo Diego; “La tarde de domingo”, de Octavio Smith; el capítulo V de la novela Paradiso, de Lezama Lima; “Jardín del Cerro”, de Fina García Marruz, y el número dedicado en 1953 a José Martí (los origenistas fueron martianos devotos), entre otros.

Esta diversidad en la unidad del discurso cultural ecuménico (en el árbol martiano de la cultura, que ya anotamos fue una visión muy cara a los origenistas, el tronco era lo nacional, el resto, lo universal) que caracterizó a Orígenes, es uno de sus mayores valores visto hoy a la distancia de medio siglo, desde su cierre en 1956. El modelo cultural de resistencia que significó la vista y el grupo para la cultura insular de su tiempo puede considerarse como el hecho más relevante de las artes y las letras de


aquellos años terribles en lo político y social del país. Irrumpió silenciosamente (es válido recordar que no se vendían más que veinte ejemplares de cada número) en aquel escenario en que lo cultural se asumía como lo folklórico banal, o simplemente se desatendía, pero afortunadamente no pasó desapercibido para las inteligencias y la intelectualidad del continente.

Fue un rasguño en la piedra, hondo, incisivo, que sirvió de cauce y estímulo para la creación literaria, la crítica y la cultura cubana posteriores a 1959 cuando el país se abrió a una nueva fase histórica y a más modernas y justas formas de atender la cultura y el arte. Entonces ocurrió el gran reconocimiento10 de aquella extraordinaria aventura intelectual y Orígenes llegó a ser finalmente lo que pretendió, una vuelta al inicio de los inicios.

Rafael Acosta de Arriba La Habana, abril 2011

10

En el verano de 1994 se efectuó en La Habana un Coloquio Internacional por el cincuentenario de la revista Orígenes en Casa de las Américas, en ese cónclave se justipreció, con méritos y defectos, por supuesto muchos más los primeros que los segundos, la trayectoria y aporte de la revista y el grupo a la cultura cubana.


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