Esa es una de las características que siempre me han parecido más atrayentes de la conversación que la revista ha venido proponiendo y animando a lo largo de sus ocho años de existencia: la variedad de los temas cubiertos, variedad que yo diría que, en el caso de Mei, está basada en una particular concepción de la profesión de archiveros, bibliotecarios y documentalistas, con dos rasgos destacados. En primer lugar, su carácter integrador, opuesto al lamentable paradigma de los “compartimentos estancos”; y por otra parte, su visión contextualizadora, ancha y abierta, libre de reduccionismos castrantes, que no sólo no desprecia lo que otros considerarían campos extraños, sino que se interesa activamente por ellos: “nada de lo que tenga que ver con la información y la cultura me es ajeno” podría ser, a mi juicio, uno de los lemas de Mei.
Mei o el placer de la conversación
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arafraseando al amenísimo Gabriel Zaid de Los demasiados libros, podríamos decir que editar una revista es organizar una conversación, y publicarla es lanzarla al ruedo vivo de un diálogo en marcha, para darle pábulo y atraer a nuevos interlocutores.
Cuando en otros ámbitos de la gestión de la información se restringe la conversación a la propia especialidad y se la hace girar tan sólo en torno a lo estrictamente técnico, en Mei la charla da cabida a todo cuanto tiene que ver con el sector del libro y, en general, con la creación, la producción y la distribución de información y cultura. De esa forma reclama y comunica a todos los contertulios el sentimiento gozoso de pertenecer por derecho propio a ese sector y de tener algo que decir en él. Basta repasar la habitualmente densa sección de “Noticias en línea” de la revista para encontrar historias sobre bibliotecas, archivos y documentación, sí, pero también frecuentes incursiones en novedades relacionadas con la edición, la propiedad intelectual, la bibliografía, las tecnologías de la información, la escritura y la lectura, la tipografía...
Mei siempre me ha parecido una conversación animada y coherente, es decir, una conversación con alma y con sentido. Y eso que, por desgracia, no es frecuente encontrar en entornos profesionales del país, además resulta muy difícil de sostener durante cincuenta números y casi diez años. Razones sobradas para el aplauso y la celebración. Durante este tiempo, leer Mei ha sido como participar en una conversación en la que uno siempre encuentra motivos para el disfrute: unas veces, por el placer de la coincidencia en los puntos de interés y los análisis; otras, por el gusto de identificar desacuerdos y contrastar pareceres; siempre, por la densidad de ideas e informaciones. Una conversación, además, de calidad. ¿Cómo se valora la calidad de una conversación? Medidas habrá para todos los gustos. A mi juicio, uno de los indicadores más fiables es este: una buena conversación es aquella en la que acabamos diciendo y oyendo lo que normalmente no decimos ni oímos. Mei, a pesar de ser una revista especializada y tener por ello muy delimitado su campo temático, siempre ha tenido la capacidad de ofrecer un hallazgo o un enfoque no esperado, o bien de despertar una sintonía dormida en la curiosidad del lector.
“La cultura es conversación”, dice Zaid, “una conversación que nace, como debe ser, de la tertulia local; pero que se abre, como debe ser, a todos los lugares y a todos los tiempos”. Mei (y es otro de sus atractivos
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Por cierto, que ahí también han podido encontrar los lectores de Mei una no pequeña fuente de placer: en el despliegue gráfico de las portadas, en el cómodo formato y la maqueta limpia, en la carnalidad levemente rugosa y consistente de la cartulina de cubierta. Porque en una conversación degustamos también las palabras y los giros, las voces y los acentos, las maneras de hablar, las miradas y los gestos. A lo largo de estos años, Mei ha ofrecido el espectáculo siempre gratificante de un grupo de gente con ideas y haciendo cosas. ¿Obvio, simple? No, y mucho menos si se trata, como es el caso, de gente entusiasmada, atentos lectores, conversadores apasionados. Interlocutores con capacidad para animar y elevar el tono vital de un debate, o el de una profesión. Curiosos impenitentes que deben de encontrar un poco raro al bibliotecario, el archivero o el documentalista -tan frecuente- al que ¡no le gusta leer!, que no se interesa por los libros y las revistas, por la historia, la cultura, la política, el lenguaje y las lenguas, los viajes y las relaciones internacionales, la literatura, el cine y la música, los museos... Termino con Zaid: “El aburrimiento es la negación de la cultura. La cultura es conversación, animación, inspiración”. Mei o el placer de la conversación divertida, animada e inspirada, con sentido, curiosa, irónica, culta, viva, vivificante...
para mí) demuestra cómo es posible conjugar el seguimiento cercano y comprometido de lo del propio entorno con la atención curiosa hacia lo que ocurre en otras ciudades y regiones del país, o en cualquier otra parte del mundo. ¿Cómo no celebrar esa amplitud de miras, si la comparamos con la asfixiante cerrazón provinciana (o municipal o, más frecuentemente, autonómica) en que parecen empeñadas otras gentes?
✎ Victoriano Colodrón Denis
Si además, esa loable vocación de trascender los límites del terruño dirige, preferentemente, su mirada a territorios por los que siente uno como es mi caso- una inclinación especial, mejor que mejor: me estoy acordando ahora del número monográfico sobre Portugal, el de América Latina, el de México, con la hermosa ilustración de su portada, de Felipe Adrián...
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ISBD, metódica y puntillosa, que nos permite delirantes discusiones sobre la interpretación de sus casos, y cuyos dictámenes son de tanta aplicación como aquellos concilios que resolvían, con sobrios fundamentos, si los ángeles tenían alas. Pero no solo es la catalogación o la clasificación decimal universal, son los reglamentos, las normas inflexibles que no permiten la habitual excepción, son las inercias.
Lo importante y sus detalles
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robablemente todos estemos de acuerdo en cuáles son las cosas auténticamente importantes, en la vida o en documentación. No es lo mismo lamentarse por un niño que por el largo de un vestido. Sin embargo nuestra humanidad es más poderosa que nuestra razón, por lo que queremos además de la revolución, la belleza. No nos basta con tener agua corriente, nos preocupa el color de un azulejo. Clamamos contra el estilo, contra esos detalles que están entre los asuntos importantes y nosotros. En adelante en este texto, distinguiremos entre los ”detalles“ y lo “importante”. Es una distinción que podemos hacer en casi todos los aspectos de nuestro trabajo. Un detalle es que en la referencia de un documento, el título esté resaltado en negrita. Lo importante es que el libro sea el que se necesitaba y el centro de documentación lo hubiera seleccionado en su momento para tenerlo disponible.
Unas veces lo importante se aísla del mundo por culpa de no gestionar bien sus detalles. Otras veces hacemos artificialmente importantes los detalles frente a la importancia propia del objeto documental. A estas alturas me viene a la cabeza que cuando acuso a los profesionales de la información de ser humanos olvido que también son humanos los usuarios, quizá demasiado humanos. Quizá no hay mejor muestra que el usuario cargado de inocencia y naturalidad, que piensa que en la biblioteca están todos los libros, o que puede buscarse en una base de datos todos los artículos publicados en prensa. La sorpresa de este usuario ante la ausencia de cosas importantes produce comprensión, madurez. Descubre cómo es el mundo real, y piensa que hay que mejorarlo. Por el contrario, cuando mientras adquiere esta madurez en su trato con la biblioteca, topa con los detalles absurdos, por lo general de tintes kafkianos, que le impiden usar, manejar o apropiarse de la biblioteca real, cae en la frustración. Aún estaba madurando cuando la vida le dio un revés.
Dado que los profesionales de la información también somos humanos, recurrentemente nos ocurren dos clases de cosas, en las que nos atrapa un insolente desequilibrio entre lo importante y los detalles. En el primer caso especulamos con proyectos documentales que vendrán a cubrir una laguna informativa secular, invirtiendo recursos en construir, digitalizar, recopilar y esas cosas importantes, olvidando los detalles que mediarán entre nuestro sueño documental y los usuarios. Un detalle puede ser que sea imposible reproducir o cualquier forma de copia de una ilustración de nuestra fabulosa colección de cómic. En el segundo caso empleamos una energía terrible en detalles que no generan utilidad, ignorando si verdaderamente estamos trabajando para que una materia, sensata o insensata, pueda continuar su andadura por el ciclo de la información. Generalmente es el caso de la catalogación
Este texto no puede continuar sin una proclama: Manejemos la importancia y los detalles en documentación buscando la utilidad. Tratemos
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Antes de terminar quería aplicar este esquema de pensamiento a nuestra revista. ¿Qué ha hecho tan especial a Métodos de Información durante estos cincuenta números? Sin duda, el estilo. Algo tangible al tenerlo entre las manos, difícil de proyectar o describir, pero palpable: los temas, las noticias, las rarezas, la tipografía, las entrevistas, las ilustraciones, el tipo de papel, el tamaño, el mimo artesano, la electrónica, sus presentaciones, las firmas. Un estilo que combina lo importante y sus detalles. Una arquitectura interior que te asoma cada vez a un tema comprensible pero innovador, y te pasea alternando intensidad, marginales y zonas de descanso. Una arquitectura en la serie que permite transitar la actividad profesional en sus zonas menos visibles: otra ciudad, menos ampulosa, ajardinada, tranquila y afectuosa. ¿Podemos hablar de una corriente hippy en documentación?.
de construir recursos importantes sin olvidar los detalles que los hacen realmente útiles, pero tampoco olvidemos que los detalles multiplican la utilidad de objetos convencionales. Un juego de palabras capicúa, en el que en realidad hay dos polos que actúan dialécticamente, la utilidad y la importancia. Y a la resultante de esas fuerzas encontradas la llamamos utilidad. ¿Cómo percibir la utilidad? Transformándonos en usuarios, enumerando situaciones comunes que se ven favorecidas por lo importante o sus detalles, usando los recursos de información para algo que nos haga falta inexcusablemente, y gruñendo ante cada dificultad o laguna. Llevando una doble vida, que trasponga nuestra experiencia como usuario a nuestro trabajo como documentalistas. Algo así como ser dos al mismo tiempo, que se reconocen, entienden y respetan.
Y por lo general, cuando aparece una producción con esta clase de estilo, no es más que el reflejo del grupo de personas que están detrás, y la gracia que emana de ellos y fluye entre la revista y sus lectores, o entre la revista y sus colaboradores. Un pequeño milagro, un accidente de la rutinaria historia de nuestras cosas.
✎ Tomás Saorín Pérez
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