Cavanilles, una vida azarosa, una obra fundamental Francesc Ferrando Vila
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Cavanilles, una vida azarosa, una obra fundamental
que había experimentado. La retorno, el viaje, el trabajo, le fueron gratos “yo hize con felicidad mi expedición al Reyno de Valencia”, afirmó. El reencuentro con su País, sus gentes, amigos de infancia, de estudios, tuvo para él una especial carga emocional. Las Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia tiene el encanto exquisito de la minucia del genio. Obra menor en comparación con sus otros titánicos trabajos, reune en un mismo volumen el cumplimiento de una misión oficial para la monarquía borbónica, su aportación profesional en cuanto al planteamiento y fondo del trabajo – que superaba amplísimamente la encomiendo real – y refleja unas vivencias íntimas muy personales: añoranzas de otros tiempos, consejos para viajeros, placeres de excursionista, charlas con personas anónimas, enemigos intelectuales a quien fustigar, amigos recuperados en los que confiar... El resultado es una obra estéticamente muy bella, capital para el conocimiento de la actual Comunidad Autónoma en el siglo XVIII y una joya para comprender el fuste intelectual de la segunda generación de ilustrados españoles.
1. INTRODUCCIÓN Cavanilles en el Reino de Valencia. Cuando miró aquellas tierras, ni las reconoció. Había nacido en la capital del Antiguo Reino pero pasó su infancia en Moixent. Aquel fue su lugar de juegos, carreras, excursiones... una comarca áspera, seca y pobre. Por contra, ahora, ante sus ojos, todo había cambiado. Y por mano humana: acequias y regadío, nuevos cultivos, una economía diferente, la forma de vivir distinta, incluso el relieve había cambiado... Su pasión por la naturaleza, por las cosas y sus cambios, toda su propia personalidad, la confianza ilustrada en el progreso, se fraguó en aquellos lejanos años y ahora, en efecto, los veía plasmados en su paisaje de rapaz. Tenía por entonces, unos cincuenta años. Ante él, sus raíces... Antonio José Cavanilles era forastero en tierra propia. Había abandonado Valencia en 1770 y desde entonces, más de veinte años atrás, no había vuelto. Asturias, Madrid, París y Castilla La Vieja habían visto sus correrías adultas de ilustrado y botánico. Por eso, al reencontrar el decorado de su niñez, casi no podía dar crédito a las transformaciones 1
Entre 1791 y 1793 Cavanilles, siguiendo su eficacísimo sistema de trabajo, viajó a lo largo del Antiguo Reino en diversas campañas. Tomaba nota de cuanto veía, descubría y reconocía en el vastísimo marco de contenidos que él mismo se había marcado: agricultura, medio natural, geografía, población, arqueología, minería, botánica, cartografía... Corroboraba o corregía. Ilustrado infatigable. Curioso. Los meses fríos eran para su gabinete de Madrid. Allí estructuraba la información recogida, analizaba lo obtenido, escribía, preparaba sus ilustraciones, planeaba las siguientes campañas... y recordaba... Escribía su Diario en el silencio de su habitación mientras las calles y los salones de la Corte se alborotaban con la demonización de enciclopedistas y afrancesados. Europa se convulsionaba con Francia. España se hundía en el desconcierto finisecular del XVIII.
contenido de las Observaciones... Poco más podemos aportar ante la maestría de Cavanilles, sería pretencioso. Sólo dar retazos que lo encuadren mejor al lector del XXI. Las Observaciones... no son una obra ni singular ni aislada. Se encuadra en un tipo de trabajo propio del último cuarto del XVIII cuando la curiosidad por el territorio impele su conocimiento sobre la base empírica de su descripción. Joan Francesc Mateu Bellés indica en España las obras de José Viera y Clavijo, el gran amigo de Cavanilles, para Canarias (1772-83); Cornide y Saavedra (1784) y Lucas Labrada (1804) para Galicia; José Vargas para las Baleares (1787) e Ignacio de Asso para Aragón (1798). Europa vivía una pasión semejante. Por eso el trabajo de Cavanilles destaca, porque es comparable y en esa tesitura su extensión, profundidad y calidad son notables.
En 1795 vería la luz ésta, su obra estrictamente valenciana, editada por la Imprenta Real. La que ahora presenta sobre soporte digital la Biblioteca Valenciana.
Hoy día puede parecer chocante pero se estaba acabando el siglo XVIII, hace apenas doscientos años, y se ignoraba la base geográfica – en el sentido lato de la materia – más elemental. Desde la ubicación certera de accidentes geográficos considerables a la composición detallada del medio natural que definía los territorios, desde los impactos humanos más evidentes – cultivos, minas, extracciones, explotaciones... – a las actividades de los núcleos urbanos – industrias, comercio, población, cultura... – era una información que se desconocía plenamente o de la que sólo se tenían referencias vagas. Nadie hasta ese momento había sistematizado los datos objetivos que definían un territorio y las personas que lo habitaban. Dentro de la lógica del
2. LA OBRA Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia La claridad expositiva de las ideas de Cavanilles, su fina pluma al redactar y la vitalidad de sus párrafos nos exime prácticamente de éste capítulo. La lectura de la escasa docena de páginas iniciales que componen el prólogo de la obra presentan diáfanamente el propósito, articulación y 2
pánico. Floridablanca, jefe del gobierno, otrora paladín de los cambios y encuadrado entre los ilustrados centristas, ordena el cierre e impermeabilización de las fronteras con Francia para impedir el contagio revolucionario. Más aún, lo que se identificó como su núcleo generador, el enciclopedismo, el afrancesamiento, se puso en cuarentena. Era el enemigo en casa. Así que se optó por evitar la presencia de los ilustrados en la Corte. De igual forma que Jovellanos era invitado, el verano de 1790, a recorrer su patria chica, Asturias, en la primavera del año siguiente Cavanilles recibía un encargo semejante con parecido destino peregrino “recorrer la España de órden del Rey para examinar los vegetales que crecen en ella”. No especularemos sobre si la misión está encuadrada en el apoyo borbónico a la ciencia o en la habilidad gubernamental para deshacerse de afrancesados de Madrid, pero son tan extrañas las casualidades cuando ciencia y política coinciden... Lo que sí es cierto es que es el propio Cavanilles quién elige su propio País para iniciar el trabajo: “di principio a mis tareas por el Reyno de Valencia”. Pero considera que puestos a hacer el esfuerzo vale la pena optimarlo. Sus palabras en el antedicho prólogo vuelven a ser diáfanas: “Por esto al paso que procuraba desempeñar mi comisión (el análisis botánico de la península) iba siempre juntando observaciones y noticias útiles para la historia natural, geográfica y político-económica de España”. La misión oficial queda totalmente desbordada por el planteamiento del autor. Nadie lo contradijo. Y partió.
despotismo ilustrado, resulta evidente que si se quería introducir medidas racionalizadoras y modernizadoras se debería saber previamente qué medidas, por qué esas y no otras, dónde aplicarlas y de qué recursos reales se contaba para poder llevarlas adelante. En el caso de la obra de Cavanilles otro factor viene a sumarse a la gestación de su trabajo. Tras la consolidación de la Revolución Francesa de 1789, el temple de quienes se habían tildado de ilustrados mientras ejercían el despotismo desde los gobiernos de Carlos IV se pone a prueba. Y hay 3
La decisión del ilustrado valenciano vinculaba su propia añoranza personal, íntima, de su tierra natal con los intereses profesionales de su misión: conocía el territorio que iba a explorar y tenía amigos repartidos por casi todas sus comarcas gracias a sus pasadas experiencias con compañeros y alumnos de la Universidad de Valencia, con Turianos de Madrid y con cuantos valencianos había encontrado en las tierras extrañas donde vivió. Era el lugar ideal donde poner en práctica su sistema de trabajo. La rentabilidad y eficiencia la tenía prácticamente asegurada. Entre 1791 y 1793, en campañas sucesivas que le ocupaban los meses de primavera y verano y llegan a sumar veinte meses, Cavanilles recorrió la totalidad de la actual Comunidad Autónoma, salvo la Plana de Utiel-Requena, territorio ajeno al Antiguo Reino que se integró en él, por decreto gubernamental, ya entrado el XIX.
Los viajes son serenos pero ininterrumpidos. La constancia imprecipitada es su modus operandi. Así lo veremos entrevistarse con priores de monasterios y con menestrales, con farmacéuticos, labradores, eruditos locales, mesoneros, arqueólogos, pastores, ilustrados, sacerdotes... Su eje de trabajo es la botánica pero sus focos de interés se diversifican cada vez más cuanto más territorio recorre. Los cambios experimentados en las comarcas valencianas a lo largo de la segunda mitad del XVIII eran abrumadores para una generación educada en el mundo relativamente estático del Antiguo Régimen en comparación con los nuevos tiempos que impulsaba el capitalismo. El fin de Floridablanca y su substitución por Aranda, de la izquierda ilustrada y con quien tiene mejor relación, ocurren en su primer invierno en Madrid aunque no por ello abandona la misión en el Antiguo Reino y la primavera del 92 vuelve a su trabajo de campo. Ese año ya se ocupa de cuestiones de lengua, actividad fabril, cuevas, paisajes, fiestas, presas, climatología, arqueología, costas, alojamientos y alternativas para viajeros, desertización, enfermedades, correcciones cartográficas... Todo le preocupa, todo lo recoge.
Tomó por base en Valencia su Colegio, desde allí partía y allí regresaba tras cada excursión de cada campaña anual. Allí establecía los contactos con sus informantes, ultimaba su logística y rutas, acumulaba los datos recogidos, se reponía y ejercía como retaguardia. Los meses de otoño e invierno los pasaba en Madrid redactando lo obtenido y preparando grosso modo la siguiente campaña. Y ello, sin dejar de lado sus otros trabajos – en esos momentos sigue enfrascado en sus Icones... La aplicación práctica de su sistema fue todo un éxito. Resulta sorprendente la cantidad y variedad de información que obtiene en un plazo tan corto y un recorrido tan apresurado.
La estructura final de la obra responde, no obstante a un criterio riguroso, el del naturalista; consecuentemente, articulará el territorio por unidades geográficas obviando las gobernaciones administrativas y, a través de aquellas proyectará sus rutas de una forma coherente. El resultado es un Antiguo Reino dividido en cuatro regiones: Norte, Centro, 4
Sur y Poniente, tan naturales como evidentes, tan lógicas como absurdas fueron las posteriores divisiones provinciales. Por otra parte, Cavanilles, hábil dibujante y preocupado cartógrafo, introdujo grabados en la obra que la dotaron de un complemento grafíco muy útil, a la par que estéticamente muy atractivo. Se trata de veinticinco láminas paisajísticas de indudable valor geográfico, etnológico y artístico. Unas, piezas originales suyas, otras, calcadas y modificadas por él con ciertas licencias propias de la moda del momento y todas, con un cierto toque de ingenuidad gráfica que respetan sus grabadores, el experto Tomás Enguídanos y el joven Tomás López. En cuanto a la cartografía, las Observaciones... dispone de una docena de mapas, once parciales y uno general especialmente famoso en la memoria cartográfica de los valencianos. De todos, Cavanilles sólo es autor de un par. El Mapa de Peñagolosa de entre las ilustraciones parciales, el resto son copiados. Y el Mapa del Reyno de Valencia cuya autoría es sin duda suya. Es un trabajo magnífico, a una escala aproximada de 1:524.000. Toma como referencia los trabajos de Tomás López de Vargas – Mapa geográfico del Reyno de Valencia (1788) – que va corrigiendo constantemente a lo largo de sus viajes y el de Vicente Tofiño – Carta Esférica (1786) – que al proporcionarle su perspectiva naútica incrementa notablemente la calidad final de su propio mapa.
Una obra paralela, de corte totalmente subjetivo, se fue creando junto a las Observaciones..., es el Diario de las excursiones del viaje a Valencia. Allí fue recogiendo la “letra pequeña” de su expedición: comentarios, apuntes, dibujos y esbozos, detalles de la planificiación y de su sistema de trabajo. Hizo una labor de herbario que también se conserva parcialmente pero que, como el documento anterior y otro material suelto, aún no ha sido trabajado en profundidad y, dos siglos después, sigue durmiendo en los fondos del Jardín Botánico de Madrid. La pendular e inestable situación española, mediatizada por la situación francesa, condujo a la destitución de Arana tras 5
la ejecución de Luis XVI y a las victorias republicanas frente a los ejércitos monárquicos. El acceso al poder de Godoy relanza – ahora con furibundez – la sospecha y persecución del afrancesado. Pero Cavanilles ya está en la recta final de su trabajo. En septiembre del 93 ya sabe, y así lo hace constar, que lo tiene acabado. El éxito ha sido total. Se ha cumplido la misión encomendada, se han añadido un cúmulo de datos abrumadores, y se ha creado un modelo para aplicar al resto de la monarquía en extensión espacial, y a cada uno de los territorios en extensión temporal. El Estado, con todo,
Tampoco debió afectar excesivamente al autor. Ya conocía las limitaciones de los gobernantes españoles y las envidias académicas. Él, por su parte, estaba enfrascado en sus Icones..., seguía al tanto de las grandes polémicas científicas del momento, pretendía difundir el conocimiento de una forma más eficaz que los canales universitarios, aspiraba a radicarse en Madrid como director del Jardín Botánico... Las Observaciones..., eran sólo el detalle de un orfebre, pero cuando ese orfebre está en la vanguardia científica mundial, sólo cabe la admiración ante su obra, reflejo del breve e intenso camino de su vida.
3. EL AUTOR Una vida azarosa, una obra fundamental (1745-1804) Como vimos más arriba, Cavanilles nació en la Ciudad de València el 1745 pero pasó su infancia en Moixent (Ribera Alta). Desconocemos los avatares de esos años de los que sólo tenemos noticia por las propias confesiones del autor en sus diarios personales. Pero a partir de 1761, cuando obtiene su título de Bachiller en Filosofía, ya podemos seguirle con bastante seguridad. no estuvo tan convencido – reafirmando el postulado de la encomienda del trabajo para alejarlo de la Corte – y el magno proyecto nunca fue aplicado a otros territorios. Los únicos beneficiados fueron sus propios compatriotas que consiguieron un documento histórico de relevancia singular.
Entre 1762 – año en el que obtuvo el título de Maestro de Filosofía – y hasta 1770, su vida estuvo vinculada al ámbito universitario de València y Gandia e, inicialmente, a actividades intelectuales especulativas. Se hace Bachiller y Doctor en Teología y da clases en la Universidad de 6
Valencia entre el 67 y el 70. Ese año fracasa en sus oposiciones a las cátedras de Matemáticas y Física. Cátedras que nos anteponen a un radical cambio de intereses respecto a su formación universitaria y titulaciones. Un cambio en el que habría pesado tanto su interés personal por estabilizar su vida como su relación intelectual con Vicente Blasco, el futuro Rector ilustrado de la Universidad de Valencia y Juan Bautista Muñoz, quien sería más adelante Cosmógrafo Mayor y Cronista de Indias. La ciencia, el nuevo pensamiento europeo, comenzó a rondar alrededor de Cavanilles.
Llegaba a la Villa y Corte con veintisiete años. En aquel momento, una edad de plena madurez. Portaba sus estudios en la Universidad de Valencia como crédito académico y su sacerdocio como credencial de estabilidad personal. Nada más lejos del inquieto Cavanilles. En Madrid se le volvió a abrir el mundo y la curiosidad gracias al contacto con la colonia valenciana; especialmente con los Turianos, el grupo de compatriotas ilustrados encabezados por Pérez Bayer. Allí encontró un ambiente muy diferente al del integrismo ovetense. Las ideas ilustradas lo impregnaban todo. Los Turianos, además, funcionaban solidariamente, por eso cuando Caro murió y Cavanilles quedó sin trabajo le facilitaron su acceso a la Cátedra de Lógica del Seminario de San Fulgencio (Murcia), un reducto jansenista amparado por los valencianos.
Tras su fracaso como opositor, abandonó la Universidad. Presumiblemente frustrado, en una encrucijada vital, sin trabajo, dubitativo ante las perspectivas que le ofrecía el empirismo que había comenzado a conocer por la ciencia y por los ecos de la ilustración entre universitarios frente a la esclerótica especulación escolástica. En esas circunstancias, se convertirtió en preceptor de los hijos de Teodomiro Caro, un Oidor de la Audiencia, que casi inmediatamente se traslada a Asturias y con él nuestro autor. Su vida se adaptó al ambiente de Oviedo, donde se instalaron. Un ámbito socialmente cerrado, extremadamente religioso, apartado geográficamente. Sin duda, allí trató de resolver sus conflictos íntimos y su vida pública. Se ordenó sacerdote en 1772. Para cualquier otro, la orientación definitiva de su vida estaba trazada. Una vida provinciana, una profesión irrelevante, un futuro seguro, la fe cristiana por todo argumento. Pero el nuevo traslado de Caro a Madrid, ese mismo año, le suposo otro cambio profundo en su vida.
Tras su experiencia docente volvió a Madrid para ingresar en la Casa del Infantado, una vez más, como preceptor. En este caso, ya no era un mero trabajo alimenticio, el cambio era substancial, se trataba de educar a los propios hijos del duque, un hombre que no les regatearía el acceso al aprendizaje de la nueva ciencia. En 1777 el duque es nombrado embajador en Francia y destinado a París. Con él marchó un Cavanilles ya plenamente imbuido por el pensamiento ilustrado. Otro viaje, otra residencia y otro cambio profundo en su vida. Apenas instalado en la capital francesa se inscribió, junto a sus discípulos, en el Laboratorio Sage de Química y 7
Minerología y en el Curso de Historia Natural de Valmont de Bomare. Paralelamente comenzó a frecuentar, gracias a su posición privilegiada como preceptor de los hijos del embajador de España, los círculos literarios. El impacto de París debió ser contundente, como apunta Mateu Bellés, incluso experimentó un cambio en su presencia física al adoptar la moda europea del momento. La deslumbrante capital de la Ilustración aún eclosionó sobre si misma, en la década de los 80 del XVIII, con la gran transformación en la comprensión de la Tierra. La Historia Natural estallaba de la mano del estudio directo de las montañas europeas. El planeta era mucho más antiguo, complejo, dinámico y evolutivo que aquello que la ciencia cristiana afirmaba: una Tierra reciente, sencilla, estática y creada. Y eso se podía probar empíricamente. La revelación metafísica quedaba en entredicho. Cabe suponer el impacto sobre Cavanilles, al tiempo sacerdote cristiano y científico ilustrado. Es de destacar su serenidad para aceptarlo.
De ser un mero aficionado autodidacta que recorre los parques recogiendo hojas, visitando botánicos y coleccionando plantas, pasó, entre 1780-85, a estudiar la materia y a encontrarse con la disputa académica del momento. Linneo había propuesto su sistema universal de clasificación vegetal. Ante ello los científicos se posicionaron: linneanos, antilinneanos y neutrales. La altura intelectual de Cavanilles ya se delata. Acepta Linneo en su troncalidad pero también otras aportaciones de antilinneanos y neutrales; precisamente aquellas que apuntaban al evolucionismo y las que, efectivamente, se confirmarían con el paso del tiempo. Paralelamente asienta su eficiente sistema de trabajo. Se trata de compatibilizar el trabajo de campo con el de gabinete, planificándolo, optimando labores y dotándose del instrumental más adecuado. En resumen, conseguir el máximo posible de resultados con el mínimo de esfuerzo para conseguirlos. En aquellos años conoce y traba gran amistad con un oficial valenciano de la embajada española, Joseph J. Castelló. Su casa de Banyeres será, en el futuro, durante los viajes en los que basó las Observaciones... un lugar de descanso y reflexión para Cavanilles. Pero la convulsa vida política europea del fin de siglo le llevó a quedar aislado en Francia. España cerró sus fronteras en 1784 y la posición en la que quedaron los españoles residentes se volvió difícil. Cavanilles, no obstante, cuenta con la confianza del mundillo ilustrado parisino, especialmente del botánico y se lanza definitivamente a la investigación propia y la publicación.
Nuestro autor se sumó a las propuestas más innovadoras, acalló su más que probable crisis de fe y se mantuvo en su puesto de trabajo. La botánica le ofreció el campo más adecuado para adentrarse al nuevo mundo científico sin renunciar a su sueldo. Sus escarceos científicos en Valencia, sus experiencias con los Turianos y su formación parisina desembocaban en su auténtica vocación y en “mi diversión dominante”, como le reconoce a su amigo canario el otoño del 80. Tenía treinta y cinco años y reiniciaba una nueva vida. 8
Su crédito público lo ganó precisamente ese año con la respuesta a Nicolás Massou de Norvillers, autor de la entrada “Espagne” en la Nouvelle Encyclopédie. En él, se negaba la aportación española a la cultura y la ciencia europea. Observationes, título de la respuesta, su primera publicación, fue el punto de partida de la polémica sobre la ciencia española. Su éxito fue inminente, ese mismo año se tradujo al castellano y al año siguiente al alemán.
del 89, los del Infantado regresaron y se reinstalaron en Madrid. La pugna con Gómez ya no tuvo tapujo alguno, hasta el extremo que el propio Floridablanca se vió forzado a intervenir. No sólo para permitirle acceder al material de la Real Expedición Botánica a Nueva España sino al propio material del Jardín Botánico madrileño. En plena crisis del 90, cuando Floridablanca decide impermeabilizar la frontera con Francia y considera, al menos, sospechosos a los ilustrados asentados en Madrid, Cavanilles publica Monadelphiae Classis Dissertationes Decem y se ve inmerso en el centro de las polémicas científicas europeas y, comenzó una obra nueva y magna, Icones et descriptiones plantarum quae aut sponte in Hispania crescunt, aut in hortis hospitantur, cuyo primer volumen – de los seis totales – verá la luz en 1791. Mientras, el Estado había comenzado su política de invitación a los enciclopedistas españoles a estudiar in situ el territorio y la sociedad peninsular más periférica. Cavanilles, como vimos, fue convidado a “examinar los vegetales” que crecían en la península. De aquí surgiría el mandato para que redactara las Observaciones... que nos ocupan y que lo absorvieron entre 1791 y 1793.
En 1785 aparece su Dissertationes botanica, obra mayor con la que obtiene el pleno reconocimiento de los académicos más prestigiosos y el acceso a los circuitos y polémicas intelectuales europeas más vanguardistas. Su éxito fue igualmente aplastante. Serían diez volúmenes, ocho publicados en París y dos en Madrid. Cavanilles, con ello, se debía sentir más bien incómodo en su trabajo de mero preceptor. En el 87, siendo ya una personalidad reconocida, pasó unos meses en Madrid, recuperó sus Turianos y logró entrevistarse con Floridablanca del que obtuvo una pensión eclesiástica, paso previo a su independencia económica de la Casa del Infantado. En ese contexto cabe entender su declaración de 1788 pretendiendo la dirección del Botánico de Madrid, regido por Casimiro Gómez Ortega. La animadversión entre ambos – turneforiano Gómez y linneano Cavanilles – no hizo más que comenzar. Al año siguiente, con la Revolución
Alejado de la Corte, como se prentendía con su misión en el Antiguo Reino, absorto en las diversas obras que va llevando adelante y de la correspondencia que lo mantiene unido con las camarillas científicas europeas más brillantes, cuando está a punto de concluir las Observaciones... en 1793, se encuentra con la ejecución del rey de Francia y una 9
trágica situación bélica con la nueva república francesa que convierte en sospechosos a todos los afrancesados. Durante cuatro años se encerró literalmente en su gabinete madrileño. Allí ultima y prepara simultáneamente la publicación de Observaciones... y los volúmenes tres y cuatro de Icones... que entre el 95 y el 97 serían publicadas.
Por fin, el viejo Gómez se jubiló y Cavanilles ocupó la dirección del Botánico madrileño, cargo que comportaba la Cátedra de Botánica. Reunía por tanto las funciones técnica y científica del Jardín y la docente de la Universidad. Por eso, en 1802 publica dos obras de corte didáctico, incluso elemental, con un claro propósito difusor: Descripción de las plantas que demostró en las lecciones públicas de los años 1801 y 1802 y Principios elementales de botánica. Definitivamente, el linneanismo entraba en España, mientras su prestigio científico se consagraba en toda Europa y Am é ri ca . Repentinamente, con sólo cincuenta y nueve años, en 1804, moría. Trabajaba en la continuación de Icones... el volumen dedicado al Hortus Regius Matritensis, obra inédita hasta 1991, ciento ochenta y cuatro años después...
Godoy, en 1797 hacía un sorprendente cambio de alianzas y formó frente con la república francesa contra Gran Bretaña. Ello condujo a la reapertura de la frontera y al levantamiento del veto a ilustrados y afrancesados. Cavanilles aprovechó la situación para salir de su encierro decidido a hacerse con la dirección del Jardín Botánico, aún regida por su viejo enemigo y a desplegar el estudio de la ciencia moderna. Así, en 1799 cofundaba los Anales de Historia Natural – a partir del número tres, Anales de Ciencias Naturales – la primera revista científica no médica de la historia de España. En ella colaboraría con más de medio centenar de artículos.
Cavanilles se sigue citando. Su obra ha sido referencial desde el XVIII hasta nuestros días e incluso ha sufrido plagios. Como en tantos casos, su talla científica ha tenido más fortuna en el extranjero que en su propia casa. Es tan solo en el tránsito de los siglos XX al XXI cuando su herencia intelectual – apuntes, borradores, dibujos... – depositada en el archivo del Jardín Botánico de Madrid, ha comenzado ser revisada. Exposiciones, reediciones y trabajos sobre su figura y su obra comienzan a ubicar, entre los españoles, el papel que a nivel mundial ya se le reconocía.
Como buen ilustrado tenía especial preocupación por la aplicación práctica de sus conocimientos. Ya había experimentado un hipotético remedio – fallido – contra la rabia basado en una solución herbolaria popular de la Foia de Castalla. Las Observaciones sobre el cultivo del arroz en el Reino de Valencia de 1897 no sólo incidía en esta línea sino que desarrollaba apuntes hechos en su trabajo de las Observaciones... e incluía novedades tan importantes como la epidemiología estadística.
Un papel que, por otra parte, nunca persiguió por egolatría sino que encontró por dedicación, así lo atestigua su obra. No quiso cargos públicos por la posición social que le podían reportar sino como trampolín desde donde introducir y 10
difundir la nueva ciencia ilustrada entre sus coetáneos. Cavanilles, al fin, más allá de su sotana o de la moda de París que vistió, más allá de la lucha por su propia vida cotidiana o la defensa de determinadas posturas en polémicas científicas internacionales, era aquellos ojos curiosos de chiquillo juguetón, aquellos ojos inquietos de joven dubitativo a la búsqueda de su verdad, aquellos ojos serenos de maestro ante el paisaje de su vida... Una vida azarosa, una obra fundamental.
López Piñero, José María. Pervivencia y actualización de un clásico científico: Las Observaciones de Cavanilles en J. Lacarra; X. Sánchez; F. Jarque. Las Observaciones de Cavanilles. Doscientos años después. Valencia : Bancaja, 1995. López Piñero, José María; López Terrada, María Luz. Bibliografía de Antonio José Cavanilles (1745-1804) y de los estudios sobre su vida y su obra. Asclepio, 1995, vol. 47, nº 1, 241-260. Mateu Bellés, Joan F. "Cavanilles y el oficio ilustrado de viajar" en J. Lacarra; X. Sánchez; F. Jarque. Las Observaciones de Cavanilles. Doscientos años después. Valencia : Bancaja, 1995.
4. Bibliografía seleccionada Costa, M. Antoni Josep Cavanilles en A. J. Cavanilles. Icones et descriptiones plantarum quae aut sponte in Hispania crescunt aut in hortis hospitantur. Valencia : Generalitat Valenciana, 1995.
Roselló, V. M. Els topònims de mossèn Cavanilles. Cuadernos de Geografía, 1997, vol. 62 , 603-613.
Francesc Ferrando Vila Historiador del Museu Valencià de la Il·lustració.
Costa, M.; Güelles, J. (eds.). El botànic, Antonio Joseph Cavanilles. Valencia : Universitat de València, 1996.
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Lacarra, M. J.; Sánchez, X.; Jarque, F. Las Observaciones de Cavanilles. 200 años después. Valencia : Bancaja, 1995.
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Documentos de trabajo Faximil Ediciones Digitales faximil.com l 01/2001 / El Viaje Bibliográfico de Pere Salvá, por Romà Seguí i Francés.
10/2004 / La obra botánica de Cavanilles, por Jose María López Piñero.
02/2001 / Cavanilles, una vida azarosa, una obra fundamental, por Francesc Ferrando Vila.
11/2004 / Bibliografía de Antonio José Cavanilles (1745-1804) y de los estudios sobre su obra (3ª edición revisada y actualizada), por Jose María López Piñero y María Luz López Terrada.
03/2001 / El viaje literario de los hermanos Villanueva, por Emilio Soler Pascual.
12/2004 / ARQVITECTURAS BIS, diecinueve años después del fin de la primera serie, por Amando Llopis.
04/2002 / Cuadernos de Ruedo Ibérico: Exilio, oposición y memoria, por Arantxa Sarriá Buil.
13/2005 / La hora manda: Apuntes y bosquejos sobre la revista Hora de España, por Pau Rausell.
05/2002 / La estética gráfica de Cuadernos de Ruedo Ibérico en el contexto del arte español de los años setenta, por Carlos Pérez.
14/2005 / Índices de la revista Hora de España (1937-1938), por Alfonso Moreira.
06/2003 / L’Espill de Fuster (1979-1991), una utopia gramsciana, per Josep Sorribes Monrabal.
15/2005 / Un somni trencat del nacionalisme valencià: La República de les Lletres, per Romà Seguí i Francés.
07/2003 / Los saberes morfológicos y la ilustración anatómica desde el Renacimiento al Siglo XX, por Jose María López Piñero.
16/2005 / Índexs de La República de les Lletres (1934-1936), por Alfonso Moreira.
08/2003 / La imagen del cuerpo humano a través de las técnicas del arte gráfico: Siglos XVI-XX, por Felipe Jerez Moliner. 09/2004 / Valencia 138 a. C.-1929: De la fundación de la ciudad romana a la configuración y colmatación de la ciudad burguesa, por Amando Llopis, Luis Perdigón y Francisco Taberner.
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