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Escudero Gutiérrez, Roberto “Roberto Escudero”

escudero gutiérrez, rObertO

“ROBERTO ESCUDERO”

Matador de toros y banderillero nacido en Valladolid el 30 de octubre de 1976. Debutó como becerrista vestido de corto, en Tudela de Duero (Valladolid), el 19 de marzo de 1992, con dieciséis años, y poco después, lo hizo vestido de luces en Mucientes, también provincia de Valladolid. Terminó la temporada con 16 novilladas sin picadores, contratación que se elevaría nada menos que a 25 festejos, lo que con vista a debutar con picadores lo dejó muy bien situado, cosa que haría el 3 de febrero de 1994 en la plaza de Peralta (Navarra), de burdeos y oro, con novillos de Francisco Galache, de Hernandinos, alternando con Cristina Sánchez, y Óscar Díaz “El Trueno”, con la intervención, además, del rejoneador Pedro Franco con un novillo. Roberto Escudero no estuvo brillante en sus actuaciones y vio como se silenciaban sus faenas tras escuchar un aviso en cada uno de sus novillos. En su favor hay que decir que llovió durante la corrida, y que tras la intervención del rejoneador el ruedo quedó hecho un lodazal en el que era muy difícil practicar el toreo. Por tal motivo, la lidia de su segundo novillo se retrasó en demasía, y con poca visibilidad, por lo que el presidente, atendiendo a estas circunstancias fue benevolente y no sacó el pañuelo las tres veces que por el tiempo transcurrido podría haberlo hecho en toda regla. Terminó su primera temporada de matador de novillos con 5 novilladas y 3 festivales, que ascendieron a 16 novilladas picadas en la temporada de 1995. Aún continuó varias temporadas más toreando novilladas con picadores hasta que por fin se presentó ante la afición madrileña de Las Ventas de Madrid, el 24 de octubre de 1999, último festejo de la temporada, de grana y oro, con el novillo “Blanco”, negro, de 487 kilos, y herrado con el número 19, de la ganadería de “Navalrosal”. Alternó con José García “El Doctor”, de Úbeda (Jaén) y Miguel Ángel, de Badalona (Barcelona), que también eran debutantes en Madrid. Roberto Escudero, que como más antiguo abrió plaza, recibió un recado presidencial en su primero, en el que se silenció su faena. En cambio, en su segundo oponente, 4º de la tarde, fue ovacionado y escucho otro aviso. Trascribo, por

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su belleza, la crónica de la corrida que el maestro de la crítica Joaquín Vidal escribió para “El País”: “Dicen de cubrirla. La plaza de Las Ventas, entiéndase. Allá por el cuarto novillo cayó uno de esos diluvios con que últimamente nos obsequia la madre naturaleza, y muchos espectadores, en un alarde de perspicacia, afirmaban que si la plaza estuviese cubierta no se mojarían. Naturalmente, como la plaza estaba descubierta, se mojaban y resolvieron el problema corriendo hacia las localidades de grada, que ésas sí están cubiertas. Los toreros, en cambio, no pudieron correr hacia lado alguno, se pusieron como sopas, y hubieron de aguantar la inclemencia del tiempo sobre un ruedo que encharcó y embarró totalmente la lluvia torrencial. Murió a estoque el cuarto novillo, y quienes habían de lidiar el quinto y el sexto plantearon el problema de infraestructura que se les presentaba, pues, estando la plaza por cubrir, torear bajo aquel aguacero y sobre el pesado barrizal resultaba imposible. Hubo entonces movimiento de fuerzas vivas en el callejón, diálogo con la autoridad, citas del reglamento, alusiones a la Declaración de los Derechos del Hombre. Pero lo que no pudo haber es acuerdo. Pues se pronunció el pueblo y en democracia ya se sabe. El pueblo lo que exigía es que los toreros salieran a torear. Se gritó a coro: “¡A torear, a torear!”. Claro que quienes gritaban eran los que estaban a cubierto, bien calentitos y enjutos, en las localidades de grada. Mas esa circunstancia no la tuvo en cuenta la autoridad competente, que dispuso que continuara la función. Y sacó el pañuelo. Y sonó el clarín. Y saltó a la arena el quinto novillo, que era –según describe la jerga taurina actual– un tío. Un tío con toda la barba; o sea, con un par de pitones, aparatosamente grandes e impresionantemente astifinos. Y mientras quería imponer su fiereza bovina en el redondel aconteció lo que tantas veces en la fiesta cuando concurren en ella toreros verdaderos. Y fue que al novillero llamado El Doctor le afloró la torería con toda su grandeza. Y dijo aquí estoy yo. Y no le amilanaron ni el barrizal, ni el agua, ni la apabullante arboladura. Y bregó en la lidia. Y se cruzó para presentar la muleta y ligar con sujeción a los cánones las tandas de derechazos. Miguel Ángel, con el sexto novillo, que era otro serio ejemplar –tardo y finalmente aplomado– procedió igual. Se descubrió, por tanto, que ahí había toreros de vocación. No es que anteriormente no lo pareciera. Pero era por las formas, y las formas no siempre son concluyentes. El Doctor se pasaba de pinturería, de posturas académicas. Miguel Ángel componía lances de aflamencada inspiración (sobre todo a la verónica) y estaban bien, aunque constituían un torero de

espejo devaluado por cierta superficialidad y por la falta de toro. Ahora bien, en lo que a exquisiteces respecta, se había llevado la palma Roberto Escudero, que a su noble y encastado primer novillo le había hecho una faena de afiligranada composición. La mayor parte de ella, sobre la mano derecha, como todos –pues ya se sabe que vivimos la tauromaquia del derechazo–, y, si bien se mira, dejando la pierna contraria atrás. Sin embargo, quién iba a reparar en detalles tan irrelevantes cuando esa forma de torear (o aún más ventajista) es exactamente la que practican las figuras con sustanciosos rendimientos. El horrendo metisaca con que mató Roberto Escudero mermó la satisfacción que había producido en el público su hilvanado muleteo. El cuarto novillo sacó poder, traía todas las dificultades que presentan los toros hechos, y se unió a ellas la lluvia torrencial. De manera que no pudo haber faena en sentido estricto, sino sólo trasteo a la defensiva. Y además a la gente le importaba poco. Sólo estaba pendiente de capear el temporal, de exigir responsabilidades a las altas esferas. “¿No habían dicho de cubrirla?”, se oía preguntar. Y corría hacia lo cubierto y enjuto. Buena se armó, para ser la última función de la temporada”. Terminó Roberto Escudero la temporada con 6 novilladas picadas, y en la de 2000 toreó 7 corridas, una de ellas en Valladolid, el 21 de mayo, con novillos de “Río Grande” alternando con el alumno de la Escuela Taurina “Marcial Lalanda” de Madrid, José Miguel Pérez “Joselillo”, que debutaba con picadores, y Leandro; y dos en Las Ventas, los días 12 de marzo, primer festejo de la temporada, y el viernes, 28 de julio. En la primera de ellas se lidiaron novillos de Antonio López Gibaja que ese día adquirió antigüedad su ganadería, alternando en su lidia con Antonio Barea (hijo), y Rafael de Julia, con el balance de silenciarse sus dos faenas. Resultó enganchado por su primero aunque sin consecuencias que lamentar. Su segunda comparecencia en el coso venteño, fue en la 3ª novillada del III Ciclo de Vía Digital, nocturna, con novillos de los Hros. de Domingo Martín Peñato, con José Manuel Berciano y Antonio Fernández Pineda, que debutaban en Madrid. Tampoco estuvo afortunado Roberto Escudero, que escuchó dos avisos presidenciales en cada uno de sus novillos y se silenciaron sus faenas. Cinco días después, el 2 de agosto, recibió la alternativa en Íscar (Valladolid), de celeste y oro, con toros de Juan Valenzuela y Miguel Abellán y Leandro como compañeros de cartel, que además actuaron de padrino y testigo de la ceremonia del doctorado. El toro de la cesión protocolaria fue “Latino”, al que cortó una oreja tras recibir un aviso. En el

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