La ciudad y la higiene pública

Page 1

La ciudad y la higiene Pública Madrid en la primera mitad del siglo XIX Por Federico José Ponte Chamorro Historiador

Publicado en Historia 16, nº162, Madrid, octubre, 1989.

La imagen que de sí misma nos muestra una gran ciudad es siempre compleja y variopinta; en ella tienen cabida inseparablemente la luz y la sombra, lo asombroso y lo mediocre, el lujo y la miseria. En cierta medida podríamos decir que la ciudad es distinta para cada uno de sus habitantes. En ella unos prosperan, otros padecen y otros luchas irremediablemente por sobrevivir. La ciudad no es, por tanto, igual para todos, y su descripción no puede ser por ello uniforme.

Vista de la calle Mancebos y del barrio de la Morería en Madrid. en una plumilla de La lustración Española y Americana, 1877


Seguramente la visión más pintoresca de la ciudad es la que relatan los viajeros que la visitan y en mayor medida los de otros países y culturas. Estos viajeros escribían posiblemente influenciados por el carácter arriesgado y aventurero que aún poseían los grandes viajes de principios del siglo pasado, por la mentalidad romántica que tenían muchos de ellos, y por las diferencias -a veces acusadas- entre las costumbres de sus pueblos y el nuestro.

Para un viajero francés de principios de siglo, Madrid, ciudad pequeña

y

desértica,

repleta

de

campanarios y conventos ciertamente parecidos a los minaretes turcos, tenía un aspecto de ciudad oriental. Sus calles,

limpias

frecuentadas, consabidos

y

aseadas

además ciudadanos,

de

por “por

eran los una

singular variedad de capuchinos y de monjes de toda clase de barbas y colores” (L'Echo du Soir, 31 de octubre de 1826)1. El aspecto de la ciudad, según otro observador extranjero no menos impresionado, era excelente y los afortunados madrileños no precisaban de ningún esfuerzo para mantener incluso limpias sus calles, gracias a la bondad del clima seco de la ciudad (P. G. Bussy, Campagne et souvenirs d'Espagne, 1823). Esta ciudad, soleada, limpia y seca -opinión de estos antiguos turistas-, tenía entre sus murallas algunas de las calles más bellas de Europa (calle Alcalá, Toledo, Atocha, Mayor, etc.) y disponía, según la duquesa de ABRANTES -experta bebedora de agua según ella misma se definía-, de fuentes bondadosas y saludables (Mémoires secretes ou souvenirs historiques sous Napoléon..., Paris, 1837).


No era esta, sin embargo, la visión de la ciudad que tenían algunos escritores que nacieron y vivieron en la capital, como MESONERO ROMANOS para quién la esplendorosa corte de principios del siglo XIX: “presentaba todavía el mismo aire villanesco que queda descrito por un testigo contemporáneo a mediados del siglo anterior: su alumbrado, su limpieza, su salubridad, su policía urbana, en fin, eran poco más que insignificantes; la seguridad misma, comprometida absolutamente a cada paso, hacía preciso a cada ciudadano salir de noche bien armado y dispuesto a sufrir un combate en cada esquina; sus mercados, desprovistos de bastimentos y sólo abiertos, en virtud de las tasas y privilegios, a las clases más elevadas; sus comunicaciones con las provincias poco menos que inaccesibles; sus establecimientos de instrucción y de beneficencia en el estado más deplorable; sus calles y paseos, yermos y cubiertos de yerba o de suciedad por la desidia de la autoridad y el abandono de la población; y los cadáveres de ésta sepultados en medio de ella, en las bóvedas o a las puertas de las iglesias, o exhumados de tiempo en tiempo en grandes mondas para ser conducidos en las carretas al estercolero común”2.

Pobres del asilo de San Bernardino de Madrid

Pero, si bien es importante la imagen de la ciudad, lo es más aún la de sus moradores, ya que muchos de los problemas que aquejaban a Madrid en esta época eran producidos más bien por los malos hábitos y malsanas costumbres de sus ciudadanos que por las propias carencias e inconvenientes de la ciudad. Estos malos hábitos y las deficiencias en la salud pública habían enrarecido tanto el aire de Madrid que en un informe


del Ayuntamiento sobre la higiene, del año 1804, se presenta una estampa de los habitantes de Madrid en los años anteriores a las reformas de Carlos III ciertamente patética, aunque hoy al leerlo no podemos evitar el esbozar una cierta sonrisa: “Antes de que la magnificencia de nuestro excelente monarca Carlos III hiciese limpiar las mareas de inmundicia, eran tan endémicas en Madrid las escrófulas o lamparones y la raquitis o encanijamiento, que los costurones del cuello se miraban como las armas de la villa y eran conocidos en las provincias los madrileños por figurillas de color amarillo de cera, los dientes cariados, corcovados y contrahechos, de ruin figura con su voz de tiple; ennegreciéndose los bordados, las hebillas de oro y plata y los tocadores de los mismos metales que han desaparecido con la limpieza”. (Archivo de la Villa de Madrid 1/14 6/22). LA HIGIENE PÚBLICA. Según este informe municipal, las medidas indispensables para la mejora de la higiene pública que deberían de tomarse en Madrid eran, entre otras, las descritas a continuación: I. Limpieza del canal de Manzanares, lleno de fango y suciedad inmunda hasta poner sus aguas corrientes y cristalinas. Este trabajo deberían realizarlo presidiarios y presos de leves delitos a quienes debía alimentarse con gazpachos de ajolí o zumo de ajo con aceite y buen tinto de La Mancha, aguardiente o ron. II. Llevar a hondonadas fuera de la población y a distancia suficiente, libres del influjo de los aires, las pirámides de estiércol que afean tanto cerca de la Puerta de Embajadores, Santa Bárbara y Puerta de los Pozos. III. Trasladar a las afueras de la población las fábricas establecidas en su recinto, de colas, peines, cuerdas de guitarra, velas de sebo, curtidurías del rastro, de las huertas del Carmen y del Salvador, como de la huerta del Bayo; las herrerías, las zahúrdas de los cerdos y sus lodazales abundantes en las Panaderías, en donde los crían envueltos en toda clase de inmundicia. Debe conducirse también a los barrios bajos alejados del centro los herradores que trabajan en las calles angostas (como la calle de los Peligros, herrando mulas y caballos frente al gabinete de historia natural), con considerable riesgo y fetidez para los ciudadanos. Debería, asimismo, prohibirse la realización de sangrías, la quema de carros y el esquileo de animales en las calles, patios y cuadras de las casas debido al pestilente olor que producen en la ciudad.


IV. Hasta que se verifique el canal del Jarama y las alcantarillas, debe de cuidarse la limpieza de los pozos inmundos, las secretas y las alcantarillas, prohibiendo con grandes penas el deponer en las calles y zaguanes de las casas. Asimismo debe multarse a los conductores de los carros de limpieza que llenan sus cubos de suerte que se vierte la inmundicia por las calles, o bien cuando lo realizan maliciosamente. Debe de cuidarse que los celadores no descuiden su vigilancia para que todos estos trabajos se realicen con mayor rigor. I. Verifíquese a costa de la contribución del vecindario una limpieza general de todos los basureros, zaguanes, buhardillas, patios interiores, bodegas, aceras y calles, así como reparando los meaderos de los portales, cuyos conductos están obstruidos en muchas casas y en todas las caballerías. Debe de prohibirse rigurosamente el que muchos indigentes que viven en las buhardillas viertan sus deposiciones en los tejados, obstruyendo los canelones y causando goteras en las casas. II. Hágase responsables a los vecinos de todo animal muerto que se halle en las inmediaciones de sus casas, obligándoles a extraerlos inmediatamente para que no se emponzoñen los indigentes que comen carnes mortecinas y no causen con sus efluvios notables daños. III. La policía urbana debe vigilar que los logreros que hacen acopio de surtidos de patatas, uvas, melones y otros comestibles, cuiden de su extracción cuando se les pudren, como de los confiteros, botilleros y bodegoneros que vierten en las calles los desperdicios de sus respectivos oficios. VIII. Deben vigilarse los pozos de agua dulce y limpiarlos más a menudo, evitando así la producción de tantos insectos y la fetidez que se produce en ellos debido a la incuria de los vecinos. IX. Deben vigilarse especialmente los mercados de pescado cuya fetidez es una de las más perniciosas para la salud, y suele en verano anunciarse a mucha distancia a los olfatos más finos. X. Los carboneros, cerrajeros, pellejeros y otros oficios deberían instalarse en los arrabales de la ciudad evitando así los problemas que hacen padecer a los transeúntes los continuos acarreos de carbón realizados por bueyes y novillos. XI. Deben cuidarse las callejuelas sin salida y los muchos recodos que tiene la ciudad y que no tan sido limpiados en siglos, y son unos auténticos albergues eternos para la inmundicia. No es de extrañar que todos estos hábitos y malos usos hicieran que el aire de Madrid fuera, según palabras de MESONERO ROMANOS, mefítico.


Inauguración del ferrocarril Madrid-Alicante 1858

De la lectura de los escritores de aquella época y de múltiples bandos municipales al respecto, se llega a la conclusión de que los problemas de higiene que padecía Madrid tenían fundamentalmente una doble causa. Por un lado, las dificultades que encierra el dotar a una gran ciudad de los servicios suficientes que permitan una mejora de la calidad de vida, en un tiempo histórico en el que las administraciones municipales estaban todavía poco desarrolladas para solventar los problemas derivados del excesivo y, a veces, incontrolado crecimiento de una gran urbe, y en el que los adelantos técnicos eran caros y difíciles de aplicar. Y por otro, la desidia de los habitantes de Madrid y la continua inobservancia por parte de éstos, de los bandos municipales en materia de higiene. Por ello es corriente encontrar con frecuencia en estos bandos, junto a la prohibición de alguna práctica la frase: Advirtiéndose demasiado descuido en la puntual observancia de lo resuelto sobre este particular. No parecen pues, desencaminadas las reformas que pretendía el Informe

antes

citado

de

1804;

MESONERO

ROMANOS,

haciendo

referencia en su Manual Histórico-Topográfico, de 1854 a la situación del Madrid de los años treinta prácticamente retrata el mismo Madrid que queda reflejado en el Informe. HAUSER, basándose en este autor concluye que en 1834 la limpieza de la Corte se encontraba en el mismo estado de abandono que en el siglo anterior y que veinte años después, había


mejorado la limpieza superficial de las calles pero seguía teniendo la capital una insuficiencia notable de alcantarillas y por tanto una deficiente salubridad en el subsuelo (Madrid desde el punto de vista médicosocial, Madrid, 1902, pág. 210). Al margen de las consideraciones que hacía el Informe sobre los problemas que ocasionaban a la salud pública algunas prácticas poco saludables de los habitantes de la villa, la causa quizás más importante de la que derivaban muchos de estos comportamientos era el insuficiente abastecimiento de aguas a la ciudad y la inexistencia de un buen sistema de distribución de la misma. Creo que es fácil imaginar las consecuencias sanitarias de una gran urbe de más de 170.000 habitantes en estas condiciones3.

EL PROBLEMA DEL AGUA La falta de este sistema de distribución de aguas en la ciudad tenía su repercusión inmediata en las viviendas en las que se sufrían todos los inconvenientes derivados de esta carencia. La higiene personal4 y colectiva debían acomodarse, por tanto, a esta situación. Quizás la consecuencia más notable de todo esto era el mal olor de las casas, del que decía MESONERO ROMANOS, “mi olfato llegó casi a neutralizarse con las continuas exhalaciones de los pozos, albañales, comunes y vertederos de la tal casa” (Escenas Matritenses, pág. 59). Si estos inconvenientes eran padecidos por personas de clase media, imaginémonos las condiciones de vida de los barrios madrileños más desfavorecidos. Haciendo referencia P. HAUSER a las condiciones de vida de los barrios pobres de Madrid decía, refiriéndose a la segunda mitad del siglo XIX: “La gran mayoría de las calles de la parte inferior de los distritos del Hospital, de la Inclusa y de la Latina, se encuentra desprovista de alcantarillado; igualmente, una gran parte de las casas de estos barrios, sobre todo aquellas llamadas de vecindad, carecen de agua, teniendo que ir a buscarla a la fuente próxima. Como estas casas se hallan ocupadas por la clase jornalera y menesterosa, se comprenderá fácilmente el estado deplorable de su


vecindario a quien falta lo más indispensable a la vida que es luz, aire y agua. (P. HAUSER, Ob. cit. pág.314.) Esta circunstancia es perfectamente aplicable a la primera mitad del siglo. No podemos olvidar que Madrid era un punto importante de inmigración donde venían a parar gentes de muchas provincias en busca de una mejor oportunidad para vivir y terminaban en muchas ocasiones con escasos o nulos recursos sobreviviendo en algún cuartucho de la capital. Estas gentes -así como muchas otras de la Corte-, inquilinos de habitaciones insalubres y poco higiénicas, optaban así por deshacerse de sus desperdicios e inmundicias por las ventanas y balcones de sus casas con el acostumbrado grito de “¡agua va!”, confiando que a la puesta de sol barriera el Ayuntamiento sus porquerías. Haciendo Antonio FLORES referencia precisamente a este tema decía en una de sus obras: “Estaba el vigilante (refiriéndose al sereno) con el mayor desasosiego, sin atreverse a descansar en ningún punto; con especialidad debajo de los balcones. Porque era el caso de abrirse con estrépito una ventana y salir una voz diciendo ¡agua va! y caer al suelo un golpe de agua, que la oscuridad de la noche no permitía ver si era turbia, pero el ruido indicaba que no era muy delgada...Y como lo que de noche se hace, de día aparece...resultaba que en medio de las calles y aun en las orillas y hasta en las paredes, y en otras partes, si había sido noche de viento aparecía vertido lo que la autoridad había mandado verter”. (Ayer, hoy y mañana, Madrid, 1857, pág. 19.). Pero como estas aguas sucias y la basura que las acompañaba no podían permanecer en las calles, el primer cuadro que alumbraba el Sol era el de dos mulas que arrastrando un enorme tablón iban recogiendo toda la inmundicia y llevándola a los vertederos que no eran sino unos barrancos o zanjas abiertas a los extremos de la población. El Ayuntamiento publicó varios bandos prohibiendo esta mala costumbre de deshacerse de los desperdicios e inmundicias por los balcones y ventanas, amenazando con enormes multas, pero las medidas no tuvieron, durante mucho tiempo, ningún éxito.


Como vemos, no todas las críticas sobre los vicios y costumbres de un pueblo muestran siempre el mismo carácter grave y circunspecto, y en ellas tienen cabida también lo mordaz, lo satírico y hasta la poesía, como nos lo muestra este poema escrito en 1839: No mejor podré pintarte el estado de la villa; de aldea hay cosas en ella y aún cosas de behetría. ... Verdad es que no hay de eso que llamamos policía; pero sobra por las calles en su lugar la inmundicia. Cada paso es un peligro dice la expresión antigua, mas no mejor que a Madrid a alguna cosa se aplica. Porque al andar por la calle, es contingencia propincua de recibir cuanto llueve de balcones y buhardillas. Ya una maceta te empapa ya unos pañales te pringan ya una escoba te empolva, ya un botijo te bautiza. ... La hora llega que debiera ser quietud más tranquila, y empiezan los chirriones su carrera establecida. Máquinas de Sabatini, diabólica artillería, contra el olfato asestada y el oído asesina5. Todo Madrid a tal hora es pura...no sé que diga y el aire espeso se masca aún mas bien que se respira.


En atmósfera corrupta la capital sumergida marca el barómetro anuncios que no hay nariz que no afijan. ... A falta del alumbrado la grata fragancia guía al pobre que un poco tarde a su casa se retira.

Diversas escenas del Parque del Retiro de Madrid (Plumilla de La Ilustración Española y Americana.1871)


El hecho pues, de que las viviendas no tuvieran agua corriente hacía depender a las familias del servicio de los aguadores que transportaban el agua desde las fuentes públicas a las habitaciones por un estipendio6. Este servicio estaba muy generalizado en Madrid y estuvo sujeto a una reglamentación. La falta de un sistema de distribución de agua suponía que las fuentes públicas fueran de vital importancia para el abastecimiento de los habitantes de la villa que no tenían la fortuna de disponer de pozos de agua potable en los patios de sus casas; pero esta carencia de agua obligada también a que dichas fuentes sirvieran, además para muy diversos usos como peinarse y afeitarse, lavar coches y calesines e incluso como pila de suministro en caso de incendio. LOS AGUADORES A pesar de los continuos bandos municipales prohibiendo esta utilización tan indiscriminada de las fuentes públicas que enturbiaba el agua y la dejaba inservible para dar de beber a las caballerías y otros usos, estos hábitos resultaron difíciles de erradicar Las familias que hacían uso periódicamente del servicio de los aguadores, almacenaban el agua en tinajas de barro, bien para disponer de una pequeña reserva, bien para ahorrarse algunas pesetas ya que los aguadores cobraban conforme al número de viajes; al no someter estas personas, según HAUSER, a una limpieza más cuidadosa las tinajas y cacharros donde almacenaban el agua potable, no era de extrañar que estas

aguas

contuvieran,

generalmente,

“una

fauna

variada

de

animalículos acuáticos” (Ob. cil. p. 266). De lo dicho hasta aquí respecto a los problemas de salubridad derivados de la falta de una red de distribución de aguas, podemos concluir que en este aspecto el problema de Madrid tenía una doble vertiente: por un lado, dotar a la ciudad de un sistema de alcantarillado y desagües que eliminara las aguas residuales de la población; en este caso el problema era complejo ya que la canalización subterránea que existía en la capital no tenía por objeto, según palabras de Philih HAUSER,


recoger las inmundicias de las casas ni obedecía tampoco a un plan preconcebido; esta canalización, según este autor, tenía por objeto: “recoger las aguas pluviales y las inmundicias diseminadas por las calles, pues no es posible pensar que hubiera sido destinada al alejamiento de las materias fecales de las casas. En primer lugar, Madrid carecía de aguas hasta para los usos domésticos y, en segundo lugar, los pozos negros de las casas no tenían comunicación con la alcantarilla de la calle, y su limpieza se efectuaba de cuando en cuando, a expensas del municipio, por los carros de Sabatini. Es sabido que no puede haber limpieza en las casas, en las atarjeas y en las alcantarillas sin corrientes de agua” (Ob. cit. pp . 212-213). El otro problema consistía en lograr traer hacia Madrid aguas limpias suficientes desde los ríos de la provincia, y dotar a la capital de un sistema urbano de distribución del agua potable. Ambos problemas fueron solventándose en la medida de lo posible una vez pasadas las primeras décadas del siglo XIX, aunque no estuvieron exentos de dificultades. Hasta que fueron construidos conductos para unir los pozos de las casas a las de las alcantarillas, estos debían ser limpiados regularmente por el Ayuntamiento; en este caso el suelo de sedimentos detríticos en el que descansa la Corte, ocasionaba no pocos problemas a los madrileños. En un informe del Ayuntamiento en el que se mostraban los resultados de la inspección de los pozos alcantarillados entre 1824 y 1831, (A. V. M. 4/29614); se señalaba las continuas filtraciones que se producían en los pozos cuando el terreno era arenoso, y las aguas fecales se extendían a gran distancia a través de las tierras porosas contaminando los ramales de agua potable de la ciudad Este hecho se venía observando en los continuos minados que se realizaban en distintas zonas de Madrid y por las continuas reclamaciones de los vecinos que se quejaban de los perjuicios que les ocasionaban los pozos de las casas medianeras. Este hecho había facilitado el desagüe de muchos pozos en los primeros años de su construcción, pero habían empapado y contaminado el terreno. Este tipo de terreno sedimentario había perjudicado también a los pocos canales de distribución de agua potable y a sus ramales, quedándose algunos obstruidos por la gran


cantidad de materias calizas que llevaban. En ocasiones, el exceso de materiales disueltos en las aguas no las hacía aconsejables para su consumo. Las soluciones a estos problemas se irían materializando, afortunadamente, en la segunda parte del siglo con la extensión y mejora de la red de alcantarillado y con la creación del Canal de Isabel II.

1

Véase Eugenio SARRABLO “La vida en Madrid durante la ocupación francesa 1808-1813”, II Congreso Histórico internacional de la guerra de la Independencia, Zaragoza, 1964, p171.

MESONERO ROMANOS, R. El antiguo Madrid: paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa, Madrid, 1861, pág. LXVII. Este aspecto de los ritos funerarios y el problema de la salud pública puede verse detenidamente en mis artículos “Los enterramientos en España”, Madrid Historia 16, nº 113 , pág.86-92, y en “La transformación de los enterramientos en el siglo XIX; la creación de los cementerios municipales y su problemática”, Madrid, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 1985; así como en “Mentalidad religiosa, ritos funerarios y clases sociales en el Madrid decimonónico”, Madrid, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 1986, pp.351-362.

2

Según P. HAUSER, los 2.990.562 litros diarios de que disponía Madrid en tiempos de Fernando VII, suponían una media de 15 litros por habitante, cantidad considerada insuficiente, (no es extraño teniendo en cuenta que esta cantidad englobaba el uso público y privado de la misma).

3

FLORES, Antonio, en una de sus obras nos relata la visita a una casa madrileña y dice a este respecto: “Pieza en donde lavarse el cuerpo no hay ninguna, pero en todas ellas puede colocarse una jofaina para estregarse los ojos y mojarse las uñas”. La sociedad de 1850, Madrid, 1968 pág.59. Ante esta circunstancia, la higiene personal era obligada hacerla en las casas de baños, de las cuales decía MESONERO ROMANOS: “Todo está muy bien...y sin duda que revela un adelanto en la civilización de nuestro pueblo; pero qué es ello todavía?, una docena de establecimientos entre buenos y malos, y en todos ellos como unas ciento cincuenta pilas para servicio de un pueblo de doscientas mil almas”. Escenas... pág.245.

4

5

Los vecinos debían de sacar la basura a la calle después de las once de la noche y debían abandonarla en medio de la calle; véase A.V.M.2/177/158. Existían también unos basureros para escombros de obras y otros desechos que eran limpiados una vez a la semana, A.V.M.2/173/91.

6

HAUSER, criticando la falta de celo de algunos de estos aguadores decía de ellos que “en los veranos de sequía y de escasez de agua tenían todavía más ganancia, pues vendían el agua a los que no eran sus clientes a razón de unas pesetas por cuba; y para poder satisfacer a los pedidos de un mayor número de personas, recogían algunos el agua estancada en los pilones, saturada de polvo y de otras sustancias extrañas”. Madrid desde el punto...pág.266.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.