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HALL LA VENTANA

EL ESPACIO PROPIO

Ilustración: Mary Dhianna/Freepik.

La crisis sanitaria nos ha recordado cuán importante es el espacio personal disfrazado de un eufemismo que se llama distancia social, pero, en realidad, quiere decir distancia física. En los países anglosajones existe la convicción de que el espacio físico y el mental están interrelacionados de forma que estas culturas no toleran un exceso de proximidad ya que la invasión del ámbito personal, en centímetros cúbicos literales, la viven como una invasión de la intimidad. En el Mediterráneo, somos más dados a la proximidad y al contacto físico pero la evolución cultural, ayudada por los últimos acontecimientos relacionados con la COVID, avanza hacia actitudes menos intrusivas, igual que hacia tonos de voz más bajos y, en general, hacia un mayor respeto del ámbito personal. Las imágenes domésticas de países pobres nos asombran por la forma en que las personas se arraciman por dificultades como el frío, el hambre o las enfermedades. La conquista del espacio doméstico es un logro de la civilización y la individualidad, es el resultado de la superación de las primeras barreras de supervivencia. Somos animales sociales, pero a todos nos gusta disfrutar de una cierta dosis de soledad, de aislamiento, de intimidad

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reflexiva y depuradora que nos permita limpiar la piel de tanto ruido y tráfico social. Nos preguntamos cómo podemos saber cuánto espacio necesitamos para nuestro bienestar personal. El metro y medio es una convención que pronto olvidaremos. La respuesta es compleja ya que ni siquiera los especialistas en psicología la pueden contestar. Cada uno de nosotros debe averiguar la respuesta por el método de error y ensayo. A veces, los errores se llevan por delante una relación de pareja, pero así son las reglas del juego, en un juego que viene siempre sin reglas escritas. Esta reflexión nos recuerda que, en el ámbito de lo privado, muchas veces nos preocupamos de temas aparentemente cruciales como el confort, la comodidad, la ayuda técnica, la disminución del esfuerzo, la seguridad. En cambio, olvidamos valorar las necesidades personales en la esfera más cerrada de la individualidad. Casi todos los espacios de la casa están pensados para compartir, incluidos los baños modernos repletos de estímulos para prolongar allí la estancia. Pero muy pocos están diseñados para la intimidad real de las personas, la introspección, la soledad eventual. Burbujas como las que algunos centros de trabajo ofrecen a sus empleados para momentos de concentración. Tal vez las habitaciones infantiles sean los ámbitos mejor orientados hacia la individualidad porque todos entendemos que los jóvenes necesitan asumir y crecer en su propio espacio. Pero los pequeños egoístas no son los únicos que gustan de poner un “Do not disturb” en la puerta. Podemos rastrear mentalmente la casa y hallar algunos rincones a tal efecto: la butaca de lectura, el inodoro, el desván, el estudio o zona de trabajo. Pero, en general, el espacio doméstico está pensado para la relación con los demás miembros de la familia, para la socialización continua, para el diálogo. Pasaron los tiempos del “boudouir”, una estancia que las damas utilizaban como tocador, al que los maridos tenían el acceso prohibido. El propio despacho o biblioteca donde el “páter familias” se recluía para trabajar se ha convertido, también, en una pieza arcaica. Ahora llevamos la oficina en el teléfono. Jóvenes que buscan emanciparse, gente que cabalga entre dos ciudades, personas de todas las edades que viven solas, grupos compactos que precisan de zonas de recogimiento. Nuevos tiempos, nuevas exigencias. Tal vez la casa del futuro inmediato precise de un enfoque menos técnico y más cercano a las personas.


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