Feminismos y Trabajo Sexual II

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La reciente aprobación de leyes que regulan el comercio sexual nos ha llevado a las organizaciones y activistas feministas, lgtb y queer a organizar la charla “Las trabajadoras sexuales toman la palabra: experiencias de organización en primera persona” (Neuquén, 9 de noviembre de 2012). En aquella oportunidad, difundimos el cuadernillo “Feminismos y trabajo sexual. Aportes para el debate”. En esta oportunidad, nos proponemos dar continuidad a los debates iniciados en esa charla y en aquel cuadernillo. En las próximas páginas proponemos seis artículos:

5 | El documento 2 de junio: día internacional de las trabajadoras sexuales, de Sin Cautivas - feministas x la resistencia, Diversidad de Río Negro y Neuquén y valeria Ɲores. 9 | El nacimiento de un movimiento de Maggie McNeill. 15 | Con el trabajo sexual a otra parte de Carolina Justo von Lurzer. 19 | Marxismo y prostitución, una aproximación de Juan Pablo Cuello. 41 | En primera persona: las prostitutas, el nuevo sujeto de la prostitución de Raquel Osborne. 47 | Lesbianas y Prostitutas: una hermandad histórica de Joan Nestle.

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2 DE JUNIO: DÍA INTERNACIONAL DE LAS TRABAJADORAS SEXUALES ¡Derechos laborales para las trabajadoras sexuales!

El 2 de junio se conmemora el DÍA INTERNACIONAL DE LAS TRABAJADORAS SEXUALES en memoria de unas 150 trabajadoras sexuales que en 1975 ocuparon una Iglesia en Lyon (Francia), para protestar contra los abusos policiales, los asesinatos y la violencia en la que se encontraban inmersas, así como por el incremento en las multas y los encarcelamientos. La policía reprimió su manifestación de manera violenta. Sin embargo, el pueblo las apoyó y la huelga de las trabajadoras empezó a extenderse por otras ciudades. En América Latina, otras experiencias de resistencia de trabajadoras sexuales ponen de maniƜesto la lucha constante contra la policía, el Estado y la moral conservadora. En febrero de 1922, un grupo de trabajadoras sexuales del barrio La Huaca del Puerto de Veracruz, inició uno de los movimientos inquilinarios más importantes del país: apilaron sus colchones (sus instrumentos de trabajo) y los quemaron en protesta por los altos costos de la renta. Hoy, en la Argentina, nos encontramos con una política abolicionista en materia de prostitución, que al asimilar trabajo sexual y trata de personas, favorece la invisibilización, estigmatización y criminalización de las trabajadoras sexuales. Quienes se han opuesto a estas legislaciones son AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina) y la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual (creada en Córdoba el año pasado), que vienen luchando por conquistar derechos laborales, económicos, políticos y civiles para las trabajadoras sexuales. Las legislaciones aprobadas en los últimos tiempos, como el decre5


to que prohíbe la oferta sexual en medios masivos de comunicación y las leyes contra la trata en diferentes provincias y municipios, han tenido efectos violentos y violatorios de los derechos de las personas que ejercen el trabajo sexual de manera autónoma. Esta línea abolicionista sobre el trabajo sexual se profundiza hoy con los proyectos de ley presentados en el Congreso nacional para criminalizar al cliente de servicios sexuales. En un principio, la lucha contra la trata sostenía acertadamente el desmantelamiento de la complicidad institucional de sistema judicial, político y policial, demanda que ahora se desdibuja y omite, señalando al cliente como responsable de la trata, castigándolo por una actividad legal en Argentina, como es el caso del trabajo sexual autónomo. Entonces, nos preguntamos: ¿se trata de erradicar a las maƜas o a las trabajadoras sexuales? Como se aƜrma desde la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual, “tratante o cómplice de trata y cliente de servicio sexual son actores distintos. El cliente de trabajo sexual es una persona que paga una suma de dinero por un servicio sexual que ofrece una persona mayor de edad en pleno ejercicio de sus facultades. En cambio, el mal llamado cliente de trata es una persona que paga una suma de dinero para violar a otra persona que se encuentra esclavizada para tal Ɯn, de modo forzoso, violento y bajo engaño”. Quien consume trabajo sexual no es un delincuente, y quien lo ofrece no es una víctima. Penar el trabajo sexual es inconstitucional, ya que es un acto que hace a la libre elección de la vida de las personas adultas. En Neuquén, los recientes allanamientos a prostíbulos en busca de menores y de víctimas de trata se inscriben en estas políticas prohibitivas. El accionar judicial en dichos allanamientos está cargado de arbitrariedades y contradicciones, que van desde la exigencia de libretas sanitarias hasta el cierre abrupto de espacios que funcionan como sus lugares de trabajo (e incluso, a veces, como sus viviendas),y de atropellos contra las trabajadoras sexuales, como dejarlas demoradas tras los allanamientos o considerarlas víctimas de trata cuando ellas aseguran no serlo. La falta de sindicalización de las trabajadoras 6


sexuales en la provincia agudiza la situación de marginalidad y vulnerabilidad del sector. Estas políticas persecutorias y represivas, ampliƜcadas por su espectacularización mediática, lo único que hacen es acrecentar la precariedad y exclusión de las trabajadoras sexuales, alentando las condiciones de clandestinidad que favorecen el proxenetismo policial y la trata con Ɯnes de explotación sexual. Una particularidad de nuestra región suma a este estado de situación. Históricamente, la actividad hidrocarburífera ha creado núcleos poblacionales en los que el trabajo sexual es uno de los principales servicios demandados. Desde hace un tiempo, los gobiernos provincial y nacional, junto a empresas multinacionales, promueven el incremento de la actividad hidrocarburífera a través de la explotación no convencional o fracking (que es altamente contaminante). Por lo cual, ante la implementación de estas medidas punitivas, nos preguntamos: ¿No es la prohibición del trabajo sexual lo que fomenta la clandestinidad y las condiciones de explotación? Las trabajadoras sexuales organizadas son aliadas en la lucha contra la trata. Vienen denunciando cómo y dónde operan redes de trata. Sus valiosos testimonios no sólo no han sido escuchados, sino que hasta les han costado la vida, como a Sandra Cabrera, en Rosario. Silenciar las voces de las trabajadoras sexuales y no escucharlas para la formulación de una legislación que luche contra la trata y que reconozca a su vez el trabajo sexual autónomo, es violencia institucional. Esta violencia es promovida por la ONGización de la lucha contra la trata y es avalada por la hegemonía de un feminismo abolicionista y colonialista que se propone resolver los problemas de las mujeres en situaciones de vulnerabilidad sin considerar las voces de esas mismas mujeres a las que pretenden ayudar. El ejercicio de una sexualidad no reproductiva, no monogámica ni sustentada en la “gratuidad” que establece los modelos de familia impuestos por las instituciones religiosas y estatales, es parte de la búsqueda de justicia erótica y de nuestro derecho a la autodetermi7


nación sexual. Estamos convencidas como activistas feministas, de la disidencia sexual y anticapitalistas que una de las mejores maneras de combatir la trata de personas es legalizar el trabajo sexual autónomo, eliminar la presencia del proxenetismo y de las maƜas policiales, y fomentar las cooperativas de trabajadorxs sexuales autónomas. Así como el 2 de junio de 1975 aquellas 150 trabajadoras se organizaron para luchar contra la represión y el abuso policial, hoy no podemos permanecer indiferentes a la palabra y experiencia de las trabajadoras sexuales, porque a través de estas políticas prohibitivas se están regulando tanto sus vidas como la forma en que debemos vivir nuestras sexualidades y nuestros deseos. Por eso, adherimos a la consigna de la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual, TRABAJO SEXUAL NO ES IGUAL A TRATA DE PERSONAS. ¡Derechos laborales para las trabajadoras sexuales!

Sin Cautivas, feministas x la resistencia - Diversidad de Río Negro y Neuquén - valeria Ɲores

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EL NACIMIENTO DE UN MOVIMIENTO1 por Maggie McNeill En contra de la percepción de lxs estadounidenses y otros países, durante siglos lxs franceses han sido inusualmente intolerantes con la prostitución de las clases bajas. A mediados del siglo XVI, en pánico moral por una nueva enfermedad venérea (la síƜlis, extendida también en otros países de Europa), se culpó a las prostitutas de todas las enfermedades transmitidas mayormente por promiscuos amateurs. A pesar de los argumentos de teólogos y Ɯlósofos acerca de que la prostitución era una necesaria válvula de seguridad social, la cruzada moral francesa exigió su “supresión”, cerrar prostíbulos y arrestar prostitutas -cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual. Naturalmente, dado que atendían las necesidades de la clase alta, las cortesanas eran ignoradas; sólo las prostitutas que estaban disponibles para las clases medias y bajas fueron reprimidas. Periódicamente, las prostitutas eran detenidas y encarceladas (o incluso deportadas a las colonias), solo funcionaban los burdeles que eran propiedad de los ricos y aquellos que tenían acuerdos privados, arreglados con buenas coimas. Los burdeles que eran propiedad de madamas pobres lograron mantenerse abiertos sobornando a la policía con dinero y con sexo... y no es necesario decir que el sistema venerable todavía está vivo en muchos países. Las cosas siguieron así durante más de 200 años, hasta la Revolución Francesa. Las convulsiones sociales de esta revolución impulsaron a un gran número de mujeres a la prostitución. Los burgueses reclamaban y exigían que “debía hacerse algo”, por lo que en virtud del Código de Policía de Napoleón, se le dio el poder a la policía de “controlar” el comercio. En París, se organizó la primera brigada antivicio del mundo (la policía moral). Su trabajo consistía en registrar a todas las putas 1

http://maggiemcneill.wordpress.com/2012/06/02/the-birth-of-a-movement/

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y exigirles sometimiento a inspecciones mensuales de salud (que debían abonar, por supuesto), y si encontraban a una mujer infectada, o alguna no se presentaba a tiempo al control, o no tenía oro para pagar su cuota, ella debía proporcionar sexo en el “hospital de la cárcel” hasta que decidieran dejarla ir. Las prostitutas registradas eran oprimidas por un número cada vez mayor de normas que regulaban dónde, cuándo, cómo y con quién podían trabajar. Alrededor de 1830, las regulaciones se habían vuelto tan estrictas que, literalmente, no había manera de obedecer, ni había cualquier derecho de apelación para cualquier pronunciamiento de la policía porque no había leyes sobre la prostitución (sólo reglas formuladas por la policía y aplicadas a su consideración). La única manera de evitar todo esto era trabajar en un burdel, aunque uno de los requisitos para una licencia era que cualquier policía tenía acceso irrestricto a cualquier ocupante de la casa en cualquier momento. Además, la policía les exigía enormes honorarios, y lxs regenteadorxs, a su vez, exigían más dinero a las chicas. 10


Como era de esperar, la mayoría de las mujeres preferían arriesgarse a trabajar ilegalmente que someterse a esta dieta, por lo que la policía se dedicaba a identiƜcar qué mujeres eran prostitutas: una mujer de clase baja caminando sola, o vista en compañía de diferentes hombres en diferentes momentos, o denunciada por algún moralista… era detenida y registrada como “prostituta conocida” por el resto de su vida. Ésta era la tierra del proxeneta moderno, ya que los hombres podían moverse libremente, podrían buscar clientes para las mujeres, y la policía permanecía al margen. Una puta acompañada por un proxeneta en público podría pasar como una mujer “respetable”. Las putas aprendieron a entrar y salir de diferentes burdeles, a cambiar de residencia, de ciudades e incluso de nombre, aprendieron a usar a proxenetas para evadir las detenciones. Corría la década de 1870, el sistema francés estaba moribundo y el pánico sobre la “ilegalidad de la prostitución” alimentaba en las mujeres de clase media, blancas y cristianas, la frustración por no poder para controlar la sexualidad de todxs los demás. Esa misma frustración pronto dio lugar a una avalancha de leyes contra la prostitución en los Estados Unidos. Mientras que las cruzadas morales de América y Gran Bretaña imaginaron que podrían abolir completamente la prostitución, las francesas no sucumbirían a esa ilusión por varias generaciones. En su lugar, se obsesionaron con una “epidemia de lesbianismo” y culparon a la policía por la mala regulación y por los males de la prostitución, por lo que exigieron que el sistema se desmonte. En 1907, la policía mantenía la vigilancia de las putas con el pretexto de “mantener el orden público”, lo que se lograba en parte mediante el uso de amenazas para asegurar la cooperación de hoteles baratos (casas de citas), donde las prostitutas atendían a sus clientes. Así, la sociedad creía que el sistema de regulación había terminado, cuando en realidad se había limitado a ser disimulado. Esta situación continuó hasta la Segunda Guerra Mundial, que dio lugar a una ola de propaganda antiputas que culminó en que Francia se declare oƜcialmente “abolicionista” en 1960. Los antiguos registros fueron destruidos, pero, con el aumento 11


de la criminalización, la policía fue aún peor. Para 1974, las asediadas prostitutas francesas habían tenido suƜciente. La policía (como siempre) no había hecho nada ante el asesinato y la mutilación de dos prostitutas en Lyon, por lo que un grupo de prostitutas y de gente que las apoyaba (entre otros, abogados y periodistas) convocó a una reunión de protesta para exigir el Ɯn de las diversas leyes contra la prostitución y la represión policial que estaban poniendo en peligro sus vidas, obligándolas a trabajar en las zonas oscuras y poco transitadas. La policía respondió acosando a las manifestantes con tres o cuatro multas por día a cada una; las autoridades Ɯscales francesas hicieron cálculos ridículos del número de clientes que tenía cada trabajadora sexual que protestaba y les presentaron facturas de impuestos superiores a la totalidad de sus ingresos. Cuando aparecieron en la televisión para decirle al público lo que estaba pasando, fueron condenadas a prisión por no pagar las multas y los impuestos. El lunes 02 de junio 1975, un grupo de más de cien prostitutas ocuparon la Iglesia de St. Nizier de Lyon con la colaboración de su sacerdote. Colgaron una pancarta en la parte delantera del ediƜcio indicando: “Nuestros hijos no quieren a sus madres en la cárcel.” Cuando el gobierno respondió con la amenaza de llevarse a sus hijos si no abandonaban de inmediato la iglesia, hubo una gran protesta pública. Muchas mujeres de Lyon se unieron a ellas para que la policía no pudiera decir que eran todas prostitutas. Además, el demi-monde de París envió una delegación para asistirlas, grupos en otras partes de Francia ocuparon iglesias por el derecho a una vivienda adecuada y la “huelga de prostitutas” se organizó en varias provincias. La protesta se prolongó por una semana y terminó, de manera predecible, el martes 10 de junio a las 5:30 AM. Unos policías engañaron al sacerdote y forzaron una puerta por la que decenas de matones con equipo antidisturbios invadieron el ediƜcio. Todas las prostitutas ocupantes fueron golpeadas y arrestadas. Acciones similares se llevaron a cabo ese día -y durante los días próximos- en todos los otros sitios de protesta; el viernes 13 todo había sido reprimido. 12


Pero si las “autoridades” imaginaron que su brutal represión de una protesta pacíƜca les enseñaría una lección, estaban muy equivocadas. Las prostitutas comenzaron a celebrar reuniones periódicas y pronto formaron el Colectivo de Prostitutas Francesas, inspirando después la formación del Colectivo Inglés de Prostitutas. Las mujeres de otros países también formaron grupos, y un número de ellas se reunieron con Margo St. James, ‘COYOTE’, para formar el Comité Internacional por los Derechos de las Prostitutas (ICPR), la organización cuyo trabajo y ejemplo ayudó a ganar la reforma de la ley de la prostitución en varios países europeos y proporciona un ejemplo que inspira campañas similares en muchas otras partes del mundo. En cierto modo, el movimiento moderno de derechos de las trabajadoras sexuales nació ese 02 de junio en Lyon, por lo que hoy lo celebramos como el Día Internacional del Reconocimiento del Trabajo Sexual. Muchas victorias se han ganado en los treinta y ocho años que pasaron desde la primera batalla perdida, pero aún nos queda un largo camino por recorrer hasta que nuestra profesión sea reconocida como legítima y los gobiernos dejen de tratarnos como ganado para ser conducidas y ordeñadas a su antojo. En la última década, lxs prohibicionistas han conseguido que adoptemos una postura defensiva a través de su mitología y tiranía del “tráƜco sexual” envueltas en vestimentas “feministas”. Pero todo pánico moral inevitablemente termina, y la mayoría de las mujeres jóvenes no se siente amenazada por el sexo, como lo están las feministas del establishment. La marea de la historia crece hacia mayores derechos individuales y sexuales; y quienes limitan y reprimen la sexualidad de lxs demás, no importa la propaganda que usen, con el tiempo serán arrastradxs.

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CON EL TRABAJO SEXUAL A OTRA PARTE Carolina Justo von Lurzer1

La Red Par (Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación no Sexista) dio a conocer el Decálogo para el Tratamiento periodístico de la Trata y la Explotación Sexual2. En tanto el documento deja establecido que está abierto a “sugerencias, aportes y revisiones”, esta nota pretende observar críticamente algunos de sus supuestos y recomendaciones. La Red Par viene desarrollando desde hace muchos años un valioso trabajo en relación al tratamiento mediático de temas y problemas vinculados a géneros y sexualidades. En particular, el Decálogo para el tratamiento periodístico de la violencia contra las mujeres publicado en 2008 y reeditado en 2010, se ha vuelto un documento de referencia para toda/o periodista que pretenda abordar la violencia de género en su complejidad y contribuir a combatirla ofreciendo a la ciudadanía herramientas para su desnaturalización. Mi sorpresa fue mayúscula cuando leí que el nuevo Decálogo sobre trata y explotación sexual, recomendaba la no utilización de los términos trabajadora sexual y trabajo sexual en las coberturas periodísticas. ConƜé en que esta sugerencia estuviera restringida a los casos de trata o explotación sexual en los que, por supuesto, no cabe su utilización. Sin embargo, cuando accedí al documento observé que esta recomendación se extendía 1 Carolina Justo von Lurzer es docente de la Carrera y el Profesorado de Ciencias de la Comunicación- UBA. BecariaPosdoctoral CONICET-UBA/IIGG-GES. Este escrito puede encontrarse en http://es.scribd.com/doc/108701552/Con-el-trabajo-sexual-aotra-parte-Carolina-Justo-von-Lurzer 2 El decálogo está disponible en http://www.rednosotrasenelmundo.org/ IMG/ pdf/Decalogo_para_el_Tratamiento_Periodistico_de_la_Trata_y_la_Explotacion_ Sexual_-_Red_PAR_2012.pdf

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al tratamiento de cualquier situación de prostitución. Esto no sólo contradice el espíritu de la Red -“construir una comunicación no sexista libre de toda discriminación que atente o violente los derechos de las mujeres”- sino el propio objetivo del documento -“contribuir a una mejor calidad periodística orientada hacia el respeto de los derechos humanos y, en particular, los de las mujeres, la Red PAR encaró este trabajo colectivo que desea ser una herramienta de ayuda en la búsqueda, producción y puesta en circulación de la información”-. Lejos de complejizar el abordaje de la prostitución, algunas de las recomendaciones directamente deslegitiman las formas de autorrepresentación de un conjunto de mujeres. Propongo entonces algunos reparos, en particular en relación al punto seis del Decálogo, que indica: “al realizar una cobertura periodística sobre prostitución y/o trata de personas no utilizaremos las expresiones ‘servicio sexual’, ‘trabajo sexual’, ‘trabajadora sexual’ ni ‘trabajadora del sexo’, sino ‘víctima de explotación sexual’ o ‘víctima de trata de personas’. Tampoco utilizaremos el término ‘prostituta’, sino ‘mujer prostituida’, ni emplearemos la expresión ‘prostitución infantil’, sino ‘explotación sexual infantil’. Del mismo modo cuidaremos de no utilizar eufemismos ni expresiones que naturalicen o encubran estos delitos”. En primer lugar, este modo de tratamiento confundiría actividades que están tipiƜcadas como delitos –la explotación sexual, la explotación sexual infantil y la trata de personas-de otras actividades que son lícitas –la prostitución-. Podría argumentarse que de todos modos y desde una perspectiva abolicionista esta distinción no resulta signiƜcativa en tanto aún cuando la prostitución no constituya un delito constituye una violación a los derechos humanos de las personas y en particular de las mujeres. Esta es una posición ideológica incuestionable y es la que adopta la Red, pero lo que debe quedar claro y no se desprende del documento, es que no es la única posible. En segundo lugar, la desestimación de las categorías de trabajadora sexual y trabajo sexual invisibiliza la voz de un conjunto de mujeres que se deƜnen como tales y deƜnen sus experiencias en relación al 16


sexo comercial como un trabajo. No todas las formas de oferta sexual comercial implican la explotación por parte de terceros ni se desarrollan en el marco de redes de trata. Ejemplo de ello lo constituyen las cooperativas de mujeres que realizan trabajo sexual de modo autónomo. Desde la perspectiva abolicionista se puede estar en desacuerdo con la conceptualización del trabajo sexual, pero deslegitimarla como categoría de autorepresentación es “tirar el agua con el niño adentro”. Si la red se sostiene en base a fundamentos no discriminatorios, la reƝexión obligada es si la imposibilidad de utilizar la categoría de trabajadora sexual o trabajo sexual no inhabilita de plano la representación de quienes se autodeƜnen de ese modo; si no constituye una simple y sencilla eliminación de estas personas del universo representacional del campo informativo. En tercer lugar y de modo contradictorio con la citada recomendación del punto seis, el Decálogo sostiene: “comprendemos a las mujeres que, sin intermediación –es decir, sin ser explotadas por proxenetas ni esclavizadas por tratantes–, tienen en la prostitución la fuente de ingresos para su subsistencia; y acordamos que, tal como lo establece la legislación, no deben ser perseguidas ni estigmatizadas”. La pregunta que cabe es ¿y a estas mujeres cómo las vamos a nombrar en las notas periodísticas? Estas mujeres no son explotadas por proxenetas ni esclavizadas por tratantes pero el decálogo no contempla otros modos de referencia más que “víctima de explotación sexual” o “víctima de trata”. La única alternativa sería nombrarlas como “mujeres prostituidas” lo cual, nuevamente, deja fuera de escena a quienes no se representen a sí mismas como prostituidas. Y es que aquí está el núcleo de la crítica, en quién detenta el poder de la representación. Contra argumentemos una vez más y escuchemos a quienes podrían decir que fue a partir de las mencionadas recomendaciones anteriores de la Red –el decálogo de 2008- que comenzó a darse un adecuado tratamiento periodístico a la violencia de género y a los feminicidios, que de otro modo aún serían abordados como violencia doméstica o crímenes pasionales. Sería bueno recordar, apelando a extremar los argumentos al absurdo, que no existen organizaciones políticas con una tradición de lucha por los derechos de los golpeadores, ni suje17


tos que se autodeƜnan como criminales pasionales y reclamen por sus derechos en tanto tales. Sin embargo, sí existen mujeres que en Argentina –y en el mundo- se reconocen como trabajadoras sexuales y que luchan por sus derechos desde hace más de una década. Se han enfrentado a diversos poderes políticos, institucionales y a las fuerzas de seguridad con el objetivo de asegurar sus derechos; una recomendación de estas características nos lleva a foja cero en el reconocimiento de su condición de sujetos políticos, de interlocutoras/ es legítimas/os y con voz propia. Insisto, no se trata aquí de discutir una posición ideológica legítima como es el abolicionismo sino de evitar que una doctrina que tiene más de un siglo de tradición en la lucha por los derechos de las mujeres se convierta en la punta de lanza de la invisibilización de una parte de ellas. Pensando en la propia práctica periodística, es responsabilidad de los comunicadores exponer la pluralidad de dimensiones que se encuentran implicadas en los temas y problemas que abordamos y presentar públicamente los debates que les atañen e incluirnos en ellos a partir de la explicitación de nuestros posicionamientos, acuerdos y disensos. Lo que no podemos permitirnos es desconocer o suprimir aquello que no se ajusta a la visión de la realidad que queremos representar. No se trata de falsos objetivismos sino de honestidad intelectual. Para la Red PAR, víctimas y victimarios/as parece ser el espectro de posiciones habilitado para el tratamiento de la prostitución. No hay otras y no las hay porque no son posiciones deƜnidas por las propias personas implicadas -o sí, pero sólo por algunas de ellas-, quienes no encuadren –o, más bien, quienes no se cuadren- quedarán fuera de representación y sus experiencias, realidades y derechos quedarán sesgados, tergiversados o directamente invisibilizados. Tal vez, habría que tomar una distancia reƝexiva acerca de la peligrosa creación de una tercera posición, la de quienes no ubicándose en el lugar de víctimas ni de victimarios/as se arrogan sin más el poder de la representación.

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MARXISMO Y PROSTITUCIÓN, UNA APROXIMACIÓN. Juan Pablo Cuello1

Un obstáculo que se presenta a esta aproximación es que tanto Marx como Engels no se ocuparon especíƜcamente en los problemas relacionados con la sexualidad y menos aún sobre la prostitución2, actividad qué en el siglo XIX cuando ellos escriben, estaba fuertemente estigmatizada (más que hoy) y sobre todo carecía de voces legitimadas. Sin embargo es necesario matizar la aƜrmación de una “laguna” en este sentido en el pensamiento de Marx y Engels. No por casualidad los movimientos feministas en sus distintas olas adoptaron o disputaron varios de los postulados elaborados por el marxismo clásico en torno a la cuestión de la mujer en el marco de las sociedades divididas en clases. En ese sentido resulta ilustrativo el señalamiento de Gayle 1 Juan Pablo Cuello investiga en la Universidad Nacional de Córdoba, integra la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual (rapsodia.01@gmail.com). 2 Aquí me reƜero a la prostitución entendida sólo como la venta de la fuerza de trabajo-sexual de biomujeres mayores de edad, que lo realizan a) ya sea como trabajadoras autónomas y/u organizadas en cooperativas de trabajo-sexual, ó b) aquel trabajo sexual cuya organización y venta durante un tiempo estipulado esta supervisada por un proxeneta capitalista. Así dejamos de lado en este análisis la prostitución travesti, aquella ejercida por varones, como también la trata con Ɯnes de explotación sexual. En el caso de esta última si bien esta indudablemente imbricada en el mercado capitalista, sus características propias la acercan al modo de producción esclavista cuyos vestigios aún perviven. Por ejemplo, en el caso de la trata la venta de la fuerza de trabajo no tiene un tiempo de duración Ɯjo. Al respecto dice Marx “(...)la fuerza de trabajo no ha sido siempre una mercancía. El trabajo no ha sido siempre trabajo asalariado, es decir, trabajo libre. El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al esclavista, del mismo modo que el buey no vende su trabajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuerza de trabajo, a su dueño”. (Marx, 1849, p. 12, todas las cursivas son de los originales).

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Rubin (1975) de que no hay nada semejante a la fuerza argumental que demuestra la teoría de la opresión de clases en tanto explicación general para explicar a lo largo de la historia la situación de las mujeres; aunque esto no signiƜque que necesariamente las conclusiones del materialismo histórico sean totalmente satisfactorias. Conceptos como matriarcado/patriarcado, división sexual del trabajo, mujer y socialismo, cuerpo, matrimonio son entonces inabordables ignorando los textos más sobresalientes de esta tradición teórica-política3. Proponemos entonces que también la prostitución, o mejor aún la propuesta actual de resigniƜcación como trabajo sexual puede ser comprendida en su complejidad con la ayuda del método del socialismo-cientíƜco expuesto por Marx y Engels, así como con las particulares iluminaciones de un exponente del marxismo occidental como es Walter Benjamin. Pero (y aunque aquí haremos esbozos en ese sentido) también estimamos que esta mirada teórica por sí sola no es suƜciente: las mutaciones que las imbricaciones entre capitalismo y sexualidad han manifestado desde mediados del siglo XIX, mucho más luego de las dos últimas guerras mundiales nos obligan a pensar nuevos fenómenos, y sobre todo nuevas reivindicaciones cruzando tradiciones teóricas y pensando “con nuestra propia cabeza”, sin esperar el rescate de alguna cita de autoridad que niegue o aƜrme de manera contundente la relación o exclusión entre trabajo y prostitución. Aunque creemos que nos acercaremos bastante. Marx y el trabajo-sexual 3 De todas los limites que se le señalan a Marx y a Engels (cómo a otrxs marxistas clásicxs) cuando se busca en ellos reƝexiones relacionadas con lo que llamamos actualmente el sistema sexo-genero, sobresale la heterosexualidad natural que presentan sus textos (Haraway, 1991, p. 222). En Marx por ejemplo, podemos encontrar aƜrmaciones como “(...)del carácter de esta relación [con la mujer] se deduce la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico, en hombre, y se ha comprendido como tal; la relación del hombre con la mujer es la relación más natural del ser humano con el ser humano” (Marx, 1844, p. 141) Esta suerte de complementariedad natural se convierte en un a priori que arrastraría otro, el de una división sexual espontánea del trabajo que estaría presente desde tiempos prehistóricos como se puede observar en los Orígenes de Engels (1884, p. 200).

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Insistimos que es difícil encontrar en Marx referencias directas a la cuestión que nos convoca aquí. Es que la ruptura radical de su pensamiento con la tradición ƜlosóƜca y de la economía política burguesas, así como su resultante apuesta estratégica por la lucha de la clase obrera estuvo anclada en las problemáticas y condicionamientos de su época. Creemos que uno de esos condicionamientos era la inexistencia de una voz propia de las trabajadoras del sexo; en cambio la autoridad policial o médica era quien hablaba por ellas y no precisamente en términos de derechos. Pero aunque en los textos de Marx no exista un análisis exhaustivo ni muchos menos de la prostitución estimamos que sí podemos abocarnos analizar sus reiteradas referencias a la misma y sobre todo apropiarnos de un marco explicativo que pueda ser útil para entender lo prostibulario que tiene todo trabajo asalariado, aplicable también a nuestro Ɲamante siglo XXI luego de los (fallidos) anuncios del “Ɯn del trabajo” tan comunes de escuchar en la década del 90´. Como se sabe, para Marx la especie humana se diferencia del resto de los animales en tanto se aproxima a la naturaleza a través del trabajo, entendiendo éste tanto como la manera por excelencia de la transformación de los recursos disponibles para satisfacer sus necesidades inmediatas y de las otras, pero también como instancia de (re) creación como sociedad y como sujeto racional: “Podemos distinguir al hombre por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material” (Marx y Engels, 1846, p. 19).

Entonces el trabajo a secas no sería una actividad intrínsecamente negativa, sino que presenta potencialidades creativas en términos de cultura. Lo que sí resulta despreciable a los ojos de Marx es que la humanidad sufra la existencia a gran escala del trabajo asalariado 21


surgido a partir del progreso contradictorio a lo largo de la historia de las sociedades divididas en clases antagónicas, debido a las múltiples disputas por la apropiación de los excedentes producidos. EspecíƜcamente la principal impugnación que hace Marx al capitalismo es la enajenación brutal que implica esta forma histórica de organización del trabajo: “Esta realización del trabajo aparece, a nivel de la economía política, como desrealización del trabajador, la objetivación, como perdida del objeto y como sometimiento servil a él, la apropiación, como alienación, como enajenación” (Marx, 1844, p.106). Sucede que en el capitalismo el objetivo de la producción deƜnitivamente no es la satisfacción de las necesidades de lxs trabajadorxs ni su felicidad, sino la trasformación de los objetos y personas en Capital: este al ser intercambiado por trabajo vivo se reproduce y aumenta, pero sólo si el capitalista es capaz al Ɯnal del proceso de producción, de extraer plusvalía es decir trabajo-no-pago. Así en el sentido capitalista solo es productivo aquel trabajo que genera plusvalía, es decir si en su despliegue acrecienta el capital, y esto más allá de si el producto Ɯnal del trabajo sea material o inmaterial4. El capitalista puede darse por satisfecho si los costos de producción, especialmente el salario pagado a sus obrerxs (resultante de lo que cuesta re-producir la mano de obra presente y de las futuras generaciones laboriosas) es menor de lo que logra vender los productos o servicios producidos para el mercado. Cabe aclarar por si hiciera falta, que lo que le obrerx vende “libremente”5 al capitalista es la fuerza de trabajo por un tiempo determinado, 4 En el marxismo existe un debate abierto acerca del carácter productivo o improductivo del trabajo de la rama de los servicios (relativamente saldado en relación al transporte de mercancías y personas). En aquellos casos donde el trabajo no se materializa en una mercancía, dónde el resultado del trabajo asalariado desaparece en el mismo acto de su producción (enseñanza, salud, placer, etc), el planteo de Marx es confuso y ha generado fuertes polémicas. Para ingresar a este debate ver revista Lucha de Clases N° 5, julio de 2005, p. 105 y sobre todo p.121. 5 John D´Emilio nos recuerda qué signiƜca en el capitalismo la libertada para lxs trabajadorxs: “si somos libres para vender nuestra fuerza de trabajo en el sentido positivo, también estamos liberados, en el sentido negativo, de cualquier otra alterna-

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pero que esta fuerza no puede ser desacoplada del propio cuerpo: “la fuerza de trabajo solo se pone en acción trabajando, y para ello se consume una cantidad deƜnida de músculos, nervios, cerebro, etc., humanos y es preciso restaurarlos”(Marx, 1867, p. 171)6. Aquí Marx no se hace una distinción especial acerca de qué músculos y qué nervios deberían ser utilizados para que el trabajo asalariado sea considerado como tal: al capitalista o al proxenta sólo le interesa acrecentar su capital más allá de que explote la fuerza de trabajo proveniente de brazos, piernas o genitales. En este sentido las barreras morales universales esgrimidas en un momento por la burguesía en torno a los comportamientos higiénicos y decentes, son derribadas inmediatamente por esta misma clase y su cultura en su afán de lucro. Hoy sabemos que el cono de sombras de alegalidad y estigmatización al que está sometido el trabajo sexual es un factor que actúa multiplicando esta plusvalía, como denuncian las propias trabajadoras sexuales7 a quienes el proxeneta-capitalista les exige el 50 % de lo recaudado por jornada laboral. Una de las objeciones más comunes que surgen de las posiciones abolicionistas es que la prostituta “nunca elije lo que hace”8 por ende tiva” (D´Emilio, 1983). 6 Adriana Dominguez es titular del INADI Córdoba y férrea defensora de la Ɲamante Ley Provincial N° 10060 que en esa provincia prohíbe cualquier lugar de acceso público en donde se ejerza la prostitución. El periódico La Voz de Interior publica el día 24/5/12 una extensa nota de opinión Ɯrmada por Dominguez, en la cual (ademas de acusar a quienes apoyamos las objeciones que planteaba el sindicato de trabajadoras sexuales AMMAR Cba de que en realidad defendemos a los proxenetas) argumenta de manera confusa cuando aƜrma que a diferencia de la prostitución “en una sociedad capitalista, el trabajador entrega su fuerza de trabajo; pero no se vende a sí mismo. Tampoco vende su intimidad. Lo que coloca en el mercado laboral es su capacidad productiva, no su carne humana, despojada de su condición de persona”. 7 Estimamos que aún no hay muchas producciones que reƝejen la propia opinión de las trabajadoras sexuales, aunque hay trabajos que rescatan diversos testimonios en primera persona (por ejemplo Berkins, 2006; Dreizik, 2010). 8 El abolicionismo (o anti-prostitución) es una postura feminista que propone una ética-política respecto a este tema diferente a la presentada aquí. Lxs abolicionistas consideran que la prostitución es una forma de explotación hacia algunas mujeres

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es imposible entender esta actividad como trabajo. Frente a este argumento aquí proponemos dos observaciones. Por un lado y siguiendo con el razonamiento de Marx dentro del capitalismo los márgenes en que lxs sujetxs subalternos elijen son siempre acotados y relativos, esto no solo para las trabajadoras sexuales sino para el conjunto de la clase obrera. En Marx no sería sino una peregrina ilusión liberal que la compra y venta de la fuerza de trabajo se da en términos de un contrato establecido entre personas libres e iguales. En el capitalismo, lxs trabajadorxs no son más que mercancías, lo dice seriamente y en varias oportunidades, sólo fuera del trabajo asalariado se puede ser libre ya que: “(...) el trabajador se siente a sus anchas, pues, en las horas de ocio, mientas que en el trabajo se siente incomodo. Su trabajo no es voluntario, sino impuesto, es un trabajo forzoso. No es la satisfacción de una necesidad sino solo un medio para satisfacer sus otras necesidades. (…) El trabajo externo, el trabajo en el hombre se enajena, es un trabajo que implica sacriƜcio y mortiƜcación” (Marx, 1844, p 109).

Una segunda reƝexión, ahora dejando de lado un momento a Marx, es que resulta problemático aƜrmar de manera contundente que ninguna persona elije esta actividad. Parecería que más bien que las condiciones sociales de estigmatización y criminalización que sufren quienes a sí mismas se llaman trabajadoras o profesionales del sexo, no permiten reconocer que existen muchas que lo preƜeren frente a otros trabajos. En diálogo con compañeras de AMMAR (Asociación que incluso cuando consienten a cambio de dinero brindar un servicio sexual al cliente prostituyente, no hacen sino acrecentar el poder del patriarcado con la denigración simbólica de todas las mujeres. Aunque existen muchas variantes de abolicionismo se diferencian en teoría de la postura prohibicionista ya que se oponen a la criminalización de las “mujeres en situación de prostitución”, algunos planteos más radicales no objetan explícitamente las medidas de prohibición e inlcuso discriminación. Resalta en esta postura la falta de empática/solidaridad con la situación concreta de las trabajadoras sexuales. Un trabajo abolicionista reciente en español que sistematiza el debate y se propone nuevos argumentos es el de Gimeno (2012).

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de Mujeres Meretrices de Argentina, regional Córdoba) son muchas quienes reivindican los aspectos positivos de esta profesión por la posibilidad de manejar sus horarios, el poder que han desarrollado a la hora de imponer condiciones frente al cliente (o giles como lxs llaman) y enumeran orgullosas los logros materiales que les ha reportado este trabajo: costear gastos cotidianos, Ɯnanciar la educación de sus hijxs, movilidad y en algunos casos incluso concretar el objetivo de su casa o un terreno propio9. A esta altura podríamos preguntarnos qué otras referencias concretas a la prostitución encontramos en Marx y en qué contexto se hacen. En una cita en los Manuscritos económicos-ƜlosóƜcos relaciona la prostitución con el trabajo asalariado y al capitalista con la Ɯgura del proxeneta: “La prostitución es solo una expresión particular de la prostitución general del trabajador, y en vista de que la prostitución es una relación de la que no sólo participa el prostituido, sino también el que prostituye (cuya infamia es aún mayor) también el capitalista, etc, participa de esta categoría” (Marx, 1844, p. 143).

Sería apresurado inferir de esta cita que Marx entendía a la prostitución como un trabajo igual que cualquier otro. Ya vemos como para él la infamia también llega, aunque sea en menor grado a la prostituta de la cual no conocemos su opinión. Pero su énfasis está más bien en poner de relieve que la existencia del capitalismo hace inevitable la mercantilización de los cuerpos obreros. La prostitución es mante9 Ver al respecto nota en La Voz del Interior del 2 de junio de 2011 “Nuestra utopía es que el trabajo sexual no sea por necesidad” que contiene una entrevista a la Secretaria General de AMMAR Córdoba. Agregamos que sin duda hay mujeres ejercen el trabajo sexual por no poder cumplir su objetivo de acceder a otro con un mejor salario o condiciones laborales. Sin embrago la realidad del sector es múltiple y no permite generalizaciones apresuradas al modo abolicionista, que terminan en planteos que confunden trata de personas con prostitución. Mucho menos habilita a tratar al conjunto de trabajadoras sexuales como personas incapaces de expresar por sí mismas su problemática y vías de solución como vienen haciendo los Estados nacional y provinciales en nuestro país. Ver sobre esto último nota en Pagina 12 del 6/07/12, “En Zona Roja”.

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nida (y extendida), junto al nuevo trabajo asalariado como una más de las relaciones sociales infames del sistema capitalista: la venta por horas de la fuerza de trabajo adherida al cuerpo, pero también de la sexualidad, de la opinión, la cultura y de tantos otros bienes considerados “sagrados”. Sabido es que el debate en torno a la prostitución tiene contornos morales y éticos, pero resulta llamativo como estos se encuentran excesivamente pronunciados. Por ejemplo en Marx resulta erróneo hablar desde una moral universal y única cuándo de lo que se trata es de la vigencia de un sistema político y social donde entre otras muchas contradicciones, lxs obrerxs luchan por ganarse la vida y satisfacer necesidades básicas mientras que las clases poseedoras de la riqueza económica solo piensan en aumentar el capital. Marx que estaba muy atento de la vida de lxs obrerxs razona: “Si pregunto al economista ¿obedezco a las leyes económicas si consigo dinero de la entrega, de la prostitución de mi cuerpo al placer ajeno? (los obreros fabriles en Francia llaman a la prostitución de sus hijas y esposas la enésima hora de trabajo, lo cual es literalmente cierto). […] el economista me contestará: no operas en contra de mis leyes, pero mira lo que dicen la señora Moral y la señora Religión; mi Moral y mi Religión económica no tienen nada que reprocharte. El hecho de que cada esfera me mida con una medida distinta y opuesta a las demás, con una medida la moral, con otra distinta la Economía Política, se basa en la esencia de la enajenación, porque cada una de estas esferas es una determinada enajenación del hombre”. (Marx, 1844, p. 161)

¿Significa esto que para Marx la moral era un tema banal? Más bien ya desde sus escritos de juventud opone frente a la moral “universal”, pero superƜcial y enajenada que emana de la burguesía, una ética revolucionaria de lxs explotadxs. La misma reconoce su propio carácter social e histórico; el Comunismo seria más bien una lucha por materializar socialmente las ideas de libertad, igualdad y fraternidad pero sin los dobles discursos de la burguesía. El pensamiento expresado con un marcado sentido de la ironía en Marx reconoce la hipocresía que implica la estigmatización burguesa hacia la prostitución, siendo 26


ésta producida directa o indirectamente por una clase social que explota los cuerpos a gran escala. Pero también las referencias de Marx, aunque escuetas parecieran hoy tener algo para decir a quienes niegan la posibilidad de que las trabajadoras sexuales, profesionales en el servicio sexual obtengan ellas también los derechos elementales y el reconocimiento que exigen como parte de la clase obrera. Engels y las Hetairas También desde el abolicionismo se argumenta que a lo largo de la historia y hasta la actualidad las prostitutas son las “mujeres más oprimidas”10. Quienes esto aƜrman además de ignorar la propia voz de las trabajadoras sexuales (que más bien preƜeren llamarse a sí mismas trabajadoras precarizadas11), también se ahorran el trabajo de realizar análisis sintéticos como el que propuso en su momento Friedrich Engels. Su obra posee un marco explicativo coherente y general para el desarrollo de la desigualdad entre hombres y mujeres en paralelo e imbricado a otras instituciones que por lo general son menos cuestionadas por los planteos abolicionistas sin una perspectiva anticapitalista: esto es la propiedad privada y la monogamia. Sabemos que durante el siglo XIX la familia en su forma pre-capitalista es desarticulada por el ingreso de la mujer otrora dedicada exclusivamente a las labores hogareñas, a las turbulencias de la producción fabril (Scott, 2008, Caps. V y VII). Pero no sólo por la dedicación a esta nueva actividad, también al servicio domestico y sobre todo la prostitución serían también opciones válidas para las mujeres de las clases subalternas, quienes debido a la creciente mercantilización de 10 Ver por ejemplo las argumentaciones abolicionistas de quienes representan a organizaciones de mujeres “en situación de prostitución” en Berkins y Korol (2006). 11 Ver Gacetilla de Prensa de AMMAR Córdoba en argentina.indymedia.org/ uploads/2011/05/ gacetilla_de_prensa.pdf, también nota periodística a esta misma organización de trabajadoras sexuales publicada en El Diario del Centro del País del día 19/05/12 titulada precisamente “Nos ven como esclavas, pero somos trabajadoras precarizadas”.

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la vida y a su propia pobreza resulta difícil distinguirlas claramente de las obreras fabriles, como vimos antes en el agudo señalamiento de Marx en referencia a las obreras francesas12. Incluso muchas veces de las tres opciones laborales nombradas, la prostitución era preferida por garantizar un mejor trato y remuneración (Gimeno, 2012, p.117). Es en ese marco que Engels publica en octubre de 1884 una obra de suma importancia para entender estas cuestiones: el Origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Para esta empresa estudia los novedosos aportes que signiƜcaron en su época la aparición en 1871 de “Ancient Society” la obra de Lewis Henry Morgan así como los apuntes que del mismo había dejado uno de sus lectores más lucidos, Karl Marx. Evidentemente en la actualidad varios de sus planteos y conclusiones han sido ampliamente superados/cuestionados por nuevas investigaciones, pero aquí nos detendremos en el método y la perspectiva argumental la cual creemos tiene un grado importante de actualidad. Engels coincide con aquellas investigaciones que aƜrmaban que en el salvajismo o paleolítico parecería evidente un “comercio sexual promiscuo” en el que los hombres practicaban la poligamia y las mujeres la poliandria más o menos libremente sin faltar por ello a las costumbres establecidas. Aunque evidentemente debemos dejar de lado una construcción idílica de la prehistoria, al parecer en las hordas salvajes y donde era hegemónico el matrimonio por grupos, los celos y la propiedad exclusiva de la pareja no tenía mucha popularidad (p. 47). Es que preocupaciones más vinculadas con la supervivencia cotidiana a través de la caza y la recolección, así como la difícil (y mortífera) reproducción de los grupos humanos hacían inútil lo que luego sería norma. Tomando los aportes de otro antropólogo en este caso Johann Jakob Bachofen, el autor de los Orígenes avala la hipótesis que en esta 12 Ver las visiones que tenían en Francia durante la segunda mitad del s. XIX algunxs referentes de la Economía Política burguesa sobre las llamadas femmes isolées, jóvenes mujeres pobres e independientes quienes regularmente complementaban los magros ingresos fabriles con la prostitución, en Scott, 2008, p. 181 a 193.

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suerte de “economía domestica comunista” y primitiva, las mujeres habrían tenido una preponderancia relativa que se evidenciaba tanto en su valoración social dentro de la horda, como en la existencia de un derecho materno hegemónico en la misma. Sin embargo el desarrollo de las técnicas productivas que permitieron la obtención de excedentes alimentarios y de otro tipo, así como el aumento poblacional, habrían signiƜcado un duro revés para el matriarcado con la llegada del estadio medio de la barbarie. En esta etapa sucedería una suerte de derrota histórica de las mujeres en manos de los jefes del clan quienes imponen un régimen cuya relación de fuerzas sigue vigente hasta la actualidad. La domesticación de los animales y el consiguiente pastoreo serian una de las causas más importantes para la creación de relaciones nuevas al interior de los grupos humanos, en beneƜcio ahora exclusivamente del padre de familia. Es que emerge entonces la esclavitud de prisioneros de guerra, alentada para hacer frente de manera eƜciente el cuidado de los rebaños; esta institución a su vez impulsa el aumento del poder en el elemento masculino y guerrero dentro de los clanes. Pero junto a las disputas por el excedente y a la esclavitud nace también la familia monogámica (cuyo etimología latina el autor nos recuerda es famulus es decir esclavitud domestica). Este poder masculino se cimienta sobre el aumento de las riquezas y su retención en el seno familiar a través de la herencia, ahora por vía patrilineal y re-asegurada por una nueva forma de familia: “[la monogamia] fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, y concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva, originada espontáneamente. Preponderancia del hombre en la familia y procreación de hijos que sólo pudieran ser de él y destinados a heredarle” (Engels, 1884, p. 83).

De ahora en más los matrimonios serán acordados teniendo especial cuidado en las posiciones sociales de los contrayentes y establecidos en términos de un estricto cálculo económico o de poder político. A 29


partir de entonces y en gran medida hasta la actualidad el rol de la esposa sólo se diferencia de la prostituta de los templos o de las calles en las ciudades, en que vende su cuerpo una sola vez y para siempre a un único hombre (cuando Engels escribe no existía el divorcio), mientras que la hetaira antigua o moderna “alquila su cuerpo de a ratos como una asalariada” (Engels, 1884, p. 90). Es de resaltar que para Engels no sería prudente exagerar la desmoralización que se le suele adjudicar (hoy también) a las meretrices13: El énfasis de su abolicionismo no se encuentra en el prostitución en sí misma o principalmente, sino en la destrucción de la propiedad privada y de la familia monogámica14. Esta seria para Engels la única forma de alcanzar la manumisión de la hembras-humanas quienes podrían mientras desaparecen estas instituciones que oprimen a la sociedad de conjunto, pero especialmente a las mujeres ingresar a la produc13 Ver por ejemplo Engels, 1884, p. 95. En ese pasaje, como antes también vimos en relación a la infamia en Marx, se presenta como limite insalvable el marco de estigma que rodea a la prostitución en la época que escribe Engels, y que no deja de colarse en su reƝexión, en la cual está ausente la voz en primera persona de lxs que él considera como “infelices” y algo “degradadas” mujeres vinculadas con la actividad. Sin embrago aquí peor es su consideración hacia el hombre que paga por estos servicios, aunque estimo que Engels no coincidiría con algunas de las propuestas abolicionistas actuales (o deberíamos decir prohibicionistas) que proponen por ejemplo la penalización del cliente, sobre todo por su negativa bastante conocida de aumentar el poder represivo del estado capitalista. 14 Es importante en ese sentido una breve referencia de la experiencia de la Revolución Rusa particularmente en sus primeros años, en tanto una oportunidad histórica para probar las tesis de Marx y Engels en relación a las capacidades emancipadoras de la construcción del socialismo. A partir de 1917 la nueva administración soviética no prohibirá la prostitución (cómo sucedía en la época de los Zares) aunque tampoco avanzará en su reglamentación como trabajo-sexual. Si bien se habían dado pasos fundamentales en materia económica con la nacionalización de la propiedad privada y en términos de derechos democráticos inauditos despenalizado el aborto, así como la homosexualidad; la prostitución siguió siendo un tema espinoso y su desaparición difícil de concretar para mayor preocupación de lxs revolucionarixs rusxs. La tesis de Engels defendida fuertemente por los bolcheviques de que con la revolución socialista, junto a la propiedad privada capitalista desaparecería la familia monogámica reinaría el “amor libre”, no se desarrolló plenamente sobre todo a partir de la contra-revolución que también en el terreno de las relaciones personales y de la sexualidad signiƜcó el estalinismo. Para profundizar el tema ver Goldman, Wendy Z (2011).

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ción social en gran escala y con igualdad de oportunidades que los hombres. Engels se pregunta entonces “¿puede desaparecer la prostitución sin arrastrar consigo al abismo a la monogamia?” (p. 96). Para él sin embargo no era suƜciente con la desaparición de la propiedad privada (y no antes) para alcanzar estas transformaciones radicales: también resultaría necesario que al menos una nueva generación de seres humanos fueran educadxs en nuevos valores que no implicaran la mercantilización de los objetos, ni de la vida material, la cultura, así como la libre asociación en términos afectivos (En Engels la relación complementaria del par hombre/mujer en términos sexo-afectivos también es natural como vimos sucedía en Marx). Es decir una sociedad comunista asentada sobre las ruinas del capitalismo y del trabajo asalariado. Walter Benjamin En Benjamin la crítica cultural a la vida citadina y las reƝexiones ƜlosóƜcas abrevan del marxismo aunque también conviven otras tradiciones como el mesianismo judío. Vertientes que intentó sintetizar en obras de gran impacto actualmente como son sus famosas Tesis sobre la Ɯlosofía de la historia. Benjamin es reconocido ampliamente a partir de estos trabajos por su crítica a la visión evolucionista del devenir histórico, tanto la proveniente del positivismo como también del marxismo vulgar o estalinista. Esto permite replantear las contradicciones inherentes al progreso material en los marcos de sociedades dividas en clases. Sin duda es uno de los marxistas más difíciles de leer e interpretar, sobre todo por la excentricidad de su propuesta sincrética en término de tradiciones pero también por su obra inconclusa. Tampoco hay trabajos especializados accesibles en torno a sus aportes a una crítica de la sexualidad y en cómo se expresa ésta en las sociedad occidentales de entreguerras. Aquí solo haremos referencias breves a algunos fragmentos de sus obra “Infancia en Berlin hacia 1900” (1982) y el “Libro de los Pasajes” (2005). 31


En este último libro “uno de los más extraños del siglo veinte” según Serra (2006), encontramos una suerte de calidoscopio compuesto por un enorme cúmulo de citas y reƝexiones breves en torno a problemáticas propias de la Modernidad. El escenario donde transcurre la obra son las calles de una París que es capital del siglo XIX por antonomasia; pero especialmente nos propone un recorrido por los pasajes intrincados que sobrevivieron a las trasformaciones urbanas haussmannianas. La ciudad modernizada e iluminada no deja de cargar en su seno las contradicciones que jaquean una visión positiva del progreso social, celebrado por la burguesía triunfante luego de las rebeliones de la clase obrera. Una de estas contradicciones esta en el par Ɲâneur/prostituta. Las grandes novedades, la adrenalina citadina, los inventos y las mercancías inundando los nuevos escaparates de los bulevares invitan al paseo por la ciudad. El poeta caminante (Baudelaire es la Ɯgura moderna que se rescata como suerte de anti-heroe) no deja de reƝexionar y tomar nota acerca de las Ɯguras que se le aparecen, así como ver con pesimismo las contradicciones que aguardan explotar. Por un lado la visión de una enorme y frenética acumulación de riquezas, mientras por el otro se evidencia la penetración de los pasajes oscuros donde los obreros se entretienen en tabernas y burdeles antes de ir a sus hogares en los suburbios. Las referencias a la prostitución son frecuentes, mejor dicho insistentes en “Los Pasajes”, tanto las que provienen de citas extraídas de periódicos como de propias reƝexiones. Sin embargo son oscuras y de difícil interpretación. Por un lado para Benjamin la prostituta de los pasajes parisinos es una señal que ha ganado y reina la mercancía: “el ultimo espejo ilusorio de la apariencia histórica, celebra su triunfo cuando la naturaleza misma adquiere el carácter de mercancía. Esta apariencia mercantil de la naturaleza queda encarnada en la prostituta. El dinero criá la lujuria, se dice y este dicho describe un hecho que va mas allá de la prostitución. Bajo el dominio del fetiche-mercancía, el sex-appeal de la mujer se contagia en mayor o menor grado de la incitación de la mercancía. (…) La sexualidad movilizada antaño (socialmente) por la 32


fantasía del futuro de las fuerzas productivas, lo fue luego por el poder del capital” [J 65 a,6]

La naturaleza feminizada es asediada (tal vez una imagen que deriva en una última resistencia por preservar los hilos de continuidad con el pasado matriarcal) por la presión mercantil que no se conforma con las mercancías tradicionales sino que también produce a mayor escala y en épocas del año más que en otras, un crecimiento de la prostitución entre las jóvenes francesas como vimos sucedía en el siglo XIX. Pero esta mercantilización abierta que expresa la prostitución en las grandes ciudades no es más que un ejemplo de la fabricación en masa de las mujeres. El sistema sexo-genero de la época15 crea a través de la moda y los maquillajes a la mujer en serie que pasea también por los bulevares (J 66, 8) o se queda esperando en los umbrales16. En otro pasaje Benjamin también relaciona a la prostitución con las condiciones del trabajo que tiene que soportar la clase obrera industrial. Y aquí por primera vez y con reservas, aparece la voz de las trabajadoras sexuales, que reclaman para sí el estatuto de trabajadoras: “Cuanto más se aproxima el trabajo a la prostitución, tanto más tentador es considerar a la prostitución (como ocurre desde hace tiempo en el argot de las prostitutas) trabajo. Esta aproximación se produjo a la marchas forzadas bajo el signo del paro; el keep smiling aplica en el mercado laboral el proceder de la prostituta, que en el mercado del amor sonríe para captar al cliente” (Benjamin, J 75-1)

Nadie se salva de la prostitución ni de las sonrisas con dobles in15 Entendemos por sistema sexo-género siguiendo a Gayle Rubin a “el conjunto de disposiciones por el cual una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas” (Rubin, 1975) 16 En Benjamin la Ɯgura de la lesbiana (de nuevo a través de Baudelaire) también es una Ɯgura característica de las ambigüedades del desarrollo tecnológico y de la modernidad, cuya identidad aparece visible a partir de la masculinización de la ruda mujer inmersa en el proceso de producción mercantil. (Ver Benjamin, J 49 a, 11).

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tenciones en la época del triunfo victorioso de la burguesía sobre la Comuna: así como la clase obrera debe venderse por unas míseras monedas, también el poeta ejempliƜcado “hasta el Ɯnal” en Baudelaire y debido al escaso éxito editorial, debe venderse a sí mismo “confirmando la inexorabilidad de la prostitución para el poeta” (Benjamin, J 60 a, 2). En “Infancia en Berlin” también hace referencia a las prostitutas. Algunos como Chaves (2003) ven en Mendigos y prostitutas, así como en otros relatos de su infancia una reƝexión en torno a la triada madre-hijo-prostituta que señala las continuidades entre la civilización y la Vorwelt. El matriarcado (ahora burgués y judío) del cual quería liberarse el pre-adolescente encontraba en los “umbrales” de las calles de Berlin su contra ejemplo en los cuerpos atrayentes de las prostitutas. La madre, siempre omnipresente nos recuerda “el derecho de la madre” del que hablaba Bachofen y Engels; mientras que la prostituta ocupa el “umbral” en la ciudad burguesa. No es por casualidad que las paradas de las prostitutas de la ciudad son vistas como “umbrales”: puertas, esquinas, veredas, caminos, centros comerciales. El carácter fronterizo y mercantil del trabajo sexual tiene en Benjamin una fuerte insistencia en varias de sus obras; se sentía irresistiblemente atraído por la Ɯgura de la meretriz así como por su signiƜcación cultural. A modo de cierre Creemos haber cumplido con el objetivo de sistematizar algunas de las referencias que desde autorxs clásicxs del marxismo se hacen en torno a la prostitución. Muchas otras miradas y posiciones imprescindibles para acercase a este debate han quedado afuera. Aquí las aproximaciones que realizamos intentaron rescatar algunas citas, referencias directas, analogías, etc. de la marginalidad analítica donde solemos encontrarlas y entonces valorar la riqueza teóricametodológica que ofrecen para impulsar nuevas reivindicaciones provenientes de poblaciones subalternas. Intentamos demostrar que sobre todo en Marx y Engels es posible 34


rescatar algunas herramientas para esta tarea, sin prejuicio de tener que contextualizar tanto su escasa preocupación en relación al trabajo sexual como lo que una lectura contemporánea estima prejuicios de su parte. Aunque como vimos este problema es abordado superƜcialmente por ellxs, en ningún momento hemos encontramos argumentaciones que nieguen la posibilidad de re-signiƜcar la prostitución autónoma en términos trabajo. Más bien en ellxs podemos encontrar algunas hipótesis sobre su génesis histórica a través de un análisis del desarrollo histórico social general, aunque previniendo de cualquier moralismo que limite el reconocimiento de derechos. Antes de concluir nos parece importante explicitar la intención que motiva estas aproximaciones. Es decir aportar modestamente al desarrollo de una teoría feminista-queer-anticapitalista que apoye las reivindicaciones de las trabajadoras sexuales y su lucha por conquistarlas17. Apostamos por una teoría que sin perder de vista la dimensión de género, adopte una perspectiva de la transformación social como horizonte ético-político y dispute en todos los ámbitos, también en los movimientos sindicales y sociales de base, el reconocimiento de las meretrices como parte activa de la clase trabajadora. Queremos alentar nuevos análisis que necesariamente revisen anticuadas conclusiones de lxs clasicxs, así como las que aquí se han hecho rescatando los aportes metodológicos del materialismo-dialéctico y de otras teorías críticas. Finalmente subrayar que en términos de objetivos políticos la lucha por la reglamentación del trabajo sexual (lucha que presenta una dimensión teórica) no es una estrategia que se proponga culminar en un “mero maquillaje”, sino en la adopción de medidas democráticas sindicales básicas que saquen de la opacidad y la explotación a esta 17 Los problemas de la investigación nunca son autónomos de los procesos de lucha concreto de los sujetos sociosexuales, esto contra toda prevención de objetividad o de aislamiento de lxs investigadorxs en una “torre de marƜl”. Al respecto vale la referencia de Bourdieu (2004) quien recuerda la aƜrmación de Foucault acerca de que “Los conceptos vienen de las luchas y deben retornar a las luchas”. Para más reƝexiones en torno a las relaciones entre la investigación teórica con la acción política ver Pecheny (2008).

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actividad, aportando a la digniƜcación que día a día construyen sus propias trabajadoras18. En principio una futura reglamentación del trabajo sexual no debería signiƜcar una pérdida de autonomía de parte las organizaciones sindicales que nuclean a las meretrices como es AMMAR, sino más bien y sin pretender ser exhaustivo en un pliego de reclamos que las tiene a ellas mismas como articuladoras19, contemple: • El reconocimiento de sus organizaciones sindicales, las cuales deben ser escuchadas en los debates de políticas públicas para el sector. • La anulación de los Códigos de Faltas o Contravencionales que las criminalizan. • Protección de aquellas cooperativas de trabajadoras-sexuales autónomas. • Acceso a los derechos laborales contemplados por la Constitución. • Persecución a proxenetas y tratantes, así como a las maƜas políticas-policiales implicadas en la explotación sexual. • Políticas públicas de capacitación y acceso a otros trabajos para quienes opten cambiar de actividad. 18 Aunque Foucault era renuente al marxismo pero no a una perspectiva intelectual critica y militante estimo útil volver a citarlo cuando en referencia a su experiencia en el Grupo de Información sobre las Prisiones señala que “La noción de reforma es tonta e hipócrita. O bien las reformas son elaboradas por gente que se cree representativa y que hace profesión de hablar por los otros, en el nombre de los otros, y es un arreglo con el poder, una distribución del poder que se duplica en una represión aumentada; o bien, es una reforma, es una acción que del fondo de su carácter parcial está destinada a poner en cuestión la totalidad del poder y su jerarquía” En Artiéres (2004). 19

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Ver por ejemplo los comunicado de AMMAR Córdoba del día 16 de mayo de 2012


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EN PRIMERA PERSONA: LAS PROSTITUTAS, EL NUEVO SUJETO DE LA PROSTITUCIÓN Raquel Osborne20

Si nos preguntamos por qué existe la prostitución, una primera respuesta podría ser: porque hay demanda, y casi sin equivocarnos, podríamos cualiƜcar este sustantivo con el adjetivo de “masculina”: porque hay una población masculina que la demanda. DeƜnición y causas ¿Cómo podría ser definida? Siguiendo a Paola Tabet, como un continuo de intercambio económico-sexual en el que, por lo general, los varones pagan -con bienes, dinero u otros recursos- por la obtención del sexo que mayoritariamente mujeres les ofrecen. En este continuo encontramos, en un extremo, la institución del matrimonio y en el otro, la institución de la prostitución propiamente dicha. Y aun cuando existen prostitutos varones sólo hablaremos de prostitución heterosexual porque la que no lo es no cambia sustancialmente el patrón de género ya que se halla al servicio de otros varones; y además porque el análisis no se aplicará enteramente a éstos porque vamos a hacer especial hincapié en las características de la categoría de prostituta como sistema de control de todas las mujeres. 20 Profesora de Sociología del Género en la UNED. Texto tomado de “Unidad y diversidad. Un debate sobre la identidad de género. Materiales para reƝexión”. Secretaría de la Mujer de la Federación de Enseñanza de CCOO (2000).

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¿De dónde viene la prostitución, entendida la pregunta como “causas estructurales” de la misma? En primer lugar, habremos de tener presente que, siguiendo los análisis de Gail Pheterson, la prostitución es una de las cuatro instituciones clave que regulan las relaciones entre los hombres y las mujeres, junto con la heterosexualidad obligatoria, el matrimonio y la reproducción. Si circunscribimos históricamente esta conceptualización, nos remitiremos al siglo XIX con la consolidación de la familia burguesa, cuyo ideal incluía una radical dicotomía entre las mujeres: por una parte la esposa, mujer decente y virtuosa, sin sexualidad propia, sometida al débito conyugal no recíproco, reina del hogar, de la domesticidad y de la maternidad legítima. El complemento ideal para el varón de esta Ɯgura consistía en la prostituta, su anverso: personiƜcación del sexo -mujer viciosa y/o caída-, segregada físicamente de la anterior, bien en la calle, bien en el burdel, y encarnación, si se daba el caso, de la maternidad ilegítima. En común poseen estos dos tipos de mujeres el encontrarse al servicio del varón. ¿En qué marco se crean y se perpetúan estas dos figuras femeninas? En un sentido amplio, responden a la posición subordinada a los varones por parte de todas las mujeres. En un sentido más restringido, son el resultado de una sexualidad deƜnida por el varón para su beneƜcio, posible gracias a un modelo androcéntrico de sexualidad, algunos de cuyos rasgos serían los siguientes: la posesión de una energía sexual irreprimible; la constitución de todas las mujeres como potenciales conquistas; la primacía de la cantidad sobre la calidad; y una sexualidad escindida entre “el deber ser” -la familia- y lo placentero -todo lo demás-, que contribuye a la disociación entre sexo y afectividad. El estigma y la solidaridad El encuentro entre el movimiento de prostitutas y el feminismo ha abierto una vía para romper con esa profunda división entre mujeres creada por el patriarcado, que ha posibilitado la toma de conciencia 42


del nexo de control social que nos une como mujeres aparentemente muy distantes entre sí, a saber, el estigma de la puta (the whore stigma) del que habla Pheterson. Por medio de este estigma se aísla a la prostituta, y se crea una categoría -la de puta- que nos divide entre putas y no putas; igualmente, se aplica a la que no entra en la categoría en sentido estricto pero puede ser tachada de tal por muy diversas razones: por el tipo de trabajo, por el color de su piel, por la clase social, por su sexualidad, por su orientación sexual, por una historia de abuso, por el estatus marital o, simplemente, por el estatus de género. Esta solidaridad entre las mujeres, en clara ruptura con la profunda brecha abierta por el patriarcado, ha sido posible por la nueva dinámica que se produjo en el mundo occidental a partir de los años sesenta en favor de la liberalización sexual. Dicha dinámica desembocó en los setenta en los llamados movimientos sociales, particularmente los movimientos feminista y de gays y lesbianas, frutos de la paradoja entre esas nuevas libertades y su abusivo aprovechamiento por los hombres frente a las mujeres así como por los y las heterosexuales frente a aquéllos y aquéllas que no lo son. La condición de posibilidad para que se produjera esa alianza, muy Ɯrme pero muy minoritaria en sus orígenes a comienzos de los años ochenta, fue el reconocimiento por sectores feministas de las prostitutas en cuanto sujetos de su propio discurso y no, como hasta ese momento, en tanto objetos del discurso de expertos y expertas y de las propias feministas, que se erigían en sus indebidas portavoces, reƝejando únicamente su propia manera de pensar. El discurso feminista ¿Cuál había sido ese discurso feminista, cuyos orígenes se remontan al primer feminismo -el sufragismo-, perpetuándose apenas sin cambio a partir de los años setenta en el seno del feminismo contemporáneo? Con un tufillo cristiano de proteccionismo compasivo, se concebía a la prostituta únicamente bajo la especie del victimismo, adoptándose, en la teoría, una política de prevención del fenómeno -según esta perspectiva el problema sería el paro- y de redención o rehabilitación si 43


ya “estaban dentro”. Las prostitutas, una vez que tuvieron voz propia, desmitiƜcaron este discurso: denunciaron la prevención como una falacia tranquilizadora de buenas conciencias porque el problema no ha sido nunca, según ellas, poder tener un trabajo -para los peor cualiƜcados y pagados, como por ejemplo el servicio doméstico, siempre hay demanda-, sino la ausencia de verdaderas oportunidades y trabajos dignos para las mujeres, que les permitan una subsistencia autónoma y un disfrute de los bienes de consumo de los que Occidente tanto se enorgullece. En cuanto al aspecto de la salida -la rehabilitación- para las que ya se hallan dentro, protestaron por la insuƜciencia del planteamiento y el moralismo añadido: para ser considerada una prostituta “buena” sólo resultaba bien vista la confesión de arrepentimiento por la actividad realizada y la petición de ayuda para salir de ese fango. No se contemplaba como legítima la posición que defendía el derecho a la continuidad en ese trabajo si eso parecía lo más conveniente a la prostituta de turno. La novedad, pues, la supuso el contemplar la posibilidad de permanecer ejerciendo el oƜcio, y recibir ayudas o apoyos para ello si fuera necesario, y no sólo si se deseaba salir del mismo. La prostitución como trabajo ¿Cuál es el contradiscurso de las prostitutas? Nos referiremos sobre todo a un aspecto particularmente relevante del mismo, especialmente en un contexto sindical, como es el de la consideración de la prostitución como un trabajo. Ello parece encerrar una trampa, muy debatida en el seno del feminismo: si concedemos igualdad de derechos a las prostitutas que al resto de la ciudadanía, ¿no estamos acaso reconociendo su actividad como legítima y de paso dejamos de cuestionar el sistema patriarcal, que es quien crea toda esta problemática? La respuesta que se suele dar es que lo que se pretende es legitimar a las mujeres, ahora deslegitimadas por su trabajo, no al patriarcado, y se ejempliƜca la situación precisamente con el caso de los sindicatos y el capitalismo: los trabajadores se organizan en sindicatos para defender sus derechos frente al capital, lo cual puede entenderse al Ɯn y 44


al cabo como una suerte de reformismo puesto que no se combate el sistema capitalista en tanto que tal, pero nadie pone en duda por ello la legitimidad de la actividad sindical. Así pues, mientras algunos sectores feministas debatían largamente sobre si la prostitución era un oƜcio, un trabajo o una profesión, las prostitutas decidieron autodenominarse “sex workers” -trabajadoras o profesionales del sexo-. Y por parte de los profesionales más simpatéticos de las ciencias sociales se ha empezado a entender su actividad desde los parámetros de la sociología del trabajo y no necesariamente de la sociología de la marginación y desviación. ¿Por qué se ha empezado a considerar incorrecto el análisis laboral desde parámetros de la sociología de la marginación y/o desviación? La prostitución se rige, como sabemos, por “la doble moral” cultural: en la cultura ideal la prostituta es rechazada - a lo que correspondería el área de análisis de la sociología de la desviación-, pero en la cultura real se le asigna una función social reconocida -correspondiente a la sociología del trabajo-, lo cual convierte a la prostituta en “trabajadora necesaria y en ciudadana estigmatizada”, tal y como señala Ignasi Pons. De paso señalaremos que un error muy común a evitar en el discurso dominante es el de identiƜcar la globalidad de la prostitución con las particularidades de la prostitución de la calle, sector actualmente minoritario y en regresión: son las de peor nivel cultural, toxicómanas (que se dedican a la prostitución); amas de casa; extranjeras; o bien las que no quieren trabajar para otros, como en los locales, preƜriendo marcar ellas mismas su horario etc. La mayoría de las prostitutas trabaja en locales cerrados, whiskerías, pubes y barras americanas de diverso nivel, seguidas por los locales de carretera. Las problemáticas serán, a todas luces, muy diferentes dependiendo del sector del que se trate y del nivel en el que se muevan. ¿Podemos considerar la prostitución como un trabajo cualquiera? Radicalmente no, a causa del estigma, de la marca, de la señal como prostituta. Es, probablemente, la categoría que más estigmatiza a las mujeres -y que más separación crea entre todas-. Es una etiqueta fija 45


por la que, hagas lo que hagas, eres una puta. De la estigmatización se deriva la ausencia de reconocimiento formal de la prostitución como un trabajo, por lo cual se ve excluida del derecho laboral; su invisibilidad impide a sus protagonistas la utilización de algunos servicios públicos y les priva del derecho de sindicación, y hasta hace bien poco se veía penalizada en ciertos aspectos relativos a la actividad prostitutiva, como por ejemplo, las tercerías -que terceras personas se lucren de un modo u otro con la prostitución-. Por último nos Ɯjaremos en otro debatido aspecto del fenómeno: ¿es un trabajo voluntario? Según Tabet, la separación, la división entre la esposa -lo bueno y apoyado socialmente- y la puta -lo opuesto, lo más deleznable, lo peor-, ha servido para fomentar de forma tan inexorable la estigmatización de las profesionales del sexo, que ha traído como consecuencia la idea de que nadie puede entrar por decisión en este trabajo si no es a la fuerza; en consecuencia la prostitución, cualquier forma de prostitución, se ve tratada desde esta óptica como una forma de esclavitud de las mujeres. Las prostitutas critican que de esta forma se oscurece la distinción entre el ejercicio voluntario de la profesión, que ellas reivindican como su derecho al trabajo sin estigma añadido, y la obligación del ejercicio de la prostitución, que implica violencia y que ha de ser perseguida. Si no se efectúa dicha distinción quienes desean iniciarse o continuar en la profesión serán susceptibles de persecución y nunca podrán ver reconocidos unos derechos laborales o, simplemente, unas mejores condiciones de trabajo.

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Lesbianas y Prostitutas: Una Hermandad Histórica Joan Nestle21

El predominio del lesbianismo en los burdeles de todo el mundo me ha convencido de que la prostitución, como una desviación del comportamiento, atrae en gran medida a mujeres que tienen un fuerte componente homosexual latente. A través de la prostitución, estas mujeres con el tiempo superan su represión homosexual. Frank Caprio: Female Homosexuality: A Psychodynamic Study of Lesbianism (1954) “Estamos teniendo la reunión durante la Lesbian/Gay Freedom Week porque muchas mujeres prostitutas son lesbianas –y sin embargo tenemos que luchar por ser visibles en el movimiento de mujeres y en el movimiento gay. Esto es debido en parte a nuestra ilegalidad, pero también porque al visibilizar nuestra profesión tenemos que enfrentar actitudes que sugieren que o bien somos “traidoras a la causa de las mujeres”, o bien no somos “verdaderas lesbianas”. Oradora en “Prostitutes: Our Life – Lesbian and Straight”, San Francisco, junio 1982

21 Texto tomado de A Restricted Country, Ithaca, NY: Firebrand Books, 1987. Traducción: Gabriela Adelstein, Buenos Aires, 2012. Joan Nestle (1940) es una escritora y editora lesbiana y cofundadora de los Lesbian Herstory Archives. Tuvo un protagonismo destacado durante las llamadas “guerras del sexo” en Estados Unidos de los años ‘80, durante las cuales las feministas antipornografía llamaron a la censura de sus historias eróticas, que se centran principalmente en las relaciones femme-butch. Link del archivo: http://www.lesbianherstoryarchives.org/

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Estas prostitutas “de puertas adentro” van en aumento. El Capitán Jerome Piazza de la Manhattan South Public Morals Division [División de Moralidad Pública de Manhattan Sur] estima que existen por lo menos 10.000 prostitutas en la ciudad. Women Against Pornography sostiene que hay 25.000 prostitutas trabajando dentro y fuera de la ciudad, más de 9.500 en el Lado Oeste solamente. West Side Spirit, 17 de junio de 1985 En preparación para la Conferencia sobre las Mujeres de Naciones Unidas, el gobierno de Kenya puso nuevos bancos en los parques, rellenó los baches, y barrió a las prostitutas de las calles. -- New York Times, 15 de julio de 1985

El impulso original detrás de este ensayo era mostrar cómo las lesbianas y las prostitutas siempre han estado conectadas, no sólo en la imaginación masculina sino también en sus historias reales. Esperaba que, al presentar las piezas de este territorio compartido, podría tener algún impacto sobre la posición feminista contemporánea sobre la prostitución, según la expresa el movimiento feminista antipornografía. Pero mientras leía y escuchaba, una visión más amplia se formó en mí: el deseo de devolver a las trabajadoras sexuales su propia historia, de la misma forma en que hemos tratado de hacerlo en los proyectos de historia lésbicos y gay de base, en todo el país. Las putas, como lxs queers, son el chiste sucio de una sociedad. El simple hecho de sugerir que tienen una historia, no como un mapa patológico sino como un registro de un pueblo, implica desaƜar fronteras sacrosantas. Al leer sobre la complicada historia de las prostitutas, me di cuenta una vez más de que también estaba leyendo historia de las mujeres, con todas sus contradicciones de opresión y resistencia, de hermandad y traición. En este trabajo intentaré honrar ambas historias: la de la mujer prostituta y la de la mujer queer. 48


Primero, mi propio punto de partida. En los bares de Ɯnes de los años ’50 e inicios de los ’60 en los que aprendí mi manera lésbica de vivir, las putas eran parte de nuestro mundo. Nos sentábamos en los taburetes una al lado de la otra, nos íbamos de juerga juntas, hacíamos el amor juntas. La brigada contra el vicio, los precursores de la Morals Division [División de Moralidad] con quienes las Women Against Pornography no tienen ningún escrúpulo en colaborar, controlaba nuestro mundo, y sabíamos claramente que entre puta y queer, cuando empezaba la redada, no había ninguna diferencia. Este territorio compartido se quebró, por lo menos para mí, cuando entré en el mundo del feminismo lésbico. Las putas y las mujeres que parecían putas se convirtieron en el enemigo o, en el mejor de los casos, en mujeres oprimidas y confundidas que necesitaban nuestra ayuda. Algunas de las primeras conferencias sobre feminismo radical y prostitución estuvieron caracterizadas por la ausencia total de trabajadoras sexuales, en todas las reuniones. La prostituta era una vez más la Otra, como lo había sido antes en los movimientos feministas de pureza sexual de Ɯnes del siglo XIX. Se me ocurrió una conexión mucho más estrecha cuando leí el legado de mi madre, sus escritos borroneados, y descubrí que en distintos momentos de su vida mi madre se había prostituido para pagar el alquiler. Había sabido esto siempre, en alguna otra parte de mí misma, en especial cuando compartí su cama en el Hotel Dixie en el corazón de la Calle 42 de Nueva York durante uno de los períodos en los que ella estaba sin trabajo, pero nunca había permitido que la verdadera vida de mi madre calara en mí, de muchas maneras, y ésta había sido una. Y Ɯnalmente, en mi propia vida recientemente he entrado en el ámbito del sexo público. Escribo historias de sexo para revistas lésbicas, poso para fotografías explícitas de fotógrafas lesbianas, hago lecturas de materiales sexualmente gráƜcos vestida con ropa sexualmente reveladora, y he recibido dinero de mujeres por actos sexuales. Según quien sea que haga la acusación, soy una pornógrafa, una queer, y una puta. Así, por razones tanto políticas como personales, se me hizo evi49


dente que tenía que escribir esto. Una de las referencias especíƜcas más antiguas que encontré a la conexión entre lesbianas y prostitutas está en las primeras páginas del libro de William W. Sanger History of Prostitution. En forma similar al proceso de leer las primeras referencias históricas a lesbianas, es necesario despegar a las mujeres del lenguaje crítico en el que están incrustadas. La prostitución, nos dice Sanger, “mancha los registros mitológicos más tempranos.”22 Analiza el Antiguo Testamento, revelando que Tamar, hija de Judá, cubría su rostro con un velo, el signo de una ramera. Muchas de las mujeres “arrojadas a los caminos como refugio, vivían en puestos y tiendas, donde combinaban el comercio de vendedora ambulante con la ocupación de ramera.”23 Aquí se establecen dos temas importantes, el uso de determinada ropa como anuncio y como expresión de estigma, y el problema del trabajo de las mujeres. Es en el capítulo sobre Grecia Antigua que encontramos en Sanger la primera referencia concreta a la historia lésbica. Junto a las casas de prostitución atenienses llamadas dicteria “había escuelas en las que las jóvenes mujeres eran iniciadas en las prácticas más repugnantes, por mujeres que las habían adquirido de la misma manera.”24 Aquí hay evidencia de actividad intergeneracional homosexual, que también es utilizada para la transmisión de técnicas de supervivencia de la subcultura. Una conexión más desarrollada se revela en su análisis de una de las cuatro clases de prostitutas griegas: las Ɲautistas conocidas como auletrides. Estas talentosas músicas eran contratadas para tocar y bailar en banquetes, después de los cuales sus servicios sexuales podían ser comprados. Una vez al año, estas mujeres se reunían para honrar a Venus y celebrar su oƜcio. No se permitía la presencia de ningún hombre en estos ritos primitivos, excepto a través de dispensa especial. 22 Sanger, William, History of Prostitution: Its Extent, Causes and Eƛects Throughout the World, New York, 1876, pág. 2 23

Sanger, William, op. cit, págs. 3-7

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Sanger, William, op. cit, pág. 48

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Su banquete duraba desde el anochecer hasta el amanecer con vinos, perfumes, comidas delicadas, canciones y música. Una vez estalló una disputa entre dos de las asistentes, en relación con su respectiva belleza. El resto de las participantes exigió realizar una prueba, y [el poeta relator] dio un largo y gráƜco informe de la exhibición, pero el gusto moderno no nos permitirá transcribir los detalles... Se ha sugerido que estos festivales se originaron en, o dieron origen a, esas enormes aberraciones de la mente femenina griega conocida por los antiguos como amor lésbico. Existen serios motivos para creer en algo por el estilo. En efecto, Lucius aƜrma que, mientras la avaricia incitaba a los placeres comunes, el gusto y el sentimiento inclinaba a las Ɲautistas hacia su propio sexo. Es necesario abundar sobre tan repulsivo tema25.

Oh cuán errado está el académico caballero. Este pasaje, muy alejado del original, puede ser una mezcla de algo de historia griega y de mucho de actitud victoriana, pero resulta provocador, tanto por el chismecito informativo como por el lenguaje que usa para expresarlo. En 1985 asistí a mi primer Women’s Music Festival de Michigan. Durante todas las festividades me la pasé pensando en esas antiguas Ɲautistas dándose placer recíproco, y me preguntaba si algunos de los temas del feminismo cultural cambiarían si se reconociera este legado histórico. La primacía de los códigos de vestido atraviesa la historia de la prostitución. Esta teatralidad de cómo las prostitutas tenían que ser marcadas socialmente para apartarlas de la mujer domesticada, y cómo la población de prostitutas respondía a estas demandas del estado, me hizo pensar muchas veces en las formas en que las lesbianas han usado ropas para declararse como un tipo diferente de mujer. Las prostitutas, incluso hasta Ɯnes del siglo XIX, eran descriptas como mujeres antinaturales, criaturas que no tenían conexión con esposas y madres, así como las lesbianas fueron llamadas, años más tarde, “tercer sexo”. Citando un texto de 1830, Ruth Rosen dice en The Lost Sisterhood: “Ella [la prostituta] podía satisfacer las necesidades de los 25

Sanger, William, op. cit, pág. 50

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hombres porque un gran abismo separaba a su naturaleza de la de otras mujeres. En el carácter femenino, no hay término medio. Debe existir en inmaculada inocencia o en vicio sin esperanzas”26. Esta visión de la prostituta como otra especie de mujer continuaría a través de los años. En 1954, Jess Stern, una difusora de subculturas eróticas, escribe: “Lo único de lo que estaba segura en ese momento era de que la prostituta se parece tanto a otras mujeres como una cebra se parece a un caballo. Es una raza distinta, más diferente de sus hermanas bajo la piel de lo que ella –o el resto de la sociedad– puede comprender... Tienen un común denominador, una cualidad esencial que las distingue de otras mujeres: un profundo desprecio por el sexo opuesto”27. Aparentemente, tanto las tortas como las putas tienen una herencia histórica de redeƜnir el concepto de mujer. Para asegurarse de que la prostituta no se incorporara a la población de “verdaderas mujeres”, a través de los siglos los distintos estados han establecido reglamentaciones para controlar su forma de presentarse y sus movimientos físicos. En los tiempos de la Grecia Clásica, todas las putas tenían que usar túnicas Ɲoreadas o rayadas. En algún momento, si bien ninguna ley lo decretaba, las prostitutas se tiñeron el cabello de rubio, en un gesto común de solidaridad. En el período romano, “la ley prescribía con detalle la vestimenta de las prostitutas, sobre el principio de que debían distinguirse en todo de las mujeres honestas. Así, no se les permitía vestir la casta stola que escondía las formas ni el Ɯllet con el que las mujeres romanas se ataban el cabello ni usar zapatos o joyas o túnicas color púrpura. Éstas eran las insignias de la virtud. Las prostitutas usaban la toga como los hombres... Algunas incluso iban un poco más allá en atrevida declaración de su oƜcio y usaban sobre la toga verde una chaqueta blanca corta, el símbolo del adulterio”28. Un detalle llamativo a través de la historia de las reglamentaciones estatales respecto del vestido de las prostitutas es 26 Rosen, Ruth, The Lost Sisterhood: Prostitution in America 1900-1928, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1982, pág. 6 27 Stern, Jess, Sisters of the Night, New York: Grammercy Publishers, 1956, págs. 13 y 15 28

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Sanger, William, op. cit, pág. 75


la inclusión de atavíos masculinos, como parte del proceso de estigmatización. Por ejemplo, a Ɯnes del siglo XIV, nos dice Lydia Otis: “Las prostitutas debían llevar una marca en su brazo izquierdo... mientras que en Castres (en 1375) el signo reglamentario era un sombrero de hombre y un cinturón escarlata”29. Aquí, como en la historia lésbica, el travestismo señala la ruptura del tradicional territorio erótico, y por lo tanto social, de las mujeres. Durante los trescientos años siguientes, las prostitutas fueron marcadas por el estado, tanto siendo forzadas a usar un cierto tipo de ropa o símbolos identiƜcatorios (como un nudo rojo sobre el hombro, un pañuelo blanco, o, en escalofriante preƜguración de la historia de mediados del siglo XX, un cordón amarillo sobre sus mangas) como mediante restricciones físicas. Al leer los códigos de vestimenta obligatorios, recordé la advertencia que las lesbianas mayores me hacían en los años ’50 cuando me preparaba para salir de noche: siempre usar tres prendas de vestir femeninas para que la brigada contra el vicio no te pueda arrestar por travestismo. Los estados también redactaban listados de controles para deƜnir la cantidad de motivos por los cuales las prostitutas podían perder sus libertades sociales. En la Francia del siglo XV, una prostituta se arriesgaba a tres meses de prisión si: 1. aparecía en lugares prohibidos, 2. aparecía a horas prohibidas 3. caminaba por las calles a la luz del día de forma tal de llamar la atención de la gente que pasaba30. Cinco siglos más tarde en otro continente, el lenguaje de control tiene el mismo propósito pero es más elaborado en sus requisitos, según 29 Otis, Leah Lydia, Prostitution in Medieval Society, Chicago: University of Chicago Press, 1985, pág. 80 30

Sanger, William, op. cit, pág. 50

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H.B. Woolston: Reglas para la Reservación, El Paso, Texas, 1921 Las mujeres deben: 1. mantener las puertas mosquiteras trabadas desde adentro y tener una cortina sobre la mitad inferior de la puerta mosquitera; 2. sentarse lejos de las puertas y ventanas y no sentarse con las piernas cruzadas de manera vulgar y deben mantener las polleras hacia abajo; 3. quedarse en sus habitaciones después de las doce, y cuando salen a la calle no deben ser escandalosas ni bulliciosas ni jugar unas con otras ni con hombres. No deben abrazar a hombres ni a mujeres por la calle ni tratar de arrastrar hombres a sus cuartos. Las mujeres no deben: 4. sentarse en las ventanas con las persianas bajas o pararse en las puertas en ningún momento; 5. cruzar la calle a mitad de cuadra, sino que deben ir hasta la segunda o tercera calle y cruzar allí; 6. gritar o aullar de una habitación a otra o utilizar lenguaje soez y vulgar; 7. vestir ropas llamativas o cometer cualquier acto de Ɲirteo o cualquier acto que atraiga atención inusual en las calles,

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8. trabajar con las luces apagadas31. Quiero reproducir estos decretos de control aquí porque son los documentos históricos de la opresión de las prostitutas. Creo que pocas personas son conscientes de cuán completamente podía infringir la policía la vida de una trabajadora sexual. Estos decretos también presagian el control que la brigada contra el vicio ejercería en los bares de lesbianas en los años ’50, cuando incluso lo que hacíamos en los baños era vigilado. Sin embargo, dentro de estas restricciones, algunas mujeres fueron capaces de transformar sus prisiones sociales en libertades sociales, convirtiéndose en las mujeres intelectuales libres de su época. La historia de la prostitución tiene sus luminarias, mujeres que usaron el poder de su lugar estigmatizado para convertirse en mujeres inusuales, mujeres que vivían fuera de las limitaciones domésticas que mantenían atrapadas a la gran mayoría de sus hermanas. Así tenemos las biografías de cortesanas famosas, que alaban su inteligencia y describen su participación en la literatura y la política. La prostitución exitosa logró para algunas putas lo que “pasar” por hombres logró para algunas lesbianas: las liberó de la rígidamente controlada esfera de las mujeres. Una rica fuente de historia lésbica todavía sin explotar son los diarios y las biografías de cortesanas, madamas, desnudistas y otras trabajadoras sexuales. Por supuesto, tomar estos documentos seriamente, tan seriamente como las cartas de amigas en el siglo XIX, pondrá a prueba las fronteras de clase y de actitud de muchas académicas feministas. Otro problema es que en estos trabajos, realidad y Ɯcción están a menudo entrelazadas, pero tanto los escritos verídicos como las creaciones más imaginativas pueden ser recursos valiosos para armar en conjunto una historia lesbiana más completa. En el libro de Cora Pearl Grand Horizontal: The Erotic Memoirs of a 31 Woolston, H.B., Prostitution in the United States Prior to the Entrance of the United States into the World War, 1921. Reimpresión: Montclair, NJ: Patterson-Smith, 1969, págs. 336-337

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Passionate Lady, escrito en 1873, hay varias menciones de actividades homosexuales femeninas. La primera tiene lugar en un convento francés para niñas pobres, en el año 1849. La narradora pronto descubre que sus compañeras de escuela habían aprendido a darse placer unas a otras. “El grado de interés que mis compañeras exhibían no sólo por sus propios cuerpos sino por los de las otras, era algo extraño para mí.” La autora luego prosigue describiendo detalladamente una escena de iniciación sexual en una bañadera bajo la cuidadosa tutela de Liane, una estudiante mayor que lleva a dos de las muchachas más jóvenes al orgasmo mientras el resto las observa. A la noche, la futura cortesana dice, “se me enseñaban los placeres del cuerpo que en un año o dos llegaron a ser tan intensos que estaba convencida de que cualquiera que los desatendiera era decididamente una tonta. Estos placeres eran exclusivamente femeninos.” Cuidadosamente asegura a su lectora que estos placeres nunca fueron impuestos a ninguna muchacha demasiado joven o inexperta para recibirlos, y luego sigue relatando cómo descubrió que las mujeres mayores, las maestras de la escuela, también disfrutaban del sexo lésbico. “De pronto entrando en una de las aulas para buscar un paquete de agujas descubrí a Bette arrodillada frente a la Hermana Rose, una de las maestras más jóvenes y bonitas, con la cabeza metida bajo sus polleras. Tuve tiempo de ver una expresión en su rostro que me era familiar como los rostros de mis amigas en ciertos momentos de placer mutuo”32. La narradora desarrolla una Ɯlosofía del placer basada sobre estos encuentros sexuales tempranos, pero los vínculos afectivos femeninos también son parte de la experiencia. “Nuestros experimentos nocturnos en el dormitorio pueden imaginarse. Eugenie, mi amiga particular, oyendo de Bette sobre el incidente con la Hermana Rose, estaba decidida a introducirme al placer que labios y lengua pueden dar, y no sentí en absoluto que ese placer fuera mitigado por el disgusto; en ese momento y desde entonces, fui plenamente consciente de que uno de los mayores goces en la vida es experimentar el placer que una pueda dar a sus amantes. Y ahora ya era adulta, y estaba ansiosa por experimentar yo misma el mayor grado posible del placer 32

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Pearl, Cora, Grand Horizontal, New York: Stein and Day, 1983, pág. 22


que podía dar a otras. En general formábamos parejas, y crecía entre muchas de nosotras una verdadera y real devoción, incomparable... Nuestros experimentos tuvieron su efecto en mi carrera posterior, porque aprendí en esa época a no temer ninguna actividad de la cual resultara placer”33. Más adelante en sus memorias, Cora se acuesta con la esposa lesbiana de un cliente masculino, una mujer descripta en términos que hoy llamaríamos butch. “Entonces ella me invitó a calentarla, y siendo su huésped, lo hice. Tenía una constitución robusta y muscular, con senos que eran Ɯrmes más que llenos, en realidad presentando no más torso de mujer que algunos hombres que he conocido.” La esposa pide a Cora que comparta su cama, explicando: “No mucho después del matrimonio ella descubrió que los hombres y sus cuerpos eran, si no enteramente repugnantes, al menos no excitantes para mí, mientras que la admiración femenina por el cuerpo de mujer era lo que no podía evitar desahogar”34. Mientras hacen el amor, Cora reƝexiona: “Otra mujer debe seguramente saber, por darse placer a sí misma, como dar placer a alguien de su sexo.” En el mundo de la investigación histórica sobre las mujeres, a menudo escuchamos esta aƜrmación, pero las mujeres “buenas” no hablaban sobre sexo en esos días. Si recurrimos a diferentes fuentes, sin embargo, como los escritos y registros de mujeres sexualmente deƜnidas, podemos descubrir que mujeres de distintas posiciones sociales hablaban en muchas formas. El desafío es si realmente queremos oír sus voces, y cómo vamos a integrarlas en lo que Adrienne Rich ha llamado el continuum lésbico. En 1912 Almeda Sperry, una prostituta anarquista lesbiana, entra en ambas historias al escribir una carta a Emma Goldman que utiliza una franqueza de lenguaje por la que estamos ávidas en nuestra investigación. “Querida, es una buena cosa que me haya ido cuando me fui —de hecho, habría tenido que irme de todas maneras. Si sólo hubiera tenido el coraje suƜciente para matarme cuando llegaste al climax, entonces— entonces habría conocido la verdadera felicidad, porque 33

Pearl, Cora, op. cit., pág. 23

34

Pearl, Cora, op. cit., pág. 166

57


en ese momento tenía completa posesión de vos... Satisfecha, ah Dios no. En este momento estoy escuchando el ritmo del pulso que se siente en tu garganta. Estoy Ɲuyendo con tu caudal sanguíneo, recorriendo los lugares secretos de tu cuerpo. No puedo escapar al chorro rítmico de tus jugos amorosos”35. Emma Goldman, según el trabajo de Candace Falk Love, Anarchy and Emma Goldman, no era extraña a las descripciones francas del deseo, así que no resulta sorprendente que haya inspirado una respuesta tan apasionada. Almeda Sperry, lesbiana y prostituta, debería ser parte de nuestra historia tanto como Natalie Barney o las Damas de Llangollen. Pero ni su lenguaje ni su profesión son elegantes. Aunque no pueda encuadrársela fácilmente en las listas de lectura académicas, la comprensión de nuestra historia, de la historia de las mujeres, será más pobre si se excluyen tales voces. En las memorias de Nell Kimball, una madama heterosexual, se hacen muchas referencias a lesbianas. Una de las más famosas madamas de su época fue Emma Flegel, nacida en 1867, una inmigrante judía de Lübeck, Alemania que llegó a los Estados Unidos y trabajó como ayudante de cocina hasta que las circunstancias la obligaron a casarse y establecerse en Saint Louis. Allí abrió un burdel muy exitoso y fue conocida por toda la subcultura por sus aventuras amorosas con sus chicas. “Emma aparentemente siempre tenía una favorita entre sus chicas, con la cual tendría un enamoramiento durante más o menos un año antes de buscar una nueva favorita” (información enviada a los Lesbian Herstory Archives). Aquí vemos cómo la historia étnica lésbica puede interconectarse con la historia general tanto de lesbianas como de prostitutas, siempre que la vergüenza no interƜera. Esto no implica una historia sin conceptos o conƝictos, pero sí un compromiso por abrir un nuevo territorio, por la inclusión de mujeres que puedan desaƜar las categorías lesbofeministas imperantes. Además de reconocer la historia de las prostitutas como una fuente valiosa para la historia lésbica, otra conexión que surge es la lesbiana 35 Falk, Candace, Love, Anarchy and Emma Goldman, New York: Holt, Rinehart and Winston, 1984, págs. 174-175

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clienta y protectora de prostitutas. En la maravillosa y conmovedora historia de Jeanne Bonnet, una lesbiana que se vestía como hombre en San Francisco a Ɯnes de la década de 1870 (rescatada por el trabajo del San Francisco Lesbian and Gay History Project y por Allan Bérubé en particular), encontramos una mujer que llegó a los burdeles de Barbary Coast como clienta pero en 1876 decidió enrolar a algunas de las mujeres que visitaba en su banda de mujeres. Terminaron sus vidas como prostitutas y sobrevivían como ladronzuelas. Una de las mujeres que le ganó al proxeneta, Blanche Buneau, se convirtió en su amiga especial. Pero la ira del hombre despreciado persiguió a las dos mujeres hasta la privacidad de sus vidas. En palabras de Allan Bérubé: “Cuando ya había anochecido, según Blanche, Jeanne se sentó en un sillón a fumar su pipa y beber un vaso de cognac. Se quitó su vestimenta masculina, se metió en la cama, y con la cabeza apoyada sobre el codo esperó a que Blanche viniera a acompañarla. Blanche se sentó sobre el borde de la cama y se agachó para desatarse los cordones, cuando un disparo atravesó la ventana hiriendo a Jeanne, quien gritó ‘Me reúno con mi hermana’, y murió.” Cuentan que a su funeral en el año 1876 asistieron “muchas mujeres de la clase equivocada... las lágrimas lavaban pequeños surcos a través de la pintura de sus mejillas”36. En el trabajo de Jonathan Katz Gay/Lesbian Almanac: A New Documentary, encontramos una mención a un “caso femenino, R., edad treinta y ocho”, quien “proclama sus características de la forma más Ɲagrante a través de su forma de vestir que es siempre con los sombreros más masculinos y zapatos pesados. Se gana la vida prostituyéndose homosexualmente para varias mujeres”37. Aquí, redactada en el lenguaje del Dr. Douglas C. McMurtrie, autor de “Some Observations on the Psychology of Sexual Inversion in Women” [“Algunas observaciones sobre la psicología de la inversión sexual en mujeres”], tenemos otra pista de historia lésbica. Quizás R. parecerá más merecedora de nuestra atención cuando nos dice el doctor: “R. 36

Bérubé, Allan, manuscrito enviado a los Lesbian Herstory Archives (LHA)

37 Katz, Jonathan, Gay/Lesbian Almanac: A New Documentary, New York: Harper and Row, 1983, pág. 339

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no siente absolutamente ninguna vergüenza ni pudor respecto de su posición. En la ciudad [...] frecuenta lugares públicos vestida de una forma que atrae la atención general. Acumula el desprecio y el ridículo de las mujeres normales y femeninas que la ven. Sin embargo, parece más bien disfrutar de esta atención y estas críticas adversas”38. Las mujeres homosexuales que visitaban prostitutas lesbianas están también documentadas por Frank Caprio, un psicólogo pop de los años ’50, que captura perfectamente la combinación de prejuicio y sensacionalismo de esa década. “En estos burdeles, conocidos como Templos de Safo, las prácticas lésbicas consisten en coito mediante el uso de un sustituto de pene, masturbación recíproca, tribadismo y cunnilingus. Si bien muchas de las clientas son homosexuales pasivas, a menudo asumen un rol activo y de este modo encuentran un desahogo para sus ansias homosexuales reprimidas. Uno de estos Templos de Safo en París, que atiende a clientas mujeres, está amueblado suntuosamente. Un bar ocupa una parte de la planta baja, donde pueden obtenerse bebidas alcohólicas. Las internas lesbianas están vestidas en ropa interior transparente y sensual, y estimulan a sus clientas con gestos invitantes. En la planta superior, las habitaciones privadas están dedicadas a las relaciones sexuales que siguen al encuentro preliminar...”39 El desafío para las historiadoras lésbicas reside en discriminar aquí qué es verdadera cultura lésbica y qué es imaginación de Caprio, pero de hecho sabemos, a partir de relatos orales, que tales lugares existieron— y no sólo en la exótica París. Mabel Hampton, por ejemplo, una lesbiana negra de ochenta y cuatro años de Nueva York, cuenta sobre un burdel en Harlem durante los años ’30 que atendía sólo a clientas mujeres, y cuya madama lesbiana tenía una escopeta cerca de la puerta para ahuyentar hombres curiosos. Un punto importante que quiero señalar es la necesidad de incluir 38

Katz, Jonathan, op. cit., pág. 339

39 Caprio, Frank, Female Homosexuality: A Psychodynamic Study of Lesbianism, New York: Grove Press, 1954, pág. 93

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preguntas sobre prostitución y prostitutas en toda historia oral que se haga con mujeres lesbianas mayores. Si el mensaje que se transmite es que éste es un territorio vergonzoso, que la entrevista “feminista” se espantaría de putas femme o proxenetas butch, de un sinfín de superposiciones culturales y personales de estos dos mundos, toda esta parte de nuestra historia de las mujeres será nuevamente clandestina. Perderemos percepción y comprensión sobre cómo organizan sus vidas las lesbianas en particular y las mujeres en general que viven fuera de los límites de los arreglos domésticos aceptables. Las lesbianas han acudido a prostitutas, y lo siguen haciendo, en busca de sexo, además de trabajar como prostitutas ellas mismas. En 1984 en un pequeño pueblo de Tennessee, la policía armó una trampa para una redada utilizando a una mujer policía que se hizo pasar por prostituta. Después de que se hicieran los arrestos por oferta sexual, los nombres de los arrestados fueron publicados en el periódico del pueblo. En un artículo titulado “Police Sex Sting Nets 127” [“Redada Sexual Policial Atrapa a 127”], oímos una voz de mujer: ... y muchos de ellos admitieron que habían cometido un error. “Algunos errores pueden ser cometidos una sola vez,” dijo la única mujer acusada durante la operación secreta, que duró tres días. “Mi madre y mi abuela son ministras en Missouri. No soy una delincuente.” La mujer, que cumplió 24 años hoy, lloró sentada en su auto después de recibir la notiƜcación. Estaba convencida de que sería echada de su trabajo, al que había accedido recientemente. “Tengo algunas amigas, pero las cosas no están muy bien en este momento,” le dijo al señuelo policial. Más tarde le dijo a un reportero que pensaba que la operación secreta no había sido justa. “Creo que los canas tendrían que haber dicho, ‘Hey, no lo hagas de nuevo,’ y tendrían que haberme dejado vivir mi vida. 61


“Estás hablando de una nota para el diario. Yo estoy hablando de mi carrera”40.

En las primeras décadas del siglo XX, la imaginación popular y legal a menudo confundía a lesbianas y prostitutas. Mabel Hampton, que vivió como lesbiana a partir de su primera adolescencia, relata cómo fue arrestada en 1920 en la casa de una mujer blanca, mientras esperaba a una amiga. Debido a una denuncia anónima de que se estaba realizando una Ɯesta descontrolada, tres “canas” entraron destrozando la puerta; si bien Hampton era claramente una “mujer de mujeres”, fue arrestada por prostitución y encerrada en el reformatorio de Bedford Hills por dos años, a la edad de diecinueve. Según Hampton, muchas de las muchachas arrestadas por prostitución eran de hecho lesbianas. Tomando la adversidad como un desafío, Mabel Hampton resume su experiencia en Bedford Hills comentando: “La pasé superbien con todas esas chicas.” Y no sólo Mabel la pasó bien. Estelle Freedman ha escrito una crónica del escándalo por lesbianismo que golpeó a Bedford Hills pocos años más tarde. Aquí tenemos otra pista para una historia más completa del lesbianismo: debemos recurrir a los registros de las prisiones y comenzar a explorar las vidas que encontraremos resumidas en las escuetas frases del estado. Sabemos, a partir de The Lost Sisterhood, que en los años ’20 las prostitutas se habían convertido en víctimas de las campañas contra el vicio que establecieron prácticas de acoso, vigilancia y arresto, que luego serían usadas contra las lesbianas claramente deƜnidas y sus lugares de reunión. “El crecimiento de tribunales especiales, brigadas contra el vicio, trabajadoras sociales y prisiones para combatir la prostitución”41 se convirtió en la herencia lesbiana de los ’40 y ’50. H.B. Woolston detalla la metodología. Un formulario policial utilizado para interrogar a prostitutas detenidas en la década de 1920 muestra las siguientes categorías, bajo el título de salud general: “Uso

40

Tennessean, 22 de noviembre de 1984

41

Rosen, Ruth, op. cit., pág. 19

62


de Alcohol, Drogas, Perversión, Homosex”42. Es en esta década que la policía se vanagloria de los nuevos métodos que desarrollaron para humillar a las trabajadoras sexuales: “Un método espectacular para infundir terror en el corazón de los malvivientes es una redada repentina y a veces violenta. Un furgón patrullero llega a toda velocidad a la casa sospechosa. Los policías se precipitan y atacan las distintas entradas y salidas y agarran a los presentes”43. Cincuenta años más tarde, Barbara Turrill, una prostituta, describe una redada en un bar con estas palabras: “Podés sentirlos en el aire, cuando estás en el bar, y a veces sacan a todo el bar a la calle, a todas las chicas sentadas en la barra, y las meten en el furgón y las llevan al centro y las hacen pasar por un montón de líos. Ellos pueden entrar y llevarte por I and D (idle and disorderly persons, personas ociosas y de mala conducta), aunque sea”44. Cualquier lesbiana que haya estado en una redada de bar reconocería esta descripción. Otro ejemplo notable de cómo los dos mundos se juntan se encuentra en un fragmento de una historia oral de Rikki Streicher, dueña de un bar lésbico en San Francisco. La época son los años ’40, pero el incidente tiene sus raíces a principios del siglo XX: “Yo trabajaba como mesera en el Paper Doll. Alguien llamó y dijo que venía la cana. Mandé a todo el mundo a su casa y me quedé. Así que yo era la única ahí, y me llevaron. Si eras mujer, los cargos generalmente eran 72 VD, lo que signiƜcaba que te llevaban a hacer un test de enfermedades venéreas y 72 horas era el tiempo que tardaba. Así que me llevaron pero decidieron no arrestame. Así que una amiga vino y me sacó”45.

42

Woolston, H.B., op. cit. pág. 331

43

Woolston, H.B., op. cit. pág. 214

44 Turrill, Barbara, “Thirty Minutes in the Life”, transcripción de charla en radio WGBH, 13 de mayo de 1976, en LHA, pág. 8 45 Streicher, Rikki, extracto de una entrevista aparecida en In The Life, No. 1, otoño 1982 publicada por la West Coast Lesbian Collection, en LHA, pág. 5

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Aquí la lesbiana es controlada por la policía con un procedimiento que surge de la actitud social que ve a la prostituta como portadora de una enfermedad social. En los registros médicos del estado, la historia lésbica y la historia de las prostitutas a menudo se uniƜcan. Según la Dra. Virginia Livingston, del cuerpo médico del Brooklyn Hospital for Infectious Disease durante la Segunda Guerra Mundial, “el hospital tenía una clínica para prostitutas y muchas de las prostitutas eran lesbianas”46. La conexión entre sexo y enfermedad que persiguió a las prostitutas durante los años de la guerra, causando muchos encarcelamientos forzosos, está nuevamente en el aire social. Y una vez más, putas y queers deben estar alerta a la pérdida de las libertades civiles debida al pánico social. Dado que las prostitutas fueron la primera comunidad vigilada de mujeres fuera de la ley, se vieron forzadas a desarrollar una subcultura de supervivencia y resistencia. Hemos relevado algunos detalles de esta cultura en el análisis previo de las vestimentas y las reuniones de mujeres. Pero para entrar en los tiempos modernos, sugiero que existe mucha historia lésbica no explorada en las llamadas cuevas de vicio legalizado que surgieron en la primera década del siglo XX. En los famosos distritos de luz roja de la época, en el Storyville de Nueva Orleans, en la Barbary Coast de San Francisco, en los distritos de Five Points y Tenderloin de Nueva York, las historias de lesbianas están esperando ser contadas. Una publicidad de uno de los famosos “libros azules” de la época incluía en sus listados de servicios sexuales disponibles una referencia a entretenimiento homosexual femenino47. De la subcultura de la prostitución viene la frase “in the life” [“en la vida”], que es la forma en que las lesbianas negras deƜnirán sus identidades lésbicas en los años ’30 y ’40. De este mundo viene el uso de un timbre o una luz para avisar de la llegada de la policía a los salones internos de un bar lesbiano, una tradición que todavía operaba en los años ’50 lesbianos. Rosen nos dice que “Estos distritos, si bien en estado de transición, ofrecían 46

Livingston, Virginia, entrevista radio WBAI, 7 de marzo de 1980

47

Rosen, Ruth, op. cit., pág. 82

64


de todos modos a las mujeres cierto grado de protección, apoyo y validación humana... El proceso de adaptarse al distrito... incluía una serie de introducciones al nuevo lenguaje... el humor y el folklore de la subcultura”48. Una prostituta del libro de Kate Millett The Prostitution Papers comentará, años más tarde: “Es divertido que la expresión “go straight” [“ir derecho”] es la misma expresión para la gente gay. Es gracioso que ambos mundos usen esa expresión”49. La última y quizás más irónica conexión entre estos dos mundos que quiero analizar es cómo las lesbianas y las prostitutas están ligadas en la bibliografía psicológica. Uno de los modelos preponderantes para explicar la “enfermedad” de las prostitutas en los años ’50 sostenía que las prostitutas eran en realidad lesbianas disfrazadas que sufrían de un complejo de Edipo y por lo tanto eran hostiles a los hombres. Como escribe Caprio en su trabajo de 1954: “Aunque parezca paradójico pensar que... las prostitutas tengan fuertes tendencias homosexuales, lxs psicoanalistas han demostrado que la prostitución representa una forma de pseudoheterosexualidad, una fuga de las represiones homosexuales”50. Helen Deutsch veía el problema bajo otra luz interesante. La identiƜcación de la prostituta era con la madre masculina y ella “tiene la necesidad de ridiculizar a las instituciones sociales, la ley y la moralidad, así como a los hombres que imponen tal autoridad”51. Otro tipo de prostituta, continúa Deutsch, es “la mujer que reniega de la ternura y la gratiƜcación femenina en favor de la agresividad masculina que imita”52, convirtiéndola en una lesbiana latente. Mezcladas con los intentos por explicar la enfermedad de la prosti48

Rosen, Ruth, op. cit., pág. 102

49 41

Millett, Kate, The Prostitution Papers, St. Albans, NY: Paladin Books, 1975, pág.

50

Caprio, Frank, op. cit, pág. 93

51 Bullough, Vernon, “Prostitution, Psychiatry and History”, en Bullough, Vernon (comp.), The Frontiers of Sex Research, Buƛalo, NY: Prometheus Books, 1979, pág. 89 52

Bullough, Vernon, op. cit., pág. 89

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tuta, están las historias de vida de las mujeres. Caprio, por ejemplo, dice que ha hecho cientos de entrevistas a prostitutas lesbianas de todo el mundo. No puedo dedicar demasiadas palabras a esta conexión, porque he sentido el peso de estas teorías en mi propia vida. Mi madre me llevó a médicos, a principios de los ’50, para ver quién podía curar a su hija monstruosa. Alcanza decir que las prostitutas y las lesbianas tienen una historia compartida de lucha contra la ley, la religión y la medicina, todas intentando explicar y controlar la “patología” de estas mujeres inusuales. Las prostitutas lesbianas han sufrido la totalidad de sus dos historias como mujeres perversas: han sido llamadas pecadoras, enfermas, antinaturales, y una contaminación social. En la década del lesbofeminismo no se las ha llamado de ninguna manera, porque son invisibles. Hasta un historiador gay tan astuto y comprensivo como Jeƛrey Weeks siente la necesidad de negar su existencia, en aras de postular una historia lesbiana libre de patriarcado. La existencia de prostitutas lesbianas no es una mancha en la historia de nuestra gente; sus historias nos dan pistas sobre la complejidad de la historia lésbica especíƜcamente, y sobre la historia de las mujeres en general. Mientras hacía esta investigación, me impresionaron las conexiones entre tres mundos aparentemente dispares: la lesbiana, la prostituta y la monja, todos ejemplos de mujeres no domesticadas que forman comunidades marcadas por las relaciones entre mujeres. En 1985, la comunidad lesbofeminista entusiastamente dio la bienvenida al mundo de monjas lesbianas dentro del continuum lésbico. Y la reciente investigación sobre la prostitución en la sociedad medieval realizada por Leah Lydia Otis evidencia una profunda conexión entre por lo menos dos de estos grupos. En el siglo XV, no era inusual que enteras casas de prostitución, manejadas por mujeres, se convirtieran en conventos cuando alcanzaban la edad de retirarse. Así la hermandad quedaba preservada, y las mujeres podían seguir viviendo en una versión de separatismo medieval. Como siempre, la documentación homosexual es más difícil de encontrar, pero podemos vislumbrarla. “En Grasse en 1487 una prostituta fue sentenciada a pagar una multa de 50 chelines por haber desobedecido la reglamentación del vicario 66


que prohibía a las prostitutas bailar con mujeres honestas”53. Cuatro siglos más tarde, las prostitutas y las monjas son unidas nuevamente por una tragedia histórica que requirió los más grandes actos de coraje humano. Vera Lasker, en su apasionado trabajo Women in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of Eyewitnesses, nos dice que “algunas de las mejores casas seguras para luchadores de la resistencia eran burdeles y conventos”54. También aƜrma que algunas de las mujeres más valientes al servicio de la resistencia eran prostitutas55. La historia completa del destino de las prostitutas, tanto en el movimiento de resistencia como en los campos de concentración, todavía no ha sido escrita, y espero que quien la escriba sea una puta. Estoy segura que con el relato de esta historia encontraremos también lesbianas que usaban el triángulo negro de los asociales. “Entre las primeras mujeres en Auschwitz había prostitutas alemanas y chicas judías de Eslovaquia. A estas mujeres se les proveían vestidos de noche en los que debían construir Auschwitz bajo la lluvia o la nieve. De los cientos de ellas, sólo un puñado sobrevivió hasta 1944”56. Monja, queer, puta: pensemos en el desafío que enfrenta la historiadora feminista sin restricciones, y que enfrentamos todas nosotras en nuestras imaginaciones. Tanto lesbianas como prostitutas tienen la preocupación por crear poder y autonomía para sí mismas en interacciones sociales aparentemente sin poder. Como dijo Bernard Cohen, un entrevistador de trabajadoras sexuales, “Desde el punto de vista de la prostituta, el poder y el control deben siempre estar en sus manos, para sobrevivir”57. Una prostituta lesbiana escribió en 1982: “Me aseguro de salir de ahí 53

Otis, Leah Lydia, op. cit., pág. 81

54 Lasker, Vera, Women in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of Eyewitnesses, Westport: Greenwood Press, 1983, pág. 6 55

Lasker, Vera, op. cit., pág. 7

56

Lasker, Vera, op. cit., pág. 15

57 Cohen, Bernard, Deviant Street Networks, Lexington, KY: Lexington Books, 1980, pág. 97

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en 10 o 15 minutos. Siempre estoy atenta a la hora y decido cuánto tiempo me quedo dependiendo de la cantidad de dinero y de cómo es el tipo... Quieren más, pero al Ɯnal establecemos los términos de la relación y los clientes tienen que aceptarlo”58. La estructura de clase que existe para las prostitutas también existe para las lesbianas. Cuanto más cerca de la calle estás, más perversa se te considera. La prostituta de lujo y la profesional lesbiana tienen cosas en común. Ambas tienen más protección que la puta que hace la calle o que la torta de bar, pero abordar a la persona equivocada puede ponerlas en manos del estado. Ambas están a menudo apuradas por desconectarse de sus hermanas de la calle, en un esfuerzo por aliviar su propio sentimiento de diferencia. A este punto, las lesbianas tienen más protección legal que las prostitutas debido al poder del movimiento por los derechos gay. Tenemos funcionarixs públicxs lesbianas y gays, pero no políticxs que claramente reivindiquen su pasado de sexo público. Ruth Stout, una vocera de PONY [Prostitutas de Nueva York] dijo en 1980 que si las putas y las amas de casa y lxs homosexuales se unieran, podríamos dominar el mundo59. Para hacerlo, sin embargo, debemos enfrentar el desafío de nuestra propia historia, el desafío de entender cómo el mundo “lesbiano” se extiende desde las Ɲautistas de Grecia hasta el festival de lesbianas separatistas en Michigan. ¿Por qué esta aparentemente obvia conexión entre lesbianas y prostitutas ha quedado tan silenciada en nuestras comunidades lésbicas actuales? ¿Qué impacto han tenido el feminismo y el clasismo culturales sobre este silencio? La unión de estas dos historias ¿nos dará una mayor comprensión política para proteger tanto a prostitutas como a lesbianas, en estos tiempos espantosos? Si podemos hacer que alguna parte de nuestra sociedad sea más segura para estos dos grupos de mujeres, haremos que el 58 Richards, Terri, de una declaración leída por la autora, una prostituta lesbiana, en “Prostitutes: Our Life – Lesbian and Straight”, una convención realizada en San Francisco el 22 de junio de 1982 organizada por la U.S. Prostitution Collective, en LHA 59 Stout, Ruth, “The Happier Hooker”, en Daily News, 16 de septiembre de 1980, pág. 3

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mundo sea más seguro para todas las mujeres, porque puta y queer son las dos acusaciones que simbolizan la pérdida de la condición de mujer, y una mujer perdida está abierta al control directo del estado. La reapropiación de la propia historia es un acto político directo que obliga al nacimiento de una nueva consciencia; es un trabajo que cambia tanto al oyente como al hablante. Percibí esto muy claramente cuando asistí al revolucionario congreso de Toronto el año pasado, “The Politics of Pornography, The Politics of Prostitution”, y escuché a una de las oradoras, una desnudista del distrito de sexo de Toronto, documentar la historia de su arte en Toronto. Su relato creaba historia mientras la comunicaba. En su voz suave, detalló el desarrollo de su profesión y la opresión contra la cual ella y las otras tenían que pelear. Era una historia directa, llena de orgullo y de problemas. Yo estaba sentada con otras dos desnudistas, y mientras Debbie documentaba los cambios y los desafíos de su trabajo, ellas estaban sentadas en el borde de sus asientos. Me dijeron luego que nunca lo habían escuchado así expresado. A partir de chistes sucios y desprecio, una historia nacía. Espero que cada vez más mujeres que actúan o trabajan en el mundo del sexo público elijan contar la historia de su gente.*

Nota: El método de collage usado en este artículo tiene ciertos peligros que quiero señalar a mis lectorxs. El primero es que se diluye la especiƜdad histórica de cada instancia de conexión, porque ambos términos, lesbiana y prostituta, tienen sus herencias socialmente construidas. Segundo, he entresacado las referencias de una amplia variedad de fuentes, y no soy experta en ninguno de los períodos históricos, por lo que puedo estar simpliƜcando exageradamente los descubrimientos resultantes. Sin embargo, pretendo que este trabajo sea tanto fáctico como provocador, para romper silencios y poner en duda suposiciones, y, sobre todo, para proveer los materiales para que todas nosotras —la lesbiana, la prostituta y la feminista (que puede ser las tres cosas)— tengamos una comprensión más compleja y afectuosa de la otra, para poder crear lazos más profundos y más fuertes en las batallas por venir. 69


Quiero agradecer a Margo St. James, Priscilla Alexander y Gail Pheterson por su aliento a mi trabajo y sus esfuerzos pioneros en el movimiento por los derechos de las prostitutas. * Sobre el modelo de los grupos de apoyo de prostitutas y feministas de Holanda, las prostitutas, las trabajadoras de la industria del sexo y las feministas preocupadas por obtener derechos para las prostitutas en este país [Estados Unidos] están ahora en un proceso de organización. Para más información, contactar a Coyote, Post Oƛice Box 26354, San Francisco, California 94126.

Bibliografía Bérubé, Allan, manuscrito enviado a los Lesbian Herstory Archives (LHA) Bullough, Vernon, “Prostitution, Psychiatry and History”, en Bullough, Vernon (comp.), The Frontiers of Sex Research, Buƛalo, NY: Prometheus Books, 1979 Caprio, Frank, Female Homosexuality: A Psychodynamic Study of Lesbianism, New York: Grove Press, 1954 Cohen, Bernard, Deviant Street Networks, Lexington, KY: Lexington Books, 1980 Falk, Candace, Love, Anarchy and Emma Goldman, New York: Holt, Rinehart and Winston, 1984 Freedman, Estelle, Their Sisters’ Keepers: Women’s Prison Reform in America 1830- 1930, Ann Arbor: University of Michigan Press, 1981 Hampton, Mabel, cintas grabadas en poder de LHA Katz, Jonathan, Gay/Lesbian Almanac: A New Documentary, New York: Harper and Row, 1983 70


Lasker, Vera, Women in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of Eyewitnesses, Westport: Greenwood Press, 1983 Maria, “Maria: A Prostitute Who Loves Women”, en Proud Woman 11 (March-April 1972), 4 Millett, Kate, The Prostitution Papers, St. Albans, NY: Paladin Books, 1975 Otis, Leah Lydia, Prostitution in Medieval Society, Chicago: University of Chicago Press, 1985. Pearl, Cora, Grand Horizontal, New York: Stein and Day, 1983 (primera edición en inglés: 1890) Pheterson, Gail, The Whore Stigma: Female Dishonor and Male Unworthiness, Amsterdam: Ministerie van Sociale Zaken en Werkgelegenheid, 1986 Richards, Terri, de una declaración leída por la autora, una prostituta lesbiana, en “Prostitutes: Our Life –Lesbian and Straight”, una convención realizada en San Francisco el 22 de junio de 1982 organizada por la U.S. Prostitution Collective Rosen, Ruth, The Lost Sisterhood: Prostitution in America 1900-1928, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1982 Sanger, William, History of Prostitution: Its Extent, Causes and Eƛects Throughout the World, New York, 1876 Stern, Jess, Sisters of the Night, New York: Grammercy Publishers, 1956 Streicher, Rikki, extracto de una entrevista aparecida en In The Life, No. 1, otoño 1982 publicada por la West Coast Lesbian Collection, disponible en LHA Stout, Ruth, “The Happier Hooker”, en Daily News, 16 de septiembre de 1980 Tayler, Katie, entrevista, primavera 1986 71


Turrill, Barbara, “Thirty Minutes in the Life”, transcripción de charla en radio WGBH, 13 de mayo de 1976, disponible en LHA Weeks, Jeƛrey, Coming Out, London: The Anchor Press, 1977 Woolston, H.B., Prostitution in the United States Prior to the Entrance of the United States into the World War, 1921 - reedición: Montclair, NJ: Patterson-Smith, 1969.

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Sin Cautivas - feministas x la resistencia sincautivas@gmail.com SinCautivas

Diversidad Río Negro y Neuquén diversidad_rionegroyneuquen@yahoo.com.ar Diversidad Rio Negro y Neuquén (OFICIAL)

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Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual reconocimientotrabajosexual@gmail.com redreconocimientotrabajosexual.blogspot.com.ar Red Por el Reconocimiento del Trabajo Sexual (RRTS)

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