Feminismos y Trabajo Sexual III

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Las políticas dirigidas a la regulación del comercio sexual en Argentina nos han impulsado a generar instancias y herramientas que aporten a los debates vigentes al respecto. En 2014, las Trabajadoras Sexuales organizadas presentaron en Proyecto de Ley por el Reconocimiento del Trabajo Sexual en varias legislaturas provinciales. Su esfuerzo por visibilizarse en primera persona e instalar en la agenda política el reclamo por el reconocimiento de sus derechos nos insta a complejizar nuestras miradas y posiciones al respecto. Con el tercer Cuadernillo Feminismos y Trabajo Sexual. Aportes al debate III buscamos darle continuidad a las discusiones que iniciamos en las ediciones anteriores y de las que creemos que deben participar no solo las trabajadoras sexuales y las feministas, sino también aquellas personas que se desempeñen en ámbitos públicos, académicos, políticos, culturales, sociales y comunicacionales. Para eso proponemos estos artículos: 3 | Autónomo versus industria del sexo. Trabajo sexual de Verónika Arauzo 11 | ¿Prostitución, trata o trabajo? de Marta Lamas 30 | Abolir la discriminación de Dolores Juliano 43 | De cómo vender sexo y no morir en el intento. Fronteras encarnadas y tácticas de quienes trabajan en el mercado sexual de Santiago Morcillo 67 | “Nunca antes de ahora hemos estado y vivido mejor” de Cecilia Varela

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Autónomo versus industria del sexo. Trabajo sexual1 Verónika Arauzo

Mi nombre es Verónika Arauzo, nacida un 1 de julio de 1974 en Madrid. Soy activista independiente e interactúo con colectivos y grupos de corte transfeminista y pro derechos sociales. Siempre concebí el movimiento feminista como un modo de pensamiento basado en la igualdad de los individuos dentro de su diversidad más allá de los géneros, las razas, las creencias religiosas, sociopolíticas y los sexos. Desde el respeto a la pluralidad de la diferencia, como la suma de un todo. Mi comienzo como activista nace de la necesidad de encontrar grupos que luchen por los derechos sociales basados en la igualdad y el replanteamiento de la estructura social en la que vivimos. He colaborado con diversos colectivos y artistas desde la perspectiva de replantear la construcción social de los géneros y la dignificación de otras identidades no-normativas. En relación al trabajo sexual, he aportado mi experiencia como forma de reflexionar sobre una realidad desde la perspectiva de la prostituta, bajo la transmisión de mi propia vivencia en el ejercicio y el entorno que conozco sobre el trabajo sexual. Mi primer grupo de contacto fue el colectivo Transexualia en Madrid, en 1992, lugar de reunión y discusión de las realidades de los géneros en los que nos desarrollamos, hacia los que nos reafirmábamos y vivíamos, con diferentes concepciones de la identidad y de nuestras opciones sexuales. Conocí Transexualia por compañeras que ejercían la prostitución, en Rubén Darío, zona de trabajo sexual de calle, frecuentada por chicas trans en Madrid. Ciudad en la que nací y a la que 1  Publicado en el libro Transfeminismos. Editorial Txalaparta. Tafalla, mayo 2014.

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volví a vivir y a desarrollarme libremente a la edad de 15 años, después de escaparme de la tutela de mi padre en el año 1989. En ese momento, me encontraba sumergida en una realidad social en la que parte de mi vida estaba basada en producir dinero y evitar el asedio policial que vivíamos por controles constantes en nuestra zona de trabajo, hasta que llegué a mi mayoría de edad. Como trabajadora sexual, empecé, como la inmensa mayoría de las personas que ejercen este trabajo, por lo más básico: la necesidad de producir economía. Y ello solo fue posible a través del empoderamiento de mi sexualidad. Este empoderamiento viene de una autogestión del control y de la representación, a través de la prostitución, del imaginario sexual que se construye de los cuerpos de las chicas trans. En mi caso y en el de muchas chicas trans, sobre todo en la época en la que yo me desarrollé a finales de los ochenta, la actitud de autodeterminación se enfrentaba a una actitud de transfobia social, basada en la misoginia que inculca la heteronormatividad de la estructura patriarcal. Llego a Barcelona en 1995, durante cinco años intercalo mi estancia allí, trabajando en los alrededores del Camp Nou, con viajes esporádicos a París, donde ejerzo el trabajo sexual en el Bois du Bologne. Allí conozco asociaciones de apoyo a las trabajadoras del sexo de tipo sociosanitario y otras también enfocadas a la ayuda legal para chicas trans emigrantes que ejercen la prostitución. Dos años después, hago mi primer break en el ejercicio del trabajo sexual y viajo hasta Tenerife para buscar otro modo de producir dinero. Mi primer trabajo como asalariada es en el sector agrícola, hasta que decido volver a ser autónoma a finales de 1999. Tras una escala en París de más de cinco meses, viajo a Barcelona y, por casualidad, empiezo a trabajar en una lista bastante amplia de bares en la zona del Gótico, Raval y Borne. Intercalo mi trabajo en la hostelería con el trabajo sexual hasta el 2007, año en el que decido alejarme por una temporada larga del trabajo que no sea autogestionado, cansada en parte de ver situaciones de abuso de los derechos laborales del contratado y exceso de funciones impuesto por los empresarios. En mi trabajo como prostituta yo gestionaba mi ejercicio y regulaba mis tarifas, es por lo que vuelvo


a apostar por ejercerlo. En 2008, incremento mi oferta, discontinuamente, como dómina, dando a luz a mi alter ego Mistress Misskronoss. Aunque es gratificante colaborar con y aportar a los grupos transfeministas mis facetas tanto de trabajadora sexual como de activista independiente, a través de la visibilidad y el replanteamiento de las construcciones sociales normativas, estas esferas en mi vida como trabajadora sexual y Misskronoss no son muy fáciles de articular. De todo ello se desprenden algunas reflexiones: Como trabajadora sexual he ejercido de forma independiente y he conocido de primera mano la industria del sexo: distintas realidades y modos de ejercer la prostitución. Es por ello que considero que esta industria debe ser regulada y legislada, delimitando y reglamentando su modo de interacción con las personas que ejercen el trabajo sexual bajo esas estructuras. Si alguna vez se legisla el trabajo sexual con derechos y deberes, lo que se deberían replantear y, por tanto, regularizar son una serie de estructuras que se crearon de forma ilegal, amparadas en el estigma y en la clandestinidad, para la explotación de las personas que ejercían el trabajo sexual. Me refiero a clubs, burdeles, macroburdeles, agencias, casas... entre otras. Estos empresarios o empresarias, muchas veces, articulan situaciones y modos de ejercer para aprovecharse de la necesidad de creación de capital de las personas. A favor de la oferta que crean estos locales de alterne, se tejen, muchas veces, redes de proxenetismo y extorsión. En este sentido, creo que construir un sistema basado en el ejercicio autónomo posibilita una vía de trabajo independiente que podría evitar el proxenetismo y la explotación de personas con fines sexuales. Como trabajadora, conozco también la amplitud y variedad de identidades presentes en el sector, ya sean las más visibles mujeres cis2, mujeres trans y hombres –a los que no queremos ver, pero que son un 2  Con el termino cis me refiero a aquellas personas que funcionan socialmente con el género asignado al nacer.

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gran mercado negado en el trabajo sexual–. También hombres trans y personas intersex en menor medida, pero no por ello inexistentes, en algunos países donde he trabajado. Por eso, construir un debate sobre el trabajo sexual que únicamente se replantee desde el sector femenino, perpetúa el estigma de la puta y niega las múltiples posibles reflexiones en un proceso legalizador. El estigma «puta» es el primer motivo creado para la represión contra la libertad sexual de la mujer, para someterla. Así como al hombre se le niega la exploración de su sexualidad (como su sexualidad anal) desde la construcción misógina que la estructura sociocultural ha creado para encasillar los cuerpos y sexualidades. Es singular que, en países de la Unión Europea donde he ejercido el trabajo sexual, siendo en estos legal, al presentarme como puta ante mis clientes, la mayoría de ellos me corrigiera diciendo que eso era un insulto, que era una trabajadora, o una prostituta en último término. A mi entender, como persona involucrada e interesada, la concepción de la prostitución como trabajo es lo único que puede dignificar a este sector, cambiar la mentalidad social en la que vivimos y concebir sus derechos sociales. A su vez, el estigma puta retroalimenta a múltiples estructuras sociales creadas para dar cobertura y soluciones al estigma del trabajo sexual. Entidades, asociaciones y ong’s que consideran el ejercicio como una vejación de los derechos fundamentales y contra la moral de la mujer, no lo ven igual en relación a los hombres o a otras identidades. Estas entidades están enfocadas al ámbito femenino, creando situaciones de victimismo en este sector, construyendo necesidades y situaciones de inserción social escudadas en fomentar el nivel de formación de las trabajadoras en otros ámbitos laborales. De esta forma, inutilizan mecanismos que el sistema ya tiene creados para ayudar a otros colectivos con carencias en la formación. Es interesante el hecho de que no se las forme para el acceso a la universidad o a ciclos de formación superior de adultos, ni para puestos que no sean del sector servicios. Además, la mayoría de las opciones de recolocación laboral para las mujeres que ejercen el trabajo sexual que ofrecen estas entidades están centradas en sectores laborales de baja remuneración económica. La realidad sociolaboral, en la que cada vez hay sueldos 6


más bajos y menor seguridad laboral, hace que el número de mujeres que se queden en esos pues- tos de trabajo sean muy pocas y la mayoría vuelva a su oficio anterior. De manera que el problema que se ha creado nunca se soluciona y se retroalimenta. Mi experiencia trabajando en países nórdicos, donde está legalizado el trabajo sexual, es que este se considera un ejercicio de respeto y parte de la estructura social y económica. Por otro lado, el reconocimiento del trabajo sexual permite cubrir las necesidades sexo-afectivas de los colectivos de diversidad funcional, con una atención creada y adaptada. También, al informar de los derechos y deberes en el idioma de origen de la persona que se declara para trabajar, se facilita la comprensión de las legislaciones de estos países y los derechos. Existe, además, una estructura especializada contra el tráfico y explotación de personas con fines sexuales, supervisada por instancias externas, que aseguran la máxima transparencia para regular la situación legal de las personas que se prostituyen. Aun así, es difícil controlar el desarrollo de núcleos de proxenetismo. En la mayoría de los lugares en los que he estado, donde se ha regulado por ley el trabajo sexual, lo que se ha legalizado ha sido la posibilidad de ejercerlo al 50 %. Siempre bajo la libre decisión de la persona trabajadora. Y me explico: ejercer al 50 % consiste en entregar la mitad de cada servicio sexual a las empresas donde se trabaja a cambio de la publicidad on-line y el arriendo del espacio de trabajo. Estas legislaciones contemplan la posibilidad de poder ejercer a personas que no residen en el país, cotizando de modo indirecto, si son de la Unión Europea. En penthouse habilitados para este propósito, alquilando el espacio diario o semanal, en las zonas específicas. A través del arriendo de los espacios se pagan, de modo indirecto, una serie de impuestos que permiten el ejercicio sin un número de cotización fiscal. En estos espacios, cada vez más, a raíz de la incorporación de estados a la Unión Europea, ejercer al 50 % es norma, y no una opción. Sería, por así decirlo, el próximo paso de la evolución de un cohecho, cuando la persona acepta ya la realidad de la situación de explotación como parte lógica del entorno del ejercicio del trabajo sexual. 7


Por el contrario, la situación legal es diferente en el Estado español, Italia, Grecia, Portugal, Francia y los países del Este de Europa, donde el trabajo sexual no es un delito, en algunas de sus formas, pero sí lo es el proxenetismo. La industria del sexo está reglamentada pero no están legislados los derechos de las personas que ejercen el trabajo sexual. Estos países generan un gran número de emigración de trabajadorxs sexuales que, en su gran mayoría, van a trabajar en el régimen del 50 % a los países donde sí está legalizado. Una circunstancia más, a tener en cuenta, a la hora de plantear la legalización del trabajo sexual y los derechos de sus trabajadorxs, de manera que tengan realmente la posibilidad de elegir su régimen laboral. En contraposición a estas formas se encuentra el trabajo como autónomo e independiente, autogestión del ejercicio y autonomía en la actuación para los pactos y prácticas sexuales. Desde esta perspectiva, se trata de que cada cual sea su propio gestor o gestora y que cada cual cree los límites que considere correctos, sus tarifas, sus tiempos, vías de promoción (internet, prensa...) y lugares de trabajo (calle, burdeles, apartamentos propios...). En el caso de Barcelona, la Ordenanza Cívica, aprobada el 24 de diciembre del 2005, entre otras cosas, prohíbe el derecho a ejercer el trabajo sexual en la calle, única vía de autogestión que no necesita de mecanismos publicitarios, ni de estructuras externas creadas para su desarrollo y consumo. A su vez, impone y dictamina cómo han de ser los lugares para ejercer, reglando la disposición de los mismos para su uso, metros cuadrados y equipamientos. Es una ordenanza que regula una estructura para burdeles de una capital como Barcelona y no legisla sobre ningún derecho de las personas que deben ejercer la prostitución en los mismos. Y, también, que insta a las personas independientes que ejercemos el trabajo sexual en la calle a tener que pactar nuestras condiciones de forma individual con estas industrias del sexo. Esto es pasar a perder una parte de –o casi toda– nuestra autonomía en el desarrollo como trabajadorxs independientes de la calle. Es por ello que colaboré en la creación del sindicato de trabajadorxs 8


del sexo que vio la luz en febrero del 2006, cuyas bases fueron recogidas con el apoyo de CCOO, para tener la posibilidad de colaborar en la creación de derechos y negociar con los sitios donde la Ordenanza de Civismo de Barcelona nos ha permitido trabajar. Sabíamos qué significaba ejercer de puertas adentro en estos lugares, y por ello creamos un almanaque de derechos de lxs trabajadorxs del sexo en mayo del 2007, que todavía no se ha difundido de forma masiva. En colaboración con ong´s enfocadas a la atención de mujeres, personas trans y hombres que ejercían el trabajo sexual, conseguimos frenar lo máximo posible las multas desproporcionadas que la Ordenanza de Civismo había creado para penar el ejercicio del trabajo sexual en la vía publica. Multas de base ilegal e inconstitucional, pues la penalización se basa en la negación de la libertad de la utilización del espacio público y atenta contra la libre circulación de las personas que ejercen el trabajo sexual. No pudimos actuar en relación a las multas que se les imponían a los demandantes o clientes de este tipo de oferta, por la realidad social en la que vivimos. No hace falta aclarar mucho lo que significa el miedo a ser descubierto cuando se tipifica como delito pactar o demandar información de servicios sexuales en la calle. Nuestra finalidad también fue la de luchar contra el tráfico y la explotación de personas con fines sexuales. En este aspecto, es importante diferenciar las redes de apoyo que se generan en torno a algunxs trabajadorxs sexuales de las estructuras creadas para la extorsión y el tráfico de personas. Por ejemplo, no es lo mismo que un colectivo ayude a un emigrante a acceder a un país donde pueda ejercer libremente su trabajo que una mafia que trafica con personas. La abolición del ejercicio del trabajo sexual crea una situación de vulnerabilidad e indefensión extrema, sobre todo entre inmigrantes y mujeres, al negar la posibilidad de denuncia de situaciones de extorsión por considerarse el ejercicio un delito. Las mafias dedicadas al tráfico y explotación de seres con fines sexuales, son una lacra contra la que hay que luchar desde todos los 9


frentes sociales. Muchas mujeres, en menor medida hombres, han sido liberadas gracias a las denuncias de los propios clientes de estos locales, algo que muy poca gente conoce pero que es una realidad. Para finalizar, las reivindicaciones de los colectivos de trabajadorxs del sexo, en su mayoría son lícitas pues casi todas están formadas por gente independiente. A las asociaciones con gente activa y reconocida se las ha de tener en cuenta a la hora de buscar y crear soluciones en pos del bien general del colectivo. Sus experiencias puede ayudar a conocer mucho mejor las realidades más allá del estigma.

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¿Prostitución, trata o trabajo? Marta Lamas3 “Todo lo que nos incomoda nos permite definirnos”. —Cioran

En 1989 empecé una relación de acompañamiento político a unas trabajadoras sexuales de vía pública en la ciudad de México, que después derivó en la realización de una investigación antropológica sobre algunos aspectos de sus vivencias y su organización del trabajo.4 De entonces a la fecha he visto cambios sorprendentes en cómo se habla y discute sobre el comercio sexual. En especial, me impacta que la propuesta de reglamentación del trabajo sexual se ha ido transformando en un alegato a favor de su total erradicación. En estas páginas intento aclarar mi posición, ante la postura de quienes insisten en “abolir” toda forma de comercio sexual, usando como excusa el combate a la trata. Prostitución es un término que únicamente alude de manera denigratoria a quien vende servicios sexuales, mientras que comercio sexual da cuenta del proceso de compra-venta, que incluye también al cliente. Respecto a esta actividad persisten dos paradigmas: uno es el que considera que la explotación, la denigración y la violencia contra las mujeres son inherentes al comercio sexual y por lo tanto habría que abolir dicha práctica, y otro el que plantea que tal actividad tiene un rango de formas variadas de desempeño que deberían regularse 3  Antropóloga. Directora de la revista Debate Feminista y profesora-investigadora del Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM. Su más reciente libro es Cuerpo, sexo y política. 4  De esa experiencia nacieron algunos ensayos y mi tesis de maestría en etnología “La marca del género. Trabajo sexual y violencia simbólica”, ENAH, 2003.

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así como reconocerse los derechos laborales de quienes se dedican a ella.5 A pesar de que a lo largo de los últimos 30 años muchas trabajadoras6 han reivindicado su quehacer como una cuestión laboral, desarrollando diversas estrategias para obtener derechos correspondientes, en la última década se ha multiplicado una perspectiva que califica a todas las mujeres que trabajan en el comercio sexual de “víctimas”. Hoy en día es patente el crecimiento y la expansión del comercio sexual, lo que expresa no sólo un fenómeno económico sino también una transformación cultural. Este notorio aumento viene de la mano de la liberalización de las costumbres sexuales y de la desregulación neoliberal de los mercados, que han permitido la expansión de las industrias sexuales como nunca antes, con una proliferación de nuevos productos y servicios sexuales: shows de sexo en vivo, masajes eróticos, table dance y strippers, servicios de acompañamiento (escorts), sexo telefónico y turismo sexual. Aunque la droga y el SIDA la han impactado dramáticamente, la industria mundial del sexo se ha convertido en un gran empleador de millones de personas que trabajan en ella, y que atraen igualmente a millones de clientes. Los empresarios tienen agencias de reclutamiento y sus operadores vinculan a los clubes y burdeles locales en varias partes del mundo, en un paralelismo con las empresas transnacionales de la economía formal. Y al igual que éstas, algunas se dedican a negocios criminales, como el mercado negro de la trata.

5  Hay muchísimo publicado desde ambas posturas. Las autoras paradigmáticas de la postura que considera que siempre es violencia contra las mujeres son Barry 1987; McKinnon 1993; Dworkin 1997; mientras que en la otra destacan Agustín 2007; Day 2010; Scoular 2010; Kempadoo 2012. Una revisión de la literatura de ciencias sociales sobre trabajo sexual de 1990 a 2000 se encuentra en Vanwesenbeeck 2001, y un análisis sociológico al respecto en Weitzer 2009. 6  Si bien también hay hombres que se dedican a la venta de sexo, la dinámica y la problemática de las mujeres es muy distinta. Tanto mi investigación como mi activismo político han sido con mujeres y fundamentalmente me referiré a ellas a lo largo de estas páginas. Para escritos de las propias trabajadoras sexuales: ver Delacoste y Alexander 1987; Pheterson 1989; y Nengeh Mensah, Thiboutot y Toupin 2011.

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Las feministas que han reflexionado sobre el tema están divididas al respecto: hay quienes subrayan la autonomía en la toma de tal “decisión” mientras que del otro lado están quienes insisten en la “explotación” y coerción. Ahora bien, no son excluyentes: puede haber decisión y explotación, autonomía para ciertos aspectos y coerción para otros (Widdows 2013). Unas feministas argumentan que ninguna mujer “elige” prostituirse, que siempre son engañadas u orilladas por traumas infantiles de abuso sexual; otras aseguran que la mayoría lleva a cabo un análisis del panorama laboral y toma la opción de un ingreso superior a las demás posibilidades que están a su alcance. “Elegir” en este caso no implica una total autonomía, ni siquiera supone optar entre dos cosas equiparables, sino preferir, no un bien, sino el menor de los males. En México en el contexto de la precarización laboral (el desempleo, la ausencia de una cobertura de seguridad social y la miserabilidad de los salarios) la llamada “prostitución” es una forma importante de subsistencia para muchas mujeres. Es un hecho que las necesidades económicas llevan a la gente sin recursos a hacer todo tipo de cosas, incluso algunas muy desagradables, como limpiar excusados o trabajar en los camiones de basura. La coerción económica es fundamental.7 Anne Phillips (2013a) dice que hay algo en el uso de las partes íntimas del cuerpo que vuelve la presión del dinero inaceptablemente coercitiva en el caso de la prostitución mientras que Martha Nussbaum (1999) señala que la compulsión económica es problemática, pero que la presión del dinero no se vuelve más coercitiva o inaceptablemente coercitiva sólo porque conduzca a un acceso íntimo en el cuerpo. Como las mujeres están ubicadas en lugares sociales distintos, con formaciones diferentes y con capitales sociales diversos, en ciertos casos el trabajo sexual puede ser una opción elegida por lo empoderante y liberador que resulta ganar buen dinero, mientras que en otros casos se reduce a una situación de una precaria sobrevivencia, vivida 7  Aunque las mujeres eligen la venta de sexo fundamentalmente por cuestiones económicas, también existen casos donde son las razones psíquicas las que las impulsan. Por eso también se ha investigado y reflexionado sobre los condicionantes psicológicos. Ver Welldon 1993.

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con culpa y vergüenza. Además, así como muchas mujeres ingresan por necesidad económica, otras son inducidas por la droga, y viven situaciones espantosas. Sin embargo, no hay que olvidar que también hay quienes realizan una fría valoración del mercado laboral y usan la estrategia de vender sexo para moverse de lugar, para independizarse, incluso para pagarse una carrera universitaria o echar a andar un negocio. El trabajo sexual es la actividad mejor pagada que encuentran cientos de miles de mujeres en nuestro país, y más que un claro contraste entre trabajo libre y trabajo forzado, existe un continuum de relativa libertad y coerción. Y, al mismo tiempo que existe el problema de la trata aberrante y criminal con mujeres secuestradas o engañadas, también existe un comercio donde las mujeres entran y salen libremente, y donde algunas llegan a hacerse de un capital, a impulsar a otros miembros de la familia e incluso a casarse. Por eso, “quienes sostienen que es un trabajo que ofrece ventajas económicas tienen razón, pero no en todos los casos, y quienes insisten en que la prostitución es violencia contra las mujeres, también tienen razón, pero no en todos los casos” (Bernstein 1999: 117). Aunque desde la perspectiva del liberalismo político no hay razón para estar en contra del comercio sexual mientras lo que cada quien haga con su cuerpo sea libremente decidido, muchas personas consideran que el comercio sexual es de un orden distinto de otras transacciones mercantiles. La venta de servicios sexuales ofende, irrita o escandaliza de una manera diferente que la situación de otras mujeres que venden su fuerza de trabajo, en ocasiones en condiciones deleznables, como las obreras de la maquila, las empleadas domésticas, incluso algunas meseras, enfermeras y secretarias. Cuando se denuncia la “explotación” de las trabajadoras sexuales no se menciona siquiera a tantas otras trabajadoras que también son explotadas. Muchas personas ven la “prostitución” como la degradación a la dignidad de la mujer. Pero no hay reacciones tan indignadas o escandalizadas ante formas aberrantes de explotación de la fuerza de trabajo en otro tipo de industrias. Tal vez porque lo que más molesta de la “prostitución” voluntaria es que atenta contra el modelo de 14


feminidad.8 Sí, la prostitución femenina subvierte el paradigma de castidad y recato inherente a la feminidad (Leites 1990). Jo Doezema ha planteado que la distinción entre prostitución “forzada” y “voluntaria” reproduce la división entre “putas” y “santas” dentro de la propia categoría de prostituta, siendo la “puta” la que se dedica voluntariamente a dicha actividad mientras la “santa” es la forzada y, al ser una “víctima”, queda exonerada de ser despreciada (1998: 41). Como la expectativa cultural respecto de la sexualidad de las mujeres es que solamente tengan sexo dentro del marco de una relación amorosa (por lo que también se rechaza que las mujeres tengan sexo casual con “desconocidos”, aunque no cobren) la mayoría de las trabajadoras tiene dificultades para asumirse públicamente como tales. No obstante, algunas trabajadoras sexuales han caracterizado la prostitución como un acto transgresor y liberador.9 Lo que provoca el estigma, y muchas de las dificultades y discriminaciones que enfrentan las trabajadoras derivadas de él, es justamente la doble moral: la sexualidad de las mujeres es valorada de manera distinta de la de los hombres. Por eso hace muchos años Mary McIntosh dijo: “la prostitución implica, al mismo tiempo, un desafío y una aceptación de la doble moral del statu quo. Como tal, no puede ser ni condenada totalmente ni aceptada con entusiasmo” (1996: 201). Sí, la actividad sexual comercial de las mujeres es, al mismo tiempo, un desafío a la doble moral, que considera que las transacciones sexuales de las mujeres son de un orden distinto a las transacciones sexuales de los hombres, y una aceptación de dicha doble moral, porque persiste el estigma. En el debate sobre cuál debería ser el estatus legal de la llamada “prostitución” es posible ver que las implicaciones10 para las políticas 8  No ocurre lo mismo con la prostitución masculina, que no subvierte el paradigma de masculinidad. La valoración de la masculina toma como “natural” y valioso que a los varones les guste el sexo. 9  Básicamente algunas organizaciones estadunidenses, como COYOTE, y muchas trabajadoras sexuales europeas. Ver Pheterson 1989 y Nengeh Mensah et al., 2011. 10  Una implicación sustantiva es la relativa a la salud pública, que no analizaré en

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públicas que se derivan tanto de la penalización como de la despenalización pueden tener el efecto de exacerbar las desigualdades de género. Como ambas posturas tienen consecuencias en las vidas de las trabajadoras sexuales, resulta complicado hablar en abstracto del comercio sexual, sin ubicarlo en el contexto concreto e histórico en que ocurre y sin distinguir tanto el capital social de las trabajadoras como las condiciones laborales en que realizan su trabajo, en especial su libertad de movimiento. Una rápida mirada sobre la situación mundial muestra que la mayoría de las prostitutas son muy pobres. La brecha económica y social entre las de la calle y las call girls11 es sideral. Estas call girls, que no son engañadas, ni drogadas, ni secuestradas, y que seguramente podrían conseguir otro tipo de trabajo, están en el comercio sexual porque obtienen ganancias enormes. Ellas son, económicamente hablando, privilegiadas y representan una faceta distinta del fenómeno. Para las demás, que son la gran mayoría, la venta de servicios sexuales en contextos laborales de trabajos precarios, salarios miserables y gran desempleo, les permite sobrevivir y a algunas cuantas ganar en un día la misma cantidad de dinero que ganarían en semanas en otro tipo de desempeño laboral, si es que lo consiguieran. Por eso algunas investigadoras sostienen que el comercio sexual no siempre tiene consecuencias negativas, y que con frecuencia es un medio importante de movilidad económica y de liberación personal (Agustín 2007; Day 2010; Kempadoo 2012). Sin embargo, ciertas filósofas y politólogas feministas, dentro de una reflexión sobre que algunas actividades humanas12 deberían estar fuera del mercado, piensan lo contrario (Phillips 2013a y 2013b; Widdows 2013). Ellas insisten en que el comercio sexual tiene un efecto negativo en la justicia social, estas páginas pero que sin duda mueve a muchos gobiernos a tomar la postura de la regulación (Rekart 2005; Day y Ward 2009; Gruskin, Williams y Ferguson 2013). 11  Uso el término call girls para referirme a quienes trabajan en departamentos, aunque en ocasiones las acompañantes (escorts) también trabajan así. 12  Este debate se ha centrado en si permitir o prohibir transacciones vinculadas al cuerpo, como la venta de órganos, el alquiler de úteros, y también la prostitución. Ver S. Madhok, A. Phillips y K. Wilson 2013.

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en especial en cómo estructura las opciones vitales de las mujeres, pues su ejercicio obstaculiza las relaciones igualitarias. Como se sabe, el mercado no es un mecanismo neutral de intercambio, y sus transacciones dan forma a las relaciones sociales. Si el mercado no sólo desata procesos económicos, sino que también da forma a la cultura y a la política, entonces hay que analizar cómo ciertas transacciones mercantiles frustran o impiden el desarrollo de las capacidades humanas (Sen 1996) mientras que otras determinan ciertas preferencias problemáticas. La ONU ha señalado que las creencias y mandatos de género en la economía estructuran y validan las relaciones desiguales entre los hombres y las mujeres de manera absolutamente funcional para la marcha del sistema social (ONU Mujeres 2012). Las relaciones de género “marcan el terreno sobre el que ocurren los fenómenos económicos y ponen las condiciones de posibilidad de los mismos” (Pérez Orozco 2012). De ahí que para evaluar un mercado laboral sea necesario evaluar también las relaciones políticas y sociales que sostiene y respalda, y examinar los efectos que tal transacción produce en las mujeres y los hombres, en las normas sociales y en el significado que imprime en las relaciones entre ambos. Hay mercados con consecuencias negativas para las relaciones de género, como el trabajo sexual y el servicio doméstico. La industria del sexo no toma en consideración el contexto de desigualdad social y económica entre mujeres y hombres por lo que refuerza la pauta de opresión patriarcal y contribuye a la percepción de las mujeres como objetos sexuales y, en ocasiones, incluso como seres socialmente inferiores a los hombres. Se habla de “mercados nocivos” cuando impulsan y sostienen no sólo cuestiones económicas sino también éticas y políticas, y respaldan relaciones jerárquicas y/o discriminatorias totalmente objetables (Satz 2010).13 A los mercados que producen más desigualdad que 13  Debra Satz analiza los mercados nocivos, donde incluye al del sexo, establece cuatro parámetros relevantes para valorar un intercambio mercantil y los aplica al trabajo sexual: 1) vulnerabilidad, 2) agencia débil, 3) resultados individuales dañinos y 4) resultados sociales dañinos. La vulnerabilidad y la agencia débil aluden a lo que las personas aportan en la transacción; la vulnerabilidad aparece cuando las tran-

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otros se los califica de nocivos; por ejemplo, es obvio que el mercado de las verduras resulta mucho más inocuo que el del comercio sexual. Y aunque en principio muchos mercados pueden convertirse en nocivos, algunos tienen más posibilidades de hacerlo cuando hay una distribución previa e injusta de recursos, ingresos y oportunidades laborales (Satz 2010). Pero aunque los mercados nocivos tienen efectos importantes en quiénes somos y en el tipo de sociedad que desarrollamos, no siempre la mejor política es prohibirlos. La mejor manera de acabar con un mercado nocivo es modificar el contexto en que surgió, o sea, con una mejor redistribución de la riqueza, más derechos y oportunidades laborales (Satz 2010). Las prohibiciones pueden llegar a intensificar los problemas que condujeron a que se condenara tal mercado.14 En ese sentido Satz señala que es menos peligrosa la prostitución legal y regulada que la ilegal y clandestina, pues ésta aumenta la todo tipo de peligros, tanto para las mujeres como para los clientes. Lo que en verdad debería preocupar es que en general el comercio sexual está rodeado de gran vulnerabilidad porque en muchos casos es una actividad con altos riesgos de violencia y de contagio de infecciones de transmisión sexual (ITS), en especial de VIH-SIDA.15 De ahí que consideraciones fundamentales para una política de salud pública sacciones se dan en circunstancias de tal pobreza o desesperación que las personas aceptan cualquier condición, y la agencia débil se da cuando en las transacciones una parte depende de las decisiones de la otra parte. Los otros dos parámetros (daños individuales y sociales) son característicos de los resultados de ciertos mercados cuando posicionan a los participantes en circunstancias extremadamente malas, por ejemplo, en las que son despojados o en las que sus intereses básicos están aplastados. También eso produce resultados extremadamente dañinos para la sociedad, pues socava el marco igualitario que requiere una sociedad y alienta relaciones humillantes de subordina- ción. Ver Satz 2010. 14  Me sorprende el paralelismo que se da con el aborto. No es que a quienes luchamos por la despenalización del aborto nos parezca tal intervención la mejor de las prácticas, y propongamos su regulación para que más mujeres aborten, sino que pensamos que la penalización produce males mayores, que la regulación abate. 15  Para un panorama sobre los riesgos sanitarios que tiene el trabajo sexual y la importancia de una política de salud pública ver Rekart 2005 y Gruskin, Williams y Ferguson 2013.

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(Gruskin et al. 2013) respaldan la importancia de una regulación que saque de la clandestinidad a quienes interactúan en esa dinámica de compra-venta. Justamente por todo lo anterior, las prohibiciones y restricciones al trabajo sexual no son una solución, además de que van contra la libertad constitucional de las mujeres y son “maternalistas”.16 Como lo que impulsa a las trabajadoras a dedicarse a tal actividad suele ser la necesidad económica, prohibirla sin garantizarles un ingreso similar, ni la más mínima seguridad social, les quita una “tablita de salvación”. Si no se resuelven las circunstancias socioeconómicas que las llevan a tal actividad, penalizar para erradicar el comercio sexual las hundiría o marginaría aún más. Regular el comercio sexual no evita los problemas de violencia ni de discriminación por el estigma, pues como señaló hace años Nanette Davis: “No puede haber una política racional hacia la prostitución mientras exista la discriminación de género” (1993: 9). Sin embargo, comprender que la regulación es la forma en que las trabajadoras están más protegidas, no impide entender que el hecho de que ellas elijan la “prostitución” como el trabajo mejor pagado que pueden encontrar no es, en sí mismo, una confirmación de que se trata de una práctica deseable. Además la regulación ha demostrado ser una excelente estrategia para combatir la trata (Kempadoo 2012). Por eso, es un error plantear la abolición del comercio sexual, como lo hace la Coalition Against Traffic in Women (CATW). Como integrante de esa extraña alianza entre religiosos puritanos y feministas radicales unidos en su misión abolicionista (Scoular 2010), la CATW agita discursivamente contra lo que considera que es la “esclavitud sexual”, término que aplica no sólo a las mujeres víctimas de trata sino a toda mujer en el comercio sexual. Las formas que toma esta cruzada son múltiples, y dependen de las tradiciones políticas y culturales de cada país, pero el eje de la política que impulsan es “salvar a las mujeres”: rescatarlas (Agustín 2007). Aunque el discurso público sobre prostitución muestra una amplia variación 16  Llamo “maternalismo” al paternalismo de las feministas abolicionistas, que pretenden “rescatar” y “salvar” a las mujeres, aun en contra de sus deseos y su voluntad.

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entre los países (Vanwesenbeeck 2001: 274), la política alentada por las abolicionistas de CATW se ha difundido ampliamente en oposición a las investigaciones académicas que dan evidencia empírica de que tal política viola los derechos civiles y laborales de las trabajadoras, aumenta el poder de terceros sobre las trabajadoras (clientes, padrotes, traficantes) y pone en riesgo su salud y su bienestar ¡sin jamás lograr el objetivo de abolir la prostitución! La CATW, que “pretende eliminar el comercio sexual con el argumento de que la prostitución estimula el tráfico” (O’Connell y Anderson 2006: 14) no tiene nada que ver con otra organización internacional, la Global Alliance Against Trafficking in Women (GAATW). Este frente mundial distingue entre trabajo y trata y hace una labor de prevención y combate a la trata entre trabajadores(as) sexuales a partir de impulsar formas de regulación que respeten sus derechos.17 Mientras las trabajadoras sexuales y los activistas de derechos humanos argumentan a favor de la regulación, señalando que si la prostitución se prohíbe o penaliza es imposible establecer estándares laborales y sanitarios, y que precisamente la ausencia de regulación alienta formas de trabajo forzado, la CATW y su sucursal latinoamericana y caribeña CATWLAC lanzan discursos flamígeros contra el comercio sexual, impulsan una cruzada moralista que alienta el “pánico moral”.18 17  En México Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez” A.C. es integrante de la Red Latinoamericana y del Caribe contra la Trata de Personas, que es el capítulo regional de la Alianza Global contra la Trata de Mujeres (GAATW, por su nombre en inglés). 18  Respecto al pánico moral Sophie Day (2010) establece un paralelismo entre la situación actual y la época victoriana. Day señala que durante tal época, con sus intensas transformaciones económicas y sociales, el pánico moral en torno a la prostitución, la “trata de blancas” y la enfermedad venérea (en especial la sífilis) expresó las angustias culturales respecto al cambiante papel de las mujeres y a los procesos de inmigración y urbanización. Alentadas por una amplia coalición de feministas y grupos religiosos que había decidido “rescatar” a las mujeres, aparecen las leyes sobre “enfermedades contagiosas” (1864, 1866 y 1869) que perfilaban a la prostituta como peligrosa física y moralmente al mismo tiempo que la consideraban vulnerable. Así se justificó la regulación moral, social y legal de muchas mujeres solteras de la clase trabajadora, para que la salud moral de la sociedad quedara a salvo. También Jane Scoular (2010) comparte tal equiparación y añade que el espectro de la esclavitud se-

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El tráfico de seres humanos es un pavoroso flagelo criminal, del cual el tráfico con fines de explotación sexual es sólo una parte (Casillas 2013; Chang 2013). Sin embargo, de acuerdo a Kamala Kempadoo, “El tráfico sexual ha surgido como una metáfora del estado de degradación de la humanidad en el siglo XXI y se ha convertido en el eje principal de la crítica académica a una variedad de relaciones sociales de poder contemporáneas, tanto a nivel local como mundial” (2012: viii). En México están documentados casos de traslado de mujeres de un lugar a otro dentro y fuera del territorio mexicano así como las distintas formas de coerción (droga, retención de hijos, amenazas) para que den servicios sexuales. Pero aunque esa práctica nefasta es una parte mínima de la industria del sexo,19 la cobertura mediática ha magnificado el fenómeno de la trata pues es más rentable hablar de “esclavas sexuales” que de mujeres pobres. Investigaciones académicas analizan cómo el discurso incendiario de las abolicionistas sobre los cuerpos “violados” o “explotados” de las mujeres traficadas es también parte de una política xenófoba de “seguridad nacional” contra migrantes, y encuentran que el clima de miedo a la inmigración es el telón de fondo de muchas de las políticas en contra del comercio sexual (Kulick 2003; Agustín 2007; Scoular 2010; Weitzer 2010; Kempadoo 2012). La cruzada moralista de la CATW ha logrado instalar mundialmente un discurso apocalíptico sobre la trata y el tráfico, que ya circula en nuestro país a través de la CATWLAC. Hablar solamente de mujeres víctimas de trata sin reconocer la existencia de otras trabajadoras sexuales favorece posturas fundamentalistas, que desvían la imprescindible lucha contra el tráfico hacia el absurdo proyecto de abolir todo el comercio sexual. Y así como no hay que confundir la situación xual servía como cortina de humo para tapar otras cuestiones, como la esclavitud colonial. ¿Qué estará tapando hoy en México el espectro de la trata? 19  Debido a su ilegalidad hay escasas estadísticas sobre el número de mujeres que se dedican al comercio sexual. Brigada Callejera, usando un modelo de la Organización Internacional del Trabajo sobre el sector sexual para estimar la cantidad de personas que se dedican al trabajo sexual, estima en 800 mil mujeres, de las cuales 200 mil son menores de 18 años, en nuestro país. Para ver el modelo, consultar ILO 1998.

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de las mujeres obligadas a tener sexo a través de engaños, amenazas y violencia con la de otras mujeres que realizan trabajo sexual por razones económicas, tampoco hay que confundir a los clientes. Si bien hay cómplices indiferentes de ese atentado brutal contra la libertad y la dignidad que es la trata, en el comercio sexual también los hay respetuosos y atentos, como relatan las propias trabajadoras; algunos incluso se vuelven clientes “regulares” y desarrollan relaciones sentimentales que duran años. Es imperativo deslindar el comercio sexual de la trata con fines de explotación sexual, pues dicha confusión se expresa en actos discursivos que logran un cierto efecto en la sociedad y en el gobierno. Hay que combatir la trata, pero respetar a las personas que se dedican al comercio sexual, y apoyar a las que quieren tener otra ocupación.20 Pero lo que priva hoy en día es lo que Kempadoo (2012) denomina “la aplanadora antitráfico”: una estrategia discursiva que tiene como fin último abolir toda forma de comercio sexual. Un elemento de dicha estrategia es el de calificar a las personas que defienden los derechos de las trabajadoras sexuales como “pro prostitución” y decir que con tal postura se favorece la trata.21 Nuestra Constitución y nuestro sistema político democrático garantizan la libertad individual, incluso la de vender y de comprar servicios sexuales. Sin embargo, al revisar la situación del comercio sexual en México el panorama es deprimente pues el esquema con que funciona —al menos en el Distrito Federal— refleja los distintos y complejos intereses de los grupos organizados que están implicados en el negocio, ya que la legislación vigente está llena de omisiones e incongruencias. En la ciudad de México la prostitución es legal pero se penaliza el lenocinio. La definición de lenocinio del Código Penal Federal no ha 20  Esa es justamente la postura de Brigada Callejera, que ha publicado varios manuales sobre trata dirigidos tanto a las trabajadoras sexuales como a los funcionarios que tienen a su cargo las políticas públicas. Ver Brigada Callejera 2013. 21  Este discurso intimidatorio ya se lo han aplicado a la Secretaria del Trabajo del GDF, por acatar la resolución de la Juez Primera de Distrito, que resolvió que había que reconocer el carácter de trabajadores no asalariados de quienes se dedican a ofrecer ese servicio en vía pública.

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sido modificada desde 1931: el lenocinio se comete contra personas menores de 18 años o que no tienen capacidad para comprender el significado del hecho o para resistirlo. En cambio, el Código Penal del DF (reformado en 2007) declara que se castigará por cometer lenocinio al que: I. Habitual u ocasionalmente explote el cuerpo de una persona u obtenga de ella un beneficio por medio del comercio sexual. II. Induzca a una persona para que comercie sexualmente su cuerpo con otra o le facilite los medios para que se prostituya. III. Regentee, administre o sostenga prostíbulos, casa de citas o lugares de concurrencia dedicados a explotar la prostitución, u obtenga cualquier beneficio con sus productos. ¿Qué significa “explotar el cuerpo de una persona”? ¿A qué se llama “obtener un beneficio por medio del comercio sexual”? Bajo esa ambigüedad cabe cualquier cantidad de actividades. La imprecisión coincide con la deliberadamente confusa redacción del Protocolo de Palermo,22 y con ella se puede consignar a cualquier familiar, socio, empresario, hotelero o amistad que realice alguna tarea o apoyo de cualquier forma a una persona que se dedique al trabajo sexual. De esa manera el delito de lenocinio, cuya moderna acepción es la de “trata”, sirve para manifestar discursivamente un rechazo moralista al comercio sexual, mientras que en los hechos dificulta establecer formas legales de organización del trabajo sexual de quienes quieren trabajar independientemente, sin padrotes ni madrotas. Por ejemplo, si un grupo de trabajadoras decidiera rentar un local donde dar servicios sexuales, a quien firme el contrato de alquiler se la podría acusar de “lenona” o “tratante”. Así se persigue a quien trabaja en la calle al mismo tiempo que se le impide organizarse en locales cerrados. Esta ambigüedad hipócrita obstaculiza la autoorganización de 22  Es el Protocolo de la ONU que se firmó en diciembre de 2000 en Palermo, y que con la influencia del gobierno de Bush introdujo la confusión entre trata y prostitución. Ver Saunders 2004 y Weitzer 2010.

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las trabajadoras y el desarrollo de formas más discretas y seguras de ofrecer el servicio. Además, a esta incongruencia legal se suma el sórdido entramado de corrupción y abuso que rodea al comercio sexual, donde no sólo los que controlan el negocio logran inmensas ganancias sino también algunas autoridades delegacionales, policíacas y judiciales. Y quienes intentan trabajar por fuera de las mafias, y sin dar mordidas, enfrentan no sólo dificultades enormes sino grandes peligros. Para empezar a “limpiar” el terreno donde se lleva a cabo el comercio sexual y para garantizar los derechos de quienes trabajan en ese sector hay que ir más allá de las posturas fundamentalistas del abolicionismo y regular el negocio. Hay que apoyar a las trabajadoras más vulnerables para que, mientras cambian las condiciones educativas y laborales de nuestro país, puedan trabajar sin riesgos y de manera independiente de las mafias o, si lo desean, capacitar para realizar otro tipo de trabajo. Además de ampliar el marco legal con nuevas formas de organización laboral es indispensable mejorar la seguridad de la mayoría de quienes se dedican a esa actividad con formas de supervisión que no permitan la extorsión. Son muchas las cuestiones que hay que analizar y debatir, especialmente porque la postura abolicionista sostenida por la CATWLAC inhibe una discusión civilizada al responsabilizar a quienes están por la regulación de ser instrumentales en la proliferación de la trata. Esto atemoriza a cualquiera, pero más a políticos y funcionarios. Por ello es imprescindible impulsar un debate público sobre la regulación del comercio sexual, y analizar cómo el puritanismo que se ha filtrado en la discusión alimenta lo que Elizabeth Bernstein (2012) denomina el “giro carcelario” de la política neoliberal.23 Al reconceptualizar el comercio sexual como “tráfico de mujeres”, 23  El análisis de Bernstein se inscribe en una tendencia crítica donde varios autores analizan la relación entre las estrategias carcelarias contemporáneas para la gobernanza social con la agenda económica neoliberal. Indudablemente hay varios aspectos del problema vinculados con otras transformaciones culturales del capitalismo tardío que ella no analiza al acotar su reflexión al comercio sexual.

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el activismo feminista abolicionista ha transnacionalizado un discurso que alienta una política punitiva, que Bernstein denomina “carcelaria”. Esta autora analiza cómo el movimiento feminista llamado “antitráfico”, que usa un discurso sobre las víctimas, facilita un control creciente sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres y produce una “remasculinización del estado”. Bernstein encuentra que anteriormente las feministas en contra de la violencia sexual tomaron la vía del activismo de base para combatirla, pero ahora acuden cada vez más al terreno judicial. La penalización legal es concebida por esas feministas como lo más eficaz para frenar a los clientes y los padrotes: “Necesitamos leyes que hagan que los varones se lo piensen antes de entrar al negocio de la explotación sexual comercial” (2012: 241). Bernstein critica que el feminismo abolicionista le haya dado la espalda a una reflexión más crítica sobre las causas estructurales (económicas y culturales) del fenómeno, y que al denunciar la “prostitución” como una forma de violencia sexual se hayan decantado hacia la penalización otorgando un respaldo ideológico al modelo punitivo neoliberal. Ella concluye que al ampliar y fortalecer la intervención judicial, en lugar de insistir en que el Estado se enfoque en las condiciones de la explotación de la fuerza de trabajo, se desplaza la problemática de la “prostitución” de los factores estructurales a las personas “delincuentes”. Esto, que ha tenido un impacto devastador en quienes se dedican al trabajo sexual, también alimenta el ascenso del modelo carcelario. Como se ve, el debate es complejo y abarca mucho más que los argumentos sobre “las víctimas” y los “degenerados”, que es lo que se suele ventilar cuando se discute sobre comercio sexual en nuestro país. Obvio que la compraventa de sexo seguirá produciendo conflictos y desacuerdos, y que seguiremos discutiendo y discrepando en torno a estas cuestiones. Obvio también que no hay que dejar de lado ni el combate contra la trata ni las políticas de salud contra el SIDA y las ITS. Pero en última instancia los grandes cambios económicos y la creciente fluidez en el movimiento de personas, capital y servicios que provoca la reestructuración globalizada del capitalismo no deben de hacernos olvidar lo que también significa simbólicamente el comercio sexual. Liv Jessen, una trabajadora social directora del Pro Centre, 25


un centro nacional para prostitutas en Noruega, dice: “La prostitución es una expresión de las relaciones entre mujeres y hombres, de nuestra sexualidad y los límites que le ponemos, con nuestros anhelos y sueños, nuestro deseo de amor e intimidad. Tiene que ver con la excitación y con lo prohibido. Y tiene que ver también con el placer, la tristeza, la necesidad, el dolor, la huida, la opresión y la violencia” (2004: 201). Reflexionar sobre esto es una de las maneras de acercarnos a una mejor comprensión de la condición humana y, por ende, a mejores formas de convivencia.

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Abolir la discriminación24 Dolores Juliano25 “Sí, nosotras hemos fregado pisos, hemos cuidado niños, cocinado, hemos trabajado de asistentas domésticas, obreras de fábricas, trabajadoras rurales. También hemos trabajado como prostitutas y no nos avergonzamos porque ésta ha sido la forma por la que hemos sobrevivido durante generaciones” (Jaget, 1980, p.26).

La fuerte discriminación social referente a la prostitución se apoya en las especificaciones de género imperantes en nuestra sociedad. Se han construido modelos de cómo deben ser los hombres y cómo deben ser las mujeres, y esto determina las expectativas, los premios y las sanciones. Sin embargo, estos modelos funcionan de acuerdo a lógicas diferentes, mientras el modelo masculino se apoya en elementos de autorrealización que tienden a hacerlo atractivo a sus destinatarios (es un modelo que se garantiza a partir de los premios que ofrece, tales como la autoestima, logros económicos y poder) el modelo femenino implica un gran nivel de exigencias y pocas compensaciones, por lo que se impone a través de sanciones y castigos materiales o simbólicos. El principal de estos castigos es la violencia simbólica de la discriminación, aunque implica también violencia material escalonada desde el maltrato al asesinato. 24  Las ideas centrales de este artículo fueron desarrolladas para el libro: Les altres dones. La construcció de la exclusió social. ICD 2006. También trato este tema en mis libros anteriores JULIANO, D. (2002) El espejo oscuro: la prostitución. Barcelona: Icaria. y JULIANO, D. (2004) Excluidas y marginales. Una aproximación antropológica. Madrid: Editorial Cátedra. 25  Dolores Juliano es doctora en Antropología Social. Ha sido, hasta su jubilación profesora titular de Antropología en la Universidad Central de Barcelona. Cofundadora y coordinadora del grupo interdisciplinar de investigación Licit sobre la problemática del colectivo de trabajadoras sexuales.

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Todas las mujeres, por serlo, padecemos algunos tipos de discriminación y ciertas agresiones, más o menos solapadas, tendientes a controlar nuestras conductas. Los ejemplos pueden multiplicarse. El “ninguneo” (como dirían en México) a que somos sometidas las mujeres en muchos campos sociales o laborales, forma parte de nuestra experiencia cotidiana. Pero esa discriminación general se acentúa si se trata de colectivos de mujeres especialmente vulnerables. Un caso especial lo constituyen las mujeres inmigrantes, referente a las cuales Gil Araujo explica, que se ejerce violencia sobre ellas considerándolas: 1. Víctimas: de su cultura, de sus maridos, de la ignorancia, de ellas mismas. 2. In-capacitadas. 3. Dependientes. 4. Sumisas. 5. Tradicionales. 6. Subdesarrolladas (Gil Araujo, 2004). Pero esta desvalorización se realiza también, con pocos cambios de argumentación sobre las mujeres mayores, las madres solas, las que tienen discapacidades y las integrantes de minorías étnicas. Las lesbianas padecen un tipo espacial de discriminación que implica su invisibilización y la minorización social de sus opciones sexuales. Cualquier fragilidad en la posición de la mujer, cualquier opción que no sea la aceptación acrítica del modelo de feminidad que se le impone, la hace susceptible de recibir un plus de agresiones, simbólicas o físicas. No puede extrañar entonces que las que están colocadas en una posición más débil, porque son las que más se alejan del modelo considerado “normal” para las buenas mujeres, sean las que reciben mayor agresividad social. Me refiero a las trabajadoras del sexo, contra las cuales apunta todos sus cañones la sociedad bienpensante. En este caso la concepción teórica victimizadora, que ya hemos visto que funcionaba con relación a las inmigrantes, se incrementa con nuevas desvalorizaciones, no sólo se las ve como víctimas permanentes y de todos, sino que además, como decía una conocida feminista, se cree que “no tienen la autonomía suficiente para ser consideradas personas”. La desvalorización no puede llevarse más lejos. El hecho de que 31


su propia denominación “putas”, se constituya en el mayor insulto, es la señal de que son agredibles, de que la sociedad no las protege. Cuando en las novelas (y desgraciadamente también en la vida real) se arremete físicamente o incluso se asesina a una prostituta, no resulta necesario explicar los motivos. Parece que por el hecho de existir merecieran la agresión. Para ellas no funcionan, normalmente, ni siquiera las redes de apoyo que las restantes mujeres utilizamos como refugio contra la discriminación. La distancia de clase social entre ellas y las personas que las evalúan hace que sean mal comprendidas. Además, tradicionalmente, han sido el blanco de discursos moralizantes o de interpretaciones patologizadoras. De este modo, la violencia múltiple que se ejerce contra ellas (por parte de las instituciones, de sus familias, de sus clientes o de sus compañeros) parece estar ocasionada por la particular especificidad de su trabajo, al mismo tiempo que queda disimulada ante los ojos del común de la gente su significado “pedagógico” con respecto a las demás mujeres. Si sobre este sector de transgresoras de los deberes sexuales y familiares asignados, se descarga la ira social, es para servir de escarmiento a las restantes mujeres, para mostrar que por mal que les vaya dentro de los modelos de género establecidos, aún podría irles peor si se apartan de ellos. Si se quiere entender el funcionamiento de un sistema social, conviene hacerlo observando sus límites, a quienes margina, a quienes excluye y a quienes y como castiga. En el caso de los roles de género, la violencia, en todas sus concreciones materiales y simbólicas, sanciona a quienes se apartan de las normas, castigando tanto más duramente cuanto mayor sea la desviación. Es por eso que no se puede luchar contra la violencia que se ejerce contra las mujeres, simplemente desde la legislación. Esta es indispensable, pero no suficiente. Es necesario cambiar las valoraciones sociales sobre las conductas apropiadas y las impropias, y es necesario que toda la sociedad y no sólo algunos sectores más o menos esclarecidos, acompañen esos procesos de cambio social. Mientras se discrimine a algunas mujeres por apartarse de las normas, está abierto el camino de la violencia “vengadora” con respecto a todas 32


las posibles infractoras. Mientras se considere a algunos colectivos de mujeres como incapaces de decidir por ellas mismas, habrá quienes se encarguen de encauzar mediante presiones sus conductas. Hace años las mujeres nos solidarizábamos con las que habían abortado, luego hemos tímidamente manifestado adhesión a colectivos como los formados por inmigrantes y gitanas ¿Llegará el día en que veamos a las trabajadoras del sexo como nuestras hermanas? Cuando lo hagamos habremos desmontado una poderosa máquina de represión patriarcal. Decía una travesti amiga, hablando de este tema: “Si se suprimiera el estigma de la prostitución, los hombres quedarían sin el arma con que amenazan a las mujeres”. Evidentemente no es este todo el problema, pero es una parte importante del mismo.

Desvalorizaciones Pero esta discriminación agresiva de las trabajadoras sexuales se apoya también en otro elemento ligado a la construcción social de géneros. Me refiero al arquetipo viril (Moreno, 1986). Según él, a los hombres, en tanto que tales, les es debido amor y servicios gratuitos por parte de las mujeres. Cuando se enfrentan con las prostitutas que no dan amor y sólo prestan sus servicios por un precio convenido, encuentran que esta relación negociada mortifica su ego, y restablecen simbólicamente el equilibrio, despreciando y desvalorizando a sus interlocutoras en la relación pactada. Desde el punto de vista de la discriminación por clases sociales, hay que tener en cuenta que la prostitución es un “mal trabajo”, desagradable y mal pagado, pero que constituye una actividad refugio con la que se ganan la vida en cada país miles de mujeres con cargas familiares o necesidades económicas urgentes. Ante la pobreza de ofertas atractivas del mercado laboral femenino, el recurso al trabajo sexual es visto muchas veces como una forma dura de ganar dinero, pero algo más rentable que otra opciones que están al alcance de mujeres pobres y/o con poca formación profesional. Hay que matizar, que si bien se da algunas veces la opción por vender sexo en mujeres de otros 33


sectores sociales o en hombres, la estigmatización y el rechazo social más fuerte, va hacia aquellas con mayores necesidades económicas, más aún si a su condición de pobres se agregan otros elementos tales como pertenecer a alguna minoría étnica, tener piel oscura, o ser inmigrante sin papeles en regla. A estas discriminaciones estructuralmente condicionadas esparcidas en el “sentido común” y que se manifiestan socialmente en lenguaje agresivo y oficialmente en legislación sancionadora, se agregan coyunturalmente otras desvalorizaciones, que toman forma de discurso paternalista de protección y que vienen de ciertos sectores religiosos, de una parte de la izquierda y hasta de algunos sectores del movimiento feminista, fundamentalmente del feminismo radical (Toupin, 2002). No resulta necesario explicar que la Iglesia, con su énfasis en la caridad cristiana, ande a la búsqueda de pobres y abandonados para ejercer sobre ellos sus propias virtudes. Las prostitutas vistas como pecadoras que pueden ser salvadas o como víctimas a las que se debe ayudar, forman parte del imaginario de su clientela tradicional. Los militantes de izquierda, por su parte, suelen compartir con el modelo religioso algunos tics salvacionistas y una visión puritana del mundo, que los ha llevado a acercarse tarde y mal al problema de la variedad de manifestaciones de la sexualidad y a la posibilidad de entender el sexo pagado. Considerar a la homosexualidad y la prostitución como taras pequeño burguesas, ha sido frecuente dentro del comunismo o socialismo, salvo en sus concreciones disidentes, mientras que el anarquismo se a mostrado, en general, más abierto con relación a estos temas.

La polémica dentro del feminismo “Estábamos convencidas de que estas mujeres (las feministas) tenían que estar con nosotras (las prostitutas), sencillamente porque nosotras habíamos estado con ellas” (Corso, 2000 p. 149).

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Más difícil de comprender es la existencia de voces, que desde dentro del movimiento feminista adhieren a este discurso de discriminación y desvalorización paternalista. Algunas interpretaciones señalan que tanto el feminismo radical como el feminismo marxista están contra la prostitución, pero mientras el primero no la reconoce como trabajo, el segundo rechaza la explotación laboral que conlleva. Las corrientes feministas anglosajonas más comprensivas con respecto al trabajo sexual serían el feminismo liberal y la aproximación radical sexual que considera que puede llegar a ser un campo de experimentación y libertad sexual, aunque esta ventaja es principalmente para el cliente (Weatherall y Priestley, 2001). La identificación de las trabajadoras sexuales como víctimas, carentes de proyectos propios y necesitadas de una intervención exterior que las salve de su triste situación, se corresponde entonces con el discurso de algunas corrientes del feminismo radical (Barry, 1988), que asumen una idea demasiado general de las mujeres y se autoasignan su representación. Como señala Bárbara Hobson, apoyándose en Nancy Fraser, la lucha del feminismo por el reconocimiento ha implicado muchas veces extrañas alianzas, como la que se dio en EEUU durante la época de Reagan entre el feminismo cultural y sectores políticos ultra derechistas en su campaña antipornografía, alianza actualizada en la Administración Bush y que se repite en otros países, entre sectores feministas y partidos políticos de derechas. Grupos que han sufrido a lo largo de la historia ofensas y valoración negativa, que debilitaban sus posibilidades de acceder a una ciudadanía completa, suelen desarrollar estrategia de reconocimiento que implica asumir la representación de otros sectores a los que a su vez se ignora o se reconoce de una manera distorsionada. Así la búsqueda de una voz propia que caracteriza al feminismo, no garantiza que esta posibilidad de expresarse sea repartida entre todos los colectivos de mujeres que en teoría representan. “Hay una interacción constante entre las demandas de respeto y las demandas de redistribución” dice Hobson, que agrega “las luchas para el reconocimiento son actividades que instauran límites” (Hobson, 2004). Así la negativa a reconocer como interlocutoras válidas a las mujeres de determinados sectores, como se dio con respecto a las afroamericanas en EEUU y se da en la 35


actualidad en Europa con mujeres del Tercer Mundo, como las musulmanas y en todas partes con las prostitutas, refuerza el liderazgo de quienes organizan el discurso y evita la competición en el campo de la toma de decisiones. Si sumamos las estigmatizaciones estructurales y las coyunturales, vemos por qué las mujeres que se dedican al trabajo sexual, en mucha mayor medida que los hombres que se dedican a una misma tarea y que puede calcularse en un 17% del colectivo, sufren una pertinaz negación de su derecho al reconocimiento. La verdadera cuestión no está entonces en establecer qué es lo que hacen los grupos estigmatizados, sino desde dónde se enuncia el discurso que les niega capacidad de decisión. Un paso fundamental en el reconocimiento de sus derechos, se realiza cuando se incorporan en la discusión, como interlocutoras válidas, sus propias organizaciones, que han proliferado desde 1975, aunque con discontinuidades, interferencias y problemas de liderazgo (Mathieu, 2003). En el caso de la migración autónoma femenina confluyen los viejos prejuicios contra la prostitución y la nueva situación de los desplazamientos de población sin la suficiente cobertura legal, lo que las obliga a ganarse la vida en ámbitos de trabajo precario y economía sumergida, lo que incluye diversas formas de trabajo sexual. Esto da campo para nuevas elaboraciones victimistas, desarrolladas por asociaciones abolicionistas que con el discurso de salvar a las mujeres de la esclavitud y de la trata, realmente les niegan su capacidad de actuar y de decidir, con lo que dificultan objetivamente la persecución de las redes mafiosas, al medir todas las infracciones con el mismo rasero.

Dos líneas de pensamiento Detrás de estas controversias está la disputa entre dos líneas de pensamiento bien diferenciadas y organizadas en coaliciones internacionales, la abolicionista organizada en la Coalition Against Traffic in Women (CATW) que considera a la prostitución en si misma una esclavitud, enfrentada a quienes trabajan en la defensa de los derechos humanos de las prostitutas, Global Alliance Against Traffic in Woman 36


(GAATW) que incluye en su seno algunas de las principales asociaciones de las trabajadoras del sexo (NSWP) (Toupin, 2002). Los principales puntos de diferencia entre las dos posiciones, están en la asunción por parte de las abolicionistas de los siguientes supuestos, que son matizados o rechazados por parte de las legalistas o defensoras de los derechos humanos de las prostitutas (Acién y Majuelos, 2003 pp. 33-34). • • • •

La consideración de la prostitución como trabajo. La confusión conceptual entre tráfico y prostitución. La falta de distinción entre prostitución adulta e infantil. Considerar que es la prostitución en sí misma (y no algunas de las formas en que puede ejercerse) una actividad degradante y una forma de violencia contra las mujeres.

Los puntos en que están confluyendo las propuestas abolicionistas y las defensoras de derechos humanos son los siguientes: • • • • •

Reconocimiento de la existencia de un ámbito de trabajo sexual voluntario. Reconocimiento de la autonomía de los estados para legislar al respecto. Necesidad de tener en cuenta las opiniones de las trabajadoras sexuales. Necesidad de evitar medidas que aumenten la estigmatización y la vulnerabilidad de las trabajadoras sexuales inmigrantes. Necesidad de adoptar un enfoque basado en los derechos humanos.

Éste puede parecer un plan de acuerdos mínimos, pero incluso referente a estos puntos hay diferencias en su interpretación. Así mientras los sectores más fundamentalistas del abolicionismo se muestran reacios a aceptar el primer punto, pues argumentan que aún la prostitución voluntaria es forzada, pues se realiza bajo presión económica (como si los restantes trabajos no tuvieran motivaciones monetarias) 37


las asociaciones de trabajadoras sexuales, reunidas en NSWP, consideran que el hincapié en diferenciar prostitución voluntaria y forzada puede ser peligroso para las mismas trabajadoras, pues centra las políticas internacionales en prevenir la forzada, en lugar de defender y garantizar derechos humanos a la legal, al tiempo que incorpora un sesgo racista, al identificar el trabajo sexual voluntario con el que realizan las prostitutas del Primer Mundo, mientras que reserva las consideraciones victimistas y los conceptos “trata” y “esclavitud” a las mujeres de mundo pobre (Toupin, 2002 p. 16). Un cambio profundo de la percepción social de estos problemas, no será la consecuencia normal del transcurso del tiempo, implica y necesita el desarrollo de políticas concretas, del tipo de las que se han reconocido como necesarias para combatir el racismo y la xenofobia. En estos casos se trata también de restablecer una justicia básica y el respeto de los derechos humanos, pero al mismo tiempo de evitar agresiones y violencia, no sólo sobre estas mujeres en particular, sino contra cualquier mujer, puesto que el feminicidio que se está dando en nuestros días en todos los países, incluso en los más desarrollados, se dirige principalmente a las mujeres que pretenden abandonar sus vínculos de pareja tradicionales, es decir a aquellas que se supone en situación de ingresar a los grupos infractores. La fuerza que pueden tener en los asesinatos de mujeres los estereotipos sobre los sectores marginalizados no puede dejarse a priori. El objetivo de la tolerancia cero para la violencia de género debe cumplirse con respecto a todos los colectivos de mujeres. Cuando nos referimos a las prostitutas, esto implica extender la comprensión del fenómeno a otros tipos de violencia, además de la violencia familiar.

Violencia por parte de grupos delictivos Afecta especialmente a las personas que tienen poco apoyo social y legal. En el primer mundo son víctimas especiales de esta violencia las inmigrantes, que aunque no están libres de ella otros grupos como los formado por las trabajadoras del sexo. Esta violencia tiene 38


su caldo de cultivo en la ilegalidad y falta de reconocimiento de estos sectores, que resultan así especialmente vulnerables. Desde el punto de vista de la administración pública es necesario garantizar mecanismos para que puedan plantear sus denuncias con las necesarias garantías de seguridad: anonimato, protección de las mafias o extorsionadores, seguridad que no serán expulsadas después del juicio a los delincuentes, atención de su denuncia en relación a los delitos que se hayan cometido contra ellas (amenazas, agresiones, estafas) independientemente de la actividad que ellas estén realizando.

Maltrato institucional En muchas ocasiones los sectores estigmatizados reciben un trato desconsiderado (y a veces francamente agresivo) por parte de los funcionarios o funcionarias que deberían proteger sus derechos. Es necesario al respecto realizar campañas de formación para personas que atienden a estos colectivos aprendan a utilizar un lenguaje apropiado y manifiestan el respeto debido a todas las usuarias de los servicios públicos. También es necesario que la atención (sanitaria, policial, social o administrativa) la realicen mujeres, ya que muchas mujeres se sienten poco seguras si las atienden hombres, y las trabajadoras sexuales se sienten más cómodas contando sus problemas a sus congéneres. Es necesario extender a todas las mujeres los servicios de las casas de acogida (que con frecuencia no autorizan la permanencia de las trabajadoras sexuales) y de los teléfonos de denuncia del maltrato, para que puedan incluir las denuncias por maltrato institucional.

Maltrato de los medios de comunicación La discriminación social se apoya en una imagen distorsionada que se da de estos sectores desde los medios de comunicación y desde distintos ámbitos académicos y sociales. El tratamiento distorsionado de sus problemas, el subrayado sistemático de lo que las diferencia de otros colectivos, en lugar de mostrar lo que tienen en común, su 39


presentación sistemática como víctimas engañadas sin proyecto propio, son todos elementos que configuran la “violencia simbólica” que se ejerce sobre ellas y que da la base donde se asientan las otras violencias. Es conveniente vigilar para que se cumpla con respecto a ellas los códigos deontológicos que prohíben la utilización de las imágenes de las personas sin su permiso. Es frecuente en el caso de las trabajadoras sexuales, que se las fotografíe sin su autorización, o que se utilicen públicamente imágenes que se les había asegurado que no saldrían del ámbito privado. En cambio se cuida siempre de no dar imágenes de los clientes e incluso se camuflan las patentes de sus coches. La distorsión de las imágenes también se da en el caso de las inmigrantes. Toda esta violencia se apoya en la marginación social previa. En mayo del 2000 se aprobó en el Parlamento Europeo un Informe sobre “Nuevas medidas en el ámbito de las luchas contra la trata de las mujeres”. En su enmienda 2 considera que “el régimen de prohibición directa e indirecta de la prostitución vigente en la mayoría de los Estados miembros crea un mercado clandestino monopolizado por la delincuencia organizada que expone a las personas implicadas, sobre todo a los inmigrantes a la violencia y la marginación” (Informe del Parlamento Europeo mayo 2000)

Demandar para todas el cumplimiento de los derechos humanos, parece reivindicación mínima, pero da la base para el empoderamiento de los sectores más desfavorecidos, lo que les permitirá actuar en la esfera política con una voz propia. Es necesario darles oportunidad para que expresen sus reivindicaciones con sus propias palabras, pero mientras tanto, recogiendo sus protestas y sus expresiones reiteradamente manifestadas, podemos compartir con ellas la siguiente queja: Estamos cansadas. Estamos cansadas de la discriminación social. 40


En las calles de la ciudad hay todo tipo de personas, hay delicuentes, borrachos, drogadictos, timadores, agresivos, violentos, ruidosos, sucios. Pero eso no inquieta a los vecinos, no molesta a la policía no preocupa a los ayuntamientos. Legislan y actúan para terminar con las prostitutas callejeras que no están cometiendo ningún delito, que no engañan ni estafan a nadie, que no son violentas, ni ruidosas, ni tienen aspecto desagradable ni ofensivo. Estamos cansadas de la hipocresía social. Los trabajos que se reservan a las mujeres son pesados y mal pagados, sin contratos laborales ni seguridad social. Pero eso no preocupa a los políticos, no angustia a algunos sectores del feminismo, no quita el sueño a los organismos internacionales. Sin preocuparse de modificar el mercado laboral, hacen propuestas para abolir el trabajo más rentable del que disponen muchas mujeres pobres y sin papeles en orden. En lugar de ofrecerles mejores condiciones laborales, las acosan policialmente, las minusvaloran, las ignoran en tanto que agentes sociales. No queremos que nos salvéis, queremos que nos escuchéis. No nos rotuléis, conocednos. No habléis por nosotras, dejadnos hablar.

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Biografía citada

Acién, E. y MAJUELOS, F. eds. (2003) De la exclusión al estigma. Almería: Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. Barry, K. (1998) Esclavitud sexual de la mujer. Barcelona: La Sal. Corso, C. y Landi, S. (2000) Retrato de intensos colores. Madrid: Talasa. Gil Araujo, S. (2004) “Género y luchas por el reconocimiento: Identidades en disputa, acción y poder” en Democracia, feminismo y universidad en el siglo XXI, Madrid, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer. Informe del Parlamento Europeo mayo 2000. “Comunicación de la Comisión al Congreso y al Parlamento Europeo sobre nuevas medidas en el ámbito de la lucha contra la trata de mujeres”. Jaget, C. (ed) (1980) Prostitutes. Our Life. Inglaterra: Falling Wall Press. Juliano, D. (2002) El espejo oscuro: La prostitución. Barcelona: Icaria. (2004) Excluidas y marginales. Una aproximación antropológica. Madrid: Editorial Cátedra. Mathieu, L. (2003) “ The Emergence and Uncertain Outcomes of Prostitutes’ Social Movements”. The European Journal of Women’s Studies 10: 29-50. Moreno, A. (1986) El arquetipo viril protagonista de la historia. Ejercicios de lectura no androcéntrica. Barcelona: La Sal. Toupin, L. (2002) “La scission politique du feminisme international sur la question du “trafic des femmes”: vers la “migration” d’un certain féminisme radical.” Recherches féministes 15 nº 2: 9-40. Weatherall, A. y Priestley, A. (2001) “A Feminist Discourse Analysis of Sex “Work”.” Feminism & Psychology 11: 323-340.

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De cómo vender sexo y no morir en el intento. Fronteras encarnadas y tácticas de quienes trabajan en el mercado sexual26 Santiago Morcillo27

Introducción Antes de analizar las tácticas y los límites que se fijan las mujeres y travestis que realizan trabajo sexual,28 es importante caracterizar algunos de los elementos que distinguen al mercado sexual y en particular al sexo comercial o aquello que se llama “prostitución”. En primer lugar esta será entendida como aquellas prácticas que de forma regular y constante resultan en remuneraciones monetarias realizando actividades sexuales. Lo que aquí se de-nomina trabajo sexual debe ser pensado dentro de un continuo de intercambios sexuales-económicos −dentro de los que se incluye el matrimonio−, que iría desde la esclavitud sexual hasta formas mucho menos asimétricas de intercambio y donde además de la relación puntual “cliente-prostituta” 26  MORCILLO, Santiago (2011) “De cómo vender sexo y no morir en el intento. Fronteras encarnadas y tácticas de quienes trabajan en el mercado sexual” en: Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad - RELACES, Nº7, año 3. Diciembre 2011-marzo 2012. Córdoba. ISSN: 1852.8759. pp. 17-28. Disponible en: http://www.relaces.com.ar/index.php/relaces/article/view/73/102 27  Doctorando en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Licenciado y Profesor en Sociología (UNSJ). Docente en la carrera de Sociología. Investiga en el Intituto de Investigaciones Gino Germani, Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES). 28  En adelante se utiliza la denominación “trabajo sexual” basado en la propia consideración de las mujeres y travestis que fueron entrevistadas quienes se refieren a su actividad como un “trabajo”. El uso de esta denominación no significa una ponderación moral de dichas tareas −cosa que no cabe en un análisis del tipo que aquí se intenta− en todo caso se busca utilizar una categoría que sea lo más similar al término nativo.

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intervienen variables estructurales (cfr. Fraser, 1993; Pheterson, 2000; Sanders, 2005). En esta introducción se exponen brevemente algunas de estas características estructurales, las cuales se deben tomar en cuenta para comprender el accionar de quienes trabajan en el mercado sexual conjugando las variables económicas con una serie de elementos que, sin excluirlas, exceden la lógica meramente monetaria. La prostitución ha sido concebida, particularmente a partir de la modernidad y del auge del dispositivo de sexualidad (Foucault, 2002), como una práctica sexual claramente ilegítima. La ligazón profunda que el dispositivo de sexualidad traba entre la sexualidad y la subjetividad va a la par de la invención de los distintos personajes perversos. Así, los efectos que articula dicho dispositivo construyen el personaje de la “prostituta”, y a la vez naturalizan y ocultan las relaciones de poder, generizadas y clasistas, que subyacen a la construcción de todas las sexualidades periféricas (Justo y Morcillo, 2008a). Si bien estos procesos fueron estudiados por Foucault en el contexto europeo, varias investigaciones muestran cómo, a partir de la implementación del modelo regulacionista de la prostitución (original-mente francés), se “importan” las características más relevantes a muchos países de Latinoamérica y Argentina en particular (Guy, 1994; Grammático, 2000; Nuñez, 2001; Obregón 2002) Se han realizado diversos estudios sobre los procesos por los cuales las prostitutas fueron individualizadas y segregadas del resto de la clase obrera.29 A través de estas transformaciones, donde tu-vieron un papel importante el higienismo y la epidemiología decimonónica (Morcillo, 2009), las prostitutas son construidas como una población 29  Por ejemplo Judith Walkowitz plantea que la prostitución comienza a ocupar un lugar diferente pues deja de ser una actividad ocasional y se configura como tarea más permanente en la vida de quienes la ejercen. También como efecto de las reformas legales y la persecución policial las prostitutas son escindidas de la población obrera y comienzan a ser aisladas como una minoría proscrita (citada en Rubin, 1989). En Argentina en particular, esto fue muy visible en el período que se ha denominado “regulacionista” (entre 1850-1950) en el cual se sucedieron intentos de legalizar la prostitución y controlar su ejercicio desde aparatos estatales (Guy, 1991).

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en sentido foucaultiano y a la vez como una especie, reforzando así un estereotipo históricamente consolidado, que encuentra antiguas resonancias en el discurso del catolicismo. En particular resulta relevante la sanción que establece el catolicismo al placer de las prostitutas, ya que estas no podrán ser perdonadas salvo que, como Magdalena, se arrepientan de los pecados cometidos y que en ningún caso hayan sido motivadas por el placer sino por la pobreza y la necesidad económica (cfr. Justo y Morcillo, 2008b). En este sentido la sexualidad de las prostitutas al ser fuente de estigmatización opera como un control sobre la sexualidad femenina en general. Para cualquier mujer una sexualidad que se apoye más en el placer que en los vínculos sentimentales, que exceda las fronteras de la monogamia, entre otros límites, significa acercarse peligrosamente al estereotipo de la “puta” (sobre el estigma de las prostitutas como fuente de control de la sexualidad femenina ver Juliano, 2003) Mirando hacia el mercado sexual constituido en vinculación con la sexualidad, la prostitución se delinearía como una mediación de las tantas sexualidades perversas que implanta el dispositivo de sexualidad, que hostiga y a la vez acicatea en una eterna persecución entre el poder y el placer. Es es-te papel que como mediación cumple la prostitución, lo que contribuye a reafirmar lo duradero del juego entre poder y placer, pues como mediación asegura la recaudación económica (Foucault, 2002). La prostitución, como dispositivo que articula las relaciones entre individuos, aparece como un molinete, o una gran rueda a la cual los individuos se hallan atados, sujetados, de forma tal que con sus movimientos, sus seguimientos y acosos, están siempre aportando sus energías al sistema económico. En consonancia con ello, aunque en clave deleuziana, podemos concebir al dispositivo de prostitución como una “máquina de captura”, tal como lo plantea Perlongher, a través de la cual son secuestrados los flujos libidinales y retraducidos en “intensidades medias”. Retraducción que se opera a través de la combinación de un macrocódigo binario (que refiere a la edad, sexo, raza, etc.) y un microcódigo infinitesimal que capta los movimientos singulares del deseo y el goce convirtiéndolos en una equivalencia monetaria. 45


La prostitución sería uno de los dispositivos por los cuales el gozo (de intensidades incomposibles irrecuperables) se circunviene en la intercambiabilidad generalizada del capital. La energía libidinal del goce perverso se integra, mediante el pago, al circuito de los intercambios; a resultas de esa conexión, las sensaciones y las emociones van a ser “negociadas al precio de la calle”. (Perlongher, 1993: 108)

Perlongher apunta varias tensiones o movilizaciones concurrentes tanto en sentido de desterritorializaciones como de reterritorializaciones, por ejemplo: “el golpe de vista de la prostituta [...] sexualiza y enciende la muchedumbre anodina [...] por un lado, se abren ‘puntos de fuga’ libidinales pero la prostitución procede, por el otro a una reconversión de ese flujo deseante” (Perlongher, 1993: 128). De esta manera el mercado sexual requiere a sus trabajadores acentuar, o tal vez impostar, la sensualidad, no ya únicamente como respuesta a un mandato cultural de género, sino también como suerte de estrategia de mercado, pues se establece una codificación entre las características (biométricas, etarias y étnicas) estimadas en los cuerpos que ofrecen el sexo, y su valor monetario. Este cuerpo-objeto de deseo está codificado como mercancía, de forma que es producido como un cierto valor, tiene una determinada cotización en el mercado sexual. Esta tiene vínculos con las características de los cuerpos de quienes hacen trabajo sexual y también con el tipo de práctica que se solicite, pues se valorizan más las prácticas interdictas −de allí que las ofertas mencionen diferencias etarias, étnicas, prácticas lésbicas, sexo grupal, anal, etc.− Por esta cotización de cuerpos y prácticas es importante considerar, como las propias mujeres y travestis organizan sus tácticas y definen sus límites simbólico/corporales al entablar relaciones con los clientes y en sus vidas íntimas. Al trabajar sobre la posición subjetiva de la prostituta Julia O’Connell Davidson se refiere al status ‘liminar’ de la prostituta; aludiendo al hecho de que al “vender sexo” se está vendiendo algo que no se halla completamente comodificado −o sea, los significados que lo rodean hacen que no pueda ser considerado directamente como una mercancía− y que es usualmente asociado a una esfera privada y no 46


comercial, gobernada por valores de intimidad, amor y afecto. A ello Brewis y Linstead agregan que “esta liminaridad posiblemente significa que el lugar donde ocurre la prostitución, ya sea la real ubicación geográfica, la parte del cuerpo o la ubicación simbólica (en términos de su posicionamiento en la psique de la prostituta), es también crucial al sentido de sí misma de la prostituta, a su autoestima” (2000: 89). El estereotipo estigmatizante, lo que Pheterson (2000) denomina el “estigma de puta”,30 atraviesa la subjetividad de las personas que realizan trabajo sexual y se convierte en un status social que perdura en el tiempo, aun cuando ya no se lo realice más (Cfr. Juliano, 2002; Pheterson, 2000). Además, Juliano (2003) plantea que el estigma que marca a las prostitutas también tiene como efectos estratégicos tanto obstaculizar sus posibilidades de organización colectiva, como lograr que estas mujeres permanezcan en esta actividad dificultando su salida del “mundo de la prostitución”. Por último otro de los efectos de la estigmatización, en este caso tal como la entiende Goffman (1998), radica en que el “atributo”31 estig30  Pheterson plantea una lista de actividades que, supuestamente, llevan a cabo las prostitutas y por las cuales la sociedad respetable las considera deshonradas: “(1) relacionarse sexualmente con extraños; (2) relacionarse sexualmente con muchas parejas; (3) tomar la iniciativa sexual, controlar los encuentros sexuales y ser una experta en sexo; (4) pedir dinero a cambio de sexo; (5) satisfacer las fantasías sexuales masculinas de manera impersonal; (6) estar sola en la calle por la noche, en calles oscuras, vestida para provocar el deseo masculino; (7) encontrarse en situaciones determinadas con hombres insolentes, borrachos o violentos que o bien una puede manejar (‘mujeres descaradas o vulgares’) o ser manejadas por ellos (‘mujeres convertidas en víctimas’)” (Pheterson, 2000: 59). A un nivel más estructural, Pheterson señala que es el hecho de pedir dinero, abiertamente, a cambio de sexo y por fuera de la institución del matrimonio, lo que estaría por fuera del sistema de parentesco instituido y que ocasionaría la estigmatización. 31  Este atributo no debe ser entendido como una característica individual sino que tiene un carácter relacional y construido el cual se articula a partir de relaciones de poder. Para una comprensión cabal de las implicancias estructurales y políticas de la categoría de estigma que va mucho más allá del marco estrictamente goffmaniano ver Parker y Aggleton (2003).

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matizante captura toda la atención. Así se produce una retracción de la polifonía subjetiva y una de las tantas esferas subjetivas monopoliza e invade las demás, aquí, el realizar trabajo sexual impregna toda la subjetividad de quien lo lleva a cabo. Es esta marca, que pone de manifiesto una vez más cómo se construyen estrechas relaciones entre las prácticas sexuales y las identidades esencializadas que se les adjudican, la que señala la importancia de enfocar particularmente cómo se manejan y se limitan las actividades sexuales que se realizan en la esfera del trabajo sexual. Esta singular constitución del mercado sexual y de las subjetividades de quienes realizan trabajo sexual redunda en la recurrencia a ciertas tácticas que −como hemos mencionado− aunque estén permeadas por una lógica de mercado, la exceden. En este sentido, a partir del análisis de los datos construidos en el trabajo de campo, se plantea que fijar límites a las prácticas sexuales sostenidas con los clientes puede ser comprendido como parte de los límites simbólicos (corporeizados) que construyen las personas dedicadas al trabajo sexual. Estas restricciones presentan varias articulaciones, por una parte constituyen un mecanismo para construir y significar al sexo como trabajo; y por otra una técnica que permite lidiar con la estigmatización. Finalmente se evalúa cómo el establecimiento de dichos límites (sus desplazamientos, significaciones y su permeabilidad) puede ser leído como un indicador de algunas de las relaciones de poder que se dan el marco del trabajo sexual.

Metodología A pesar de que la discusión sobre cuál es el status del trabajo sexual/ prostitución y cuáles son sus implicancias, ha sido y es muy convocante en algunos ámbitos −fundamentalmente académicos o ligados al activismo−, los estudios empíricos sobre esta problemática son escasos en la Argentina. Más aun, es muy difícil hallar alguna investigación −excepto tal vez las enfocadas en el VIH y el uso de preservativo− sobre las tácticas que utilizan y las significaciones que otorgan al sexo quienes realizan trabajo sexual. Es por ello que considero importante presentar estos avances de investigación si bien la misma se encuen48


tra aún en una fase exploratoria. El análisis desarrollado a continuación se basa en entrevistas en profundidad realizadas como parte de una investigación mayor que tuvo lugar en la primera mitad del año 2008 (Pecheny, 2008). Se hicieron 17 entrevistas a mujeres y travestis que hacen trabajo sexual. Si bien es cierto que en algunos aspectos relacionados con las identidades las posiciones de mujeres y travestis son diferentes (Fernández, 2004; Modarelli, 2005; Figari, 2007), resulta notable como en ambos casos se demarcan límites simbólico-corporales y se realiza un trabajo emocional de forma similar, es por este motivo que se ha decidido trabajar con los testimonios de ambas en este artículo. Las entrevistas se hicieron en forma semiestructurada −siguiendo una guía y a la vez permitiendo el flujo del discurso de las entrevistadas− y duraron entre media hora y una hora y media. Los encuentros se llevaron a cabo en Buenos Aires y en Rosario, ambas ciudades que pueden ser consideradas “metrópolis” del trabajo sexual en Argentina, tanto históricamente como plantean varios estudios (entre otros: Múgica, 2001), como por su actual ex-tensión. Es importante recordar que la prostitución no es ilegal en Argentina, el cual se considera un país abolicionista.32 Sí se halla penado el promover o facilitar la prostitución de otras personas y/o explotar económicamente el ejercicio de la prostitución de otros. Se seleccionaron para las entrevistas a mujeres y travestis que fue32  El abolicionismo constituye un amplio espectro de posiciones. Algunos sectores del feminismo que pugnan por la abolición de toda forma de prostitución por considerarlas todas similares a la esclavitud sexual (para una discusión más exhaustiva de las posiciones dentro del feminismo véase Chapkis, 1997 o Kesler, 2002). Por otra parte la doctrina abolicionista tal como la profesan muchos Estados −Argentina entre ellos− se plantea la abolición de la explotación de la prostitución por parte de terceros, valorada como una violación a los derechos humanos y una ofensa contra la integridad y la dignidad de la persona. De todas formas, aunque el proxenetismo es débilmente perseguido, existen regulaciones menores −edictos o códigos de faltas− que castigan al trabajo sexual como una contravención (en algunos casos se pena la oferta de sexo en ciertas áreas, o la “prostitución escandalosa”, o el “vestir ropas del sexo opuesto”).

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ran: mayores de 18 años, argentinas y que definan su trabajo como “independiente”33 en el sentido de no tener ningún proxeneta. Esto permitió hacer un recorte que evitara casos de jóvenes explotadas y traficadas por la industria del sexo, casos que, aunque son de gran importancia, exceden el alcance de este estudio. Las edades de las mujeres entrevistadas oscilan entre 28 años y 50 años, y de las travestis entre 22 años y 46 años. En cuanto a su nivel educativo, va desde primario incompleto a secundario incompleto; únicamente dos (travestis) completaron el secundario. Ninguna de las entrevistadas tiene cobertura de salud o seguro médico.34 Cinco de las entrevistadas eran solteras, cinco vivían en concubinato, cuatro estaban separadas y dos tenían pareja/s estable/s. La mayor parte de ellas trabajan en la calle (10) otras en departamentos/habitaciones (4) y otras en ambas situaciones (3) combinando también con la realización del trabajo en el propio hogar de las entrevistadas.

Límites, significados y motivaciones En relación a los límites que se ponen a las prácticas sexuales con clientes todas las entrevistadas dijeron rechazar los contactos sexuales sin preservativo. También la amplia mayoría dijo rechazar, o buscar diligentemente evitar los besos, lo cual es consistente con la literatura consultada (Gaspar, 1985; Brewis y Linstead, 2000; Pasini, 2000; Sanders, 2002, 2005). Varias entrevistadas, tanto travestis como mujeres, dijeron rehusarse a tener sexo comercial con otras mujeres. Aunque en este punto los límites de mujeres y travestis se asemejan, su-cede lo contrario con el sexo anal. Si bien no tan re-chazado como el sexo sin protección o los besos, algunas mujeres reportaron su rechazo a tener sexo anal con los clientes. Por otra parte varias travestis señalaron que no hacían “de activa”, es decir que no penetraban a 33  No por esto es posible pensar que dedicarse al trabajo sexual sea una decisión “libre” tomada sin ningún tipo de constricción, tal como suponen algunos enfoques de tintes liberales. En este sentido tal vez sea necesario recordar que tal tipo de decisiones sólo pueden ser pensadas desde un idealismo individualista que no resiste la más mínima crítica desde las ciencias sociales. 34  Sólo una de las entrevistadas (travesti) tiene un seguro de salud prepago que es costeado por una familiar.

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sus clientes. A nivel general, si bien no eran planteados como límites explícitos frente a los clientes, muchas entrevistadas señalaron la preferencia por reducir al mínimo necesario tanto el contacto físico entre su cuerpo y el de los clientes, como la desnudez de su propio cuerpo, de forma similar a lo hallado en otras investigaciones (Gaspar, 1985; Sanders 2002). Además de las limitaciones que tienen como objeto determinadas prácticas sexuales aparecieron otros elementos que circunscriben y organizan los intercambios en el sexo comercial. Todas las entrevistadas dijeron poner límites temporales a las relaciones sexuales con los clientes. El tiempo de cada “salida” depende del monto de dinero recibido, este será el que regule por cuánto tiempo se brindarán los servicios sexuales. Aun así, aunque el dinero parezca el principal factor que determina el tiempo de duración del encuentro, el manejo del tiempo como límite de las prácticas sexuales realizadas con los clientes tiene diferentes dimensiones. Por un lado involucra usar técnicas para lograr que el cliente tenga un orgasmo más rápidamente, o para hacer pasar el tiempo con juegos no directamente sexuales y que evaden el contacto físico. Para todas las entrevistadas el cliente que “se demora” aparece como una carga y en tanto esto ocurre porque no puede alcanzar el orgasmo representa un potencial riesgo de violencia (lo cual estaría demostrando también la fragilidad del control sobre esta limitación temporal, ver Brewis y Linstead, 2000; Sanders, 2005). Quizás te están pagando $20; $30 y... piensa que pueden hacer de todo... o estar... cuántas horas ellos quieren... y no es así... Si yo... esto lo digo enseguida: mi amor, dale, dale... nene que yo... te voy a cobrar más, ¿eh? [...] abren la ventanilla, se fuman un cigarrillo... mientras que yo estoy... Y no... relajate... concentrate en esto porque sino pasa un minutos más, dos minutos más y si no acabás yo me bajo, ¿eh? (Natalia) Que por ahí vos le decís son 15, 20 minutos y porque el hombre está, viste, drogado… Que el hombre no acabó y piensa que vos tener que estar toda la noche con él. Por ahí son violentos, ponele, no todos (Antonia) 51


Por otra parte una forma en que interviene el manejo del tiempo para fijar límites al trabajo sexual se manifiesta en el hecho de que la mayoría de las entrevistadas regulan tanto los horarios como los días en los que se dedicaban al trabajo sexual. Acá la esfera afectivo personal se superpone a la lógica económica pues muchas veces los fines de semana que podrían ser particularmente rentables aparecen como momentos en que se alejan del trabajo para dedicarse a sus vidas personales. Finalmente, muchas entrevistadas dijeron usar la “psicología” en la elección de los clientes, lo cual estaría operando también como un límite. Algunas de las entrevistadas señalaron que preferían, contra lo que se podría suponer, trabajar en la calle y no en departamentos/habitaciones pues allí no tenían margen para seleccionar a los clientes. Este límite responde a cuidar la propia seguridad y generalmente se evitan los clientes que pueden ser problemáticos: ebrios, nerviosos o alterados, muy sucios o con propuestas extrañas, etc. Esta selección también puede significar decir a un cliente cuyo comportamiento fue inapropiado que no vuelva pues no será atendido (ver también Brewis y Linstead, 2000). vos en la calle, vos, tenés que ser psicóloga, tenés que aprender la psicología ante todo porque no sabés cuándo van a surgir los problemas… (Moria) claro, podés elegir. Tampoco tengo esa necesidad de que tengo que rendirles cuentas a alguien porque no tengo plata, no. […] con el tiempo vas aprendiendo [a elegir clientes], hay psicología en la mirada… El que viene con algo malo o a hacerte algo malo, siempre se le va a ir algo. Está nervioso… Principalmente que sea dentro de lo posible educado, no importa que sea pobre, que sea limpito y educado (Mónica)

¿Qué significados y/o motivaciones pueden vincularse con estos límites? Desde la lectura de las entrevistas surge que estos límites tienen distintas significaciones: una de ellas es el cuidado de la propia salud, y también de la salud de sus parejas y/o familias. Más precisamente, la noción de salud es construida como una forma de “higiene”, 52


lo cual como veremos más adelante tiene importantes implicancias simbólicas. Esta pauta se hallaba vincula-da al rechazo hacia las relaciones sin preservativo y hacia el sexo anal (también fue mencionada como motivación para restringir los intercambios que impliquen besar en la boca a los clientes). Fijar límites a las prácticas sexuales y a la forma en que se las realiza es también interpretado como una forma de organizar el trabajo sexual de manera similar a la que se haría con otras formas de trabajo. Esto tiene relación directa con el manejo del tiempo y restricción de besar en la relación sexual comercial. a la hora de trabajar, hay que trabajar. Hay un horario de ida y de vuelta. … Porque la persona que se organiza es un trabajo como todos, ¿entendés?, vos tenés tu horario. Salgo a las 10 de la noche y yo sé que a las 3 de la mañana tengo que terminar mi trabajo (María)

Muchas veces la limitación está motivada por lo que las entrevistadas consideran acorde a su orientación sexual. Tal es el caso en la restricción a tener sexo con mujeres, tanto para las travestis como para las mujeres, y la restricción de las penetraciones activas para las travestis. Si yo elegí este camino es para no hacerlo con mujeres. (Jimena) Mire, yo no soy bisexual... No, con otra chica no. Lo acepto, que lo hagan otras. No me siento que una mujer me toque la piel. (María)

Uno de los elementos más importantes vinculado a las limitaciones puestas en el sexo comercial es la posibilidad, y muchas veces la necesidad, de separar el afecto del sexo comercial. Este es el sentido atribuido para el caso “paradigmático” del rechazo a dar besos (pero también de otras prácticas asociadas al afecto como las caricias y abrazos), de las restricciones temporales y de la evitación de proximidad física. El realizar estas prácticas en el contexto del sexo comercial involucraría un esfuerzo muy grande a la hora de deslindar las emociones del sexo laboral. 53


si vos das un beso, para mí, es como que vos lo agarrás en serio. O sea, es un trabajo, el que agarra la plata sos vos, acá no estás de novia […] yo pienso que las personas que trabajan van directo a los bifes (Antonia)

Finalmente, otras dos motivaciones para fijar límites a las prácticas sexuales en las relaciones con clientes fueron, por una parte el potencial de algunas prácticas para generar placer a las propias entrevistadas (tal como fue mencionado en las entrevistas al referir al cunnilingus o recibir estimulación en los genitales) y por otra parte la capacidad de provocar repugnancia (en referencia al anilingus y también a los besos en la boca o “beso francés”). El principal papel que parecen cumplir los límites impuestos a las prácticas sexuales y a las relaciones con los clientes es establecer un límite simbólico. Entonces no es casual que uno de los significantes que aparecen relacionados a las limitaciones sea el de la “higiene”, pues lo que permite esta barrera es mantener alejada la “suciedad”, las fuentes de contaminación simbólica (Gaspar, 1985; Sanders, 2002). Podemos pensar que de alguna manera se invierte el imaginario higienista que ponía a las prostitutas como fuente de contaminación y contagios, y son los clientes los que son situados en tal lugar, de ahí la preferencia por los clientes “limpios”. Además este límite simbólico estructura una división que permitiría distinguir el sexo como expresión de afecto del sexo como un trabajo y así representa una frontera protectora para la intimidad, las emociones y los afectos de quienes realizan trabajo sexual. Esta distinción que estructura distintos significados para el sexo −sexo comercial y sexo como expresión de afectos o sexo personal− puede observarse más claramente en tres puntos: el re-chazo a dar besos a los clientes, las limitaciones temporales y la resistencia a tener relaciones sexuales comerciales sin preservativo. En algunos estudios se cuestiona el papel mítico de la prohibición de dar besos que aparece entre quienes se dedican al trabajo sexual y esta restricción ha generado alguna polémica. De todas formas, en las entrevistas realizadas se pudo comprobar la efectiva aparición de 54


este límite, aún cuando no ha sido posible chequear la consistencia de las prácticas con estos enunciados, este plano discursivo resulta fundamental para sostener los límites simbólicos a que nos referimos. Tal como se refiere en estudios dedicados a la historia del beso (Cahen, 1997) desde el Renacimiento occidente otorgó un carácter amoroso a los besos. Así, para las entrevistadas los besos aparecen asociados con el cariño, el afecto, y una relación con alguien deseado y especial, por ello son reservados para el sexo en el ámbito privado. Algunas entrevistadas refirieron que les producía “asco” el besar a un cliente, ello muestra la estrecha relación entre el beso y la persona a quien se besa. Es decir, esta repugnancia manifiesta la construcción de los besos como una práctica muy personal, construcción que estaría desarticulada en las prácticas permitidas en el sexo comercial, que serían vistas como “impersonales”. Los besos parecerían ocupar un lugar distinto del que ocupa el sexo, con la significación afectiva indeleblemente grabada (en algunas entrevistas cuando parece que no hay ninguna práctica restringida, las limitaciones son recordadas a partir de la pregunta por los besos). Esto puede relacionarse con la diferencia que plantean algunas activistas entre sexo y sexualidad, en esta diferencia se hallaría implícita una desgenitalización de la sexualidad (cfr. Berkins y Korol, 2007). No doy besos…Porque el beso me parece que es algo profundo. Algo que sale de adentro del alma de la persona. Varias veces me han dicho los tipos “¿y cómo te cuesta tanto besar y no te molesta chupar una y chupar otra?”. Pero no es lo mismo… Porque para mí no es lo mismo. Yo el día que tenga que dar besos se los voy a dar a la persona que ame. (Daiana)

Las diferencias del sexo en el ámbito personal y en el laboral no son sólo referidas a prácticas puntuales, sino al modo en que se maneja el cuerpo (evitando la desnudez) la distancia corporal y la temporalidad (en la cantidad y calidad del tiempo que transcurre en la relación). Además acá ha de incluirse la forma en que se concibe a la pareja sexual quien en el sexo comercial sólo es una preocupación en tanto representa una remuneración y no por su propia persona, mientras lo contrario ocurre en las relaciones sexuales en el ámbito privado, concebido como una esfera de cuidados, afectos y deseos mutuos. 55


Esto es una máquina que si me das 40 pesos hago lo que tengo que hacer y fue. Conforme o no conforme te doy mi tiempo. En mi casa tomate todo el tiempo que quieras y vivamos el sexo. (Valeria)

El uso de preservativos, o la prohibición de no usar el preservativo en las relaciones con los clientes podría ser pensado a la vez como una práctica de cuidado y como una práctica protectora en un sentido más amplio que el sanitario. El uso del preservativo con los clientes aparece, en nuestras entrevistas y en muchos estudios (Sanders 2002; Brewis y Linstead, 2000), como una barrera para diferenciar el sexo comercial del que se tiene en el ámbito personal. Una barrera física que funciona a la vez como un límite simbólico. En este sentido, es notorio que muy pocas entrevistadas declaró utilizar preservativos en sus relaciones sexuales personales, ni aun en el caso de aquellas que tienen varias parejas. Por contraposición a lo que sucedería en las relaciones con los clientes, el hecho de no utilizar preservativos en las relaciones sexuales personales es significado como una muestra de afecto o de confianza, o como prueba de su fidelidad.35

Performatividad del trabajo sexual Como se dijo en la introducción, el estigma tiende a invadir toda la subjetividad, pero plantear límites puede permitir separar distintas esferas subjetivas. En este sentido la materialización de estas barreras puede ser leída como un signo de agencia sexual, una táctica frente a la amenaza del estigma que imponen las pautas culturales hegemónicas. Las fuentes de las limitaciones tienen que ver con las significaciones que se construyen para algunas prácticas sexuales, para distintas zonas corporales y motivaciones más o menos personales. A su vez es-tas construcciones de significados se relacionan con diversas dimensiones: con algunos tabúes cultura-les, con prácticas de salud / higiene, con asumir una determinada orientación sexual (Foucault, 2002), y con la esfera de las emociones y los afectos. 35  De hecho la única entrevistada que declaró haber sostenido en el tiempo el uso de preservativo con quien fue su pareja estable, afirmó que esta práctica le trajo tantos problemas que terminó ocasionando ruptura del vínculo.

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Sin embargo, aunque podemos pensar entonces que hay una “cultura sexual”36 de quienes realizan trabajo sexual, la demarcación de las limitaciones de las prácticas sexuales realizadas con clientes no debe comprenderse como un momento puntual, ni como unos principios monolíticos establecidos y estáticos, sino como un terreno de lucha donde acontece una performance, un proceso que en cada iteración se halla atravesado y constituido por fuertes tensiones. Entre estas tensiones que marcan las posibilidades de variación de los límites fijados juega un papel importante la presión económica (la necesidad económica de cada una, cuánto dinero ofrezca el cliente y cuánto dinero se haya ganado hasta ese momento de la jornada). Sin embargo a esta deben sumarse: • •

Las pautas culturales y legales (que sancionan el status más o menos clandestino y estigmatizado del trabajo sexual); Las relaciones de poder entre los géneros (que tienen condicionantes estructurales, pero se actualizan y en cada precisa interacción pueden desestabilizarse); Las condiciones de trabajo (el lugar donde se lle-van a cabo las relaciones, el sentirse segura ahí o no, las relaciones de poder con la policía, etc.).

Asimismo, además de estas características macro del mercado sexual, también interviene el capital específico que se reúne con los años de experiencia en el trabajo sexual y que redunda en el desarrollo de diversas tácticas para negociar con los clientes, (por ejemplo pactar las condiciones y cobrar anticipadamente, diversas maniobras para colocar los preservativos, etc.). Sostener los límites de las prácticas sexuales depende, además, de la posibilidad de manejar el ambiente, el clima que se genera en la relación con el cliente y las propias emociones. Es decir está en relación

36  En tal caso esta cultura sexual, estaría en el sector inferior de lo que Rubin (1989) llama el sistema jerárquico de valor sexual. Representaría una pauta sexual no-hegemónica, aunque no necesariamente contra-hegemónica.

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con la capacidad de realizar trabajo emocional.37 A su vez, tener prácticas sexuales restringidas puede mostrar a los clientes como falseada la identidad de quienes hacen trabajo sexual, o mostrar un quiebre con su “otro ser”, y por ello requeriría un mayor trabajo para mantener la credibilidad de la “identidad de prostituta” creada frente al cliente.38 En definitiva, el trabajo emocional que se realiza al hacer trabajo sexual involucra tanto la posibilidad de satisfacer al cliente y lograr una transacción “exitosa” (Sanders, 2005) desde el punto de vista económico, como la necesidad de proteger algunas esferas de propia subjetividad de quienes se dedican a esta labor. ...no es abrirse de piernas. Hay que saber llevar al cliente. El cliente, vos te subís al auto y capaz que te dicen $20 y vos le podés sacar $70. Porque a la hora de la verdad... vos venís ahora y te querés casar con-migo, sino por $70, por $150 yo me casé. Terminó la hora, pero él estuvo casado una hora conmigo. Amor, pasión platónica con él, pero uno lo tiene que llevar. Es un cliente, pero es un ser humano. No lo voy a hacer sentir que soy una computadora programada *…+ Pero tampoco el abuso, ojo, donde te puede el cliente te jode. Hay clientes y clientes (María)

En este sentido es importante concebir las emociones no como una expresión de características esenciales de la persona y ligadas a una supuesta esfera “pre-social”, sino como un producto socialmente construido. De esta forma se puede comprender cómo la supresión de determinadas emociones y la expresión de otras en un trabajo, no implica una alienación de aspectos esenciales de quien hace trabajo emocional, sino que pone en acción habilidades que −facilitadas u obstruidas por las condiciones culturales y estructurales que se mencionan arriba− deben desarrollarse para este tipo particular de labor (Hochschild, 1979; Chapkis, 1997). En particular sostener los límites 37  Según Hochschild (1979) el trabajo emocional requiere la modificación en grado o en calidad, inducción o supresión de sentimientos o emociones de forma que sean acorde a las “reglas de sentimientos” imperantes en la interacción. Este tipo de trabajo exige una coordinación de la mente y el sentimiento y que a veces se basa en una fuente que honramos como profunda e integral a nuestra individualidad. 38  Esta particularidad posiblemente se incrementa en los niveles más altos de la prostitución. (Cf. Kontula, 2008; Sanders, 2005)

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entre la esfera laboral y las emociones que allí tendrán lugar o se suprimirán y otra esfera personal donde emergen emociones reservadas a la intimidad, es un as-pecto fundamental que comparte el sexo comercial con otras formas de trabajo emocional.

Esas cosas las tenés que evitar, pero es el hambre también... pero una cosa es el hambre y otra es el placer” Hay aún otro elemento más capaz de mostrar la permeabilidad de los límites demarcados y el trabajo que demanda su mantenimiento: el placer. La distinción entre el trabajo y las relaciones sexuales privadas pone del lado de las últimas tanto las emociones como el deseo y el placer. Sin embargo, tal como aparece en otras investigaciones (Kontula, 2008) y en los dichos de las entrevistadas, el placer y el deseo sexual parece a veces introducirse casi subrepticiamente en las relaciones sexuales comerciales (sobre todo cuando los clientes brindan un trato más cuidadoso,39 produciendo un fuerte con-traste quienes tienen un trato más imperativo o “frío”). Ello representa un desafío a los esquemas de límites planteados y un problema que requiere un trabajo emocional muy duro de parte de quienes hacen trabajo sexual. ...me enchufo en la cabeza de que es un trabajo, entendés. Trato de no disfrutarlo, si bien, bueno, hago mi trabajo, me río y jodo, pero me concientizo que es un laburo *…+ hay personas que te hacen sentir... tenés ganas que ese tipo venga todos los días, entendés, pero el tipo viene de vez en cuando o por ahí viene una vez y después no viene nunca más. Por eso mismo tenés que mentalizártelo de que es un laburo, si bien lo pasaste bien esa vez y nada más... para no volarte los pelos y tener que ir al psicólogo (Marisol)

Aun cuando la importancia que se le atribuye al placer será mucho mayor en las relaciones sexuales personales que en las relaciones 39  Según Pasini (2000) otro factor que interviene es la situación de pareja de quienes hacen trabajo sexual, así quienes no tienen una pareja se encontrarían en peores condiciones para sostener las barreras.

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sexuales con clientes (cfr. Kontula, 2008), la aparición furtiva de experiencias placenteras en este terreno muestra a la vez la fragilidad de las demarcaciones entre sexo-trabajo y sexo-placer, y el constante trabajo emocional −y tal vez por ello trabajo invisible para buena parte de los observadores externos− que acarrea el trabajo sexual en las condiciones en que se lo realiza actualmente. Por otra parte, la necesidad de evitar el placer en las relaciones sexuales comerciales está ligada, como se puede presuponer, al riesgo de involucramiento afectivo con clientes. Sin embargo, el continuo intento por mantener alejados clientes y deseo-placer, también se puede vincularse al fantasma estigmatizante de la “puta perversa” (o lujuriosa) que acecha desde el imaginario. Pasini (2000) señala que las mujeres que realizan trabajo sexual intentan mostrarse como sexualmente excitadas frente a los clientes, mientras que frente a sus colegas demuestran indiferencia (representado corporalmente como “mantenerse seca” en las relaciones con los clientes) como signo de ser profesional y casi con orgullo. En las charlas y entrevistas realizadas, cuando se pregunta por el placer en el sexo comercial emerge un imaginario de mujeres y travestis quienes “van por las piernas”, o sea, que hacen trabajo sexual por el placer sexual que obtienen del mismo. Estas entrevistadas, que describen su vínculo con el trabajo sexual como motivado sólo por razones económicas (“por la plata”) y/o para mantener a sus hijos o a sus familias, establecen entonces una distancia y una oposición con esas “otras”.40 Es interesante notar cómo este fenómeno de othering, que Barton (2007) señala entre las bailarinas exóticas donde las “otras” para las bailarinas son las “pu-tas”, (aquellas que acceden a tener sexo con los clientes) se presenta en el contexto del trabajo sexual, donde para algunas de las mujeres y travestis entrevistadas las otras son también las “putas”, es decir aquellas que no lo hacen por necesidad económica sino por gusto (y por ello podrían conceder a cualquier demanda del cliente). Sin embargo, tal como señala Barton en su estudio, este proceso de othe40  Estas “otras” muchas veces eran extranjeras, peruanas o dominicanas −lo cual denota a la vez una otredad racializada−, y en el caso de las travestis a veces eran quienes acceden a hacer de “activa”.

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ring re-instala peligrosamente los procesos de estigmatización. Esta distinción, que crearía una nueva exclusión dentro de la propia exclusión, constituye una técnica riesgosa para fijar límites pues retoma los esquemas morales hegemónicos sobre el placer y el sexo y los sitúa justo dentro del propio discurso de las estigmatizadas.

Conclusiones El manejo de los límites sobre determinadas prácticas sexuales y sobre ciertas zonas del cuerpo y tácticas corporales (encarnar los límites), muestra una construcción de corporalidad y un correspondiente manejo de las emociones particular entre quienes hacen trabajo sexual. En algunos casos parece construirse un “cuerpo sin alma” que, paradójicamente, protege frente a la entrada en un terreno donde “se arriesga el espíritu”, un cuerpo-máquina pero con zonas vedadas, como un signo de la comodificación incompleta del cuerpo/sexo. Este mapa alternativo del territorio corporal puede tanto ratificar como rectificar las zonas que pautas culturales dominantes sancionan como zonas sexuales, afectivas o susceptibles de ser enajenadas en el mercado sexual capitalista. A su vez la variabilidad de prácticas sexuales restringidas de la que dan cuenta algunos estudios que establecen comparaciones entre distintos grupos de personas dedicadas al trabajo sexual en diversas sociedades, (Allen et al, 2003),41 muestra una maleabilidad que permite elaborar diferentes corporalidades y atribuir distintos significados y valoraciones a las prácticas sexuales y a las zonas corporales que involucran. También el manejo de los diferentes registros emocionales y el establecimiento de barreras, límites temporales y de intensidad para determinadas emociones que pueden surgir o no según los distintos contextos, da cuenta del carác41  En este estudio se compara las distintas formas en que se hace trabajo sexual en distintos países; por ej. en Bali, Zimbabwe y Colombia usualmente se pasa toda la noche con los clientes a diferencia de lo que ocurre en México y EE.UU. donde los tiempos son breves (15 o 20 minutos); en Zimbawe se acostumbra a besar a los clientes con mayor frecuencia y en Gambia sólo se mantiene un coito vaginal sin ninguna otra estimulación, al igual que en Colombia −aunque los clientes solicitan otras prácticas−, en Escocia se veía al sexo oral como menos íntimo que el vaginal, justo a la inversa de lo que sucede en México.

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ter socialmente producido de las emociones. A pesar de esta maleabilidad, el postular el sexo como un trabajo y como separado de una esfera personal es una tarea que aparece como difícil y requiere un intenso trabajo emocional el cual no siempre es reconocido socialmente como un aspecto valioso. A la vez, sostener estos límites puede involucrar una suerte de lucha micro política, pues bajo las condiciones culturales y legales reinantes la comercialización de servicios sexuales continúa siendo estigmatizada y por tanto acarreando serias consecuencias para quienes realizan trabajo sexual. Construir límites simbólicos y su corporeización, o límites encarnados, muestra ser una táctica importante para lidiar con la estigmatización, así, puede ser visto como un acto de agencia sexual y a un cierto punto como táctica de resistencia. Pero a la vez estos límites pueden vincularse a una construcción de otredad (othering) que reforzaría los estereotipos negativos y la estigmatización. Entonces, si bien las fronteras establecidas para realizar trabajo sexual dan cuenta de un trabajo subjetivo para lidiar con la estigmatización, la deconstrucción más profunda de los imaginarios y los “personajes perversos” históricamente consolidados constituye una tarea mucho más compleja. El hecho de que las personas que hacen trabajo sexual deban construir estos límites encarnándolos, gastando muchas energías para protegerse emocionalmente, refleja cómo este sector continúa siendo marginalizado (Sanders, 2002). En este sentido, los desplazamientos y las implicancias de dichos límites son una forma de analizar las dinámicas de poder que se dan al interior de las relaciones en el trabajo sexual −y probablemente de las relaciones de poder entre los géneros. Ello seguramente no sería visible si se considera al mercado sexual como un mercado laboral sin más y se lo evalúa sin conocer su especificidad. Sin embargo, estas dinámicas tampoco son observables si se piensa de antemano que toda forma de prostitución es equivalente a una dominación estática e incuestionada42 −o peor que es equivalen42  Como es el caso de algunas corrientes del feminismo abolicionista, tómese por ej. el planteo de Pateman (1995) quien plantea que: “sólo a través del contrato de

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te a la esclavitud sexual. Tal como señala críticamente Fraser (1993), la comodificación del sexo en vez de otorgar dominio irrestricto al cliente −y ser así una ejemplificación perfecta del “derecho sexual masculino” que postula Pateman (1995)−, más bien plantea limitaciones al mismo. Estas, si bien son permeables, como se dijo, a factores macro −económicos pero también culturales, de género, legales− y micro −relacionados con el capital específico y la capacidad para hacer trabajo emocional−, aún así circunscriben un determinado terreno en que se dará la relación sexual. En un plano más general, la comprensión de estos límites encarnadas permite ver al sexo como un terreno de lucha que no tiene un significado fijado de antemano, ni liberador y positivo, ni violento y opresivo, sino que es objeto de una constante actualización donde entran en tensión las distintas fuerzas estructurales e históricas y las resistencias que se cuelan por sus fisuras.

prostitución el comprador obtiene, por cierto, derecho unilateral de uso sexual del cuerpo de una mujer *…+ cuando una prostituta contrata el uso de su cuerpo se está vendiendo a sí misma en un sentido muy real [y así] los varones obtienen reconocimiento público como amos sexuales de las mujeres” (1995: 287, énfasis en el original) y esto implica que se recuerden los significados (¿unívocos?) de la sexualidad masculina y femenina, dominación y subordinación.

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“Nunca antes de ahora hemos estado y vivido mejor”43 Cecilia Varela44

La prostitución divide aguas, eso siempre es lo primero que se dice. Hay quienes entienden que en ella toma forma lo peor de la violencia patriarcal, para otro/as debe ser reconocida como un trabajo brindando un marco de reconocimiento de derechos. Obviamente existen matices entre estas posiciones, pero esos son los términos polarizados del debate actual. Quien escribe estas líneas simpatiza más con la segunda posición, pero no es esa aquí la cuestión. El gobierno nacional se ha embarcado desde el año 2010, en nombre de la lucha contra la trata, en una batalla por la eliminación de sexo comercial. En ese sentido, el abolicionismo contemporáneo expresa diferencias con su predecesor del siglo XIX: ya no se trata de eliminar las normativas que penalizan a las prostitutas ni abolir aquellas destinadas a controlarlas y regularlas en cotos cerrados, persiguiendo solo a quienes se benefician de la explotación ajena, sino eliminar de cuajo el sexo comercial. Más aún, las herramientas para ese proyecto no parecen recaer en las políticas sociales y de inclusión por las cuales el proceso abierto desde el año 2003 se ha caracterizado, sino que han tomado como eje privilegiado al sistema penal, la policía, y la lógica del “rescate”. Así, paradójicamente aquellos actores de los cuales las prostitutas han sufrido históricamente la peor de las violencias y asedio, han sido llamados a esa cruzada. La imagen de la víctima como mero cuerpo sufriente, mujer sin voz, es la piedra angular sobre la cual se yergue 43  Publicado en antropofagia.com.ar/blog/?p=16 44  Doctora en antropología. Investigadora de Conicet.

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toda esa construcción discursiva, política, onegeinística y penal. Cuando comencé por el año 2009 a desarrollar una investigación sobre trata de mujeres con fines de comercio sexual no tenía muy claras ninguna de estas cuestiones. La trata me parecía un crimen aberrante y me convocaba a pensar cómo ingresaban las experiencias de las mujeres en el dispositivo judicial. Se podría decir que a priori pensaba que el dispositivo judicial no escuchaba ni registraba sus padecimientos. Paradójicamente me encontré con que efectivamente la escucha estaba distorsionada, pero por razones diametralmente opuestas a las que yo pensaba … Así que pasemos a las historias. *** Yo tengo cierta fascinación por los expedientes judiciales. En los despachos de tribunales suelen estar amontonados sobre el piso en un orden que evidentemente solo comprenden sus provisionales dueños. Y había conseguido varios. Uno particularmente al principio me llamó la atención y siempre lo recuerdo porque cambió mucho mi perspectiva. Se trataba del caso de un prostíbulo allanado en una ciudad balnearia, en el cual todas las llamadas “víctimas” decían una y otra vez en sus declaraciones encontrarse por su voluntad. En un intento de generar alguna suerte de “legalidad” sobre su situación, habían incluso acudido a una escribanía local para dejar constancia de “que de ninguna manera consideramos estar en situación de vulnerabilidad, explotadas y/o en estado de servidumbre como se nos quiere hacer creer. Nunca antes de ahora hemos estado y vivido mejor”. “Discurso aleccionado” sentenciaba el manual. Pero, avanzando en la lectura del expediente encontré indicios de una visita de las supuestas “víctimas” a la imputada en el penal en el cual se hallaba detenida. Le habían llevado una linda docena de rosas y habían compartido una rica torta de ricota. ¿Podía ser esa una escena simulada? El asunto me intrigaba y de viaje en esa ciudad busqué conocer a la imputada, ya por entonces procesada, condenada y con prisión domiciliaria. Y como los antropólogos solemos andar por ahí, abiertos a la 68


conversación espontánea, – y parecemos seres bastante inofensivos – di con alguien que me puso en contacto con ella. La visité en un pequeño departamento de esa ciudad bonaerense costera. Por la sola lectura del expediente debiera haber sabido que la mujer en cuestión tenía 23 años, pero en mi imagen mental era una “madama”, una señora que imaginaba en sus cuarenta y pico, tenía un largo cabello negro y mucho maquillaje. Cuando Teresa bajó a abrirme, me encontré para mi sorpresa con una joven muy bella, de piel muy blanca y ojos verdes, anchas caderas y vestida con ropa deportiva. Subimos al pequeño departamento donde cumplía prisión domiciliaria, y mientras tomábamos unos mates, me relató una historia de la que pueden adivinarse trazos en el expediente judicial. Con sus 23 años había llegado desde Encarnación para trabajar en un prostíbulo de la ciudad. Sabía perfectamente a qué había venido y con seguridad dijo: “la que te dice que no sabe a qué viene te miente… salvo por ahí las de los pueblos”. Pasaba en el lugar día y noche, trabajando en turnos de 12 horas, pero sin salir de allí porque el dueño del prostíbulo le había advertido que al carecer de documentos podían llevarla presa. En aquel momento supongo yo aún pensaba que los clientes podían ser una suerte de predadores sexuales, y por eso debo haberle preguntado cómo eran estos sujetos. Me miró sorprendida y me dijo “re-bien! con los clientes está todo bien, el problema son los dueños!”. Acto seguido me relató que fue un cliente-abogado quien un día le dijo que podía perfectamente salir del lugar, “total, en Argentina no pasa nada”. Y entonces Teresa quiso conocer el mar que estaba tan solo a unas cuadras. Pero tuvo mala suerte. En esa primera incursión, una ola la revolcó arrojándola contra la arena y volvió al prostíbulo con la espalda toda magullada. El dueño no le prestó demasiada atención y despachó el asunto rápidamente con un calmante. Teresa, aún al momento que la conocí, estaba muy ofendida por aquello que había advertido como una gran falta de cuidado. Así que ya habiendo probado que podía andar por la calle sin problemas, decidió llamar a uno de sus clientes-amigos, uno que parecía estar ya proponiéndole armar un nuevo negocio, y se fue con él. Entonces vino la atención médica, el reposo por un tiempo en un departamento que le prestaron … y a las pocas semanas ya habían montado un nuevo negocio a po69


cas cuadras de la playa. Lentamente Teresa fue proponiéndoles a sus ex compañeras que se fueran a trabajar con ella a la nueva casa. En este segundo lugar estaban mucho mejor, salían y entraban cuando querían y los arreglos económicos eran mejores. Así también llegaron otras jóvenes mujeres por intermedio de redes de conocidas y amigas desde Paraguay. Me contó que de vez en cuando iban a bailar y se divertían mucho. Que la casa explotaba de gente, que una dominicana bailaba muy bien caño y que alguna vez hasta se les armó una cola en la calle a las 6 de la mañana cuando llegaron un grupo de pibes que salían de bailar y la casa aún estaba llena de clientes. Habían pasado solo 3 meses y Teresa ya administraba el lugar y solo hacía pases con algún que otro viejo cliente. No me contó detalles del arreglo económico, después de meses de escuchar muchas historias más, adivino que ella se llevaba un porcentaje de los pases y el dueño del lugar un porcentaje más grande. Y el resto de la historia ya es conocida. Ella terminó condenada por trata junto con uno de los dueños, al segundo no lo encontraron (ni lo buscaron) nunca. Si los allanamientos se hubiesen producido tres meses antes, Teresa, lejos de resultar condenada, hubiese pasado a engrosar la lista de las víctimas de “trata”. Después de Teresa conocí decenas de Teresas más. Además, ya estaba más ducha y podía adivinarlas en los expedientes, detrás de las frases técnicas y dogmáticas de los jueces, en alternativos papeles de víctimas o victimarias. No eran esos meros cuerpos sufrientes – de caras borrosas y grilletes en las piernas tal como aparecen en las campañas – ni esas mujeres “vulnerables” de acuerdo al léxico judicial, eran mujeres que tenían expectativas, proyectos y sueños. Que migraban orientadas por distintos deseos: de proveer dinero a sus hijos y familias extensas (yo a veces sospecho que también un poco se escapaban de ellas, pero esa interpretación corre por cuenta mía), de poder tener un terrenito y construir después una casa, a veces simplemente animadas por buscar un entorno con más oportunidades y conocer otro lugar. A veces, las cosas salían mal. Y en la mayoría de los casos sobre esas historias recayeron condenas penales. Pero, debo decir, que las Teresas abundan. 70


*** Además, durante el año 2013 me involucré con una organización de trabajadoras sexuales en la Ciudad de Buenos Aires y durante un año asistí a sus reuniones semanales. En esas reuniones las mujeres llegaban acuciadas por la persecución de los operadores policiales, penales y los inspectores de la ciudad. Allí escuché sobre la violencia de los allanamientos. Un día varias chicas llegaron muy asustadas después de haber pasado toda la madrugada en la calle. La noche anterior agentes de la policía metropolitana había irrumpido vestidos de civil, a los gritos patearon todas las puertas y apuntándolas con revólveres sobre la cabeza las sacaron de las habitaciones donde algunas estaban con clientes. En realidad, había sido tan grande el susto y la violencia que pensaron que se trataba de un robo y una de ellas trató de accionar la alarma, pero un policía la tiró al piso antes de que lo hiciera. Después las esposaron a todas. Para cuando las psicólogas del equipo de rescate llegaron la escena era otra: les habían quitado las esposas y las habían dispuesto sentadas alrededor de una mesa. Tal vez por eso desconfiaron de las rescatistas y no quisieron irse con ellas, quienes por supuesto les ofrecían alojamiento. Así, fui comprendiendo que los operadores de rescate, seguramente bienintencionados, finalmente poco podían hacer frente a la violencia policial. Una noche y gracias al contacto facilitado por esta organización, fui a visitar algunos privados de la ciudad de la Plata. Allí las trabajadoras sexuales me contaron que en un reciente allanamiento la policía se había llevado todos los ahorros personales que tenían guardados en sus valijas. El robo del dinero había ocurrido mientras que, en la recepción del privado, eran entrevistadas por las psicólogas quienes – de acuerdo a su protocolo profesional – intentaban esclarecer si se trataba de víctimas de “trata”. Es muy habitual que las trabajadoras sexuales, especialmente cuando se trata de privados 24 hs donde las migrantes viven y trabajan, tengan dinero con ellas. En ausencia de una cuenta bancaria, ellas ahorran, billete tras billete, lo meten en algún escondite y después remesan a sus familias. La policía eso muy bien lo sabe. 71


Otras veces la policía no roba, sino que consigna prolijamente el dinero recolectado en el acta de allanamiento. Después por el estigma, el miedo y el desconocimiento, difícilmente el dinero sea recuperado por las trabajadoras en los tribunales. Una vez – esta me la contaron – una de ellas quedó enfurecida por esta situación y pidió hablar con el juez, quien la atendió en su despacho. Entró muy decidida y le dijo: “Señor juez, quiero la plata de la cuota del colegio de mis hijos, es plata que me he ganado trabajando y quiero que me la devuelvan.” Este magistrado, que en los casos de trata laboral suele decomisar la maquinaria y entregársela a los trabajadores, no pudo darle en este caso ninguna respuesta. Según cuentan, quedó muy desconcertado. *** Los privados habitualmente tienen varias habitaciones y una cocina donde suelen reunirse las mujeres para la charla informal, a la espera de la llegada de los clientes. Los infaltables sobre la mesa suelen ser las limas de uñas y los esmaltes, instrumentos para el cuidado de las manos en el que las trabajadoras sexuales ponen mucho empeño. Una vez, Jessica me recibió muy apurada porque estaba por entrar a un pase y me pidió que atendiera los teléfonos y recibiera a los clientes. Me pasó las tarifas, el servicio era completo: oral, vaginal, anal, sin preservativo hasta el final (después aprendí que eso rápidamente lo renegociaban con el cliente una vez adentro). Las fantasías tenían otro precio y se cotizaban aparte. Recuerdo una inicial incomodidad cuando quedé sola en la cocina mirando los cuatro teléfonos celulares. Además, tal vez alguna suerte de responsabilidad, ya la había escuchado hablar con los clientes y sabía que la venta empezaba con esa voz suave y dulce en el teléfono. Pero rápidamente aprendí ese lenguaje de amor telefónico y pude hablarlo. Eso no era difícil. Lo que era difícil era no saber a quién le abríamos la puerta. En el sexo comercial no se pueden pedir nombres, ni teléfonos, ni chequear la identidad de las personas. Los robos a mano armada en los privados son moneda corriente, y las trabajadoras sexuales los asumen con toda naturalidad como un riesgo inevitable. A veces, ahora, me sorprendo cuando veo a los funcionarios o periodistas en los procedimientos mostrar las cámaras de seguridad como prueba irrefutable del control que se ejer72


ce sobre las mujeres. Parecen ignorar que muchas veces esas cámaras son una forma de construir seguridad para adentro, en un mercado clandestino, ilegal y criminalizado. Una forma de advertirse sobre la llegada de la policía o intuir un mal cliente. Y también estaban las sorpresas que deparaban los clientes. Cuando sonó por primera vez uno de los teléfonos, atendí bastante nerviosa y la voz que me preguntó por los servicios era femenina. No supe realmente qué decirle, eso estaba claramente fuera de mi limitado libreto (¿oral? ¿vaginal? ¿anal?) y le pedí que llamara más tarde. Intrigada le pregunté después a Jessica si venían muchas mujeres como clientes: -Sí, algunas, hacemos juguetes, eso tiene otro precio. A veces, otras vienen con los maridos y hacemos servicios de atención a parejas. Te digo: no hay nada más feo que chupar una teta, eso sí que es horrible. - Y cómo son esas mujeres que vienen solas? Jessica se tomo un tiempo, me recorrió de arriba abajo con la vista y me dijo: - Y … así, como vos. *** Y un día le perdí el rastro a Jessica. A diferencia de lo que reza el manual trafiquista, las mujeres que ofrecen sexo comercial frecuentemente se desplazan de lugar de trabajo, van y vienen y un día finalmente se pierden. Con ellas una comprende las ventajas de insertarse en un mercado informal de trabajo, la posibilidad de simplemente desvanecerse en el aire sin dar ninguna explicación, y de – en la ausencia de contratos formales- compatibilizar escasos compromisos laborales con las tareas del cuidado de los hijos. Jessica se balanceaba con destreza e inventiva en ese mundo de pocas previsibilidades. Tenía 6 hijos y un ex – marido preso que estaba por salir de la cárcel. Había logrado administrar ese departamento 73


después de que su dueño, preocupado seguramente por la persecución penal, se desentendiera del mismo. Ella seguía haciendo pases, y se quedaba con el 50 % del valor de los que hicieran sus compañeras. El negocio no representaba un dineral, ya que el alquiler que pagaba al viejo dueño estaba en el triple de precio de mercado, así que combinaba ese trabajo con otro por las noches como recepcionista de un privado. Las cosas se complicaron en algún momento con el dueño, por motivos que nunca entendí, y Jessica se quedó sin uno de sus trabajos. Así que no dejaba pasar oportunidad para imaginar cómo recuperar ese ingreso a través de un nuevo negocio: la venta de celulares, un posible spa que combinara servicios de manicuría para mujeres y servicios sexuales para varones (conjugando así sus dos habilidades). Una vuelta se le ocurrió que lo mejor era ir a trabajar a Uruguay y hasta intentó colarse en el viaje de unas monjas que llevaban unas dominicanas a un encuentro abolicionista en Montevideo. Hasta donde la conocí otro de sus proyectos era utilizar el dinero que había podido reunir para ponerle una panadería a su ex marido en la zona oeste del conurbano y quedarse con el 50 % de lo que todo lo que él ganara. Exactamente el mismo arreglo económico que suele ocurrir en los prostíbulos entre dueñas/os y trabajadoras sexuales. *** Podrían decirse muchas cosas sobre las leyes anti-trata, campaña que personalmente veo derrapar hacia una confianza punitivista, una ideología moralista en ocasiones, y que creo que (más allá de las intenciones de sus eventuales participantes) funciona políticamente para postergar otros temas de la agenda de género que parecen más ríspidos tales como los derechos sexuales y reproductivos. Pero decidí contar estas historias que los antropólogos construimos con retazos y coleccionamos amorosamente con cierta disposición al detalle y lo pequeño. Porque hoy, dicta la efeméride, es el día de las mujeres trabajadoras y porque creo que necesitamos poner en circulación y escuchar estas historias de mujeres. No son las historias épicas de los funcionarios, los/las rescatistas, el onegeinismo, la tecnocracia (feminista o no) y seguramente por eso poco interesan a los medios de comunicación, quienes parecen saber mejor que nadie que el sexo – 74


en su clave morbosa – “vende”. Pero, después de varios años de leer expedientes judiciales, conocer trabajadoras sexuales – algunas incluso procesadas en causas de trata -, visitar los lugares en los que trabajan, involucrarme con una organización que busca el reconocimiento del trabajo sexual autónomo mientras intenta paliar algunos de los problemas ya cotidianos originados por las fuerzas del “rescate”, creo que son bastante corrientes y representativas del mercado. Tampoco son historias unívocas cuyos papeles puedan distribuirse claramente en víctimas y victimarios. En la Argentina más del 40 % de las procesadas por delito de trata son mujeres (el cuádruple que por el resto de los delitos). Eso creo que debería encender una señal de alama para todos quienes, independientemente de nuestros posicionamientos en torno al estatuto de los servicios sexuales, apostamos a la política, la circulación de la palabra, el debate feminista y no, a las fuerzas de la ley y el orden.

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Sin Cautivas - feministas x la resistencia sincautivas@gmail.com SinCautivas

Encontras mรกs textos en:

Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual redreconocimientotrabajosexual.blogspot.com.ar Red Por el Reconocimiento del Trabajo Sexual (RRTS)

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