Crónica del Volcán

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Crónica del Volcán. 24 horas de la erupción.


En los discursos oficiales de la época poco se ha contado la historia de un pueblo de Chapultenango, que durante más de 40 años construyó su propia historia y su propia tragedia como la de Pompeya. Horas antes de la erupción los pobladores decidían el rumbo de una mujer que avisada del final catastrófico decidió abandonar el lugar. Este es apenas un fragmento de la historia y de documentos rescatados en un archivo que durante 28 años ha permanecido oculto en la memoria y en algún lugar de Chiapas, México. Fermín Ledesma Marzo 2009.


El día del volcán El día del volcán El día de la erupción del volcán chichonal ­28 de marzo de 1982, el comisariado ejidal de Guayabal Esquipulas, Ramón Ledesma Gómez, asesorado por Alfonso Avila­campesino zoque conocido por su terquedad y por su habilidad para crear conflictos, había convocado a todos los ejidatarios a una reunión urgente para decidir el futuro de una mujer que meses antes había retado a las “autoridades ”a impedir su salida del pueblo, porque las sacudidas de los temblores en esa tierra anunciaban la inminente erupción del volcán, del que pocos creían un final catastrófico. Casi puntuales, la mayoría de los ejidatarios obedientes y temerosos a los mandatos de las autoridades ejidales se concentraron por la tarde en la casa ejidal, ubicado casi en el centro del pueblo, en medio del temor y la tensión de los temblores, mientras, la mujer acusada preparaba las pocas pertenencias de madera y muebles que pretendía sacar en unas camionetas de redilas que había contratado. En más de una ocasión su compadre Patrocinio Sánchez, que vivía en San Antonio­unos 30 kilómetros distantes de Guayabal­ le había sugerido que era la única forma de abandonar el lugar, pues la erupción se avecinaba, sin que hubiera una fecha precisa, más que el presentimiento y los anuncios de los temblores .


Él lo alojaría inmediatamente en la misma vieja casa de cañas donde la mujer vio morir a su esposo casi un año antes, el 09 de julio de 1981. Ahí, podría quedarse para siempre. Afortunadamente, cuatro de sus siete hijos se habrían adelantado en un primer viaje unas semanas antes de la erupción y desde luego ya ocupaban la casa. A la reunión convocada para la tarde para deliberar el futuro de los bienes de la mujer, días antes había generado tensión y molestia entre los pobladores de Guayabal, quienes vieron desmantelar la casa de tablones y techado de láminas y contratar las viejas camionetas de redilas para sacar sus cosas hacia Ixtacomitán. Y no era para menos. Los temblores bajo la tierra eran cada vez más intensos desde días atrás. “Hasta nos teníamos que agarrar de los árboles para no caer”, recordaría tiempo después la mujer. La tarde de la reunión, caía una lluvia incesante y a plomo, sobre los caseríos de Guayabal, que provocaba un ensordecedor ruido sobre las casas techadas de láminas y forradas de caña. Tal vez era el presagio de lo que vendría después, la tarde más negra y violenta, seguida de varias erupciones que la gente habría de recordar años después. La violencia no solo era la del volcán, sino también la de los pobladores, que ese día estaban muy agitados y molestos, azuzados por su comisariado ejidal porque la mujer se había atrevido a retar a toda la gente, con tomar machete o matar a alguien si impedían su salida con sus pocas pertenencias que había empaquetado desde la noche anterior.


Guayabal Esquipulas, permanece sepultado bajo las cenizas del volcán Chichonal. La foto corresponde a unos días antes de la erupción de 1982 y es considerado uno de los pocos testimonios gráficos del pueblo.


El día anterior a la reunión de los ejidatarios, la mujer había colocado unos tablones de madera y costales de maíz en lo más alto del poblado, hasta donde llegaban las camionetas de renta. Ahí, junto a la cancha de basket bol esperaban las cosas y dos cuidadores. Su hijo mayor y un hermano de ella. Esa noche los dos cuidadores durmieron en la cancha, vigilados permanentemente por los ejidatarios vecinos. Fue una noche larga y con mucho miedo, me habría de contar un día. Cuando la mujer retornaba nuevamente por sus cosas a Guayabal, tenía la intención de traer unas camionetas de alquiler y un comprador de ganado de Ixtacomitán, a quien ofreció los semovientes a buen precio en un acto de desesperación por recuperar algo del trabajo de muchos años en las faldas del volcán, donde su esposo había cultivado y cosechado desde su infancia. Fragmento. (Continuará.).


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