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SANTOS DIFUNTOS DE AZAPA Rodrigo Villalón Ardisoni Primera edición Agosto 2020
Fotografía Rodrigo Villalón Ardisoni Producción Fernando Rivera Ramírez Textos Ana Hurtado Caussa Wilson Muñoz Henríquez
Santos difuntos. San Miguel de Azapa. El cementerio de San Miguel de Azapa se encuentra cobijado entre el fértil verdor del valle de Azapa y las cálidas faldas de uno de los tantos cerros nortinos. Desde allí es vigilado y protegido por los imponentes Alzado entre el cielo y la Pachamama, el cementerio es un verdadero pasadizo entre la vida y la muerte que presume con orgullo ser uno de los más antiguos en uso del mundo. Aquí los muertos conviven hace más de 2 mil años bajo un mismo suelo. Es un lugar más allá del tiempo, donde entrelazan con un mosaico de modernas construcciones de concreto, metal y lona. Juntas tejen una ciudad heterogénea y exuberante, donde las moradas de los difuntos han tapizado el suelo, haciéndolo casi desaparecer bajo el colorido mar de casitas que inunda el lugar.
Como cada año, centenares de familias procedentes de diversos rincones del territorio se congregan para festejar a sus muertos. Es primero de noviembre, Día de los Difuntos, uno de los momentos más esperados del rico calendario festivo de la zona. La celebración se inicia temprano. La opulencia de esta peculiar ciudad no deja que el sol, que ya se asoma tras los cerros, alumbre sus estrechas callejuelas de arena. Los olores que desde muy temprano aparecen en sus múltiples formas, van transitando sin orden con el movimiento caprichoso del viento costero. Tampoco el sonido de las bandas de bronces, lakitas, rancheras y batucadas afro permanece inmóvil, pues se percibe ampliado y distorsionado en un singular escenario donde todos tocan a la vez. El espacio, el tiempo y la luz se encuentran cautivos en la
Poco a poco, los visitantes se van sumergiendo en el lugar. Peregrinan hasta este rincón para saludar a sus hermanos, madres, compadres y amigos. Las almas nuevas son las más festejadas, pues su estado de tránsito nos recuerda que no se han alejado de los vivos, siguen con decoran con fotos y objetos familiares. serpenteantes hileras de tumbas, esperando a que los deudos soliciten las melodías favoritas de sus difuntos. Huaynos, valses peruanos, boleros y rancheras hacen danzar a vivos y muertos con gran emoción.
La melodía se apaga momentáneamente. Es momento de rememorar a los difuntos, y hacerlos presentes. Las mesas han sido armadas y lucen orgullosas el festín que las familias han preparado con esmero, abarrotadas de todo aquello que más disfrutaba el festejado en vida. Así, dicen, volverá dichoso. Y con la misma abundancia se come, se bebe y se challa sobre la tumba. Los deudos, los difuntos y la tierra, comparten. En el anhelado reencuentro aparecen también la alegría y el llanto, que surge a borbotones entre el gentío.