Crítica a la economía ecologica desde una perspectiva neoclásica

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Lic. César Zaletas Rivera

Enero 2013

Crítica a la Economía Ecológica desde una perspectiva neoclásica



Crítica a la Economía Ecológica desde una perspectiva neoclásica

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La economía ambiental y la economía ecológica estudian la interacción entre el medio ambiente y las actividades económicas, pero difieren en sus fundamentos éticos. La literatura respecto a las críticas de los ecologistas hacia la ideología utilitarista de los economistas neoclásicos es amplia. Sin embargo, la respuesta de la economía ambiental y su propia crítica a la economía ecológica no ha sido estudiada y explicada con igual intensidad. Este artículo hace énfasis en las fallas de la economía ecológica como cuerpo teórico, lo cual es importante para la existencia de un debate con rigor científico.

En los últimos años, los problemas ambientales han venido ocupando terreno en el estudio de la Economía. Esto era de esperarse ya que los efectos de las actividades económicas sobre el medio ambiente son cada vez más evidentes (calentamiento global, deshielo de los polos, extinción de especies, entre otros). Así surgen dos vertientes en la Economía que se ocupan de estos asuntos: por un lado, la Economía Ambiental (EA), que se sustenta principalmente en la economía neoclásica y sus fuertes fundamentos microeconómicos, y la Economía Ecológica (EE) cuyas bases tienen un carácter multidisciplinario al incorporar elementos teóricos de otras ciencias sociales como la sociología y de las ciencias exactas como la biología, la ecología y la física. Existen otros enfoques, principalmente los modelos puros de desarrollo sustentable, la ecología política y la agroecología, pero todas ellas realizan una crítica directa a la EA, y casi no se critica a la EA. Es por eso que se realizará una crítica desde la EA, recalcando primeramente sus principales coincidencias y diferencias y después, mencionando las alternativas que brinda la EA.

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Para resaltar la diferencia entre ambas se necesita una comparación de sus fundamentos. La coincidencia principal entre ellas es que ambas toman el consenso científico de que la actividad económica puede ocasionar daños en el medio ambiente (por medio de emisiones de sustancias tóxicas y gases de efecto invernadero); ambas centran al ser humano como el principal responsable de esos cambios y, en ese sentido, son antropocéntricas. También coinciden en que la actividad económica surge de la búsqueda del ser humano de satisfacer sus necesidades y perseguir las opciones que más se adecuen a ellas, es decir, el utilitarismo juega un papel esencial en las dos (Common 2005).

El punto de alejamiento entre ambas es una cuestión de ética de la cual se basa la ideología subyacente de cada una. La EA mantiene que las decisiones de consumo de los agentes económicos son totalmente soberanas bajo condiciones de información adecuada. La satisfacción de necesidades es fundamental y cualquier cosa que aumente su utilidad significa un incremento en su placer dependiendo de sus gustos y preferencias, mientras que si algo la disminuye significa una pérdida de satisfacción o sufrimiento. Podría pensarse en este punto que es una visión demasiado individualista, pero la EA considera a otros individuos cuando retoma el concepto de eficiencia en el sentido de Pareto, el cual afirma que una situación de actividad económica es eficiente si se logra el máximo nivel de utilidad de todos los individuos y, por lo tanto, si todos los individuos están satisfechos, el aumento de utilidad de un individuo solo se logrará a costa de la disminución de la de otro. Así una actividad será éticamente correcta si y sólo si mantiene la eficiencia o ayuda a alcanzarla.

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Economía ambiental vs. Economía Ecológica

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Hasta el momento no se ha dicho nada acerca de otros seres vivos que no sean seres humanos. Es así como surge la crítica de la EE hacia la EA. Según los economistas ecológicos, esto no se puede hacer de lado debido a que la economía es un subsistema de un sistema global llamado medio ambiente (planeta Tierra). Además, retomando las leyes de la termodinámica, el crecimiento económico se realiza en detrimento del equilibrio ambiental y de la depredación y degradación de los recursos ambientales. Entonces se debe encontrar una forma de que se satisfagan las necesidades de los seres humanos sin poner en peligro las necesidades de las próximas generaciones, respetando al medio ambiente y su capacidad de carga (Common, 2005). Esto último es lo que se conoce como desarrollo sustentable, el cual es pieza fundamental en toda la teoría de la EE. Por lo tanto, una actividad será éticamente correcta si, y sólo si, es sustentable.

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Como se ha dicho arriba, la EE considera poco éticas o inmorales a las actividades económicas que son resultado del continuo crecimiento económico medido solo por flujos de mercancías y capital y que en ningún momento previene los daños al medio ambiente. Entonces, las personas contaminan porque carecen de la entereza moral para abstenerse de practicar el tipo de comportamiento que provoca el deterioro del medio ambiente. Si esto fuese cierto, para lograra que la gente deje de contaminar la gente tendría que volverse más sensible al problema (Field, 2002).

Confiar en el despertar moral como principal método para combatir las emisiones (contaminación) puede tomar mucho tiempo y no se tiene certeza de ello. El comportamiento se modifica solo si el nivel cultural de las poblaciones admite las prácticas masivas para cuidar al medio ambiente y, como sabemos, la cultura solo se consolida a través de la transmisión de conocimiento entre generaciones. Cuando se habla en términos generacionales, generalmente se habla de muchos años y los problemas ambientales no pueden esperar.

Pero supongamos que la gente logra alcanzar en poco tiempo la consciencia moral para cuidar al medio ambiente. Entonces, seguramente muchos individuos se encontrarían con el dilema de seguir sus preceptos ecológicos, por un lado, y de satisfacer enteramente sus preferencias y deseos. Entonces, el viejo conflicto entre libertad y justicia entra en escena. Los nuevos valores éticos con respecto al medio ambiente simplemente serían incompatibles con la naturaleza del ser humano y dicha naturaleza le dicta a satisfacer sus necesidades, de superarse aún a costa de otros individuos y de su entorno.

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La utopía ecológica

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En la práctica, las personas solo cambiarán sus patrones de consumo si se les incentiva a hacerlo y si su nivel de utilidad de ve favorecido. Las personas contaminan porque es la forma más barata que tienen de resolver un determinado problema. Lo que en realidad se tiene que estudiar es cómo funciona el proceso de cambio de decisiones basadas en incentivos e insertarlo en la economía para que las diferentes actividades sean más amigables con el medio ambiente (Field, 2002).

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Los incentivos son importantes, ya que así los agentes económicos como las empresas estarán de acuerdo en realizar una acción o decidir no hacerlo más. Para ello se debe tener una herramienta que nos permita medir el impacto que tenga una actividad en el medio ambiente y que influya en el bienestar de los demás. Así como se tienen funciones de utilidad individuales para representar las preferencias de una persona, también se pueden tener funciones de utilidad social y funciones de costos sociales, las cuales se pueden utilizar para saber si la economía se encuentra en el equilibrio general o no. En este último caso, se dice que hay externalidades las cuales pueden ser positivas (aumento del bienestar social) o negativas (disminución del mismo). Un ejemplo muy citado acerca de los incentivos a disminuir las emisiones de CO2 son los impuestos a la contaminación que pueda generar una empresa. Estos impuestos pueden hacer que las empresas maximizadoras de beneficio busquen formas alternativas de producción las cuales sean más amigables con el medio ambiente. Este es un ejemplo de impuesto pigouviano (Maté, 2007), el cual busca contrarrestar el aumento del costo social por las emisiones contaminantes hacia el medio ambiente (reducir las externalidades). Inevitablemente, la actividad económica producirá algún tipo de emisión al medio ambiente. Así que la cantidad adecuada se determina en el punto en que la curva de costos marginales del que sufre por la externalidad (CME) se cruza con la curva de beneficio marginal del agente económico que la genera (BMP). Los impuestos pigouvianos (I) son una respuesta para lograr que esas dos curvas se mantengan estables. Pero esto requiere la intervención del Estado. Un punto intermedio puede ser también la negociación entre las partes para lograr un acuerdo. Esto último fue argumentado por Coase (1960).

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Herramientas de la economía ambiental

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Lo anterior obliga a pensar que si las externalidades pueden internalizarse en alguna ecuación, ya sea de costo o beneficio, debe tener una expresión numérica y esto, a su vez, conlleva a pensar en métodos para medir dichos efectos, los cuales son, según Ferrán (2001) y Tetreault (2008): mercados convencionales, mercados indirectos y mercados artificiales (valoración de contingencias). A continuación se enlistan cada uno de ellos: · ·

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Mercados convencionales. Cambios en la productividad, costos de enfermedad, costo de oportunidad. Mercados indirectos. Costos de viaje, bienes comercializados como sustitutos ambientales, precios hedónicos (valor de la propiedad y diferencias salariales) Mercados artificiales. Valoración contingente con juegos de ofertas, experimentos de tomar y dejar, transacciones, elección sin costo, técnica Delphi.

Se podría pensar que asignarle un valor monetario a los efectos de las externalidades puede ser difícil y muy subjetivo. Sin embargo, lo importante es lograr el objetivo de incentivación al expresar las ideas morales meramente subjetivas a una expresión monetaria y así lograr que la gente deje de pensar que el medio ambiente siempre estará ahí y que lo vea como un medio que brinda servicios que no son gratuitos. Cuando se tiene esta visión, el análisis costo-beneficio será parte del día a día y no le será tan fácil a alguien contaminar sin antes medir sus consecuencias (Tetreault, 2008).

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Algunos autores de la EE como John Lovelock (1995) sostienen que el planeta Tierra es un sistema cerrado, el cual solo comparte energía con su ambiente (el Universo) pero no materia. En este sentido, el sistema puede encontrarse en equilibrio gracias a la interacción de la biósfera con los demás elementos del sistema, ya que los seres vivos, siendo sistemas abiertos, provocan las condiciones idóneas para que su entorno sea benéfico para su propia existencia. A este proceso se le llama homeostasis, lo cual se puede considerar como un estado estacionario.

Pero, como casi cualquier cosa, la homeostasis tiene

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contraparte: la transistasis. En biología se le puede identificar con el nombre de evolución, el cual es un proceso en el cual las especies mejoran sus cualidades físicas dando paso a las especies que viven hoy en día tal y como las conocemos. Claro que esas cualidades de adaptación constituyen transformaciones que solo se van dando en periodos largos de tiempo. En el corto plazo, se puede identificar a la transistasis como la búsqueda constante del bienestar y de las situaciones más placenteras y así alcanzar un nuevo estado de comodidad, como es el caso de las migraciones que diferentes especies hacen durante el año.

Pero el ser humano es un tanto diferente, en el sentido de que su naturaleza y sus impulsos lo llevan a un cambio constante a pesar de no necesitarlo fisiológicamente. Es así como los procesos de cambio en la vida de las personas es constante, transmitiéndose en los rasgos culturales ya sea dentro o fuera de las fronteras de los países.

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Una especie rara

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Así, el ser humano no solamente modifica su entorno para que las condiciones de vida sean mejores, sino que, además puede expandir sus patrones de consumo que van más allá de sus necesidades en cualquiera de los niveles de la pirámide de Maslow. Esto, por supuesto, presiona y sobrepasa en algún punto la capacidad de carga de la Tierra conforme la población humana aumente en el planeta, pero es perfectamente congruente con el principio utilitarista de la búsqueda de la satisfacción de las necesidades, es decir, es válido éticamente hablando.

Esto refuerza el hecho de que las personas necesitan la plena soberanía para satisfacer sus necesidades. El poner reglas de conducta (moral) que sean compatibles con el cuidado del medio ambiente, son incompatibles con el deseo constante del ser humano de cambiar.

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La principales críticas hacia la Economía Ecológica provienen desde la Economía Ambiental, que se constituye prácticamente como rama de la Economía Neoclásica. En la búsqueda de diversas teorías que se ocupan de los temas del medio ambiente, la mayoría hace frente a las ideas de la EA y no hacia la EE.

Las diferencias que surgen entre los dos conceptos predominantes que se citan en el presente ensayo son de naturaleza ética. Este es el punto en donde ambos enfoques no pueden conciliar sus puntos de vista ya que aquellos que pertenecen a la EA fomentan la libertad y el crecimiento económico, mientras que en la EE se busca justicia y un nuevo planteamiento que se capaz de prevenir y reducir los daños al medio ambiente. En particular, se reconocen los esfuerzos de la EE por buscar una mejor situación ambiental, sin embargo esto no es compatible con los principios de libertad y de maximización de la utilidad por parte de los agentes económicos.

La tecnología y los incentivos pueden formar parte de la respuesta que el ser humano puede brindar ante su propia problemática, aunque inevitablemente su actividad conlleve a un mayor grado de entropía sin poder evitarlo.

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Conclusiones

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Bibliografía

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Coase R. (1960) Problem of Social Cost. Journal of Law and Economics. I: 1-44 Common, M. y Stagle, S. (2005). Ecological Economics: an introduction. Cambridge University Press, caps. 1-5. Ferrán, A. M., & Balestri, L. A. (2001). Evaluación económica de impactos ambientales. Bases teóricas y técnicas de valoración más utilizadas. Ciencia Veterinaria, (3), 1-18. Field, B. y Field, M. (2002) Economía Ambiental. McGraw Hill Interamericana de España. Tercera edición, Madrid, 1-91. Lovelock, J. et al (1995), Gaia. España: Kairas, pp. 127-140. Maté J. y Pérez C. (2007). Microeconomía avanzada: Cuestiones y ejercicios resueltos. Pearson educación, Madrid, 171-172. Tetreault, D. (2008). Escuelas de pensamiento ecológico en las Ciencias Sociales. Estudios Sociales: Revista de Investigación Científica, 16(32), 227-263.

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