Otro Sur #2

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Número 2. Antología de escritos sureños, 2018. Precio sugerido: $5,000


Ilustración: Irene Méndez

Primero, intenta ser algo. Cualquier cosa, pero otra cosa. Estrella de cine/astronauta. Estrella de cine/misionera. Estrella de cine/maestra jardinera. Presidente del mundo. Fracasa horriblemente. Es mejor si fracasas a una edad temprana, por ejemplo, a los catorce. Una desilusión temprana, crítica, para que a los quince puedas escribir largas oraciones en forma de haiku sobre los deseos frustrados... De Cómo convertirse en escritora. Lorrie Moore.

OTROSUR 2 DIRECTORA Leidy Johanna Díaz Ramos lejdiazra2016@gmail.com

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Giovanni Clavijo Castillo gioclavijo@yahoo.com

PORTADA Ferney Manrique CONTRAPORTADA Marlén Forero ILUSTRACIONES Irene Méndez, Iván Carvajal, David Pinto, Camilo Clavijo, Juan Torneros, Gio Clavijo, Luis Gélvez.

OTROSUR es una publicación alternativa. Las obras se atribuyen a sus autores. Se permiten obras derivadas bajo la misma licencia.

Bogotá, diciembre de 2018.


Fotografía: Erika Stephany Díaz

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OTROSUR, UNA ANTOLOGÍA DE ESCRITOS SUREÑOS Haz tristes o alegres los días cuando pases. William Shakespeare.

Nuestras palabras vivirán siempre jóvenes Plasmarán las ilusiones tempranas La vida que muere en la adultez La existencia que sucumbe, renace, Y respira lenta, mientras se mantiene encendida. Haz lo que quieras mundo ancho Nosotros haremos poesía Sigue tu curso, tiempo, que aunque tus días las roben Nuestras voces vivirán en estas letras. LJDR.


CONTENIDO Prólogo

5 Calma. Johanna Díaz • 6 Rún Rún. Yady Rodríguez • 7 Penuria. Leonardo Díaz • 8 Orillas. César Cano • 9 Amor negro y napolitano. Giovanni Clavijo • 10 Sin culpa. Socorro Maury • 11 Eternidad. Reynaldo Bernal • 12 Pequeños esfuerzos cotidianos. Pablo Peregrino • 13 A solas. Ángela Díaz • 14 Restrepo, 2:45 a. m. Laura Hinestroza • 15 La calle del pecado. Julián Hernández • 16 Trozo de pastel. Johanna Díaz • 17 Neblina. Socorro Maury • 18 Cuatro patas. Primer vuelo. John Álex Orjuela • 19 Martes. Nada. Reynaldo Bernal • 20 Albahaca. Giovanni Clavijo • 21 No tengo miedo de mí. Johanna Díaz • 22 Resaca. Rosal. Andrés Felipe • 23 Cuerpos estáticos. Laura Hinestroza • 24 Fresas y queso. Daniel Méndez • 26 Pausa. Ella. Socorro Maury •

27 Las huellas. Johanna Díaz • 28 La cita. Yady Rodríguez • 29 Auto-pistas. Pablo Peregrino • 30 Pesadilla. David Pinto


Ilustración: Iván Carvajal

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Calma Esta paz tan sosegada en la que habito presagia noches de insomnio fantasmas y frío Es tan fácil quedarse a solas en el calor de la mañana escucharse pensarse adularse creer que el azul permanece inmóvil sobre tu cara que amas la vida y te encuentras apacible y libre

Johanna Díaz


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Rún rún Amarillo. Están todos los jinetes listos en sus caballos metálicos esperando el banderazo verde. Los motores rugen, se exasperan. Uno suelta el embrague y el caballito se ahoga y se apaga. El tiempo parece detenerse en el trancón de la Jiménez con 24. Los vendedores ambulantes saben que les queda poco tiempo y corren a recoger los paquetes de maní que han dejado sobre los parabrisas. Verde. Aceleran intentando ganar el liderato, pero, al minuto, paran tras la cola de autos que están esperando el cambio de luces de un nuevo semáforo.

Yady Rodríguez


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Penuria Uno Ella se maquilla. El espejo la mira y Ana sonríe para él. Le sube a la música, baila, se tira en la cama; el recuerdo viene y ella se acaricia. Sobre su lecho levanta la cabeza y observa la mesa que ha preparado, la persona imaginada ya no está. Se encierra en sí misma y arropa sus ojos con los párpados. Recogerá todo mañana temprano. Dos A mediodía atiende clientes. Estos levantan la mano, piden, ella anota, va y viene. Un músico toca un armonio. En las mesas los diálogos se cruzan: negocios, cuentas, risas, etc. La música llena el lugar. Un televisor muestra las noticias de hoy. Los meseros recogen, limpian, anotan. El músico mueve las manos, los dedos, los pedales con los pies y canta por dentro. En una mesa festejan: aplauden, y el “cantor” imagina su concierto lleno. Tres Alguien quiere un plato especial. Los brazos se mueven rápido en la cocina. El menú del día: arroz, como siempre, carne a la plancha, garbanzo, sancocho de pescado. “¡Tiene buena sazón la cocinera!”, le mandan decir, y la mujer sonríe, saca el pecho, da una orden.

Ana va a la cocina mientras piensa en alguien y dice “este sin verdura”. Camina hacia la mesa 3: “¡Bienvenidos!”, saluda y le preguntan “que si el músico podría tocar…”. Ana escucha la petición y le parece que esa canción le gustaría a la persona que ella espera. Cuatro Don Álvaro se sienta en su mesa, con su esposa. Ana se les acerca y regresa a la cocina: “¿Qué?”, le pregunta la cocinera, “¿Y para la jefa?”. Llega un cliente, Ana se apresura: no le alcanzan las manos ni los pies, casi vuela para atenderlo. Don Álvaro cuenta las mesas moviendo la cabeza. La esposa llama y otro mesero la atiende: “¿Ya está?”, pregunta éste en la cocina. El músico interpreta Que no se rompa la noche, por favor que no se rompa…, los presentes lo escuchan. Ana se apresura, va a la cocina, le lleva el pedido al hombre de la mesa 6. Lo mira y canta en su interior …que sea serena y larga, que no llegue la mañana...

Leonardo Díaz


Orillas De esta forma camino:

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Llevando en lo profundo agujeros vacantes. Orillas en línea Un vuelo fugaz y sin rumbo. Intercambiando las razones del no y el sí. Deslizando los ojos hacia fantasmas que pasan inadvertidos. Las piernas se queman los pasos pasan,

– no se cansan –. La mirada inmóvil hacia lo infinito y yo cargando mi propio vacío. Las ráfagas de aire atraviesan la ciudad. Camino. No lo sabes. No me ves. Soy otro fantasma del camino oculto... Camino con principio sin final,

– estoy perdido –.

César Cano


Ilustración: Gio Clavijo

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Amor negro y napolitano

E

n el cine pasaban una película policíaca: el protagonista, otro detective en horas bajas, intenta dar con el paradero de la hija de un industrial italiano. Persecución de diez minutos por calles estrechas, balacera en una cafetería y algo de sexo gratuito en un callejón oscuro. Hacia la mitad de la película el detective encuentra a la chica, drogada y desnuda, en un burdel a las afueras de Nápoles. Amor a primera vista, otra escena de sexo gratuito, balacera en un parque público y un par de temas discotequeros. Pero el final no es feliz, el detective es un tipo solitario que no cree en el amor y la chica, que aún no sabe que está embarazada, viaja a la selva con un grupo de hippies revolucionarios. El industrial italiano quiebra, despide a doscientos empleados y se suicida con un cuchillo de cocina. Regreso al apartamento, le cuento la película a Paula y me dice que se salvó, que no suena nada bien, que yo y mis gustos. Saco las fresas de la nevera, le doy un beso en el hombro derecho y le ayudo con el jugo. Que después de la cena vemos una película de verdad.

Giovanni Clavijo


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Sin culpa Víctor juega a los carritos con sus dos hermanos. Con agua y arena han construido todo un dique. Espantan a las niñas como si fuesen moscas. El tiempo ha pasado, él lo añora. Su mano gruesa y firme brilla con dedicación el arma. Su compañero le observa y se deleita con la rapidez y precisión de la maniobra. Un segundo, un minuto después, parálisis. La risa es llanto. Llanto contraído, apelmazado en la garganta. La parafina ilumina el cuerpo inerte, la misma que cubre ahora sus manos, intentando develar si hubo o no culpa.

Socorro Maury


Ilustración: Juan Torneros

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Eternidad No me trajo la casualidad; llegó luego, cuando ella apareció frente a mí. –¿Nuevo por acá? –me preguntó. –Sí, vine para quedarme. Era muy delgada, parecía sonreír todo el tiempo. Algo mágico la envolvía. Tomó mis manos frías en las suyas y me vio como quien mira a través de un cristal. Me habló de su gusto por lo clásico y de sus noches de poemas; supe, entre otras cosas, de sus solitarias rondas bajo la luna, de las contrariedades procuradas por amores diluidos en el tiempo y de su otrora vida de pesares. Superado aquello, ahora se solazaba en la frágil candidez de los sueños eternos. Al hablar de eso, su mirada y su voz no podían ser sino de otro mundo. La luna nos vigiló callada hasta que claudicó al insomnio; entonces nuestras siluetas se desdibujaron en la opacidad del brumoso amanecer. Fundidas las manos nos alejamos apenas en rescoldos de tinieblas, recobrando la creencia de lo posible del amor en este mundo de incrédulos. A ella no le importó que yo fuera un recién llegado, ni a mí, que llevara doce años allí sepultada.

Reynaldo Bernal


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Pequeños esfuerzos cotidianos No llorar sobre la leche derramada. Madrugar para que un dios te ayude. Hacer el bien, sin mirar a quién. Andar con prisa y, claro, sin descanso. Acometer la titánica tarea de la civilidad, de jugar a ser tuerca molida en engranaje: inspector diligente de cada interno deseo, suprimiendo el afán de elevarse entre sueños. Caer, en sábanas, de la cama a la ducha. En piruetas, correr a la calle y contraer, comprimir el cuerpo, para alcanzar una silla. Al final del día, del mes, de la vida, el sacrificio de una estrella en potencia, para que la rutina se siga elevando entre ruinas.

Pablo Peregrino


A solas

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Una mujer a solas se desnuda, se acaricia, se para frente al espejo pero no se reconoce, se recordaba diferente, un poco más alta, un poco más morena, con sus senos firmes y sus nalgas como rocas. En su desnuda soledad se seduce, se siente, se aprieta, se escarba, se mira, se besa, se ama más que nunca.

Ilustración: Juan Torneros

Ángela Díaz


Ilustración: Camilo Clavijo

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Restrepo, 2:45 a. m. Una vez me acerco al abismo de mi cama intuyo que seré capaz, hoy sí seré capaz de encontrarle una salida a esta soledad; me levanto y el tobillo derecho se quiebra. Temo que lo único que me toque hoy sea la luz del sol. Los triángulos colgados bailan si dejo entrar al viento, me gusta ese frío, sentirlo en la nariz; mientras veo el mundo en un mapa, me pregunto qué par de zapatos me acompañarán hoy, pero prefiero andar descalza por la casa. De mis pies a mi cabeza no hay mucha distancia, un pequeño butaco me ayuda a encontrar una caja donde alguna vez hubo galletas, hoy hay cartas, pasajes de tren, entradas a conciertos y fotos, tus fotos; no, mías, tengo que decir mías.

Laura Hinestroza


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La calle del pecado Dentro de las anónimas calles del barrio San Carlos, solo una tiene nombre: “la calle del pecado”. Poco se sabe del porqué se llama así, es algo que ha pasado de generación en generación. A los ojos del forastero es una calle como cualquier otra, pero si te detienes un momento y miras de reojo, puedes verlos jugando billar ocultos en las sombras del mediodía, bebiendo cerveza y riéndose por tener tiempo para estar vivos. Al parecer eso fue algo imperdonable para el que decidió apodarla así.

Julián Hernández


Trozo de pastel

El postre de chocolate con melocotón siempre es tu favorito, El café amargo después del almuerzo, Sentarnos a contemplar la tarde, Mientras escapamos del agua y las multitudes. Usar las medias negras, la falda larga, lucir cómoda y elegante. Esa es la vida, la nuestra, la mía y tuya, la que queremos, Guardar un trozo de felicidad, Antes de abrir la sombrilla, Y mojarse la ropa.

Johanna Díaz Fotografía: Ferney Manrique


Neblina

Abro los ojos, los expando hasta la comisura misma del asombro. Creo verte, verla, verme allĂ­; sentada, emocionada e incrĂŠdula. Perdida en la cortina blanca de tus palabras. Una lluvia indecisa conjurĂł este instante. El nuestro, que ahora ya no me pertenece.

Socorro Maury


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John Álex Orjuela

Cuatro patas Llegaste en medio de la noche con tus cuatro patas impregnadas dejando tu esencia en mi cama como si supieras que ibas a partir. Te marchaste sin huella. Brota la soledad en cada espacio.

Primer vuelo Fuiste diferente Composición llena de música Historia de calendario Sumas y restas Sombra rara entre la multitud Viento errático Solitario en medio de tus temores deseas que te roben un beso.


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Reynaldo Bernal

Martes El martes es nuestro día. La furtiva reunión se da en las mañanas, a veces en las tardes. Jamás en las noches. Los martes la semana se disuelve, el tiempo queda detenido a media puerta, en la penumbra diurna de una cita encubierta. Pero algo ha pasado, hemos quedado atrapados en el ardor del último encuentro. Quienes afanosamente nos buscan, tropiezan con hilos de dolor guardado e indagan nuestro rastro desvanecido; pero su error consiste en hacerlo en los otros días de la semana. Para hallarnos, solo deben examinar la fecha congelada en el calendario, el único día que jamás dejará de ser martes.

Nada Lo hacía en el mar, en las albercas y en cuanto nicho de agua permitiera mantener su diligente afición por la natación. Mi abuelo hoy solo nada en sus lagunas mentales.


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Albahaca

P

or dentro, algo se tensa; recorres el barrio, te sientas en la banca de un parque y comienzas a escribir. Niágara, todo siempre inicia y acaba en ese nombre. Podrías marcarle ahora, debe estar allí, en su cama, escribiendo su novela. Algo parecido al otoño, piensas. Dos ancianas, banca de al lado, hablan de Dora. Dorita tiene cáncer, pobrecita, está tan flaca; pobrecita, su marido no sabe; pobrecita, la ropa ya no le queda bien, está como palo de escoba; el amante sí sabe, por eso la abandonó. Un perro se te acerca, te lame una mano, te busca con la mirada. Una nube negra se traga todo el azul, una de las ancianas (al menos ochenta años) te mira de arriba a abajo y te pica el ojo. Mañas. Olor a tinto recalentado y mañas. Se marchan mientras siguen hablando de su Dorita. Que perdón, que si se puede sentar contigo, que qué frío tan tenaz. Un sí corto. La mujer debe estar por los cuarenta y pico, cincuenta kilos, dos matrimonios encima y rizos definidos. No está mal, ojos verde mostaza, cuello carnoso de pliegues profundos, botas nuevas de media caña. Huele a albahaca.

Giovanni Clavijo


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No tengo miedo de mí No tengo miedo de mí se han callado los fantasmas La casa permanece silenciosa y tibia nadie perturba mis oídos La vajilla está ordenada mi cuerpo reposa en la hamaca y mi soledad transita alegre de cabellos sueltos mirando tras las ventanas

Johanna Díaz


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Andrés Felipe

Resaca En la mañana de boca seca Párpados y cejas como largas telas Con una comida imposible sobre la mesa Desubicado en la mañana de boca seca sin dinero, sin cobijas y sin ella.

Rosal Tarea compleja entender una rosa Cuesta la suave textura sus cambiantes colores y lo puntiagudo de sus espinas y no poseo la cualidad de conectar con ellas en un primer encuentro sufro de nublamiento de congelamiento Me hierven las manos Confieso que una flor me hace ladrillo Rosal me hace ciudad.


FotografĂ­a: Camila Loaiza

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Cuerpos estĂĄticos Provengo de las gotas de la lluvia que corroe Soy la lluvia estancada de mis tormentas menores La lentitud de mis aguas me mantiene inmĂłvil Se han abierto grietas y han crecido brotes. Espero, me despego y contengo vengan truenos y nubarrones a lavar, todo lo creo.

Laura Hinestroza


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Fresas y queso Separa la carne de los huesos con habilidad placentera. Saber que fue tan fácil atraparla, que era tan inocente que no desconfió ni por un momento y que aceptó gustosa la oferta de ir a recoger flores a cambio de unas monedas; saber eso aumenta su gozo. Apariencia frágil, cabellos plateados y pulcramente peinados, sonrisa benévola esbozada bajo un bigote de abuelo, un venerable anciano de caminar lento. Retira un trozo directamente del fuego. Se quema los dedos, los labios, la lengua, el paladar. El dolor lo insta a apretar más las manos y la mandíbula. El dolor propio y ajeno, el dolor a secas es su motivación sublime. Su éxtasis. Mastica lentamente, con fuerza, como lo que es: una suerte de rumiante carnívoro, una oveja sanguinaria y sagaz. Su mirada diáfana y azul que tanta simpatía cosecha entre la gente se fija en un punto perdido. Piensa desde ahora en la próxima faena de caza, en escribir algunas cartas, trampas convincentes, con las que atraer a sus presas. Ofertas de empleo, promesas de

una vida mejor, entrar en sus vidas como un salvador y aprovecharse de esa circunstancia, un par de billetes en los bolsillos, unas fresas con queso; presentes a cambio de sangre que hace manar a chorros con artilugios y torniquetes que sitúa estratégicamente para poder beberla con afanosa ansia. Las brasas se consumen y dan paso a la ceniza. La parrilla ha vuelto a ser un trozo de metal en el que se observan residuos de una grasa chamuscada y negra. Brilla la última hora de sol y la carne ya está prolijamente empacada en la maleta, envuelta en hojas de periódico. Todo lo demás queda allí. No procura disimularlo ni esconderlo de ninguna forma, se aleja y deja tras de sí un escenario brutal. A punto de ponerse el sol llega al borde de la vieja carretera que le anuncia la cercanía de su casa, su carga pesa y desea poder volar para estar ya en la privacidad de su cocina aliñando y adobando su manjar. La oscuridad se presiente, al cabo de un corto trecho unos ladridos lo sobresaltan, no son ladridos corrientes. Son sabuesos.


Ilustración: Gio Clavijo

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Además de los perros, escucha pasos y voces creciendo en su dirección, al volver la cabeza se encuentra con las fauces de los sabuesos dispuestas a destrozarlo, la inminencia de esta posibilidad le produce pulsiones orgásmicas, imagina las dentelladas hendiendo su carne, calando hasta el hueso. Una luz contra su cara le impide pensar más. Hoy es su último día. No niega ninguno de los crímenes de los que se le acusa, pide papel, tinta y pluma y se dedica a narrar sus cacerías y a escribir un extenso manual de culinaria en donde el ingrediente pro-

tagonista es la carne humana. Ha escrito durante semanas, tuvo siempre la manía de escribir; el corredor de la muerte no ha tenido nunca un huésped tan viejo como él. Ha llegado el momento; él mismo ayuda a ajustar las correas de cuero a sus piernas y su brazo izquierdo, disfruta de la expectativa de morir hervido por dentro en la silla eléctrica, aventura su pensamiento hacia aquella experiencia liberadora, la única que le hace falta probar.

Daniel Méndez


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Socorro Maury

Pausa Tía Chava se sienta cada tarde en su sillón de madera. Toma entre sus dedos marcados por el tiempo hebras de lana que entrelazan cada uno de sus recuerdos. Los lentes se han transformado en un simulacro del ver. Los canarios gorjean al sol que emerge. Los remos se detienen. Los zapaticos de charol negro resuenan en los escalones empedrados de la Media Torta. Dos brazos se extienden y la niña queda suspendida al vaivén de una risa.

Ella Unas piernas ancladas a la tierra, se yerguen como columnas esculpidas en mármol. Tres óvalos perfectos, permiten entrever el mar en calma.


Las huellas El día en que me fui de casa llevaba la tristeza en el equipaje Ropa deshilachada Cajones estropeados Una porcelana marrón en pedazos Vestía mi abrigo color violeta El cabello despeinado Veinte cajas, una mesa destartalada y las llaves que el pasado me arrebataba Me permití algunas lágrimas, titubeos e inventé falsas excusas para postergar la partida Tenía veinte años mi vida había pertenecido a la familia ¿De quién sería ahora? ¿Qué quedaba tras la partida? El cuarto vacío Silencio El rastro de mi presencia Las huellas El día en que me fui de casa me deshice de los viejos aposentos abandoné los zapatos desgastados colgué mis vestiduras del perchero y salí desnuda a la calle con el frío rasguñando la espalda El día en que me fui de casa renové mi piel de antaño Otra vida golpeaba insistente a la puerta.

Johanna Díaz

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La cita El día llegó. Se levantó de su cama y llamó a su oficina. Tras pocas explicaciones avisó que no iría porque se sentía indispuesta. Tomó un baño con agua caliente en la tina y contempló su cuerpo. Aún la piel era firme, pero ya no era una adolescente. Sacó del armario su vestido favorito, aunque notó que su abdomen se veía flácido. Decidió vestir el traje nuevo que tenía reservado usar en una ceremonia formal. Secó su cabello y lo alisó con paciencia. Se aplicó maquillaje y completó su vestimenta con joyas y zapatos. Sonrió complacida por lo que veía. Caminó hacia la cocina y abrió la llave de gas de la estufa. Se sirvió una copa de vodka y bebió un poco. Se recostó con cuidado en el sofá, no quería arrugar el vestido ni desacomodar su cabello. El teléfono sonó y la melodía de la llamada le pareció interminable. Tomó aire y continuó en su pose pero el teléfono volvió a sonar. Esta vez, abrió con exageración sus ojos, se levantó, sacó de su bolso el móvil y contestó. Era su vecina: –Amiga, acabo de entrar a mi apartamento, venía del gimnasio y al pasar por tu puerta sentí un olor a gas.

–Uhm. ¿En serio? –Voy a llamar al encargado del edificio para que entre a tu apartamento y verifique todo. Imagínate que te encontraran muerta, qué cursi, como en novela de pobres. ¿No crees? Bajó la voz, para que no se diera cuenta que ella se encontraba dentro del apartamento y le respondió: –Querida, no hace falta que llames, ya casi llego al apartamento y reviso. Muchas gracias. –Para eso están las amigas. Colgó el teléfono, fue a la cocina, cerró la llave del gas y abrió las ventanas del apartamento. Salió al balcón e inhaló aire fresco. Miró hacia abajo, diez pisos la separaban del suelo. Se inclinó un poco hacia adelante. Tras un momento se enderezó y mientras le daba la espalda al balcón dijo para sí: mejor no, con la caída arruinaría mi maquillaje.

Yady Rodríguez


Auto-pistas Es larga la auto-pista, esa vía que, en curvas, o en líneas rectas y blancas, o en espirales de borracho, se construye con ir andando. Es oscura como la noche, alucinante como las pieles, ardiente como el tequila, frenética como la salsa, y misteriosa como su silencio. Y hay quienes la caminan, quienes en bicicleta la dominan, quienes la juegan al autostop, quienes la viajan a crédito y quienes jamás la recorrieron. A quienes se les bifurca, la llaman amor; a quienes se les parte, la curan con dolor; a quienes se les invade, la llaman locura; a quienes se les aliena, la llaman trabajo; a quienes se les dificulta, la llaman destino. Y todos la viven con el gusto de un nuevo paisaje, o con el sabor tradicional de la vida de siempre, o con la combinación de más de una satisfacción, o con el tedio de la cotidiana repetición, o con la tranquilidad del que siempre se dolió. Es larga la auto-pista, esa ruta clandestina que va del cero a uno.

Pablo Peregrino

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Ilustración: David Pinto

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Pesadilla Te espero sentado junto al parque, mi perro me acompaña, lo acaricio. «Lee un poco más». Te duermes entre los vaivenes de mis líneas. «Es Morfeo», son las hojas en el viento que apaciguan. La vida es un susurro y la muerte, olor a formol que impregna las vestimentas. Al despertar, la oscuridad te inunda. «Inmovilidad», alguien cierra la tapa del ataúd y aunque hagas fuerza, es difícil abrirla. Bajo tierra, el aire se vacía. Gritas, miedo vertiginoso, «auténtico». Intentas doblar las piernas. «Inusitado», el corazón taquicárdico, sin esperanza, sin remedio. «¿Sigues leyendo esto?», despiertas, no es más que una pesadilla, vuelven los sonidos naturales, confiables; tranquilo, no voltees, detrás de ti brilla la hoja de metal. Yo te sigo esperando allí sentado.

David Pinto


IlustraciĂłn: Irene MĂŠndez



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