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Mariana Torres (España

©Isabel Wagemann

Mariana Torres

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Brasil

Me pusieron de nombre Mariana, nombre frecuente donde nací, Brasil, aunque no donde vivo, España. En mi familia no se recuerdan escritores, mi madre dicen que nació de una col y mi abuelo fue peluquero en un pueblo de Almería. Cuando era niña viajábamos y en esos viajes mis padres me contaban historias improvisadas. Mi madre es lectora de cuentos desde que tengo memoria, mi padre, de poesía.

Descubrí los talleres literarios al comenzar la universidad, estudié ciencias porque pensé que todo lo demás ya me lo enseñarían los libros. Ese mundo me atrapó entonces, encontré maestros que no estaban en otro lugar, y fui dedicándole más tiempo hasta que los talleres se convirtieron en toda mi vida. Hoy soy profesora de escritura y socia-fundadora de un taller que creció hasta convertirse en escuela, la Escuela de Escritores.

A lo largo de estos años he escrito cartas, borradores, precuentos, novelas fragmentadas, sueños, diarios y textos teóricos. También tuve tiempo de estudiar cine y rodar un cortometraje, que es el cuento de los cineastas. Ahora solo escribo, y enseño a hacerlo, o más bien ayudo a despejar mesas para que mis alumnos deseen hacerlo y aprendan a trabajar con las herramientas que llevan tantos años manipulando, estas letras endemoniadas y amorosas.

Credo

Creo, con devoción, en el otro yo que me permite escribir cuentos. Habita en algún lugar dentro mi cuerpo que no puede verse o tocarse, un lugar difícil de precisar porque se desplaza con cada respiración. Creo en ese lugar donde habita el otro yo que escribe por mí. Creo en los cuentos que escribe, porque no los comprendo con exactitud, porque no los comprendo con la lógica básica.

Creo en los cuentos que escribe mi otro yo cuando, aunque los lea mil veces, me siguen emocionando. Creo en los cuentos que tardo años en descifrar, que me devuelven más preguntas que respuestas y dan lugar a otros cuentos.

Creo en esos cuentos que no son del todo míos, con los que vibro, que están escritos por ese otro yo que no controlo, que están reescritos por el que sí.

Creo en el oficio, en la lectura, en la precisión, en la disciplina; en la confianza que dan el oficio, la lectura, la precisión, la verdad.

Creo en los cuentos que nacen sin normas, sin esquemas, sin predicciones. Sin final. Creo en los cuentos que encuentran su final, armonioso y exacto, porque cada cuento tiene un final igual que cada dedo una huella. Escribir es el camino que existe hasta que se encuentran esos finales que nunca podrían ser otros.

Creo en los sueños como herramienta, porque nacen sin filtros y sin esfuerzo, soñados por ese otro yo. No pueden verse ni tocarse, por tanto tampoco controlarse. Creo, con devoción, en los sueños. Creo en las ideas primigenias que brillan con luz propia y rebotan como un eco dentro, creo en ellas aunque parezcan pequeñas y ridículas, porque con el tiempo sé que crecerán o se transformarán en otra cosa. Creo en la transformación de las ideas.

Creo en los cuentos mentirosos pero llenos de verdad, en los cuentos que están vivos, en los cuentos viejos que me persiguen aunque quiera evitarlos y, sobre todo, creo en los cuentos que tiemblan al entrar.

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