POR EL P . MUNOZ CAPILLA.
cion; puede cxtenderse .it. muchos 6 pocos individuos; puede producir aument andose, no :;alo temor, sino abatimiento. La noticia de un ladran, solo intimida a un coba rde 6 it. un desprevenido: pero si se nos habla de una cuadrilla numerosa de bandoleros, esto asusta a t ada una provincia. Cuando las vejacione3 y las depredacioncs se han hecho habituales en un pais, el labrador s6lo t rabaja para no morirse de hambre, y busca en la inaccion el unico consuela de sus males; la industria cspira, y quedan esthiles los terrenos antes mas productivos, como 10 experimentamos en la cpoea de una guerra d<!soladora. Tres eircunstancias son las que agravan la alarma: la facilidad de que se repila un delito es 10 que nos haec temer; y esta facilidad crece, a medida que e1 gobierno tiene menos recursos para contener al delincucnte, 0 que este se nos feprcsenta dispuesto it repctir sus crJmenes, 6 que nos considefamos nosotros mas expuestos a sufdr el mal que ya ha sufrido otro, porIa anaiogla o conformidad denucstra situaci6n con la s uya. Cuando et-gobierno por debilidad 0 pc.r otra eualquiera causa deja impunes los primeros delitos, ni hace vivas indagaciones para descubrir al delincuente, lodos vemos en tonces que la impunidad at raeni la frecuencia de unas mismos delitos, y que manana me robara a mi quien otro din robo .i mi vecino y ha disfrutado en paz de su hurto. Y iquicn no teme a vista de estc peligro~ Lo segundo que gradua la alarma es el cani.cter del dclincuente. Si este obr6 mal con pleno eonocimient o y con madura deliberacion; si s u slt uacion es tal, que Ie proporciona repelir los delitos; si en cada uno de ellos se lisonjea adquirir mayores intereses; si
sus tiros se dirigen al debil, al afligido; si ~c atreve a sus supcriores; si com..::te crucJdades como par diversIon; si premedita par largo tiemgo la ejecucion de sus cdmenes: si alrae consigo cuantos com pi ices puede; si abusa de la buena fe y de la confianza; todo esto 6 cualquiera de estas circunstancias del dcJincuente nos 10 haeen mas formidable y aumentan la alarma . Finalmente, la alanna se aumenta en yirtud del caracter y circuDstancias, no solo del deHncuente, segun que acabamos de vcr; mas tam bien por el carftcter y circunstancias de los ciudadanos a que se extiende. La debilidad y subor dinacion de la mujer can respecto al marido haeen mas ulurman te, si puede decirse asi, el homicidio de una esposa que el de un esposo. Temen mas los vecinos a una casa 6 heredad incendiada, que los que estan distantes. Los de un mismo pat'tido 6 profesion, temen mas cuando <l.dvierten que el delincuente ha obrado por odio a su profesion 6 partido. Tales son, Phicido, las eausas que aumen tan J~ alarma; pero te advierto, que para que la haya no basta el peligro de que se repita contra nosotros ei delito, si no advertimos este peligro; y asi muchas veces 10 hay; mas por no conocerlo, todo el mundo se conserva en sosiego; situacion lamentable, que prucba la habilidad del delincuente para encubrir sus malas artes con tal disimulo, que haec cl mal, previniendo los obstaculos que Ie opond r ia 1a alarma a la .::arrera de sus delitos. Tampoco hay alarma, aunque se :onsidere facilla repeticion del deli to, si estamos scguros de que no hemos de ser victima suya; ast el robo no alarma a quienes nada tienen que les puedan quitar. V, Dicho he cuanto me ocurre sobre