Palabras de Francisco Moreno
Mimí Cuando el sonido de su voz se ha acallado y el alma se ha separado de su cuerpo, nosotros, su familia, sentimos el deber de dar nuestro testimonio sobre la mujer que vivió entre nosotros; despedir a la persona que nos marcó de manera tan radical, homenajear y agradecer a quien a través de su ejemplo nos mostró el verdadero sentido de la vida.
Su historia fue la de una mujer maestra, la de una mujer fecunda, la de una mujer con una fortaleza y fe avasalladoras.
¡Mujer Maestra! Se convirtió con los años en formadora de cientos de personas que a los largo de cuarenta años quisieron conocer el mundo y aprender de su infinita sabiduría, de su notable bagaje cultural y de su especial sensibilidad. Es que su vida no se entiende sino es a través de la belleza, de esa que nos hace conectarnos con nuestra dignidad de hijos de Dios y que eleva al arte como una expresión viva de humanidad. Era tal su conciencia de que estaba en posesión de un incalculable tesoro, que durante toda su vida uno de sus principales propósitos fue compartir esa sensibilidad con todo aquel que quisiera escucharla. Cual maestra, encendió en muchos un vivo interés por descubrir en la creación artística un alimento para el alma.
¡Mujer fecunda! Nunca nos dejamos de sorprender por el enorme cariño que le manifestaban quienes la conocieron, sin ninguna distinción de origen, edad o creencias. Su capacidad de cautivar a través de su especial personalidad era fruto de su convicción de que las relaciones humanas duraderas se construyen sobre la base de la más absoluta sinceridad y transparencia: ello llevó a que mucha gente buscara en usted a una consejera, a una guía, a una amiga con quien contar de la manera más comprometida. Así, fuimos sintiendo de a poco que su familia se fue ampliando e incorporamos con gusto a quienes veían en ella a una verdadera madre, quienes compartieron con nosotros su inagotable afecto y que supieron construir un lazo similar al que da la sangre.
¡Mujer fuerte! Sus lecciones de entereza y de vigor nos hablan de su impresionante tenacidad y constancia: no había obstáculo que lograra vencerla. Con una fortaleza que escapaba a toda lógica, fue capaz de sobreponerse hasta sus últimos días a todas las pruebas y dificultades que la vida le fue presentando. No había dolor, impedimento o contrariedad que le hiciera cambiar sus planes: es que su pasión por la vida era mucho más fuerte que los obstáculos, su sentido del deber mucho más profundo que las legítimas excusas, su temple mucho más potente que la dificultad.
¡Mujer de fe! Fuimos testigos del inmenso dolor que el asesinato de Jaime le causó. Ese primero de abril quedó grabado en su corazón como el momento más triste de su existencia y como el comienzo de la última etapa de su vida. La acompañamos en ese camino de silencio y de cristiana resignación, tratando de aceptar la voluntad de Dios. A pesar del sufrimiento y de la legítima necesidad de justicia y de reparación que todo ser humano tiene el derecho de demandar, usted perdonó a los asesinos. No por usted, no por su familia, sino que por Chile, porque abrazaba la escondida esperanza de que la sangre de su hijo pudiera contribuir a la reconciliación de un país absolutamente dividido. La historia le está dando la razón y su fe en Dios le permitió su consuelo.
La echaremos de menos y nos hará mucha falta: será difícil llenar sus espacios, pero tenga la convicción que su legado continuará más vigente que nunca, que su sonrisa y goce por la vida quedaron ya grabados en nosotros para siempre. Mimí, ¡Mujer enorme!, vaya a encontrarse con su hijo a la Patria Eterna. Vaya a gozar del premio de los que han vivido la vida con valentía y coraje, de quienes se han transformado en un ejemplo y símbolo indeleble de Vida.
Que descanse en paz.