Publicación mensual de FLACSO
Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003 / 1
Publicación mensual de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales/FLACSO-Guatemala. Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003
LENGUAJE,
RAÍCES E
IDENTIDAD Raúl de la Horra*
«Hay entre nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es la que somos». José Saramago, Ensayo sobre la ceguera.
EL
Rina Lazo, 1954
MAPA NO ES EL TERRITORIO
EL PENSAMIENTO ES LENGUAJE Y EL MUNDO ES LENGUAJE
La idea de que el universo humano es un producto elaborado por y a través del lenguaje lo expresó hace poco Víctor García de la Concha, actual director de la Real Academia Española, así: «todo lo que es y lo que somos, en definitiva, es palabra». Con ello pretendía él llamar la atención sobre el hecho de que las etiquetas, conceptos y representaciones mentales que utilizamos para interpretar, *
definir y expresar el mundo, nos estructuran desde la cabeza hasta los pies como si fueran cromosomas sociales que, a semejanza del código genético, se transmiten de generación en generación. A tal punto, que la cultura en sentido extenso no es, después de todo, sino el lenguaje y derivaciones materializadas del lenguaje. Pero antes de proseguir con esta idea haré dos aclaraciones. La primera, es que resulta prácticamente imposible establecer una distinción «real» entre lo que denominamos pensamiento y lo que denominamos lenguaje. Dichos términos son como las dos caras de nuestra «lunidad» mental: por un lado, todo lo que pensamos –el lado «oscuro» de la luna, por decirlo así–, sólo llega a ser
Psicólogo y escritor. Estudios de psicología social en París. Psicoterapeuta en Alemania para víctimas de guerra.
Las opiniones expresadas en este suplemento son de la exclusiva responsabilidad de su autor.
2 / Publicación mensual de FLACSO elaborado y expresado de forma limitada en la conciencia –o parte visible–, gracias de la luz del lenguaje, de las palabras. Y, por el otro, todo lo que verbalizamos presupone la puesta en movimiento de procesos neurológicos invisibles de tipo cognitivo-emotivo que, gracias a los códigos del lenguaje mismo, y gracias también al aprendizaje y al contexto, producen lo que llamamos sentido. Naturalmente, al decir lenguaje me estoy refiriendo al lenguaje verbal exclusivamente y no al lenguaje pictórico ni al llamado «no verbal», que es el de los gestos y tonalidades de la voz. Este último no se rige por las mismas leyes sintácticas y semánticas que el lenguaje verbal –aunque siempre lo acompañe–, y por eso no será objeto de discusión en estos apuntes. Y la segunda aclaración que considero importante hacer es que cuando digo «pensamiento», no me estoy refiriendo a un fenómeno puramente racional, puesto que el pensamiento involucra también las emociones. Emoción y razón no son sino una distinción artificial hecha, justamente, por el lenguaje, para dar cuenta de algo que en realidad se da como un fenómeno unitario en el ser humano. De hecho, no existe ni puede existir un pensamiento que no genere una reacción fisiológica o una emoción por mínima que sea, aunque sea inconsciente, así como tampoco existe una emoción que no genere o vaya acompañada de un pensamiento. ¿Estamos?
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30,000 ejemplares
Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003 EL
LENGUAJE ES UN
MEDIADOR ENTRE NOSOTROS Y LA REALIDAD
Hoy resulta cada vez más obvio que detrás o delante de lo que llamamos «realidad» acecha siempre el mago de magos, el ilusionista supremo: el lenguaje verbal. Porque él actúa como un «filtro» que simultáneamente nos revela y esconde aquello que llamamos realidad, haciéndonos creer que eso que vemos o pensamos «es» así, cuando lo cierto es que desde un punto de vista riguroso se trata de una especie de ilusión. Si lo interrogáramos, el geniecillo de las palabras nos explicaría, para nuestro consuelo o desconsuelo, que todo lo que existe –o todo lo que es percibido y comunicado por un observador– no es otra cosa que una representación simbólica elaborada por nuestra mente. No otra cosa fue lo que el lingüista norteamericano Alfred Korzybski quiso expresar en la década de los 50 cuando dijo: «El mapa no es el territorio», al tiempo que daba un puñetazo al mapa de Norteamérica que tenía sobre la mesa. Así quería significar que el lenguaje, las comparaciones, las metáforas, las nociones y conceptos de que nos servimos para designar y pensar el mundo, son sólo «mapas» o representaciones abstractas (siempre limitadas y convencionales) de la realidad, pero no «son» la realidad. Ni siquiera nociones científicas tan útiles y manoseadas como las de átomo, energía, luz y materia, tienen un asidero conceptual satisfactorio, pues aunque posean su propia realidad ontológica, desde el punto de vista del conocimiento son categorías o creaciones de la mente, mucho más escurridizas que un pez en el agua. La física cuántica (el estudio del microcosmos de la materia), sin ir más lejos, ha establecido que lo que denominamos «materia», por ejemplo, tiene más agujeros que un queso groyere. Lo que significa que en lugar de manipular «cosas», lo que los científicos han estado manipulando con sus microscopios y pinzas en los laboratorios son «cosas envueltas en palabras», y esto lo saben ellos perfectamente, aunque a veces se les olvide. Por eso, aunque parezca increíble, los seres humanos nunca hemos tenido trato directo con realidades «en sí», sino sólo con las mediaciones lingüísticas constituidas por las «etiquetas» o «envoltorios» de esas realidades.
LA
REALIDAD EXISTE, PERO
SU DEFINICIÓN ES SOCIAL
Lo anterior no significa que la «verdadera realidad» no exista, pues para dar un ejemplo inmediato y tangible, es obvio que ese utensilio tan popular que llamamos «teléfono celular» no es ninguna ficción, sobre todo si
le pegan a uno con él en la cabeza. Sin embargo, tanto el nombre como el aparato sólo adquirirán sentido dentro de determinados contextos. Para un indígena de una tribu del Amazonas, por ejemplo, ni la palabra «celular» ni el aparato en sí significarán algo, a no ser que previamente haya tenido contacto con él y se haya formado su propia idea al respecto, como sería la de considerar que se trata de un instrumento ideal para partir nueces. Pero lo mismo sucede con todas las realidades no materiales de origen filosófico-social que inventamos, como por ejemplo, la noción de derechos humanos, cuya definición depende de consideraciones históricas, sociales y culturales. Al respecto, es de notar que en el contexto guatemalteco dicho concepto todavía suena a chino para una buena cantidad de ciudadanos, quienes suponen que se trata de una peligrosa enfermedad contagiosa venida del extranjero. De manera que la significación que le demos a cualquier realidad, sea ésta material o conceptual, concreta o abstracta, será función, al final de cuentas, tanto del sujeto o sujetos que la definen, como de la situación y del contexto. Otro ejemplo: el papel sobre el cual usted está leyendo ahora estas palabras ha sido catalogado por su cerebro y por las convenciones sociales con el nombre genérico de «página de revista». Pero para una mosca, tenga usted la seguridad que no significa lo mismo: quizá «sea» sólo una plataforma más de despegue, entre otras cosas posibles, o una maravillosa superficie para copular con sus congéneres. Y ello, porque su universo de significaciones y su percepción de «lo real» están determinados por sus necesidades de mosca, por su sistema nervioso particular –tan diferente del humano– y por su incapacidad de comprender y de crear un lenguaje simbólico. Y es que ésta es otra característica fundamental del lenguaje humano que había olvidado mencionar antes: que se autogenera y crece en complejidad (es
Publicación mensual de FLACSO cumulativo), lo que no sucede con el “elemental” lenguaje de los animales, meramente repetitivo o estereotipado, transmisible solamente por códigos genéticos, mas no por procesos simbólicos aprendidos.
LO
QUE LLAMAMOS REALIDAD
Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003 / 3 espejo»), que la inconfortable oscuridad no es otra cosa sino la luz que no vemos.
EL LENGUAJE NOS HACE CREER QUE LOS HECHOS PERTURBAN
ES UNA CONSTRUCCIÓN DE LA MENTE
LA
IDENTIDAD COMO MAPA
RECAPITULEMOS
En esta segunda parte quiero mencionar algunas de las consecuencias teóricas y prácticas que los planteamientos anteriores tienen sobre la idea de identidad y sobre otras nociones vinculadas a ella. Cuando se evoca dicha palabra, irremediablemente la asociamos a vocablos como pasado, memoria –memoria individual, memoria colectiva, memoria histórica–, tradición, etnia y nacionalidad. Y a su alrededor, configurando las percepciones que de ellas tenemos, surge con frecuencia la potente metáfora de las «raíces» como matriz cuasi-mítica de donde emanan todas. Mi propósito aquí es mostrar que dicha metáfora no es quizás la más adecuada a la hora de tornar la mirada, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, y que más nos valdría adoptar otras metáforas, portadoras de una visión más dinámica y más acorde no sólo con nuestras necesidades, sino con las exigencias sociales e históricas del país.
ALGUNOS POSTULADOS DE BASE: EL PASADO Y LA LO
MEMORIA
EXPUESTO EN LOS PÁRRAFOS ANTERIORES
Rhonald Blommestijn
Lo anterior nos permite afirmar, entonces, que cualquier percepción humana es una construcción del sujeto que observa. Y esta afirmación es igualmente válida tanto en el caso de objetos físicos o materiales, como en el caso de abstracciones tales como el concepto de «derechos humanos» mencionado antes, o la noción de «inconsciente», las ideas de «identidad», de «nación», de «libertad», etc. (en fin... ¡el universo entero!). Es la razón por la cual, estimado lector, si usted quiere dar testimonio de cultura, de inteligencia y de sensatez, a partir de hoy tendrá que ser más prudente en el uso que hace de las palabras para no confundir el menú con la comida, el concepto con lo que se supone que contiene, y estas palabras que está leyendo con la absoluta verdad. Recuerde que todo lo expresado aquí es sólo una especulación, una hipótesis, una invención, acerca de realidades cuya «verdadera esencia» quedará siempre oculta detrás de los signos que las nombran.
Viene este largo preámbulo al caso, porque es obvio que una de las fuentes más frecuentes de conflicto entre los seres humanos –individuos, grupos o naciones– se origina no sólo en la manera en la que comunicamos (lo cual es estudiado por la llamada «pragmática de la comunicación»), sino en el significado diverso que le damos a las palabras. Dicho en otros términos: muchas de las disputas, problemas, intolerancias, frustraciones, que nos fabricamos a cada instante, surgen cuando perdemos de vista que no es, en último término, con cosas ni sobre cosas que estamos tratando, sino con relaciones, símbolos o mediaciones. Lo que Epicteto, un siglo antes de nuestra era, había expresado con gran perspicacia al afirmar que «no son las cosas o los hechos los que nos perturban, sino las opiniones o significados que les atribuimos». Y es éste, quizás, el pensamiento que mejor resume lo que me había propuesto tratar en la primera parte.
las entonaciones del habla (lenguaje para-verbal), así como los gestos y las acciones, que tienen un carácter polívoco, es decir, admiten múltiples interpretaciones y están mucho más sujetos a contingencias emocionales. Pero como lo expresé antes, nos estamos refiriendo en esta ocasión al lenguaje verbal –llamado también «digital», en contraposición con el no-verbal o «analógico»–, aunque sabemos que en el acto comunicativo el lenguaje verbal y el no-verbal operan simultáneamente.
a) Que el pensamiento está estructurado por el lenguaje y se expresa a través de él. b) Que todo lo que es observado o detectado en el mundo humano es una construcción de la mente y de los sentidos por intermedio del lenguaje. c) Que nosotros no tenemos relación con el mundo (con la realidad o «territorio»), sino a través de los símbolos o representaciones que lo designan.
Reconozco que lo anterior parecerá por momentos oscuro y obtuso, debido a que estamos discurriendo por el universo poco familiar de la lógica sistémica, que está a mil leguas de la denominada lógica lineal o aristotélica. Pero no hay por qué poner cara de circunstancia, puesto que esa misma lógica nos anuncia, con una enorme sonrisa de gato (como la que aparece en el cuento de Lewis Carroll «Alicia a través del
También mencionaba que muchos de los conflictos entre las personas, grupos, regiones y naciones, tienen su origen en el significado y en el valor diferente que cada uno le atribuye a los hechos, los cuales son automáticamente vividos y expresados a través del lenguaje. Aquí cabe aclarar que los conflictos más frecuentes y difíciles de resolver entre la especie humana no son los originados por el lenguaje verbal en sí –cuyos malentendidos pueden ser relativamente explicitados, pues se refieren fundamentalmente al contenido de las palabras–, sino los que provienen de las dimensiones no-verbales del lenguaje, o sea, de la forma en que comunicamos: el volumen de la voz y
No voy a explayarme en lo que cada una de las nociones arriba mencionadas pueda querer decir. Lo que pretendo es que se tome conciencia, a la luz de los planteamientos expresados en el capítulo anterior, de ciertos postulados relacionados con ellas, postulados que considero insoslayables antes de proceder a una indagación más profunda sobre el tema de las raíces y de la identidad. Los someto a la consideración del lector para que los medite y extraiga las conclusiones que considere oportunas. He de advertir que su contenido no constituye ningún aporte original de mi parte, sino que me he limitado a transcribir o a resumir lo que algunos científicos e intelectuales de distintas ramas del saber han dicho al respecto. Como se podrá comprobar, su característica más visible es que funcionan de manera circular o tautológica, es decir, se presentan como variaciones recurrentes de un mismo tema. a) El pasado es una re-presentación de lo que se dice que sucedió. Las ideas sobre el pasado funcionan como un mapa conceptual que representa un territorio descrito o construido según criterios que provienen tan sólo en una ínfima parte
de ese territorio. ¿Cuál es la verdadera naturaleza del pasado? Misterio. Una vez que ha pasado algo, ese algo se vuelve en nuestra conciencia tan gaseoso y consistente como la ficción o el sueño, quedando sólo sus huellas físicas y mentales: los recuerdos, las historias, los suspiros. ¿Qué es lo que sabemos, por ejemplo, de la construcción de la catedral metropolitana y de la vida de los que la edificaron? Prácticamente nada, a no ser lo que nos dicen los textos (que son otras tantas representaciones, siempre parciales), sumado a lo que imaginamos. Ni siquiera conocemos los nombres y biografías de los obreros que participaron. Y si lo pensamos con detenimiento, ni siquiera conocemos tampoco la historia de nuestros propios hijos, pues a lo sumo guardamos en la memoria algunos fragmentos subjetivos de la «película» personal que hemos filmado y que no necesariamente coincide con la que ellos han vivido. En este orden de ideas, podríamos responder de forma similar a la pregunta ¿qué es la identidad?, afirmando que, hasta cierto punto, la identidad es lo que queramos o decidamos que sea. Y si nos interrogaran sobre ¿cómo saber cuáles son las «verdaderas» tradiciones que nos hacen «ser» lo que somos?, seríamos incapaces de responder, pues las costumbres de nuestros antepasados han cambiado muchas veces y siguen cambiando a través de los siglos, como también se modifican los idiomas, las modas vestimentarias, alimenticias o musicales, haciendo surgir nuevos estilos de vida y nuevas concepciones de la existencia. Entonces, ¿el pasado no existe? Claro que existe, pero como representación y vivencia interpretada, pero no como cosa, ni siquiera como fotografía, ya que una fotografía es sólo una imagen plasmada en un soporte de papel. A propósito: recuerdo ahora una anécdota sobre el pintor Matisse (aunque existe otra versión atribuida a Picasso) que ejemplifica muy bien la idea de que las representaciones son sólo eso. La historia es la siguiente: en cierta ocasión en la que Matisse exponía sus pinturas en una galería, un visitante le señaló una de ellas y le dijo: «No se le parece demasiado a una mujer». Y Matisse respondió: «No es una mujer, es una pintura». b) La memoria no es ninguna «cosa» sino un mapa. Ross Ashby, en su Introducción a la cibernética (1963), escribió: «La memoria no es algo objetivo que posee o deje de poseer una persona o un animal, es un concepto que el observador utiliza para llenar las lagunas que la no observabilidad del sistema ocasiona». Por su parte, el famoso antropólogo G. Bateson dirá, lacónico: «La memoria no es una cosa, es un principio explicativo» (1979). Y aunque sea un concepto necesario y sólo recientemente hayamos empezado a sospechar cómo funciona, no sabemos –ni lo sabremos
Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003 jamás– qué «es». En los últimos años, el estudio de la memoria se ha enriquecido gracias a las investigaciones hechas sobre el fenómeno llamado de las «falsas memorias», por una parte, y del síndrome disociativo de la «personalidad múltiple», por la otra, estudios que dan crédito a la idea de que no sólo la noción de memoria es un «constructo», sino hasta sus contenidos son objeto de fabricación y de alteración según las circunstancias y las tonalidades de nuestra emotividad. «Cuando recordamos el pasado no recurrimos a imágenes inmutables, sino a reconstituciones, a productos de la imaginación, a una visión del pasado adaptada al presente», dice Israel Rosenfield, neurólogo (en La invención de la memoria, París, 1994). Ya en 1932, el psicólogo norteamericano F.C. Bartlett había afirmado que «La rememoración es una reconstrucción o construcción imaginativa (...), de modo que el recuerdo raramente es fiel, y poco importa que lo sea». Más recientemente, el filólogo italiano Mauricio Bettini expresó (Revista de Occidente, 2001) al hablar del funcionamiento de la memoria en grupos humanos: «El grupo social reconstruye su propio pasado, su propia tradición, adaptándolo a los contextos sociales del presente que avanza, del mismo modo que proyecta su futuro», y al referirse a las tradiciones como sustento de la identidad colectiva, agregó: «Las tradiciones proceden a ‘reconstruir’ su propia memoria a partir de las necesidades y los impulsos de los respectivos grupos» . c) Nosotros no actuamos en función de la historia «tal cual es», sino tal cual nos la representamos. Esta idea acarrea consecuencias en la comprensión tanto del origen de los disturbios psíquicos como de los procesos de reconstrucción de la identidad
(individual o colectiva). Cada época y cada individuo escogen de la historia aquello que para sus protagonistas tiene sentido o es coherente con lo que viven hoy, pues el pasado es recordado y recreado a partir del presente, aunque en función del futuro que lo siguió y que «explica» por qué somos lo que somos o por qué hemos llegado a donde hemos llegado. Hoy, prácticamente todos los investigadores en ciencias sociales reconocen que el comportamiento actual de un individuo se ve incluso más influido por el futuro que por el pasado. «La idea que nos hacemos del pasado individual o colectivo depende de la manera cómo interpretamos que ese pasado está determinando nuestro presente. Nuestro presente es la continuación de nuestro pasado; pero en nuestra conciencia, nuestro pasado depende de nuestro presente en la medida en que todo conocimiento retrospectivo está ligado a la intención del espectador» (Raymond Aron en Introducción a la filosofia de la historia, París, 1948). Por su parte, el poeta y escritor Paul Valéry, en su obra Miradas sobre el mundo actual, nos invita a relativizar las expectativas desmesuradas que ciframos en la historia como fuente de explicaciones: «La historia –dice– justifica lo que usted quiera; por eso no enseña rigurosamente nada, ya que contiene todo y da ejemplos de todo». ¿Quiere decir esto que es imposible alcanzar el conocimiento objetivo, puesto que «todo se vale»? ¿Que los actos genocidas perpetrados contra las poblaciones civiles por los anteriores gobiernos de nuestro país, por ejemplo, son imaginarios? Por supuesto que no. Nadie puede negar la realidad de esos hechos atroces, ni la existencia impune de sus autores, ni las consecuencias trágicas que
Rafal Olbinski
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Publicación mensual de FLACSO 30 años de guerra han producido y siguen produciendo en nuestra sociedad. A lo que apuntan las afirmaciones que anteceden es a recordarnos que entre la infinidad de huellas que deja la historia, tanto los individuos como los grupos seleccionamos y archivamos en la conciencia sólo aquéllas que nos convienen o que cumplen una función al interior de nuestro sistema de intenciones, valores e intereses. Por eso es que la mayoría de protagonistas de tales masacres, con pasmosa serenidad, niega sus actos o los justifica de mil maneras. Pero aquí, como en otros casos, la comprensión psico-sociológica de los hechos y de los actores no debe hacemos perder de vista que la dimensión ética y la noción de responsabilidad moral son consustanciales a toda vida comunitaria. d) No se puede cambiar el pasado, pero sí las consecuencias de ese pasado. Éste es el presupuesto que inspira y guía tanto las intervenciones psicoterapéuticas como cualquier acto de transformación social. Lo que «fue» no puede regresar al presente ni ser cambiado. Pero sí es posible transformar «la manera» de verlo o de interpretarlo, lo que nos abre automáticamente la mente a nuevas alternativas de evaluación, de decisión y de acción. De allí lo imprescindible que es no sólo aceptar y/o cambiar las representaciones que tenemos del pasado (en función de nuestras necesidades o en función de lo que hemos «decidido» ser), sino actuar en consecuencia. Y concluidas estas reflexiones, abordemos ahora el último tema, el de las «raíces», puesto que se trata de una metáfora importante que funciona como una especie de matriz ideológica que, más que orientar, lo que hace es limitar nuestra comprensión de la historia, de la tradición y de la identidad.
RAÍCES,
IDENTIDAD Y TRADICIÓN
El filólogo y antropólogo italiano Maurizio Bettini escribió en la Revista de Occidente (Madrid, julio- agosto del 2001) un sugestivo artículo intitulado «Contra las raíces», en el que aborda de manera inteligente y original el tema de la identidad. Bettini menciona allí el peso de las representaciones metafóricas que asociamos con los términos de identidad y tradición, y hace algunas constataciones pertinentes (aunque para algunos fundamentalistas de la «etnicidad» este enfoque pueda resultar más bien impertinente) sobre los vínculos que existen entre dichos términos. Reproduzco a continuación algunos de sus planteamientos. Bettini habla de la importancia que tiene la palabra «raíces» en la representación que nos hacemos de la identidad individual y/o colectiva, sobre todo cuando concebimos la identidad como una especie de árbol que hunde sus raíces no sólo en la historia y en las tradiciones sostenidas por cierta memoria
Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003 / 5 «nosotros», nuestra identidad. La relación de determinación entre tradición e identidad asume de este modo la apariencia de una fuerza que brota directamente de la naturaleza orgánica. Si un árbol es ese árbol porque ha crecido a partir de esas raíces, nosotros somos nosotros porque hemos crecido a partir de las «raíces» de nuestra tradición cultural. En cierto sentido, es como si no pudiésemos ser de otra forma, como si nuestra identidad acabase inevitablemente por estar determinada por nuestras «raíces», es decir, por la tradición a la que pertenecemos”. Pero las tradiciones son engañosas –afirma Bettini–, pues no son algo que proceda de la tierra, ni algo que se coma o se respire, sino que son, ante todo, algo que se aprende. Lo cual implica precisas opciones de voluntad de estudio y de aculturación, así como de aprendizaje de nuevos comportamientos y de nuevas tradiciones. Sin un continuo trabajo de aprendizaje, cualquier tradición se extingue en poco tiempo. Y agrega: «¿Cómo Picasso saber cuál es la ‘verdadera’ costumbre de los antepasados, cuál es la ‘verdadera’ tradición?» La selectiva de esa historia, sino en la misma tierra y en verdadera tradición, el auténtico modo de proceder la geografía. Desde esta perspectiva, la metáfora de de los antepasados –aclara él–, no puede ser señalalas raíces es una de las representaciones más geneda por nadie por la sencilla razón que, como bien ralizadas e influyentes, y posee una eficacia precisa: sabían los atenienses, «las costumbres de los antepa«Dicha imagen tiene, en efecto –afirma Bettini–, la sados han cambiado muchas veces en el transcurso capacidad de condicionar fuertemente cualquier del tiempo». Por su parte, Miguel Porta Perales, distindiscurso sobre identidad y tradición, y por un motivo guido intelectual español, afirma en un artículo de esa bastante simple: en un terreno tan abstracto como el misma revista (“Teoría y práctica de la mitología de las determinaciones filosóficas o antropológicas, catalanista”, Revista de Occidente, septiembre de la imagen de las ‘raíces’ permite sustituir directamente 2001): «Es propio de la obsesión identitaria: la creenel razonamiento por una imagen visual». cia en una tradición sagrada e inmemorial que se va Lo cierto es que no existe prácticamente nin- transmitiendo de generación en generación y que gún discurso sobre la identidad ni sobre la nación que constituye y conforma el patrimonio espiritual (el alma, no evoque, directa o indirectamente, la palabra el carácter, la manera de ser) de la nación. Una tradición «raíces». Inconscientemente, nosotros solemos pensar que hay que recuperar si no se quieren perder ‘aqueen dicha imagen cuando nos referimos al sentimiento llos rasgos de nuestra fisonomía’». En otras palabras, de unidad y de permanencia de las características se trata de una visión substancialista de la historia, que bio-psico-sociales de la personalidad que denomina- sirve de fundamento a una metafisica de la identidad mos identidad, características que han ido confor- desvinculada de toda noción de proceso, contradicienmándose y expresándose a través de las experiencias do con ello tanto los datos del sentido común como los vividas en el tiempo (sentimiento de continuidad) y de la observación científica. en el espacio (sentimiento de pertenencia), y que nos definen ante los demás (sentimiento de comunidad) PELIGROS DE LAS como un «yo» o un «nosotros» en un momento y en un contexto dados. A tal punto, que la expresión «es TRADICIONES «VERTICALES» una persona sin raíces» tiene un marcado acento Y APUESTA POR UNA peyorativo. Como dice Bettini: «las imágenes no son TRADICIÓN «HORIZONTAL» objetos neutros, pues tienen el poder de condicionar nuestra percepción de la realidad, y en ese sentido, las metáforas no son sólo un adorno, sino también un Bettini afirma: «La imagen de las ‘raíces’ presenta tampoderoso instrumento de conocimiento». bién otra desagradable derivación: su misma referenBettini comenta: «A través de la imagen de las cia a la tierra hace que la metáfora remita a la idea de raíces y del árbol (cuya simbología es un tema prácti- que la identidad procede precisamente de la tierra, el camente infinito), la tradición se convierte en algo pri- lugar en el que se hunden las raíces. Al hablar de la mordial, sumergido en la tierra, algo que sostiene y tradición como raíces, en cierto modo se sugiere que nutre. ¿Que sostiene y nutre qué? Evidentemente a es la tierra la que debe decirnos quiénes somos –aco-
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Rhonald Blommestijn
ten cada vez con mayor frecuencia en paralelo a los nuestros. Por ello podríamos sugerir la conveniencia de buscar imágenes capaces de definir la tradición no ya en términos verticales sino horizontales. ¿Quién ha dicho que la tradición deba ser forzosamente una ‘raíz’, hundida verticalmente en la tierra? Podría perfectamente ser algo que se añade –horizontalmente– a otros rasgos distintivos, contribuyendo con ello a forjar la identidad de las personas».
giéndonos con un abrazo materno o rechazándonos con una maldición. La imagen de las ‘raíces’ contiene el mito de “la autoctonía’, la pretensión de ser los únicos auténticos hijos de una tierra concreta, superiores a los que se limitan a vivir en ella tras haber llegado de fuera». Más adelante agrega: «Defender la tradición y la identidad de un determinado grupo es proteger la tierra de posibles contaminaciones. Como por desgracia sabemos bien, ese tipo de constelaciones simbólicas y conceptuales –raíces, identidad, tradición, tierra...– pueden transformarse directamente en instrumentos de muerte, y no sólo de conflicto político. Baste pensar en las catastróficas consecuencias que semejante modo de concebir identidad y tradición ha provocado, y provoca todavía, en la ex Yugoslavia». Acto seguido, Bettini se posiciona ante dicha metáfora «vertical» de las raíces, aunque no niega su validez en ciertos contextos: «No es que esto no sea cierto. Es incluso una obviedad afirmar que la tradición en que nos insertamos –la lengua que aprendemos de niños, los hábitos alimentarios adquiridos en familia, los modos de pensar, y todo lo demás– contribuye poderosamente a consolidar la identidad individual. Y tratándose de hábitos compartidos por más personas, contribuye a consolidar también la identidad colectiva del grupo al que se pertenece. Quisiera, sin embargo, insistir en el aspecto digamos retórico del problema. Las ‘raíces’ no son en realidad más que una imagen, ya lo hemos dicho: para referirse a la tradición se podrían utilizar, por tanto, imágenes diferentes. Imágenes capaces de describir la tradición y la identidad que de ella deriva no como una fatalidad biológica, sino como algo más abierto y más libre. El cambio de metáforas, en este campo de la tradición y la identidad, parecería esencialmente apropiado dada la naturaleza de la sociedad contemporánea, en la que la facilidad de comunicación nos permite acceder simultáneamente a tantas experiencias culturales diferentes y a tantos modos de vida alternativos. La nuestra es una sociedad en expansión, una sociedad cada vez más horizontal, en la que los modelos y los productos culturales de las demás comunidades exis-
Y concluye Bettini proponiendo la imagen de un riachuelo, de una corriente que corre junto a otras, lo que tendría la ventaja de hacernos entender que es perfectamente posible pertenecer a una determinada tradición sin sentirse prisionero de ella, porque no somos árboles incapaces de separarse de sus raíces si quieren conservarse vivos, sino afluentes en movimiento. La tradición «horizontal» se convertiría así en una posibilidad de vida que podría completarse con otras, lo que no permite la tradición «vertical» y estática de la raíz. La metáfora del agua, mucho más dinámica y maleable, encierra posibilidades altamente sugerentes: riachuelos los hay muchos y variados, provenientes de montes escarpados, de colinas adustas o de praderas amables, cada uno adaptándose a su manera a las vicisitudes de su historia, del terreno y de la geografía, desarrollando su propia personalidad y su propia riqueza. Además, con un poco de poesía o de misticismo, podría incluso añadirse que «todos los ríos van a la mar», imágenes que son bastante más congruentes con las necesidades y aspiraciones de tolerancia recíproca, de pacífica convivencia, y de cooperación entre las personas, que la metáfora de las raíces.
pués a otra ciudad (tercera capa) y más tarde se ha casado o ha viajado a otra región del país (cuarta y quinta capas), y luego se ha marchado al extranjero, etc. Y en cada uno de esos ámbitos ha amado, sufrido, gozado, anhelado y tomado decisiones; ha aguantado y renunciado a muchas cosas; seguramente habrá hecho amigos y habrá aprendido a pensar como ellos, y hasta habrá adquirido su idiolecto o su idioma. Y sin tener que renunciar a ninguna de esas vivencias, habrá integrado poco a poco en su patrimonio individual esas formas de ser que la vida le fue proponiendo y que conforman, hoy, su particular identidad. Y toda esa experiencia acumulada y recreada a través del lenguaje, la memoria y la imaginación, es la que al final de cuentas nos estructura y nos hace únicos y diversos, a semejanza del maravilloso universo (o “multiverso”, como diría el biólogo chileno H. Maturana) en el que habitamos. Además, se da una coincidencia sorprendente entre la imagen de la cebolla y el fenómeno de la identidad: ¿se ha puesto usted a pensar, sensible lector, que esa «cebolla» que nos estructura el alma es capaz, también, de hacemos llorar si tratamos de abrirla? Pero la recompensa es grande cuando, mezclando nuestra identidad a los otros ingredientes de la vida, preparamos un suculento plato compartido que no sólo nos alimenta, sino nos hace crecer.
Por mi parte, yo siempre he imaginado la identidad individual como una cebolla en la que cada capa correspondería a una sub-identidad o categoría de experiencias. Todas esas capas conformarían cierta unidad orgánica que podríamos denominar la «supraidentidad» de la cebolla. Es una imagen que me conviene y me parece más fructífera que la de las raíces, pues aunque sea también de naturaleza parcialmente estática, considero que pone mejor de relieve la multi-dimensionalidad de la existencia. Por ejemplo, es un hecho que cada uno de nosotros ha nacido en un hogar con tradiciones particulares (primera capa), en un determinado barrio (segunda capa), quizás se ha trasladado des-
Edward Kienholz
Publicación mensual de FLACSO REFLEXIONES
FINALES A
MODO DE CONCLUSIÓN
Hemos llegado al momento en que el espacio se acaba y queda aún mucha tela por cortar alrededor de estos temas. Me apresuro entonces a concluir con cuatro reflexiones un tanto lapidarias que tienen el sano propósito de alterar el sueño de los lectores que tuvieron la paciencia de llegar hasta aquí: 1) Toda identidad, incluso la personal, es una representación construida o inventada, el resultado de un proceso, sobre todo mental, además de social. La identidad es, básicamente, un relato en el que se cree. 2) La idea de identidad nacional y de nación (vocablos que no mencioné antes, pero que están implícitos
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Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003 / 7 a lo largo del texto) descansa predominantemente, aún hoy, en nuestro país, en la metáfora de las raíces. Sin embargo, hemos visto que esta metáfora posee una extremada endeblez conceptual, puesto que es incapaz de proporcionar criterios objetivos sobre lo que es etnia, tradición e identidad, conduciéndonos a una visión esencialista de dichos conceptos y obligándonos a pensarlos como algo «natural» y no como construcciones. De aquí que consideremos equivocadamente que las naciones, por ejemplo, son realidades objetivas, cuando en realidad son mitos (es el sociólogo Durkheim quien habla), representaciones simbólicas e imaginarias, pertenecientes a la conciencia y a la voluntad de los actores sociales. 3) Partir de un enfoque no esencialista de estas nociones significaría reconocer el carácter circunstancial e histórico de la idea de identidad y de nación, e
implicaría aceptar que la identificación nacional no siempre ha existido, que no es consustancial a la naturaleza humana, y que las identificaciones nacionales posibles son múltiples, variadas y contradictorias. 4) El telón de fondo de todo esto es que la historia –y confieso que la idea no es mía, se trata de un feliz plagio–, lo mismo que un espejo enterrado devuelve siempre la imagen de quien lo desentierra, pero no la del que se miró en él por última vez: la imagen del presente, no la del pasado. La búsqueda de la identidad se convierte así en una empresa casi metafisica: no en la búsqueda del padre, sino en la invención del padre; no en el descubrimiento del pasado, sino en la invención del pasado; no en el hallazgo de la identidad perdida, sino en la construcción de una identidad hallada.
FLACSO
PREMIAN
DISEÑO PARA EL
EDIFICIO DE LAS CIENCIAS SOCIALES por Marcel Arévalo
El 28 de noviembre fue abierta la plica premiada, que identificó a Equilibrio, S.A. como ganador del concurso público para el diseño del edificio de las ciencias sociales, promovido por la FLACSO, Sede Académica Guatemala, con el apoyo técnico del Colegio de Arquitectos de Guatemala. © Carlos Arriola
Entre la convocatoria al concurso lanzada en septiembre del pasado año, hasta el 18 de noviembre de 2002, fecha en que se cerró la inscripción, fueron recibidas 50 propuestas que compitieron por cumplir con el objetivo de presentar
Jurado calificador: de izquierda a derecha, Claudio Olivares, Sergio Castañeda, Pavel Centeno, Víctor Gálvez Borrell, Hugo de León, Silvia García.
soluciones arquitectónicas desde el punto de vista funcional, estético, cultural y social que respondieran a las necesidades de un edificio dedicado a la docencia, la investigación y la divulgación de la problemática sociopolítica del país. Las propuestas debían contemplar un proceso constructivo en tres fases que albergarán áreas administrativas, de docencia e investigación, área de atención al público, área de servicio, editorial, biblioteca y parqueos, en un terreno ubicado en la finca La Aurora, 5ª calle de la zona 13 de esta capital, colindante con el jardín zoológico y el futuro edificio de la Alianza Francesa.
© Carlos Arriola
Las memorias descriptivas, los juegos de planos, perspectivas y maqueta del proyecto presentadas, fueron sometidas a la evaluación exhaustiva del jurado calificador, integrado por las arquitectas Silvia García Vettorazzi, Brenda Bocaletti, los arquitectos Sergio Castañeda y Claudio Olivares, así como por el licenciado Hugo de León, el maestro Pavel Centeno y el doctor Víctor Gálvez Borrell, director de la FLACSO, quienes coincidieron en otorgar el premio al equipo de profesionales de la arquitectura de Equilibrio, S. A.
Maqueta del proyecto ganador presentado por la firma Equilibrios S.A.
La nueva sede de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, que al momento cuenta ya con un 25% de la inversión requerida, suma un paso más hacia su construcción. En marzo de 2003 se prevé la entrega de los planos de construcción y en abril el inicio de las gestiones de contratación de la empresa constructora.
8 / Publicación mensual de FLACSO
Nueva época, Año III, No. 21, enero de 2003
NoVEdaDeS EL VALORACIÓN LA CIUDAD DE
RETORNO DE LOS REFUGIADOS
GUATEMALTECOS: RECONSTRUYENDO EL
ECONÓMICA DEL AGUA EN
GUATEMALA
TEJIDO SOCIAL
CLARK TAYLOR 376 PÁGS. Q75.00
MIGUEL MARTÍNEZ TUNA 154 PÁGS. Q64.00 De acuerdo con el autor, el agua es considerada como un bien abundante y casi gratuito al que todo el mundo tiene derecho, lo que, entre otros factores, trae como consecuencia su desperdicio y degradación. Esta concepción del recurso hace necesario establecer una serie de mecanismos de valoración con los que se demuestre no sólo su valor económico o financiero, sino también su valor ecológico y para el desarrollo de los seres humanos y la sociedad.
«Santa María Tzejá no es un lugar cualquiera de Guatemala –como quizá no lo es ninguno– y se podría debatir hasta qué punto su historia es generalizable, incluso dentro de Ixcán. Pero lo importante no es eso, sino el recuento detallado y acalorado, a la vez que imparcial, de todo un proceso que a estas alturas de posconflicto, tras seis años de la firma de la paz, parece olvidado, perteneciente a la historia de otro país y otra gente: la situación que tuvieron que vivir y aún viven todas aquellas personas, familias y comunidades que sufrieron de forma directa los efectos de la violencia y los efectos de desestructuración que les siguieron».
PARTICIPACIÓN SOCIAL GUATEMALA
Y PODER
LOCAL EN
VÍCTOR GÁLVEZ BORRELL LUIS FELIPE LINARES LÓPEZ ÁLVARO VELÁSQUEZ RAÚL ROSENDE 200 PÁGS. Q50.00 Este libro es resultado del interés compartido entre MINUGUA y FLACSO-Sede Guatemala, para dar a conocer algunos temas importantes relativos a la participación, la descentralización y los gobiernos locales, a raíz de tres leyes emitidas por el Estado de Guatemala (Código Municipal, Ley de Consejos de Desarrollo Urbano y Rural, y Ley General de Descentralización), que regulan dichos temas y entraron en vigencia entre abril y julio de 2002. Por ello, varios centros de investigación, ONG, organizaciones de cooperación internacional y de la sociedad civil, realizaron talleres y foros públicos de discusión en la capital, distintos municipios y cabeceras departamentales del país. Las ponencias que en esta oportunidad se publican formaron parte de algunas de estas presentaciones y abordan, desde diversos ángulos, ciertos puntos comunes y polémicos sobre los temas centrales de esta legislación reciente, cuyos textos también se incluyen, para contribuir así a su mayor conocimiento y difusión.