Hambre amor

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El libro de este nombre, cuya autora es Geneen Roth, especializada en todo tipo de trastornos de la alimentación, ya que ella había pasado por todos ellos, nos habla acerca de la profunda relación que hay entre las carencias afectivas y nuestra actitud ante la comida. Voy a hacer un breve resumen de los puntos que me han llamado la atención. Te aconsejo que leas el libro para que te des cuenta de los aspectos que te llamen a ti la atención y que te serán de utilidad según el momento de la vida en el que te encuentres y tus experiencias pasadas. Todos estos problemas empiezan con una compulsión, la cual no es nada más que desesperación a nivel emocional. Todas aquellas sustancias, personas o actividades que nos hacen comportarnos compulsivamente son aquellas que creemos que pueden liberarnos de la desesperación. En este caso, para algunas personas la comida puede llegar a ser la mejor forma de “amor” que conocen hasta el momento. Hay que entender que el comportamiento compulsivo, en el nivel más fundamental, es una falta de amor hacia uno mismo; es una expresión de nuestra creencia de no valer lo suficiente. El amor y la compulsión no pueden coexistir. Entonces... ¿por qué se produce esta “lucha”? El amor es la disposición para dejarse afectar por otro ser humano y permitir que ello pese sobre lo que uno es, sobre lo que dice y sobre cómo evoluciona. La compulsión es el acto de centrarnos en una actividad, en una sustancia o en una persona para sobrevivir, para tolerar o amortiguar nuestra experiencia de cada momento. La compulsión es un estado de aislamiento caracterizado por la absorción en nosotros mismos, la invulnerabilidad, una baja autoestima, la imprevisibilidad y el miedo de que nuestro dolor nos destruya si lo afrontamos. El objeto mismo de la compulsión es protegernos del dolor que va asociado con el amor. Tomamos decisiones basadas en nuestro dolor y en las limitadas opciones que teníamos en aquel momento. Si sentimos que el dolor en que estamos inmersos es demasiado intenso y que no podemos alejarnos de la situación ni cambiarla, nos aislamos de ella. Podemos convertir nuestro dolor en algo menos amenazante: una compulsión. Perdemos perspectivas de lo que podemos y no podemos tener bajo control en esta vida. La vivencia de pérdida de control que proporciona el amor, es algo que se da, puesto que el amor en parte es algo que no podemos controlar. Pero lo que sí está bajo nuestro control, es la comida que comemos, o que no comemos.. Geneen comenta en uno de los capítulos que ella aprendió desde pequeña a descontrolarse con la comida y a controlarse con la gente, y esto, en realidad, es el acuerdo al que llegan muchas de las personas que comen compulsivamente. “Todo lo que creemos que no nos está permitido hacer en la vida, tanto con la gente como en nuestro trabajo, nos lo permitimos con la comida: comemos la porción mayor, nos reservamos lo mejor para nosotros, nos servimos más de lo que necesitamos. En este caso nos permitimos tener exactamente lo que queremos, pero en el resto de las áreas de nuestra vida, estamos continuamente a dieta… dieta de sentimientos. Porque para cada uno de nosotros hubo algún momento en que aprendió que, para que lo amaran, no podía revelarse tal como era. Si quería que lo amaran, no podía pedir lo que realmente deseaba.” Comer compulsivamente es una nueva y espectacular escenificación del sufrimiento (y quizás también de la violencia), de que fuimos testigos de niños en nuestra familia. Nuestra relación, con la comida es un microcosmos de todo lo que aprendimos sobre el hecho de amar y ser amados, sobre nuestro propio valor. Es el escenario sobre el que volvemos a representar nuestra niñez. Si nos insultaban, nos insultaremos con la comida. La medida en que seamos violentos, insultantes y duros con nosotros mismos es proporcional al grado de violencia, de insultos y de castigos que recibimos. La obsesión con la comida nos ofrece un lugar seguro donde podemos disponer de todos nuestros sentimientos de decepción, rabia, de dolor. Mientras estemos obsesionados con la comida, tendremos siempre una razón, concreta que explique nuestro dolor. Cada herida se la podemos atribuir, como dijo una mujer, “al fantasma de mi vida: la comida”. Algunas personas levantan una muralla para aislarse de su dolor, y se montan además un escenario para dramatizarlo. Drogas, alcohol, accidentes, enfermedades, dinero, divorcios. Y siempre aquella obsesión por la comida. De esa manera, fijaba la atención en el dolor de la dramatización, no en el dolor que la causaba. Geneen dice “Para evitar el dolor que sentí de niña, evito la intimidad que me faltó de niña. Lo verdaderamente importante es el proceso de volver a vivir los angustiosos momentos de la niñez, dar voz a lo que hasta ese momento quedó inexpresado y volver a ser una persona entera. Cuando te proteges del dolor, te proteges de la intimidad. Si permites que tu dolor sea visible, puedes darle voz, y al darle voz, puedes liberarte de él”.


Comemos tal como vivimos. Lo que hacemos con la comida es lo que hacemos con nuestra vida. Comer es un escenario en el que representamos nuestras creencias sobre nosotros mismos. Los comilones compulsivos se valen de la comida para somatizar los más profundos miedos, sueños y convicciones. Por debajo de todas esas refinadísimas defensas se encuentran las raíces de la compulsión. Comer de forma compulsiva es una representación simbólica de la manera en que desfigurábamos nuestros sentimientos cuando empezamos a comer compulsivamente: nos tragábamos nuestros sentimientos; nos culpábamos a nosotros mismos; nos sentíamos fuera de control; creíamos que no podíamos tener lo suficiente. Si nos dejamos desviar hacia la convicción de que nuestro problema es la comida, no sanaremos jamás las heridas que creíamos poder expresar comiendo compulsivamente. Liberarse del hábito de comer compulsivamente nos exige que dejemos de ser víctimas. Nos ofrece la elección, la responsabilidad por nosotros mismos. Nos dice que dejemos de esperar que otra persona nos haga sentir mejor. El cambio aunque nos proporcione mejor, nos asusta. Se come con hambre emocional de forma compulsiva para sofocar el enojo, la culpa, el dolor… comiendo hasta que nada importa más. En lugar de enjuiciar con el tipo de argumentos que sea, hay que reemplazar ese juicio por la conciencia, con tanta frecuencia como se pueda. Al ser más consciente te preguntarás…estoy comiendo sin tener hambre… ¿qué es lo que me pasa? La compulsión no se genera en el vacío: se inicia en una relación. La compulsión es aquello a lo que recurríamos cuando sentíamos que no importábamos a la gente que nos importaba. La esencia de la compulsión es la creencia en que el poder de llenarnos, de sanarnos, está fuera de nosotros. Si sentimos que algo o alguien puede enderezar lo que está torcido, entonces desarrollaremos la compulsión de tenerlo siempre. El sello distintivo de la compulsión es la incapacidad de saber cuándo ya hemos tenido suficiente, de lo que sea: comida, trabajo, amor… éxito, dinero… TOMADO DE CARLOS ANDRADE COACH NUTRICIONAL


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