Modernismo literario - poesía selecta -

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odernismo iterario




Rómulo Gallegos (Venezuela) Madrecita, madrecita Blanca flor de cantarrana Suave encanto de mi vida Dulce amor que nunca engaña Quien te mira ya te admira Espejo que no se empaña La virtud bien aprendida De sufrir siempre callada Arañita laboriosa Que en el rincón de montaña Su telita laboriosa En silencio teje y guarda Una vida encantadora De ternura delicada De paciencia bondadosa Dulce amor que nunca engaña


Alfonsina Storni (Argentina) En el fondo del mar hay una casa de cristal. A una avenida de madréporas da. Un gran pez de oro, a las cinco, me viene a saludar. Me trae un rojo ramo de flores de coral. Duermo en una cama un poco más azul que el mar. Un pulpo me hace guiños a través del cristal. En el bosque verde que me circunda —din don… din dan— se balancean y cantan las sirenas de nácar verdemar. Y sobre mi cabeza arden, en el crepúsculo, las erizadas puntas del mar.


Palabras a Rubén Darío Bajo sus lomos rojos, en la oscura caoba, Tus libros duermen. Sigo los últimos autores: Otras formas me atraen, otros nuevos colores Y a tus fiestas paganas la corriente me roba. Gozo de estilos fieros anchos dientes de loba. De otros sobrios, prolijos cipreses veladores. De otros blancos y finos — columnas bajo flores. De otros ácidos y ocres tempestades de alcoba. Ya te había olvidado y al azar te retomo, Y a los primeros versos se levanta del tomo Tu fresco y fino aliento de mieles olorosas. Amante al que se vuelve como la vez primera: Eres la boca dulce que allá, en la primavera, Nos licuara en las venas todo un bosque de rosas.


Oye, yo era como un mar dormido… Oye: yo era como un mar dormido. Me despertaste y la tempestad ha estallado. Sacudo mis olas, hundo mis buques, subo al cielo y castigo estrellas, me avergüenzo y escondo entre mis pliegues, enloquezco y mato mis peces. No me mires con miedo. Tú lo has querido.


Leopoldo Lugones (Argentina) El astro propicio Al rendirse tu intacta adolescencia, emergió, con ingenuo desaliño, tu delicado cuello, del corpiño anchamente floreado. En la opulencia, del salón solitario, mi cariño te brindaba su equívoca indulgencia sintiendo muy cercana la presencia del duende familiar, rosa y armiño. Como una cinta de cambiante falla, tendía su color sobre la playa la tarde. Disolvía tus sonrojos, en insidiosas mieles mi sofisma, y desde el cielo fraternal, la misma estrella se miraba en nuestros ojos.


Historia de mi muerte Soñé la muerte y era muy sencillo: Una hebra de seda me envolvía, y a cada beso tuyo con una vuelta menos me ceñía. Y cada beso tuyo era un día. Y el tiempo que mediaba entre dos besos una noche. La muerte es muy sencilla. Y poco a poco fue desenvolviéndose la hebra fatal. Ya no la retenía sino por un sólo cabo entre los dedos… Cuando de pronto te pusiste fría, y ya no me besaste… Y solté el cabo, y se me fue la vida.

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Las manos entregadas El insinuante almizcle de las bramas se esparcía en el viento, y la oportuna selva estaba olorosa como una mujer. De los extraños panoramas surgiste en tu cendal de gasa bruna, encajes negros y argentinas lamas, con tus brazos desnudos que las ramas lamían, al pasar, ebrias de luna. La noche se mezcló con tus cabellos, tus ojos anegáronse en destellos de sacro amor; la brisa de las lomas te envolvió en el frescor de los lejanos manantiales, y todos los aromas de mi jardín sintetizó en tus manos.

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Ricardo Jaime Freyre (Bolivia) Entre la fronda Junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa del sol, como un prodigio de viviente escultura, nieve y rosa su cuerpo, su rostro nieve y rosa y sobre rosa y nieve su cabellera oscura. No altera una sonrisa su majestad de diosa, ni la mancha el deseo con su mirada impura; en el lago profundo de sus ojos reposa su espíritu que aguarda la dicha y la amargura. Sueño del mármol. Sueño del arte excelso, digno de Escopas o de Fidias, que sorprende en un signo, una actitud, un gesto, la suprema hermosura. Y la ve destacarse, soberbia y armoniosa, junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa del sol, como un prodigio de viviente escultura.

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Los antepasados (Fragmentos)

Hijo soy de mi raza; corre en mis venas sangre de los soberbios conquistadores. Alzaron mis abuelos torres y almenas; celebraron su gloria los trovadores. En esa sangre hay ondas rojas y azules; es de un solar mi escudo lustre y decoro. (En cambo de sinople, faja de gules engolada de fieros dragantes de oro). Despiertan en mi mente, con los halagos de su tosca hidalguía, los cronicones, brumosos atavismos, recuerdos vagos y un tropel de confusas evocaciones. Me iluminan de pronto, con fugaz brillo, relámpagos que quiero fijar, en vano... ¿En qué lid, en qué claustros, en qué castillo espada, cruz o lira tuve en mi mano. . .?

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El camino de los cisnes (Fragmentos)

Crespas olas adheridas a las crines de los ásperos corceles de los vientos; alumbradas por rojizos resplandores, cuando en yunque de montañas su martillo bate el trueno. Crespas olas que las nubes obscurecen con sus cuerpos desgarrados y sangrientos, que se esfuman lentamente en los crepúsculos, turbios ojos de la noche, circundados de misterio. Crespas olas que cobijan los amores de los monstruos espantables en su seno, cuando entona la gran voz de las borrascas su salvaje epitalamio, como un himno gigantesco. Crespas olas que se arrojan a las playas coronadas por enormes ventisqueros, donde turban con sollozos convulsivos el silencio indiferente de la noche de los hielos.

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Carlos Pezoa Véliz (Chile) Tienes ojos de abismo, cabellera llena de luz y sombra, como el río que deslizando su caudal bravío, al beso de la luna reverbera. Nada más cimbrador que tu cadera, rebelde a la presión del atavío... Hay en tu sangre perdurable estío y en tus labios eterna primavera. Bello fuera fundir en tu regazo el beso de la muerte con tu brazo... Espirar como un dios, lánguidamente, teniendo tus cabellos por guirnalda, para que al roce de una carne ardiente se estremezca el cadáver en tu falda...

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A una rubia Semejante al fulgor de la mañana, en las cimas nevadas del oriente, sobre el pálido tinte de tu frente destácase tu crencha soberana. Al verte sonreír en la ventana póstrase de rodillas el creyente porque cree mirar la faz sonriente de alguna blanca aparición cristiana. Sobre tu suelta cabellera rubia cae la luz en ondulante lluvia. Igual al cisne que a lo lejos pierde su busto en sueños de oriental pereza, mi espíritu que adora la tristeza cruza soñando tu pupila verde. A la señora Dolores Endeyza de Silva. Junto a las grutas de las quebradas donde las aguas alborotadas charlan de asuntos sin ton ni son, hay una casa de corredores donde hay palomas tiestos con flores, y enredaderas en el balcón. Es una casa de tres ventanas donde la madre luce sus canas como argumento de algo gentil, y unos modales llenos de gracia

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que hacen más grave la aristocracia del aire místico y señoril. Si fueran cosas de tiempo antiguo, más de una oda de metro exiguo hubiera escrito Fray Luis de León, sobre la dama de blanco pelo, sobre las dichas que allá en el cielo tendrán los buenos de corazón. Y en verdad digna es de verso y prosa la blanca mesa, la blanca loza, la porcelana de albo matiz, los cuchicheos, los tenues corros y el agua alegre que salta a chorros por una enorme llave matriz. Es una dicha que causa pena... La broma alegre, la charla amena y allá en el piano, la, si, do, re... Los besos largos, las risas claras y el tintineo de las cucharas sobre las blancas tazas de té. Unos comentan el cuento charro; éste que piensa fuma el cigarro mirando el humo subir, subir. Hace proyectos mientras bosteza y ve en las brumas de su pereza las alegrías que han de venir. La madre cose; la joven piensa; la chica enreda su oscura trenza;

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los grandes hurgan temas de amor. Y si a la larga se ponen tristes, el más alegre cuenta unos chistes que a todos ponen de buen humor. Mientras, las flores pueblan la mesa y la bandeja de plata gruesa y las cajitas donde hay café, en cuyas clásicas etiquetas hay unos chinos que hacen piruetas sobre cajones llenos de té. En los jarrones de porcelana hay una torre y una campana que casi, casi repica ya... un cuadro antiguo, colgado al muro, y en él un gesto grave y seguro sobre el retrato del buen papá. Si allá un piloto maniobras manda, los chicos todos en la baranda piensas: ¿a dónde va el bergantín? ...Y sopla el viento del mediodía y una brumosa melancolía vacía en el aire vahos de esplín. En las heladas tardes de invierno se leen libros de arte moderno o alguna charla de Pedro Gil; oye la dama de pelo cano, callado el viento, callado el piano, y Paderewsky sobre el atril...

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Cuando en las noches hay aguacero, niños y gatos junto al brasero oyen La lámpara de Aladín; cuentos de negros duchos en bromas, niñas que un hada volvió palomas o gigantones con piel de espín. ...Suenan las doce; la madre reza; hay en los cielos mucha tristeza, abajo un vaho sentimental mientras que enfermas de hipocondría cantan las ranas su letanía allá en la orilla de un manantial. Sueñan los niños que allá en la gloria hay una inmensa preparatoria donde Dios hace de preceptor; y que en las clases, de traje blanco, a cada uno pone en el banco una corneta con un tambor.

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Guillermo Valencia Castillo (Colombia) Hay un instante del crepúsculo en que las cosas brillan más, fugaz momento palpitante de una morosa intensidad. Se aterciopelan los ramajes, pulen las torres su perfil, burila un ave su silueta sobre el plafondo de zafir. Muda la tarde, se concentra para el olvido de la luz, y la penetra un don süave de melancólica quietud, como si el orbe recogiese todo su bien y su beldad, toda su fe, toda su gracia contra la sombra que vendrá... Mi ser florece en esa hora de misterioso florecer; llevo un crepúsculo en el alma, de ensoñadora placidez; en él revientan los renuevos de la ilusión primaveral, y en él me embriago con aromas de algún jardín que hay ¡más allá!...

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Vestía traje suelto de recamado biso en voluptuosos pliegues de un color indeciso, y en el diván tendida, de rojo terciopelo, sus manos, como vivas parásitas de hielo, sostenían un libro de corte fino y largo, un libro de poemas delicioso y amargo. De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda rozaba tenuemente con el papel de Holanda por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles de los más refinados discípulos de Apeles: era un lindo manojo que en sus claros lucía los sueños más audaces de la Crisografía: sus cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas que desde el ancho margen acechan las minúsculas, o trazan por los bordes caminos plateados los lentos caracoles, babosos y cansados. Para el poema heroico se veía allí la espada con un león por puño y contera labrada, donde evocó las formas del ciclo legendario con sus torres y grifos un pincel lapidario. Allí la dama gótica de rectilínea cara partida por las rejas de la viñeta rara; allí las hadas tristes de la pasión excelsa: la férvida Eloísa, la suspirada Elsa. Allí los metros raros de musicales timbres: ya móviles y largos como jugosos mimbres, ya diáfanos, que visten la idea levemente como las albas guijas un río trasparente.

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Allí la vida llora y la muerte sonríe y el tedio, como un ácido, corazones deslíe... Allí, cual casto grupo de núbiles Citeres, cruzaban en silencio figuras de mujeres que vivieron sus vidas, invioladas y solas como la espuma virgen que circunda las olas: la rusa de ojos cálidos y de bruno cabello, pasó con sus pinceles de marta y de camello, la que robó al piano en las veladas frías parejas voladoras de blancas armonías que fueron por los vientos perdiéndose una a una mientras, envuelta en sombras, se atristaba la luna... Aquesa, el pie desnudo, gira como una sombra que sin hacer ruido pisara por la alfombra de un templo... y como el ave que ciega el astro diurno con miradas nictálopes ilumina el Nocturno do al fatigado beso de las vibrantes clines un aire triste y vago preludian dos violines...

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*** La luna, como un nimbo de Dios, desde el Oriente dibuja sobre el llano la forma evanescente de un lánguido mancebo que el tardo paso guía como buscando un alma, por la pampa vacía. Busca a su hermana; un día la negra Segadora sobre la mies que el beso primaveral enflora— abatiendo sus alas, sus alas de murciélago, hirió a la virgen pálida sobre el dorado piélago, que cayó como un trigo... Amiguitas llorosas la vistieron de lirios, la ciñeron de rosas; céfiro de las tumbas, un bardo israelita le cantó cantos tristes de la raza maldita a ella, que en su lecho de gasas y de blondas, se asemejaba a Ofelia mecida por las ondas: por ella va buscando su hermano entre las brumas, de unas alitas rotas las desprendidas plumas, y por ella... «Pasemos esta doliente hoja que mi ser atormenta, que mi sueño acongoja», dijo entre sí la dama del recamado biso en voluptuosos pliegues, de color indeciso, y prosiguió del libro las hojas volteando, que ensalza en áureas rimas de son calino y blando los perfumes de oriente, los vívidos rubíes y los joyeros mórbidos de sedas carmesíes.

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Leyó versos que guardan como gastados ecos de voces muertas; cantos a ramilletes secos que hacen crujir, al tacto, cálices inodoros; metros que reproducen los gemebundos coros de las locas campanas que en el día de difuntos despiertan con sus voces los muertos cejijuntos lanzados en racimos entre las sepulturas a beberse la sombra de sus noches oscuras...

*** ...Y en el diván tendida, de rojo terciopelo, sus manos, como vivas parásitas de hielo, doblaron lentamente la página postrera que, en gris, mostraba un cuervo sobre una calavera... y se quedó pensando, pensando en la amargura que acendran muchas almas; pensando en la figura del bardo, que en la calma de una noche sombría, puso fin al poema de su melancolía: exangüe como un mármol de la dorada Atenas, herido como un púgil de itálicas arenas, unión la faz de un Numen dulcemente atediado a la ideal belleza del estigmatizado!... Ambicionar las túnicas que modelaba Grecia, y los desnudos senos de la gentil Lutecia; pedir en copas de ónix el ático nepentes; querer ceñir en lauros las pensativas frentes;

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ansiar para los triunfos el hacha de un Arminio; buscar para los goces el oro del triclinio; amando los detalles, odiar el universo; sacrificar un mundo para pulir un verso; querer remos de águila y garras de leones con qué domar los vientos y herir los corazones; para gustar lo exótico que el ánimo idolatra esconder entre flores el áspid de Cleopatra; seguir los ideales en pos de Don Quijote que en el azul divaga de su rocín al trote; esperar en la noche las trémulas escalas que arrebaten ligeras a las etéreas salas; oír los mudos ecos que pueblan los santuarios, amar las hostias blancas; amar los incensarios (poetas que diluyen en el espacio inmenso sus ritmos perfumados de vagaroso incienso); sentir en el espíritu brisas primaverales ante los viejos monjes y los rojos misales; tener la frente en llamas y los pies entre lodo; querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo: eso fuiste, ¡oh poeta! Los labios de tu herida blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida, modulan el gemido de las desesperanzas, ¡oh místico sediento que en el raudal te lanzas!

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*** ¡Oh Señor Jesucristo! por tu herida del pecho ¡perdónalo! ¡perdónalo! desciénde hasta su lecho de piedra a despertarlo! Con tus manos divinas enjuga de su sangre las ondas purpurinas... Pensó mucho: sus páginas suelen robar la calma; sintió mucho: sus versos saben partir el alma; ¡amó mucho! circulan ráfagas de misterio entre los negros pinos del blanco cementerio...

*** No manchará su lápida epitafio doliente: tallad un verso en ella, pagano y decadente, digno del fresco Adonis en muerte de Afrodita: un verso como el hálito de una rosa marchita, que llore su caída, que cante su belleza, que cifre sus ensueños, ¡que diga su tristeza!...

*** ¡Amor! dice la dama del recamado biso en voluptuosos pliegues de color indeciso; ¡Dolor! dijo el poeta: los labios de su herida blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida, modulan el gemido de la desesperanza; fue el místico sediento que en el raudal se lanza; su muerte fue la muerte de una lánguida anémona, se evaporó su vida como la de Desdémona; ebrio del vino amargo con que el dolor embriaga

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y a los fulgores trémulos de un cirio que se apaga... ¡Así rindió su aliento, bajo un sitial de seda, el último nacido del viejo Cisne y Leda!...

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Lisímaco Chavarría (Costa Rica) Vengo del campo Yo soy un campesino... Las montañas embalsamaron mi niñez riente; aprendí de las flautas de la fuente y de las aves églogas extrañas. Los vientos que retozan en las cañas me enseñaron el dístico valiente, y escuché lo que dijo en la pendiente la carreta montes a las cabanas. El olor de la tierra humedecida por la lluvia sutil de los inviernos, y de los campos de la florida veste, le dan a mi laúd himnos de vida: por eso canto los retoños tiernos que se hacen mies en el cortijo agreste. Anhelos Hondos Allá en el camposanto que esmaltan las auroras de amaranto y las tardes de sándalo y carmín, allá donde la hiedra abraza con amor la cruz de piedra anhelo ahora descansar al fin. Allá donde los vientos juguetones columpian los rosales en botones y lloran al pasar,

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allá donde los lúgubres cipreses me esperan hace meses anhelo descansar. En mi pueblo que doble la campana bajo el oro del sol de la mañana por este su nativo trovador; en mi pueblo... y que manos cariñosas me lleven a la huesa muchas rosas cortadas con amor. Mi cuerpo que se torne en pasionarias, y que adornen las tumbas silenciarias en las tardes de lumbre tropical: es el único anhelo que hoy me inspira y que siga la cruz siendo la lira del alma mía que será inmortal.

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Las guacamayas Sobre la selva virgen de altivos huiscoyoles, que abanican las hojas de armónicas pacayas, batiendo treinta remos van quince guacamayas luciendo luengas colas de visos tornasoles. El éxodo es de días, quizá de cuatro soles; alegres van en busca de tropicales playas, de marañones rojos y frutecidas hayas, o de la copa fresca de enhiestos guapinoles. Al quebrarse los besos del Sol sobre sus plumas semejan gallardetes de bermellón y gualdas y atruenan el espacio con estridente grito. Amadas de Atahualpa y de ambos Montezumas; al dilatar el vuelo parecen esmeraldas rayando el lapislázuli del éter infinito.

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José Martí (Cuba) En ti pensaba, en tus cabellos En ti pensaba, en tus cabellos que el mundo de la sombra envidiaría, y puse un punto de mi vida en ellos y quise yo soñar que tú eras mía. Ando yo por la tierra con los ojos alzados -¡oh, mi afán!- a tanta altura que en ira altiva o míseros sonrojos encendiólos la humana criatura. Vivir: -Saber morir; así me aqueja este infausto buscar, este bien fiero, y todo el Ser en mi alma se refleja, y buscando sin fe, de fe me muero.

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Yo soy un hombre sincero Yo soy un hombre sincero De donde crece la palma, Y antes de morirme quiero Echar mis versos del alma. Yo vengo de todas partes, Y hacia todas partes voy: Arte soy entre las artes, En los montes, monte soy. Yo sé los nombres extraños De las yerbas y las flores, Y de mortales engaños, Y de sublimes dolores. Yo he visto en la noche oscura Llover sobre mi cabeza Los rayos de lumbre pura De la divina belleza. Alas nacer vi en los hombros De las mujeres hermosas: Y salir de los escombros, Volando las mariposas. He visto vivir a un hombre Con el puñal al costado, Sin decir jamás el nombre De aquella que lo ha matado.

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Rápida, como un reflejo, Dos veces vi el alma, dos: Cuando murió el pobre viejo, Cuando ella me dijo adiós. Temblé una vez -en la reja, A la entrada de la viña,Cuando la bárbara abeja Picó en la frente a mi niña. Gocé una vez, de tal suerte Que gocé cual nunca: -cuando La sentencia de mi muerte Leyó el alcaide llorando. Oigo un suspiro, a través De las tierras y la mar, Y no es un suspiro, -es Que mi hijo va a despertar. Si dicen que del joyero Tome la joya mejor, Tomo a un amigo sincero Y pongo a un lado el amor. Yo he visto al águila herida Volar al azul sereno, Y morir en su guarida La víbora del veneno. Yo sé bien que cuando el mundo Cede, lívido, al descanso, Sobre el silencio profundo Murmura el arroyo manso.

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Yo he puesto la mano osada, De horror y júbilo yerta, Sobre la estrella apagada Que cayó frente a mi puerta. Oculto en mi pecho bravo La pena que me lo hiere: El hijo de un pueblo esclavo Vive por él, calla y muere. Todo es hermoso y constante, Todo es música y razón, Y todo, como el diamante, Antes que luz es carbón. Yo sé que el necio se entierra Con gran lujo y con gran llanto. Y que no hay fruta en la tierra Como la del camposanto. Callo, y entiendo, y me quito La pompa del rimador: Cuelgo de un árbol marchito Mi muceta de doctor.

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La copa envenenada ¡Desque toqué, señora, vuestra mano Blanca y desnuda en la brillante fiesta, En el fiel corazón intento en vano Los ecos apagar de aquella orquesta! Del vals asolador la nota impura Que en sus brazos de llama suspendidos Rauda os llevaba -al corazón sin cura, Repítenla amorosos mis oídos. Y cuanto acorde vago y murmurio Ofrece al alma audaz la tierra bella, Fíngelos el espíritu sombríoTenue cambiante de la nota aquella. ¡Oigola sin cesar! Al brillo, ciego, En mi torno la miro vagorosa Mover con lento son alas de fuego Y mi frente a ceñir tenderse ansiosa. ¡Oh! mi trémula mano bien sabría Al aire hurtar la alada nota hirviente Y, con arte de dulce hechicería, Colgando adelfas a la copa ardiente, En mis sedientos brazos desmayada Daros, señora, matador perfume: Mas yo apuro la copa envenenada Y en mí acaba el amor que me consume.

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Es rubia: el cabello suelto Es rubia: el cabello suelto Da más luz al ojo moro: Voy, desde entonces, envuelto En un torbellino de oro. La abeja estival que zumba Más ágil por la flor nueva, No dice, como antes, «tumba»: «Eva» dice: todo es «Eva». Bajo, en lo oscuro, al temido Raudal de la catarata: ¡Y brilla el iris, tendido Sobre las hojas de plata! Miro, ceñudo, la agreste Pompa del monte irritado: ¡Y en el alma azul celeste Brota un jacinto rosado! Voy, por el bosque, a paseo A la laguna vecina: Y entre las ramas la veo, Y por el agua camina. La serpiente del jardín Silba, escupe, y se resbala Por su agujero: el clarín Me tiende, trinando, el ala.

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¡Arpa soy, salterio soy Donde vibra el Universo: Vengo del sol, y al sol voy: Soy el amor: soy el verso!

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Ernesto Noboa y Caamaño ( Ecuador) Emocion vesperal Hay tardes en las que uno desearía embarcarse y partir sin rumbo cierto, y, silenciosamente, de algún puerto, irse alejando mientras muere el día; Emprender una larga travesía y perderse después en un desierto y misterioso mar, no descubierto por ningún navegante todavía. Aunque uno sepa que hasta los remotos confines de los piélagos ignotos le seguirá el cortejo de sus penas, Y que, al desvanecerse el espejismo, desde las glaucas ondas del abismo le tentarán las últimas sirenas.

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Vox Clamans Oigo en la sombra, a veces, una voz que me advierte: Poeta, entre tus ruinas, yérguete vencedor: deja la flauta débil de tu canción inerte, y alza el himno a la vida, al orgullo, al vigor. Acalla tu secreto, sé fuerte con la muerte, Y oigo otra voz que clama: fuerte como el amor. (En mi conciencia íntima no sé cuál es más fuerte, si el gesto de la vida o el gesto destructor). De súbito, en tumulto, cual luminosas teas, en el cerebro atónito se encienden las ideas, mas, cuando de su foco, como de ardiente pira, va a levantar las notas del vigoroso canto, como una flauta débil el corazón suspira; y la canción se trueca por un raudal de llanto.

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Retrato antiguo Tienes el aire altivo, misterioso y doliente de aquellas nobles damas que retrató Pantoja: y los cabellos oscuros, la mirada indolente, y la boca imprecisa, luciferina y roja. En tus negras pupilas el misterio se aloja, el ave azul del sueño se fatiga en tu frente, y en la pálida mano que una rosa deshoja, resplandece la perla de prodigioso oriente. Sonrisa que fue ensueño del divino Leonardo, ojos alucinados, manos de Fornarina, porte de Dogaresa, cuello de María Estuardo, que parece formado -por venganza divinapara rodar segado como un tallo de nardo, como un ramo de lirios, bajo la guillotina.

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De aquel amor lejano Ibas sobre la nave como una sentimental princesa desterrada que lamentase, triste y olvidada, la volubilidad de la fortuna. Con nostalgia de amor en la mirada y palores cromáticos de luna, pasabas largas horas en alguna divagación romántica y alada. Y a la luz del crepúsculo en derrota, evocabas quizá la primavera de nuestro amor ¡tan dulce y tan remota! Y tu recuerdo ¡oh pálida viajera! Se perdió, con la última gaviota que llegó sollozando a mi ribera...

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Manuel Reina Montilla (España) La perla Contemplaban tus ojos centelleantes la palma de cristal, la linfa pura del surtidor que vierte en la espesura, su polvo de zafiros y diamantes, cuando enferma, con pasos vacilantes, se acercó una mujer, todo tristura, y te pidió limosna con dulzura fijando en ti miradas suplicantes. La perla que en tu mano refulgía diste a aquella mujer pobre y doliente, que se alejó, llorando de alegría. Yo, entonces, conmovido y reverente, no te besé en los labios cual solía, ¡sino en la noble y luminosa frente!

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Salvador Díaz Mirón (México) Nox No hay almíbar ni aroma como tu charla... ¿Qué pastilla olorosa y azucarada disolverá en tu boca su miel y su ámbar, cuando conmigo a solas ¡oh virgen! ¿hablas? La fiesta de tu boda será mañana. A la nocturna gloria vuelves la cara, linda más que las rosas de la ventana; y tu guedeja blonda vuela en el aura y por azar me toca la faz turbada... La fiesta de tu boda será mañana. Un cometa en la sombra prende una cábala. Es emblema que llora, signo que canta.

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El astro tiene forma de punto y raya: representa una nota, ¡pinta una lágrima! La fiesta de tu boda será mañana. En invisible tropa las grullas pasan, batiendo en alta zona potentes alas; y lúgubres y roncas gritan y espantan... ¡parece que deploran una desgracia! La fiesta de tu boda será mañana. Nubecilla que flota, que asciende o baja, languidecida y floja, solemne y blanca, muestra señal simbólica de doble traza: ¡finge un velo de novia y una mortaja! La fiesta de tu boda será mañana. Junto al cendal que toma figura mágica.

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Escorpión interroga, mientras que su alfa es carmesí que brota... nuncio que sangra... ¡Y Amor y Duelo aprontan distintas armas! La fiesta de tu boda será mañana. ¡Ah! Si la Tierra sórdida que por las vastas oquedades enrolla su curva esclava, diese fin a sus rondas y resultara ¡desvanecida en borlas de tenue gasa...! La fiesta de tu boda será mañana. El mar con débil ola tiembla en la playa, y no inunda ni ahoga pueblos, ni nada. Del fuego de Sodoma no miro brasa, y la centella es rota flecha en aljaba. La fiesta de tu boda será mañana.

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¡Oh Tirsa! Ya es la hora. Valor me falta; y en un trino de alondra me dejo el alma. Un comienzo de aurora tiende su nácar, y Lucifer asoma su perla pálida.

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María calcaño (Venezuela) Grito indomable Cómo van a verme buena si me truena la vida en las venas. ¡Si toda canción se me enreda como una llamarada! y vengo sin Dios y sin miedo… ¡Si tengo sangre insubordinada! Y no puedo mostrarme dócil como una criada, mientras tenga un recuerdo de horizonte, un retazo de cielo y una cresta de monte! Ni tú, ni el cielo ni nada podrán con mi grito indomable.

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1 Había olvidado las muñecas por venirme con él. De puntillas, conteniendo el aliento me alejé de mis niñas de trapo por no despertarlas… Ya me iba a colgar de su brazo, a cantar y bailar y a sentirme ceñida con él: como si a la vida le nacieran ensueños! Yo no llevaba corona, pero iban mis manos colmadas de bejucos floridos de campo, de alegría, de amor, de fragancias. Muchas noches pasaron encima de aquella honda pureza sagrada. Todo el cielo volcado en nosotros! Había olvidado las muñecas. Ahora él se ha ido: lo mismo. Despacito, por no despertarme… Primer espanto de la niña con luna Miro esto que brota dentro de mí,

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y me arrodillo. Y casi digo oraciones, nombrando al padre muerto con un gesto largo y extraño… Como de lejanos países vienen sonando piedras. Y arañas menudísimas por los rumores de las uvas. ¡Y explosiones de minas! También niños adentro de mi corazón… Mi falda se arremolina, se levanta como un barco, haciendo señales de alegría en la noche. Mientras sigo llorando…, alzando los brazos tanto, que desaparecen los senos en el viento. En mis hombros tiembla la noche; una horca que moviera en el aire dos lunas. Me acerca un miedo extraño. Y me siento mujer, ¡deliciosamente mujer!

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Al claro de Luna La luna es pálida y triste, la luna es exangüe y yerta. La media luna figúraseme un suave perfil de muerta... Yo que prefiero a la insigne palidez encarecida De todas las perlas árabes, la rosa recién abierta, En un rincón del terruño con el color de la vida, Adoro esa luna pálida, adoro esa faz de muerta! Y en el altar de las noches, como una flor encendida Y ebria de extraños perfumes, mi alma la inciensa rendida. Yo sé de labios marchitos en la blasfemia y el vino, Que besan tras de la orgia sus huellas en el camino; Locos que mueren besando su imagen en lagos yertos... Porque ella es luz de inocencia, porque a esa luz misteriosa Alumbran las cosas blancas, se ponen blancas las cosas, Y hasta las almas más negras toman clarores inciertos!

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¡Vida! A ti vengo en mis horas de sed como a una fuente Límpida, fresca, mansa, colosal... Y las punzantes sierpes de fuego mueren siempre En la corriente blanda y poderosa. Vengo a ti en mi cansancio, como al umbroso bosque En cuyos terciopelos profundos la Fatiga Se aduerme dulcemente, con música de brisas, De pájaros y aguas... Y del umbroso bosque salgo siempre radiante Y despierta como un amanecer. Vengo a ti en mis heridas, como al vaso de bálsamos En que el Dolor se embriaga hasta morir de olvido... Y llevo Selladas mis heridas como las bocas muertas, Y por tus buenas manos vendadas de delicias. Cuando el frío me ciñe doloroso sudario, Lívida vengo a ti, Como al rincón dorado del hogar, Como al Hogar universal del Sol!... Y vuelvo toda en rosas como una primavera, Arropada en tu fuego. A ti vengo en mi orgullo, Como a la torre dúctil, Como a la torre única Que me izará sobre las cosas todas! Sobre la cumbre misma, Arriscada y creciente, De mi eterno Capricho!

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Para mi vida hambrienta, Eres la presa única, Eres la presa eterna! El olor de tu sangre, El color de tu sangre Florecen en los picos ávidos de mis águilas. Vengo a ti en mi deseo, Como en mil devorantes abismos, toda abierta El alma incontenible... Y me lo ofreces todo!... Los mares misteriosos florecidos en mundos, Los cielos misteriosos florecidos en astros, Los astros y los mundos! ...Y las constelaciones de espíritus suspensas Entre mundos y astros... ...Y los sueños que viven más allá de los astros, Más acá de los mundos... Cómo dejarte —¡Vida!— Como salir del dulce corazón Hospitalario y pródigo, Como una patria fértil?... Si para mí la tierra, Si para mí el espacio, ¡Todos! son los que abarca El horizonte puro de tus brazos!... Si para mí tu más allá es la Muerte, Sencillamente, prodigiosamente!...

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El Nudo Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios... En el regazo cálido de rubia primavera Amáronse talmente que entre sus dedos sabios Palpitó la divina forma de la Quimera. En los palacios fúlgidos de las tardes en calma Hablábanse un lenguaje sentido como un lloro, Y se besaban hondo hasta morderse el alma!... Las horas deshojáronse como flores de oro, Y el Destino interpuso sus dos manos heladas... Ah! los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas Son el más intrincado nudo que nunca fue... En lucha con sus locos enredos sobrehumanos Las Furias de la vida se rompieron las manos Y fatigó sus dedos supremos Ananké... Medio - Eval …? A Bolet Peraza Allá, en la cima de la abrupta roca, Temeroso castillo se levanta, Como cóndor de piedra Que en la cresta del monte plegó el ala. ¡Y allí fue la lisonja! Que es la lisonja la profética esclava: Para Dios culto; aplauso para el genio y armonía de guzlas concertadas Para el Señor que mora En la cresta del monte, como el águila. Y mientras hieren sus acordes guzlajuglares mil, en el

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castillo y cantan, Los héroes muertos por la patria gimen En la gehena del olvido ingrata. Las vírgenes suspiran De rosas coronadas Templantes como pétalos, Por estrofas y lágrimas, Los mirlos se enamoran, y sacuden Su creencia sinüosa la fontana; Ilumina el palacio del vacío Araña Sideral - la vía láctea; y surje (SIC) melancólica De los silos del alma Como infeliz Niöbe, La imagen de la Patria. Mas pulsan los bohemios trovadores Sus guzlas acordadas, Y a fuerza de tanto himno mueve el céfiro Torpemente las alas. ¡Ascendió la lisonja! Pero ascendió como reptil, a rastras, Hasta la cima de la abrupta roca Do el castillo se alza, Como cóndor de piedra Que en la cresta del monte plegó el ala.

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Rufino Blanco-Fombona (Venezuela) En el polo Sobre témpano enorme de hielo Níveo alcázar, de rayos de luna Constrüido y de todas las garzas y todos los cisnes con todas las plumas Viaja joven pareja de osos; El de ríspida estampa y hercúlea, Ella, ¡amante, feliz!- un ensueño De célibe oso-muy blanca y muy rubia. Terciopelo felpudo y en rizos Es la piel de nevadas gardenias, De los grandes corderos. Son cofres Sus bocas, las joyas: coral en Culebras. ¡Cuán felices! Y viajan y viajan En la góndola blanca. La hembra En el tálamo yace. Y el oso Lascivo la vida la muerte y la besa. De la aurora boreal tras el iris, Para ellos, al yermo del norte, Indistinto y audaz sagitario Dispara saetas de todos colores. Y los buitres convierten al cielo Las miradas que van al pone: En sus pechos de oso la dicha, Renuevo en el árbol, y savia en el brote.

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¿Cuán felices! Y viajan y viajan En la góndola blanca. La hembra En el tálamo yace. Y el oso Lascivo la vira la muerte y la besa. De la aurora boreal tras el iris, Para ellos, al yermo del norte, Indistinto y audaz sagitario Dispara saetas de todos colores. Y los buitres convierten al cielo Las miradas que van al que pone: En sus pechos de oso la dicha, Renuevo en el árbol, y savia en el brote. ¡Cuán felices! Y viajan y viajan En la góndola blanca. De pronto Un témpano… un choque…rumor de catástrofe Que invade, que invade, los yermos del polo. Después…!Oh blasones! La sangre a rubíes en campos de hielo; y auroras boreales y más corazones Que vuelven las pías miradas al cielo…”

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Personal Canté, indignó mi cántico a los viles Y me hincaron el diente sus pasiones; Me escupieron su baba de reptiles Cuando quise luchar con los leones. De vuestra propia indignidad cubiertos Buscáis - mansas ovejas - los apriscos; Matadores de honras y de muertos Yo vengo a dar lanzadas, no mordiscos El escenario mundanal es sólo ¡Oh dolor! El sarcástico museo, Donde hace burlas Arlequín de Apolo Y acogota Zeus a Prometeo. ¿Me quieres perdonar que te haya hecho Tanto, Musa, sufrir con mis amores? Llevas clavado en la mitad del pecho Manojo de puñales - mil dolores Mis pesares, como una enredadera, Quieren trepar: la enredadera troncha; ¡Ojalá que tu orgullo les sirviera De lo que sirve el caracol su concha! Como el místico bardo de otros días Vivir quiero conmigo, triste y sólo, y por el mundo hacer mis travesías Como un oso en un témpano de Polo.

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Soberbia es, no miedo, entre la bruma De las pasiones radiará mi nombre; Si para los contrarios soy la pluma para los enemigos soy el hombre…”

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Oh musa Tú si surjes (SIC) envuelta en vapores De brandy o de ajenjo Mis sentidos halagas ¡Oh Musa! Con carne de senos, Y ante mí se levanta cien vírgenes Que forja el ajenjo Y comienza a cantar en mis labios La alondra del beso. Cuando vienes en nota de cítara O En soplo de cierzo, A mi alma - Buhardilla del cántico Ay , se ponen en pie mis recuerdos. Hoy ¿Qué quieres, mi Musa que imprimes Ex Abrupto en mis labios un beso? Qué ¿Me infundes de Arquíloco el numen te llevas el poco que tengo?

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La tristeza del marmol Frontera está del Laoconte Qué en mármol pario agoniza, Venus, una Venus blanca, Triste, como la Elegía, Se senos en flor, y testa Culminante y pensativa. Y dice la sacra diosa: “No soy como el Hombre, hija De un amor que sólo es larva Del placer - Y a mí se inclinan Las amadas de los Reyes y los mármoles de Fidias. Enfermo de mal de amores Seña el joven, a mi vista, Que a grandes sorbos apura El champaña de la dicha, En mis labios, en mis senos, En mis turbadas pupilas. La aureola que mis sienes circunda, cuasi indistinta, Formada está con las dulces Miradas de los artistas, Y lloró a mis pies un genio Germano, injerto en semita. Y descuella entre las diosas Del Museo, la ciprina, Como rosal entreabierto

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En prado de margaritas Mas, si ardiendo en hermosura, Triste, la diosa, suspira. Dice la mutila estatua: Esta del mármol no es vida; En virginidad eterna ¡Ay, gloriosa carnes mías! Nunca padecéis de gozo Bajo quemantes caricias. Nunca en torno a mis seños, De hermosura magnolia, Aleteó la mariposa De un ósculo Y la magnífica frente de Venus se cubre De una tristeza sombría.

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