UN CUENTO INFANTIL

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UN CUENTO INFANTIL LIPE


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CONSIGNA DEL DOMINGO 26 / ENE / 2014

Hablar de nosotros es bueno, a veces necesario. En realidad es inevitable, ya que todo escritor, al escribir deja escapar su historia en mayor o menor medida. Esta vez les proponemos una consigna ligada a la ficción infantil.

DEAD LINE: PROXIMO DOMINGO GENERO: CUENTO INFANTIL TITULO: INVENTALE UNO Y PONELO (el título también es importante). OBSERVACIONES: no es contar el cuento que te contaron tus papás, ni relatar lo que le pasó a tu hijo cuando era chico, ni copiar uno que te gustó. Es escribir un cuento infantil con todos los lugares comunes del género (o ninguno de ellos).

Silvina Scheiner

(Si tenés uno hecho por vos, claro que podés subir ése o escribir uno especialmente para LIPE).

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ROBERTA GARIBOTTI

Esto que voy a publicar es parte de medio año de clases con mis alumnos. Hay ficción, pero parte de personajes verdaderos. La maestra soy yo, la Tía Eugenia es mi cuñada de Bariloche, es pintora; los niños son mis alumnitos. El cuento fue escrito en forma contemporánea con el dictado de clases, se nutrió de las experiencias vividas. Hice una copia para cada niño, con ilustraciones de mi autoría. Hay mucho por corregir, pero es genuino y tiene la nobleza de las cosas hechas con pasión.

LAS TIZAS DE LA TÍA EUGENIA

La tía Eugenia vive en Bariloche, pero no tiene coche. Bariloche es un pueblo super bonito, con montañas nevadas, bosques y muchos laguitos. La tía Eugenia tiene una hermosa familia. Su marido se llama Sebastián y sus dos hijos: Guille y Eugenio. Eugenio quiere tener cuatlo blazos, perdón, digo: cuatro brazos. A Eugenio no le sale bien la “r”, a mí tampoco. Él es fanático de un personaje de ben 10: cuatro brazos. Y por eso cree tener superpoderes. Cuando va al jardín se pone una capa y canta la canción de su película favorita: la guerra de las galaxias. “tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan”canta Eugenio- poniendo cara de enojado. En cambio, a Guille le gusta ir con su papá a pescar con mosca. No se confundan: no dije pescar moscas, sino con mosca. La mosca es una especie de tlampita, perdón, quise decir trampita, que se pone en la caña de pescar. Las tluchas, ¡ay!, quiero decir: truchas, son peces que nadan en esos lagos de Bariloche y comen cositas y bichitos que hay en el agua transparente de esos laguitos. Los pescadores las engañan tirando la caña, mejor dicho, el hilo de la caña, poniéndole plumitas de colores que parecen mosquitos medio tontitos. Ojo al piojo, más bien, ojo al pez. Cuando éste es atrapado, el que lo pescó, lo tira al agua otra vez. La tía Eugenia da clases de pintura, hace scones caseros, tiene un rincón lleno de crayones, témperas, hojas de colores y blancas también. Allí Eugenio y Guille pasan horas comiendo galletitas de esas que son como anillos y brownies que les hace su mamá. Mientras tanto,

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dibujan, colorean, y a veces terminan pintando la pared. Pero a la tía Eugenia esto no le importa. Le encanta que sus nenes decoren las paredes. A la tía Euge le gusta tomar té de limón, canela y frutos del bosque de Bariloche. Los toma en una taza que tiene que agarrar con las dos manos bien abiertas. Sus tazas son tazones inmensos. Es que Bariloche es un pueblo con mucho viento de noche. ¡Pero qué noche la de Bariloche! Y para alejar el fresquete debes comer mucho choco, leche o chocolate relleno con dulce de leche y tomar mucho té o café con leche ¡achís! La tía Roberta es muy amiga de la tía Eugenia. Tanto, que todos los lunes la tía Roberta recibe un regalo sorpresa que le envía la tía Eugenia de Bariloche, ¡qué noche la de Bariloche! ¡Y qué flío da el pepino!, digo, ¡qué frío da el pepino! La tía Rober todos los días toma su bici y sus anteojos para ir al colegio, donde da clases en plimero, ¡ay!, quiero decir: primero “a” y “b”. Antes de llegar a la escuela suele tropezarse, entonces toma de su armario varias curitas para ponerse en sus dos rodillas machucadas. ¡qué macana! Lo que sucede es que la tía Roberta cree un poquito en los superpoderes, como Eugenio y sus cuatlo blazos. Cree que podrá volar algún día ¡hasta el infinito y más allá! Tía Eugenia, que es demasiado paciente, le dice:- Roberta, prometeme que no harás cosas peligrosas. Roberta casi todos los días lleva sorpresas para sus alumnos: caramelos, chupetines, mini pastillitas… Ella sólo come pastillitas sin azúcar, desea mantener su cuerpo livianito para poder volar. ¡eso sí se debe valorar! A veces los nenes se ríen con ella. Y lo que es peor: ¡de ella! Es que es medio loca, baila sola, usa ropa con dibujos y el pelo le tapa la cara ¡qué cosa más rara! Los chicos le dicen: -seño, tené cuidado-, pero ella no hace caso. Llegó el día lunes y recibió el primer regalo de la tía Eugenia. Tomó el paquete, lo palpó, sintió que no era pesado. Se sentía blandito, ¡qué bonito! Era un short negro, bien de moda, como le gusta a Roberta, ¡qué pejerta!

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Roberta, la tía, se lo probó y pensó: “mañana me lo pongo para sorprender a mis alumnos, ¡que no son para nada burros!”. Al día siguiente llegó al cole con el short y una remera pintada con calaveras. Los chicos no paraban de reírse, y a ella le dieron ganas de irse. - Seño, no podés ponerte eso, se te ven los moretones de las piernas y estás llena de curitas- y agregaron:- ¡Tené cuidado! pero ella no hacía caso. Los días martes ella le agradecía a la tía Eugenia los regalos. La tía Roberta no decía mentiritas graves. Pero tampoco contaba toda la verdad. ¡Qué barbaridad! Querida Eugenia, me encantó el regalito, mis alumnitos dijeron que me quedaba muy bonito- le escribió en un mensajito. Pero el short se lo regaló a una vecina que es jovencita y ¡tan bonita!... Pasó otra semana. Roberta esperaba ansiosa el próximo regalo. Al recibirlo notó que era pesado, se sentía como si fuera una caja dura, con cositas medio sueltas adentro. Arrancó el papel brutalmente, ¡qué potente! Se encontró con una caja con 12 bombones con forma de ositos, rellenos de dulce de lechito. Pensó: “deben durarme toda la semana”, hizo cuentas: “la semana tiene 7 días. Como dos por día. Al finalizar la semana me habré comido catorce. ¡no!, si son doce bombones. Pues entonces me los como todos esta misma noche”. ¡qué noche la de Bariloche! El primero lo saboreó, el segundo también, ¡qué bien! Cuando terminó con la caja, se fue a dormir muy pesada y con la panza acalambrada ¡qué empachada! Al otro día fue a sus clases y le dijo a los nenes:”me duele la pancita, no sé por qué, sólo comí un osito”. -Seño,

¡los

ositos

no

se

comen!-

comentaron

sus

alumnos.

Ese día la tía Roberta volvió a su casa y tomó muchos remedios para la panza. Como todos los martes le mandó un mensaje a tía Eugenia: -¡qué ricos los ositos de dulce de leche!, todavía tengo un montón, te quiero-, puso Roberta- y se sintió muy triste por no decir la verdad.

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Pasó la semana y llegó el esperado día lunes: “no te apures”, “no te arrugues”, “no lo dudes”. -Hoy es lunes- les dijo a sus niños- es el día de San Embrujes, el santo que te cumple los deseos de los lunes. ¡Vamos, cierren los ojos y pidan deseos! Nada de pedir deseos sonsos, por ejemplo:”deseo fideos y comer con los dedos”- continuó Rober, animándolos así a pedir verdaderos sueños. Un niño pidió viajar arriba de una mosca gigante, otro pidió ser carnicero y comer cordero. Una niña pidió ser bailarina y cantar con rimas. Josefina pidió mandalas para pintar con fibras finas. Un nene pidió un auto Ferrari a control remoto y viajar en moto. La tía Roberta siempre pedía lo mismo: ¡tener superpoderes! Ella imaginaba que el gran deseo de la tía Eugenia sería tener un coche en Bariloche, para pasear por lugares insólitos con cascadas, llevar la carpa, armarla en medio del bosque y hacer sandwichitos para sus hijitos: Guillermito y Eugenito. Mientras, podrían esperar a que su papá regrese de trabajar. Como su papi era experto en la pesca de truchas, bien feúchas, llevaba a la gente que no conocía Bariloche a andar en bote, pescar y tirar el pez otra vez. Llegó el tercer lunes, esta vez el paquete era pequeño, parecía coqueto. Lo tanteó, hizo crujir el papel, lo desenvolvió y se encontró con una bolsita plástica llena de burbujitas. Saltó de alegría. No había nada más divertido para Roberta que apretar burbujitas de plástico. Se detuvo tanto tiempo en tal apretujamiento, y no miento, que se olvidó de ver el verdadero regalo. Y no era un palo, ni un clavo, ni un sapo, ni un petardo… era ni más ni menos que un brazalete precioso, brilloso, bien amoroso. Se lo colocó en su muñeca derecha y sintió como un cosquilleo interno. - ¿Tendré poderes ahora?- pensó- algo entusiasmada y asustada. Al otro día fue a su trabajo con su brazalete plateado y brillante como una estrella gigante. -Hola chicos, ¿cómo están?- los saludó muy contenta. -Biennnnnnnnn- respondieron sus alumnos y miraron el brazalete, que parecía encendido. Cuando tocó la campana para salir al recreo, ella se apresuró. El recreo era lo que más le gustaba del colegio. Al igual que a sus chiquitos.

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Corrió tras los niños Roberta, y no le dio ni un poquito de vergüenza. Se atrevió a hacer una pirueta. Cuando llegó a la escalera, pensó: -Es mi gran oportunidad, voy a demostrarle a todos lo poderosa que soy. A la una, a las dos y a las tresssssssss!!!…. Fue así que al rebotar por los nueve escalones, veinte niños perdieron sus galletitas, alfajores, caramelos y chocolates, ¡qué disparate! El que había traído sanguchitos terminó comiendo mini alfajorcitos, el que tenía chocolate merendó cacahuate, y el nene que no había traído nada, saboreó una banana. Era muy feo ver a la maestra de primero desparramada en el piso, con las rodillas raspadas y cara desconsolada. -Señorita Roberta- venga usted a dirección, por favor- le dijo la directora, que no era ninguna boba. -Discúlpeme, yo no quería, pero se supone, y entonces, resulta que… -tartamudeaba la tía Roberta, esperando que esta vez no la terminaran despidiendo. Ella amaba su trabajo y la carne con ajo. -Esta vez la perdono pero tenga más cuidado. Están todos los chicos empachados comiendo alimentos bien mezclados- dijo la señora directora. -Sí, sí, sí- prometió- y se despidió de pésimo humor. ¡qué papelón! El día martes Roberta le mandó un gran carta a la tía Euge: Querida tía Eugenia: El brazalete es precioso, lo combiné con unos aretes hermosos. Te agradezco todos tus regalitos, pero por ahora no me mandes más nada, estoy mal acostumbrada. Gracias, te quiero. Tía Roberta Se quedó muy triste y sobre todo muy arrepentida, de creer en los poderes mágicos. Para ella fueron trágicos. “Será culpa de esos niños tan fanáticos del hombre araña, que te engaña…” pensó.

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La semana siguiente transcurrió sin problemas, no hubo mucha acción ni diversión en las clases de Roberta. Nadie se reía de ella ni con ella. Todos murmuraban: -qué rara está la seño ¿tendrá sueño? Ese jueves la tía Roberta llegó a su casa algo caída. Como cada día hizo su tostada de pan rico y lleno de dulce con picos. Mientras tanto, en Bariloche, la tía Eugenia les enseñaba a mezclar colores a sus alumnas, alumnitos, e hijitos. Todos pintaban, comían budincitos, galletitas de limón y naranja, ¡pura abundancia! Lo que sobraba se lo daban a su perro. En la casa de Guillermo y Eugenio había un perro llamado Neruda, el más alto de todas las razas, ¡qué masa! Neruda esperaba los jueves, ya que le regalaban trocitos de bizcochelo con rocklets. Pero ese jueves fue especial. La tía Eugenia llegó a su casa, después de una larga jornada bien pintada, no ella, sino la tarde de clase, dibujando paisajes. Cuando revisó su bolso, notó que había confundido los paquetes. Traía tizas grandes de colores pastel, en vez de restos de bizcochuelo de nuez. Neruda la miró como diciendo: - Che, ¿mi postre? -¡Ay Neru, qué distracción!, traje tizas color pastel en vez de un verdadero pastel. Ya sé, se las voy a mandar a Roberta, ella es experta. El lunes pasó de lo más normal en la vida de tía Roberta y sus alumnos. Los chicos la veían un poco cansada, como “decolorada”. Un chico llamado francisco le dijo:” ¿qué te pasa seño?”. Y le propuso hacer una rima, como todos los días. -Mirá seño, hoy es lunes, día de colores, de sabores, de ilusiones. Día de san dibujes – le contaba Fran mientras rimaba y bailaba. Ese mismo lunes cuando preparaba su sopa llena de cereales, semillas y su plato de hortalizas, llegó a la casa de Roberta una caja pequeña. De esta caja, Roberta sería la dueña la tocó, la hizo girar, la olió y la dejó a un costado de la mesada, al tiempo que comía su banana tostada. Tenía miedo de abrir el regalito y encontrarse con muchos chocolates rellenos de menta, ¡que tanto la afectan! Ya que cuando comía el primero, no podía dejar de picotear hasta el último, y siempre venían de a ciento uno ¿Qué les iba a decir a sus nenes al día siguiente, cuando de su boca saliera olor a menta fresca….?

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Cuando rompió el papel de regalo, se encontró con unas hermosas tizas color pastel, tamaño gigante y muy elegantes. Las probó en su pizarra pequeña, comprobó que eran bárbaras y raras. Se deslizaban sin hacer ruidito rasposo, re asqueroso. Y no hacían picar los ojos. Sintió que el corazón le hacía: pom, pom, borom, bom, bom. Al día siguiente llegó a la escuela con tizas nuevas, pero sin acuarelas. -Queridos alumnos- dijo con alegría- hoy no haremos trabajitos, sólo pintaremos dibujitos. Repartió hojas blancas, vacías, lisas y muy aburridas. Puso su música preferida, que tanto alegra la vida. Tomó la caja de tizas y el pizarrón de pronto se iluminó., salían disparados: soles de colores, pájaros azules, nubes que espantan, rayos de sol que encandilan, árboles muy verdes, caciques, asas, fantasmas buenos y de los otros, algún demonio, ¡qué jolgorio! ¡ay, qué emoción, magia pura de verdad, el poder que la imaginación da! La seño dibujó un mandala, con forma de ositos de chocolate rellenos con dulce de leche, para que sus chicos aprovechen. Esa tarde todo primer grado se quedó en el salón, los chicos no hicieron pis, no fueron al recreo, no comieron caramelos, ni dulce de pomelo. Todo fue concentración y pasión. Cada niño hizo su propia y exclusiva obra de arte. Cuando la campana sonó, despertaron de ese estado de imaginación y creación. Seño tía Roberta transformó ese pizarrón verde en una obra maestra. El mandala dibujado explotó de colores, salpicó a los niños, que quedaron pintados como caciques. Lo mejor fue cuando de aquel dibujo, salieron disparados como misiles, cientos de ositos rellenos de dulce de leche y menta. Ni uno sólo, probó Roberta, ya que era feliz viendo a esos chicos empalagarse con chocolate, que no se bate. Tía Roberta comprendió que su súper poder era su gran imaginación. Cada uno tiene su don, y encontrarlo es la cuestión. Volvió a usar su brazalete, repaquete. Sus clases siempre fueron dibujadas, y no es pavada. Los dibujos de aquellos alumnos se expusieron en un museo, ya que no eran nada feos. Los chicos ganaron premios: juguetes, fibras, libros de cuentos, masas para modelar, muñecas y autitos. ¡requetebonitos!

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Roberta se compró un coche, fue a Bariloche y cuando se encontró con tía Eugenia le dijo: -Este coche es para vos, tomá las llaves, es de puro corazón. Gracias a tu amor abriste mi imaginación. ¡Sos un bombón!

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PAULA ANCERY

En esta novela que terminé de leer ayer encontré otra acepción de cuento infantil. Es un relato, y el narrador es un chico:

“Cuando estamos verdes, todavía a medio crear, creemos que nuestros sueños son derechos, que el mundo está dispuesto a actuar a favor de nuestros intereses y que caer y morir es cosa de cobardes. Vivimos con la inocente y monstruosa seguridad de que nosotros solos, entre todas las personas que han nacido, tenemos un acuerdo especial por el cual se nos permitirá seguir verdes para siempre. Esa seguridad arde con luminosa llama en algunos momentos (…) Yo recibiría la bienvenida al gran mundo que era mi deseo y mi derecho. En ese mundo nada de lo que yo pudiera imaginar para mí mismo era imposible. En ese mundo la única tarea era elegir con cuidado.” Tobias Wolff, Vida de este chico ¿Ustedes creen que el chico cumplió sus sueños?

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DANIELA DE LA

ARCO IRIS

Erase una vez, una niña a quien le gusta comer moras y cerezas. Cierto día, un zorro le comentó que en el bosque se encontraban los frutos más dulces del pueblo y que, si lograba comerlos, nunca más querría los de su casa. Entonces, recordó que sus padres le habían dicho que el bosque no era un buen lugar para una niñita y que esos frutos eran dañinos. La nena, quien creía que era grande y madura, decidió ir al bosque a escondidas. Atravesó pantanos con cocodrilos y llegó a un lugar donde no había ni una pequeña grieta de luz. Allí, encontró un gigante árbol de moras. Era bellísimo y, sin dudarlo, tomó diez y se las metió en su boca. En ese momento, todo fue diferente. Los colores, danzaban como águilas en el cielo y se perdían en la nada misma. Comprendió los grandes secretos escondidos y sintió un gran amor por cada cosa que la rodeaba. Gritó, bailó, cantó y aquel oscuro bosque fue un gran arco iris en su cabeza. A las horas, los colores comenzaron a abandonarla y comió veinte moras más. Lo mismo. Luego de pasados varios días, empezó a darse cuenta que tanto el bosque como su casa eran oscuros y tristes y que el gran arco iris era su lugar favorito. Pasados los días sus padres no sabían más por donde buscar y, desesperados, fueron al bosque. Al adentrarse encontraron a una niña sola, muy delgada y que hablaba incoherencias. Gritaba, lloraba y rasguñaba su piel. Y ellos, apenados, nunca divisaron que era su propia hija.

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ANTONIO LENDÍNEZ MILLA

CUENTO DE AMOR (INFANTIL)

Al abrir la puerta de la casa todas las mañanas Guillermo se lo encontraba tendido sobre el ancho muro de piedra, con la cara entre las dos piernas. El pelo le tapaba los oscuros ojos y a su ladrido él respondía: – ¡Lío, vamos, al río! Saltaba como un resorte, corría como una centella y se quedaba a sus pies. Le acariciaba la cabeza, al tiempo que con la otra mano le rascaba la barbilla. Cruzaban la valla al campo por el portón que daba al bosque, ya andaban por el sendero entre zarzales de moras por los márgenes de piedra del camino. -¿Ves por ahí a Tomás? le preguntó al perro de aguas. -No está por aquí. Queda más allá arando con el tractor. -Pues vamos a atajar por la viña, respondió el niño. Bajaban por el sendero, y a sus oídos llegaba el ruido del agua entre las piedras. -Ya estamos en el río Lío. Como una exhalación corrió el perro hacia el agua, y de un brinco se tiró en la poza. A Lío le encantaba zambullirse en al agua, buceaba como si de un submarinista se tratara. Cuando se bañaban en la piscina de casa, lo veía como abría los ojos con sus gafas de agua. Llegaron a la cabaña, ya estaba casi acabada. Aquel año, la crecida del río había traído muchas maderas y troncos secos, que quedaron trabados entre los cantos rodados. Fue más fácil que otros años reconstruir la cabaña. -Lío vamos sin hacer ruido a mirar lo que hacen las ranas. Se acercaron hasta el recodo del río, dónde el agua remansaba, a contemplar a las ranas. Sobre una roca desnuda, se tendieron en silencio, mirando cómo las ranas estaban al sol. Se las oía croar. Sus cantos reverberaban entre las peñas, las encinas y las matas.

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-¿Qué es lo que están hablando Lío? Contigo si puedo hablar, pero a ellas no las entiendo. -Están diciendo que hoy va a hacer mucho calor. Y, que hay muchas larvas de mosquitos este año. Un exquisito alimento. Se ve que les gustan mucho. Dicen que es un manjar suculento. Lío comenzó a ladrar. -¿Quién está bajando Lío, por qué ladras? -Son Irene y su hermano Germán, están bajando ya. Lo hago para que sepan que estamos aquí. -¿Tú crees que yo le gusto a Irene, Lío? -Yo creo que sí, porque siempre viene con su hermano y juega con vosotros dos en lugar de ir a jugar con las niñas de Tomás. -¿Por qué te gusta Irene, Guille? -Me gusta cuando la veo, me pongo contento. Me gusta porque se ríe mucho, y por su sonrisa; me gusta también su voz. Porque juega con nosotros, a los juegos de los niños. Sabe subir a los árboles, se baña en el río, no le tiene miedo a las lagartijas, y corre más rápido que las otras niñas, que sólo saben jugar a las muñecas en el porche de la casa. Me gustan sus ojos negros, su pelo negro y su cola de caballo. Llegaron los dos hermanos. -¡Hola Guille! -¡Hola Irene! -Germán, ¿vamos a buscar troncos y piedras para la cabaña? -Vamos. Terminaron la cabaña antes del medio día. Se bañaron en la poza del río, con Lío. Se tumbaron al sol. Irene jugó con el turco. Lanzándole un palo al río. Una y otra vez, incansable Lío se tiro al río. Después le estuvo acariciando, le quitaba los pelos que le caían por delante de los ojos. A Lío no le importaba se sentía muy querido. Germán y Guillermo estaban en la orilla del río intentaban atrapar unas ranas para llevarlas al estanque de las flores de la casa. Llego la hora de ir a comer y se despidieron.

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-Hasta luego. Nos vemos después de la siesta. Guillermo y Lío comenzaron a subir la cuesta. Hacía mucho sol, y caminaban despacio. -Tengo que decirle a Irene que la quiero. Esta noche se lo diré cuando juguemos a policías y ladrones con las linternas. -Si me dice que me quiere, ¿tú crees que siempre me querrá? -Pienso que sí. Lo hará. -Y tú ¿me querrás siempre, Lío? -Pues sí, yo siempre te querré a ti mucho. -Pero, ¿por qué me quieres tú a mí? –dijo Guillermo. -Yo te quiero porque sí. Porque siempre me acaricias. Y, porque me gusta estar contigo. -Y, ¿qué sientes cuando te acaricio? –le preguntó Guille. -Siento unas cosquillitas, y me siento muy a gusto, cuando tú me acaricias.

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DE RAEDEMAEKER SANCHU

Había una vez una niña que de tanto querer salir de sus noches de verano, miraba a través de la ventana y viajaba hacia una estrella, la del medio de las Tres Marías. No tenía motivos para la huída, sólo el calor mezclado con los ruidos de la avenida, que estaba en la esquina de su casa. En esa estrella imaginaba un mundo sin tiempos, donde, los animales hablaban con las personas, no existían vestimentas, la maldad era una palabra que carecía de significado. No se trabajaba, y los alimentos estaban al alcance de todos, siempre los árboles llenos de naranjas, manzanas, peras. En el suelo, el verde de los alcauciles, sandías, espárragos, melones y alguna rana jugando. Todo tan colorido y bueno. La comunicación eran pensamientos, y sin relojes. Cada uno vivía con la edad de su inocencia. Las arrugas significaban pensamientos de preguntas negativas. Así la niña podía distinguir que el más joven, era el más sabio. También podía aprender, que la belleza dependía de la sonrisa, cuanto más amplia, más linda la persona. El sueño era el divague de los curiosos. Los que trascendían, eran los comprometidos con la vida, los que no pensaban más allá de su geografía. El amor, era la sangre que corría por las venas. Los padres se irían en el momento justo dejando una carta, que indicaba, que volaban a otra estrella. A enseñar a otros niños insomnes, el camino que por las noches, llevaba a la del medio, la de Las Tres Marías.

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LE PETITE JULIETTE

LA NIÑA ADELE

Era hermosa… Tan hermosa, que las ramas de los árboles que se erguían frente a su reja, se retorcían hasta el ventanal para alcanzar a verla. Aun recuerdo su aroma a lluvia, a tierra mojada… a hierba recién cortada. Menuda como un soplo, vivaracha como un gorrión, llena de luz y de sueños... y un alegre corazón. Adele quería correr, saltar, jugar... montar castillos en el aire, buscar piratas en la mar… Adele quería ser niña, no más… Pero eran tiempos extraños y en el reino, la estupidez llevaba a muchos de sus súbditos a la crueldad. Un buen día, mientras Adele luchaba contra gigantes y dragones, su papá la llamó para darle la noticia: -Irás a trabajar a la corte, hija, has de servir al Rey. -Pero papá, replicó Adele, ¡yo quiero jugar! -No se hable más, añadió el padre, ¡los juegos son para niños y tú ya eres una mujer! ...Una mujer de tan sólo doce añitos… Adele trabajaba horas y horas al servicio del Rey mientras su familia, egoísta, vivía inmersa en un mar de lujos, perfectamente prescindibles, a costa de sus esfuerzos y su niñez. Más nunca pudo luchar contra dragones, ni vestirse de princesa, y esperar ser rescatada de las garras de un vil pirata por su príncipe azul. Adele cambió sus sueños por enormes cazuelas sucias y fregonas largas y pesadas. Pero lo que nadie sabía era que aquella niña, menuda como un soplo y vivaracha como un gorrión, cada día, al caer la noche, se abrazaba a su osito de peluche y le contaba historias de príncipes y princesas, de piratas y ladrones… hasta que el cansancio y el sueño se apoderaban de ella.

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CARMEN NAVAJAS RODRIGUEZ DE MONDELO

UN CUENTO PARA ANTES DE DORMIR

Érase una vez un LEÓN un MONETE y dos MONIGOTES. LEÓN era fuerte y valiente; compartía momentos felices con MONETE un mono ágil astuto y veloz. MONETE viajaba por los árboles de la selva para buscar manjares exquisitos: cocos, plátanos, nueces y un sin fin de frutitas que crecían y crecían en un ambiente florido y hermoso en la tranquila selva. LEÓN cuidaba de MONETE, lo protegía y lo mimaba; lo arropaba cuando hacía frío y le soplaba con su enorme boca cuando hacía calor. Un día aparecieron por sorpresa los MONIGOTES. Unos disfrutones de primera que hacían sus tareas diarias jugando. Vivían en el País de las Nubes, en un lugar llamado Azulrosa. Sus cuerpecitos eran amorfos; se adaptaban a cualquier lugar por muy pequeñito que fuera; o bien, se expandían acoplándose a una zona mayor, siempre recogiditos, acompañados y arropados por los algodones azulrosa. Se sentían ligeros traspasando a toda velocidad las nubes. Vivían intensamente, eran felices. Cuando los MONIGOTES bajaron a la selva hicieron amistad con LEÓN Y MONETE. Formaron un equipo de primera en el club de la amistad. Cada uno tenía un color de piel y procedían de distintos lugares, unos aprendían de otros, sintiendo el placer de la amistad, contagiando a los demás habitantes de la selva y formando una FAMILIA UNIVERSAL.

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CLAUDIO BELLER

Para niños con deficiencia de atención y, aquellos otros hinchapelotas que no dejan de pedir "contáme otro, aunque sea uno cortito". Había una vez... ¡y se acabó!

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SEBASTIÁN LA PREZIOSO

Sabíamos que la realidad cedía un poco cuando Pablo, nuestro abuelo, la apuraba con minucioso intelecto, cuando la apretaba con argumentaciones rigurosas, pero nunca fue más compartida la creencia por nosotros de que la vigilia y los sueños estaban hechos con los mismos materiales y que uno cuando duerme no sabe que duerme y cree sin embargo que está despierto y que por lo tanto cuando uno cree estar despierto puede ser que en verdad este soñando. No lo sé. Mi hermano Goran sí creía en estas intrincadas cuestiones, él escuchaba mucho a Pablo. Tal es así que en un tiempo jugaba a convertirse en un animal cualquiera, y lo hacía con ayuda de los sueños. A veces al despertarse no sabía si era él que había soñado ser un animal o un animal que ahora soñaba ser él.

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HORACIO PETRE

ESCULAPIO, EL SAPO DESAFINADO

En una charca en medio del campo y muy cerquita de un rancho vivían un montón de sapos y ranas. A los sapos les encantaba croar y a las ranas saltar. Los sapos cantaban con tonos muy bajos y profundos melodías campestres y las ranas bailaban al son de las canciones. Así vivían en feliz armonía hasta que una vez, una boa constrictora llegó flotando en un tronco luego de una inundación hasta el charco de los sapos y las ranas. La boa, que estaba hambrienta después de mucho viajar, se puso contenta al ver tantos sapos y ranas… - ¡Cuanta comida! exclamó. Y empezó a relamerse mientras pensaba como comérselos a todos… ¡Pero no era fácil!! Las ranas eran muy saltarinas y se subían a los árboles donde la boa no las alcanzaba… y los sapos se defendían haciéndole pis en los ojos con puntería de cazadores… Así fue que la boa haciéndose la buenita fue a hablar con los sapos, y les dijo: - Pero que bien cantan ustedes… ¡Con esas voces tan profundas y potentes! Y los sapos se pusieron muy contentos de oír esto, llenándose de orgullo... Entonces, la boa les dijo: - Que les parece si hacemos un recital… Miren, yo con mi esbelto cuerpo puedo enroscarme en un árbol simulando una escalera, para que bajen las ranas bailarinas, mientras ustedes cantan… Los sapos, llenos de arrogancia aceptaron, sin darse cuenta de la trampa de la malvada boa, que en seguida exclamó: - Y a ustedes, para que sus voces suenen más profundas aún, que les parece si se meten todos en este pozo, y así sus voces se elevarán con más fuerza… El plan de la boa era dejar a los sapos encerrados dentro del pozo, ya que ella ya había preparado un tronco para ponerlo encima del pozo, así

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no podían salir, mientras a toda velocidad engullía las ranas que estuvieran aún bailando sobre su cuerpo. Sin embargo, había un sapo, Esculapio, al que como era muy desafinado, nunca lo dejaban cantar, que se dio cuenta de todo el plan de la maléfica boa. - ¡Es una trampa hermanos! - les dijo a los otros sapos.- ¿No ven que los quiere encerrar en un pozo para comerse a las ranas, y tal vez luego a nosotros? - ¡Callate Esculapio!! - le dijeron los otros sapos… - Vos te morís de envidia porque no sabés cantar, entonces inventás estas historias raras... Esculapio, ya se imaginaba que le iban a decir algo así… por lo que optó por no insistir y se puso a pensar en cómo desbaratar las intenciones de la boa. Llegó el día planeado para el recital, los sapos lucían moños de colores y frac, y las ranas llevaban tutús. El pozo para los cantores ya estaba listo, y la boa fingiendo interés musical ya se había enroscado al tronco del que bajarían bailando las ranas. Muy cerca del pozo de los cantores la boa había escondido un tronco, al que con un rápido movimiento de su cola empujaría para dejar encerrados a los sapos. Pero Esculapio no se rendía… y ya tenía su propio plan preparado. Los sapos ya estaban tomando sus posiciones, las ranas se subían al lomo de la boa, todo estaba por empezar. Y arrancó la canción… - “Me gusta ver llover…” cantaban unos sapos… - “Dabadúuu dabadú…” contestaban otros sapos… Y las ranas descendían por el cuerpo de la boa, riendo y bailando… La boa ya estaba a punto de mover rápidamente el tronco para encerrar a los cantores y así comerse a las indefensas bailarinas, cuando se dio cuenta que… ¡no estaba más! Con horror la boa miró hacia el pozo, y al lado de él no estaba más el tronco sino diez castores que con sus temibles dientes incisivos lo habían reducido a aserrín… Mientras tanto, los sapos en el pozo, y sin darse cuenta de nada seguían cantando, al igual que las ranas bailarinas que seguían con su número…

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La boa, enfurecida por que se le escabullía su almuerzo, intentó engullir igualmente a las danzarinas que no se daban cuenta de nada… pero allí estaba Esculapio, que con precisión certera le hizo pis en los ojos a la boa, mientras los amigos castores le pegaban dentelladas en su cuerpo. - ¡Ayyyy!!! - gritó la boa - ¡Mejor me voy!! Y así medio tuerta y medio mordida por los castores, huyó por donde vino, porque había venido otra inundación y la boa volvió a su río. Cuando los sapos y las ranas, vieron lo que pasaba no entendían nada. Esculapio les explicó, los malvados planes de la boa, pero ni unas ni otros le creyeron… y al sapo Esculapio, no sólo lo siguieron dejando afuera del coro, sino que se burlaron de él por inventar historias increíbles y lo culparon de haber perdido a una benefactora de las artes como era la boa que había huido. Mucho tiempo después, el pozo se secó… No quedó ninguno de los sapos ni las ranas… Salvo Esculapio, que se había hecho muy amigo de los castores, y lo llevaron en el lomo de uno de ellos a otro charco, donde había muchos sapos… ¡Pero no eran cantores! Sino sapos actores… Esculapio hizo muy buenas migas con los sapos del nuevo charco, y poco tiempo después armaron una obra que hicieron entre todos y que Esculapio escribió. ¿El nombre de la obra? ¡Quién sabe!... Seguramente trataba de sapos cantores, ranas bailarinas y diez castores amigos.

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CLAUDIA CASTAÑEDA

EL SUEÑO DE MARIBEL

Maribel, desde chiquita, deseaba una máquina del tiempo. Era muy curiosa y quería saber los pormenores del hundimiento del Titanic, las andanzas de un general llamado San Martín y lo que le había pasado por la cabeza a Dalí para pintar “tan así de raro”. Un día de esos en que Maribel andaba por su barrio en bici, encontró en una pared algo parecido a un túnel que le llamó la atención. En un principio pensó: “es sólo un dibujo”. Se bajó de “Cleta” (así llamaba a su bici), se acercó y comenzó a tocar la pared y al mural que se levantaba gigante, cual un pórtico antiguo, delante de sus enormes ojos verdes mate cocido (como le decía su abuela). Maribel se sintió con un mareo súbito y notó que el dibujo en forma de “ojitos de loquitos de historieta” le hizo dar miles de volteretas y chocar contra una infinidad de lados, hasta que se avivó que si abría sus pequeños bracitos esos bordes no la golpeaban. Justo en el momento en el que sintió que volaba, apareció en el suelo y rodeada de gente que se vestía raro. Un señor de bigotes (con forma de “mostachones”) y una galera inmensa, le preguntó qué buscaba; una señora con una sombrilla llena de hollín la invitó a volar por los techos y un pibito diminuto le propuso ir a su “País del nunca jamás”. Llena de sorpresa y un cachito de miedo, Maribel se refregó sus ojazos color mate cocido (como solía decir su abuela) y optó por hacer preguntas: “¿dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? ¡Quiero estar con mi mamá!” y se puso a llorar del susto. Pero como la gente era “re buena” (como solía decir ella) los tres seres que se vestían raro y parecían salidos de un cuento, la abrazaron y le prometieron que volvería con su mamá. Antes de eso, ella debería saber quiénes eran. Maribel se restregó los ojos de mate cocido y vio a un señor con bigotes doblados “tipo dos fideos” que terminaban como dos caracoles- que había visto el día que conoció el mar-. El señor tenía la mirada casi como el túnel por el que se había ido y muy orondo le contó que era pintor y que solía mirar desde otro lugar para usar miles de colores y hasta le prometió que su memoria iba a persistir por una cuestión de tiempo. Maribel lo miró, le agradeció su enseñanza y se fue. Luego, Maribel entró en el país del Nunca jamás y vio que ningún nene ni ninguna nena crecía y que demasiada diversión y felicidad eran

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aburridas. No había adrenalina en el tema del “todo bien” y no era bueno dejar de crecer. Tampoco le gustaba andar perdida por la vida como si nada y decidió que girar en la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer le iba a hacer dar mucho sueño. “¡Chau Peter Pan!”, dijo con una sonrisa agradecida de oreja a oreja en su carita pecosa. Finalmente, la señora del paraguas, la llevó a volar por miles de chimeneas con un paraguas y le prometió cuidarla para siempre. Al principio, Maribel se entusiasmó con la idea, pero se acordaba de su abuela, la que le decía de los ojos color mate cocido y de su mamá que, sin llevarla a volar, daba todo por ella. También recordó a “Cleta” que la llevaba a todas partes y la hacía sentir libre. Sin titubear dijo:”Gracias Mary Poppins”. Le devolvió el paraguas, lleno de hollín, y siguió sobre Cleta como si nada rumbo a la cena que preparaba su mamá.

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FEDERICO CAHN COSTA

Soy incapaz de escribir algo para chicos.

En general siempre me aburrió la "literatura infantil", salvo un libro de Disney ilustrado con el cuento de Pinocho que mi abuela de Córdoba me leía, casi coaccionada, unas 200 veces por verano. El día que los dibujos de ese libro dejaron de inquietarme (bah, darme miedo...) se terminó la literatura infantil para mí. Conservo ese libro con mucho cariño. Cuando le pesqué el ritmo a la lectura, al comienzo de la pubertad, me devoraba unas colecciones de revistas viejas en casa de mis abuelos que vivían en una quinta en Pilar. Leoplán era el nombre de esas maravillosas publicaciones. Lamentablemente se perdieron y no conservo ninguna. También había centenares de "Selecciones" de la época en que era la traducción de la revista norteamericana y no una versión evangelizadora para latinos. Lo bueno de las casas de mis abuelos, tanto en las sierras como en Pilar, es que no había tele. O leías o te aburrías. Leía cosas de "grandes" que me interesaban o algunas cosas que sin ser para adultos eran para adolescentes. Luego pasé a leer a Jorge W. Abalos (Shunko, Qué sabe usted de víboras), Kippling, Salgari y otros más o menos clásicos. Un par de años después al entrar a la escuela secundaria me bombardearon con "literatura de la grossa". Así en 1973, con 15 años ya había leído algunas cosas de Marco Denevi, Cortázar, García Márquez, Quiroga, Borges, Bioy, Neruda. Nunca dejare de agradecerle a mi profesora literatura de 3º año del colegio, Norma Perez Martín, esas lecturas que, aún siendo obligadas, despertaron en mi el aprecio por lo bien escrito. Mis hijos deberán ir años al psicólogo porque nunca les contaba cuentos. Un año, de vacaciones en casa de unos amigos en Villa Gessel, encontré "Hojas de hierba" de W.Withmann en castellano y a la noche les leía eso. No sé si lo entendían (yo mucho no lo entendía tampoco) pero los tres disfrutábamos de ese rito nocturno. Ahora el mayor a sus 16 es un buen lector y el menor, espero, va por ese camino.

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MARÍA GABRIELA FAILLETAZ

ARISTÓBULO GATO CANTOR

Pedro tiene un gato que ronronea con canto. Aristóbulo es peludo, todo negro su cuerpo pero con trompa blanca, y en la nariz tiene una mancha que parece de pintura. Por las mañanas sigiloso se le arrima a la almohada, y marcando huellas sobre la manta, le hace abrir a Pedro primero un ojo y después el otro. El vibrar y su cuerpo tibio se le acomoda al lado y así comienza el remolón muy instalado un concierto de ronroneos sin pausa y sin rodeos. De a ratos ¡qué tentación! Se le va sola la pata a atrapar arañas en las pestañas de Pedro. Pero Pedro no lo deja. Como es de imaginar, Aristóbulo interpreta canciones de gatos: “El gato quepés", "Chacarera de los gatos, michi michi miau", “El pollito Pío“ y algunas de Rata Blanca y Los Ratones Paranoicos. Un día frío desayunando Nesquik con vainillas el niño y leche sola el gato, a Pedro se le ocurrió una idea fantástica. Pensó... Si Silvestre habla, Tom y Garfield actúan y Kitty gana millonadas en chucherías que compra la gente desesperadamente ¿no podría el minino mío llegar a ser famoso mostrando al mundo sus dotes de felino cantor? Así fue que a la semana salieron rumbo a la tele a un programa. Viajó Aristóbulo en un bolso arrugado con el cierre bien apretado. Asomado en la cremallera, iba su hocico manchado. Al llegar al estudio se sintió bastante a gusto porque las luces del decorado calentitas se le antojaron. Y entre tantas señoras y señores, camaritas y cables de colores prefirió quedar bien quieto en una silla acurrucado. Sobre una mesa redonda con mantel de terciopelo rojo muy solo quedó el gato para cantar la serenata del ronroneo que habían anunciado. Con sorpresa para todos enamoró con novedosa melodía al jurado: "El rey león" resonó con armonía y desató mil aplausos. Ganó el gran premio feliz y contento: ¡¡100 bolsas de alimento balanceado!! de pollo, carne, salmón y mariscos y un CD grabado que en la tapa dice: ¡Aristóbulo, gato campeón en ronronear con canción!

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HORACIO TORT

TODO PATAS PARA ARRIBA

Mateo se despertó esa mañana como cualquier otro día, con el llamado de su madre a desayunar. Se puso el uniforme del colegio y bajó con su mochila. Hasta ahí todo parecía normal. Pero apenas abrió la puerta de la cocina se dio cuenta que algo raro pasaba. Aida, la madre, estaba preparando las tostadas vestida con el número 9 de Excursionistas, con botines de fútbol y todo. - Mamá ¿qué hacés vestida así? - ¿Así? ¿Cómo? ¿Qué tiene de raro mi ropa? es la de todos los días. Dale Mateo, comete rápido la tostada con polenta que tanto te gusta que falta poco para que pase el transporte del colegio a buscarte - ¿Con polenta? ¡Puaj, es horrible eso! - No bromees ni pierdas tiempo que se va a ir el transporte y te va a dejar. Cuando se distrajo, Mateo tiró la tostada en el basurero e intentó tomar un sorbo de café, pero era imposible, tenia gusto a vino tinto. Cuando iba a decir algo escuchó la bocina del transporte, así que agarró su mochila y salió de la casa. Lo que vio allí lo dejó boquiabierto. Los arboles del jardín no tenían hojas sino mechones de pelo. El naranjo tenía un peinado afro y la cabellera era bien negra, mientas que el limonero tenía un peinado rubio y con flequillo que le hizo acordar a ese Elton John que tanto escuchaban sus padres. Pero eso no era todo. En vez de un ómnibus escolar lo esperaba un catamarán y la calle se había convertido en un canal con agua cristalina que dejaba ver algún delfín saltar y hacer una pirueta en el aire antes de volver a caer al agua. Intentó darse vuelta para meterse de nuevo en su casa, pero lo que vio fue a su madre, vestida de tortuga ninja saludándolo con toda naturalidad desde la entrada de un iglú y diciéndole que no se quede ahí parado que lo estaban esperando. No sabiendo que era mejor, decidió ir al colegio a ver que lo esperaba por allí. En el catamarán sus compañeros eran los de siempre, vestidos con el uniforme igual que él pero todos tenían algún detalle raro. Nacho tenía las cejas muy depiladas, Inés tenía un bigotín que le quedaba bastante gracioso, Patricia tenia tatuada una margarita en la mejilla y Felipe tenía la cabeza rapada salvo por un bigote tipo Hitler que apenas

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le sobresalía de la frente. No quiso seguir mirando al resto ya que todos se comportaban normalmente como si nada raro pasara. De camino vio a don Joaquín, su vecino de 90 años en traje de baño y surfeando una ola de varios metros con la habilidad de un profesional; a Lolo, el repartidor de diarios, pasar como exhalación en un jet ski con doña Marta, la viejecita de enfrente a su casa agarrada de su cintura y en una bikini tan diminuta que le dio una arcada al verla. Al llegar al colegio se encontró con un edificio todo pintado con grafitis de mil colores y al Sr. Fernández, el director del colegio, como siempre, parado arriba de las escaleras de entrada dando la bienvenida a todos los alumnos. Bah, casi como siempre, ya que tenia los labios pintados y era evidente que se había hecho las lolas. Nadie parecía notarlo salvo él, así que al subir los escalones se paró frente a él y mirándolo fijamente a los ojos le dijo -“Le queda muy sexy ese color de lápiz de labio”. Se quedó esperando que lo mande a la dirección pero en cambio el Sr. Fernández le guiñó un ojo y le dijo -“Rojo pasión de Coty, un hallazgo, probálo“. Con el estómago revuelto, Mateo decidió ir a cobijarse en su clase. Pero allí la cosa no estaba mucho mejor; en vez de bancos había figuras de calesita. A él le tocó compartir una góndola con el gordo Muñoz, otros estaban arriba de autos sport, unicornios, leones y hasta una jirafa. Mateo se pellizcaba pero si era un sueño, no era esa la manera de despertar. El profesor de historia entró y Mateo no pudo evitar lanzar una carcajada. No era para menos, llevaba una musculosa color durazno, una faja marrón, botas marrones hasta la rodilla y una minifalda blanca y muy corta. - ¿Qué le causa tanta gracia, jovencito? - No, nada profesor, contestó Mateo. - Bueno, entonces, si está de buen humor pase a dar la lección de hoy. - ¿Qué lección, profesor? - La toma de la Bastilla, Mateo, la toma de la Bastilla. Pero usted lo sabe porque estudió, ¿no? En ese momento Mateo se dio cuenta que no tenía ni idea. El día anterior había estado jugando al fútbol con los amigos y llegó tan cansado que se durmió sin estudiar. Cuando estaba por decirle al profesor que no estudió, tuvo una idea.

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- Sí claro. (Con cierta inseguridad arrancó) La toma de la vainilla. La vainilla es un alimento muy frágil por lo cual hay que tomarla suavemente con dos dedos. La presión es la equivalente a tomar un pajarito, suficientemente firme para que no se escape, pero suave como para no lastimarlo. (Se detuvo para ver la reacción). - Siga Mateo, va bien pero no es suficiente aún. Por un momento Mateo se quedó pensando que tal vez todo esto que estaba viviendo tenía un lado positivo. Y sonriendo siguió… - Idealmente se la combina con leche tibia y puede untarse con dulce de leche, pero si prefieren la polenta y el vino tinto también queda sabrosa. El tiempo en la leche debe ser corto porque la vainilla es muy frágil y...

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DAVID HASKEL

LA PLAYA Y LOS PERROS

Siempre fui un apasionado del mar. Así que cada vez que iba a la playa, todas las noches salía a caminar por la arena. Frío o calor. Con luna o sin luna. A veces, hasta con lluvia. Si llovía fuerte, me cubría con un piloto. Si no, nada, me mojaba. Igual, cuando vas al mar es para mojarte, ¿o no? Al principio, debo admitir, me asustaban un poco los perros. Esos perros que de día andan divirtiéndose entre la gente, por ahí garroneándote un cacho de sándwich, y que no te dejan jugar a la paleta porque te roban la pelotita; pero que de noche, de noche cuando vas solo por la playa se te acercan sigilosos a husmearte, y si vienen de a varios, parecen manadas salvajes. Me daban la sensación de ser jaurías hambrientas. Había oído historias de cómo muchas familias los adoptan en el verano para entretener a los chicos y cuando se termina el veraneo los sueltan en la playa, donde quedan a la buena de dios. Del dios de los perros. Una tarde salí a caminar y jugué con un perro playero, que me trajo un palo para que se lo arrojara al mar. Jugamos una y otra y otra vez, mientras yo iba caminando, hasta que se hizo de noche. Varios otros perros se acercaron, pero yo esta vez ya me sentía más seguro, canchero, porque era amigo de uno de ellos. Gordo igual no se despegaba de mi lado, como diciendo “Ojo que es MI amigo, ¿eh?” (Yo a todos los perros simpáticos los llamo “Gordo”, porque me parece que es sinónimo de perro contento, de perro bien alimentado. “¿Qué hacés gordo?”, les digo. Y mueven la cola.) Y entonces… bueno, no me Tengo sólo recuerdos vagos.

acuerdo

bien

qué

pasó

después.

Pero de pronto, empecé a corretear con varios de ellos. Y perseguimos una camioneta que se metió por la playa. Huyó a toda velocidad, así que no le pudimos morder las ruedas. Y nos hacíamos los lobos y le aullábamos a la luna: “¡¡¡Aúúúúú!!!” Y después olisqueábamos todo. Nunca, jamás en la vida me hubiera imaginado que pudieran existir tantos olores distintos, o que una sola cosa pudiera tener muchos olores a la vez. Alucinante. Pero lo mejor fue a la madrugada salir a los piques todos juntos a los

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gritos para asustar a las gaviotas que vienen a comer caracolitos y mojarras. Y morder las olas y tomar agua y escupirla, porque es horrible pero divertido. Y trotar por el borde del mar y no tener frío. Y no te cansás, porque vas en cuatro patas. Y estás todo el tiempo contento. Olisquear pescados muertos también tiene lo suyo. Lo piola es buscar un perro que se echó un rato a descansar y ahí vas despacito y sin que se dé cuenta le tirás el pescado encima y salís rajando. Si estaba medio podrido, mejor, porque más furioso se pone. ¡Jááá! Eso sí: correr con la lengua colgando no está tan bueno. Porque si la arena está poceada, cada vez que metés la pata en un hoyito por ahí te la mordés. O sea que tenés que correr todo el tiempo pensando “lengua adentro, lengua adentro, lengua adentro”. Pero no es fácil concentrarse cuando vas corriendo y divirtiéndote. Y ojo que una cosa es controlar la mandíbula cuando vas despacio y otra cuando vas corriendo con todo, ¿eh? Después me aparté del grupo y me quise acercar a unos pescadores para curiosear. Uno me gritó “¡Fuera!” y me tiró con una almeja. “¿Sabés dónde te podés meter la almeja, infeliz?” Ahora, hasta cuando voy en pleno día, los perros me miran distinto. La última vez que fui, un par, que estaban comiendo algo medio asqueroso y lleno de arena, me gruñeron. Y una perrita me sonrió. No entiendo nada de ese mundo. Sí, claro que entender lo que “dicen” es una cosa. Pero entender códigos perrunos es otra, y muy distinta. No es para cualquiera. No es para mí. La peor parte es eso de oler colas y que te huelan la cola. “Yo te huelo tu cola, tú me hueles mi cola”. Sí, ya sé que es su “saludo”. Allá ellos. Que hagan lo que quieran. Pero no es para mí eso. Me quedo con el “hola que tal” de acá a la luna. Después, hay perros que son muy brutos. Que juegan y te hacen doler, que te muerden la oreja y después la pata y si te caés te pisan fuerte y te mordisquean y si te quejás les parece más divertido todavía y le siguen dando. No son como nosotros. Yo creo que a unos cuántos les falta un tornillo. Y que muchos de esos perros playeros que ves lastimados, por ahí se lo hicieron jugando, de puro bestias que son. No sé qué pasó esa noche. No le doy a las drogas y tampoco había tomado alcohol. No sé, ni quiero saberlo. Me sigue gustando la playa. Voy seguido, pero ni bien empieza a caer el sol, junto todo y me voy rapidito. Caminar al sol es bueno, porque te quemás parejo, ¿entendés? Además,

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broncearte aporta vitamina D, que los médicos dicen que es muy importante, creo que para los huesos, o para los riñones. No sé, hace bien. Y si querés te metés al mar, y si estás con alguien tomás mate con bizcochitos o jugás a la pelota y mirás a las pibas en bikini y todo eso. Encima, no hay que olvidar los golpes de frío: si salís a la nochecita por la orilla, en una de esas te agarra descuidado un viento fresco y empezás a los estornudos y chau veraneo. Adiós vacaciones. No, no es para mí eso de andar por la playa de noche.

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CARO BARBA

Fui una Caroniña muy miedosa y tal vez por eso le di la mano a este personaje, quien a través de este cuento me ayudó a acunar mis viejos miedos…

Fermín es miedoso. Le tiene miedo a las tormentas porque son ruidosas. Miedo a la oscuridad porque seguro que cuando está oscuro alguien puede asustarlo. Miedo a los perros, simplemente porque como tienen dientes pueden morder. La gente que más lo conoce lo llama Fermínmiedo, como si fuera un nombre compuesto como lavarropas o secaplatos. Los días de lluvia Fermínmiedo no quiere ir al colegio porque hay truenos ruidosos que lo pueden atrapar. Cuando se va a dormir no quiere apagar la luz de la habitación para que nadie lo sorprenda y lo asuste dormido. Y se pierde de ir a jugar a la casa de Tomás para no cruzarse con el perro que lo mira con ganas de querer morderlo. Un día se levantó y el cielo estaba lleno de dibujos grises con relámpagos que aparecían y desaparecían jugando a las escondidas. Aquello parecía tan divertido que Fermínmiedo decidió colgar sus miedos por un ratito en el placard y salir a investigar cómo sería jugar en un día tan distinto. A la noche, mientras su mamá lo despedía dándole un abrazo apretado, Fermínmiedo miraba la lámpara de su habitación pensando que esta vez la apagaría para saber cómo sería dormirse con la habitación toda oscura… y cuando el miedo se le acercaba un poquito, empezaba a soñar. Al día siguiente le pidió a su hermano mayor que le ayudara a ponerse los botines de fútbol y partió rumbo a la casa de Tomás sabiendo que se cruzaría con su perro al que le tenía muchos miedos juntos pero el que nunca le había hecho nada más que moverle la cola y pensó que tal vez podía darse la oportunidad de conocerlo un poco mejor. Esa tarde la casa de Fermínmiedo estaba vestida de fiesta y de la puerta colgaba un cartel que decía “Feliz cumpleaños”. Fermín cumplía cinco, tantos como todos los dedos de un pie. Después de abrir los regalos, fue hasta su habitación con sus amigos y les mostró una caja gigante.

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La abrió y les dijo que allí había guardado todos sus miedos porque ya no le pertenecían y que si alguno quería llevárselos, él se los daba, porque en ellos había encontrado lindas sorpresas… y son lindas las sorpresas, ¿no?

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CRISTIAN DEL ROSARIO

CUENTO PARA ESCUCHAR CON LA COMPU PRENDIDA

Los Rodriguez eran felices y comían perdices. Aunque comían más asados y pizzas, que perdices, pero, si, eran muy felices porque el abuelo Tati no estaba más triste. ¿Y cómo ocurrió eso? Gracias a Nahuel el cóndor. ¿No sabes qué es un cóndor? Busca fotos en la compu mientras te cuento. Un día, el Sr. Rodríguez, corrió la cortina que daba al balcón de su departamento y sorprendido vio que, agarrado de la baranda, había un pájaro enorme, casi tan grande como él, es más cuando estiraba las alas tapaba el sol que entraba al departamento, era hermoso pero, también tenía un pico que daba miedo. Llamó a los vecinos alarmado y enseguida vino Cosme "el del quinto B" y dijo: "Ese es un albatros" -búscate fotos de un albatros- y primero aseguró que se cazaba "agarrándolo de la parte de arriba, que así no podían hacer nada", que eso lo había escuchado de un amigo que tenía un amigo marinero, aunque después dudó y dijo que "no sé si eso era para los albatros o los cangrejos..."; otra, Carmen, "la del séptimo A", que había que tirarle sal en las alas.. o pimienta... pero, también no se acordaba si eso era para atrapar pájaros o era una receta para cocinar un pollo. Lo cierto es que nadie sabía qué hacer con ese bicho ahí. Hasta que, por el escándalo, salió de su pieza el abuelo Tati que al ver el cóndor sonrió -y no había sonreído así desde que vino a vivir al departamento y tampoco salía mucho de su pieza- y salió al balcón. Nadie se había animado, se acercó y le empezó hablar en un lenguaje raro que todos desconocían -hasta el Sr. Rodriguez, su hijo-y poco a poco también empezó a acariciarlo. Luego se supo que el lenguaje era mapuche, por que el abuelo Tati, resultó ser que era hijo de un cacique mapuche -si, dale, podés buscar fotos de los mapuches en internet... Noooo, zapato, escribí bien: ¡¡eso es un mapache!! Bueno resulta que, cuando el abuelo Tati era chico y vivía en las montañas, su papá le enseño ese lenguaje, con el que podía hablar con los cóndores (se dice que hace miles de años los cóndores y los mapuches hicieron este idioma para entenderse y llevarse bien). El cóndor le hacía unos ruidos al abuelo Tati, quien traducía lo que decía Nahuel -así se llamaba. Contó que se había escapado de un zoológico que lo habían encerrado desde pichón y al que no pensaba volver más;

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que, si bien no podía volar ya hasta las montañas porque estaba muy viejo, desde acá, desde el balcón, las podía ver y eso le bastaba. Así fue como Nahuel y el abuelo Tati se hicieron amigos y por las tardes se ponían juntos a ver el atardecer en las montañas y hablar de cosas de cuando los dos eran chicos y vivían por allá. ¿Cómo se escapó Nahuel? En verdad lo dejaron escapar por un cañonazo de un tanque. Resulta que un día, Tota, la elefanta, -la llamaban así porque, cuando llego al zoológico, uno dijo "Es enorme, es una elefantota"... y comenzaron a decirle "elefantatota", así hasta que, como era largo, le quedó Tota. Yo sé que sabés qué es un elefante, pero está bueno ver fotos, así que podés mirarlas mientras te cuento. Bueno, sigo. Tota, una tarde se puso como loca a saltar y pararse en dos patas y moverse para todos lados, asustando a todo el mundo. Los del zoológico, que no saben mucho de animales, llamaron a los bomberos y éstos a la policía y la policía al ejército... Y vino el ejército, ¡¡con un tanque!! y un general que sólo sabía dar órdenes. Y le gritó: "Si no se queda quieta le meto un cañonazo"... pero Tota no entendía nada y seguía a los saltos y enojada. Entonces el general le dijo al teniente, el teniente al sargento, el sargento al cabo y el cabo al soldado que le meta un cañonazo pero "al aire" para que se dé cuenta "el paquidermo insurrecto" (que significa en el idioma de los soldados y generales “elefante enojado”) que él, el general, “hablaba en serio". El soldado apuntó al aire... pero no tanto, y la bala del cañonazo salió derecho a la parte de arriba de la jaula del cóndor Nahuel y le hizo un agujero enorme, que fue por donde se escapó. Pero, la cosa, es que Tota se quedó quieta. El general, contento, le dijo al teniente, y éste al sargento, el sargento al cabo, y el cabo al soldado que "la paquiderma entendió el mensaje del ejército de la nación” (que significa “nos hizo caso”) y todos se fueron orgullosos de haber cumplido con su deber. Pero ¿qué fue lo que pasó? No es que Tota entendió, sino que ella estaba nerviosa porque escuchaba pasos de ratones. No se sabe por qué, pero los elefantes se ponen muy nerviosos con los ratones. Unos dicen que fue por un partido de fútbol, en el que se pelearon por un penal mal cobrado (fíjate si hay fotos de ese partido y avisame si

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encontrás); otros que tienen miedos de pisarlos… Lo cierto es que elefantes y ratones no se llevan bien. Bueno, Tota escuchaba ruidos de ratones y lo peor -no los podía ver- los escuchaba ir de acá para allá... y eso la volvía loca a Tota; pero con el cañonazo se quedó sorda por un rato largo y al no escuchar nada pensó que los ratones se habían ido. ¡¡Pero no se habían ido!! Tita, la ratona, le decían así porque era la más chiquita de las ratonas y le habían empezado a decir ratita... y -son medio vagos en ese zoológico- le quedo Tita, seguía buscando la pelota, que habían tirado sin querer, con sus amigos ratones, a la jaula de Tota. Es que, a los ratones, les gusta jugar a la pelota y además -en verdaden el zoológico los animales se aburren y la pasan mal, ya que no hay mucho que hacer, como en la selva africana. Dale, buscá fotos de África en internet que te cuento "Había una vez unos animales de la selva..."

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MARÍA ESTER ARNEJO

LA TORTUGA QUE QUERÍA VIVIR

Había una vez una tortuga que vivía en una región de la Argentina llamada Pampa Deprimida. Esta región debía su nombre, más que a su características de relieve geográfico, a la psicología de todos los que allí vivían. El significado del nombre de su ciudad natal y donde se crió era “Estero Profundo”. Es decir en el Estero Profundo de la Pampa Deprimida. Para no desentonar sus padres le pusieron un nombre que por lo general se lo asocia a hacer el amor en soledad. Con todo ese bagaje que la predestinaba, ella, valerosa, sabía que alguna vez podría terminar con ese plan de vida marcado a fuego. Todas las noches se miraba al espejo y se prometía a sí misma: - En algún momento yo voy a poder conocer otra vida, otros lugares, otros tortugos. Así fue que un día se marchó, sin que nadie se diera cuenta. Cruzó el mar de polizonte en un crucero. Allí conoció a un tortugo francés que la quiso del derecho y del revés. Luego, cuando tocó suelo italiano, se enamoró de uno italiano que le compró los mejores zapatos para recorrer Europa. Luego pasó por Grecia y se maravilló con los animales mitológicos, algunos tan parecidos a ella. En Atenas se subió a un tren donde unos niños ingleses se encariñaron con ella y se la llevaron a vivir a Londres. Aprendió todos los idiomas, todas las culturas. Pero un día, pese a su felicidad, empezó a extrañar su propio idioma y decidió volver a su país. Se zambulló al mar, y mientras nadaba y pensaba, más linda se ponía, su alegría le llenaba su espíritu. ¡¡Todo lo que tendría para contar!! ¡¡Tal vez hasta podría cambiarse el nombre de su ciudad, de su región!! Al fin pisó suelo argentino. Apenas se disponía a tomar el camino a su tierra natal se encontró con una tortuga amiga de su infancia y ésta le contó que en el Estero Profundo todo el tortugaje comentaba de una tortuga homónima que se había ido a Paris con el mate lleno de infelices ilusiones y que volvió con la frente marchita a buscar a un candidato que la estaba esperando. Este fracaso rotundo la llevo al éxito, a tal punto que hasta un monumento le hicieron. Y es el orgullo de la ciudad. La desilusión fue total. La tortuga de mi cuento entonces se convenció de que eso era propio del Estero Profundo de la Pampa deprimida y que era mucho más divertido seguir conociendo lugares, gente, culturas y tal vez, quién lo sabe... nuevos amores.

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MAURICIO CASTELLO

CONTINUANDO HISTORIAS

En la vieja casona los chicos deciden dejar el cuento; mientras Consuelo, Esteban y Josefina se esconden, Matías cuenta hasta donde sabe y los sale a buscar gruñendo y soplando la casa de muñecas, el castillo hecho con bloques y todo lo que encuentre a su paso y que pueda servir de refugio a Pequeña, Mediano y Mayor. Cuando Alicia cumplió ocho le regalaron Matilda, una edición de tapa dura. Ahora, inmediatamente antes de salir para la escuela, lo abre, lee una página al azar, lo cierra, lo acaricia y se va. Lucas mira la hora mientras repasa el libro, espera ansioso que lleguen las 15:30 hrs., entonces tendrá permiso para ir al mar. Esta vez planea entrar corriendo, con mucho impulso, llegar lo más lejos posible, no puede ser que pase otro día sin llegar a ver al Nautilus. La forma que Rodrigo tiene de "hacer la previa" es acompañado de Poe; esta noche es el turno de El Gato Negro, al rato de terminarlo intuye que mañana podrá decir que se puso de novio. Sin apuro pone a calentar el agua con el fuego bajo. Verónica tiene que hablar con su madre ni bien regrese; en la mesa, junto al mate, el termo y la yerba, está un ejemplar de Carrie para testificar la charla. Y vos, después de desconectarte del Facebook, ¿qué vas a hacer?

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