IRA

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Ilustraci贸n de portada L. Alfonso Mart铆n Delgado


LA IRA


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CONSIGNA DEL DOMINGO 8 / JUN / 2014

LA IRA

Leí esta semana una nota donde supuestamente reconocidos publicistas locales decían que los spots mundialistas de este año - hablo de Argentina - no tenían el glamour de otros. No es estar enojado o tener bronca. Tampoco es estar caliente como decimos los porteños. Es algo más. Algo que te vuelve casi animal, que te trastorna, te deforma. La ira te descoloca tanto, que ni siquiera tenés espacio para tenerte pena o desprecio por sentirla. Cuando tenés ira, sos un animal. Con lo bueno y con lo malo que eso implica. Ira es la palabra, solita su alma, de esta consigna semanal. Tuya, de otros, real, mentirosa, justificada, lógica (¿la ira puede serlo?), con o sin consecuencias. Ira que no es I.R.A. ¡Buen fin de semana!

Silvina Scheiner 3


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Mariano Durlach

LA IRA

"La ira... laii ra lalaira... laiira... lalalalaiira... lalá laláaaa... cancióoon de los chalchaleeeros..." Eso es algo parecido a lo que tengo que hacer antes de llamar a cualquier call-center. Y sobre todo a los de telefonía. Y por alguna razón de la que no llevo registro: de telefonía celular. Me considero un tipo tranquilo y medido en mis reacciones pero he descubierto que tengo un inquilino despreciable habitando mi cuerpo y que sale a pasear cuando las respuestas de los que atienden el call center son leídas de una pantalla sin escucharme y despreciando mi intelecto. Y he llegado a maltratar a las personas, inocentes hasta cierto punto y víctimas ellas mismas de un sistema que no les deja ir un poquito más allá. Lo he hecho de una manera de la cual reconozco que me he arrepentido, primero porque no me gusta maltratar a nadie, menos por hechos que puedan o no solucionarse con mayor o menor facilidad y operatividad que son ajenos al empleado que no puede decidir, intervenir y sobre todo, decía, me he arrepentido por hacerlo delante de mis hijos. Y eso no está bueno. No es un modelo de resolución con el que yo esté de acuerdo y que quiera que mis hijos aprendan. Pero aprendí a conocer la ira. Lo bueno es que a partir de conocer la emoción y poder identificarla con el hecho puntual, ahora antes de cualquier llamado para reclamar algo, me programo en modo "llamado a call-center". Y les aseguro que logro mejores resultados y sobre todo... ¡me siento mejor yo!

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Federico Cahn Costa

¿IRA?

Yo soy un tipo razonablemente tranquilo. Un par de veces en mi vida me cabreé mal y tiré alguna cosa por el aire. Pero nunca nada grave. Y descubrí con los años que en estos casos romper algo de menor importancia es liberador. Hablo de revolear una ensaladera plástica regando aceite por toda la cocina. Luego el aceite se limpia pero el enojo ya se pasó. Pero, y siempre hay un pero, hace años, de recién casado, vivía en un departamento en un cuarto piso. En el quinto vivía una señora muy atildada y correcta casada con un cantante de ópera. Más precisamente un tenor heroico. Un magnífico tenor wagneriano. Cuando ese señor cantaba mi casa era un infierno. Era literalmente imposible mirar la tele, conversar o hablar por teléfono. Mucho menos se podía pensar en dormir una siesta. En verano, con las ventanas abiertas, se lo escuchaba a más de dos cuadras. Así intenté conversar con él para que hiciera algún tipo de tratamiento acústico en alguna habitación o ensayara en alguna sala adecuada de las que se pueden alquilar por muy poco dinero en cualquier barrio. Nunca atendió mis pedidos y terminé haciendo denuncias policiales y pidiendo mediaciones comunales en el gobierno de la ciudad. Ninguna gestión dio resultado. Seguía ensayando en su departamento. Consulté con un par de amigos abogados. Uno de ellos me recomendó hacer pericias con instrumentos y escribanos y luego un juicio de final incierto y el otro me dijo subí y dale dos sopapos. ¿Sopapos yo? Yo soy medio suizo y se supone que, salvo revolear una ensaladera cada veinte años dentro de casa, los suizos no hacemos esas cosas. Quinientos años de neutralidad nos avalan. Lo más violento que hacía para acallarlo cuando el se ponía a cantar era poner música estridente a todo volumen. El sistema no era bueno, nos molestábamos mutuamente, molestábamos a los demás vecinos y no solucionábamos nada. Así, la historia seguía. Cada vez que él cantaba yo me enojaba más y más, me daba taquicardia, me temblaban las manos y ponía un CD en mi departamento con algo tan grato a sus oídos operísticos como Stephan Grapelli o Jimi Hendrix.

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Fueron unos cinco años de frustración, tortura y mala educación mutua y de enojo creciente compartidos con mi señora. En esos años intentábamos, además, ser padres de un niño que se resistía a venir a este mundo. Final y afortunadamente un día mi esposa quedó embarazada. Fue una alegría inmensa que ya estábamos a punto de resignar desesperanzados. Unas semanas después nos asustamos mucho con una pérdida que tuvo. Fuimos urgentemente al médico, que le dijo a mi esposa que hiciera reposo con tranquilidad y pocos nervios. Al volver a casa mi vecino no estaba ensayando solo. Esta vez eran dos y se los oía una cuadra de distancia, en pleno invierno y con todo cerrado. Sentí como que alguien me ponía una capucha negra sobre la cabeza. Dejé de ver. Black out absoluto y total. Como el ascensor se demoraba en venir lo mismo que todos los días pero parecía más, subí los 5 pisos por la escalera de dos en dos y al llegar agarré la puerta a patadas tratando de arrancarla de su marco. Cuando el vecino abrió la puerta espantado algo me iluminó para no golpearlo ni entrar al departamento. Sólo le dije a los gritos y totalmente fuera de mi "Si volvés a cantar te mato. Mi señora está embarazada y tiene que hacer reposo. Si pierde al bebé yo te mato. Te mato y al cadáver no lo va a reconocer ni tu puta madre. Yo voy preso pero vos vas al cementerio. ¿Está claro? Es mi último aviso. TE-MA-TO." Di media vuelta y me fui. Nunca más se lo oyó cantar. Al tiempo aisló una habitación y cantaba ahí. Y fuimos felices y comimos perdices. El bebé hoy tiene 16 años y les aseguro que al recordar y escribir sentía nuevamente en el cuerpo esa sensación de frustración que creía ya apagada. Sospecho que eso es la ira.

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II

Sabio es el que no despierta la ira de los poderosos. En el muro de un amigo se hablaba de Ringo Bonavena, un gran campeón argentino de boxeo que llegó a pelear por el título del mundo con Muhamad Ali. En ese muro conté la siguiente historia que me contó el otro protagonista de la misma: Ringo tenía una voz aguda y manos que parecían un racimo de sifones. No era muy alto para su categoría, más o menos 1,80, pero ancho como una heladera de carnicería. Un amigo mío era disc-jockey en un boliche de moda en la época y Ringo estaba una noche en el lugar con una señorita. Se acerco a mi amigo y le pidió con su voz atiplada -Flaco, ¿podés poner Feelings que quiero chapar un rato?" Hablamos de los '70 y para los no argentinos chapar era acariciarse con la ropa puesta, casi más allá de lo prudente para no terminar embarazado. -Sí, Ringo, dijo mi amigo, termino con los movidos y lo pongo. No pasó medio tema que Ringo volvió a insistir, - ¿Podés poner Feelings? - Ya, Ringo, los chicos están bailando a los saltos, dejame cambiar la onda de la música y lo pongo. Dame dos temas. Ringo lo miró y se fue. A los 45 segundos volvió y le puso una mano sobre el hombro. Mi amigo sintió como que le ponían un auto mediano encima. La frase que siguió fue - ¿Ponés Feelings o no ponés Feelings? El resto de la gente nunca entendió por qué en el medio de "Twist y gritos" se cortó la fiesta con un "FEELINGS, OH, OH, OH, FEELINGS..."

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III

Otra historia verídica Un primo mío era oficial en el Crucero General Belgrano. Cuando lo hundieron en la guerra de las Malvinas perdió, además de a sus camaradas de armas, todos sus documentos. Al llegar a Buenos Aires lo único que tenía era un papel con membrete de la Armada Nacional que decía algo como "El señor XXXX era oficial de la fuerza y que sus pertenencias y documentos se había perdido en combate y que por favor le facilitaran los trámites... y etc. etc. etc…" Así, luego del emocionado recibimiento familiar decidió renovar toda la documentación. Pensó que lo primero debía ser el registro de conductor así, con éste, podía manejar de un lado al otro renovando todo lo demás. Al ir a la dirección de tránsito la empleada que lo atendió luego de una larga espera, le dijo que sin el Documento Nacional de Identidad no podía hacerle el trámite y que esto y lo otro y lo de más allá y que el papel de la armada no servía para nada y que la partida de nacimiento y la vacuna del perro y que bla bla bla... Mi primo saltó sobre el mostrador y la agarró del cogote para matarla al grito de "GORDA HIJA DE REMILPUTAS MIENTRAS ACÁ VOS HACÉS PAPELES DE MIERDA A MI CASI ME MATAN EN ESE BARCO COMO A 600 DE MIS COMPAÑEROS O ME HACÉS EL REGISTRO O ALGUIEN SALE MUERTO DE ACÁ" y no sé cuántas bellezas más del mismo tenor (vaya, el tenor de nuevo, jejeje). Lo pararon entre varios, entre otros un policía, algunos empleados y algunos ciudadanos de a pie (literalmente, porque aún no tenían sus registros). Terminaron entregándole el carnet en el día (llevaba semanas que lo hicieran) mientras tomaba café amablemente con el director de tránsito de la Ciudad de Buenos Aires.

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Roberta Garibotti

LA IRA

La ira es una emoción pasajera que no es buena. Sus resabios siempre quedan en la espera… de otra ocasión, pero más duradera. Confieso haber sido su presa, cuando el pantalón aprieta o la almohada se calienta. Suele pasarse sola, dejar congoja. Y culposa a la persona. Mis hijos amados me la han provocado cuando no han dejado recado, ni un mínimo llamado. El hambre, la espera, los cortes de luz también la generan. No es mentira la ira Cuando se presenta, el corazón se agita, la sangre palpita, la paz se mutila.

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Antonio Lendínez Milla

IRA

Guardados tenía los recuerdos de lo que quiso y más quería, aquellos dibujos tan tiernos, los de su niña querida. No pudo ni un momento más, en un arrebato. Cogió las cuartillas, aquellos papeles, sus notitas, los dibujos que guardaba, aquéllos que con amor tenía, aquéllos que como un tesoro en la carpeta recogía. Y los tiró con furia al fuego. ¿Cuánto rencor retenía? ¡Dios!, cómo sufría su alma. Quise parar aquel gesto. -¡No! -Déjame. -¡Déjala! - Me contuvo su madre. De pronto no la entendía. Cuánto dolor aguantaba. Qué lucha consigo había. No la dejaba vivir. Sentí mucha pena. Cómo podía quemar su amor, su devoción, tan delicado tesoro, que sus amores rompía. Me dolió aquella escena. Su arrebato. Su furia incontenida. Aquel alma tocaba fondo, mas su querer no entendía. El fuego consumió los dibujos, aquellas primorosas cuartillas, sus dibujos infantiles, los que atesoró de su hija. Era en su dicha. No sé si aplacó su ira. Pero un cuchillo muy largo sajó lo que más quería. Era ella, era su niña. Era lo que más quería. Contra qué, aquella ira. Contra quién la dirigía. Era su niña el espejo de su niña mal querida. Era una madre, y una hija. Era una hija a su madre. Eran espejos con ira. Quería tan tiernamente, con tanto amor se exigía, que nunca dejó crecer, la niña que dentro había. En qué pensamiento estaba, en qué sentir se vivía, que no se paraba a mirar, la lucha contra su niña.

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Cristian del Rosario

LA IRA

Ya me había peleado, verbalmente, con 2 estacioneros que no me querían vender un par de litros de nafta porque "estaban de paro", la medida inavisada nos había agarrado en Núñez, casi sin nafta y con los chicos en casa de unos amigos que debíamos pasar a buscar. Ellos estaban atrincherados adentro del Shop, luego que había volado el anaquel de aditivos de una patada para reafirmar mi argumento: Si no me vendían 3 putos litros de nafta rompía todo. Pero hasta ahí era actuación, sé simular mi ira, controlarla, sé el efecto que causan mis gritos sumado a la portación de cara y cuerpo de rugbier/boxeador. Ante esa situación, ellos encerrados en su pecera, yo afuera a los gritos, habían llamado a la policía. A los pocos minutos llegó un patrullero. "Bien", dije para mis adentros; soy un hombre de derecho, sé tratar con la ley, los de "la federal" entenderán mis razones y van a interceder para sacarme de encima con un par de litros, no van a comprarse un problema por esa boludez. Bajaron del patrullero, eran dos, un oficial, cara de veterano, bigotes, su "Buenas noches" me gustó, era de la vieja escuela, junto con él, uno más pendejo, no saludó. Empecé a explicarles, que era de Temperley, que los chicos estaban en casa de unos amigos, que no sabía del paro... hablaba con el más veterano... cuando escucho, que el más pendejo, se dirige a mi mujer, sobrador, capaz para destacarse, tal vez para hacerse más protagonista, tal vez para hacerse el macho galán gracioso: "Si tenés hijos ¿qué hacés atorranteando por acá...?" El veterano se dio cuenta del cambio de mi cara. Una vez me enseñaron no amenaces si vas a cagarte a trompadas, enseñanzas del barrio, vio.

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Me puse adelante del pendejo... lo miré y le pregunte mirándolo a los ojos: "¿Qué dijiste?” No esperé la respuesta, había escuchado perfectamente. Mi "tucumano" dio en el centro de su nariz... no recuerdo más... un minuto pasó, creo, ahi tomé conciencia de que mi mujer, a los gritos, me decía que pare, el cana más grande agarrándome por atrás, el más pendejo sangrando en el piso, yo que lo seguía pateando, como podía y vi a los de la estación de servicio que me miraban asombrados, más convencidos que ni en pedo iban a salir de la oficina de vidrio.

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II Si bien eduqué mi espíritu en los altos muros de la tolerancia, el autocontrol y la paciencia, en mi interior se desata la ira - imaginando muertes lentas y dolorosas - a los siguientes seres (no existe orden de prelación): 1.

Los que te hacen las comillas con los dedos.

2. Los que te destacan lo bueno/bello/práctico de una cosa que se compraron y te preguntan: "Adivina cuánto lo pagué" o peor, te dicen, sin mayor preámbulo, el precio. 3. Los del punto 2, que, cuando le ponés cara de "no sé" insisten: "Dale, decime cuánto crees que me salió, un precio cualquiera". 4.

Los que usan frases comunes.

5. Los que te cuentan un chiste y se ríen ellos mismos cuando te lo cuentan. 6. Los de los puntos 2 y 3, que te siguen insistiendo, y vos cansado de decirles que no sabes... le tiras un precio y te contestan "...nooooo tan barato no..." e insisten; "Dale, decime ¿cuánto crees?". 7. Los que estas en una cola y se hacen los boludos y te hacen como una cola bifurcada. 8. Los taxistas que no te preguntan si te molesta el cigarrillo... (en verdad no me molesta pero si encienden uno sin preguntar le pido por favor que lo apaguen "porque... me molesta"). 9. Los que me insisten que coma polenta cuando les acabo de hacer saber que es la única comida que no me gusta. 10. Los que te tocan bocina en el primer nanosegundo que el semáforo se puso en verde. 11. Cualquier sistema de estacionamiento medido que exista, me subleva que me cobren por el hecho de parar mi auto al lado de un cordón. 12. Los mozos que te llenan la copa cada vez que está por menos de la mitad. 13.

Susana Giménez.

14.

Los que te quieren contar una película que no viste.

15. Las mujeres jóvenes que se hacen las boludas cuando sube una mujer embarazada.

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Caro Barba

La ira va de la mano de la tranquilidad. Hay una línea muy delgada entre ambas que puede quebrarse ante un golpe inesperadamente ventoso. El ser más pacífico puede manifestarse envuelto en ira. Hay situaciones donde me transformo de caperucita a lobo feroz ¡y no me gusta! pero me resulta inevitable, como cuando me niegan un baño público después de viajar 50 km (es mucho para esperar), cuando veo madres que no registran el llanto o llamado de atención de sus hijos (no puedo expresar mi ira porque me convertiría en un ser incivilizado); pero la procesión va por dentro y lo paso muy mal. Sí intervengo cuando peligra el dedo de un niño en una puerta que se abre y se cierra; me acerco y corro al niño de allí. Cuando la gente es extremadamente impuntual y no registra que para que yo haya llegado puntual tuve que montar un circo en otro lugar (ahora no espero más y el que llega tarde se entera... porque me fui).

Cuando estoy en presencia (como espectadora) de una agresión verbal o física (ahí no me importa que me vean incivilizada y me meto igual). He recibido miradas tremendas e insultos gracias a mi intervención. Le hago honor a la frase: "si me buscan, me encuentran"... a veces con filtro y cada vez más, sin él.

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Aitor Arjol

Las iras, según Rosita -Oye tía, vos sabés qué es la ira. -Pues déjame ver, a mí me mueven de las iras los que no leen. -Me parece que eso es lo que hace el señor que manda en el municipio, porque tomá el libro al revés ¿no es así, tía? -Claro, qué lista eres. -Pero que sepas que a mí no me mueve de las irás, sino que da chiste ¿sabes si "irá" a la escuela, o viajará a Irán a leerse las mil y una noches? -Tampoco lo sé, Rosita, son cosas del azar, no creo que sepa ni lo que es una escuela ni dónde está Irán. -Eso sí que me da iras a mí, qué boludo. -Los tontos abundan. -Che, ¿pero tanto? -Sí, son muchos. -Eso sí que me mueve de las iras también. -Pues tía, vamos a calmarlas leyendo, que los libros nos salvan de ser tontas. -Eso haremos, corazón,

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Nerio Tello

LA IRA Y LA PIEDRA

Es sabido que la ira de Aquiles, algunos la mencionan como cólera, fue determinante para el triunfo de los griegos sobre Troya, pero también su ira –por la muerte de su amigo- lo condujo a la muerte, cuando una lanza se ensartó en su famoso y débil talón. Los griegos también hablaban de la hibris que no es lo mismo pero es parecido. Es la desmesura y el desprecio temerario por el espacio personal ajeno, a lo que se suma la falta de control sobre los propios impulsos. Este sentimiento violento está –según los griegos- inspirado por las pasiones exageradas, y es considerado una enfermedad por su carácter irracional y desequilibrado. Sin embargo, dice Bertold Brecht: “Cuando se desafía al poder, éste no puede ceder. Para él, el hombre que sólo obedece a su ira es un hombre corrupto” (Antígona). Si alguno recuerda, en "Madre Coraje", también de Brecht, hay una escena de un soldado presa de la ira porque el comandante no le ha agradecido que recuperara su caballo. Jura vengarse, matarlo, dominado por la ira. Y Madre Coraje le dice que si la ira no le sirve para realmente producir un cambio de las cosas, es mejor no enojarse. O sea, la ira no canalizada, entiendo, es una pasión inútil. Al parecer Freud adjudicaba la ira a la falta de amor (no soy un entendido en el tema, quizás alguno compañero puedo ampliar esto). ¿Quién de nosotros no sintió ira alguna vez? Es un sentimiento horrible, en tanto uno se ve en otro cuerpo, en otra cabeza, capaz de hacer algo impensable. La famosa desmesura griega. Todos somos víctimas en algún segundo de la ira; el asunto es reconocerla.

Les dejo un aforismo: “El que esté libre de piedras, que tire la primera ira.”

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Javier Cárdenas

LA IRA

Daniel dejó caer el cable del teléfono y se sintió bien, en paz, como hacía tiempo no se sentía. Tuvo que reconocer que el tratamiento era bueno, un poco caro, pero efectivo al fin. Se acomodó la ropa, viendo el cuerpo inerte en el suelo, y se lamentó por no poder darle las gracias. Tomó el picaporte para abrir la puerta y salir, la misma que había abierto escéptico hacía unos cuarenta minutos atrás. Es que, a pesar de haber perdido la esperanza, la insistencia de su esposa lo había empujado a concurrir a la sesión para no defraudarla. En los últimos meses, en su afán por controlar la ira que lo dominaba, había protagonizado un exhaustivo derrotero por clínicas, consultorios, religiones y mano-santas, que habían socavado sus expectativas de mejorar. El profesional lo escuchó con atención, acostumbrado a las revelaciones bochornosas de los pacientes, que iban ligadas a la falta de control sobre sí mismos. De manera esporádica, interrumpía el relato y preguntaba algo puntual, luego lo registraba en una libreta de tapas negras. Al término de la sesión, sólo tuvo palabras de aliento, al notar lo turbado que estaba su interlocutor. Acordaron una segunda cita, para la semana siguiente, y en todo momento lo alentó a seguir luchando contra sus impulsos. Con una sonrisa tibia, Daniel se puso de pie, listo para marcharse. -Gracias, Doctor. ¿Cuánto le debo? -Son mil seiscientos pesos.

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Mercedes Antón Cortés

La ira, ese cuerpo extraño ingerido sin que tu voluntad intervenga. Un ente que en cuestión de segundos puede crecer y posesionarse de toda tú, incluido tu cerebro. Hay un pulso, y si tu voluntad es fuerte, la doblegas a la ira... en caso contrario ella estalla y te convierte en mil deslavazados pedazos que luego hay que recomponer.

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Guillermina Silva D’Herbil

Se gesta, y empieza a crecer como un monstruo rojo, avanza veloz, se acerca, tibia, caliente, burbujeante, echando humo. Me alcanza, me rodea, me posee, entra en mĂ­. Estalla. Incontenible. Irrefenable. Desencadenada, la vomito. Y extenuada, dolorida, apaleada, quisiera que nunca hubiese pasado.

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Mariangeles Soules

Siempre se me ha catalogado como una persona de muy buen humor y mucha paciencia, pero yo no sé si es que la vida me ha golpeado mucho por este mismo hecho de TOLERAR DEMASIADO, que últimamente me siento menos tolerante, menos paciente y mucho más irritable. A lo que voy es que quizá yo siempre esperé de los demás lo mismo que yo les di y eso no sucedió en casi ninguna ocasión. En estos tiempos ya no confío en las personas como antes y ya no espero mucho de los demás, especialmente de aquéllos a quienes más he ayudado de una forma u otra porque cuando los he necesitado me han decepcionado, es por eso que me irrito fácilmente con quienes pretenden que yo siga siendo la misma sumisa, colaboradora, tolerante y, bueno, no sé cuántos calificativos más podría agregar. Pero hay cosas que realmente me ponen los pelos de punta, como por ejemplo aquéllos que sin saber cuáles son mis sentimientos o mis problemas opinan y creen que pueden dirigir mi vida cuando ellos mismos no han podido llevar una vida de éxito, o cuando hablan de los hijos ajenos como si los de ellos fuesen santos, cuando todos los que los conocemos sabemos que de santos no tienen nada de nada y que más bien se los puede calificar como egoístas, mal educados, vagos, mentirosos y, bueno, para qué seguir, mejor lo dejamos ahí. Ahora hay algo que he visto en algunos padres jóvenes y me refiero a menores de 40 años que se pelean con sus hijos por la PC o por la Play Station cuando deberían estar revisándole las tareas del colegio o incentivándolos a que lean un libro, y no reniego de la tecnología, pero todo tiene un límite; otra cosa también es que se les reprende a los chicos para que no digan malas palabras y los mayores parece que se hubiesen tragado una cloaca. Me irrita la mala educación y las faltas de ortografía, éstas sí que son dos cosas que no puedo tolerar.

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Diana Levinton

Miro a mi alrededor. No hay salida. Nada de lo que haga va a cambiar lo que está ocurriendo. No importa quién tiene razón, sólo quien tiene el poder. Frente a la muerte sorpresiva y sorprendente, frente a la música que antecede al anuncio de otro golpe de estado, frente al piquete que corta la ruta, frente a la sonrisa sarcástica del que humilla desde la fuerza. Quedo sin palabras, todo mi cuerpo haciendo un esfuerzo para respirar. Las palabras pelean por ser dichas aunque mi garganta no puede emitir sonido alguno. Me pesan las piernas y me encadenan sometiéndome a la quietud. Mis brazos cuelgan como ramas secas y mis ojos no logran que una lágrima los refresque. Ni eso. Impotencia. Quedarme sin respuestas, sin preguntas, sin saber quién soy, quien podría ser, quien fui. Mi identidad se disuelve y soy un otro que me es ajeno, un otro que querría poder matar, matarse, terminar de una vez con esa insoportable sensación de imposibilidad. La resignación como alternativa no es una opción posible. Tampoco la aceptación de que eso que está siendo es lo único posible simplemente porque es. El aire se torna oscuro y espeso. Intento asirlo para empujarlo dentro de mi cuerpo y sentir que estoy viva pero mis manos inertes son las de un muerto y sé que si mis dedos pudieran tocar el aire lo congelarían. Tengo miedo de mí misma. Miedo de lo que sería capaz de hacer si fuese capaz de hacerlo. Miedo al descubrir que estoy siendo habitada por un otro que no es quien quiero ser. Miedo porque descubro mis miedos, porque las palabras que no puedo pronunciar entretejen escenas en las cuales protagonizo lo indecible, lo que me avergüenza ser capaz de sentir, lo que representa lo más vil de la especie humana, lo más cruel, lo inaceptable. No lo soporto más. No soporto sentir esto que siento, esta desesperanza que me empequeñece ante mis propios ojos, esta sensación de ser torturador y torturado, amo y esclavo.

Y en el momento exacto en que mi cuerpo ya no tolera un instante más, aparece la ira como antídoto redentor. Ahora se trata sólo de una pulseada entre yo y yo y llevo las de ganar. Un exitoso proceso de socialización, un minucioso proceso de aprendizaje, un doloroso proceso de aceptación. La ira me libera de la impotencia y puedo volver a respirar.

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Horacio Tort

LA IRA ME HACE ENOJAR

Desde muy chico me he visto forzado a ejercitar el autocontrol y la tolerancia, cual Dalai Lama, para evitar estallidos de furia incontrolable (acompañada de fuerza y desmesura proporcional) ante provocaciones que lo justificaban. Todo esto producto de una disritmia paroxística que me aquejó desde la infancia y que me demandaba un encefalograma de control al año y la ingesta de una pastilla diaria (Epamin con fenobarbital), hasta que a los 15 años fui dado de alta. En los 60s se pensaba que esta dolencia era el peldaño inferior de una escalera en cuya cima (inalcanzable para un disrítmico) estaba la epilepsia. Hoy en día creo que se considera más normal y habitual y se lo atribuye a múltiples razones, no necesariamente neurológicas. Como es algo que quedó en el pasado, nunca me tomé la molestia de googlearlo. Es por eso que la gente que me conoce íntimamente seguramente me describirá como un tipo de lo más tranquilo, que muy pero muy rara vez verás de mal humor o enojado, que nunca pierde la calma en situaciones de crisis y otras características del estilo. Y yo no diría que esta descripción sea incorrecta, solo diría que es incompleta. Sí puedo estallar, como cualquier ser humano. Si sos una persona conocida y apreciada no te preocupes que encontraré la manera de controlarme, y si no lo sos, mejor que no seas la causa de mi estallido. Ahora, si es ira lo que yo siento, la verdad no lo sé. Es probable y posible que lo sea. Pero para juzgarlo habría que analizar las situaciones a lo largo de mi vida. Y las que recuerdo son las siguientes…

I En los casi 25 años de casado hubo 4 veces en las cuales terminé por romper algo para preservar la salud de mi ex mujer, por el solo hecho de ser mujer (me parece el mayor acto de cobardía pegarle a una mujer) y no porque no lo mereciera. En mi descargo debo decir que, cuando con toda premeditación se lo proponía, ella sabía ser insistente a extremos insospechados por el ser humano e igualmente inoportuna. También, que nunca estallé sin antes advertírselo no menos de 4 o 5 veces. El saldo general es un paragüero, y una puerta de casa

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abollados, la puerta trasera del auto al chapista y un ventanal del cuarto destrozado, este último de mala suerte ya que solo arrojé un almohadón a la cortina y este pegó en la varilla metálica para correrla, la cual hizo estallar el cristal. Cosas que pasan y pasaron, las disculpas se pidieron en ambos sentidos y el make up sex al día siguiente fue genial. Una vez, de joven, le vacié un tacho de basura en la cabeza a un colectivero de la línea 59 por no levantarme en la parada, pero es medio largo de contar y por escrito, sin teatralización, se me hace que será aburrido. Además, entre que no me paró y lo que tardamos en interceptarlo con un amigo en su auto, creo que ya no era ira sino venganza.

II Y la última situación marca una confrontación entre iras y un final anunciado. En mi segundo ciclo laboral en una empresa de investigación de mercado, el que conocí en mi primer paso por esa empresa como el Contador, se había convertido en el Gerente General. Algo más joven que yo, buen tipo, casado, dos hijos, deportista, un tipo normal por donde se lo mire. Solíamos ir juntos a almorzar con otros directores de la empresa, con lo cual había una buena onda y confianza entre nosotros. A poco de volver a la empresa, presencié un espectáculo donde este buen hombre se convertía en un energúmeno que al borde de la afonía gritaba a viva voz a un empleado que había cometido un error. Cuando estaba por intervenir, otro director me paró y me dijo que no lo haga, que era peor, que después se le pasaba, que no sabía cómo manejar la ira. Al otro día, al almorzar con él le advertí con la mejor onda que si alguna vez se le ocurría gritarme a mí como había hecho con ese empleado, yo lo cagaba a trompadas. Sin vueltas, sin preocuparme por las consecuencias. Ya calmado, se disculpó por su accionar y dijo que no me preocupe que no iba a pasar. Pero pasó. Por una tonta diferencia en cómo negociar algo en relación a un evento de la empresa, empezó a subir la voz en su despacho ante lo cual le pedí seriamente que me hable más bajo, como seguía en un tono muy alto le dije “mejor me voy porque esto termina mal” y me levanté y salí de su oficina. No había hecho más de 7 u 8 metros cuando lo escucho decirme a grito pelado “vení ya mismo para acá”, al tiempo que por el rabillo del ojo, al inclinar la cabeza a un costado, lo veo señalar el piso a sus pies. Y todo tiene un límite. No soy un pichicho para señalarme el piso a sus pies. Primero le revoléé un tubo de 3 pelotitas de golf que venía de comprar y que todavía tenía en mis manos cuando me llamó a

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su oficina. Apenas lo esquivó con un movimiento de cabezas y solo tuvo tiempo a retroceder unos metros y ponerse contra la pared cuando ya me tenía encima agarrándolo con la mano izquierda del cogote levantarlo hasta dejarlo en puntas de pie y con el puño derecho en alto y al borde de golpearlo le dije “te advertí que nunca me grites”. Fue su cara de pánico y sus ruegos que me calme lo que me hizo frenar. Lo zamarreé un poco antes de soltarlo, agarré le tubo que estaba en el piso, fui a mi oficina, cerré la PC y me fui a mi casa pensando en el viaje que seguramente al día siguiente iba a tener que empezar a buscar trabajo. Pero no, al otro día, a eso de las 11hs él entró en mi oficina a pedirme disculpas y a decirme que yo tenía razón en la tonta discusión que generó la pelea y que por favor siguiera trabajando normalmente. El resto de los empleados y directores me daban la mano para felicitarme como si los hubiera reivindicado a todos. Y si bien no me sentí mal por mi actitud, si me dio mucha pena por él, por tener que convivir con arrebatos de furia como esos, que me parecía que tenían motivos tan triviales y cotidianos comparados con los míos, que respondían a casos extremos. En definitiva, tal vez pensar que uno tiene razón o motivos suficientes es una manera de justificar estos momentos que sería ideal no tener. Tal vez no haya nada que los justifique. Pero no jodamos, está la Campora, los referís de fútbol, la psicóloga de mi ex mujer, la inoportuna caída de sistemas, la mala educación, las encuestas telefónicas a las 12 de la noche, el telemarketing, y sin entrar en discusiones políticas, la mentira, el engaño, el autoritarismo, la injusticia, la corrupción y la impunidad. ¿Cómo hacés para quedarte en calma chicha ente tanta motivación?

III

EL DESPERTAR

El sonar del despertador a las 6:15 retumbaba en su alma indicándole que debía enfrentar un nuevo día. Sentía que el cuerpo le pesaba una tonelada como cada mañana. Todos los días la misma rutina. Levantarse, vestirse, pasar por el baño, afeitarse, todo esto hecho con temor, en puntas de pie para no despertar a nadie antes de tiempo. Sabía que así al menos no escucharía insultos ni gritos hasta dentro de un rato. Después debía bajar las escaleras evitando el quinto y el noveno escalón que hacían ruido, ir a la cocina y preparar el desayuno. Café con leche entera con dos cucharaditas de azúcar, dos tostadas de pan lacteado de molde, doradas pero no quemadas (siempre que las

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preparaba pensaba que así las pediría seguramente James Bond), manteca y mermelada de frutos del bosque para una de sus hijas. Para la otra era té con leche descremada, apenas una nube, una cucharadita de azúcar, galletitas de agua con manteca y dulce de leche. Para su suegra tenía que tener listo el mate amargo a la temperatura deseada y lo acompañaba con dos rebanadas de pan integral con queso Filadelfia (y guay que le cambiaras su marca habitual que se armaba un escándalo). Para su mujer mate cocido, con una cucharadita de azúcar negra, dos tostadas de pan integral con manteca y mermelada de naranja. Y para él un café doble, negro, sin azúcar, que tomaba parado porque no había lugar en la mesa de desayuno. Mientras se iban preparando las tostadas fue hasta la puerta de entrada de la casa, la abrió y levantó el diario, el cual debía dejarlo en el lugar de su suegra, que una vez desayunada se volvía a meter en la cama a leerlo. Fueron bajando de una en una, en silencio y sin saludar se sentaron en sus lugares y cada una fue encontrando algo para reclamar. Que las tostadas ya estaban frías, que le había puesto mucha mermelada, que el mate estaba demasiado caliente… Todos los días encontraban algo para reclamar. Todos los días del año, siempre en mal modo, nunca un elogio o un agradecimiento. Y todos los días él pedía la misma disculpa y cuando intentaba explicar que eran muchas cosas distintas al mismo tiempo y en una cocina limitada, lo mandaban a callar y le daban las órdenes del día. Conchita, no te olvides de pasar por la tintorería, de lavarme la pollera de jean, de hacer las compras en el supermercado, Conchita para hoy quiero comer algo liviano a la noche, algo así como una tarta, yo prefiero pollo, no te olvides de tender la ropa antes de las 3 de la tarde así se aprovecha el sol de la tarde, sí pero sin ruido que yo tengo que dormir la siesta, estoy muy cansada. Todos los días encargues como esos para hacer entre la 1 y las 4 de la tarde. Después debía volver al consultorio hasta las 7 para volver a casa con tiempo para preparar la cena. Todas las mañanas igual. Ellas se quedaban desayunando y él se iba trabajar. El consultorio quedaba cerca y el iba caminando. Siempre caminado, a paso lento, como descansando de esas primeras horas del día que le dejaban un sabor amargo en la boca. Y no precisamente el del café. Y sus pensamientos siempre rondaban por los mismos caminos, cómo hacer para librarse de su familia. No eran los quehaceres domésticos lo que le molestaban. En definitiva, muchas mujeres que trabajan no tienen más remedio que hacer esa vida. Era la falta de respeto, de educación, de reconocimiento y de agradecimiento de todas, las cuatro,

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hacia él. Y el maltrato. Sí, el maltrato lo exacerbaba. Si hasta le decían Conchita. Ni papá, ni Ricardo. Conchita. Consciente que lo había intentado todo, desde el divorcio hasta el irse a vivir solo y nada había funcionado ya que en ambos casos lo amenazaban con dejarlo sin un centavo, sentía que estaba preso de su destino y esa idea lo consumía. Sentía que lo que alguna vez fue amor, de esposo y de padre, se iba convirtiendo en un odio visceral. Se sentía en gran parte culpable de haber dejado que esto sucediera. Pero la realidad era que un odio que iba creciendo ante cada grito, ante cada insulto, ante cada maltrato hasta transformarse en una ira irrefrenable que necesitaba expulsar de sí mismo de alguna manera. Y esa tarde canceló los compromisos que tenia y se quedó pensando qué hacer. A la mañana siguiente, todo volvió a ser igual. El despertar apesadumbrado y en silencio, los preparativos del desayuno, las cuatro mujeres que bajaron a desayunar y los habituales reclamos. Sólo que esta vez, él, en lugar de intentar una disculpa, sacó de atrás de la heladera la escopeta de dos caños que su tío le había dejado en herencia y la apuntó hacia la mesa en dirección a su esposa. El pánico al verlo así, con los ojos desencajados de sus órbitas y una sonrisa que llevaban años sin ver, no evitó un último maltrato. “Conchita, ¿qué haces? ¿Estás loco?”, fueron sus últimas palabras. ¡¡¡PUM!!! Después fue el turno de su suegra. “Vieja de mierda” se le escuchó decir. ¡¡¡PUM!!! “Hijo de puta” llegó a gritar la mayor de sus hijas, incorporándose apenas. ¡¡¡PUM!!! La menor llegó hasta la escalera e intentó llegar hasta su cuarto, pero apenas subió unos 7 u 8 escalones cuando la bala la alcanzó. ¡¡¡PUM!!! Una vez hecho el último disparo y recorrido los cuerpos para asegurarse de que estaban muertas, bien muertas, Ricardo infló el pecho, se dirigió al living, se sentó en el sillón que alguna vez fuera su lugar y que había tenido que ceder a su suegra, levantó el teléfono y marcó a la policía. Cuando atendieron sólo dijo “Vengan, hubo 4 asesinatos” y dejó el teléfono descolgado para que rastreen la llamada. Después sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo de la camisa, encendió un Gitanes y le dio una larga y placentera bocanada. Podía volver a fumar dentro de su casa. Seguía sonriente.

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Ana Lia Monfazani

LA IRA DE LA MAESTRA/LA IRA DE LA MADRE (UN MAIL A LA DIRECTORA) Hola Verónica: Recurro a vos por la cuestión de las figuritas que entiendo que Vicente ya te comentó. Igualmente, resumo: la semana pasada, Vicente tenía en el estante debajo de su escritorio una pila de 50 figuritas que había intercambiado durante el recreo. Él asegura que no estaba jugando y que Birgit se las sacó, aclarándole que no se las iba a devolver hasta la finalización del Mundial. También me comenta que intentó sin éxito explicarle a la maestra que no estaba jugando en ese momento, sino leyendo. Como vino muy angustiado, le dijimos que recurriera a vos por este tema para tratar de encontrar una solución. Habiendo pasado casi una semana sin tener novedades, te escribo porque me gustaría compartir un par de sensaciones que tengo sobre el tema: - Vicente asegura que no estaba jugando. Yo le creo. La maestra no escuchó su explicación. - No hubo una advertencia previa de que no se podía tener figuritas apoyadas en el estante del banco. Y, en el caso de que realmente hubiese estado distraído con las figuritas, hay varias posibilidades disciplinarias (sacar las figuritas durante esa hora y luego llamarnos, mandarle una nota en el cuaderno, etc.) que no implican sacarle el tesoro más importante que puede tener un chico de 11 años fanático del fútbol en este momento. - No tiene sentido recuperar las figuritas después del Mundial. Este álbum se completa y se consume antes y durante el evento. En fin, me gustaría tratar de apuntar a una solución que resuelva esta situación de una manera superadora. Saludos y desde ya, muchas gracias.

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Dicky Schefer

DEL ATAQUE DE IRA o "RAGE ATTACK"

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Desconfiá un tanto de quien te diga que jamás padeció un ataque de ira. Admití haberlos tenido. Como se dijo acá en algunos excelentes posts, es como si estuvieras momentáneamente poseído. Tanto, que después no podés creer lo que hiciste. Sentís que esa persona no había sido vos. Pero también admitíte, si querés, que tirar ese plato - o algo contra el piso o lo que sea y hacerlo trizas te produjo un placer y alivio delicioso. Momentáneo. Pero te comparto una verdad a tener muy en cuenta. Los ataques de ira no sirven. No sirven para nada. La buena noticia es que sí podés evitarlos. La clave es que tenés que buscar, como sea, introducir al menos un milímetro de espacio entre impulso y acto, y aprender esforzadamente a estirarlo de a poco. Podrás aprender a evitarlo y con el tiempo aún generar situaciones creativas, que se van imprimiendo en el cerebro. No hablo desde un manual o de un púlpito. Fui iracundo. Siempre pueden surgir situaciones que te pueden producir ira, porque tus carencias dan lugar a sentimientos que la generan. Ni hablar de las situaciones ajenas que están fuera de tu manejo, que son la mayoría. Tené en cuenta especialmente esto último, porque la causa más frecuente de la ira es la impotencia. La sensación de impotencia es durísima. Para enfrentarla primero tenés que tomar conciencia que controlás poco, muy poco.

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P.S. pido disculpas a nuestros amigos no argentinos por haber escrito esto en porteño con voseo y verbos propios.

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Paula Ancery

Es más alto que yo y más grandote, pero si lo agarro desprevenido lo puedo tirar al piso, meterle una buena patada en los riñones y salir rajando. Los platos en la alacena seguro que hacen un ruido bárbaro si los agarro y los revoleo al patio, ya sea todos juntos o de uno en uno. Sea cual sea su complexión física, seguro que no se espera que le apriete los huevos o que le ensarte el ojo con una birome. Portazos, patadas a objetos inanimados, clavadas de uñas, trompadas con la mano en uno de cuyos dedos llevo un anillo bien grande, de metal pinchudo, botellas partidas en la cabeza del agresor, y todavía no estoy considerando el arma más letal: las palabras que son como misiles teledirigidos al corazón del atacante, palabras como dardos envenenados que hacen eso: envenenan, matan después de una agonía horrible. No lo hago. Nunca lo hice. Siempre me detuve al borde. Me educaron demasiado bien… o demasiado mal. Me educaron demasiado. Le tengo un terror pánico a lo sin retorno. Aunque el sin retorno se refiera a un juego de platos barato, pero que habrá adquirido un incalculable valor sentimental en cuanto yo lo haya destrozado, estoy segura. Aunque me hayan hecho un daño por el que realmente sería legítimo que se quedaran sin un ojo, con los huevo secos o dializados de por vida. No importa: soy yo la que no quiere cargar con ese peso por el resto de su vida. También estoy segura de que con esta consigna más de un lipeño hará, ya hizo, un mea culpa por su día, su instante, su nanosegundo de furia. Escúchenme: yo vengo a reivindicar la manifestación de la ira, porque lo re-primido hace daño, porque yo soy de las que se de-primen. He tenido depresiones de las que me ha costado salir y depresiones de las que salí “rápido”, pero con medicación. Hablaba de que yo no quería cargar con un peso: pero la depresión es un estado físico muy fácil de confundir con la hipotensión (que también tengo); una debilidad, una sensación permanente de cansancio… de

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pesadez. Como si cargara literalmente el mundo sobre mis hombros, al revés de lo que recomienda “Hey Jude”. La de-presión, la no-presión (arterial); me estoy muriendo y esto no tiene nada de romántico ni de exaltante sino que estoy hecha una inútil por nada que no le esté pasando a un montón de gente continuamente. Por evadirme de algo que me presiona (por ejemplo, el imperativo de hacerme valer, de no dejarme pisar el poncho), la paradoja es que todo me presiona y todo me pesa. Y soy yo, que no tengo energías para nada, la que lo hace presionar y pesar. Entonces mi organismo deja de ser mi socio y hace lo único que puede para preservarse: para que deje de presionarme a mí misma, me debilita. La macana es que ahora no puedo ni joderme a mí misma ni hacer prácticamente nada. El psicólogo me lo explicó: la depresión es la contracara de la ira. Cuando un paciente se deprime, hay que preguntarse qué es lo que lo tiene tan enojado que, al no manifestarlo, se vuelve contra él mismo. A la inversa, cuando una persona tiene estallidos desmesurados de ira, hay que preguntarse qué es lo que la tiene tan triste que, al no poder asumirlo, hace que se enoje por demás. Uno explota y el otro implota. Los dos destruyen y, ante todo, se destruyen. Alguien dijo acá que probablemente lo que subyazca a la ira sea el sentimiento de no ser lo bastante amado. Esto no se contradice con lo que me dijo a mí el psicólogo. Sería bastante coherente. Puesto que me agreden, no me quieren: por lo tanto me pongo melancólico o me pongo furioso. No tengo manera de saber si es así, pero sería coherente. Así que si damos esta hipótesis por válida, las malas noticias serían dos. Primero: el único amor que se puede exigir, porque es inhumano que no te lo den, es el amor de padre a hijo; todas las demás personas están en su perfecto derecho de no amarnos o de amarnos menos de lo que quisiéramos o de amarnos “mal”. Segundo: Absolutamente todo el mundo convive mal o bien con la herida de los no amados –incluso cuando quienes no aman sean los propios padres-, y no todas esas personas se deprimen o atacan. La adultez consiste en superarlo. Hoy ya me tomé mi fluoxetina. Ahora los dejo porque tengo que ponerme a darle manguerazos a una pila de diarios. Me siento una idiota haciéndolo, me parece que estoy actuando; pero el psicólogo me dijo que cuanto más ruido hiciera, mejor iba a ser para mí. Y cuando empiezo sentir que me cosquillean las encías, hasta me parece que el psicólogo tiene razón.

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Claudio Beller

La primera vez no entendí lo que pasó. Mis manos estaban hinchadas, mi camisa manchada de sangre y; sin embargo; no podía acordarme lo que pasó, lo que me pasó. Con respecto a las siguientes, me gustaría poder decir lo mismo pero no, estaría mintiendo. ¿Que se lo describa? ¿Qué quiere que le describa, que me agarraba a las piñas con el primero que se me cruzaba? Ah, ahora entiendo. Qué sé yo, la oficina con clientes agrediéndome por teléfono todo el día, un jefe que no dejaba de soplarme en la nuca, colegas que lo único que les interesa es clavarte cuchillos por la espalda. Uno aguanta hasta ahí. Salís a la calle con toda esa presión acumulada y pobre el gil que te mira mal. Pero ése que pegaba no era yo. Era una sensación extraña, como si pudiera verme desde afuera, se lo juro. ¿La última vez? ¿Usted sabe por qué estoy acá, por qué me hace repetirlo? Bien, que sea por lo terapéutico. Yo estaba mal, realmente mal. Mi mujer no aguantaba más, no me aguantaba más y se fue, me dejó. Una tarde después del trabajo salí con el auto a la ruta para despejarme. El resto, no sé. Un tipo se me cruzó mal, lo seguí hasta cruzarle el auto. Dicen que me bajé con una barra de hierro en la mano y que le rompí la cabeza, no sé, es lo que dicen... 2

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Nota del autor: es ficción (por las dudas).

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Cecilia Mosto

LA ÚLTIMA VEZ QUE MI MARIDO LLEGÓ "IRADO"

Así que hoy llegaste “irado” a casa… Así que te trato mal tu jefe y te fumaste un piquete en la Ricchieri. …Y no tenés ganas de comer “laporqueríaquecocinosiempre”, que ya venías oliendo del pasillo. Justo vos que te gustan las milanesas de pollo… y no las de ternera, que te parecen un vómito, te fuiste a casar conmigo que sólo hago de peceto… Así que no te gusta que sea tan desordenada y que no me haya ocupado de ver si tenías calzoncillos, sin contar que siempre me equivoco y los guardo en el cajón de las medias. ¿Que querés estar tranquilo y ver el partido amistoso de la selección? ¿Que querés que te saque a los chicos de encima? Así que no querés “atendeeeeeEEE”.

atender

el

teléfono

y

me

pegas

el

grito

Ah, mira... Ahora que te tengo a mano. Que estás sentadito en el sofá, mirando a la puta selección y al forro de Messi que ni siquiera sabe hablar. Con esas pantuflas del orto, acomodándote las tremendas bolas que heredaste del idiota de tu viejo. Comentando al aire boludeces que nadie escucha. ¿Querías que amase? ¿Me comentaste que querías que amase los fideos no? Acá tenés un lindo palo de amasar en el medio del fideo.

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Jorge Pailhé

IRA

- ¡46! - Aquí tiene. Buen día. Yo vengo por… - No señor, éste es el número azul; yo llamo los amarillos. - ¿Y quién llama a los azules? - No sé señor; pregunte en Informes… ¡46 amarillo! - Espere, señorita; estoy acá hace más de una hora… es más no vi dónde se sacan los números amarillos. - Ya le dije, señor, ¡pregunte en Informes! Yo sólo hago mi trabajo… Buen día, señora; ¿usted tiene el 46 amarillo? - Sí señorita… disculpe señor, ¿me dejaría pasar así hago mi trámite? - Sí señora, pero antes quiero saber adónde debo ir con mi número 46, pero azul… - Disculpe señor, pero ¿a mí que me importa? Yo estoy acá hace más de una hora, tuve que suspender mis actividades para venir… - ¿Cómo qué le importa? Señorita, es insólito que no me pueda decir qué tengo que hacer con el número azul… - Ya le dije, vaya a Informes… - ¡Pero hay una cola larguísima! ¿A usted le parece que tenga que comerme otra hora y pico de espera? - Tome señorita, yo vengo por la jubilación de mi mamá: no depositaron los últimos dos meses… - ¿Y por qué no viene su mamá, señora? - Porque es discapacitada, yo soy su apoderada… tome, aquí tiene mi certificado de apoderada y la fotocopia de mi DNI.

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- Señora, no puedo creer que sea tan poco solidaria con un ciudadano que como usted está haciendo un trámite… ¡al menos deje que la señorita me diga adónde ir, y si no sabe que lo averigüe! - Disculpen ¿qué pasa ahí? ¡Yo tengo el 48 amarillo y si siguen discutiendo no me van a atender más! - ¡Pará flaco! Yo sólo quiero seguir el trámite tranquilo… - Señora, ¿trajo el certificado de discapacidad de su mamá? - Lo tiene ustedes, me parece…. - ¡Ah, así que le parece! Bueno, ¡a mí me parece que me tienen que decir adónde seguir mi trámite! - ¡Oiga! Ya le dije que se deje de joder que me quiero ir… en todo caso vaya y saque un número amarillo, ¡pero córtela porque ya pronto me toca a mí! - Señora, el certificado de discapacidad de su mamá es una responsabilidad suya, no nuestra… ¡47 amarillo! - ¡No, espere! ¿Ve? Usted es el que pone a la gente de mal humor… - ¿Yo? ¡No se da cuenta que esta mujer está ahí sólo para decirnos todo que no! - Señorita, si el 47 amarillo no está me toca a mí. ¡A ver si ustedes dos se corren de ahí! - ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!! No me voy a correr un carajo ¿sabés? ¡Porque sos un sorete incapaz de ponerte en mi lugar! ¡¡¡¡¡AQUÍ NOS QUIEREN VOLVER LOCOS!!!!! Vos, la gorda conchuda esta insensible de mierda, que le importó tres pedos… ¿Así que tuviste que suspender actividades para venir acá? ¿Qué suspendiste? ¿La peluquería, la tintura?... Y usted… a usted ni siquiera tengo palabras… ¡¡¡USTED ES UNA HIJA DE SIETE MILLONES DE PUTAS!!! Y ESTA PLANTITA TAN LINDA QUE TIENEN ACA ¿VE? BUENO (onomatopeyas varias) ¡AHORA LA TENES AHÍ! ¡Y VOS, SEÑOR SEGURIDAD, VENI QUE PARA VOS TAMBIEN HAY! ¡¡¡¡¡¡VENI QUE TE VOY A CAGAR A TROMPADAS CON UNIFORME Y TODO!!!!!!

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De Raedemaeker Sanchu

La ira es lo único que me pone verdaderamente seria. Ya que, como algunos saben, me canto de risa con la tristeza y en la intimidad de la tristeza, el chiste es inevitable. Pero con la ira no se jode, la ira se piensa y se mastica. La mandíbula se pone tensa, y los dientes se me quiebran. La ira me perjudica, y puedo decir cosas que quiebran también una copa, que ni con Loctite puedo reparar. Es un salto de emoción, que va con carne y hueso. El corazón caliente y la mente fría es ideal, pues creo que en la ira, las temperaturas coinciden. Es ese pequeño animal que rompe el collar de ahorque, con los ojos salientes, las venas a punto de reventar, y las uñas fuertes. Unas cuantas veces me poseyó y sobreviví, sino fuera por el domador… yo misma.

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Daniel Goldenberg

EL EXTRAÑO CASO DEL DR. HYDE Y MR. JEKYLL La fórmula era un fracaso. El Dr. Hyde estaba condenado a vagar por la vida padeciendo de una furia casi perpetua contra todo aquello que no valiera la pena. Cualquier situación cotidiana lo cabreaba sin control: el tránsito; la cola del supermercado; las noticias; el gobierno; la economía; el precio de las naranjas. Los asuntos menos memorables lo tornaban en una auténtica encarnación de Zeus; pero al momento preciso en que sus pasiones más violentas pudieran resultarle de alguna mínima utilidad trascendental, como cagar a trompadas al jefe; mandar, de una vez y para siempre, a la mierda a la arpía de su mujer; destrozar a martillazos el auto del vecino de enfrente, siempre estacionado en medio de su vereda; degollar al cantante de ópera del departamento de al lado, o iniciar la revolución definitiva, en lugar de declamarla al taxista, o al mozo del bar; siempre afloraba su alter ego: el papanatas de Mr. Jekyll; ese pobre infeliz, dueño de un alma partida al medio, incapaz de enfrentar la vida sin mirar hacia abajo, levantando los ojos sólo cuando le correspondía tartamudear, como un imbécil, un resignado: "Sí, Señor".

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María Gabriela Failletaz

LA IRA ¿Me creían siempre sonriente? Aferrada a veces a la ilusión de que nuestra historia era bastante parecida al amor, aquel fin de semana como muchos otros, creí ser feliz. Le venía brindando todo mi ser completo y mi lealtad de siempre. También el calor de mi hogar. Jugamos a los mimos, y entre copa y copa, hicimos una cena especial. Esperaba disfrutarlo hasta el día siguiente por la tarde, horario en que lo llevaría 35 km hasta su casa, porque su auto estaba en arreglo. Hacía una semana le había regalado un buzo que le quedaba muy lindo. Mientras yo mezclaba ingredientes y condimentos con esa mansedumbre despreocupada que da el buen querer, él se sentó en la computadora a hacer sus tareas de flamante estudiante de profesorado. Me gustaba verlo sumergido en los textos de Historia y en las consultas y saludos jocosos a sus compañeros. También el rictus de esa boca, la que a cada rato iba y besaba. Ellos preparaban el próximo parcial. Todo venía bien hasta que algo me puso en alerta. Una serie de conductas se combinaron para llevarme hasta la cruel sospecha. Desde ya debo decir que el tenía una tendencia al histeriqueo que yo percibía, padecía y reprochaba. Un silencio algo más denso y prolongado fue el primer indicio. La postura erguida en la silla como pavo real, el brillo chispeante de sus ojos. La concentración. El interés desmedido. La intermitencia en el golpeteo de las teclas presuroso por responder a esas líneas que imaginé jugosas y encantadoras. Intuí que hablaba con una compañera y que no era precisamente sobre los etruscos en la dinastía Tarquinia. De golpe se levantó apurado para ir al baño y yo corrí a ver su chat. Todo calculando el tiempo que solía tardar y agudizando mi oído para captar los ruidos y evitar quedar como una taradita si era que no estaba en falta. Leí lo de ella: - ¡Nene! Sabés bien que soy muy dulce... jamás dudes de eso.

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Mis ojos recorrían las líneas en saltos sacádicos desesperados tratando de absorber información certera en el menor tiempo posible. La respuesta inevitable y obvia se estampó en mi retina como un sello: - Sí. Sos muy dulce. Salió del baño con aires de gacela o ave revoloteante. Lo miré fijo a los ojos con los míos desorbitados. - ¿Qué? ¿Qué pasa?, me dijo. A partir de ese momento toda la ira fue mía y de nadie más. Enfurecida, diabólica muté de ama de casa a basilisco. Y así, con púas, filos y bordes dentados en posición de ataque y envuelta en un campo energético de fuego impenetrable, lancé una catarata verborrágica de insultos y agravios, con muy pocas putedas (contadas con los dedos de una mano). Fue un perfecto discurso bien acabado y diseñado con el fin de herirlo y denigrarlo y dejarle bien en claro que lo consideraba una basura, no reciclable. Reconozco que fui venenosa como una cobra y que ese veneno también me ardía a mí. Es inútil e improductiva la ira aunque ejemplificadora de repudio a una determinada acción inaceptable. Sólo atinó a decirme varias veces: - Tenés razón. Pero lo decía sin remordimientos, sin responsabilidad. Adolescente. Alienada fui corriendo a agarrar el buzo que le había regalado y le dije: - ¡Buzo las pelotas! Congelate. Si mal no recuerdo creo que también le desee la muerte… Supongo que habré dicho: - Morite de frío. No había traido nada más que ese abrigo y estaba muy fresca la noche. Ya en la vereda me pidió: - Aunque sea prestame tu tarjeta SUBE3 que sabés que no tengo y encima tampoco tengo monedas! Desde ya respondí el clásico, oportuno y aporteñado: - ¡Jódete, pelotudo! Y cerré con el consabido portazo que da énfasis y cierre a la dramática escena. 3

SUBE: tarjeta personal utilizada en medios de transporte público en reemplazo del boleto, ficha o cospel. Recurso útil y práctico para evitar que el raterito le afane la recaudación al chofer, la cartera de la dama o el bolsillo del caballero.

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Daniela Acher

LA IRA

Hacele lugar a la ira, dejala crecer cada vez que él te apague a botellazos tus lámparas de ideas luminosas; cada vez que cubra con cemento la tierra en la que querías plantar pensamientos y malvones.

Hacele lugar a la ira, dejala crecer cuando te quiera decir cómo bailar, de qué te tenés que reír, cómo tenés que caminar. Cuando te sargentee con que si vas a la iglesia de la pastora no podés prenderle una vela a Santa Rita. Cuando te mandonee que te saques esa pollera corta y esa remera tan ajustadita.

Hacele lugar a la ira, dejala crecer cuando te ponga contra las cuerdas y te culpe por el limón que les falta a las milanesas. Cuando te haga callar en la mesa, cuando te haga callar en la pieza, cuando te haga callar frente a los chicos, cuando te haga callar los ruidos de tu estómago, cuando te haga callar mientras estás sola con ésa que eras vos.

Hacele lugar a la ira. Dejala crecer y que te llene. Que te inunde, te alcance y te arrebate. Y plantate. Plantate fuerte. Rajá, agitá, encendé. No sos perra, ni putita ni te gusta que te partan los dientes.

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Hacele lugar a la ira y cuando todo se queme abanicá y sacá el humo afuera. Después sentate en el cordón de la vereda y sin culpas mirá cómo todo se viene abajo, cómo se derriten los vasos y se incendian los tapizados.

Disfrutá del fuego infiel que arrasa el campo seco desde hace años. Y quedate tranqui. Que se puede reconstruir una ciudad desde las ruinas. Creeme, se puede.

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Raúl Bareño

LA IRA

La ira y la ve de colores. La ira, la analiza, la desgrana y siente paz. Siente que la ira y todo lo que la rodea transita por un sinuoso sendero, hacia la pasión, la lujuria, el desenfreno, el todo. Se detiene, abre grandes los ojos y vuelve sobre ella. La ira y a través de sus ojos insinúa un solo objetivo, lo que ese cuerpo pide a gritos, ser atado para dejar de estar preso de la lujuria que los ata. Finalmente la ira desaparece, y la huidiza m (eme) coloca las cosas en otro lugar.

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Daniela De La

Estaba en la parada del colectivo. Metros y metros de fila y éste no venía. Entre la multitud, una familia "tipo". Mamá, papá, hijo, hija. Los niños corrían felizmente mientras yo miraba la situación. Dos bolsas de papa fritas, una de rueditas, dos botellas de gaseosa y un paquete de galletitas: "Qué buen combo" pensé yo. En eso, pasó lo que yo más temía. A la mira de sus padres, los niños tiraron los paquetes al piso sin siquiera percatarse de lo que había sucedido. Entrada ya en calores empecé a mirarlos indagante. Al no recibir respuesta inquirí a sus padres. Tampoco. Con una ira descomunal tomé todas las bolsas se las mostré a los niños y luego a los padres y dije en voz fuerte: "SUCIOS". Todos me miraron desconcertados. Y en eso, una pregunta que me quebró por completo. Fue ESA pregunta que casi me transforma en una asesina serial. La niña, entre ingenuidad y estupidez preguntó: "¿Por qué levanta las cosas, mamá?" ¡¡¡SÍ, SEÑORES!!! Lo peor es que la madre tampoco entendió mi directa. ¿Será que nadie les enseñó que no se tiran las cosas al sueño? Juro, que si me preguntaban en ese momento (y ahora también) digo: ¡SÍ A LA PENA DE MUERTE DE LOS SUCIOS SOCIALES!

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Alejandro O. Corvi

Un ataque de ira puede compararse a una erupción volcánica. El estallido de un volcán va gestándose de a poco por la interacción entre gases y minerales que hierven lentamente en las entrañas del planeta acumulando presión durante años. Un día, por lo general sin aviso, explota todo y ríos de lava descienden devastadores y sin control arrasando con lo que encuentren a su paso. Una persona aguantadora puede devenir en “volcánica” si se dedica metódicamente al acopio de descontentos en silencio. Por eso, creo que conviene el enojo en cuotas antes que uno sólo y al contado, ya que éste último suele aparecer desbocado y desproporcionado sorprendiendo a todos, incluyendo al iracundo. Lo que desaconsejo, eso sí, es el enojo invisible, el que no se muestra, el que dejamos crecer en el interior, ése de cuya existencia sabemos sólo nosotros mientras el mundo nos registra como macanudos y sin conflictos, el que nos lleva al Rivotril. Lo digo porque me tomo un cuartito de esa pastillita todas las noches…

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Fer Iñarra Iraegui

¿No te pasa más seguido de lo que uno quisiera? Respirá. Respirá. Sentí cómo entra el aire y mueve tu diafragma. Así, entra… sale, entra… sale. Muy bien. Respirá, que ningún pensamiento anide en tu mente, dejalos fluir y seguí respirando. Ya pasa, no va a lograr que explotes como el corcho de una botella de champagne. No vas a caer tan bajo como para agarrarlo a patadas y que el instinto troglodita que hay en vos salte desde lo más profundo como un león hambriento sobre él y lo rasguñe de tal manera que lo confundan con fetas de jamón… Respirá, enyoguizate, vos podés. El estado zen está en vos; vas tres veces por semana a yoga y te conectas con lo más sagrado que tenés que es tu YO. Sos lo importante, lo que tenés que preservar. Que no te venza. Respirá. Ya sé que una enérgica ebullición sacude tu interior. Ya sé que aunque no te tome de sorpresa, que la situación se repita una y otra vez a pesar de las charlas “civilizadas” te saca de quicio, que parecería que es inútil tratar de que te entienda y deje de hacer lo que específicamente le pediste que dejara de hacer pero… la ira no es la solución. Lastimarlo no soluciona nada, reventarlo contra la pared no lo va a hacer comprender, destrozarle sus CDs más preciados sólo conseguirá que lastimes el piso flotante, martillarle el auto o darle con el extinguidor, parece que te tranquilizaría pero pensalo, el auto lo usan los dos en realidad. Hacer trizas su ropa, lanzar sus vinos como bombas de agua por la ventana del dormitorio y ver cómo vuela el tinto mientras te haces a la idea de que es sangre lo que ves… ¿te parece? ¿Y el vecino de planta baja? Pensalo. Respirá. No la dejes ganar. Vos podés.

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Mariasi Cañizal

IRA PECADO CAPITAL

Ira divina, ira brutal. Desencajada y mordaz. Ira que desintegra . Irreversible y sedienta. Ira de la oscuridad. Ancestral y enjaulada. Ira prohibida. Ira mal interpretada. Ira sólo una. Ira está. Ira así como viene se irá. Tengo muchos ataques de ira, soy algo iracunda podría decirse. Iras más pequeñas y pavas e iras más desencajadas y profundas. Pero también casi tan repentinos como esos ataques, me brotan luego las disculpas. Comprendo, muchas veces tarde (ésa es la mayor cagada), lo que puede llegar a provocar lo que uno tira en pleno ataque, pero para mí se pasa. Y por eso soy de esas personas algo difíciles para convivir... sólo quien me conoce bien puede sobreponerse sin mayores secuelas… No quiero parecer cínica pero a mí la ira me divierte. La entiendo. La asumo. Me parece real y hasta necesaria. Desconfío de quienes no la tienen jamás. Pero más que nada me hace reír si presencio, escucho o me cuentan algún ataque de ira. Porque la ira hay que ubicarla en un extremo, es un extremo total, y como todo extremo no es tan real. Hace poco escuché una frase dicha en un ataque de ira que me hizo reír muchísimo. En un programa de radio proponían contar los ataques “antimadre” que una hubiese tenido en la semana, las madres dejaban mensajes contando sus ataques haciendo una especie de descarga y de mea culpa. Una de ellas dijo que se arrepentía porque le había dicho al hijo: - ¡mirá yo soy tu madre y así como te di la vida, te la puedo sacar en un minuto! Cada vez que me acuerdo de esa bestialidad no puedo parar de reírme, porque la creatividad que emana de esos ataques por lo general es muy buena.

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Diego Albé

Whisky barato cayendo despreocupadamente en el vaso. A lo lejos la sirena de la fábrica se acomodaba en el viento. Las luces del cartel se filtraban por las celosías iluminando la cama y pensó que era muy tarde. Tarde para seguir esperando que volviera, para pedir perdón, para echar la vista atrás. Bebió el alcohol con nauseosa soledad mientras regurjitaba su nombre. No le gustaba el whisky, pero hacía falta empeorar las cosas. A veces, el vértigo al que arrojan los malos momentos se nutre de una repentina afición a lo desagradable, en una razonable carrera hacia el fin del dolor o el fin de todos modos. Por eso, decidida a terminar con la angustia que le gangrenaba los besos que ya no daba hacía meses, salió de la pensión carraspeando recuerdos. Caminó por la plaza donde se conocieron, acariciando con malestar las campanillas que crecían burlonas en el terraplén que daba a las vías del tren. El rocío helado golpeó su cuerpo mal alimentado, alimentando a la vez su ansiedad de fracasos. Debían empeorar las cosas, necesariamente. Así fue que llegó a la vereda de la casa. Una luz ambarina en la ventana dibujaba sombras y pudo escuchar risas. Habían pasado ya tres años. Tres años de estirar el brazo en la cama para sentir el frío. Tres años de imaginarlo en otros cuerpos, perfumados y dignísimos. De llorar apretando la almohada cerrando los ojos con fuerza y sacudiendo la cabeza para despertar de la pesadilla. La soledad no estaba hecha para ella. No después de haberse dormido tantas noches sobre ese pecho limpio y fuerte, que olía a jabón y confianza. Y la náusea de nuevo horadando su pecho como una daga infectada, mientras la ventana seguía invitando a todas menos a ella. Las sienes comenzaron a latirle con febril insistencia. El hombre que supo cuidarla y acariciar sus hombros hasta el sueño ya era de otra. O de otras. Putas todas, pensó. Putas. Los dientes le chasqueaban con la fuerza de una locomotora y sin entender si era el frío o la bronca que le comía el corazón a dentelladas, tocó el timbre con la insistencia de la enajenación. Se escucharon ruidos de pasos nerviosos mientras ella seguía apoyando su cuerpo enjuto en el botón. La puerta se abrió como empujada por un huracán y el hombre fuerte, tan fuerte y erguido como siempre la miró con sorpresa y le preguntó quién era. Dando media vuelta, se marchó corriendo hasta perderse entre los charcos aceitosos del suburbio. Ya lo voy a encontrar, pensó, algún día lo voy a encontrar. Volvió a su pieza de pensión, desnuda de amor, gastada de odio y hundió la cara en la almohada, con el reflujo del pasado ulcerando su pobre alma.

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Cecilia Gómez Nale

LA IRA

Irritante. Eso. No es enojo, no, no, no. El enojo es tristeza. Es llanto de lágrima seca; es llanto de un grito. Uno solo. El enojo puede paralizarte; la ira te moviliza. Y te desata. La ira viene de otro lado: es lo que te irrita. Es la ebullición, la escalada sin fin. Son todos los gritos juntos hasta que te duele la garganta; son las lágrimas que se desbordan sin contención alguna, aunque no quieras estar llorando. Son objetos que vuelan. Patadas al aire o la trompada más certera. La palabra más mortífera y hasta la que no se entiende. Descontrol absoluto: de la situación, de vos, del otro. A veces viene con desconcierto incluido: de la situación, de vos, del otro. Es el momento en que ya es tarde. E irreversible. Pero acordate: no es lo que te duele, no es lo que te enoja; es lo que te irrita.

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Horacio Petre

ROJO I Luz día, media tarde, jardín en una mansión que da al río. El servicio doméstico retira el servicio del té. Sonido ambiente, suave piar de aves, música de piano solo. - ¿Vos decís…? - Claro, seguro que Claudio maneja la situéiyon totalmente… Va y habla con la gente del grupo y te hacen la transferencia en un periquete. Además, boluda, no te van a volver a ofrecer una cifra así por ese terreno, que encima que… - Es que era de tío Constantino… me da un poco de cosita venderlo así… - ¡Dejate de joder pelotuda! ¿Y para qué mierda querés ese campo en Culis-mundis…? Con esa guita te hacés un regio viaje, comprás una lancha nueva... además te hacés un lifting… - …? - Bueno, che, tampoco te me pongas así, ya pasamos los cuarentipico todas, no me vas a decir que no te pensás poner un poco de lolas, o ajustar un poco los pómulos… ¡Qué sé yo, nos pasa a todas…! - Pero, Marisa… ¿Vos me ves fuera de línea o avejentada…? - Marcia… ya no tenés la figura de hace quince o veinte años, hay algunas marcas en la piel… -… - La cola y las lolas empiezan su declive gravitatorio… Todo se va, Marcia... - ¡Marisa! - ¡Marcia! Asumilo… Es la decadencia… Todo cae, todo vuela… - Pero, tené un poco de tacto, somos amigas del alma ¿no? ¿Cómo me vas a decir así…?

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- Las cosas se dicen como se dicen, che… - ¡Sos una bestia! Ay… Mirá lo que me haces decir… - Andá haciendote a la idea, la cornamenta no es lo peor de todo… - ¡No podés ser tan guacha…! - Nena, las cosas hay que decirlas como son… Se te van a ir las nenas en un par de años cuando terminen la facu… - ¡No! ¡Pará hijadep…! - ¿Y encima querés que aparte de seguir cogiéndose a las domésticas, Claudio te deje del todo para irse a vivir con una pendeja? -… - ¿A dónde vas? ¿Eh? ¿Qué haces sacada? ¡No pará locademierrrda! ¡No! ¡¡¡Con Tobi no, noo!!! Funde a bermellón vibrante. Crescendo orquestal y ruido saturado de ladridos y gruñidos violentos sobre gritos escalofriantes.

II Interior, luz artificial de tubo fluorescente, dos escritorios, sillas, una máquina de escribir, varios posters con líderes políticos, banderas rojas, revistas y libros, dos sillas. Alegre música instrumental de guitarras acústicas y percusión caribeña. - Sacamos el documento éste y llevamos la moción a la asamblea, tenemos que voltear sí o sí a la gente de Ordóñez… - La ves muy fácil Luis… no sé si los compañeros nos van a apoyar del todo. - Hermano, esto que acabamos de anotar es la voz de de los que no tienen voz, somos el grito de la clase, los obreros que toman conciencia de su situación y enfrentan a la burocracia… - ¡Es que son todos perucas Luis! Aguantá un cacho… ¡La vamos a tener que pelear…! - ¿Y qué? ¿Te vino el cagazo ahora?

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- No, boludo… ¿qué cagazo ni que mierda? ¿Acaso me viste arrugar alguna vez frente a la patota o la patronal…? - Pará la mano, hermanito… No me boludiés, que somos todos obreros y nos debemos respeto de clase… - Pero no me digas boludeces, gilastrún… No es que tenga cagazo, pero hay que pensar bien como pelearla… - Miguel, hermano… No me podés decir gilastrún, así… Estamos en el mismo bando, yo te respeto, somos compañeros de lucha… - ¡Compañeros de lucha las pelotas de Mahoma! ¡¡Forro!! - ¿Y ahora que lo metés a Mahoma, salamín? - Pedazo de pelotudo… ¡Hijo de mil putas!! Me tenés las bolas por el piso con tus modales refifí y la enmerdada concha de tus reputísimas hermanas chupapijas… - Miguel… - ¡INFELIZ! ¡Mirá lo que te digo! ¿Querés ver lo que te digo…? - No… eso, no… Migue… - Síii… ¡¡¡SOCIALDEMÓCRATA!!! ¡Menche! Funde a carmesí intenso. Súbito crescendo de la percusión que ensordece la música de guitarras. Se escuchan en simultáneo ruidos de lucha y gritos desgarradores.

III Interior de edificio público, luz día por los ventanales. Varias ventanillas donde empleados atienden colas de gente. Sonido de ruidos de impresoras, celulares, charlas y ambiente de oficina pública. - Buenos días, traje toda la documentación… me fijé en internet antes de venir… - Buenos días, aguarde un momento ya la atiendo señora. El empleado termina de jugar su partida de solitario online, pero la mujer de la cola ignora lo que hay en el monitor del empleado. Éste,

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luego de 5 minutos de juego pero poniendo cara de estar trabajando, reinicia su tarea. - Bien, ahora sí, permítame… Ajá, si… partidas de nacimiento, bien, documentos, fotocopias de los documentos, certificado médico y de discapacidad… bien. ¿Trajo el original del documento de su hija? - Sí, claro, acá tiene fíjese… - Bien, permitame… ¿Y el de su esposo? - Sí, sí, tome… - Corrrrecto… mmm, veamos… Estaría todo, pero nos está faltando el bonito de consulta del especialista que atiende a su hija… - ¿El bono? ¿Del especialista…? No lo traje, en el instructivo de la página no dice eso… - Lo lamento señora, sin el bono de la clínica o sanatorio no podemos… - Vea, me vengo desde Longchamps en el Roca, perdí una mañana de trabajo en mi casa, tuve que dejar a mi hija postrada con una vecina porque mi marido trabaja, no puedo volver sin el trámite hecho para… - Lo lamento señora, preciso el bono… - Disculpeme... ¿pero qué es lo importante acá? ¿La silla de ruedas de mi hija o seguir al pie de la letra un sainete que no sé quien escribió…? - Señora le pido que no se ponga nerviosa… - Yo no estoy nerviosa caballero, pero le pido que sea un poco más concreto, lo importante acá… - Señora, no importa lo que usted diga que es importante, sino lo que efectivamente se pide… - ¡Pero si en la página no piden el bono de consulta! ¡Usted me está tomando el pelo! ¿No tiene un poco de sensibilidad por una madre que está haciendo un trámite por una situación que no eligió, y que... - Vea señora, yo no elegí atenderla a usted y sin embargo lo hago… - ¡Es su trabajo atenderme! Qué grosero…

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- Lamento mucho lo de su hija, SI ES QUE ES CIERTO… Sepa usted que está lleno de gente que simula discapacidades para obtener beneficios, para luego… - …..!!! - ¡¡¡Espere!!! ¿Qué hace? ¡No sea bestia…! - ¡¡Atorrante!!¡ ¡Sorete!! ¡Grandísimo hijo de mil putas…! Funde a rojo profundo. Guitarras eléctricas sobredistorsionadas cubren el fondo de gritos, corridas y un matafuegos que destroza vidrios, y pantallas de computadoras.

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Claudia Castañeda

IRA

Desbastada por la vida, sin la cara tan risueña, hoy se siente muy jodida Ella cree que no sueña. Un señor prometedor juraba y prometía un mundo reparador así el muy vil le mentía. Y terminó por dejarla sin mediar una palabra: de mentir, decir amarla hizo su vida macabra. El insomnio era corriente, no cesaba con pastillas. ¡Pobre alma penitente, Abismo de pesadillas! Un día se despertó y la tristeza era rabia, abrió la puerta, salió. El dolor la hizo sabia. Entró a esa oficina, ella quería hablar pues la mejor medicina: no dejar tiempo pasar. Puso el ojo en la mirilla: él con su secretaria sentada en sus rodillas. “¡Ay, que soy una otaria!” Volaron dos escritorios desde el sexto piso A, también voló un lavatorio, papeles aquí y allá.

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Más tranquila en el pasillo mueca risueña esbozó. Encendió un cigarrillo Y tranquila se marchó.

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Mirta Linda Saiegh

Me queda poco tiempo entre un paciente y el siguiente. Avisó uno que no viene, tengo justo 50 minutos libres. En mi afán de malabarista conteniendo varios platitos simultáneamente pienso que no tengo nada en la heladera para la cena y que si no me apuro, en mi casa esta noche se comen la “cretona” tan linda color violeta que está en la maceta. Corro, sé que cuento con el tiempo justo de una sesión. El supermercado queda a media cuadra de mi consultorio. Ya lo había hecho, tengo calculado el tiempo que tardo en ir y venir. Entro por la gran puerta apurada, voy surfeando con mi carito entre las góndolas. Lo voy llenando con lo que encuentro más a mano, las marcas ahora no importan, tiene que ser todo rápido. Veo que hay un exceso de productos verdes, parece un changuito de lagartos… me acuerdo de los niños y empiezo a arrasar con postrecitos, yogures, flanes y aparentes cosas nutritivas, además de los salvadores Patys, salchichas y toda ingrediente que se cocine ligero. Puff, ya estoy terminando, sé que me olvido cosas. No importa. Hay que terminar. Rápido. El tiempo es justo. No hay margen para la duda ahora. Hago un cálculo estimativo de personas frente a las colas de la caja. Leo un cartel que dice: máximo 15 productos, cuento en el changuito y veo que son 18. Pienso si la cajera los contará o tengo que deshacerme de un par… Mientras veo que la caja que yo elegí (por que había menos gente) tiene que hacer el arqueo, hay cambio de cajera. Empiezan a contar las monedas y la plata, llaman a la supervisora que chequee. Yo mientras miro el reloj, me quedan 10 minutos, si se apuran y todo sale bien llego, pienso… Mientras imagino como disimular las bolsas si me cruzo con mi paciente en la puerta del consultorio, no me parece que la escena doméstica tenga que ver con la transferencia de este señor que se queja del desorden de su familia. Miro, calculo, espero, cuento la gente, los minutos, los productos, las cajeras que hay, cuánto tarda la señora mayor que está adelante en sacar su tarjeta de descuento y poner todo prolijamente en su changuito. Tiene todo el tiempo del mundo, pienso. Llego, creo que llego, falta poco, ya casi estoy en la línea de llegada, me están por adjudicar la medalla de compradora fiel del supermercado DIA y ahí de repente anuncia la cajera con mucha tranquilidad que no

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le funciona la máquina y que todos los clientes en fila tienen que pasar a la caja de al lado. Odio, bronca, tiempo perdido. Muerdo los dientes, me enojo, me doy cuenta de mi esfuerzo inútil, que mi proeza se va al tacho. En un arranque de ira y mufa, tomo una rápida decisión, dejo el carrito con todos los productos al lado de la caja. No me preocupa sin los congelados chorrean o si se van a dar cuenta de mi pequeña venganza. Salgo por la puerta grande, liviana, sin bolsas. Esta noche en casa pediremos pizzas.

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Eduardo Mizrahi

AMOS DE LA PALABRA

Eran tres. Uno rubio, uno alto y otro flaco. Hacía frío en ese salón de reuniones. Yo estaba más que resfriado, al borde del ataque de asma. El asma es una enfermedad traicionera, pero a la vez tiene la delicadeza de avisarte cuando viene. Y venía marchando a pasos agigantados. Esos tres no eran delicados. No digo que no fueran elegantes, no me malinterpreten. Eran gente fina, vestían trajes italianos. Las corbatas eran de lo mejor, los zapatos eran tan caros que cotizaban en la Bolsa de Chicago. Cuando entré, abrieron los ojos como platos. Se suponía que yo era la joven promesa del mercado, pero en seguida entendí que lo que les llamaba la atención era mi calzado. O mi jean, o mi remera gastada. Cuchichearon entre ellos, tapando con las manos la sonrisa sobradora, riendo entre dientes su desprecio. Mi indicaron que me sentara con un gesto. Fumaban habanos. Les expliqué de mi dolencia, les pedí que los apagaran. Me hicieron callar con un gesto. Me explicaron que lo que yo escribía era una mierda, pero que si seguía sus consejos ellos se iban a atrever a publicarlo. Porque ellos eran los amos de la palabra y yo era un esclavo. Es verdad que ellos tenían prestigio, fama, varios libros publicados. Debía inclinarme ante ellos, lamerle las botas como un perro faldero. En esa tónica siguieron dos horas. Mi cabeza daba vueltas, mis bronquios se cerraban. Por tercera vez les expliqué la inminencia del ataque. - No se vaya por las ramas- dijeron. - Acá no estamos para perder el tiempo. - A ver si se deja de chiquilinadas y escucha nuestros consejos. Agarré el pisapapeles del escritorio, del resto no recuerdo más nada.

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Alejandra Vitale

LA IRA

El no lugar, experiencia de desalojo por desamor, impotencia. Estado que crece y no le alcanza el alma, circula, toma el cuerpo y recorre cada rincón, inflama las venas, las arterias, bombea el corazón irrefrenable. Desborda, gritos silenciosos en las tripas, no hay palabras que puedan dibujar alguna forma con sentido. Le queda sólo la respuesta al impulso de lo que su anatomía no puede contener, como otro incontenible que se apropia de lo posible, se le sale, la comanda, lastima, duele, retuerce. Camina, va, vuelve, va, vuelve, cuclillas, ovillo, dolor, náuseas, no sale… lo irreversible de la situación. Pánico a que ese estado no se detenga. La huida es la alternativa. Sube al auto, ilusión de útero protector, se acuna, 400 kilómetros, sin equipaje. Llega a la costa. Se da cuenta que tampoco es el lugar, regresa inmediatamente, otros 400 km con la sola pausa para cargar nafta. Y no vió el mar.

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Julio Fernando Affif

LOS RECUERDOS DE LA IRA

Una extraña sensación de indefensión se apoderó repentinamente del no ya tan joven para la época Domicio Ahenobardo, que en su carrera desenfrenada por la vía que atravesaba el Lacio, intentaba llegar al lugar de la catástrofe. Las calles de la ciudad -mezcla de espanto, solidaridad, gritos y humos espesos- colmadas de fugitivos e iluminadas vivamente por las llamas, dejaban al desnudo la variedad de comportamientos de los que es capaz el ser humano, desde el heroísmo más puro hasta las acciones más viles. ¡Qué pensamientos raros lo invadían en estos momentos críticos! Justamente él, que se había permitido racionalmente las atrocidades más aberrantes, ahora consideraba vileza actitudes irracionales propias de la desesperación y el miedo. Y desfilaron por su mente, en segundos, imágenes traídas difusamente de aquellos tiempos en que hurgaba en el laboratorio de Andrómaco buscando la pócima fatal… o la vez que obligó al amante de su madre a practicarle una fellatio e inmediatamente hacerlo besar por ella. Occidat, dum imperet había exclamado Agripilina y la sentencia, luego de varios intentos, se cumplió indefectiblemente. Y nuevamente las Erinias griegas arremetían contra él acosándolo por esos y otros horribles crímenes que había cometido. Pero estaban en su naturaleza. No había podido sustraerse de las maldades que le permitían disfrutar de esa doble y genial personalidad, aborrecida por algunos e idolatrada por otros. Pero ¿quién reunía la capacidad de juzgarlo dada su inequívoca condición divina? ¿Quién, salvo su conciencia, podía reclamar por sus excesos? ¿Quién?

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Sólo las voces, imperceptibles para los demás, que lo aturdían con sus reclamos y que provenían de los sentimientos más profundos del odio y del amor. Eran las Furias enroscadas en un pasado tortuoso y sombrío que venían a cobrar sus cuentas con la inmediatez de los usureros del alma. Él, que había descargado su ira contra toda manifestación que opacase su grandeza, ahora estaba poseído por fuerzas inasibles y voces inaudibles. Tal vez su afición por el canto provenía de la necesidad de silenciarlas. La ciudad le abrió sus puertas y ahora él, abriría las de su palacio para albergar a los desposeídos y espantar a las Euménides. Julius Khalil

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Edgardo Talenton

Cuando la ira de verdad se lleva lo mejor de nosotros realmente hemos perdido la cabeza. A menudo decimos un montón de cosas, oh, querida, que ojalá nunca hubiésemos dicho. Oh, la razón está fuera de control y las cosas que hacemos para herir me dan vergüenza. Y quiero decir esto nena, me hace querer que las cosas vayan bien.

Marvin Gaye - Anger Vimeo|De RebuiltTranny

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M Pilar López O

Hablando de ira... ¿Qué hay más terrible que la ira de Dios? Una temporada coleccioné Requiems... sobre todo por este número, el tremendo "Dies Irae" el día de la ira divina, el día en el que Dios desata su cólera y el mundo se acaba y el tremendo juicio se avecina...

.http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=up0t2Z DfX7E Verdi - Requiem: Dies Irae (Claudio Abbado, Berlin Philharmonic (2002))

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Luis Alfonso Martín Delgado

I El diccionario de la RAEL dice que la ira es 1. 2. 3. 4.

f. Pasión del alma, que causa indignación y enojo. f. Apetito o deseo de venganza. f. Furia o violencia de los elementos. f. pl. Repetición de actos de saña, encono o venganza.

II De una página sobre textos religiosos extraigo la idea de que, bíblicamente, la ira es una energía dada por Dios con la intención de ayudarnos a resolver problemas. Y que la ira no siempre es pecado. Dios está airado y a los creyentes se les permite estar airados. Toma ya. Es un pecado capital, pero depende de quién y por qué. Como siempre. Como todo. Todos somos iguales, pero unos más que otros. La ira de Dios es justa. La mía es pecado.

III Dice la administradora en su propuesta de consigna semanal que la ira no es estar enojado o tener bronca. Que tampoco es estar caliente. Es algo más. Algo que te vuelve casi animal, que te trastorna, te deforma. Pero somos animales; supuesta y circunstancialmente racionales, pero animales. Y calientes. Unos más que otros, pero calientes. La ira no es más que eso, un calentón, exógeno o endógeno, pero que hace que nos hierva la sangre y salga afuera el hijoputa que todos llevamos dentro. Pero la ira no es una explosión de un momento. Es un proceso que culmina en un instante. Casi es un estado vital. Hay quien vive en estado de ira permanente. Y no necesita explotar para que la ira se le note. Entonces la ira no se conjuga en pretérito indefinido, sino en gerundio. O siempre en presente. Siempre presente, la ira.

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Ser Ros

Me contaron que la ira y la tristeza fueron a refrescarse en el lago, ambas desnudas disfrutaron la tarde entre juegos y devaneos, pero un ruido las alarmó y salieron con celeridad del agua. En el apuro la tristeza tomó los ropajes de la ira y la ira las finas telas que vestía la tristeza. Y es así que andan por la vida camufladas, pues en toda manifestación de ira se encuentra una base de tristeza y angustia y cuando nos domina la tristeza y no encontramos salida qué fácil es explotar con todo nuestro veneno hacia el exterior. Desconozco su origen, pero sí les puedo dar clases de ira sin control, abominable y salvaje sentimiento que habitualmente me domina.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 15 DE JUNIO DE 2014



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