Fauna Iberica 08.Los basureros de la naturaleza.Blanco y Negro.27.05.1967

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FAUNA IBÉRICA/8. Por el Dr. Rodríguez de la Fuente

LOS BASUREROS DE tft NftTORAtEZIt H

UBttRA resultado muy diffcil b existencia sin el corKurso de on ejército de anrmales encargado de eliminar lo* cadáveres y delriíus que Id sucesión de las generaciones va depositando sobre la tierra. Hay bacterias, insectos, peces, mamíferos y aves que se alimentan de carroña y hacen desaparecer en pocos días los restos que contamínarfan el suelo y las aguas, y harían irrespirable la atmósfera. En la península ibérica, las grandes avte carroñeras son aún relativamente numerosas y, en unas pocas regiones, cumplen Iodo d ciclo en el aprovecha-

miento de ios anímales muertos. En la sierra de Cazorla o en los Pirineos, una pareja de lobos mala una res. come una parle de ella y se ven coligados a alejarse por miedo al hombre- A las pocas horas llegan los buitres leonados que devoran b s visceras y partes blandas. Más tarde, aparecen unos pocos buitres negros, capaces de comer los músculos más coriáceos y pellejos más duros, dejando el esqueleto limpio. Entonces, viene el quebrantahuesos que va engullencte" los restos óseos aparentemente más ¡ndeslrtictibies, A l cabo de una semana, no queda nada que contenga alguna ca-

loría aprovecfiable o un resto orgánico ú t i l , Y el quebrantahuesos ha sido el último eslabón on ona cadena qu© comenzó cuando fa oveja comía la tierna hierba de las laderas. No puedo pensar en los buitres leonados -—íGyps fulvus», para los científicos— sin añorar los mas bellos y luminosos días de mi agreste infanciaPorque nací en tierra de buitres, cerca de los paredones calizos de Piir>a Mayor, la Mesa de W a , el Humeón y Pancorbo, donde todavía se asientan nutridas colonias da estos carroiíeros. En las soleadas mañanas de primave-

r a CQíuito s e a b a l r ima inera en u n s a f a n africano, aparecen los buitres. Kn Africs, estas aves benpñciosas ^tsrt Abondanfes aún. .^-*-

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La misteriosa y lejana ciudad de los buitres ra me pasaba horas y horas t e n d i d o sob r e la h i e r b a , p r e n d i d a la m i r a d a en las amplias ó r b i t a s descritas p o r los b u i t r e s en el cielo. AAe asombraba su capacidad para f l o t a r en el espacio sin m o v e r las alas, suspendidos, c o m o p o r arte de magia, en el azul. Y no acertaba a explicarme el e x t r a ñ o i n s t i n t o que atraía' de manera i n f a l i b l e a la bandada de planeadores, hacia el p a r a j e del p á r a m o donde había sido abandonado el cadáver de una oveja o un v i e j o m u l o . Si preguntaba a los pastores — m i s p r i m e r o s profesores de zoología p r á c t i ca—, m e decían que los b u i t r e s estaban d o t a d o s de un o l f a t o tan desarrollado que podían ventear la carroña a diez leguas de d i s t a n c i a . D u r a n t e m u c h o t i e m po creí en aquella teoría, c i e r t a m e n t e , generalizada en Castilla. Pero el a t r a c t i vo que ejercían sobre m í las grandes aves me llevó a espiar sus festines, así c o m o sus macabros p r e p a r a t i v o s , hasta que, un día, descubrí que no radicaba en el o l f a t o el m i s t e r i o s o radar, capaz da detectar los más lejanos restos animales. Fue marzo. docena buidos

una ventosa y f r í a mañana de La cuadrilla en pleno — m e d i a de arrapiezos inseparables, i m d e la insaciable c u r i o s i d a d , la ad-

SILUETAS EN VUELO PLANEADO

hesión i n d e s t r u c t i b l e y la rígida jerarquización que debió c a r a c t e r i z a r a las h o r d a s primitivas—contemplábamos a b s o r t o s , una vez más, los manejos del a i b a r d e r o . Habíamos salido del pueblo al amanecer, f o r m a n d o el c o r t e j o funer a r i o de un caballejo t o r d o , v i e j í s i m o , t u e r t o y esquelético, que el a i b a r d e r o —y, a la vez, v e r d u g o del g a n a d o — conducía al « t o r c ó n » : el c e m e n t e r i o de las caballerías. El c a m i n o , largo y t o r t u o s o , discurría ladera a r r i b a . Y , el m o r i b u n do, que apenas podía ya con el peso de sus huesos, caminaba d a n d o resoplidos. - ^ E s t e ya está llamando a los b u i t r e s , — d i j o su c o n d u c t o r — , aunque hoy, con el cierzo que sopla, ma! te van a «fat e a r » , desde la mesa de Oña. La ejecución fue tan rápida c o m o de c o s t u m b r e : un lazo en Jas patas delanteras, una certera cuchillada en el pecho y el p o b r e caballo acabó con una vida de s u f r i m i e n t o s . Media hora más t a r d e , el a i b a r d e r o se alejaba s i l b a n d o , c a m i n o a b a j o , con la piel del r o c i n a n t e metida en un talego. Con sus pintas p a r d i l l a s , sobre el f o n d o de p l a t a , haría un buen a d o r n o para albardas y collerones. Nosotros no podíamos a p a r t a r los o j o s de aquel c u e r p o desollado, r o j o y p a l p i t a n t e aún sobre la hierba marceña. Nos había llevado tantas veces sobre sus magros costillares... Era del tío P o l í n , un viejecillo c o j o y chistoso, que nos lo dejaba en p r i m a v e r a para llevarlo a pastar. Desde nuestro soleado apostadero v i mos llegar a los p r i m e r o s comensales: una pareja de urracas; después de g r i t a r y revolotear d u r a n t e unos m i n u t o s , comenzaron a picotear el m o r r o y la cebeza del caballo. Más tarde b a j a r o n desde las peñas unos cuervos y el a l i m o che, entregándose i n m e d i a t a m e n t e ai festín, m i e n t r a s se reunían más urracas y

El buitre leonado y su complexión.

El buitre negro, de alas muy anchas.

La envergadura del quebrantahuesos.

J.J^Uhi.

El pequeño y muy astuto alimoche.

Buitres leonados y negros atraídos por una carroña abandonada. Estas aves no se guían por el olfato para descubrir la camt

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más cuervos, KXJOS ellos pájaros de la zona, habiluales clienies del <rorcónj»Unos veinte kilómetros al Noreste, detrás de la risquera que nos proiegfa del cierno, cortaban el honzonie las perpendiculares escarpas de fos ObarenHs. AMi' sentaba sus reales la cobnia de los buitros. Y , como habfa dicho el albardero, no había efluvio capaz de avanzar contra eJ ventarrón, para llegar hasta las femé!reas aves.

Pero la aparición de los buitres fue tan puntual e inexorable como en los días de viento Sur o de calma. Primero cayó uno desde las nubes; las pata^ desplegadas, como el tren de aterrizaje de un avión, las alas pecadas al cuerpo y [a cota en ángulo obtuso con eJ eje del cuer.po. Aquellos descensos ruidosos y espec' taculares — m á s parecidos a un salto en paracaídas que s un auténtico picado— nos eran muy conocidos y sabíamos que anunciaban la llegada masiva de la bandada, volando ya mucho más baja, en una linea oblicua, descendente, desde la altura de sus colonias. Impulsados por el fuerte viento, los buitres arribaron en calarala. En algunos minutos se habían reunido más de cincuenta. Sus alas pardas, entreabiertas, cubrían por complelo el cuerprf del caballejo. Los cuchicheos, resoplidos y silbidos iracundos, con que se disputaban \a comida, los saltos y picotazos, iban en aumenio a medida que llegaban nuevos competidores. El cuello, largo y pelado de los buitres, blanco de ordinario, se iba íiñendo r o j o de sangre, al introducirlo en el vientre del cadáver para devorar sus entrañas. Desde nuestro elevado observatorio contemplábamos, a vista de pájaro, aquel incesante rebullir, entre agudas voces y secos aletazos. Cuando se saciaban los privilegiados, deban paso a los ^omo erniDCAiTiente se b a vcoido c r ^ c n d o .

ItíPansablc y pii»erto pliineador, d buitrü leonado se eleva ea el aire puro líe la montaua, y coa s u s pcnetranlcs ojos olea las díslanrías en basca de carne mocrtarecién llegados, quizá de lejanas colonias, A mediodía, inmóviles, con los buches repletos, formaban una extraña y macabra guardia en torno al mondo esqueleto, Y en mi mente infantil surgía una incógnita más de las muchas con que me inquietaba la naturaleza. Si los buitres no se guiaban por el olfato, como acababa de demostrarnos su entrada a favor de viento, ¿cómo podían descubrir un cadáver a más de veinte kilómetros de distancia? Asombrado contemplaba yo, aquella ventosa mañana de marzo, a las grandes / sabias aves leonadas. Y durante mucho tiempo, en infinidad de dulces ensoñaciones infantiles, que me arrancaban del monótono internado de Vitoria, para hacerme vagar por mis libres y Í:Ofeadas parameras burgalesas, los carroñeros alados fueron para mí el más justo y mágico adorno del cielo castellano: el misterioso pueblo de fos buitres. Dichosa infancia campestre, maraviriada cada día anle los secretos de la vida. Dichosa curiosidad antigua, telúrica, que colma su sed directamente en las fuentes de la tierra y va ligando al hombre, mediante raices fuertes y profundas, a la naturaleza, de la que es síntesis y espejo.

VIAJE A UNA COLONIA DE BUITRES LEONADOS Hasta muchos años más tarde, ya estudiante de Medicina, no Ifegué a conc^ cer las complejas actividades —vuelos de exploración, reparto del trabajo, transporte de la comida— da una colonia de buitreíi leonados. Lo leí en los libros de ornitología y en aquellos momentos iniciaba las observaciones que me permitirían comprobarlo en la naturaleza. Tras una agradable ascensión por la boscosa falda que une los llanos de la Bureiía a loi cortados de los Obarenes, acababa de montar m¡ tienda de campaña, al pie de los riscos donde habitaba el misterioso pueblo de los buitres de mi infancia Tenía buenos prismáticos,

provisiones, agua —susurrante en una fresca fuentecílfa— y las vacaciones de verano recién estrenadas. AHá abajo se extendían abrigadas planicies / suaves lomas. Entre las mieses, ya doradas, destacaban las manchas verdes de tos nogales, olmos y choperas, Y, en las inmediaciones de cada puebleciiJo, perfectamente dÍbu[ado en aquel mapa en relieve, cerca de una cárcava O en un erial, sabía que estaban las hueseras, lugares en los que se depositaban, desde tiempo inmemorial, los animales muertos. Con mis prismáticos podía ver perfectamente el í t o r c ó n * de mis recuerdos. Sin duda, la vista penetrante de ios buitres alcanzaría sus comedores mucho mejor que mis catalejos. Hacia PonIenTe, el fioriionie estaba cerrado por los páramos, tari altos como los propios Obarenes y, por lo tanto, invisibles deS' de mí observatorio. Sin embargo, entre el ganado lanar que pastaba en las altiplanicies, encontraban Los buitres su más importante fuente de sustentOAl caer la tarde nadie hubiera podido sospechar que, en las oquedades y cornisas de la risquera —prolongada algunos kilómetros, paralela al curso del Oca, hasta el desfiladero de Pancorbo—, anidaban más de ochenta parejas de buirres. A simple vista apenas se descubrían algunos puntos inmóviles, tan enmascarados en el pardo r o j i í o de la peña, que únicamente la detenida observación permitía identificarlos. Unos permanecían echados sobre los salientes. Otros vigilaban erguidos, Cual pétreos centinelas. Solamente cuando llegaba a recogerse algún buitre reiagado se elevaba un murmullo intermitente y agrio. Formado por los gritos de hambre de docenas de polluelos. En cada n i d o —senciflo acumulo de ramas secas y plumón, depositado al abrigo de cuevas o rincones del roquedo— había un solo joven, cubierto ya de plumas bastante crecidas, y, aparentemente, del mismo tamaño que un adulto. Los builres leonados llegan a pesar ocho kilos y alcanzan cerca de tres metros de envergadura. Sentado junto al fuego de crepitante

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8 kilos de peso y casi 3 metros de envergadura bo¡, escuchando 1^ v o ; agorera del cárabo que ululaba en el pinar, me íentía como un intruso, como un profanador del antiguo misleno que envolvfa a la horda alada, hija det sol y de la roca. Durante aigJos habían limpiado ios campos de la región, favoreciendo a los hombres con su incesante labor sanitaria. Pero los hombres, como respetando un viejo pacto, no habían perturbado la vida intima de sus fieles y silenciosos servidores. Seguramente era yo la primera persona que penetraba en el territorio de la colonia para estudiar sus coS' tumbres. Tres semanas de permanencia en eT solitario y grato parafe me permitieron hacer las observaciones que paso a describir.

Durante casi dos meses, soportandu estoicamente la lluvia y la nieve, el buitre incuba los huevos cuidad asamente dcposiuilos al abris:o de una coirdsa propicia. Bajo estas líneas: lo^ poliueLos de buitre se desarrollau cou ^nn lentitud y permanecen en el •ido cuatro largos meses, desde priinen>s de abril hasta ^ ^ s t o .

OÍOS Y ALAS J=ORMAN UMA CUADRICULA VIVA Hasta dos o tres horas después de salir el sol reina absoluta quietud en la cotonía. Los buitres esperan que el calor origine las columnas de aire ascendente, llamadas térmicas, que les llevarán hasta sus alias zonas de observación. Llegado el momento, en grupos, se van dejando caer de sus posaderos, extienden sus alas y planean sobre la vertiente de la montaña. Espaciados alelaZQS les permiten alcanzar los puntos donde las térmicas tienen más fuerza. Allí, describiendo círculos, ganan altura rápidamente. Durante mucho tiempo podía seguirles con los prismáticos. Su silueta característica —alas inmensas, con las rén^iges separadas como los dedos de una mano, corta cola y cabeza diminuta hundida en la gorgucra^—- se iban empequeneci&ndo poco a poco, hasta esfumarse en el azuL E n . t o d o Caso me resultaba fácil comprobar que se esparcían sobre la llfrnura, -como habfa leído en \^ l i bros. En realidad, forman una cuadrícula viviente; se repao^n el terreno a lo largo y a lo ancho de muchísimos kilómetros. Cada buitre ocupa una posición que !e permite vigilar un amplio territorio sin perder de vista a sus compañeros más próximos de exploración. Si pudiéramos ver a estos buitres desde cualquier punto de la zona que patru• llan, el cielo nos parecería un gigantesco tablero de ajedrez, en el que cada pieza —alas infatigables y ojos telescópicos— escudriña la tierra metro a metro. Toda la llanura de la Bureba, hasta los mor

Los buitres son ttíuy amantes de sas hijos. Les prestan sombra con sus a\as^ les dan de comer j de beber, transportando, pata ellos, la camc y el agua en el buche.


les de Oca, los páramos de Masa, de Poj a y de la Brújulan esraban bajo conlrol del escuadrón de exploradores. Su flanco Norre &e apo/dba en la Unea da los Obarenes, |usramenie encima de las rocas donde descansaban los dos tercios de la colonia. En l u búsqueda ¡íKesanre de alímenlo Jos buitres se guiar, sobre todo, por fos movimientos do los carroñeros más pequeños: cuervos, urracas, mifanos y alimoches, son como los batidores que descubren la pieza. En cuanto un buitre, siguiendo el vuelo de estos pájaros, atisba un cadáver, se deja caer en picado adoptando la llamativa postura que ya hemos descnlo. Los compañeros de exploración que le ven hacen lo mismo, convergiendo todos hacra el punto don^ de se halla la carroña. Así, de buitre en buitre, llega la señal hasta la colonia —se ha podido comprobar que desde 60 kilómetros de distancia— y ésta se precipita, en t r o m b a , sin lomarse el trabajo de ganar mucha altura, hacía el lugar det festín. Se comprende que cuanto más densa sea la pc^lacíón de una colonia de buitres, más terreno cubre en sus ejtploraciones y más posibilidades tiene de hallar comida. Los turnos de reposo y trabajo de observación, seguramente, están regulados por el hambre. Los buitres comidos recienlemenie permanecen descansando en la roca. Los mas famélicos, poco pesados, por otra parre, y bien capacitados para el vuelo a vela, forman las patrullas de reconocimieníoPara corroborar estas observaciones respecto a la organización óptica de los buitres, al servicio de la búsqueda de carroña, los científicos han hecho una experiencia muy elocuente con algunas de estas aves en cautividad. Bn grandes jaulas se limitaban a ocultar debajo de unas brazadas de paja la carne destinada a los buitres. Los infelices animales se morían de hambre sin encontrar una comida cuyos efluvios llegaban a la nariz de los propios experimentadores. Como todas las aves —excepto el Kivi de Nueva Zelanda—, fos buitres tienen el sentido del olfato muy poco desarrollado. COMO SE REALIZA EL REPARTO DEL CADÁVER La primacía para comer en la pieza común parece que se regula también según el hambre de cada comensal. El doctor Valverde ha observado en los anímales grandes sin desollar, como mulos, vacas, etc., que sólo un buitre pueda comer a través de un orificio practicado en las partes más blandas del cadaver. Los demás se dividen en dos grupos. Uno, reducido e ¡nquieto, situado A cuatro o cinco metros del individuo dominante. La mayoría permanece más apartada, sumida en aparente indiferencia. Mientras el privilegiado come, el más osado del grupo próximo da uros pasos hacra fa carne, estirando el cuello

Les buitres leonados bui^an sus refugios parit anillar en las oquedades de caliza. y adoptando una grotesca postura. El buitre privilegiado saca la enrojecida cabeza del vientre de [a pieza y so vuelve enfurecido hacia el competidor. Su actitud es la misma: adelanta la cabeza soplando de ¡ra y levanta una pata con los dedos de la mano muy separados. Si el audaí entrometido no se intimida ante esta demostración, los dos buitres sallan en el aire, precipitándose uno contra otro como dos gallos de pelea. Pero la lucha es mucho menos cruenta. Un simple torneo caballeresco, sin más consecuencias que unas plumas arrancadas. En un par de saltos los contendientes hacen chocar sus inermes mancss, como si pretendieran derribar al enemigo de espaldas. Pronto uno de los buitres se refugia en ef grupo de espectadores y el vencedor, contoneándose^ toma posesión de la pieza. Se podría pensar que estos buitres dominantes, tanto el que come en primer tugar^ como su guardia pretoriana, forman una especie de clan privilegiado en

las colonias, Pero repetidos esludios han demostrado que no es así. Anle el estupor de los observadores^ un buitre recién llegado se lanza sin vacilaciones hacia el individuo alfa, chorreando jugos gástricos ante la inminencia del festín. Tras un corto duelo, expulsa al buitre privilegiado y come hasta saciarse. Parece, sencillamente, que los buitres más hambrientos son los mds agresivos. Los somnolientos y tranquiloa han comido recientemente. De esta manera ^e reparten de un modo equilibrado ias calorías obtenidas entre todos los miembros de la colonia. Cuando el animal está desollado o los buitres dominantes han desgarrado ampliarnenle la piel, se precipitan todos a comer abriéndose paso a picotazos entre sus competidores.

EL LARGO PROCESO DE LA NJDIFtCACION En la lejana buitrera quedaron solos los püiluelos piando de hambre. Los


Macho y hembra se turnan en la ¡ncubación buitres adultos comen íambíán para sus hijos; lleniín sus papos hasta t&\ punto que< a Vííces, si no encuentran un ligero desnivel, son incapaces de levaníar e!

vuelo- Les he visto devolver apresuradamente parle de [o ingerido al acercarse un hombre corriendo. En lo^ pueblos de Castilla conocen muy bien esta limilación y procuran depositar las bestias muertas en laderas o al borde de meseras naluraíes, porque se trata de que los buitres acaben lo antes posible con la carroña, y saben que se muesiran muy remisos a meterle en el fondo de los valles o entro el arbolado.

Cuando despegan lo hacen en grupos, como obedeciendo una consigna' vuelan pBsadamenle hacía una térmica e inician una interminable serie de ctrculos que les van elevando, ahora^ con lentitud. Esas formidables coronas de buitres girando majestuosamenre, antaño frecuentes en cualquier región de la Península, están formadas por individuos cargados de carne, que se ven obligados a ganar buena airura para transportarla hasta la buitrera.

Si no se les molesta, los buitres permanecen algunas horas cerca de la pie/a devorada. Incluso hasta el día síguienieí si el festín ha tenido efecto por la larde. Seguramente digieren parcialmente la comida para planear con más facilidad.

La llegada de los adultos se anuncia en las cornisas de la roca por anhelantes cacareos y gemidos. Los buitres '\óvenes deben verlos cuando están aún a v a r i o s kilómetros; estiran el cuello, abren las alas y ganan con prudencia

Los aviones planeadores tienen una estinetiira muy parecida a la de los buitres, como puede ver^ ta esta foto tümiid.a disde «rrílh

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los sállenles d o n d e sus padres acostumb r a n a podarse. Estos se « p a r a c h u l a n » r u i d o s a m e n t e y , en •^equlda. devuelven \a carne acarreada, m i e n t r a s los polluoJos la engullen con v o r a c i d a d . En esos m o m p n t o í \ñ colonia e^\á p l e i ó r i c a de vida. Hay u n v e r d a d e r o d e r r o c h e d e m o v i m i e n t o s y d e g r i t o s . A l atardecer ret o r n a la q u i e t u d . Porque los b u i t r e s sor> animales b i e r á l í c o s : en su i n m o v i l i d a d radica el gran a h o r r o d e calorías que les p e r m i t e s o b r e v i v i r c o m i e n d o un par de veces p o r semana- Toda su c o n s t i t u c i ó n y sus c o s t u m b r e s hacen posible esta capacidad para ©1 a y u n o . Durante el i n v i e r n o Jos b u i t r e s permanecerán jornadas enteras q u i e t o s , c o m o rocas, en sus abrigados refugios. Y , hasta c u a n d o

Ellos vDlArDD a vela a n l e s q u e el h o m b r e .

Durante el vit^to, los buitres exploran minuciosamente e! t e r r e n o . Kus ojos l e k s cúpieoB p o d i i a o d e s c u b r i r una mosca p o s a d a en el belfo r e ^ c o de un mulo m u e r t o .

Cuando un b u i t r e explorador descubre un r a d á v e r , Jo^ individuos áe la colonia se dirigen hacía él Mn perdida de tiempo- Estos tres buitres Forman p a r t e de una bandada q u e hiende el cielo con rapidez h a d a el festín de una lejana c a r r o ñ a .

v u e í a n , se l i m i t a n a apoyarse en las ascencionales t é r m i c a s , m o v i e n d o las alas lo menos posible. El desarrollo de los polluelos es m u y l e n t o : el p r o c e í o de la n i d i f r c a d ó n , larg u í s i m o . La puesta t i e n * lugar a finalas de enero. M a c h o y h e m b r a se t u r n a n en la i n c u b a c i ó n , s o p o r t a n d o estoicamente la lluvia y la nieve, d u r a n i e casi dos meíes, A p r i m e r o s de a b r i l los polluelos r o m p e n el cascarón; permanecen en el n i d o hasta p r i m e r o s de agosto. Durante varias semanas son aún alimentados p o r los padres. En p l e n o o t o ñ o e m p r e n d e n una existencia e r r á t i c a que puede llevarles ha^ta los p3¡se5 más lejanos- Se han m a t a d o b u i t r e s I n m a t u r o s , en fase de peregrinaje, en el n o r t e de Europa. Se cree que hasta loa c u a t r o o cinco años los b u i t r e s n o son capaces de reproducirse.

Entonces r e t o r n a n a las colonias f a m i l i a res y se hacen sedentarios. EL BUITRE, CONDENADO A RÁPIDA E X T t M C I C ^ La pasada p r i m a v e r a v o l v í a v i s i t a r la b u i t r e r a d© los Obarenes. La colonia ha p e r d i d o más del 5 0 p o r 100 de sus eíectfvos. En los mejores emplazamientos todavía aparecen, cual sellos de p r o p i e d a d , los manchones blancos de las deyecciones. Las cornisas bajas y las cuevas más expuestas h a n sido abandonadas, y aquella sensación de roca palp i t a n t e , aquella aureola de raza indest r u c t i b l e que flotaba sobre los riscos de m i ¡Ljventud, ha desaparecido para siempre. Los b u i t r e s leonados europeos se han


Los buitres se extinguirán por falta de comida v i s i o o b l i g a d o s , desde hace Fr.ilenios, a depender del h o m b r e para sobrevivirPero el h o m b r e ha progresado a g n r i t m o d e m a s i a d o r á p i d o para los c a r r o ñeros.

El b u i l r p ncpro PS ya muy pscafro en lu FpmnsuLA. I j ICT U- prolí-g*^ en lodo tiempo, p o r lo qiH" l o s canidoreí' deben a b s t e n e r s e d e di^^irJrar sobre esla notable ave.

El alimoche o buitre d o r a d o {arrihiiU ea un pegueüo c a r r o ñ e r o q u e ani<la en España e inverna en las cálidas t i e r r a s d e Afrí<;a; e n E g i p t o s e le r e s p e t a p o r q u e limpia los p o b l a d a s de toda cla^^e de íhiimnOiníi-s. Abajo, el q u e b r a n t a h u e s o s , sorprend i d o en su nido p o r La c á m a r a dp los h e r m a n o * T c r t a s s e , c o n o d d o í espetialistus galos eh r a p a c e s >• a quienes se d t b e ampliu docunienlaciíui sobre estas aves.

En Á f r i c a — g r a n p a l r i a de los b u i I r e ^ — d o n d e la p r e s i ó n h u m a n a n o ha a l l e r a d o íodavia el e q u i l i b r i o de las com u n i d a d e s ¿mimales, esia? aves dependen, sobre t o d o , d e los grandes m a m í feros c a r n i c e r o s . C u a n d o los leones, leop a r d o s u o t r a s fiaras m a t a n u n herb í v o r o , se aprovechan de los restos que a b a n d o n a n . Una mañana i n o l v i d a b l e rodábamos l e n t a m e n t e por la llanura del S^rengueti siguiendo a c u a f r o guepardos. T r a t á b a m o s de f i l m a r l o s d u r a n t e la caza y ' ^ suerte parecía s o n r e í m o s . Lo5 l'alinos más rápidos d e la creación avanzaban con <:auiela hacia un g r u p o de gacelas. Su miarcha recordaba a la de lo:; « p o í n t e r s * d u r a n r e la caza. De vez en cuanto se detenían, en posiciones esr a l u a r i a s , m a n t e n i e n d o una pata en a l t o , D u r a n í e lo5 ü í t í m o s m e f r o s se deslizaban, pegados al sijelo, l e m i o c u l t o s entre la hierba iiupida. Habían conseguido abrirse en abanico y estaban ya a unos ochenta m e t r o s de las gacelas. De p r o n to. I B h e m b r a — n i a d r e de los tres C3ohorros^— 5H d i s p a r ó c o m o una saeta. Su carrera era d e m a s i a d a r á p i d a para seguirla con la c á m a r a . Pero estábamos asistiendo al ataque d e un a n i m a l q u e c o r r e a 120 k i l ó m e t r o s p o r hora y eso era lo más I m p o r t a n t e - En unos segundos alcanzó a las gacelas, Y n o p o d r í a decir sí de un zarpado o de u n m o r d i s c o a b a t i ó un a n i m a l rezagado. M i ú l t i m o recuerdo es el d e una cola serpentina e q u i l i b r a n d o saltos y v o l t e r e t a s .

No habíamos llegado con nuestro coche a la nueva p o s i c i ó n de roda¡e, c u a n - d o ya había dos b u i t r e s posados, p r u dentemente^ a 20 m e t r o s de los Felinos, Antes d e que Terminaran su c o m i d a se hi:^bían c o n c e n t r a d o 3 5 . Y en c u a n l o los guepardos se a l e j a r o n , ÍQÓ b u i t r e s l o r gos ( p r i m o s hermanos d ^ nuestros b u i tres n e g r o r ) se p r e c i p i t a r o n sobre los escalos despojos de la gacela y los hicier o n desaparecer sin d e j a r r a s t r o . T o d o el q u e ha p a r t i c i p a d o en un sa» f a r i sabe que tan p r o n t o c o m o se abate un a n i m a l en Á f r i c a , aparece un b u i t r e y, a c o n t i n u a c i ó n , un centenar. Eso e£ 2<ac[amenTe lo que nuestros b u i t r e s leonados h i c i e r o n d u r a n t e m u c h o s siglos: seguir desde el aire el m o v i m i e n t o de las hordas de cazadores p r e h i s t ó r i c o s .


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El buitre negro, «desplegando su tren de aterrizaje», se posa en el nido, en lo alto de un alcornoque. El polluelo espera ávido. Cuando el hombre se hizo pastor y agricultor, los buitres cambiaron también de vida. En lugar de seguir a los cazadores, vigilaron a ios rebaños para alimentarse con las reses muertas y sobrevolaron las aldeas para limpiarlas de restos de animales de labor. Hoy, el hombre ha sustituido mulos y bueyes por tractores. Los cadáveres del ganado lanar se entierran; los vacunos se aprovechan al máximo. Las escuadras de buitres sobrevuelan en vano las antiguas hueseras donde hasta los resecos costillares y fémures se han recogido cuidadosamente para fabricar colas y abonos. Ya no hay comida para los buitres. Poco a poco, las colonias irán perdiendo sus efectivos. No sé si muertos por inanición o replegados hacia el África, donde les espera una dura lucha con competidores mejor adaptados. Al abandonar, hace unos meses, el solitario paraje donde tan felices vacaciones pasé en mi juventud, bajo las alas de los últimos buitres de la colonia, recordaba con nostalgia la interpretación que una mañana de euforia naturalista di a las voces, a los vuelos, a la vida que llenaba la buitrera: «Somos un pueblo poderoso y viejo. Antes de que el hombre viniera ya vivíamos en esta roca». Cuan triste será para mí contemplar un día no lejano la roca muerta y vacía.

EL BUITRE NEGRO Y SUS NIDOS ARBÓREOS Más grande que el buitre leonado, de plumaje pardo fuliginoso, el buitre negro se distingue, sobre todo, del común, por sus costumbres arborícelas y menos gregarias. Aunque se posa con frecuencia en las rocas, anida en los árboles, generalmente en viejas encinas y alcornoques. Construye sobre la copa un gigantesco nido, acumulando ramas secas de toda suerte. Nunca forma colonias nutridas, si bien pueden verse varios nidos en una ladera, separados por centenares de metros. Sus exploraciones para la búsqueda de comida suelen ser individuales. La alimentación es m.ás variada que la del buitre leonado. No se limita, como éste, a consumir los cadáveres de las reses o el ganado de labor. Pasa y repasa sobre las laderas de monte bajo, donde es capaz de hallar un conejo muerto de mixomatosis, un lagarto, un perro o un zorro envenenado. Y ésta es una de las'í:ausas de la desaparición de este buitre en España. El uso incontrolado y abusivo del veneno pone a su alcance unos cebos tóxicos, que_ le van haciendo desaparecer de las regiones ricas en caza mayor, donde se persigue por este sistema a las alimañas. El profesor Bernis, que ha estudiado muy bien las costumbres del buitre ne-

gro y ha obtenido una interesante película sobre sus actividades en el nido, ha encontrado restos alimenticios variadísimos: perros, zorros, cabras, ovejas, venados, conejos, erizos, etc. Este gran carroñero es un solitario explorador de las zonas de monte, pobladas todavía de reses salvajes y ricas en caza menor. Depende mucho menos del hombre para su alimentación que el buitre leonado. Pero su costumbre de anidar en los árboles le hace muy vulnerable. Algunas colonias de buitres negros han sido saqueadas durante años por los coleccionistas extranjeros de huevos, que hallaban eficaces colaboradores entre los sencillos campesinos de la región. No ha faltado tampoco el buscador de trofeos, poco escrupuloso en cuanto a la conservación de las especies, Y, actualmente, padecemos en nuestras sierras más recónditas la invasión de una tropa de insensatos, que han hecho del automóvil y del rifle del 22 \ir\ arma formidable para la destrucción de nuestra fauna. La situación de esta notable y beneficiosa especie se ha hecho tan crítica ya en España que el profesor Bernis escribe, al principio de su completo estudio sobre el buitre negro, publicado en la revista «Ardeola», estas frases alarmantes y bien documentadas: «Es seguro que durante los últimos 103


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Los buitres aplacan la sed de sus polluelos con un liq^uido transparente y viscoso que dejan caer en el pico de los pequeños.

Un animal muy tímido de faz pavorosa

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En este expresivo dibujo de Lalanda pueden observarse varias actitudes de los buitres leonados cuando luchan por la primacía en la comida de la carroña.

cien años el buitre negro lia disminuido de manera dramática en España. Antiguos autores, como Lilford, Castellarnau y otros, expresan en sus escritos calificativos absolutos o relativos de abundancia que sobrepasan significativamente aquello que hoy diría cualquier observador en las mismas comarcas. Zonas donde ahora sóio quedan 6-10 parejas adultas tenían hace treinta años no menos de 20-30 parejas. Donde modernamente es sólo posible hallar a lo sumo varios nidos en parajes remotos, hace noventa años los había abundantes en valles cercanos, cuando en una sola temporada se expoliaban no menos de sesenta huevos, lo que probablemente equivalía a inutilizar por un año entero la reproducción de 60 parejas... Un


cálculo no pesirnista p e r m i t o evaluar la a c i u a ! p o b l a c i ó n española de b u i t r e s negros eti poco mÁs de 2 0 0 parejas a d u l tas.»

EL QUEBRANTAHUESOS, CAZADOR M U Y TIMJDO Sí el rnás ejtperto maquilTador hubrera i r a i a d o de d a r af r o s t r o de u n ser inofensivo el aspecto más pavoroso y dem o n í a c o , d i f i c i l m e n l e h u b i e r a conseguido una máscara l a n i m p o n e n t e c o m o la del quebrantahuesos. Los ojos de este t í m i d o c o m e d o r de huesos y c a r r o ñ a son de i r i s a m a r i l l o , c o m o de fuego, rodeados p o r un c e r c o r o j o , sangriento- A los fados d e l p j c o , f u e r t e y g a n c h u d o , se adorna con una d o b l e b a r b i i a , de pelos n e g r í s i m o s — d e aquf su n o m b r e cient í f i c o , nGypaerus b a r b a t u s * — , que p r o longa su diseño hacia los Fados de la f r e n t e , d a n d o a la faz de! ave u n arre agresivo d e l q u e carecen las p r o p i a a ¿güilas. Una o b s e r v a c i ó n más detenida dem u e s t r a , s m e m b a r g o , q u e esie p á j a r o no es un a u t é n t i c o c a l a d o r . Sus manos son débiles y pequeñas; sus uñas, escasamente desarroffadas; sus t a r s o s , cortos, y la m u s c u l a t u r a t i b i a l — q u e en las rapaces m a t a d o r a * o r i g i n a la f u e n a p r e n s i l — es m u y poco a p a r e n t e .

Un cuervo c a m i c r r o sorprendido m i e n t r a s dqvora un huevo de p e r d i í iocubado. ho» c u t r v o s participan también en la destniccJtSn de }a carroña, ¡nrtt por ^er ladrdnra de huevos, s u lalior beneficiosa no les potie a SAÍVO de las persecucÉoiiea.

El a r m a del q u e b r a n t a h u e s o s es eT v u e l o , u n vuelo sostenido y f á c i l , m u c h o más ágil q u e el de b u i t r e s y águilas, c o m p a r a b l e al del m i l a n o real- Su silueta, grácil y longuiUnea, recuerda la del h a l c ú n . En sus i n t e r m i n a b l e s rondas p o r loa flancos de h m o n t a ñ a , el q u e b r a n t a huesos se desliza en las c o r r i e n t e s aéreas con suma m a e s t r í a , Y r a r a m e n t e se aventura en las llanuras. Su t e r r i t o r i o 3S el p a r a j e a b r u p t o ; la alta y mediana m o n t a ñ a . Las alas, largas y a f i l a d a s , de &s[e acabado p l a n e a d o r se a d a p t a n maravillosamente al v u e l o en el paisaje queb r a d o . Puede, descender hacia los valleSr pegado al r o q u e d o y , a p r o v e c h a n d o la Inercia de sus siete k i l o s de peso, c o r o n a r ía ladera de e n í r e n t e sin ciar u n soíc aletazo. A s i registra m i n u c i o s a m e n t e todos los r i n c o n s í de su r e t i r a d o f e u d o , d o n d e nunca f a l l a n algunos cadáveres ' d e s p e ñ a d o s , a b a t i d o s p o r el l o b o o m a tados por ej á g u i l a . La o t r a a r m a poderosa del merodeador de m o n t a ñ a es la capacidad digestiva de sus jugos gástricos. Porque los huesos o c u l t a n e n sus e s t r u c t u r a s células cargadas de grasa, m u y ricas en calorías, y su médula es u n o de los t e j i d o s animales más n u t r i t i v o s . El q u e b r a n t a huesos se traga enteros t i b i a s , fémures y tarsos de cabras o de ovejas. Si algún hueso es d e m a s i a d o l a r g o p a r a la deg l u c i ó n , lo t r a n s p o r t a hasta las a l t u r a s y lo de¡a caer sobre una peña, d o n d e se hace pedamos y el ave puede c o m e r su m é d u l a . Los quebrantahuesos anidan en cuevas situadas en rocas inaccesibfes S O I Ü -

mente tienen u n descendiente p o r año, q u e se desarrolla r o n tanta l e n t i t u d c o m o los b u i t r e s . Examinando ios restos haflados e n b s nidos se ha p o d i d o c o m p r o b a r que no digieren las pezuñas, cascos y pelos. Los polluelos descansan j u n to a verdaderos m o n t o n e s de e g a p r ó p i las f o r m a d a s p o r estas materias indigeribles. Se ha v i s t o t a m b i é n que a p o r t a n al n i ñ o pequeñas presas, c o m o r a t a ; , conejos, aves medianas y tortugas. El quebrantahuesos, que antaño ocupó los Alpes y otras montañas de Europa, es hoy escasislmo. En España ha enc o n t r a d o sus ú l t i m o s refugios en los Pirineos y en la sierra de Cazorla, donde

está p r o t e g i d o férreamente p o r los guardas del C o t o . En ol d f l i f i l a d o r o de Pan^ c o r b o anidaba hasta hace m u y pocos a ñ o s . En S a n i o D o m i n g o d e Silos y en BujedOn t a m b i é n en la p r o v i n c i a d e Burgos< aún conocen los lugareños la oquedad donde a n i d a r o n estas aves en el pasado. Poco a poco, las grandes rapaces desaparecen d e nuestra geografía. Quizé la fey p r o t e c t o r a p r o m u l g a d a recientemente detenga e s t a lamentable s i t u a c i ó n . Porque sJn ellas, n u e s t r o paisaje pierde gran p a r l e de su belfeía-

Félix R. DE LA FUENTE


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