CAPÍTULO 5 LA EDAD DEL ESPÍRITU
La consideración filosófica no tiene otro designio que eliminar lo contingente.
Hegel
El intérprete del Apocalipsis
Si hay algún escrito que centre la mayor parte del trabajo interpretativo de Gioacchino da Fiore, ése es el Apocalipsis de Juan. A la explicación de sus figuras, símbolos, números y espectaculares visiones del fin de los tiempos, dedicó el abad de Fiore gran parte de las dos últimas décadas de su vida, los años más fructíferos de su producción escrita1. Detrás de este gran esfuerzo estaba el convencimiento íntimo de que su época estaba cerca de ese final, o al menos, que en ella se inauguraría la última etapa, y la más perfecta, de la cristiandad sobre esta tierra. Sin embargo, y éste es un punto a tener en cuenta, Gioacchino no se sentía un profeta. Él no tiene visiones, al modo de Hildegard von Bingen, que le muestran las verdades últimas de la fe y del destino del hombre y de la Iglesia, ni escribe como ella al estilo de una médium que ejerce como portavoz del Omnipotente2. Su labor parece más modesta. A aquellos que lo llamaban profeta, él no tenía reparos en desmentirlos: “non voglio sembrare quel che non sono, inventando qualcosa che scaturisca da una mia
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Gian Luca POTESTÀ, El tiempo del Apocalipsis: vida de Joaquín de Fiore, trad. de David Guixeras, Trotta, Madrid, 2010 pp. 305-306. 2 Sobre la diferencia entre las atribuciones de Hildegard como profetisa y de Gioacchino como teólogo e intérprete de las escrituras, ver Ibid., p. 72.
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