FÓSFORO Del latín phosphŏrus (lucero del alba) y del griego φωσφόρος —phōsphóros— (portador de luz)
1. m. Elemento químico de núm. atóm. 15, muy abundante en la corteza terrestre, de gran importancia biológica, constituyente de huesos, dientes y tejidos vivos, que se usan en pirotecnia y en la fabricación de cerillas, fertilizantes agrícolas y detergentes. (Símbolo P). 2. m. Trozo de cerilla, madera o cartón, con cabeza de fósforo y un cuerpo oxidante, que sirve para encender fuego. 3. m. Lucero (planeta Venus). 4. Revista literaria. Quémese en caso de emergencia.
Director general: Luis Fernando Rangel Directora de redes sociales y comunicación social: Rebeca Favila Montana Director editorial: Luis Fernando Rangel Directora de contenidos: Johana Rascón
FÓSFORO
Director administrativo: José Arturo Santillanes Consejo consultivo: La caja de cerillos Consejo editorial: Rebeca Favila Montana, Luis Fernando Rangel Johana Rascón, José Arturo Santillanes Portada: Rodrigo Esquinca (con intervención de Juan Ramón Flores) Material gráfico en interiores: Juan Ramón Flores, Leticia Aquino, Norma Ferraez, Jair Oxmar y Raw Pixel Fósforo. Literatura en breve. Año dos, número seis y siete, octubre-diciembre de 2021 / enero-marzo de 2022. Es una publicación trimestral editada por cuatro fósforos y una caja de cerillos. Contacto: fosforocuu@gmail.com. Editor responsable: Luis Fernando Rangel. Este número se terminó de imprimir en Chihuahua, Chihuahua, México, en el mes de abril con un tiraje de 100 ejemplares. El diseño estuvo a cargo de Sangre ediciones y la impresión se realizó en los talleres de Ediciones Arboreto. Los textos y obras son responsabilidad de sus autores y las opiniones expresadas por ellos no necesariamente reflejan la postura de los editores de la publicación. Queda estrictamente prohibido no disfrutar. La literatura y las ideas son libres: comparte, pero da crédito. ¡Que corra la voz! ¡Que ardan los fósforos! #LiteraturaQueArde
CONTENIDO 5
Poesía Casa Fabricio Gutiérrez
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Mitología Javier Fuentes Vargas
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Afuera Eduardo Luis Alvarado
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Desierto Luis Ronces
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La casa de mis abuelos Natalia Pedroza y Fernández
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Identidad Carla Patricia González Canseco
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Johnny Cash Sergio H. García
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Jinetes negros y otras líneas Stephen Crane (Traducción de Gloria Ramos)
Narrativa 21 Noria de las almas Norma Ferraez 25
Episodio barrial para la historia universal de la infamia Mariano Montero
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El árbol David
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Ideas “La poesía se talla y se detalla”. Notas sobre En esa delgada separación de Silvia Eugenia Castillero Isabel Ruiz Figueroa
habitar una casa habitar un poema
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Casa Fabricio Gutiérrez
Poema: tal vez el único momento en que uno está en casa. Todo lo demás es estar afuera, mirando luces que se prenden y se apagan.
(Ciudad de México, 1985). Ha estudiado Filosofía y Letras en la unam. Es autor de Escuela de levitación (2020), Las cartas de amor que no alcanzaron a escribir mis muertos (2021) y Nadie me verá dormir en el jardín (2022). Su libro Rastrillar la zona fue el ganador de la cuarta edición del Premio de poesía Centrifugados Pueblo de San Gil (Cáceres, España).
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Mitología Javier Fuentes Vargas
tengo la impresión que los peces no son otra cosa que las manos de un farero que en su afán por encarar tormentas buscó acariciar la porción de agua que le llagaba hasta los pies
(Santa Ana, El Salvador, 2000). Estudiante de Antropología Sociocultural en la Universidad de El Salvador. Ha publicado en revistas impresas de México, Guatemala, Argentina, Perú, Colombia, Eslovenia, Rumania, España y El Salvador. Ha sido incluido en las antologías Camaleónica: poesía latinoamericana contemporánea (2020), No nos tomamos un té con Borges aquella tarde de lluvia. Antología poética hispanoamericana de hombres menores de 30 años (2020) y en Boundless: antología del 14° Festival Internacional de Poesía del Valle del Río Grande (2021). Mención de honor en el festival internacional “Premio a la palabra” por “Duele Igual” (2019). Obra publicada: La muerte llegará (2019), Un lugar donde espero no morir sin conocer el odio (2021) y Vaho (2021). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, esloveno y rumano.
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Afuera Eduardo Luis Alvarado
una cosa era certera en el encierro: yo era el espacio este me habitaba a mí me llenaba la sangre de aire me hacía flotar hasta esa esquina inhabitada de mi habitación imaginé estar afuera allá tal vez las calles podrian contenerme prohibir la seguridad de las rumiaciones identificar rostros en las cosas sin vida observar un rostro humano y no estar seguro de lo que vería
(Durango, 1996). Estudio cine digital en Guadalajara. Su primer cortometraje, Jaguar, ha participado en una veintena de festivales internacionales, entre ellos, el Festival Internacional de Cine de Morelia. Sus textos han sido publicados en medios impresos y digitales, tales como Luvina, Punto en Línea, Fuimos Peces, Fósforo, entre otros.
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Desierto Luis Ronces
Llevábamos meses navegando. Había sal en nuestras frases. Llevábamos meses, pero la orilla del mundo no aparecía Ocean Vuong Si atinas que has llegado será por el dolor. Cuánto tiempo tardamos en darnos cuenta que ir al norte no es lo mismo que avanzar. Tropezamos con cruces que señalan el camino y alguien dice “este compañero que nos falta es la muerte”. La nevasca es la canción que registra esta huida: no recordaré ninguna cara, lo prometo: tan solo el tacto de la mano que inició el fuego cuando nadie recordaba forma alguna de incendio: sería imposible perdonar en un desierto lleno de fantasmas: por ahora es mejor ser un solo cuerpo: rendirse ante la inmensa penumbra, como una oración al Dios que dejamos atrás. ~ Detrás de mí, la sombra de algo que podría ser una bestia o una casa: antes la voz de mis compañeros fue ancla: tactos que ungieron con agua esta piel: ¿Dónde estamos? ¿Cuánto falta?: mis pies son cauce del dolor que no puede contenerse: antes hubo una estrella que llevaba a los hombres hasta su destino: ahora desconfiamos del origen de cada luz: ya no es claro si voy andando solo y es por eso que no escucho más temor que el mío, más tiniebla que la mía: ¿Cuánto más falta? pero la voz se había quedado en otro lugar. ~
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No intentes medirlo con tiempo: sería como dar tu última hogaza al alma en pena de un niño perdido. Si les preguntas, nadie podría diferenciar un día de otro. El registro de cuánto transcurre (y cómo) pierde su propósito, se deshoja: quisiera decirte que puedes regalarme tu sed o que es seguro ser vencido por el sueño, porque así podría cantarte en la lengua que conoces, una tonada tan sola como febril. No eres tú quien debería saber diferenciar el eco de las municiones. ~ No para todos es éste un vientre donde esperar. ~ Escapar por aire: alas y ciudades que se vuelven diminutas: ángel, pájaro de sombra difusa, aeronauta, satélite, centella: cometa que muere en los campos celestes, atardecer: amuleto para el viaje: otra ciudad de noche: cruzar el río desde los brazos de una madre, sentir el rezo en tu quijada, sentir el frío en tu quijada: escapar porque no hay más de dónde venimos: mi dolor deviene estanques y barrancos: esa agua desemboca aquí. ~
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si buscas creer en algo, que sea en la trayectoria: el agua siempre encuentra formas de llegar. ~ Es sólo un tramo más el que falta, pero el peñasco nos arrebata hasta el aire: recordar es una jungla que se cruza descalzo: ~ No vengo solo: me lo repito creyendo que le hablo a alguien para evitar que se quede dormido: su respuesta es la luz que anuncia una nación menos inhóspita: pensarías que el alba es siempre indulgente: pero estando aquí, solo la oscuridad se siente como un abrazo materno: nos esconde entre sus faldas: nos abstiene de vernos a los ojos y correr.
(Cuernavaca, Morelos, 1994). En 2017 fue el ganador del Concurso Nacional de Creación Literaria del itesm en la categoría de cuento corto. Ha publicado su obra en las antologías Luz y lengua (Ediciones y punto, 2016), El diablo me pinchaba la cabeza (Lengua de Diablo, 2017) y Desde el contorno (Ediciones Simiente, 2019). En octubre de 2017 publicó su primer libro de poesía Luminiscentes con el Fondo Editorial del Estado de Morelos y en 2018 su segundo libro de poesía Señales de Ausencia de la mano de Lengua de Diablo.
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La casa de mis abuelos Natalia Pedroza y Fernández
Por varios años esta casa estuvo vacía; después de la muerte de mis abuelos los únicos cuerpos que aquí desfilaban eran los de las sillas, las mesas, los cuadros, un montón de hombrecitos de polvo y las raíces, que jamás pararon de crecer. Ahora la casa me parece inmensa y poco queda de lo que vive en memorias y fotografías. A pesar de ser mayor, tras la mudanza he vuelto a temer de la oscuridad: por las noches oigo crujir y pasear las voces de siluetas impregnadas que se esconden por el día en el hueco de las escaleras, camino de prisa y a hurtadillas para ir al baño, como cuando era niña, para que las sombras no me alcancen aunque siempre las traiga pegadas en la espalda.
(Ciudad de México, 1998). Es estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha publicado en el Blog Librópolis de la unam y en las revistas Punto en línea, Granuja e Hipérbole Frontera; además forma parte del segundo volumen de Novísimas: Reunión de poetas mexicanas (Los libros del perro, 2021). También ha participado en diversos recitales poéticos y eventos culturales.
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Autorretrato | Leticia Aquino
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Identidad Carla Patricia González Canseco Yo no tengo nombre. Yo no tengo nombre, tengo letras verdes, yo no tengo nombre, tengo dos acentos, yo no tengo nombre, tengo mis apóstrofes. Me llamo esquizofrenia tras la esquina, me llamo licor terso, me llamo noche contaminada, me llamo libro ácido, ultraje de la idea, página en la que escribe la locura, taberna donde se embriagan los santos. Me llamo mala palabra, me llamo encuentro de dos vértebras, me llamo los países y los mares que caben dentro de un dedal. Yo no tengo nombre… para que los tiranos no me nombren. Las risas de los menesterosos son vidrios de una botella que se clavan en la ingle del mundo. Yo no tengo rostro. Yo no tengo rostro, tengo dos zapatos, Yo no tengo rostro, tengo un cigarrillo, Yo no tengo rostro, tengo mi navaja. Cargo con la frente del viejo barrendero que corrige versos de Lautréamont. Cargo con los oídos del maestro en dinamita, cargo con la lengua del estibador, con los labios de una puta ciega, con el cuello de un crucificado, 13
con los ojos de veinte matarifes, con la piel de una horda de leprosos, con la nariz de un sahumador. Yo no tengo rostro… para que los cobardes no me besen. Las risas de los menesterosos son vidrios de una botella que se clavan en la ingle del mundo. Yo no tengo patria. Yo no tengo patria, tengo un catre roto, yo no tengo patria, tengo cuatro tazas, yo no tengo patria, tengo mi bolígrafo. Vengo de donde los bienaventurados hacen escaleras para el fin del día. Vengo de un puente en Michigan, vengo de un charco en Puerto Príncipe, vengo de un callejón en Yuba, de una gota de agua en Chernóbil, de un par de medias en Pigalle, de la acrobacia en el semáforo de Juárez, del aroma en una mina de sal. Yo no tengo patria… para que cuando otros vengan no los odie. Las risas de los menesterosos son vidrios de una botella, que se clavan en la ingle del mundo. Yo no tengo dioses. Yo no tengo dioses, tengo rezos tartamudos, yo no tengo dioses, tengo mil imágenes, yo no tengo dioses, tengo mis candelas. Juego con un Dios que vende cascabeles en medio de un mercado a la media noche. Juego a reescribir Los Gathas de Zoroastro, Juego con Shiva a la baraja,
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Juego a la rebelión de Cristo, a desvestir el pentateuco, a beberme la palabra de Mahoma, a distraer a Avalokiteśvara, a rasgar el vestido de Lao Tse. Yo no tengo dioses… para que cuando caiga en falta no me culpen. Las risas de los menesterosos son vidrios de una botella, que se clavan en la ingle del mundo. Civilización que sembró identidades como mirtos, civilización que tatuó el signo. Civilización botella de vino generoso arrojada al piso antes del descorche.
Narradora, guionista y poeta, ha escrito diferentes programas documentales para tv unam y Canal 22, entre ellos, “La muerte en la literatura mexicana” “Alfonso Reyes el gran sibarita” “Fray Servando” y “José Alvarado”. Es autora de El Gato prohibido, libro de relatos y poemas publicado por la editorial Scripta, de la novela En el cuerpo de Mefisto, publicada por la Universidad Autónoma de Nuevo León, y del libro de divulgación científica Breve Historia de la Ciencia en México, publicado por la misma universidad, además del libro Sueños de Celuloide, publicado por Editorial proceso.
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Johnny Cash Sergio H. García
Johnny Cash entendía que las estrellas no desaparecen al amanecer Él sabía que los planetas hoyos negros Explosiones esperanzas de vida el jodido Big Bang no desaparecen con el sol Johnny Cash sabía que aunque las mariposas volaran y los pájaros cantaran no se detendrían las tormentas los rayos el ácido venidero de las miradas que no entienden Johnny Cash sabía que la locura se siente en los huesos por la mañana y se sufre en el estómago al anochecer Conocía el miedo al fastidio ajeno el cansando tras sostener una sonrisa llena de explosiones detrás del cráneo Johnny Cash sabía lo que era perderte ahogado entre marejadas [de pensamientos Conocía el no saber de ti mismo el oscurecido naufragio luctuoso por personas que no conoció Él hallaba verdad en eso de sentir
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que mundo te cae encima un lunes por la mañana pero que también todas las aguas se aclaran y puedes volver casa respirar la tranquilidad Johnny Cash sabía que no existen infinitos porque si el universo termina la música termina el amor termina si la vida termina entonces también el dolor y la felicidad
(Nayarit, 1995) Fue parte del colectivo pro-arte local y artesanal “Tianguis cultural: Ruiz” y el proyecto musical “Pro-Rock”. Actualmente dirige el proyecto literario “Viernes Cafeteros”, de la revista de difusión cultural Poetómanos y es miembro de la banda de rock “Huéspedes”. Ha sido becario del programa Los Signos en rotación del Festival Interfaz de ISSSTE-Cultura en Guanajuato, 2018; y Segundo lugar en el concurso “Páramo de Sueños”. Miembro del Colectivo «Escritores del Bajío» y ha participado en múltiples talleres y lecturas en festivales culturales dentro y fuera del estado. Columnista en “Proyectiva” sus obras han sido publicadas en distintas revistas literarias y en antologías.
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Jinetes negros y otras líneas Stephen Crane (Traducción de Gloria Ramos) XXIV Vi a un hombre que perseguía el horizonte, vuelta tras vuelta a toda prisa. Esto me perturbó y lo abordé. —Es inútil —dije—, Nunca podrás… —¡Mientes! —gritó y continuó su marcha.
XXIV I saw a man pursuing the horizon; Round and round they sped. I was disturbed at this; I accosted the man. “It is futile,” I said, “You can never”— “You lie,” he cried, And ran on.
Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la fes Acatlán y se especializó en traducción literaria en la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción de la unam. Ha colaborado en diversas publicaciones como Monolito, Círculo de Poesía y Página Salmón. Forma parte del colectivo de traducción literaria Falsos Amigos, el cual está a cargo de la antología de ciencia ficción ¡El futuro es mujer!, próxima a publicarse en septiembre de este año por Almadía Editorial.
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Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos Cuentos
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Noria de las almas | Norma Ferraez
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Noria de las almas Norma Ferraez
Me gustan cómo se ven las cosas desde aquí arriba. Al principio no quería vivir aquí, porque teníamos que caminar más, pero cuando se mete el sol se ve rete bonito el cielo, todas las luces y también las estrellas, mi mamá decía que las luces eran estrellas de la ciudad, aunque a ella nunca le gustaron porque en la Sierra las estrellas se ven majestuosas. La verdad es que a ella nunca le gustó la ciudad y la entiendo, a veces a una la tratan feo aquí y no hay árboles, una no se puede sentir libre entre tanto edificio, aunque ya ni me acuerdo tanto de la vida allá. Aquí tengo buenas amigas y mis hijos pueden ir a la escuela, así que hay que verle lo bonito, de por sí vivir está cabrón, imagínese usted si una se pone a lloriquear. No, eso no, hay que chingarle duro pa’ comer y pa’ vivir decente. Nomás me gusta vivir aquí, mero arriba, porque puedo ver todo. Desde aquí se alcanzan a ver todas las casas, siento como si fuera la guardiana. Pero no crea que me importa, yo nomás le platico. La otra vez vi cómo la pobre de Lucía andaba batallando con sus hijos ¡Y eso que apenas son 21
unos chamacos! No imagino cuando crezcan, le salieron rete malcriados, la otra vez se le salieron de la casa y agarraron rumbo pa’l centro, allá andaban pidiendo kórima para jugar en las mentadas maquinitas esas y a mí me da mucho coraje, porque la pobre ahí anda chingándole y estos de vagos se le van, además de que ya no los quieren en ninguna escuela porque faltan mucho, pero la chiquita, Victoria, todavía se puede salvar, aunque ya está siguiendo los pasos de sus hermanitos. En fin, a mí no me gusta criticar, ella le hace la lucha como puede. Mire, allá en esa casita vive Margarita, ella se sienta afuera de su casa a coser y cuando cose llora, nadie sabe por qué, una vez le pregunté que si cómo estaba y sólo me dijo que bien y las lágrimas recorrieron su rostro. Quién sabe por qué tanto llora, yo la entiendo, a mí en veces me entra la tristeza y se me salen las lágrimas, yo lloro porque siento que no puedo más, trabajo y trabajo y nomás no me rinde el dinerito, que la escuela, que el agua, que la luz, ay no, todo rete caro, pero yo creo ella llora porque se acuerda de la Sierra o qué sé yo. Pero como le decía, de aquí puedo ver todo, a Lucía, a Margarita cosiendo; a veces veo a Manuelita, ah ella cómo le echa ganas, bueno pos todas, pero a ella le salieron muy buenos sus hijos, le están construyendo una casota y es que, terreno no falta, lo que falta es dinero, pero qué le hacemos, el Gobierno quesque’ nos echa la mano. Por eso, yo me llevo a mis hijos tempranito a la escuela pa´que aprendan a contar y a escribir, no quiero que me los hagan tontos como a la pobre de Virginia, que vive en un jacalito mal hecho, su esposo viene a verla cuando puede y le da dinero, le da poco porque tiene dos familias y trabaja en Guachochi. Ella es muy tímida y así está educando al Adrián, el esposo cuando viene le enseña los números y las letras al niño, pero Virginia no, ella habla muy poquito español, quién sabe por qué estará aquí tan solita y no con su familia. Ella no es tan aventada como Juliana, a la pobre la dejó el marido con cuatro hijos y su mamá, pero viera qué alegre es, pone su musiquita rete temprano y se pone a limpiar y a bailar, ella no se lamenta de nada, al contrario, siempre le echa todos los kilos, yo no sé en qué trabajará, pero le echa muchas ganas a la vida. Así también Cristina, tiene unas hijas bien chulas y todas le salieron retebuenas pa’ la escuela, nomás que siempre le duele la cabeza, ya se tomó tanta pastilla y no se le quita con nada, pobrecita, lo bueno que le hace compañía su familia, no como Virginia, nomás con su hijo. 22
Yo las conocí a ellas porque antes cuando íbamos a la noria, platicábamos todo, teníamos mucha tristeza porque extrañábamos nuestra casa en la Sierra, muchas ya se vinieron con familia, pero otras la formamos aquí. Y pos, todas le chambeamos para sacar a la familia adelante, no queda de otra, porque la familia es lo más importante para nosotras, a pesar de las dolencias o la tristeza o lo que sea, con la familia se comparte todo lo que hay. Todas platicábamos mucho, pero ya no, ya viene la pipa y nos da agua, nos acercamos todos los lunes y pos ya. Ahora a mí me gusta ver la noria y acordarme de todas ellas desde acá arribota, desde mi casa que se ve todo.
Licenciada en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Mujer norteña y escritora de clóset. Ha participado en distintos congresos de literatura con trabajos académicos, además de haber publicado en revistas como Cósmica Fanzine, Granuja revista y Nosotras las Wiccas.
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hasta los bestias de los periodistas deportivos escriben cuentos de fútbol
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Episodio barrial para la historia universal de la infamia Mariano Montero
Aníbal Duarte promediaba la mediana edad, cuarenta y pico, y todavía vivía de la fama que veinte años atrás había ganado por figurar como el autor de un texto que le había robado a un colega de la carrera de Letras. El verdadero autor era el mejor amigo de Aníbal, y se suicidó al día siguiente de reclamarle por la traición consumada, ante la respuesta de él: “solo traicionan los amigos, hoy te tocó a vos Miguel, escribí otra novela y no se la des a un amigo para que vea que le parece”. Desde entonces, todos esperaban el próximo best-seller de Aníbal Duarte, siendo el episodio del plagio algo solo conocido por él y su fallecido ex mejor amigo. Su editor, al cumplirse cinco años del rotundo éxito de “su” novela Los mariquitas de Lugano, comenzó a presionarlo para que presente su segunda novela. Pero a Aníbal no se le ocurría nada. La editorial le había pagado, además de las millonarias regalías de Los mariquitas…, un adelanto suculento por la publicación de sus siguientes cinco novelas, que Aníbal ya se había gastado. No había problema, podía vivir de los derechos de autor de Los mariquitas… por una buena cantidad de años. Igualmente, nadie salía perdiendo. Los mariquitas… seguía generando ganancias para la editorial y para el autor. Sin embargo, Aníbal ya era un lastre para la editorial y para el público, quienes no podían comprender cómo fue que un talento semejante se perdiera tan rápidamente. Publicó solo dos novelas más en un lapso de veinte años, Si te tuviera aquí y Los grandes no saben jugar, fracasos comerciales y de crítica. Duarte se terminó convirtiendo en un caso de estudio de la carrera de Letras que él había cursado, sobre cómo el talento puede desaparecer de un día para el otro. Esta caída del reconocido autor llevó a que la editorial, propietaria de diversos medios, le encargara notas misceláneas para diarios y revistas. Las mismas pasaban sin pena ni gloria y alguna que otra terminaba sirviendo para limpiar alguna parrilla.
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—Haceme una nota sobre alguna historia de fútbol barrial, así, al estilo de un Fontanarrosa, para este lunes sin falta —le ordenó su jefe de la revista dominical de un periódico. La maldición de un plagiador es que comete una y otra vez el mismo delito, algunas veces en forma consciente, como en el caso de Los mariquitas… y otras, en forma inconsciente, como los cinco intentos que había hecho Aníbal sobre fútbol. Cada vez que terminaba uno, iba hasta su biblioteca, revisaba y se daba cuenta de que esa trama era de cuentos ya publicados. Uno, de Fontanarrosa; otro, de Sasturian; otro, de Soriano; y así. ¡Puta madre! Está todo inventado, si ya hasta los bestias de los periodistas deportivos escriben cuentos de fútbol, pensó Aníbal, mientras trataba de buscar algún texto perdido en algún blog para ver si lo podía maquillar y presentar como propio. Pero justo se acordó de aquello que la conciencia intentó contener, pero no pudo, y aparecieron en sus recuerdos todas las imágenes del episodio con los mellizos Campos, en su barrio de La Boca, cuando Aníbal contaba con 10 años. Aquel terrible episodio tenía todo para conformar un gran cuento sobre fútbol. Aníbal comenzó a recordar y anotar… Corría el año 1986, el mismo en que Maradona se consagró en México. Aníbal cursaba el quinto grado de la primaria, el 5to”D”. En aquellos años, los alumnos del 4to al 7mo grado participaban de un campeonato de fútbol escolar en el terreno del barrio conocido como la canchita, en Catalinas Sur, que no era más que un pedazo de tierra con algún poco de verde en la zona de los córners. Se desarrollaban dos torneos. En uno, se enfrentaban los grados 4to y 5to;w y en otro, los grados 6to y 7mo. El equipo de Aníbal cambiaba constantemente de camiseta. Lo intentó, pero no pudo recordar si aquel año tenían la de Almagro o una toda blanca, que permitía que muchos vayan a jugar con la de manga larga que utilizaban para dormir. La cuestión fue que en aquel año, su equipo estaba peleando los primeros puestos, algo impensado. Esa cercanía a la gloria fue la responsable. Si el equipo hubiera seguido flotando en mitad de tabla, el espíritu de amistad habría quedado intacto. Pero no. Y uno de los melli Campos fue la víctima de esta ambición por el título. El problema con el melli era simple: con solo jugar cinco minutos, era capaz de comprometer seriamente el resultado del partido. Si el equipo 26
iba ganando, entraba el melli y podían empatar. Si iba empatando, entraba el melli y podían perder; y si iba perdiendo, los podían golear. Toda ecuación con él en la cancha, nunca daba positivo, ni siquiera neutro. Sin embargo, a pesar de los ingresos del melli, el equipo peleaba el campeonato. Entonces, el día anterior a un partido decisivo, se urdió la conspiración. No recordó con exactitud quien tuvo la idea, pero sí que todos estuvieron de acuerdo. No existió ninguna voz disidente. Lo que sí recordó es que fue él quien ejecutó la infame misión. ¿Quién mejor que su mejor amigo para ir a tocarle el timbre al melli y decirle que el partido se suspendía para que no vaya? La maniobra salió a la perfección. El equipo ganó aquel partido. Sin embargo, la euforia tornó en vergüenza cuando al salir de la canchita nos cruzamos con los melli Campos, su madre y su padre, mirándonos con ojos de reprobación y desilusión, especialmente a mí. Nunca más volví a recibir una mirada tan hiriente como aquella, bueno, salvo una vez, pero no viene al caso. Como afirmó alguna vez Juan Sasturain, lo único que aprendimos con la película de 1987 sobre la vida de Salvatore Giuliano, es que solo los amigos pueden traicionar. El único que podía entregar a Giuliano era Pisciotta, su mejor amigo. El melli lo aprendió un poco antes del estreno de aquella película. Quizá fue la primera vez que vivió y experimentó lo que significa una traición. Y nosotros vivimos, creo que también por primera vez, lo que se siente ser un miserable, o sea, un traidor, con solo 10 años. Era el fin de la inocencia… Aníbal Duarte había terminado su cuento sobre fútbol con una mueca de satisfacción.
Escritor e investigador argentino radicado en Asunción, Paraguay. Es autor de Agapito Valiente. Stroessner kyhyjeha (Arandura, 2019) y compilador de las Obras Completas de Lincoln Silva (Arandura, 2021)
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El árbol David
En la frontera entre Hircania y Corasmia se encuentra un árbol que los locales llaman “el único”. El observador atento se dará cuenta que su madera no ha crecido de forma natural, sino que ha sido tallada con sumo cuidado. Sus hojas, también, emiten una tenue luz en la que se confunden con las estrellas durante la noche. En la primavera, justo antes de comenzar el verano, capullos de flores de colores diversos emergen en sus ramas y se deslizan con gracia al suelo, donde reposan en perfecto estado. Cada flor es de un color y un diseño distinto y está compuesta de una tela fina que se deshace la segunda luna llena tras haber caído. Los pastores de la zona las recogen para cortejar a sus esposas y éstas las utilizan prendidas a sus cabellos o a sus vestidos. En otoño, el árbol pierde todas sus hojas con excepción de una, que permanece ahí hasta la primavera siguiente, cuando sus sucesoras nacen y se libera. Se dice que el árbol canta para ciertas personas que escoge durante las noches. Genghis Khan cabalgó solo hasta él, vestido de pastor, y en la noche escuchó lo que buscaba; cuando los mongoles entraron en la zona, pasaron por las armas a sus enemigos y quemaron los pastos, se cuidaron de proteger el árbol. Todos los años, hasta su muerte, el Gran Khan enviaba a un nuncio por una de sus flores y la hacía traer con premura a través de un camino construido especialmente para ello. La exhibía con orgullo en su corte hasta perderla con la luna, seguro de que no había bajo el cielo ningún tesoro que igualara aquel pequeño soplo de colores.
(Chihuahua) Escribe.
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“La poesía se talla y se detalla” Notas sobre En esa delgada separación de Silvia Eugenia Castillero Isabel Ruiz Figueroa La poesía siempre me ha parecido difícil. Dura de modelar, dolorosa, rudimentaria, espaciosa, y esencialmente, paradójica al afinar la realidad que nos envuelve como seres humanos. Tal vez de ahí mi gusto por ella, porque me desestabiliza e incómoda como lectora. Gonzalo Millán escribe “El dolor se talla y se detalla” y con ello, me parece que describe simbólicamente una cualidad inherente de la lírica, en todo caso, podríamos precisar emulando el verso, que la poesía al igual que el dolor, se talla y se detalla. El proceso de escribir, me provoca la idea de un continuo retrato: el escritor podando la hoja. Suprimiendo, moldeando el objeto deformado que se plasma en el cuadro blanco. Por su parte el escritor chileno Alejandro Zambra, retoma la imagen de Millán en este caso con la página negra y el escritor borrando. Borrando la penumbra hasta encontrar en ese espacio negro el texto enraizado a la realidad del que escribe. Esta cualidad, es fundamental en En esa delgada separación de Silvia Eugenia Casillero. Me parece que la autora es ante todo una podadora de la página negra. La manifestación de planos en el poemario juega de tal manera que su precisión de las palabras se escenifican a través de un ambiente sombrío. Las figuras predominantes se mantienen dentro del foco, por lo general, enmarcadas a través de sus propias voces. Desde el migrante masculino, a las casi invisibles mujeres que emprenden carretera a su suerte violentadas por ser migrantes, y claro por ser mujeres, hasta el tren como un ser inanimado de piel metálica, fría y de voz chillona. México también es una zona fantasmal dibujada muy a la par de Rulfo en Pedro Páramo, y así como en este mundo rulfiano, la muerte será un elemento habitual en todo el libro de Castillero. Da la impresión de que los migrantes en extensión son una serie de voces que se describen a sí mismos desde la muerte. Sus discursos poéticos, hablan sobre o debajo de 30
la tierra, pues el diálogo producido es frente a la figura de la muerte. Una muerte, ya onírica o carnal donde es imprescindible describir la zona de guerra por la que atravesaron, para que lo que fueron en vida no quede en el olvido. Edgar Lee Masters con su Antología de Spoon River, de forma muy similar entabla ciertos paradigmas sobre la muerte como ocurre en la poesía de Castillero. El libro escrito por Lee Masters entrado en el siglo xx, nos cuenta poco más de 200 personajes y su trágica defunción narrada por ellos mismos. Epitafios en primera voz que anuncian oficios, vicios y pormenores de un campo de batalla. La primera Guerra mundial, tiempo que rodeó la famosa Antología de Edgar Lee quedó enmarcada por lo general en primera persona dando micrófono a los testimonios anónimos de una época. Es decir, personas comunes de a pie, inocentes ante los acontecimientos históricos al que sí o sí debían pertenecer. Sandro Cohen, prologuista de la Antología, escribe sobre el libro “El panteón de Spoon River es una perfecta democracia. Todos hablan. Todos opinan” (4). Así mismo, en el poemario de Castillero se desprende un punto de fuga testimonial. Sí en nuestra realidad inmediata estas personalidades son entes incorpóreos de la sociedad, en el libro adquieren rostros, ya sea el gesto de la desesperación, el de la privanza a los derechos humanos más esenciales y sobretodo el del temor. En esa delgada separación mantiene con recurrencia este apremio. Las voces migrantes que hablan, son intangibles a la realdad que rodea a la sociedad mexicana en una guerra silenciosa. Por su parte, se contrapone irónicamente el título, pues más que de una cercanía, más que una división “delgada” de tierras, nos habla de una distancia inalcanzable para aquellos que enfrentan el paso de la migración por Centroamérica en dirección al norte. Esa distancia y los contratiempos de su paso, son el campo de acción para la autora como lo fue la Primera Guerra mundial para Lee Masters. Entonces, el desierto y la selva son los escenarios que acompañan a los protagonistas. Son el espacio donde más allá de los proyectiles se extiende el frío, los grupos del narcotráfico y el hambre. Aunque “acompañar” no sea la palabra precisa, pues también es la naturaleza y sus temperamentos una de las limitantes de los hombres, mujeres y niños que deciden
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emprender camino por la frontera mexicana. Fuera de ser espacios de contemplación o admiración como si se tratara de cromos recién pintados, estos dos sitios polares por su misma naturaleza comparten la ferocidad de sus elementos; el suelo árido, la abundancia de ramajes como una especie de infierno dantesco. El migrante les recorre en una peregrinación que consta de diferentes etapas. En un inicio al decidir emprender el viaje y ser presa de la violencia o prostitución, hasta el último soliloquio que narra las desdichas por las que atraviesan buscando el “sueño” o anhelo de un futuro más correcto, más bondadoso. Lo cierto es que “el migrante” poco puede soñar durante su recorrido por tierras mexicanas, la guerra comienza no sólo con el tren, ese “gusano de metal” fundador de los primeros temores, también la delincuencia organizada y las autoridades judiciales, la trata de blancas o en un panorama más nebuloso, el campo santo, son las ultimas estaciones. Da la impresión de que el migrante nunca llega a su destino, la elegía sigue extendiéndose por entre los montes a través de sus pupilas. Son todos esos engranajes los únicos cuadros que pueden “pulir y detallar” como humanos. Por ello, reflexiono a través de mi piso, en las calles que me rodean y absurdamente ubicada en mi ciudad, pienso que este poemario lo podemos leer en la avenida de las Industrias, en el sur de Chihuahua donde esos hombres y esas mujeres han decidido pausar el camino hasta llegar o no, al llamado “sueño americano”. Una imagen me detiene en la lectura con severidad: “migrantes a la inversa /para ver como cae tierra a la caja…” (46). Parece que nunca anduvieron en el camino, que siempre marcharon de regreso a la casa poco añorada y que la muerte es, como he venido escribiendo, el único destino al que pueden anhelar. Por otro lado, se nota además del desierto y la selva, la construcción de un personaje elemental: México. México, es en totalidad esa línea que da origen a la evocación del poema. México es la entrada al viaje abismal. Lo preocupante es que la frontera no empieza en el norte con Estados Unidos. Empieza en la línea entre México y Guatemala, escribe la autora: “Esa franja pacífica entre México y Guatemala; ahí te retienen con bailes, camas eternas, alcohol” (39). La travesía de país en país es producto de la violencia a la que se en-
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frentan las mujeres migrantes también llamadas mulas, quienes se ven naufragadas a la explotación sexual y el asesinato. Se les prometen títulos y empleo como obreras. Este punto se ve también transfigurado por los miles de ojos que las transitan. La mirada es un elemento fundamental de la narración, es el sentido táctil. Miradas perdidas, confusas y observando inútilmente hacía la frontera. El último apartado que lleva por título “Desengaño”, refiere la construcción vivida por los personajes, primero sumidos en el deseo de finalizar el recorrido donde son condenados a aceptar el escenario estéril. Si antes todos estuvieron cegados por llegar “al otro lado” ahora abren los ojos pero con una carga violenta al desencanto. Así, En esa delgada separación es una zona colindante donde los individuos socialmente olvidados se pronuncian y adquieren desde lo profundo una voz, y por qué no, un rostro. Retomando el verso de Gonzalo Millán, vemos en el texto de Silvia Eugenia, que si bien es cierto que tanto la poesía se manipula como un pequeño árbol, el dolor y la vida de los hombres también puede detallarse por la autora, para dar nombre nuevamente a eso que entendemos como migración, de una forma significativa pero no menos dolosa como es la poesía en este libro. Bibliografía: Castillero, Silvia Eugenia. En esa delgada separación. Xalapa, Veracruz: UV, 2019. Impreso. Lee Masters, Lee. Antología de Spoon River. México: UNAM, 2010. Digital. <http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/ edgar-lee-masters-79.pdf >. Millán, Gonzalo. El viajero sin vuelta: Antología personal de Gonzalo Millán. Chile: UDEC, 2020. Digital.
(Chihuahua,1991) Licenciada en Letras Españolas y autora del poemario Elegía Escolar (2019, PECH) y Medir ficciones (Sangre ediciones, 2022; Premio Estatal de Poesía Joven “Rogelio Treviño” 2018)
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