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vida urbana

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lo que viene

Cultura afroamericana: lo viejo es nuevo otra vez

La belle époque El U Street Corridor, donde nació Duke Ellington, reaparece en la escena capitalina. A principios del siglo XX, fue el punto de encuentro de la cultura negra y el jazz.

Al entrar y deambular peinando libros, resulta casi increíble que este enorme espacio alguna vez fuera un cine. Y lo fue. De esos de pantallas gigantescas que algunos añoramos pero que las nuevas generaciones creen invención. En 1942 abrió sus puertas el Cine Lido, su arquitectura respondía a las tendencias de aquel entonces: estilo colonial californiano con un toque español. Y bajo ese gusto de las clases acomodadas se construyó este cine. Los decorados mudéjar se convirtieron en referencia, al igual que la torre de más de 20 metros de altura, que presidía, cuentan, a una gran marquesina, y locales comerciales que daban hacia el exterior. Después cambió su nombre por el Bella Época, pero no cambió el cariño de los parroquianos por su cine ni por sus tiendas. Punto de referencia en la vida cotidiana de la Condesa, entró en 46

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decadencia a principios de los noventa. Abandonado por casi una década, en los dosmiles el Gobierno del Distrito Federal adquirió el inmueble e invitó al arquitecto Teodoro González de León a darle una nueva vida: una librería del Fondo de Cultura Económica. Su planeamiento fue recuperar los elementos más característicos de la fachada y el minarete y liberar el interior para la exposición de libros. El resultado: un agradable lugar que vuelve a ser punto de referencia del barrio desde abril de 2006, donde puedes tirarte en los sillones a leer, departir con los amigos en la cafetería o ver alguna de las películas proyectadas en la pequeña sala Nuevo Cine Lido, por si fuera poco dispone de un espacio para exposiciones y un centro de proyecciones destinado a la difusión de cine de autor. A leer ayer y hoy. — Miriam Mabel Martínez

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Múnich, más allá de la cerveza… Existe más de un pretexto para visitar esta ciudad alemana; por supuesto, el Oktoberfest es sólo uno entre tantos. Texto y foto: Carlos Sánchez Pereyra

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ayer y hoy

Llega temprano para alcanzar un lugar en el recorrido por el Museo y Monumento Conmemorativo Afroamericano de la Guerra Civil (www.afroamcivilwar.org), después prueba un bocadillo en el histórico Ben’s Chili Bowl (www.benschilibowl.com), frecuentado por Ella Fitzgerald, Nat King Cole y Martin Luther King, para luego acudir a algún espectáculo en el elegante y hermosamente restaurado Lincoln Theater, “la Joya de la U” (www.thelincolntheatre.org). O sumérgete en la cocina de la mayor comunidad etíope del país, con un tour de comida a través de DC Metro Food Tours (www.dcmetrofoodtours.com). Si eres amante de la historia, pasa una tarde aprendiendo la historia local a través del programa de autoguías Discover Dc’s Urban Explorers, con itinerarios que puedes descargar y toneladas de información (www.washington. org/visiting/experience-dc y www.washingtonwalks.com). —Tracy Barnett

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terrizo en el aeropuerto de Múnich. Para quienes ya quieren vivir en el futuro, este es su lugar. Desparrama modernidad por doquier. Aunque en mi mente persiste una duda desde que decidí venir aquí: ¿hay vida en esta ciudad alemana más allá de ese mes santo para los cerveceros? A dos calles del 1 Neues Rathaus, un edificio gubernamental, hay un gran templo de la bebida más respetada de Baviera, y quizá de toda Alemania. Sus techos gozan de pinturas que sólo la paciencia alemana puede ofrecer con tanto detalle; el movimiento de la cerveza en grandes tarros no lo interrumpe nadie, y el sonido lo generan cientos de personas que pareciera que acampan aquí desde hace varios días, al compás de la bebida, por supuesto, y de un grupo que produce la música más local posible. Se trata del bar 2 Hofbräuhaus. Puede que sea muy turístico, pero

es la mejor forma de llegar a Múnich. Sin embargo, ello no ayuda a pensar en esta ciudad más allá de su famosa Oktoberfest. Así que dejo el menú de las cervezas y opto por tomar un mapa que contenga lo que todo viajero debe visitar. Regreso esas dos calles e inicio nuevamente desde el comienzo: el Neues Rathaus. Enfrente está la 3 Marienplatz, ideal para observar por momentos largos el ajetreo revuelto de los habitantes de la ciudad y los turistas. Es fácil saber quién es quién. El turista siempre es aquel que entorpece el paso ordenado del nativo, y, si se trata de los oriundos alemanes,

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En el corazón del Englischen Garten está el jardín de cerveza más antiguo: el Chinesicher Turm. largo para vivir el ambiente del barrio, sobre todo en los restaurantes y bares de las calles 9 Türken y Amanlien. Otro recorrido seductor por la ciudad consiste en visitar el Múnich verde: el 10 Englischen Garten, que es un parque enorme, más grande aún que el Central Park de Manhattan o el Hyde Park de Londres. Lo mejor es ir ahí en fin de semana, cuando sucede la mayor cotidianidad de la gente propia de la ciudad en pleno descanso. Y si el tema de la cerveza se creía olvidado, no hay escape. En el corazón mismo del parque se encuentra el jardín de cerveza más antiguo de la ciudad (1791), el Chinesischer Turm. La ceremonia o esta oda a la cerveza la preside una pagoda desde la cual una banda toca música tradicional bávara y, al compás de esta y la cerveza, los platos se llenan de salchichas, carne y brezels que compiten en tamaño con los litros de la afamada bebida de cebada que ingieren los comensales. Si el equilibrio o las cantidades de comida lo permiten, la segunda parte de este Múnich verde es el Olympiapark, sitio donde se llevaron a cabo los Juegos

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Olímpicos de 1972. Con casi 40 años encima, el complejo arquitectónico está a la altura para competir en modernidad. Para ejercitar el alma y el estómago hay un breve cerro –el Olympiaberg– desde el cual se puede ver casi toda Múnich. Antes de dejar esta zona, hay que visitar el corazón industrial de la ciudad. Es un gran lienzo de arquitectura contemporánea compuesto por un museo, Englischer un edificio de oficinas y otro de Garten exposiciones relacionadas con la marca de autos BMW. En realidad, los coches están lejos de mis amores, pero la sola visita a este ambiente de construcciones imposibles, hace que de paso me ponga al día, de muy buena gana, de este mundo automotriz. El Oktoberfest, ese templo que se levanta año con año y que da acogida a personas de todas partes del mundo, es sólo otro de los motivos por los Oett

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la interrupción es todavía más notoria. Pero, volviendo al Rathaus, lo que se tiene frente a uno es una imponente obra arquitectónica, cargada de detalles, esculturas y hasta de un reloj que hace sonar las campanas acompañado del baile de unos personajes extravagantes. No obstante que todo parece muy antiguo, el edificio es original de la Edad Media y fue devastado durante la Segunda Guerra Mundial, por lo cual tuvo que ser reconstruido. A partir de la Marienplatz se puede ir hacia muchos sitios. El mapa no ayuda mucho ya que el ritmo de la calle inspira

normalmente se presenta la Ópera de Baviera, con un repertorio que abarca grandes maestros alemanes. Desde este punto hay dos opciones: tomar rumbo hacia el lujo por la calle Maximilian, a través de las grandes marcas y la gente de glamour que las visitan, o dirigirse hacia el arte, por la calle Brienner, hasta llegar a la zona del Maxvorstadt, donde se encuentran los enormes museos de la ciudad y la vida universitaria. En mi caso, con un bolsillo que siempre da hospedaje de corta estancia al dinero, me dirijo hacia ese barrio de viajes al pasado, a la fantasía o a la simple locura de crear por necesidad interior. Aquí, cualquier agenda amplia con que se cuente se torna escasa. Son muchos los museos y edificios que albergan colecciones permanentes o temporales, únicas en el mundo. Si se quiere tenerlo todo, se puede optar por visitar la 7 Alte Pinakothek, que exhibe una extensa colección de pinturas de maestros europeos medievales y renacentistas, y después simplemente cruzar la calle para visitar la 8 Pinakothek der Moderne, el museo de arte moderno más grande de Alemania. Aunque siempre hay que darse un momento

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a ser más espontáneo. A pocas calles se encuentra la Frauenkirche –la Catedral de Nuestra Señora–, fácilmente reconocible por sus dos torres gemelas decoradas o, como dicen los habitantes de la ciudad, sus dos grandes cebollas verdes. Desde la torre sur se tienen muy buenas vistas del centro de la ciudad, pero si se trata de llevar los pulmones a su frontera más lejana, hay que subir a la torre de la iglesia de 4 St. Peter, justo enfrente del Rathaus. Previo a los cientos de escalones que nos llevarán al cielo, hay que pagar la entrada y sufrir el mal humor del San Pedro de la taquilla. A espaldas de esta iglesia será normal dirigirse al 5 Viktualienmarkt, ya sea porque la corriente de gente lo lleva a uno ahí, o se va siguiendo el apetecible aroma de las Weisswurst, esas salchichas muy blancas y muy bávaras, que tienen que ser acompañadas –sin pudor alguno– por otra cerveza servida en tarros de dimensiones titánicas. En efecto, es correcto lo que el ideario común marca: la cerveza la lleva a la mesa una musa alemana también de dimensiones extraordinarias. Además, este mercado ofrece los mejores delicatesen del país, y quizá sea uno de los mejores mercados de este tipo de toda Europa. Si se continúa por la calle Diener rumbo al norte, se llega al 6 Palacio Residenz, que fuera sede del esplendor de los Wittelsbach. Dentro de este se encuentra el Nationaltheater, sitio donde

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que Múnich debe estar en la lista de ciudades por visitar. Múnich me deja buen sabor de boca no sólo por su Weissbier, esa cerveza blanca de malta de trigo, sino porque sabe gozar, con precisión alemana, su historia, su buen vivir en la calle y en la creación, ya sea por medio del arte, la industria, o por el hecho de construir una ciudad para disfrutarla.

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