Cartilla Década K

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CARTILLA DE FORMACIoN

Selección de Textos decada k

Selección de textos Certezas e incógnitas de la política argentina Claudio Katz, 2010 ¿Y a la izquierda del kirchnerismo qué? Apuntes críticos para una nueva izquierda Martín Ogando, 2010 Macri, Filmus y las elecciones porteñas: decálogo para una derrota Atilio Borón, 2011 Selección de artículos: revista Crisis, número 14 “La épica estrabiada”, junio

2013

La épica estrabiada (Editorial) Colectivo Editorial Crisis El pastorcito mentiroso (Sergio Mazza) Diego Genoud Sciolismo o Barbarie Martín Rodríguez

BREVE PRESENTACIÓN Esta selección incluye textos que hemos leído, trabajado, debatido, en diferentes instancias de encuentro: reuniones de formación, campamentos de formación, plenarios. No expresan nuestra posición sobre el eje que los atraviesa, aunque probablemente se arrimen a ideas que compartimos; en todo caso, su función no es representar nuestras ideas si no invitar a indagar, profundizar y preguntarse, esperando que colaboren en la elaboración de alguna repsuesta, pero sobre todo, de nuevas y mejores preguntas. FRENTE POPULAR DARIO SANTILLAN en TERCIARIOS, 2013


19/11/2010

Certezas e incógnitas de la política argentina Por Claudio Katz Dos acontecimientos dramáticos han puesto en debate lo ocurrido en la Argentina durante la última década. El asesinato de Mariano Ferreira desató, primero, una fuerte reacción democrática para frenar el vandalismo de las patotas. El súbito fallecimiento de Néstor Kirchner generó, posteriormente, congoja y dolor entre amplios sectores de la población. ¿Cómo se inscriben ambos hechos en la etapa política actual? ¿Cuál es el balance y el futuro del kirchnerismo? Reconstrucción y mejoras El período en curso es un resultado de la sublevación popular del 2001. Esa rebelión determinó la estrategia de Kirchner de reconstruir el poder de las clases dominantes, otorgando concesiones sociales y democráticas. El ex presidente comenzó recomponiendo un sistema económico desquiciado por la confiscación de los depósitos, la cesación de pagos y el descalabro de la producción. Para remontar colapsos que pusieron en tela de juicio la continuidad del capitalismo, introdujo un modelo neo-desarrollista. Se alejó de la ortodoxia neoliberal, aumentó la gravitación de la industria, limitó la valorización financiera y afrontó conflictos con el agro-negocio. Esa orientación permitió aprovechar el escenario internacional favorable para restaurar el equilibrio fiscal. Luego de convalidar la transferencia regresiva del ingreso que generó la mega-devaluación, Kirchner contó con el visto bueno inicial de toda la clase dominante. Sus adversarios han reconocido que recompuso la autoridad del Estado desde las cenizas. Consumó este resurgimiento renovando la gestión pública. Frenó las privatizaciones, rehabilitó el papel de los funcionarios, restauró las regulaciones y multiplicó las intervenciones directas. Lo mismo ocurrió con el régimen político. Kirchner tuvo serios choques con la vieja partidocracia, pero recompuso el sistema impugnado en las calles (“que se vayan todos”). Se apoyó en los intendentes o gobernadores justicialistas y buscó restaurar el bipartidismo. Con esa finalidad introdujo una reforma política que bloquea el surgimiento de nuevas fuerzas, estableciendo mayores pisos para la legalización y crecientes trabas para oficializar candidatos. Acentuó, además, la injerencia del Estado en la vida de los partidos para reinstalar su función selectiva de los funcionarios, haciendo frente a la competencia que imponen los medios de comunicación y las corporaciones empresarias. Pero esta reconstrucción de la política tradicional fue apuntalada con mejoras sociales, que expresaron la nueva relación de fuerzas creada por el levantamiento del 2001. Estas concesiones distendieron el clima revulsivo y resultaron compatibles con el repunte de las ganancias. La sorpresiva irrupción de un ciclo de recuperación económica permitió conciliar la contención social con el lucro patronal. El gobierno implementó una política salarial permisiva, reabrió la negociación colectiva, aumentó los sueldos mínimos y expandió el empleo público. Introdujo una asignación por hijo que absorbió planes anteriores y resultó insuficiente en número y monto. Pero amplió significativamente la cobertura de los sectores humildes y creó condiciones para la extensión del programa El Ejecutivo mantuvo al grueso de los jubilados en un ingreso mínimo y vetó el 82%, a pesar del fuerte superávit que tienen las cajas. Pero también otorgó aumentos y estableció un principio de movilidad luego de estatizar las


AFJP. Los cuantiosos fondos del régimen previsional se manejan sin control, pero la eliminación del sistema privatizado contradice abiertamente las prioridades internacionales del neoliberalismo. Los avances sociales de los últimos años constituyen conquistas para el movimiento popular, que han quedado limitados por el impacto de la inflación. La pobreza y el desempleo disminuyeron, pero persistió la precarización laboral y la desigualdad. La reciente muerte de 204 chicos en Misiones por desnutrición infantil ilustra la continuada gravedad de los padecimientos sociales. Pero existe un innegable contraste entre la etapa actual de mejoras y el largo período de agresiones que comenzó con la dictadura y perduró hasta el fin del Gobierno de la Alianza. Por primera vez en décadas se verifican logros significativos para el grueso de la población. Democratización El reinicio de los juicios a los genocidas sintetiza los avances democráticos del período. Es cierto que ya transcurrieron 34 años y pocos criminales se han muerto en la cárcel. Por los obstáculos que interponen los jueces derechistas solo hay 300 detenidos y 68 condenados de los 1.464 acusados. Pero la reversión del Indulto y del Punto Final constituye un logro que reabrió el repudio masivo a la dictadura. Se ha podido recuperar la identidad de muchos hijos de desaparecidos, se ampliaron las reparaciones a las víctimas del terror y quedó enterrada la teoría de los dos demonios. El Museo en la ESMA reavivó la conciencia popular, introdujo una novedosa reivindicación de la militancia y convirtió al 24 de marzo en una fecha central de la vida nacional. Este cuadro ha permitido otorgar asilo al militante chileno Apablaza, confrontando con la brutal presión que desplegaron los dinosaurios de Argentina y Chile. El gobierno mantiene una decisión estratégica de no reprimir la protesta social. En los hechos, vulnera esa norma frente a las movilizaciones que no controla. La gendarmería en Kraft, el encarcelamiento de militantes antisionistas, las amenazas contra los ambientalistas de Entre Ríos y Cuyo y la cobertura del gatillo fácil que aplican los policías provinciales retrata la persistencia de formas represivas. Pero existe un abismo entre estas acciones y la criminalización menemista o los 34 muertos que dejó el Gobierno de la Alianza. La tolerancia oficial hacia las movilizaciones populares se ubica, por ejemplo, en las antípodas del terrorismo de estado que rige en Colombia o México. En el país se ha impuesto una dinámica de conquistas democráticas que inician los movimientos sociales y frecuentemente avala el gobierno. Lo ocurrido con el matrimonio igualitario ilustra esta secuencia. La demanda original de la Unión Civil quedó desbordada por el aislamiento de la Iglesia y la división transversal que irrumpió entre los parlamentarios. Al final se aprobó una norma muy avanzada que refuerza el debate sobre el aborto. La misma tónica ha seguido la ley de Medios. Kirchner confrontó con sus ex socios cuando los grupos mediáticos tomaron partido por los agro-sojeros. La intención oficial de facilitar el acceso de las compañías telefónicas (y de varios capitalistas amigos) a todo el negocio comunicacional, acentúo ese choque. Pero este conflicto interburgués adquirió otro sentido cuando el gobierno recogió las demandas de los movimientos sociales (expresados en los “21 puntos de la radiodifusión democrática”). La ley de Medios limita la actividad comercial, amplía los espacios y frecuencias de las organizaciones comunitarias, reduce la gravitación de las grandes cadenas e impone cierta desconcentración. Establece, además, restricciones a la publicidad y privilegia el contenido nacional. En la versión final se neutralizaron las ventajas de las telefónicas y se aceptó una mayor participación (no oficial) en los organismos de control. Otro avance del mismo tipo se obtuvo con el “futbol para todos”, que traspasó a la actividad pública el principal entretenimiento popular. También se ha favorecido la gratuidad televisiva en desmedro del cable, con la distribución de los decodificadores entre la población humilde.


Los grandes capitalistas mantienen de todos modos el control de los medios y el gobierno ha comenzado a construir un polo privado afín con personajes nefastos (Moneta, Haddad, Manzano). Utiliza la publicidad oficial para crear su propio aparato y le quitó la licencia a Fibertel de un mercado de Internet, para relanzar su alianza con las compañías telefónicas. Estas medidas contradicen el sentido democratizador de la ley de Medios, pero no anulan su progresividad. La confrontación con los comunicadores del establishment ha permitido esclarecer el papel que juega esa cúpula en la distorsión de la información. Se ha puesto en evidencia que una elite de periodistas actúa como políticos, escudados en la impunidad de la palabra. Utilizan el mito de la independencia informativa para fabricar noticias y encubrir hechos delictivos (ejemplos: apropiación de los hijos Noble y confiscación de Papel Prensa). El conflicto se dirime actualmente la arena judicial, puesto que la aplicación de la ley ha quedado bloqueada por una catarata de resoluciones cautelares. Esta obstrucción ha puesto de relieve la urgencia de iniciar la democratización de la justicia. Resistencias y tensiones La doble estrategia de reconstrucción burguesa y concesiones sociales que implementó Kirchner, se explica por la vitalidad de la movilización popular post-2001. El escenario cotidiano de marchas y cortes de calle distingue a la Argentina de otros países, donde impera el repliegue de la resistencia (como Uruguay o Brasil). Esta conflictividad social signó la primera etapa del gobierno, fue interrumpida por la movilización conservadora del 2008 y resurgió con mayor fuerza en los últimos años. La anomalía creada por la arremetida agro-derechista duró poco y las demandas sociales genuinas dominan nuevamente el escenario. Estas exigencias se plasman en métodos de lucha que incluyen la confluencia de las huelgas con los piquetes. La paralización de actividades de los trabajadores formales coexiste con fuertes cortes de la circulación para difundir las peticiones al conjunto de la sociedad. El gobierno se ha manejado con cautela. Anticipa mejoras sociales, incentiva negociaciones, disuade marchas y apuesta a la cooptación de los dirigentes. Pero no ha logrado desactivar la confluencia de la protesta con los reclamos de democracia interna en las organizaciones sindicales. Ambos planteos convergen ante la crisis de las viejas estructuras burocráticas, que no han restaurado su legitimidad, a pesar del aumento de sus afiliados y el acrecentamiento de su poder económico. La incidencia que tuvo la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) -como alternativa a la corruptela de la Confederación General del Trabajo (CGT)- ya expresó esa necesidad de cambio. La democracia sindical ha sido una bandera de grandes conflictos. Estuvo presente en la petición de seis horas de trabajo y personería para el sindicato del Subte. Lo mismo ocurrió en la lucha de Kraft por demandas mínimas y reconocimiento de una comisión interna anti-burocrática. Situaciones semejantes se han notado en numerosas luchas provinciales que exigieron elecciones y transparencia para los sindicatos existentes o para inscribir nuevas organizaciones. En este terreno el gobierno no ha contemporizado. Al contrario, busca obstruir la democratización sindical, conociendo el estratégico rol que cumple la burocracia sindical en cualquier proyecto de estabilización capitalista. Sin el auxilio de esa cúpula resulta difícil neutralizar las demandas que desbordan las ofertas oficiales. Por ejemplo, frente al actual rebrote inflacionario el gobierno espera recurrir a la CGT, para concertar un Pacto Social con los empresarios de la Unión Industrial Argentina. El sostenimiento de esta política indujo a los Kirchner a rechazar el reconocimiento de la CTA. Últimamente han intentado dividir esta central, promoviendo un sector oficialista que diluiría su perfil combativo y sus normas electivas. El Ministerio de Trabajo complementa estas manipulaciones.


Con estos mismos propósitos Cristina ratificó el papel de Moyano como columna vertebral de su proyecto. En una etapa económica de crecimiento, caída del desempleo y escalada de los precios, el gobierno no quiere nuevos interlocutores en la negociación de los salarios. Pero la convalidación de la burocracia conduce a tolerar también la acción de las patotas. Las bandas de los sindicalistas operan a la luz del día, cuentan con protección policial y cobertura de los intendentes del Justicialismo. Son utilizadas para confrontar con los militantes de izquierda, que disputan liderazgos o canalizan movilizaciones de sectores empobrecidos y abandonados por los jerarcas. Esta tensión fue muy visible a principio de la década con los desocupados y se repite en la actualidad con los tercerizados. La cobertura también oficial incluye cierta tolerancia al desacreditado macartismo, que utilizan los sectores más extremos de la burocracia en los momentos críticos. A fines del año pasado algunos exponentes de estas fracciones renovaron los insultos contra la “zurda loca” y concibieron la realización de un acto de amedrentamiento de los militantes anti-burocráticos. Este mismo choque opone a los movimientos sociales con los intendentes justicialistas. Frente al reparto discrecional de planes sociales y puestos de trabajo entre los punteros, periódicamente irrumpen acampes de las organizaciones piqueteras (CCC, Barrios de Pie, Polo Obrero, Teresa Vive). Estas movilizaciones confrontan con el reparto discrecional de los planes sociales y los puestos de trabajo entre los punteros. Pero un acontecimiento reciente ha modificado drásticamente el alcance de estos enfrentamientos. Un crimen muy ilustrativo El asesinato de Ferreira ha transparentado cómo actúa la mafia sindical. A diferencia de lo ocurrido con Kostecki y Santillán, a Mariano no lo mató una fuerza policial. Pero el asesinato fue posible por el amparo que brindan la policía y los barones del conurbano a la burocracia sindical. La organización del crimen estuvo a cargo de los matones de la Unión Ferroviaria. Hay evidencias abrumadoras de los vínculos existentes entre los sicarios y la jefatura de esa organización. La investigación conduce directamente a Pedraza, que ha sido un socio privilegiado del kirchnerismo y un peso pesado de la CGT, a pesar de los conflictos que mantiene con Moyano. Las fotos de Cristina con el principal jerarca del gremio involucrado no son irrelevantes y tampoco es anecdótica la reivindicación que hizo la Presidenta de la Juventud Sindical. Mediante un gran operativo mediático se ha buscado desvincular a Moyano de las mafias, ocultando el uso habitual de las patotas en el sindicato de camioneros (disparos de Madona contra los rivales de UOCRA). La vieja militancia anti-menemista que tuvo el Secretario general de la CGT es también publicitada para borrar su complicación con causas judiciales de remedios truchos y manejos familiares de empresas del transporte. Como ya ocurrió con Zanola, el gobierno trata de soltarle la mano a Pedraza para rescatar al resto de la cúpula cegetista. Se busca encubrir todos los episodios que anticiparon el asesinato de Mariano (disparos en el sindicato de la Leche, matones en La Pampa, etcétera). Es sabido que las bandas se reclutan entre barras bravas del futbol, asociadas a los intendentes del Gran Buenos Aires. Siguiendo una lógica de luchas intestinas, el gobierno culpabilizó inicialmente a los grupos que responden a Duhalde. Buscó desviar la atención de los nexos que mantienen muchos acusados con el universo oficial. Esta práctica de proteger a los aliados en desmedro de los competidores es muy habitual en el submundo del PJ. Las complicidades salpican también a varios empresarios, que reciben millonarios subsidios del estado para gestionar un sistema ferroviario descalabrado. Estos capitalistas (Taselli, Roggio, Cirigliano) comparten con los burócratas-empresarios el manejo de las firmas sub-contratistas, que acumulan fortunas explotando a los trabajadores informales. Con esta caja se financia a los matones.


Sin la cobertura policial las bandas no podrían adiestrarse, ni contar con el armamento que exhiben en forma descarada. La existencia de una zona liberada para perpetrar el crimen de Barracas compromete directamente a la Policía Federal y a la Bonaerense. Pero hasta el momento no existe ningún indicio de investigación de ese amparo. Conviene recordar que el propio ministro Aníbal Fernández tiene cuentas pendientes por su gestión durante el caso Kosteki-Santillán. Y que hace pocos años montó una farsa de acusaciones contra militantes del PO por un incendio de trenes en la zona Oeste. Lo ocurrido con Ferreira –y con la compañera Elsa Rodríguez, que continúa en grave estado- retrata cierta tercerización de la represión. Los funcionarios han dejado pasar muchas acciones de patotas contra la izquierda (UTA, Subtes, Hospital Francés...). Este sistema de agresión permitió a un matón proclamar en la balacera de Barracas, que “había un zurdito menos”. La gran red de favores mutuos explica la débil reacción inicial del gobierno frente al crimen. Hubo sugerencias oficiales de dos demonios, cuestionamiento al uso de palos y pistolas como si fueran equivalentes y rechazo de la Presidenta a recibir a las víctimas. Pero la reacción masiva en las calles ha impuesto una investigación que ya colocó entre las rejas a siete acusados. Existen pruebas suficientes para escalecer lo ocurrido y encarcelar a todos responsables. En esta partida se juega la continuidad de los derechos democráticos. Bicentenario y juventud Las transformaciones políticas de los últimos años generaron impactos muy variados en la conciencia popular. Entre el 2003 y el 2007 predominó el acompañamiento pasivo al gobierno a través de las urnas. Durante el 2008 prevaleció una reacción derechista y cierto ambiente conservador. Posteriormente se ha consolidado un viraje hacia el clima progresista. Los festejos del Bicentenario expresaron este nuevo estado de ánimo. Se produjo una espontánea irrupción en las calles para recuperar una festividad patriótica, que estaba desprestigiada por años de identificación con las dictaduras militares. Resurgió la auto-estima nacional y por primera vez en décadas no resultó vergonzoso sentirse argentino. La recuperación económica y el desplazamiento de la crisis hacia los centros europeos han reavivado la memoria de la inmigración. El festejo se impuso a contrapelo del clima de crispación que promovieron los grandes medios. El terror a la inseguridad que transmite la televisión quedó neutralizado por varios de días de multitudinaria ocupación del espacio público, sin ningún hecho delictivo. Pero lo más importante fue la ideología que rodeó a la conmemoración. Se reivindicó el ideal latinoamericanista, hubo homenajes al Che y un gran protagonismo de las Madres. El sentido anticolonial y antiimperialista de la fecha quedó reafirmado por la ausencia de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel en los desfiles de las comunidades. En oposición al elitismo europeísta, se rescató la trayectoria de los pueblos originarios y fue reconocido el papel de los socialistas y los anarquistas en la organización del movimiento obrero. Los mandatarios latinoamericanos ocuparon un lugar central. Hubo elogios a la revolución cubana, mientras se escuchaban las canciones legendarias de la izquierda. No fue un baile con Shakira y Ricky Martin, sino un encuentro con los Olimareños y Pablo Milanés. Esta simbología sintonizó con un clima de rechazo al neoliberalismo, que ha colocado la redistribución del ingreso en el primer plano del debate. El gobierno ha sido promotor y beneficiario de esta nueva subjetividad. Pero trata de integrar este espíritu a la estructura tradicional del Justicialismo y salta a la vista el carácter forzoso de ese empalme. Es evidente que la burocracia sindical y el capitalismo de amigos son incompatibles con las aspiraciones progresistas.


Esta contradicción entre políticas oficiales y percepciones populares se procesa con gran intensidad en el terreno de la juventud. El dato político más comentado en el velatorio de Kirchner fue la abrupta aparición de una nueva generación que reivindica la militancia. Pero la afinidad de este sector con el gobierno constituye solo una posibilidad. La simpatía juvenil se originó en el enfrentamiento con la derecha agro-sojera, pero el kirchnerismo avanza con lentitud. Mantiene por ejemplo una invariable condición de minoría en el movimiento estudiantil. Hay mucha resistencia a encuadrarse junto a un gobierno que obstruye la lucha por abajo y privilegia el reclutamiento de funcionarios. La conducta de la agrupación La Cámpora es muy ilustrativa. Mientras aporta cuadros para los ministerios y las empresas (como Aerolíneas Argentinas), repite en forma obediente la defensa oficial de Moyano. Otras vertientes que actúan en forma más autónoma (como el movimiento Evita) buscan construcciones de resistencia, que pueden chocar a mediano plazo con los objetivos gubernamentales. La nueva generación es una braza caliente para el gobierno. Demuestra no solo inconformismo, sino también madurez para encarar la lucha. Los jóvenes post-2001superaron las ingenuas ilusiones democráticas de los 80 y se han despegado del escepticismo posmoderno de los 90. Son beligerantes, se entusiasman con los derechos humanos y demandan la restitución de dos conquistas amputadas durante las últimas décadas: el trabajo digno y la educación pública. La reciente batalla que libraron los estudiantes secundarios ha sido muy ilustrativa. Ocuparon los colegios, realizaron marchas masivas y aprobaron la politización. Confrontaron además con el periodismo tonto, desbarataron los intentos de criminalización, aislaron el discurso reaccionario y obtuvieron el apoyo de los docentes y los padres. Con esta acción cuestionaron la chocante divisoria social que separa a las deterioradas escuelas públicas de los colegios privados bien equipados. La evolución política de la juventud es un interrogante abierto, que incidirá directamente sobre un mapa político centrado en cuatro alineamientos. Retroceso de la derecha Después del éxito callejero del 2008 se produjo un inesperado naufragio de los conservadores, que no pudieron retomar ningún cacerolazo. Ante la floreciente marcha de los negocios agrarios perdieron sostén en las localidades rurales y quedaron afectados por la fractura de la Mesa de Enlace. Las campañas anti-K ya no tienen eco y a pesar del triunfo electoral del 2009, la derecha no pudo imponerse en el Parlamento. Se quedó sin liderazgos y perdió la brújula. El PRO está muy afectado por el escándalo de los espías. Macri intentó montar un aparato de hostigamiento de los movimientos sociales, con actividades de infiltración al servicio de sus propios negocios. Gestiona la Capital Federal con subsidios a los grupos privados y recortes del presupuesto público. Pero la ciudad no es una empresa y los resultados son desastrosos. Los ensayos con pistolas eléctricas retratan la pauta reaccionaria que ha seguido la creación de la policía Metropolitana. Pero el estrecho espacio que existe para este curso salió a flote con la forzada renuncia de Posse. Macri se guía por las encuestas y la audiencia televisiva. Supone que la crisis de representación política le permite reemplazar a los partidos por un liderazgo construido con ingenio publicitario. Pero el clima político ha cambiado y no favorece el ascenso de un Berlusconi con cultura menemista. También la Coalición Cívica ha quedado desubicada. El entusiasmo de Carrió con las causas reaccionarias pierde acompañamiento. Ya no rinde frutos agredir a Venezuela, rechazar el matrimonio igualitario y oponerse a la estatización de las AFJP. La rabia anti-K perdió eco y el discurso vacío de los moralistas genera fastidio. Este giro explica la declinación de Cobos y el ascenso de la amigable figura de Alfonsín. Pero el área más crítica del retroceso derechista es el debilitamiento del Peronismo Federal. Como todo el entramado del PJ está girando hacia el kirchnerismo, se acrecienta la dispersión de los candidatos con chances decrecientes (Solá, De Narvaez, Duhalde, Reuteman). El oficialismo impuso internas obligatorias para manejar


esta selección y los gobernadores han subdivido las elecciones para incidir sobre ese filtro. Si el afianzamiento de Cristina persiste, el desbande del peronismo disidente será incontenible. La derecha quedó debilitada por su extremo sometimiento a ciertas corporaciones (especialmente Clarín y la Sociedad Rural). Esos grupos fijaron la agenda y obstruyeron la necesaria autonomía que se requiere para actuar en política. Esa neutralización redujo la capacidad de adaptación a los giros anímicos de la población. En la disputa sobre la ley de Medios, los medios derechistas actuaron como empleados de los grandes diarios. Repitieron todos los lugares comunes sobre la libertad de prensa, defendieron el mito de la neutralidad informativa y ocultaron el manejo oligopólico y la censura discrecional que imponen las empresas. La derecha cuestiona la televisión pública “que financiamos todos”, idealizando una contraparte privada que también pagamos todos. Los negocios en este campo se basan en la publicidad compulsiva y en los recursos, leyes y licencias que provee el Estado. Las fantasías liberales de un hombre moderno que se informa seleccionando a su periodista predilecto entre incontables competidores, olvida la millonaria masa de dinero que se requiere para actuar en esa órbita. La prédica reaccionaria perdió peso ante la reprobación popular. Existe un fuerte rechazo a la reconciliación con los genocidas, a la regresión impositiva y a cualquier retorno al atropello social de los 90. Esta resistencia mayoritaria condujo también al aislamiento del discurso liberal-elitista durante los festejos del 25 de mayo. La reivindicación del Centenario como el momento de realización suprema de la Argentina agroexportadora, solo tuvo eco entre los lectores del diario La Nación. La repetida asociación de la decadencia nacional con el populismo no logró muchos seguidores y tampoco prosperó el intento de enaltecer al Teatro Colón como símbolo de la era liberal. La nostalgia por el paraíso perdido de los oligarcas latifundistas quedó opacada por las multitudes, que buscaron un nuevo sentido a la emancipación inconclusa de 1810. Un despiste mayor de la derecha recalcitrante afloró durante el funeral de Kirchner. Intentaron aprovechar la conmoción para exigir políticas conservadoras (Rosendo Fraga) y virajes hacia la moderación (Morales Solá). Algunas evaluaciones delirantes asociaron incluso el velatorio militante con preparativos hitleristas (Grondona). En general, los amantes del elitismo despectivo solo notaron curiosidad y afán de protagonismo televisivo, en el homenaje (Sebrelli). Estas percepciones cavernícolas ilustran el aislamiento de los derechistas. Como están cegados por la animosidad gorila y el resentimiento ante una derrota anunciada han perdido criterios básicos para interpretar la realidad. Daban por descontado el inicio de una era post-kirchnerista que ya nadie vislumbra. Recuperación oficialista Desde la mitad del año pasado se verifica una acelerada recuperación del oficialismo. Ha sido favorecido por el repunte de economía y por la desarticulación de la oposición derechista. El kirchnerismo desbarató los intentos de judicialización destituyente, impuso su agenda parlamentaria y colocó a los medios de comunicación a la defensiva. El impacto creado por el fallecimiento del ex presidente ha reforzado este resurgimiento. Cristina mantiene una amplia primacía en las encuestas y exhibe capacidad para reemplazar a Néstor en la conducción partidaria. Los problemas de la Presidenta se ubican en las alianzas que ha elegido. Optó por reforzar la gravitación del Justicialismo, con el sostén de los gobernadores y dirigentes más conservadores (Scioli, De la Sota). Este curso también implica mayor aval a los burócratas de la CGT. El rumbo actual del gobierno choca con la reapertura de una perspectiva transversal. La ortodoxia justicialista es muy hostil a la agenda progresista y a cualquier construcción orientada por los movimientos sociales (D´Elia, Depetri).


Pero a mediano plazo existen otras incógnitas. ¿Cuál será el legado de Kirchner en el imaginario popular? El shock emotivo que produjo su muerte incentiva muchas especulaciones, que pueden ser igualmente recogidas para evaluar el rol jugado por el ex presidente. Kirchner falleció sin la carga de frustraciones que acompañó la despedida de Alfonsín. No arrastró la cruz de un desastre político (Alianza), ni un colapso inflacionario. Pero tampoco es visualizado como Perón en varios terrenos decisivos. En la última década hubo restauración de ciertos derechos ya conquistados, pero no obtención de logros primarios. No es lo mismo la conquista inicial de esas mejoras que su recuperación posterior. Por eso la implementación del aguinaldo o las vacaciones pagas tuvo un efecto cualitativamente superior a cualquier repunte salarial de los últimos años. Kirchner tampoco intervino en la gran rebelión del 2001, que condicionó su gestión. No emergió de un 17 de octubre, ni corporizó el sentimiento de una sublevación por abajo. Ciertamente confrontó con la derecha, pero no padeció golpes de estado o exilio y tampoco murió al cabo de una épica resistencia. Por otra parte, el ingreso de nuevos sectores populares a la vida política se produjo con antelación a su gobierno y por canales muy alejados de su proyecto. Por esta razón nunca contó con el sostén homogéneo de la clase obrera. La comparación con Evita ilumina otras diferencias significativas. Kirchner tuvo una larga actuación como gobernador provincial y una actividad convencional como dirigente del PJ. Jamás demostró rasgos jacobinos, ni se perfiló como figura radical de un movimiento nacional. Más bien reconstruyó la desgarrada continuidad de una organización desprestigiada por la destrucción menemista. Estos contrastes no definen los resultados que emergerán con el paso del tiempo. Sólo ilustran el cambio de contexto. Hasta el momento el kirchnerismo no ha logrado reconstruir el lazo popular duradero que forjó el peronismo. A diferencia de lo ocurrido en Venezuela, Bolivia o Ecuador, tampoco erradicó un viejo régimen, ni facilitó el surgimiento de nuevas identidades políticas. El Progresismo K El afianzamiento del gobierno dependerá del predicamento que logren los nuevos intelectuales del oficialismo. Este segmento de periodistas (Programa 6, 7, 8), pensadores (Carta Abierta) y políticos (Heller, Sabatella) conforma una generación sustitutiva del primer sostén del kirchnerismo (Bonasso, Libres del Sur). El nuevo contingente se aproximó por el gran rechazo que generó el derechismo agro-sojero. Reivindican la reconstitución de una economía devastada y atribuyen esa recuperación a la política oficial. Pero olvidan el contexto internacional y la incidencia del ciclo de los negocios. Además, evitan evaluar quiénes han sido los principales beneficiarios del repunte. Nunca hablan de las ganancias acumuladas por los exportadores, los financistas y los industriales. El progresismo K resalta la politización que reintrodujo el gobierno frente a una sociedad descreída. Pero no menciona el efecto de esa misma acción sobre el viejo sistema bipartidista. Olvidan que el propio Kirchner abandonó el proyecto transversal para reconstruir el justicialismo, junto a un equipo que siempre ha sintonizado con el establishment. Los nuevos oficialistas resaltan los conflictos que opusieron al ex presidente con importantes banqueros y empresarios e ilustran como esa confrontación permitió recuperar el arbitraje presidencial. Pero en los hechos este comando ha servido para reemplazar un modelo capitalista por otro, recreando la explotación laboral y la desigualdad social. Este curso no es ajeno a la propia fortuna personal que acumuló el ex mandatario.


La presentación de Kirchner como un “flaco de la J.P.” es una fantasía insostenible. El presidente post-2001 fue un hombre de estado que actuó con gran pragmatismo para recomponer el orden vigente. En lugar de bregar por la “patria socialista” imaginada en los años 70, apuntaló un sistema de opresión. Es cierto que lideró UNASUR favoreciendo el proyecto latinoamericanista. Pero en esa asociación se alineó con Lula en un bloque conservador, para bloquear la radicalización del proceso venezolano y boliviano. Kirchner mantuvo un discurso de confrontación con el FMI, pero tocó la campanita en Wall Street, mejoró la relación con Estados Unidos (cuestionando a Irán) y envió tropas a Haití. Una anécdota muy verosímil cuenta que le pidió a Chávez que “se dejara de joder con el socialismo”. Muchos progresistas K reconocen el carácter nefasto del aparato justicialista, pero consideran que es el único instrumento viable para gobernar a la Argentina. No registran que esa estructura constituye el principal obstáculo para cualquier transformación positiva. Afirman que el kirchnerismo es “lo máximo que tolera la sociedad”, cómo si existiera un patrón predeterminado de mejoras sociales y democráticas, a introducir en el país. Con esa visión, se transmite el mismo fatalismo que propagaban los neoliberales, cuando postulaban la inevitabilidad de las privatizaciones o la apertura comercial. La resignación frente al mal menor nunca condujo a logros significativos. Las consecuencias de este enfoque se verifican en la impotencia que muestran los políticos de centroizquierda afines al gobierno. Sus proyectos siempre naufragan por sometimiento al visto bueno presidencial. La iniciativa de financiar el 82% a los jubilados subiendo los aportes patronales quedó, por ejemplo, bloqueada a la espera de un aval oficial. Pero lo más problemático es el alineamiento que exige la presidencia en los momentos críticos. Bajo esta presión se aprobó el canje de la deuda y se expusieron argumentos insólitos para demostrar cuán positivo es el pago de un pasivo fraudulento. El programa televisivo 6, 7, 8 se ha convertido en el principal vocero del progresismo K. Con un formato ágil y jocoso, que utiliza la ironía y nuevos lenguajes de compaginación, conquistó una importante audiencia. Ha canalizado el hartazgo de los espectadores con el bombardeo malintencionado de la derecha. Difunde informaciones incómodas que silencian los grandes medios y despliega una crítica devastadora a la hipocresía del periodismo independiente. Pero su repetida exaltación de los méritos gubernamentales conduce a la distorsión de la realidad. Nunca aplican a los personajes del oficialismo el archivo demoledor que utilizan contra la oposición. Es evidente que muy pocos líderes del equipo gobernante podrían soportar una revisión de su pasado. Esta unilateralidad es tan solo un ejemplo del carácter forzado de la construcción mediática oficialista. El programa adopta una postura totalmente acrítica y transmite justificaciones de la política oficial mediante polarizaciones simplificadas. Supone que sólo existen dos campos en disputa y que se apoya a Cristina o se apuntala a la derecha. Para sostener este artificio sobrecargan la pantalla con mensajes de buena onda. Esta actitud conduce a justificar también la alianza con la burocracia sindical y a apañar su vandalismo. Tiene muy poca credibilidad, por ejemplo, la presentación del asesinato de Mariano Ferreira como un vestigio del menemismo, ajeno a la estructura gremial vigente (Galasso). Al repetir una y otra que la “izquierda es funcional a la derecha” se termina igualando a las víctimas con los victimarios. Un caso extremo de esa caracterización ha sido el cuestionamiento de la izquierda por miopía ante los matices que separan al gobierno del duhaldismo (Feinman). Porque la ceguera se ubica en el campo opuesto, al omitir las complicidades y analizar la tragedia como un simple eslabón de disputas inter-justicialistas.


Posturas de la centroizquierda Un espacio de centroizquierda crítico hacia el oficialismo ha logrado cierto desarrollo en torno al Proyecto Sur. Convoca intelectuales, canaliza militantes y resulta atractivo para muchos jóvenes. Cuenta, además, con una figura presidencial de peso político y cultural (Solanas). La acción parlamentaria de esta vertiente obtuvo visibilidad con varias iniciativas. Convergieron con el gobierno en algunos casos (nacionalización de las AFJP) y radicalizaron otros proyectos del Ejecutivo (ley de medios, Papel Prensa). A diferencia de sus pares pro-gubernamentales han confrontado con las posturas regresivas que adoptó el kirchnerismo (deuda externa, INDEC, 82% para los jubilados, presupuesto 2011). Cómo no están sometidos a la neutralización oficial, denunciaron sin vacilaciones a los responsables del asesinato de Mariano Ferreira. Proyecto Sur proviene del nacionalismo antiimperialista y sintoniza con el espíritu del Bicentenario. El énfasis en la nacionalización del petróleo y la minería, la denuncia de la deuda externa y los proyectos de reconstrucción naval o ferroviaria lo ubican en un campo compatible con el chavismo. Proponen gestar una tercera fuerza frente al bipartidismo que asfixia la vida política. En un año dominado por la disputa electoral este planteo puede resultar muy atractivo. Pero conviene recordar que ese objetivo nunca pudo plasmarse en el pasado. El Partido Intransigente fue absorbido por el peronismo en los años 80 y el FREPASO terminó como furgón de cola del radicalismo. Proyecto Sur debe lidiar con otro peligro de evolución conservadora, si en la batalla contra el kirchnerismo afianza sus puentes con la derecha. Estos lazos se gestaron durante el conflicto con los sojeros y reaparecieron en el último año con guiños hacia Carrió. Presentan a ese personaje como una figura republicana, cuando actúa en la práctica como vocera de la Sociedad Rural y la embajada norteamericana. La integración a la coalición de centroizquierda de exponentes de la Mesa de Enlace acentuaría este perfil regresivo. La estrategia de forjar alianzas con distintos integrantes del arco opositor diluye el perfil de Proyecto Sur como opción de izquierda al kirchnerismo. Lo mismo ocurre cuando se converge en iniciativas parlamentarias con el resto de la oposición. Estos acuerdos son válidos si hay que rechazar una ley de proscripción o favorecer la democracia sindical, pero resultan inadmisibles como línea de acción corriente. La confluencia con la derecha es directamente suicida. No solo impide difundir la singularidad de una tercera fuerza, sino que aporta al gobierno todos los argumentos para desacreditar un proyecto alternativo. Una foto con Carrió o Giudice destruye en un instante, todas las intenciones progresistas o las leyes renovadoras que se presentan en el Congreso. Las alianzas elegidas (Juez, Binner, Stolbizer) anticipan, además, un tipo de gobierno socialdemócrata, que sería menos contestatario que el kirchnerismo. No hay que olvidar que Lula en Brasil y Mugica en Uruguay han adoptado posturas más conservadoras que el gobierno argentino en todos los terrenos. Los desaciertos centroizquierdistas provienen de identificar al kirchnerismo con la derecha (o la “recontraderecha”) o suponer que es el enemigo principal. Esta caracterización ha sido desmentida por la experiencia de los últimos años. La derecha no se ubica ahí, ni tampoco en “ambas partes”. Se sitúa claramente en el PRO, la Coalición Cívica y el Peronismo Federal. Estos tres sectores postulan el alineamiento con Estados Unidos contra Cuba y Venezuela, promueven cerrar los juicios a los genocidas, rechazan la ley de medios y exigen reducir los impuestos a la agro-exportación. Solo despliegan demagogia en temas puntuales (aumentos a los jubilados sin ningún financiamiento), para preparar una futura administración conservadora.


No existe ningún analista internacional que asocie al kirchnerismo con la derecha. Solo discute el alcance progresista de sus iniciativas, buscando dirimir si se parece más a Lula que a Chávez. Nadie traza semejanzas con Uribe o Calderón. Otros integrantes de Proyecto Sur consideran que Cristina consumó un giro regresivo en comparación a Néstor. Estiman que el despegue progresista inicial se frustró y dio lugar a una involución. Esa contraposición es insostenible. Las políticas del gobierno no han variado significativamente en ambos períodos y en todo caso hubo más conquistas luego del choque con los agro-sojeros. Es importante reconocer las luces y sombras de un gobierno que nunca incluyó los rasgos antiimperialistas de Chávez o Evo, pero siempre se ubicó en las antípodas de Piñera o Alan García. Planteos de la izquierda La izquierda incluye estructuras partidarias (MST, PCR, PO, PTS, IS, MAS, etcétera) y agrupaciones con formas de movimiento (La Mella, el Frente Popular Darío Santillán, Movimiento Teresa Rodríguez, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Autodeterminación y Libertad, etcétera). Ambos alineamientos participan del mismo conglomerado. No tienen gravitación electoral, pero exhiben presencia social, influencia en las calles e incidencia en las propuestas políticas. El papel de la izquierda salió a la superficie durante la reciente tragedia de Mariano Ferreyra. El compañero fue asesinado mientras desarrollaba una acción de solidaridad, demostrando quién pone el cuerpo en la batalla cotidiana contra las patotas. La multitudinaria marcha que sucedió al crimen fue una reacción democrática que expresó reconocimiento a esa militancia. La pertenencia a las organizaciones de la izquierda es sinónimo de compromiso con los oprimidos. Estas agrupaciones actúan en forma aguerrida, recrean el espíritu del 2001 y se ubican en la primera fila de las movilizaciones populares. Existe una nueva generación que observa con simpatía ese papel, en contraposición a la mirada diabólica que difunde el oficialismo o los medios de comunicación. Para los defensores del capitalismo cualquier acto de resistencia es sinónimo de alboroto. Denigran la postura combativa suponiendo que expresa algún inconformismo marginal, sin notar que canaliza un deseo generalizado de igualdad social. La izquierda mantiene su carácter minoritario en un país con hegemonía del peronismo. Pero ha logrado mayor penetración en sectores de la clase obrera y en segmentos empobrecidos que eran tradicionalmente ajenos a su influencia. También ha liderado experiencias de cooperativas y empresas recuperadas. En estas actividades recoge una herencia del clasismo, que la burocracia sindical intenta expurgar por cualquier medio. La izquierda ha conseguido penetrar en el estudiantado y ha obtenido reiterados éxitos en las elecciones universitarias. Logró instalar su cultura en la universidad pública, que ya no aglutina a las franjas privilegiadas del pasado. Este ámbito se ha transformado en un bastión del reclutamiento y del debate teórico marxista. Pero la izquierda no ha podido conformar una fuerza política capaz de disputar espacios a los partidos tradicionales. Es un visible actor, pero no un protagonista de la realidad política. Esta limitación no proviene de viejos desencuentros con el proletariado peronista. Han transcurrido muchas década desde esa ruptura y lo que pesa en la actualidad son frustraciones más recientes. El desplome de la Izquierda Unida en los 80 y la escasa cristalización política de las conquistas del 2001-03 ejemplifican estos fallidos. Gran parte de la izquierda comparte los mismos errores de caracterización del kirchnerismo que afectan al grueso de la centroizquierda. Si se supone que el gobierno perpetúa el neoliberalismo, preserva el menemismo, mantiene la impunidad o criminaliza la protesta social, no hay forma de lograr credibilidad entre la población.


Con razonamientos forzados no se refuta lo que intuitivamente percibe cualquier mortal. Un discurso inmune a las conquistas sociales y democráticas que se han obtenido carece de consistencia. Algunas planteos de la izquierda no logran distinguir las disputas que involucran conflictos entre capitalistas (por ejemplo pagar deuda con ajuste o con reservas) de los choques que ponen en juego algún interés popular (AFJP, ley de medios, juicios a los genocidas). A veces se cuestiona la apropiación gubernamental de las banderas sociales, sin notar que la asunción oficial implica un triunfo popular. En todo caso correspondería señalar las limitaciones de esa asimilación, evitando despechadas actitudes de impotencia. Es importante integrarse también al clima popular, cuando se conmemora un acontecimiento histórico tan progresivo como fue la Revolución de Mayo. Ese festejo induce a levantar banderas antiimperialistas para completar una transformación inconclusa. No tiene sentido situarse en la vereda opuesta, vislumbrando nacionalismo retrógrado, donde impera un espíritu latinoamericanista afín al ALBA. Especialmente la ley de Medios dividió aguas dentro de la izquierda. Algunos reconocieron acertadamente los elementos democratizadores de esa norma y exigieron su aplicación contra las trabas que impone la justicia. Otros optaron por el neutralismo o por críticas al control oficialista de la prensa, olvidando la gravitación más significativa de la propiedad capitalista. Los medios conforman un área estratégica para la dominación burguesa. Operan como aparatos ideológicos que definen la forma en que se percibe la realidad. Por eso constituyen también un área de batalla entre discursos legitimadores e impugnadores. Con cierta democratización de ese espacio, el mensaje conformista puede ser desafiado. Tal como ocurre en la universidad, la marginalidad del discurso cuestionador en los establecimientos privados puede revertirse en las instituciones públicas. Si no se reconoce la importancia de conquistar posiciones en la trinchera mediática, la derecha seguirá monopolizando el mensaje. Continuará seleccionado temas o magnificando y silenciando los distintos acontecimientos, para reforzar un miedo conservador (a la inseguridad o al terrorismo). Confrontar contra ese discurso debería ser una prioridad de la izquierda. La información es un derecho (como el agua, la educación o la salud), en conflicto con los criterios de rentabilidad. Por esta razón hay que apuntalar los avances hacia una TV pública (no manipulada por el oficialismo) y todo aumento del número de medios en manos de organizaciones sociales. La incorporación de esta acción contribuiría a superar otros problemas de vieja data, relacionados con la obsesión por la auto-construcción sectaria. Este propósito retroalimenta disputas por ocupar cargos menores y recrea rivalidades por exhibir consecuencia en interminables discusiones. Hay cierto mesianismo en suponer que el pueblo premiará a quién sostenga con mayor estoicismo esas reyertas. La acción común en experiencias políticas conjuntas es el camino para dejar atrás esos obstáculos. Pero también resulta necesario intervenir de otra forma en las elecciones. Es evidente que la actitud abstencionista conduce a la marginalidad, puesto que la etapa del 1997-2003 ha sido superada: no solo aumenta la participación en los comicios, sino que existe una valoración popular creciente de la intervención legislativa. Pero actuar en los comicios no implica auto-condenarse a la recepción del 1-2%. Esta resignación solo preserva un rito de participación testimonial cada dos años. Se ha olvidado que en las elecciones se disputan cargos, cuya obtención amplificaría el desarrollo ulterior. Estas distorsiones se superan abandonando la veneración constitucionalista de los comicios como un ámbito de intervención principista. Allí no se juegan los fundamentos de un proyecto político. Al igual que en cualquier votación sindical o estudiantil, conviene concertar amplios compromisos, para consumar avances significativos.


En Argentina se vive un momento propicio para renovar la construcciĂłn de la izquierda. Pero hay que abrir los ojos y remontar los problemas del pasado. Un nuevo curso permitirĂĄ gestar el proyecto anticapitalista que el paĂ­s necesita, para forjar una sociedad de igualdad y justicia.


22/08/2010

¿Y a la izquierda del kirchnerismo qué? Apuntes críticos para una nueva izquierda Por Martín Ogando.La derrota de los Kirchner en las elecciones legislativas del 2009 dejó flotando en el ambiente la sensación inequívoca de un fin de ciclo. Era la prueba de fuego luego del “conflicto del campo”, el revés político más importante del kirchnerismo desde su ascenso en el 2003. Aquel conflicto marcó un quiebre de la relación entre el gobierno y un sector de la burguesía (junto a sus voceros políticos y mediáticos), al mismo tiempo que reforzó su aislamiento respecto de las clases medias urbanas y rurales. El deterioro de las posiciones electorales K en puntos clave de la geografía política peronista parecía adelantar su ocaso definitivo. A pesar de mantener un importante caudal electoral a nivel nacional, con poco más del 30% de los sufragios, la caída del mismísimo Néstor Kirchner frente a Francisco de Narváez en la Provincia de Buenos Aires sonó como un golpe de gracia. Se llegó a especular, por aquellos días, que la presidenta no concluiría su mandato. Las semanas posteriores fueron de balances y previsión de horizontes para la izquierda, y en aquellas reflexiones había un diagnóstico casi unánime: estábamos en presencia del agotamiento del ciclo kirchnerista. La productividad política de su dispositivo de poder era puesta en jaque a dos bandas: por un lado por su jefatura empresarial, cansada de gesticulación populista y decidida a darse una representación política más estable; del otro, por el electorado popular, pensado siempre desde el pejotismo como mera clientela, y que esta vez le daba la espalda. Se pensó lo que vendría como una sobrevida, como un tortuoso camino hacía el 2011 donde el gobierno necesariamente debería replegarse y pactar con la oposición, resignando cuotas de poder. Lo más importante para nosotros, sin embargo, era lo que el derrumbe del kirchnerismo podía significar en tanto “desbloqueo” de las posibilidades de acumulación por parte de la izquierda, sobre todo a partir del debilitamiento de las expectativas sociales y los mecanismos de cooptación que tan eficientemente habían aportado a la estabilización capitalista. Un año después hay que decir que aquellos pronósticos eran errados. Muy por el contrario, el gobierno de Cristina Fernández retomó la iniciativa y volvió a imponer la agenda política, y el escenario de polarización resultante, no solo mantuvo, sino que redobló los desafíos que se nos presentan a los militantes del campo popular. Reflexionar sobre este último punto es el objetivo central del presente artículo. Durante los meses que siguieron al 28J el kirchnerismo decidió “dar pelea”. Y decidió darla en su campo y con las armas que conoce. Básicamente, aprovechando la ventaja relativa que supone su mayor audacia para “hacer política”, capacidad casi atrofiada en la oposición de derecha, merced a décadas de sumisión automática al poder económico, y que, por el contrario, en los K es llevada por momentos al aventurerismo liso y llano. Así, lanzaron una “cruzada” contra un enemigo poderoso pero antipático, como el Grupo Clarín, utilizando banderas sentidas por parte de la población, como el “Fútbol para Todos” y el impulso a la causa por apropiación a Ernestina Herrera, la dueña del monopolio. La votación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue la batalla de fondo y, dejando atrás el fantasma de la 125 , el gobierno conquistó un triunfo relevante, que en este caso significó también un avance popular frente a la reglamentación de la dictadura. Pero el gobierno no ha reaccionado con un “giro a la izquierda” luego de la derrota del 2009, como pretenden algunos, sino que ha retomado la iniciativa con un juego más bien pendular. No ha dudado ante la posibilidad de avanzar con medidas que, más allá de su intencionalidad, constituyen conquistas sociales o democráticas, siempre que éstas sirvan para fortalecer su posición relativa frente a la oposición. De esta forma, junto a la mencionada Ley de Medios, se cuenta la implementación de la Asignación Universal por Hijo (con indudables repercusiones en el bolsillo de los hogares mas pobres) y el impulso presidencial a la ley de matrimonio igualitario, si bien los legisladores K han votado divididos. En el mismo periodo, sin embargo, se ha recostado más decididamente que nunca en los gobernadores y caudillos del PJ y en la cúpula de la CGT, dejando en ridículo la anunciada renovación de la política; ha fortalecido su relación con las empresas mineras y otras industrias extractivas que saquean y contaminan nuestras tierras; ha avanzado en el pago de la deuda externa y en la segunda etapa del canje, presentados insólitamente como herramientas de soberanía nacional; y las relaciones con el Departamento de Estado norteamericano pasan por un excelente momento. Como sea, merced a estas medidas, y a una repercusión moderada de la crisis económica internacional, el gobierno recuperó parte del terreno perdido en junio de 2009. Enfrente encontró una oposición de derecha y centro-derecha extraordinariamente funcional. En primer lugar, porque su involucramiento con las políticas económicas neoliberales les garantiza el rechazo de una parte del pueblo que, sin embargo, no siente simpatía alguna por el gobierno. En segundo lugar, porque su dispersión e incoherencia es notable, lo que ha redundado en un impotencia casi absoluta para capitalizar el desgaste kirchnerista. El pan-radicalismo fue el ganador más evidente del periodo que va de la 125 hasta el 28J, siendo el espacio con más probabilidades de imponer un sucesor en el 2011. Sin embargo, la desconcertante permanencia de Cobos en el ejecutivo, criticada dentro y fuera de la UCR, ha degradado su imagen positiva, dejando muy atrás en el tiempo su episódico papel de


héroe. Hoy, lejos está de ser un presidenciable indiscutido. Mientras, las posibilidades de Alfonsín hijo aumentan, apuntaladas por el “aparato” radical y la posibilidad de presentar un cara más “progre” contra el kirchnerismo, y Lilita Carrió acaba de quebrar el Acuerdo Cívico y Social en medio de uno de sus habituales espásmos megalómanos. El llamado Peronismo Federal se sabe portador de la estructura política más sólida y del favoritismo de los factores de poder económico más importantes, al tiempo que es conciente de su debilidad en el terreno de las candidaturas. Reutemann sigue cavilando, mientras que Eduardo Duhalde, el más perdurable político burgués de los últimos veinte años, se sabe dueño de una alta imagen negativa en la sociedad. El impredecible Francisco de Narváez sigue siendo la principal carta electoral de este espacio. La centro-izquierda, con sus exponentes Binner, Stolbizer y Juez, está a mitad de camino de un acuerdo con la Coalición Cívica y/o el radicalismo, aunque no son descartados como aliados por el espacio de Pino Solanas. Tal es así que este último no ha dudado en aparecer en bloque con la oposición liberal, cajoneado sus planteos nacionalistas y progresistas, llegando incluso a destacar ultimamente sus importantes acuerdos con Carrió. Párrafo aparte merece la situación de Mauricio Macri. Fuertemente golpeado por el escándalo de las escuchas ilegales, confía en su mayoría legislativa para evitar la destitución, aunque las deserciones en el bando propio (sobre todo del peronismo porteño) son un fantasma que lo acosa. A pesar de esto, y de la pésima gestión al frente de la Ciudad de Buenos Aires, no se lo puede descartar en la carrera presidencial, sobre todo porque mantiene su crédito mas importante: ser el candidato mas cómodo y funcional para el kirchnerismo, el cual presumiblemente hará todo lo posible para toparse con él en el ballotage del 2011. En los últimos meses sectores de la oposición han intentado modificar este tablero. El protagonismo de la cúpula radical en la aprobación de la ley de matrimonio igualitario y el planteo del 82% móvil, de indudable impacto social, parecen ir en ese sentido. A esta ultima jugada el gobierno ha respondido con el aumento de las jubilaciones y de las asignaciones familiares, pero tendrá que enfrentar, en las próximas semanas, la probable media sanción en diputados de un proyecto impulsado por la oposición, que cuenta con innegable simpatía popular. Veremos qué ocurre en los próximos meses. Como sea, para la izquierda sigue siendo un desafío romper la polarización planteada. Es por eso que, partiendo de un diagnóstico de la etapa y de una caracterización del kirchnerismo, lo imprescindible es analizar qué posibilidades de construcción contrahegemónica se abren para el campo popular. En pocas palabras: tenemos la urgencia de pensar/prefigurar/construir una forma de contestación efectiva (y no meramente retórica o denuncialista) a la gestión del estado capitalista encabezada por los K. Lejos estamos de tener alguna receta al respecto. Sin embargo, sí tenemos un recorrido, reflexiones, experiencias, intuiciones y convicciones ético – políticas que nos marcan un camino. ¿Proyecto nacional – popular… Definir el carácter social y la perspectiva política del kirchnerismo ha llevado a una de las polémicas mas profundas de los últimos tiempos al interior del campo popular. En los polos de un amplio abanico de opiniones encontramos la siguiente contraposición: ¿Proyecto nacional – popular o simple continuismo neoliberal? Ni lo uno ni lo otro, respondemos tentativamente, e intentaremos explicitar aquí nuestra propia caracterización. Sabemos que toda definición de un fenómeno actúa por aproximaciones sucesivas al mismo, y por lo tanto, elegimos el camino de ir construyendo lecturas provisorias del kirchnerismo, incompletas (y a ser completadas y/o corregidas) pero productivas a la hora de orientar una praxis política contrahegemónica. Siendo así, lo primero es “marcar la cancha”, es decir, definir qué no es este gobierno. Y no es, como algunos sostienen, un movimiento nacional – popular, ni portador de proyecto refundacional alguno. No lo es por origen, ya que Néstor Kirchner asume el poder en 2003 para continuar la obra de su “mentor”, Eduardo Duhalde , encarando con éxito la reconstitución de la “normalidad” capitalista, tanto en lo relativo a las ganancias empresarias como a la relegitimación de un orden. Tarea reaccionaria por definición, al proporcionar una salida hacia delante a la crisis del capital, sacar al pueblo de las calles y restaurar el funcionamiento de las instituciones dañadas por la intervención popular del 2001 – 2002. No lo es por política, ya que en lo económico y en lo social los dos gobiernos K han sostenido un programa netamente capitalista, en completa articulación con una de las fracciones más concentradas de las grandes empresas nacionales y transnacionales . Peor aún, el kirchnerismo no sólo ha sido el agente de la reconstrucción hegemónica capitalista, sino que ni siquiera ha encarado una política de reformas o “democratización del bienestar” dentro de este sistema, elemento indispensable de cualquier movimiento cuanto menos “populista” o nacionalista . El aumento de la brecha entre ricos y pobres, el reforzamiento del modelo extractivo primario-exportador, el mantenimiento de gran parte de las leyes laborales de los 90, el sostenimiento de un sistema impositivo netamente regresivo, el pago de la deuda externa, la política sistemática de subsidios a las grandes empresas, el ocultamiento de los índices reales de inflación mediante la intervención al INDEC,


constituyen una brevísima enumeración que desmonta rápidamente la supuesta “progresividad” del kirchnerismo. No lo es por perspectiva, ya que no se piensa a sí mismo como un movimiento de gradual transformación del Estado capitalista, sino como una elite política destinada a mantenerse el mayor tiempo posible en la administración eficiente del mismo. Esto ha quedado al desnudo en otro de los elementos decisivos a la hora de preguntarse sobre el carácter de una fuerza política: su relación con “las masas” y con las organizaciones sociales en particular. La transversalidad fue un experimento trunco y de corto aliento, y la “nueva política” rápidamente terminó en los brazos de los viejos caudillos del PJ. En todos estos años el kirchnerismo jamás eligió apoyarse en una movilización social extendida que pudiera escapar a su control. De la misma manera, su vínculo con las organizaciones populares estuvo regido por la coptación y destrucción de cualquier tipo de autonomía, sin detenerse incluso ante la corrupción directa de referentes sociales. Las organizaciones que resistieron dicha política han sufrido la represión y persecución selectiva, al tiempo que vieron reducida la asistencia estatal. En conclusión, el kirchnerismo no ha recurrido siquiera a la movilización “controlada” de las masas, característica del nacional – populismo. Una evaluación seria deja al descubierto con cierta rapidez el carácter capitalista y anti-popular del proyecto K, y muestra que la hipótesis de una posible “radicalización” futura carece de todo sustento. … o continuismo neoliberal? A pesar de esta evidencia, sectores de nuestro pueblo piensan que el kirchnerismo es una opción “menos mala que otras”, lo único posible en la actual coyuntura, lo cual amerita alguna reflexión. En primer lugar, es indudable que la historia reciente de nuestro continente y el carácter conservador en extremo de otras expresiones políticas de la burguesía, con las cuales disputa el kirchnerismo, explican en gran parte lo extendido de este posibilismo. Sin la secuela de derrotas que nos legó el neoliberalismo, las consecuencias de la dictadura, y las decepciones de los posteriores gobiernos democráticos, es difícil explicar un piso tan extraordinariamente bajo para las expectativas populares. Incluso el propio 2001, que abrió una profunda movilización social, derivó con el tiempo en lo que MaristellaSvampa (2008) denominó “una fuerte demanda de orden y normalidad”. Partiendo de esa base, el kirchnerismo ha podido moverse con cierta comodidad, pero es indudable que también tiene el mérito de haber leído adecuadamente el fin de un ciclo y el comienzo de otro. Frente al crédito abierto por algunos sectores, es algo común que en ámbitos de izquierda intentemos saldar el problema con cierto simplismo: “El kirchnerismo es la derecha”. No compartimos dicho análisis y pensamos que no sirve para la formulación de una política adecuada. A pesar de los aspectos de continuidad que efectivamente existen, no entendemos al kirchnerismo como una mera repetición de los gobiernos neoliberales. Estamos en presencia de una conducción del Estado diferente de las estructuradas durante el Consenso de Washington en toda América Latina. En lo económico, los sectores financieros, bancarios y el capital extranjero vinculado a las privatizadas resignaron posiciones, mientras que algunos sectores productivos “nacionales” (algunos de ellos fuertemente transnacionalizados) mejoraron su posición relativa. Al mismo tiempo, la “extranjerización” del sistema productivo, lejos de revertirse ha dado un nuevo salto producto del abaratamiento de los activos luego de la devaluación. Por otro lado, los sectores extractivos (minería y petróleo) recibieron fuertes privilegios, al tiempo que la agroindustria, ahora con eje en la soja, sigue siendo la clave de la acumulación de divisas (Katz, 2010). Esto último es lo que ha concentrado una fuerte tensión en los aranceles de exportación. La idea de un neodesarrollismo limitado, en articulación (y tensión) con un modelo extractivo primario-exportador, parece ser la mejor síntesis de la actual configuración económica . En cuanto a las determinaciones políticas del ciclo K, ya señalamos que su eje ha sido ampliar las bases de la hegemonía capitalista, que se vio fuertemente deteriorada luego del 2001. La debilidad del campo popular para forzar una salida “desde abajo” dio paso a un proceso de recomposición, comandado, en lo político, por una facción relativamente marginal del Partido Justicialista. Sin embargo, la potencia relativa de la movilización, demandaba una salida que tomara en cuenta algunas de sus reivindicaciones y fuera capaz de incorporarlas subordinadamente dentro de esa reconstitución capitalista. Los Kirchner tuvieron gran lucidez en la lectura de estas nuevas coordenadas, dentro de las cuales se tuvo que mover la política de “los de arriba”, por lo menos hasta el 2006. A esto, los Kirchner le sumaron otro mérito relativo: no estaban dispuestos a ser sólo el salvavidas de una gobernabilidad en crisis, y por lo tanto se lanzaron a “hacer política”, es decir a construir poder político propio. Esto constituyó cierta novedad dentro de la política burguesa, acostumbrada desde 1989 a una subordinación completa y obscenamente directa de la acción política a los grandes grupos económicos y los organismos internacionales. Así, el kirchnerismo no expresa el surgimiento de una “nueva política”, pero sí la rehabilitación de ciertas herramientas que históricamente le han permitido niveles de autonomía al personal político de las clases dominantes. De ahí que en su empeño


estabilizador inicial el gobierno contara con una “solidaridad de clase” inquebrantable, pero en la medida que el “miedo a las calles” menguó y que los Kirchner comenzaron a poner en el centro de su agenda la construcción de poder propio, algunos grupos económicos concentrados y la derecha política vieron la oportunidad (y la necesidad) de lanzarse al enfrentamiento abierto. Por su parte, el kirchnerismo demostró no detenerse ante la concesión o la demagogia con causas populares como herramienta de acumulación propia. Es en este marco que, en distintas etapas, se conquistaran una serie de derechos sociales y democráticos, que no ponen en cuestión la orientación capitalista de los dos gobiernos K, pero que constituyen un avance para nuestro pueblo. El impulso (aunque limitado) a los juicios por crímenes de lesa humanidad, la anulación de la obediencia debida y el punto final, la estatización de los fondos jubilatorios de las AFJP, la inclusión en el sistema previsional de 2 millones 400 mil nuevos beneficiarios, la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios, la Ley de matrimonio igualitario, son medidas de relevancia social que tienen evidentemente un doble carácter. Por un lado son intentos de apropiación, “desde arriba”, de demandas populares, cuya implementación está viciada de clientelismo y busca anular la iniciativa subalterna, fortaleciendo la hegemonía de un sector de las clases dominantes. Pero por el otro, son conquistas que en muchos casos demandaron años de lucha, y que constituyen un punto de partida para encarar las futuras contiendas en una mejor relación de fuerzas. Interregno teórico - metodológico Esta dialéctica de las conquistas que las clases subalternas alcanzan dentro del orden social capitalista debe ser cabalmente comprendida para evitar, tanto la asimilación al sistema como la pasividad sectaria. Desde el sufragio universal hasta la organización sindical, pasando por la integración subordinada de la clase trabajadora al llamado “estado de bienestar”, son producto de esa dialéctica. Conquista e integración, reivindicación y cooptación, son los términos reales a través de los cuales se ha desenvuelto la lucha de clases, y la contradicción con la que ha tenido que lidiar el movimiento emancipatorio de los trabajadores desde sus orígenes, como tempranamente lo advirtió Rosa Luxemburgo (1976). Cada reivindicación que la clase dominante, o una fracción de la misma, se ve obligada a conceder (en muchos casos de manera precaria y provisoria) constituye un intento de asegurar o ampliar las condiciones para su predominio social, al mismo tiempo que debilitar las estrategias confrontativas por parte de las clases subalternas; sin embargo, esas mismas conquistas pasan a formar parte del acervo y la acumulación social de los explotados, generando (en potencia) mejores condiciones para la organización de la lucha anti-sistémica. Es la misma contradicción en la que debemos movernos al “luchar contra el Estado para eliminarlo como instancia de desigualdad y opresión, a la vez que luchamos por ganar territorios en el Estado, que sirvan para avanzar en nuestras conquistas”. (Thwaites Rey, 2004) Es sobre esta base que nos encontramos con distintos tipos de estados y gobiernos capitalistas. La comprensión de que las clases dominantes adoptan diversas formas y métodos para el ejercicio de su hegemonía forma parte, desde hace mucho tiempo, del arsenal conceptual del marxismo y de todo el pensamiento crítico. Identificar los matices concretos de una forma de ejercicio de la misma es la única herramienta efectiva para combatirla. Así lo entendió Gramsci (2000) cuando desarrolló la forma específica que había adoptado el Estado en el occidente capitalista y pronosticó la inviabilidad de una “revolución de octubre”, de un “asalto al poder”, en la Europa desarrollada, donde era necesario desplegar una extensa “guerra de posiciones” en las trincheras de la sociedad civil. De la misma forma, la militancia actual nos demanda un estudio crítico de las características del Estado capitalista en América Latina y de las formas de ejercicio de gobierno que encontramos en cada país. El proceso que encabezó el kirchnerismo desde el 2003 puede definirse como una variante particularmente degradada de lo que el citado comunista italiano definió como revolución pasiva y transformismo .Gramsci (2000) denomina revolución pasiva al proceso por el cual las clases dominantes, frente al “subversivismo esporádico, elemental e inorgánico de las masas populares”, introducen novedades en su modo de dirigir, buscando “expropiar a las clases subalternas de su iniciativa histórica”. Así, ante la debilidad estratégica de las fuerzas que promueven un cambio desde abajo, la clase dominante retoma la iniciativa y convierte ciertas demandas sociales en “instrumento para tornar gobernables a las clases subalternas” (Campione, 2007). Por todo esto entendemos que, decir que el kirchnerismo no es “la derecha” o no es neoliberal, lejos está de propiciar algún embellecimiento del mismo, sino que está dictado por un análisis crítico de la realidad y por una perspectiva social anticapitalista. Igualar capitalismo o estado capitalista, con los términos “derecha”, “neoliberalismo”, “fascismo”, etc. no es mas que hacerle un favor a las relaciones de dominación y explotación actuales. Es por eso que nuestra tarea no es la de estigmatizar con lo epítetos políticos mas gruesos al kirchnerismo, sino la de entender sus mecanismos concretos de gobierno para enfrentarlos con mayores probabilidades de éxito desde una perspectiva socialista. Que (no) hacer. Nuestra militancia parte de un irrenunciable compromiso ético en el enfrentamiento a todo Estado que sostenga las formas de dominación de clase, el patriarcado, el racismo, el autoritarismo, que son la sustancia misma del sistema de opresión y


dominación actual Pero al mismo tiempo intentamos darnos las herramientas necesarias para enfrentar y desarticular la forma concreta en que se ejerce esta dominación en un momento determinado. Y está claro: no es lo mismo enfrentar a un gobierno que promueve el juzgamiento de ciertos jerarcas militares responsables de crímenes de lesa humanidad, que a uno que los apaña en sus círculos de poder más cercano. En este punto la izquierda tradicional ha fallado de principio a fin. Su incomprensión del kirchnerismo y las tácticas adecuadas para enfrentarlo es tributaria en realidad de un déficit de más largo aliento y ya largamente consolidado: su estéril costumbre de aplicar siempre las mismas recetas, ya viejas y polvorientas, a cada nueva situación. No estamos hablando de la repetición extemporánea de algún “clásico de las revoluciones” de indudable mérito, sino de la regurgitación de fórmulas infalibles en pequeños grupos que giran únicamente alrededor de su propia reproducción. Es ante este panorama que la pregunta, ¿hay algo a la izquierda del kirchnerismo? no es tan vana como se supone. Si dejamos de lado la utilización chicanera y fraudulenta que hacen de ella los voceros oficiales, nos plantea un problema relevante. Entendida de una manera amplia la respuesta es sencillamente evidente: miles de militantes populares en todo el país siguen sosteniendo las banderas de un cambio social radical; muchísimas organizaciones han generado espacios que, aunque pequeños, son laboratorios de gestación de resistencias y alternativas; las organizaciones autónomas territoriales, las empresas recuperadas, los campesinos en lucha; los obreros que se organizan en sindicatos democráticos y pelean por sus reivindicaciones; y la lista es interminable. Todo esto expresa un algo a la izquierda del kirchnerismo que éste se ha esmerado en reprimir, cooptar o debilitar según el caso. Es éste el material de una, todavía más potencial que presente, alternativa de liberación. Sin embargo, la pregunta encierra otra lectura, y ésta es: ¿hay capacidad de construir alternativa política con proyección popular a la izquierda del kirchnerismo? Y aquí la cosa se complica. Hay que tener poca honestidad intelectual para negar que, a nivel de las grandes masas, la agenda política de oposición está construida en base a planteos de centro-derecha. Esto no significa necesariamente que la sociedad argentina sea mayoritariamente “de derecha” (esto, en todo caso, demanda un análisis de otro tipo) sino que, en parte, expresa la inexistencia de alternativas político-sociales desde el campo popular. Por supuesto que este problema tiene sus raíces en correlaciones de fuerzas profundas. Después de la dictadura, la gran decepción política que significó el alfonsinismo y las transformaciones neoliberales, nuestro pueblo lejos está de haber recuperado la iniciativa, más allá de grandes resistencias. El 2001 ha sido un punto de inflexión que permitió el reanimamiento de la organización popular y la re-politización de la sociedad, pero no ha abierto un ciclo de ofensiva popular a nivel global. Esto nos lleva al aspecto en que sí tenemos responsabilidad los militantes populares. Al 2001, nadie llegó preparado y está claro que las construcciones de poder popular eran ínfimas en relación a los desafíos de dicha coyuntura. Sin embargo, hubo una izquierda que estaba relativamente bien organizada en la víspera y que capitalizó coyunturalmente la movilización social posterior. El resultado fue decepcionante. Sin entrar en un balance detallado que no es objeto de este artículo, la intervención de la izquierda tradicional en estos ámbitos estuvo impregnada por un fuerte sectarismo y miradas mesiánicas que derivaron en la faccionalización de los movimientos populares. En las asambleas esto tuvo resultados directamente destructivos, en otros espacios la situación fue mas matizada, y conquistas parciales significativas fueron sin embargo limitadas mediante la apropiación mezquina de las experiencias de base y la negativa permanente a unir las luchas de nuestro pueblo. Pero si durante el periodo 2001 – 2003 la izquierda tradicional desperdició una oportunidad para fortalecer la acumulación popular, una vez empezado el operativo de estabilización capitalista encabezado por Kirchner la tónica fue el desconcierto generalizado. La “unidad de acción” establecida con la Sociedad Rural Argentina o la defensa de los principales voceros del grupo Clarín fueron el momento cúlmine de un triste itinerario. Así, responsabilizar a la izquierda tradicional por la inexistencia de una alternativa popular al kirchnerismo, es un acto infantil que oculta problemas mucho mas profundos. Sin embargo, sí es correcto señalar el aporte decisivo que estas organizaciones han hecho para instalar en un amplio sector de la sociedad la idea de que la construcción de esa alternativa no es siquiera viable. Está claro, si depende de esa izquierda, la alternativa no sólo está ausente, sino que es imposible. Y mucho cuidado. Las organizaciones populares que no queremos reproducir aquellas prácticas, de ninguna manera estamos exentas de estos problemas. Es un mérito indudable el solo hecho de intentarlo, de “abrir la cabeza” y estar dispuestos a aprender de las experiencias de nuestro pueblo en lugar de pretender aleccionar desde un pedestal. Sin embargo, no hay “pasaporte a la nueva política”, solo reflexiones y búsquedas, que van entregando sus frutos, pero siempre tentativas y sujetas a revisión. La mirada crítica sobre nosotros mismos, lo que hacemos y lo que pensamos, es indispensable para entender la cuota de responsabilidad que tenemos en las debilidades del campo popular, y potenciar así nuestro aporte creativo.


Las tentativas de una nueva praxis Una gran cantidad de compañeras y compañeros venimos explorando esos áridos caminos en pos de la construcción de una nueva “nueva izquierda”, tal como la denominó Miguel Mazzeo (2007), uno de los tantos protagonistas de esta búsqueda. Y está buena la expresión. Porque históricamente, cada época de cambio social, cada nueva revolución ha demandado también una revolución al interior del pensamiento y las organizaciones de izquierda. Han sido “nueva izquierda” el bolchevismo, el anarco sindicalismo, el 26 de Julio, los grupúsculos del mayo francés, el guevarismo, el peronismo revolucionario, y un largo etcétera. Y estamos convencidos de que Nuestra América ha entrado en un nuevo ciclo de cambios históricos, de experimentos sociales, de pueblos haciendo su historia, dignos e insurgentes frente al imperio y al capital. Y allí, de la realidad misma, surgen las demandas de un nuevo pensamiento y de una renovada práctica de la subversión, y desde allí también se empiezan a gestar los nuevos socialismos. Nos cabe entonces también la responsabilidad de pasar, de esta crítica de la vieja izquierda, del imprescindible momento negativo, a la formulación prepositiva de algunas prácticas constituyentes de una izquierda nueva, rebelde, popular y antidogmática. Porque compartimos el diagnóstico de Daniel Campione (2007) de que “la autorreforma intelectual y moral de la izquierda es indispensable, un requisito de cambio en el propio campo para poder pensar y actuar seriamente hacia el cambio social global (…) Esa autorreforma requiere abarcar los modos de pensar y comportarse, el reconocerse parte del conjunto social y no una minoría ilustrada y naturalmente dirigente”. Respecto de esta tarea tenemos la siguiente hipótesis: los militantes populares enfrentamos una situación compleja, plagada de dificultades pero también de indiscutibles oportunidades de acumulación. La crisis del 2001 ha quedado atrás, por lo menos en su inmediatez catastrófica y disruptiva. Sin embargo, el propio terreno en el cual se desenvuelve la disputa con este gobierno es expresión de que las cosas han cambiado y de que partimos de un piso más alto y de condiciones de lucha menos desfavorables. ¿O no es acaso un signo central del kirchnerismo arrebatar banderas populares, usufructuar reclamos sentidos, instrumentalizar luchas pretéritas y cooptar a una parte de las organizaciones sociales? Todo esto, como ya señalamos, ha sido puesto en función del fortalecimiento de una facción política que ha garantizado los fundamentos de la acumulación capitalista. Pero esto no deja de ser un reconocimiento del nuevo terreno sobre el que están obligados a moverse aquellos que trabajan por mantener la hegemonía capitalista. Es sobre esta torción de la relación de fuerzas que se han conquistado ciertos derechos sociales y democráticos en los últimos años. Es sobre esta base también que debemos dar la diputa, trinchera por trinchera, en cada terreno, por la construcción de otra hegemonía, desde abajo y a la izquierda. Sobre esta base, sobre lo que ha “sedimentado” del 2001, y sobre la acumulación de experiencias de los movimientos y de nuestro pueblo todo, entendemos que la actual etapa nos plantea el desafío de proyectar nuestras construcciones sociales hacia una plataforma política. Se trata de buscar los caminos para la confluencia de las diversas experiencias de base que hemos venido construyendo alejadas de los moldes de la izquierda pre-establecida. En una etapa que seguimos entendiendo como de acumulación (y no de enfrentamientos decisivos), pensamos sin embargo que esa acumulación debe dar un salto hacia la articulación y la herramienta política. Para esto es clave evitar, tanto la ilusión en un supuesto “proyecto nacional – popular”, que lleva a la adaptación y la pérdida de autonomía; como el autismo dogmático que evita las determinaciones concretas de la realidad y repite, como en trance, “su” programa. La receta para esta tarea brilla por su ausencia, pero al menos hay que estar dispuesto a “correr el riesgo”. De esta manera, la misma situación política puede redundar en el mayor aislamiento político o en el aumento de nuestra influencia; en la asimilación al Estado o en el fortalecimiento de nuestras organizaciones. Todo depende de cómo actuemos. Quisiéramos ser un poco más concretos. Frente a la resolución 125 se produjo la situación de mayor polarización durante los gobiernos K y se conformó la coalición mas importante reunida hasta ahora en su contra. En aquella situación, algunos adoptaron la increíble posición de hacer bloque con las patronales agrarias y la derecha política, bajo la premisa de que el objetivo central era debilitar al gobierno. Otro sector de la izquierda, sin embargo, adoptó una posición menos dañina: se trata de un conflicto entre fracciones burguesas, ninguna encarna un proyecto popular, por lo tanto no estamos ni con uno ni con el otro. Esta política, basada en afirmaciones ciertas, carecía sin embargo de toda posibilidad de intervención real, ya que olvidaba señalar que no “daba lo mismo” para los trabajadores si las patronales del campo lograban terminar definitivamente con las retenciones (como era su programa) y, por lo tanto, no buscaba interpelar a ningún sujeto concreto mas que a su propia “buena conciencia”. En aquel momento surgió el espacio Otro Camino para Superar la Crisis que, partiendo de señalar que efectivamente el gobierno no encarnaba un proyecto popular, apoyó la aplicación de retenciones, señaló su carácter insuficiente así como el direccionamiento anti-popular de esos fondos, y planteó una serie de medidas que deberían acompañar a los aranceles de exportación . Más allá de sus limitaciones aquella experiencia nos parece rescatable. Otro ejemplo. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales mostró al gobierno intentando usufructuar la lucha que desde hace años vienen dando organizaciones sociales y


medios comunitarios. Ante el impulso a una ley que significa un indudable avance respecto a la normativa vigente, una cantidad de organizaciones le dimos vida a múltiples iniciativas en apoyo a la ley, a la vez que criticamos sus limitaciones, reclamamos el lugar correspondiente para los medios alternativos, y no dejamos de denunciar que este mismo gobierno prorrogó en el 2005 las licencias de (entre otros) el oligopolio Clarín. Es de esta manera que se disputa palmo a palmo el terreno al kirchnerismo, es decir dando pelea por las banderas que pretenden arrancarnos en lugar de entregarlas mansamente mientras nos refugiamos bajo la sombrilla del “izquierdismo” más inmaculado. Nuestra responsabilidad es mostrar que la lucha consecuente por el castigo a los genocidas, contra los grandes medios de des-información, por los derechos de las minorías, por el trabajo para todos, tiene futuro en la medida que sea sostenida por organizaciones populares y autónomas. Es más, el carácter público y masivo que ciertas temáticas toman a partir de la propia publicidad kirchnerista debe ser aprovechado para visibilizar a las organizaciones que luchan hace años por esas banderas y que son sus verdaderas promotoras. Qué hay un espacio social para construir esta política pareció mostrarlo, entre otras cosas, la elección de Proyecto SUR y Pino Solanas en la Ciudad de Buenos Aires. Por supuesto que dentro de aquel 24% puede presumirse una gran heterogeneidad, pero sin dudas hay también la expresión de un sector de la población que se posicionó a la izquierda de los K. Por cierto, la situación actual de este mismo espacio muestra las dificultades de consolidar una alternativa de este tipo. Las posturas que ha sostenido Solanas en temas sensibles, aliado casi sin distinción con la oposición de derecha abre un interrogante sobre el futuro político de esta fuerza. Igual de objetable parece ser la táctica electoral que contempla como una posibilidad la candidatura presidencial junto al PS, Stolbizer y Juez. Otro emergente de ese espacio como Martín Sabatella pasó a encuadrarse dentro del kirchnerismo crítico, ámbito desde el cual la construcción de alternativa aparece completamente imposible, no sólo desde una opción ético-políca sino desde lo que demuestra la experiencia práctica reciente de las fuerzas políticas que lo han intentado. La dificultad para establecer una agenda propia, e incluso para intervenir con visibilidad en la agenda de los de arriba no hace otra cosa que expresar la debilidad social de las posiciones contestatarias en el momento actual, la relativa estabilidad de la economía, es decir una relación de fuerzas. Esta misma definición nos debe llevar a evitar los falsos atajos que le escapan a las construcción de poder popular desde la base. Es en la militancia cotidiana, en el territorio, donde residen los nichos de maduración social de nuevas relaciones de fuerzas, que por supuesto demandarán también, para su instalación, enfrentamientos decisivos con los poderes del Estado. En este sentido, Proyecto Sur parece recaer en un problema endémico del progresismo argentino: su desprecio por las construcciones populares de largo aliento y la tentación recurrente del acuerdo electoral providencial que permita “salir de la marginalidad”. Sin embargo, sabemos que toda una generación de militantes pos-2001 nos hemos encontrado con el problema inverso. Es decir, con el embellecimiento de los movimientos sociales, el enamoramiento de lo local y la fobia a lo político en general y al poder en particular. En lo que viene siendo, a nuestro entender, un fructífero proceso de maduración, existe una izquierda social que manifiesta su voluntad de trascender lo sectorial, lo local, y por lo tanto no puede dejar de pensar en las disputas políticas que tienen relevancia en la coyuntura, aunque no siempre sean las que articulan estratégicamente el enfrentamiento a este sistema y la puesta en pie de un otro posible. Es en este marco que intentamos señalar, líneas arriba, que hay lógicas de intervención y políticas tácticas que maximizan nuestra capacidad de acción contenidas en la actual (y por supuesto cambiante) relación de fuerzas y otras que nos esterilizan de antemano ante cualquier enfrentamiento decisivo. Es que las posiciones revolucionarias no se declaman, sino que se construyen pacientemente, lejos de las opciones binarias y con mediaciones de todo tipo, con opciones ético-políticas intransables pero también con riesgos tácticos indudables. Una alternativa, desde abajo y sin permiso (Tener en cuenta para la discusión del lunes a la mañana) Frente a estos desafíos, el entramado heterogéneo de organizaciones que denominamos izquierda independiente es aún débil y está plagado de in-certezas. Sin embargo, en su seno encontramos una rica acumulación de experiencias, de creaciones sociales, que son un punto de partida ineludible de las luchas que vendrán. El rechazo de un programa acabado o una ideología blindada en sí misma es uno de los denominadores comunes de este espacio. Sin embargo, de sus reflexiones y su práctica político-social se extraen ya una serie de ideas-fuerza que son retomadas por una cantidad de colectivos de muy diversas características. Quisiéramos destacar algunas, especialmente relevantes en nuestra opinión. Construcción de base. Se piensa en una izquierda enraizada en la militancia de base, en los territorios (sean estos fábricas, barrios, escuelas, facultades, campos, espacios de la cultura, etc.). Una construcción sólida, genuina, alejada de los atajos electoralistas o mediáticos, aparece como uno de los pocos reaseguros posibles contra la burocratización, la asimilación al sistema o el estancamiento sectario de nuestras organizaciones. Significa también pensar el trabajo de base como eje de la militancia, como una práctica dialógica en la cual no autoproclamamos vanguardias ni llevamos “verdades” al pueblo, sino que buscamos construir juntos el conocimiento para la subversión social. Poder popular. Se pone en el centro la construcción de poder popular. Esto es, la puesta en pie desde la base de instituciones,


prácticas y subjetividades alternativas al sistema y que disputen con este en distintos ámbitos de la realidad social. Es una concepción del poder como relación social, y particularmente como relación de fuerzas a construir, en lugar de como institución a la cual “tomar por asalto”. Construir poder popular es construir nuestra autonomía como clase subalterna hoy, al tiempo que las vías para la destrucción del poder opresor y su reemplazo por un poder hacer, democrático y de los trabajadores. Es pensar en las modificaciones (aún preliminares) de la relación de fuerzas como “guerra de posiciones” (Gramsci, 2000), a la vez que mantener la perspectiva de una disputa global contra el poder estatal. Política prefigurativa. Porque la sociedad por la que luchamos se empieza a construir en las nuevas relaciones humanas que seamos capaces de establecer, en la solidaridad y la búsqueda de valores opuestos al egoísmo, la competencia y el individualismo. Por eso la lógica de construcción de nuestros colectivos no puede ser centralista, vertical y autoritaria, si lo que queremos es una sociedad fundada en valores éticos opuestos. Sujeto plural. Hay una extendida vocación por articular sujetos populares diversos que a partir de prácticas heterogéneas participan del enfrentamiento al actual sistema. Sin poner en duda el papel central que los trabajadores pueden tener en la articulación de proyectos emancipatorios, apostamos por la integración de un sujeto anticapitalista múltiple junto a pueblos originarios, campesinos, estudiantes, movimientos en defensa de las minorías, de géneros, profesionales, artistas, y todos los compañeros y compañeras explotados, oprimidos y discriminados por este sistema. Latinoamericanismo. La idea mariateguiana de que el socialismo no debe ser “ni calco, ni copia”, sino creación heroica de los pueblos es constitutiva de una nueva generación militante. La recuperación del marxismo latinoamericano y otras tradiciones críticas de Nuestra América es un imperativo del momento, lo cual demanda también cuestionar los ropajes eurocéntricos que ha sabido tener el pensamiento socialista. Esto implica sentir como propia la lucha de los pueblos del continente, que luchan contra el imperialismo y construyen sus caminos de liberación. Articulación social y proyección política. Es una necesidad cada vez más urgente superar la fragmentación de gran parte de las experiencias del campo popular. El arraigo en el territorio y en la militancia de base ha sido a menudo contrapuesto a las disputas políticas a nivel general y convertidos en “fines en sí mismos” de carácter meramente local. La articulación de una alternativa social y política de carácter popular es el desafío del momento, por lo menos en sus instancias iniciales o preparatorias. Como señala Mabel Thwaites Rey (2004), tenemos la necesidad de “acometer la organización política que permita acumular las fuerzas necesarias para cambiar el mundo, una herramienta (…) que parta de la autonomía de sus integrantes, que no sustituya (…) que respete tiempos, perspectivas y diferencias diversas y, a la vez, (…) encuentre puntos de unidad que permitan avanzar hacia las metas colectivamente propuestas, (…) que articule la confrontación social con la lucha política”. Todo esto debe realizarse sobre un terreno político que, aunque complejo, no deja de ser extraordinariamente más fértil para el pensamiento emancipatorio que el conocido por la militancia de los 90. La situación particular de nuestro continente, epicentro de las resistencias a la lógica depredadora del capitalismo y de la construcción de nuevas alternativas, es un punto de referencia ineludible. Por otro lado, cientos de experiencias militantes han emergido, portadoras de nuevas lógicas, prácticas y concepciones. Lo que se ha dado en llamar izquierda independiente, está constituida por una variedad de organizaciones muy diversas pero que tienen en común estar abordando la reflexión sobre los ejes antes descriptos. El incipiente desarrollo de la COMPA (Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina) que busca sintetizar diferentes experiencias, en la perspectiva de una herramienta política anticapitalista, antiimperialista y antipatriarcal es un paso alentador. Pero el espectro de una nueva “nueva izquierda” excede en mucho a las organizaciones que formamos parte de la COMPA, son miles los compañeros y compañeras que participan de organizaciones sindicales, estudiantiles, territoriales, colectivos culturales, de generos, comunidades originarias, organizaciones campesinas, espacios intelectuales, que están renovando el pensamiento y la práctica contrahegemónica en nuestro país. Es ésta la base para el fortalecimiento de nuevos proyectos emancipatorios, de matriz socialista, carácter popular y ambición de alternativa política. Pensamos los próximos años como decisivos en la consolidación de este nuevo espacio emergente dentro de la izquierda argentina. La disputa dentro del proyecto K ha mostrado ya su inviabilidad, y las organizaciones que lo intentaron lejos estuvieron de ampliar decisivamente su influencia político-social a cambio de hipotecar su independencia. Las organizaciones de la izquierda tradicional no constituyen ya, en nuestra opinión, alternativa alguna. Recae sobre un multiforme y todavía fragmentado espacio, al que llamamos izquierda independiente, la enorme responsabilidad de avanzar en la construcción de una alternativa popular y de un horizonte socialista en los próximos años. Las dificultades a sortear son evidentes y el terreno a recorrer es mucho, sin embargo hay razones para la utopía. Miles de militantes, una historia de lucha por recoger, cumpas que día a día luchan por cambiar esta sociedad, toda la vitalidad de nuestras construcciones de base, el estímulo que significan los procesos de cambio en nuestro continente, son la savia vital de este sueño compartido. En eso estamos y desde aquí buscamos aportar modestamente, con el imprescindible “pesimismo de la inteligencia” pero, sobre todo, con todo el “optimismo de la voluntad”.


Julio, 2011

Macri, Filmus y las elecciones porteñas: decálogo para una derrota Por Atilio Borón La categórica derrota sufrida días atrás por el FpV en la ciudad de Buenos Aires impone la necesidad de analizar profundamente las causas de lo ocurrido, sorteando tanto el autocomplaciente triunfalismo de los perdedores -que creen que diciendo “ganamos” van a derretir la coraza de la matemática electoral- como el catastrofismo de la izquierda que creeque la

ciudad ha sido definitivamente ganada no sólo por la derecha sino también por el fascismo. Ambas lecturas son insanablemente erróneas y en caso de prevalecer podrían ser la fuente de nuevas y mayores frustraciones en los próximos meses. Los resultados del 10 de Julio son la condensación de un conjunto de determinantes que no son estáticos sino cambiantes y variables, y sobre los cuales es posible hacer un trabajo político para modificarlos. La izquierda y las fuerzas progresistas deberán hacerlo cuanto antes; la derecha ya lo está haciendo, y esta es una diferencia muy significativa. Lo que sigue es una enumeración y breve análisis del papel jugado por algunos de los factores que incidieron en producir los resultados del pasado domingo y que damos a conocer con el objeto de promover un debate que no debe ser clausurado por el triunfalismo de unos y el pesimismo de otros. Dicho esto, vayamos al grano: Primero: Buenos Aires lleva más de un siglo luchando por su autonomía distrital. Por lo tanto, para un candidato a Jefe de Gobierno de esta ciudad no hay peores credenciales que las que lo hacen aparecer como un simple delegado de la Casa Rosada, preocupado por “alinear” la ciudad con las prioridades y orientaciones establecidas por el gobierno nacional. Por increíble que parezca, ese error -que una parte del electorado, alentada por la prensa hegemónica, lo interpretó como una tentativa extorsiva de las autoridades nacionales- fue cometido por la Casa Rosada y consentido por el candidato del kirchnerismo. En línea con esta tesitura la presidenta designó autocráticamente a Daniel Filmus como candidato a jefe de gobierno; armó la lista de legisladores imponiendo en la cabeza de la misma a Juan Cabandié, una persona honesta, íntegra y admirable por su historia y su valentía pero muy poco conocida, “no instalada” como se dice en los ambientes de la mercadotecnia electoral; fijó también la presidenta la agenda de la campaña con su vista puesta en el escenario nacional y subordinando las necesidades y los temas locales; estableció la estrategia general de la misma (por ejemplo, impidiendo que Filmus fuera a debatir a TN; o “ninguneando” a los integrantes de las colectoras que operaban a favor del oficialismo, para no citar sino dos casos) y, para colmo de males, en el mismísimo acto de lanzamiento de la campaña el candidato oficialista fue completamente eclipsado por la vibrante oratoria de Cristina. Con cierta benevolencia se podría entender –más no justificareste exacerbado verticalismo puesto de manifiesto en el actual proceso electoral como una expresión inevitable de la lucha que se está librando en el seno del peronismo, donde la ascendente hegemonía kirchnerista pugna por relegar definitivamente a los sectores más íntimamente ligados al neoliberalismo de los nefastos noventas. Pero esta operación, especialmente en el caso que nos ocupa, clamaba por la delicada precisión de un cirujano y no la tosca rudeza del carnicero. En síntesis: el gobierno nacional creó por su cuenta, sin ayuda de nadie, algunas de las condiciones en las que luego naufragaría el navío kirchnerista en aguas que no les son precisamente favorables. El resultado, por lo tanto, no puede sorprender a nadie. Fueron demasiados errores de entrada y para colmo cometidos al mismo tiempo, potenciando así sus más desastrosas consecuencias. Segundo: se supuso, sin fundamento alguno, que la polarización obraría simétricamente, agrupando las voluntades del electorado en torno a dos polos, uno de derecha y otro “progresista” o de centroizquierda. Se pensaba, además, que dada la alta intención de voto de la que disfruta la presidenta en la ciudad de Buenos Aires estas preferencias se trasladarían mecánicamente a su candidato en el distrito. La experiencia reciente ya había demostrado, en otras latitudes, la debilidad de ese razonamiento: la altísima aprobación popular con que Lula dejó la presidencia no se transfirió a DilmaRouseff, que tuvo que ir a un balotaje, y lo mismo ocurrió con Tabaré Vázquez y “Pepe” Mujica y Michelle Bachelet y Eduardo Frei, en este último caso con resultados catastróficos. En suma: la práctica demostró una vez más la fragilidad de ambos supuestos: la popularidad de la presidencia y los altos índices de aprobación de su gestión no se transfirieron sino en parte a Filmus, y la polarización fue asimétrica, es decir: concentró los votos en la derecha pero careció del empuje suficiente como para hacer lo mismo con el conjunto de fuerzas colocadas a la izquierda del centro político y unificarlas detrás de su candidatura. Pero la tibieza y silencios de Filmus –espontáneos o exigidos desde las alturas del Estado- ante algunos acontecimientos marcantes de la coyuntura como el caso Schoklender y sus derivaciones; los incidentes en el INADI; el apaleo a los maestros santacruceños y antes el acampe de los qom, mal podían despertar el entusiasmo necesario para concentrar el apoyo de las fuerzas sociales y políticas de ese espacio y derrotar al macrismo. Fomentar la polarización, como lo hizo el gobierno nacional, no podía sino favorecer al oficialismo local encarnado por Macri que, astutamente aconsejado por sus asesores, sacó provecho de esta equivocada táctica de sus rivales.


Tercero: la Casa Rosada sobreestimó el impacto político de la relativa bonanza económica por la que atraviesa el país, pensando que ello sería suficiente para inclinar el fiel de la balanza hacia el candidato del FpV. Subrayamos lo de “relativa” porque si bien no se pueden desconocer las altas tasas de crecimiento de la economía tampoco se puede dejar de notar la preocupante incapacidad del Estado para mejorar significativamente la muy injusta distribución del ingreso y la riqueza prevalecientes en el país. Se desconoció un hecho elemental: la bonanza económica favorece a los oficialismos, a todos los oficialismos, con prescindencia de su signo político: beneficia a Cristina pero también a Macri; a Gioja pero también a Binner; a Urtubey pero también a Ríos. Además, se subestimaron los efectos de la inflación, cuyos guarismos reales –producidos, por ejemplo, por los organismos técnicos de provincias gobernadas por el FpV- nada tienen que ver con los imaginativos dibujos del INDEC que sólo sirven para irritar a los sectores más humildes que sufren en carne propia la expropiación cotidiana de que son objeto por la inflación. Se subestimó asimismo el malestar social que aqueja a amplios sectores de la ciudad de Buenos Aires y para los cuales algunos de sus infortunios –como la pobreza, el desempleo, la inseguridad, los malos servicios públicos, el transporte, etcétera- se originan en las políticas del gobierno metropolitano pero también en las del gobierno nacional. Producto de este economicismo la candidatura del oficialismo no pudo leer adecuadamente las demandas de la ciudadanía porteña. Lo que estaba en juego era un cargo ejecutivo distrital, lo cual obligaba a plantear un programa específico destinado a resolver algunos de los problemas concretos que afectan a los habitantes de esta ciudad. En ese marco, las constantes alabanzas de Filmus a los progresos macroeconómicos experimentados por la Argentina desde el 2003, el nuevo alineamiento latinoamericano de la política exterior del kirchnerismo o la política de los derechos humanos, cuestiones que en el plano nacional son muy importantes, no sintonizaban con las preocupaciones mucho más modestas de los vecinos. Se produjo así un embarazoso minué dialéctico porque mientras Filmus exaltaba las virtudes del desendeudamiento Macri decía “metrobús en la Juan B. Justo”; aquél hablaba de la resolución de la crisis del 2001-2002 y este de la pavimentación de la avenida Patricios; el primero decía FMI y Macri respondía diciendo que “inauguramos cuatro nuevas estaciones de subte”. La irreflexiva hipernacionalización de la campaña del FpV favoreció a Macri, porque lo hizo aparecer como muy consustanciado con la problemática de la ciudad, y perjudicó a Filmus, percibido como un intelectual que hablaba de generalidades muy alejadas de la problemática cotidiana de Buenos Aires. Cuarto: el gobierno hizo gala de una deficiente lectura sociológica de la ciudad. ¿Cómo explicar el triunfo de Macri en las quince comunas? Se puede entender una victoria con el 55 % de los votos en la Comuna 2 (Recoleta) pero, ¿cómo interpretar el 42 % obtenido en la 9 (Mataderos/Parque Avellaneda, Liniers) o el 45 % conseguido en la 4 (Parque Patricios/Barracas/Pompeya/La Boca)? ¿No se sabía acaso que una parte importante de quienes venían declarando en las encuestas su intención de votar a Cristina en la próxima elección también habían expresado su voluntad de apoyar a Macri en la municipal? Esto era vox populi. ¿Es posible que alguien en la Rosada ignorara un dato tan básico como este? Y si no lo ignoraban, ¿por qué no se diseñó una estrategia de campaña adecuada para enfrentar ese desafío? ¿O es que pensaban que porque el sur porteño es mayoritariamente pobre su opción por el kirchnerismo estaba garantizada de antemano, quienquiera que fuera su candidato o su agenda de campaña? ¿Creyeron que porque Macri es rico y favorece a los ricos los pobres irían automáticamente a repudiarlo en las urnas? En 1995, ¿no se re-eligió a Menem, colocado impúdicamente del lado de los ricos, con el cincuenta por ciento de los votos? Ante los pobres sin conciencia de clase la prepotencia del rico sólo por excepción suscita resentimiento y rebelión; las más de las veces provoca sumisión e intentos de emulación. Si no, ¿cómo explicar la popularidad, en los estratos más sometidos y pauperizados de las sociedades capitalistas, de ricachones como Macri, Piñera, Martinelli (en Panamá), Berlusconi y tantos otros? En el caso que nos ocupa también se subestimó la importancia del gobierno municipal en la contienda electoral. Este, al igual que el nacional, dispone de un instrumento importantísimo de persuasión y de propaganda política: la gestión. Y aunque muchos votantes piensen –con razón- que la de Macri ha sido menos que mediocre por ineficiente y corrupta, esa percepción fue neutralizada, al menos en parte, por algunas modestas –y a menudo demagógicas- políticas municipales; y por la otra porque para amplios sectores de la ciudadanía la ineficiencia y la corrupción de la gestión pública son males endémicos en la vida política argentina y desgraciadamente están resignados a ello. Quinto: efecto autoengaño de las encuestas “truchas” y el “diario de Yrigoyen”. Este es un peligro gravísimo que aqueja a cualquier gobierno. El capítulo XXIII de El Príncipe lo dedica Maquiavelo a examinar el pernicioso papel de los aduladores, de los cuales aconseja a todo gobernante huir. La nefasta proliferación de asesores y consultores que sólo piensan en agradar a la presidenta y evitar transmitirle “malas noticias” -como que la inflación existe, que la sojización avanza a tambor batiente, y que la crisis energética que se avecina será tremenda- se combina con la tendencia, inherente a todos los gobiernos, al autoengaño. En algunas circunstancias el resultado de esta conjunción puede ser fatal. El “microclima” o el “entorno”, categorías típicas del análisis político de los argentinos, de hecho jugó un papel muy negativo en la reciente coyuntura electoral. Tomemos sólo un caso, aunque hay muchos en las diversas áreas de las políticas públicas: ¿Cómo es posible que los encuestadores elegidos por la Casa Rosada hubieran lanzado pronósticos tan desacertados pocos días antes de las elecciones? Peor aún, ¿cómo pudo alguien haber creído en las rosadas previsiones que brotaban de sus encuestas, sobre todo teniendo en


cuenta los malos antecedentes que tenían muchas de esas firmas de consultoría? ¿O será que el propio gobierno cayó en la trampa de confundir un dispositivo propagandístico: el uso de las encuestas como medio de “manufacturar el consenso”, con un instrumento de análisis para conocer la realidad? Cualquiera que sea la respuesta a estos interrogantes sus resultados quedaron estampados en el rostro estupefacto de los líderes del oficialismo nacional la noche del domingo y la lastimosa soledad en que se debatió Daniel Filmus. Sexto: el pecado del sectarismo. Mientras el oficialismo nacional hacía gala de un discurso que invocaba al pluralismo y la amplitud de miras, su práctica era de una cerril intransigencia. Ni una sola vez en toda la campaña recordamos haber visto a Filmus apareciendo públicamente con los otros dos cabezas de lista de las colectoras, Aníbal Ibarra (Partido Frente Progresista y Popular) y Gabriela Cerruti (Alianza Nuevo Encuentro). Grave error, si se tiene en cuenta que, como luego lo confirmarían los hechos, fue gracias al aporte de estas dos fuerzas despreciadas por la Casa Rosada que la candidatura oficialista pudo superar el decepcionante 14 % cosechado por la lista “ultra K” comandada por Cabandié (¡que obtuvo 30 puntos menos que la lista del PRO!) hasta llegar al 27 % final. Esta actitud habla de una visión estrecha, mezquina, egoísta y a la larga suicida. El remate, rayano en lo alucinante, se escenificó la noche del domingo en el bunker del FpV cuando la militancia no tuvo mejor idea recibida con beneplácito por Filmus, Tomada y Alegre desde el proscenio- de cantar la “marchita” para festejar el “triunfo” del FpV, ¡triunfo consistente en haber obtenido cuatro puntos más que en el 2007 a pesar de haber quedado a casi veinte de Macri! O sea: derrota, negación, reperonización forzada y, al mismo tiempo, lanzamiento por parte de Filmus de una convocatoria amplia, a la izquierda y el progresismo, para derrotar a la derecha. ¿Quién podría ser tan ingenuo como para creer que con estas actitudes como esas se podrán sumar muchas voluntades para librar la batalla decisiva contra Macri el 31 de Julio? Séptimo: lo incomprensible. Filmus, un destacado sociólogo y hombre de una dilatada trayectoria académica ¡rehusó debatir con Macri! La excusa fue que TN o cualquiera de los ámbitos controlados por los poderes mediáticos no ofrecían garantías. Es cierto: pero habida cuenta de la superioridad intelectual de Filmus sobre Macri el primero tendría que haber aceptado debatir con el actual Jefe de Gobierno en cualquier terreno porque sin duda lo habría vapuleado en la discusión y demostrado, ante la ciudadanía, las limitaciones e inconsistencias del pensamiento de Macri y su escaso conocimiento de las cuestiones de la ciudad. Este resultado se habría verificado aún con toda la plana mayor de TN jugándole en contra. Al día de hoy no se logra entender la lógica de quienes le indujeron a rehuir de dicha confrontación. Octavo: aparte de los errores de la estrategia general de la campaña Filmus fue víctima de los límites del proyecto político del kirchnerismo en relación al macrismo y a los porteños. En relación al macrismo, porque ni en la Legislatura de la ciudad autónoma ni fuera de ella el kirchnerismo fue capaz de oponer una resistencia eficaz a la política de mercantilización y privatización de los espacios y servicios públicos promovida por Macri. Peor aún: no fueron pocas las piezas legislativas de inspiración profundamente neoliberal en donde la colaboración de la bancada kirchnerista fue decisiva para lograr su aprobación, con lo cual la contraposición abstracta entre Macri y Filmus se diluye al pasar al plano de las políticas e iniciativas concretas. Por otra parte, la política del kirchnerismo en relación a los porteños es irracional, reactiva, visceral: para hostilizar a Macri se castiga a las porteñas y los porteños, a los cuales se retiene en carácter de rehenes del enfrentamiento. Un ejemplo: ¿no hubiera sido mucho más inteligente colaborar con el gobierno de la ciudad, aunque sea de signo contrario, para ampliar la red de subterráneos o realizar algunas postergadas y necesarias obras públicas que reclaman los vecinos? ¿No habrían éstos reconocido que su concreción se hizo posible gracias a la generosidad y amplitud de miras de la Casa Rosada, con los lógicos beneficios para la candidatura de Filmus? En lugar de eso se adoptó una política absurda que castiga a los porteños y ofrece en bandeja de plata un pretexto perfecto para justificar la incapacidad del macrismo, atribuyendo todos sus fracasos a la falta de colaboración del gobierno nacional. Seguramente algún consultor debe haber dicho que la irritación de los vecinos se convertiría por artes de magia en una saeta que erosionaría la base electoral del macrismo. Noveno: hace por lo menos ochenta años que la sociología corroboró empíricamente que los efectos de la propaganda no son ni lineales ni acumulativos. Esto es: pasado cierto umbral la machacona persistencia de una campaña que, por ejemplo, diga que Macri es inepto o corrupto comienza primero a tener una eficacia decreciente y luego, y esto es lo más importante, un efecto paradojal que opera como un boomerang en contra de quienes administran la campaña y pasa a jugar a favor del blanco de sus ataques. El empecinamiento en criticar al macrismo (más allá de las abundantes razones que hay para hacerlo) terminó por victimizarlo y luego por blindarlo ante cualquier ataque: pese a estar procesado judicialmente y al sesgo ostensiblemente privatista y “pro-mercado” de su gestión la ciudadanía lo ratificó con su voto. Para colmo, la reacción de Macri ante la torpeza de la campaña fue muy astuta: mientras sus detractores le decían de todo (que era un imbécil, vacío, corrupto) él asumía con maestría actoral su condición de víctima y respondía con serenidad a las desaforadas descalificaciones de sus adversarios ofreciendo estoicamente la otra mejilla y exhortando al diálogo y la tolerancia. Los resultados están a la vista.


Décimo: el remate de esta colección de desatinos se desencadenó luego de conocidos los resultados del domingo. Altos funcionarios del gobierno y voceros o intérpretes oficiosos del mismo (como Fito Páez, entre otros) salieron a decir toda clase de barbaridades contra los porteños, o la mitad de ellos. Primero, desconociendo que una parte de los votantes de Macri (y no una fracción insignificante) lo serán también de Cristina si es que la racionalidad logra posarse entre Olivos y la Casa Rosada como para evitar la reiteración de tantos exabruptos. Segundo, desconociendo que esa misma ciudad que eligió a Macri antes había elegido, y re-elegido, a Aníbal Ibarra, aliado entonces y ahora del gobierno nacional y había consagrado senador al actual candidato oficialista Daniel Filmus. Tercero, que cada vez que Buenos Aires tuvo una oferta razonablemente seria y competitiva de izquierda o de centro izquierda la consagró con su voto: desde Alfredo Palacios en 1904 hasta Aníbal Ibarra hace pocos años atrás, pasando por la elección del mismo Palacios como senador en 1961 agitando como una de sus principales banderas la irrestricta defensa de la Revolución Cubana. De todo lo anterior se desprende que en vez de quejarse de los vecinos de Buenos Aires los quejosos harían bien en mirar a la viga que tienen clavada en sus ojos y que les inhibe de ver la realidad social que los circunda y los límites y contradicciones de un proyecto político que se debate entre la radicalización -¡nada que ver con la “profundización del modelo”, basado en la sojización, la minería de cielo abierto, la primarización de la economía, la regresividad tributaria, la informalidad laboral y los privilegios al capital financiero consagrados por la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, aún vigente!radicalización, decíamos, o estancamiento y posterior derrota en caso de que aquélla no sea llevada a la práctica trascendiendo el plano de la retórica para instalarse en el terreno más productivo de las políticas concretas de estado. Esto requiere abrir paso a una nueva agenda de transformaciones profundas de la vida económica y social que sólo será viable si se cuenta con la movilización y organización autónoma de los sectores populares, al margen de los desgastados, desprestigiados e inservibles aparatos cegetistas o pejotistas con los cuales el gobierno intentó, infructuosamente, neutralizar la reacción de los “agrarios” durante la discusión de la 125. Si Macri triunfó en la primera vuelta del pasado 10 de Julio fue precisamente porque las limitaciones del kirchnerismo le impidieron construir un muro de contención ante los avances del neoliberalismo en versión macrista. Pero es preciso no engañarse: Macri por ahora es un fenómeno local, de Buenos Aires, pero parece ser el personaje destinado a reunir en torno a su figura las voluntades de toda la derecha argentina que hace tiempo viene buscando un líder que sintetice sus múltiples intereses. De la noche a la mañana lo que antes era “el límite” para Ricardo Alfonsín ahora se ha convertido en un aliado imprescindible, y Duhalde y Carrió procuran subirse al carro triunfador del macrismo arrojando por la borda cualquier escrúpulo ideológico. Según se vaya moviendo la coyuntura, y las fuerzas que en ella operan, Macri podría convertirse en la expresión argentina de lo que Sebastián Piñera es en Chile, Alan García en el Perú, Juan M. Santos en Colombia, Laura Chinchilla en Costa Rica, Ricardo Martinelli en Panamá y Felipe Calderón en México: el rostro de un proyecto restaurador de la derecha radical y abiertamente pro-imperialista (para el cual el PRO parece ser el más indicado, al menos por su nombre) concebido por Washington y ejecutado bajo la dirección de una vasta red de organizaciones de todo tipo (“tanques de pensamiento”, universidades, empresas, partidos, medios de comunicación) dirigida por José M. Aznar en España y la FAES, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, contando con ingentes aportes del Fondo Nacional para la Democracia y diversas agencias y organizaciones abiertas o encubiertas del gobierno estadounidense. Proyecto restaurador que tiene por objetivo borrar de la faz de la tierra no sólo a la Revolución Cubana sino a los procesos bolivarianos en curso en Venezuela, Bolivia y Ecuador y a los vacilantes gobiernos de centro izquierda, como Argentina, Brasil y Uruguay, considerados por los halcones de Washington como cómplices de aquellos. La ratificación de Macri al frente de la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires es una noticia muy preocupante que hay que interpretar a la luz de este proceso regresivo de alcance continental y que, por eso mismo, excede los marcos de la política local y puede eventualmente alcanzar significación nacional. Para terminar: quienes en el gobierno y fuera de él están enojados con los porteños les recomendamos leer y reflexionar sobre este incisivo poema que Bertolt Brecht escribiera a propósito de un acontecimiento sólo en parte similar al decepcionante resultado electoral del domingo pasado: el enojo que suscitó entre los gobernantes de la República Democrática Alemana la insurrección popular de 1953: "Solución" "Tras la sublevación del 17 de Junio la Secretaria de la Unión de Escritores hizo repartir folletos en el Stalinallee indicando que el pueblo había perdido

la confianza del gobierno. Y que podía ganarla de nuevo solamente con redoblados esfuerzos. ¿No sería más simple para el gobierno, en este caso, disolver al pueblo y elegir otro?



manifiesto / y ahora qué la épica estrabiada por Colectivo Editorial Crisis / La lógica, a veces, es rigurosa: se acercan las elecciones, el debate colectivo se empobrece. 2013 empezó hace rato, pero lo que vendrá sigue siendo una nebulosa. Estamos ante los comicios que menos pasión han despertado en los últimos diez años. Reaparece la sensación que cuando los políticos copan la escena, la sociedad se despolitiza. En un escenario bipolar, el campo de posibilidades se contrae y la palabra nace encapsulada. Un chirrido de opiniones urbanas, demasiado humano, monótono, previsible. El descontento volvió a ganar la calle. Los medios antikirchneristas asumen decididamente su papel de vanguardia, suman rating, construyen una agenda propia de intervenciones políticas, definen las consignas de las movilizaciones, recauchutan referentes éticos ya ajados y digitan los reagrupamientos antioficialistas. Pero la oposición es un archipiélago de aspiraciones sin inventiva ni novedades. Visto desde acá, asombra el modo en el que distintos espacios que cuestionan al gobierno y exigen cambios estructurales, se han lanzado a ensayar alquimias con referentes y estructuras de la derecha y el republicanismo elitista. No nos interesa ejercer la denuncia ideológica ni reclamar coherencia, sino más bien hacernos una pregunta: ¿por qué? El kirchnerismo responde: “por mérito nuestro, no hay nada que pueda hacerse a la izquierda del proyecto de poder actual”. Quizás tengan razón, y eso es una mala noticia. por una lluvia que realmente moje Sumido en la auto-celebración permanente, el oficialismo detenta la centralidad como árbitro de todos los movimientos, ya sean de rechazo o adhesión. Sin embargo, su iniciativa languidece. El calendario se cubre de fechas para el festejo que remiten al pasado. Les cuesta hilvanar nuevos motivos para salir a disputar la calle. La apelación a los recursos simbólicos descansa en lo hecho como plataforma, y omite lo que el presente tiene de lacerante. Enfoca mal: busca mirar hacia adelante pero sigue con la vista fija en los círculos de fidelidad probada. La escuálida y estado-céntrica reforma de la Justicia contribuye al enclaustramiento de la discusión, en tanto reduce la cuestión del poder a una riña entre corporaciones. Y pone en tela de juicio la recurrente capacidad del gobierno para correr los límites de lo posible. Sin planes a la vista de una mayor democratización de la riqueza, ni hipótesis de cambio en el modelo de negocios vigente, los vaivenes de la economía repercuten de modo directo en el consumo popular. Así las cosas, la épica derramada deviene melancolía. Y ratifica su estrabismo: ojo en camino que tropieza, y ojo en lo porvenir abrumado por el agotamiento. La epopeya de “la vuelta de la política” se rinde ante el realismo de la gobernabilidad y la administración de lo dado. Huérfanos de iniciativas que logren conmover el amperímetro de la movilización emocional de las grandes audiencias, la coyuntura se retuerce en torno a la escalada del dólar blue, nuevo indicador fiel de las angustias que corroen el retiro masivo de la sociedad hacia la esfera privada. El antikircherismo de manual, por su parte, no está en condiciones de ofrecer una épica alternativa. Apenas propone la “vuelta de la moral”, un revival republicano, fiscalizador e indignado, con ciertos ribetes de cinismo. Pero entre la humarada de fragores retóricos, comienzan a perfilarse enunciados que anticipan el tenor de lo que se cocina. Solo un ejemplo: la multiplicación de los cuestionamientos a los subsidios que otorga el Estado para los más desfavorecidos, en nombre de la recuperación del trabajo formal y del fin del clientelismo, confirma que, de no mediar la emergencia de nuevos sujetos


populares críticos y combativos, el futuro comenzará a parecerse cada vez más al pasado. En estas condiciones, como advierte Martín Rodríguez, se va perfilando un grito de consenso en el mismo centro del sistema político: ¡sciolismo o barbarie! la varita profana 2013 es también el año de la fascinación nacional por ciertas formas de la soberanía, tanto más trascendentes y reaccionarias. Poderes lejanos quizás, que sin embargo repercuten simbólica y materialmente en una trama social afiebrada por el consumo de imágenes. El festejo casi unánime por la entronización del Papa, que se propone reparar una estructura de poder conservadora por naturaleza. El éxtasis general por la coronación como reina europea de una integrante de la oligarquía vernácula. Apenas un puñado de críticas se oyeron, marginalizadas, en una Nación progre y tercermundista pero capaz de digerir sapos que transforman cualquier cuerpo. En el medio, las catástrofes evitables que dejan muertos de a cincuenta, se procesan en un duelo mediático durante días, y solo vuelven en forma de efemérides crueles que refutan la simbología oficial. Varios decibeles por debajo de la estridencia cinematográfica y pugilística, los problemas corrientes y comunes siguen definiendo lo importante (y tal vez también las elecciones). Esas cuestiones que la épica oficialista prefiere silenciar o maquillar, para no asumirse balbuceante. Tópicos que la moral protestona de la oposición solo atina a exponer con la gastada jerga del liberalismo. El interrogante central que hoy arroja la economía remite a la situación de los diez millones de trabajadores en blanco –quienes experimentaron una movilidad social en vías de entumecerse–, los más de cinco millones de trabajadores en negro que siguen viviendo en la década del noventa, y el millón y medio de cuentapropistas que hacen malabares para subsistir. Es ahí donde se concentra gran parte del voto constante del kirchnerismo. En su día a día, en sus identificaciones y malestares, se libran las contradicciones de un modelo que quizás haya entrado en etapa de desfallecimiento. Aún así, el núcleo de coincidencias básicas de casi todos los programas económicos sigue siendo el insaciable consenso de los commodities. Un muro de obviedades que nos tapa el futuro. Sin la tensión del 2009 ni la algarabía del consumo a tasas chinas del 2011, el escenario se aplana, entre somnífero y resignado. Si tuviéramos que plegarnos al ecosistema consignista de la hora diríamos que lo nuevo nace desde abajo, siguiendo las inéditas coordenadas de la actual conflictividad social. Pero más vale la sobriedad que mil eslóganes. Por eso apenas nos animamos a señalar la necesidad de ir en busca de otra cosa.


y ahora qué / ocultar la garrote / ladrones voladores el pastorcito mentiroso Por Diego Genoud / Las encuestas dicen que es Superman en pleno vuelo. Opera en los medios con amistades, rosquea en el peronismo con histeria y diseña su modelo de país rico en la Miami del conurbano. La seguridad en un distrito que cedió el sesenta por ciento de su territorio a los barrrios privados. Hipótesis que la coyuntura que gobierna Sergio Massa se puede tragar. S ergio Massa es un halcón que juega a las escondidas. Con 41 años recién cumplidos, encarna un tipo de alquimia que puede ser parte fundamental del poskirchnerismo. Es un político astuto, joven, fashion, bastante conocido y cursó su secundario en la escuela técnica del peronismo. Massa es el dueño de una sonrisa de plastilina que bien podría recordar a la de Carlos Ruckauf, el joven ministro de Isabel que fue gobernador. Opera en los medios con encuestas y amistades, rosquea en el peronismo con histeria y diseña su modelo de país rico en el municipio de Tigre, la Miami del conurbano, como le gusta que la llamen. Cobija además, por si hace falta, asesores que trabajaron para Ruckauf. Aunque es más pillo. Sergio tiene algo que a muchos se le acaba: tiempo. Porque es joven y porque en el camino al 2015 puede sentarse a ver cómo la coyuntura se traga a los que quieren ser sus rivales. Mientras, con muy poco puede aparecer en los medios cuando se lo proponga y atraer voluntades que no saben en qué alero de la política refugiarse. Massa viaja a Miami para ver la maqueta de su futuro en el Lear Jet 60 del Banco Macro. Jorge Brito –al que frecuenta desde que manejaba la Anses– es uno de sus amigos valiosos: conoce la intimidad del kirchnerismo y fue sancionado por desleal. Massa es el apellido que, desde un municipio con vecinos distinguidos, comienza ya a disputar con Daniel Scioli y Mauricio Macri la interpretación de la política sin los Kirchner. Y como Scioli, no se va del kirchnerismo todavía porque le teme al espectro de su fundador, a la venganza innecesaria de los que se quedan con Cristina. Massita arrancó 2013 con una fabulosa campaña de instalación mediática que lo ubicó, muy rápido, entre los aspirantes a la carrera presidencial. Encargó encuestas a consultoras que no trabajan para la Casa Rosada y empezó a llamar a periodistas amigos que tienen peso y horas en la pantalla de televisión, en las radios y en los grandes diarios. Sergio habla con ellos, les hace chistes, los invita a comer asado a su casa, a jugar al fútbol en las canchas de Almeyda en Benavídez, a ver los partidos de Tigre. De copado que es. Muchos estuvieron, a fines de 2012, en la exhibición de Federer y Del Potro en Trilenium que organizó el empresario Guillermo Maron. Como los fiscales anticorrupción Carlos Stornelli y Guillermo Marijuan. Como Sebastián Eskenazi, el que se creyó dueño y se creyó petrolero. La ansiedad propia y la orfandad ajena lo lleva a amagar desde hace rato que va a romper con el gobierno y abrir una franja de aire puro para el peronismo


antikirchnerista. Pero ya van dos veces que no, y corre riesgo de ser el pastorcito mentiroso del conurbano. El peronismo herido lo aguarda con los brazos abiertos. Y con las pelotas llenas. Una mañana de 2013, el Negro González Oro no aguantó más. Y lo cruzó al aire con Scioli en la radio kirchnerista más escuchada. “Scioli presidente, Massa gobernador” los despidió. “Oscar, no es momento. No me gusta ser un hipócrita pero no me gusta tampoco que la política sea un Juego de la Oca, donde uno está en un casillero y está pensando cómo salta al que sigue”. Sergio está pensando hace rato cómo salta. Busca el terreno no inundable desde el cual pisar firme antes de brincar. ¿Pueden ser los humedales de Tigre? Hugo Haime y Jorge Giacobbe lo dan 25 puntos arriba de Alicia Kirchner y Francisco De Narváez, y le asignan una imagen positiva que lleva a pensar que es el político más querido del país. Massa tiene un alto nivel de conocimiento. Su paso de cinco años por la ANSES lo convirtió en una cara angelical para los jubilados y un contacto interesante para los gobernadores. Entre 2002 y 2007, Sergio vio de cerca como Néstor Kirchner recibía a los intendentes de la provincia de Buenos Aires y cómo destrataba a los funcionarios de su gabinete. Entendió enseguida la necesidad de contar con peso territorial para no andar de prestado en la era del kirchnerismo. Buscó, eso sí, un distrito a su imagen y semejanza. Eligió Tigre y no San Martín, el partido en el que nació y en el que se inició a caballo de la Ucedé y el peronismo de Barrionuevo. Sólo se desvió de ese objetivo cuando Alberto Fernández se fue eyectado del gabinete, en medio del conflicto con el campo. A Sergio lo llamaron a Olivos para ofrecerle el mango de la sartén que más hervía. Hay que reconocer que aceptó. Y que se equivocó. Era un momento en el que no alcanzaba con sonreír. Los amigos de Kirchner dicen que siempre le desconfió y que Cristina lo promovía. Le molestaban sus formas y sus aptitudes para la traición, bastante antes de WikiLeaks. Los jefes de gabinete que vinieron después todavía recuerdan la lección 1 que dejó Massa: no aparecer en la revista Gente hablando boludeces. Aníbal Fernández se cuidaba de eso mucho más que de cualquier otra cosa. Antes de Massa, Kirchner llamaba a Alberto “Paladino” Fernández, por aquel delegado de Perón que se dio vuelta y terminó haciendo de representante de Lanusse ante El viejo. En 2008, Kirchner se ponía en el lugar de Perón y le daba a Magnetto el de Lanusse. En cambio, Massa fue – ya unos días después de asumir– , “Rendito”, el hijo astuto y entrador de Jorge Rendo. Sergio mismo te lo cuenta y se ríe. Sergio mismo se lo debe haber contado a Rendo. Desde que Néstor murió, Cristina y Sergio se miran de reojo. Ella lo bancó hasta que algo –que no nos queda claro– pasó. Puede haber sido Boudou, el pibe de Mar del Plata que Massa llevó a la Anses. O WikiLeaks. O todo. Massa tiene todo para ser gobernador en 2015 pero dice que quiere ser Presidente. Lo ayudaría que la Presidenta y el gobernador apresuren un enfrentamiento que los saque de alguna manera a los dos de la cancha: el escenario servido con el que Sergio se frota las manos mientras mira las pantallas gigantes de su despacho en la avenida Cazón. Ahora ya no parece que se dé. Por eso –arriesgamos como nos enseña Mardones– Sergio se fue a boxes.


Mientras tanto, la política es hacerse ver. Generar shows de trascendencia mundial, como cuando quiso traer la Fórmula 1 en 2009 siendo jefe de Gabinete. Además, convertir a Tigre en un municipio rediseñado en torno a pautas de neovigilancia y profundizar a un ritmo vertiginoso la transformación inmobiliaria para que el país empresario vuelva a confiar en un peronista. A Macri todo le cuesta más. Papelones, procesamientos y demasiada bala metropolitana. un territorio que vende Tigre es otro lugar en el que los terrenos dispararon sus precios en los últimos 20 años, en sincronía con la explosión de los barrios cerrados. Nordelta, Santa Bárbara, Isla del Sol, La Escondida, Los Álamos, Jacarandá, comenzaron a instalarse en Rincón de Milberg cuando el precio del metro cuadrado oscilaba entre 1 y 3 dólares, a principios de los noventa. Ya en 2005, la escala variaba entre 25 y 250 dólares. Compraron terrenos inundables a muy bajo costo en una época en la que se consolida un rediseño del espacio urbano. Grupos financieros que participan de operaciones inmobiliarias con el aval del Estado y junto a las concesiones de las autopistas en la zona y a obras de infraestructura importantes. El Estado en Tigre –imposible olvidarlo- fue durante 30 años Ricardo Ubieto, el intendente que inició su gestión al final de la dictadura y gobernó hasta morirse, a fines de 2006. En la década del noventa, los emprendimientos inmobiliarios crecieron un 180 por ciento y los asentamientos un 132 por ciento. Lo explica bien el arquitecto y profesor de la UNGS Juan Lombardo en un libro que se llama “La construcción de la ciudad. El caso de la Región Metropolitana”. Massa quizás no haya leído el libro pero tuvo la suerte de conocer a Jorge O’Reilly durante un festival, justamente en los noventa y en Rincón de Milberg. El que los presentó fue Horacio Rodríguez Larreta. Egresado del Colegio Cardenal Newman, ex jugador de rugby y descendiente de Lanusse, O’Reilly ahora tiene 44 años y más de veinte countries en Tigre pero se acuerda bien de aquella tarde en la que cantaba con su grupo Los Isleños y Horacio lo acercó a Sergio. Aunque su apellido no es popular como el de Massa en la zona norte, su creación Emprendimientos Inmobiliarios de Interés Común (EIDICO) está en todos lados. Eidico debutó hace más de quince años con Santa María de Tigre y no paró de crecer. Construyó Santa Bárbara en 241 hectáreas usurpadas al Estado por Telecom, y Santa Catalina, sin habilitación municipal, en 126 hectáreas con salida directa al río Luján a través del canal Villanueva. La factibilidad de Santa Catalina fue otorgada por la gestión Massa varios años después que el barrio estuviera construido. Más tarde vinieron Altamira, El Encuentro y los once barrios santos del complejo náutico Villa Nueva: Santa Catalina, San Agustín, San Benito, Santa Clara, San Francisco, San Gabriel, San Isidro Labrador, San Juan, San Marco, San Rafael, Santa Teresa. O’Reilly es católico de los de Ratzinger y pertenece a una familia de linaje, pero sobre todo es un desarrollador inmobiliario que construye barrios privados en zonas inundables. Según un trabajo del ambientalista Ricardo Barbieri, San Isidro Labrador, Santa Catalina, Santa Clara, San Agustín y Santa Teresa se abrieron a la construcción edilicia sin hacer las obras de infraestructura mínimas que exige la ley. Pese a que no tenía antecedentes en política, en 2009 Massa llevó al dueño de Eidico a la jefatura de Gabinete como asesor ad honorem, y su nombre llegó a sonar fuerte para la embajada en el Vaticano. O’Reilly le recomendaba al Gobierno que estableciera un


vínculo institucional con el nuncio Bernardini y deje de lado al cardenal Bergoglio porque, decía, hace “política partidaria”. Massa y O’Reilly se fueron del gobierno pero eso fue lo que decidió hacer Cristina hasta que Bergoglio fue Francisco. Es historia. “Soy un cretino como todos” me dijo O’Reilly otra tarde en un bar que está a metros del despacho que Sergio tenía en la Casa Rosada. Después matizó: “No tengo muertos en el ropero. Si querés pensá que no tuve tiempo, pero no los tengo”. Massa y O’Reilly son parte de una generación que todavía no logra plasmar como quisiera su modelo de sociedad, pero que en esta década hizo mucho. O’Reilly cuenta que la confianza es tanta, que en vida de Ubieto, Sergio lo citó a la ANSES para proponerle que fuera su candidato a intendente en Tigre. De la cantera de Eidico surgieron también funcionarios como Pablo Dameno, el actual subsecretario de Obras y Planeamiento Urbano. La desarrolladora inmobiliaria enfrenta denuncias en distintas provincias. En Tigre, la piedra en el zapato es Punta Querandí, donde un amparo que presentaron el Movimiento en Defensa de la Pacha y la fundación Pro-Tigre llevó a la jueza Delma Cabrera a suspender a fines de 2011 las obras de Eidico. En esa zona, conocida antes como Punta Canal, existe un cementerio indígena. La intención del egresado del Newman era anexar esas tierras a las 850 hectáreas del complejo Villa Nueva. Desconociendo una cautelar –un adelantado–, O’Reilly retomó las obras en agosto del año pasado, pero un grupo de vecinos (que no es parte del 73 por ciento que votó a Massa en 2011) volvió a frenarlo. La asamblea de Villa La Ñata se opone a una política urbana que cede espacios públicos para emprendimientos privados como parte del Nuevo Delta, una marca que lleva a tapiar durante meses 800 metros de costa del canal García y el canal Villanueva para cederla finalmente a un paseo de compras y restaurantes para turistas que durante el fin de semana retiran sus lanchas de las guarderías náuticas y se apropian literalmente del lugar. A fines de enero, Massa inauguró las obras con Luciano Pereyra en el Dique Luján y transmisión de Telefé. Ese es el pollo. Tigre no es solo Eidico. Consultatio, Pentamar, Supercemento, Dyopsa, Urbanizadora Rincón de Milberg, Rincón de Tigre, por nombrar a las pioneras, desarrollan viviendas de lujo junto a espejos de agua. Ahora avanza el proyecto Venice, que se publicita a página completa como la primera ciudad navegable de la Argentina. 32 hectáreas con un frente de 500 metros sobre el río Luján. Pero los que van a contramano del rumbo que habilita Sergio dicen que se están elevando terrenos, talando cientos de árboles y desviando cursos de agua naturales. A unos cien metros de la primera ciudad navegable de la Argentina, está La Garrote, el escenario en el que Pol-ka logró ingresar para filmar El Puntero con una sola condición: que no se mencione a Villa Garrote como parte de su municipio. Ahí, a cinco cuadras de la avenida Italia y de Tigre centro, viven más de 700 familias en condiciones de pobreza extrema, sin agua potable ni cloacas, y las inundaciones son una constante. A fines de 2012, Gustavo Veiga contó en Página/12 que en los terrenos donde se levanta Venice funcionó el astillero Astarsa. En 2008, la Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Zona Norte le presentó un proyecto a Massa para construir un complejo cultural, un museo y una escuela de artes y oficios vinculados con la industria naval, en homenaje a once obreros del astillero desaparecidos durante la dictadura.


Massa respondió el 24 de marzo con un homenaje a los 370 trabajadores desaparecidos de la zona norte en la puerta de Astarsa, junto a Facundo Moyano y la Juventud Sindical, alianza viable para el poskirchnerismo que imagina Massita. Ese día colocaron la piedra fundamental de un monumento. Además, les cedió por decreto media calle de las 32 hectáreas del predio. Según la Asamblea Delta y los vecinos de Villa La Ñata, hoy el 60% del territorio del partido de Tigre –148 kilómetros cuadrados de continente– está ocupado por barrios privados cuyos terrenos fueron rellenados y elevados de manera irresponsable. Ante cada tormenta fuerte o marea, el agua tapa a los que viven fuera de esos muros perimetrales. Dentro de ese 60% del territorio, solamente habita el 10% de la población de Tigre: el otro 90% se asienta en el 40% restante que ve colapsar los servicios de agua, luz, cloacas y gas. el Macri del kirchnerismo Y con todo, Massa es audaz. Aprovechó la inauguración de las sesiones en el Concejo Deliberante en Tigre para pegarle a Scioli. Anunció que iría a la Justicia para enfrentar la desigualdad tributaria que promueve la provincia: “Vecinos que pagan más de 700 pesos y quintas con vista al río de Villa La Ñata que pagan tres pesos”, se quejó, apuntando al revalúo fiscal que aplicó la gobernación y favorece a los ricos de la zona, como el motonauta, líder indiscutido del equipo de fútbol Piqueteros de Villa La Ñata. El sciolismo realmente existente salió enseguida a responderle. Desde ARBA dijeron que el municipio aprobó los planos que se usaron para fijar los nuevos valores. Y el legislador Guido Lorenzino bautizó a Massa como “el Macri del kirchnerismo” porque siempre está echando culpa a los demás y no se hace cargo. El diálogo entre Scioli, Macri y Massa combina chicanas y alardes de gestión. Son el rostro posible de una Argentina del mañana. Si el kirchnerismo es esa épica imprecisa y exagerada en base a cuestiones casi siempre menores que lo enfrentan con los malos, la disputa entre macrismo, massismo y sciolismo se anticipa como la tediosa discusión entre nuevos gerentes de lo público, que están del lado de los malos. Por ahí anda también De Narváez, el colombiano sin territorio que hoy asume la función de millonaria paloma mensajera del gobernador. Como Kirchner y como Scioli, Sergio también es un político que no descansa nunca. Por las noches, lleva a los intendentes a comer al Delta, esa inmensidad de 221 kilómetros cuadrados de islas donde el único barrio privado que quiso instalarse – Colony Park en 2007, en 300 hectáreas– fue rechazado por asambleístas e isleños. Ahí, donde hoy los isleños necesitan carnet para circular y son un obstáculo no redituable para el nuevo Tigre. Por ahora, se conforma con que los columnistas de los grandes diarios sigan hablando del “Factor Massa”. De que si Sergio compite se los coge a todos, de que Cristina y Scioli le temen y lo quieren de su lado. Por ahora, extiende su influencia territorial a la zona norte (San Fernando, San Isidro, Vicente López, Malvinas Argentinas), y teje relaciones con una liga de intendentes jóvenes, preferentemente licenciados en ciencias políticas. La táctica está clara: a Scioli no le firman ni siquiera una solicitada que ruega por el comienzo de las clases. Al Pato Galmarini lo relega al lugar de suegro insidioso y experimentado y no lo deja aparecer demasiado. Pero a Malena –así la llaman en Tigre– la sube a escena. La hija del Pato gana protagonismo desde la secretaría de Desarrollo Humano.


La política de seguridad es otra de las claves de la gestión. Hay un lenguaje y un dispositivo que convierte al municipio en un centro de operaciones. Cámaras, móviles satelitales, botones de pánico para colectivos, transporte escolar y hogares, y la vedette de la tecnología aplicada a la Protección Ciudadana: los drones, o cuadricópteros, para sobrevolar el delito. Robots que tienen una autonomía de vuelo de 25 minutos continuos, fabricados en Holanda, los únicos que existen en Argentina. Sergio fue el primer intendente de Latinoamérica que trajo el último modelo. Bien ahí. Con cámara infrarroja, gps y un radio de operaciones de dos mil metros para monitorear todo lo que se mueve por vía terrestre o fluvial en Tigre. Él lo explica y gana caminando: “La tecnología utilizada en la lucha contra la inseguridad es muy importante para ganarle la batalla a los delincuentes. Además, nos permite hacer control de construcciones clandestinas con sobrevuelo satelital, pero también presencial en cada uno de los barrios y ver lo que se está construyendo”. Sergio además pone camaritas por todos lados, como le gusta a Cristina. Pero, cuando algo pasa –balazos entre sectores de la barra de Tigre en febrero 2013–, no funcionan. Y la Presidenta aprovecha para reprochárselo en el discurso inaugural de la Asamblea Legislativa. Después de eso, parece, Massa se va a boxes nuevamente. Miente. Juega con la ilusión de los ansiosos. Defrauda por segunda vez en poco tiempo a los indignados del peronismo, gente grande y con mucha historia. Es que Sergio tiene tiempo, lo que a muchos se les acaba.


y ahora qué / he-man en la ñata  / la traición es un derecho sciolismo o barbarie por Martín Rodríguez / Aparece con su sonrisa blanquísima en la puerta de salida del kirchnerismo, lo votan desde 2003 pero todavía no puede gobernar, responde lo que quiere y nunca le importa la pregunta. Figura protestante entre la feligresía oficial, amenaza indisoluble para el cristinismo sin votos, leal como ningún otro. Todo eso es Scioli desde hace diez años y hasta el día que sea libre. El 13. La dura negociación salarial docente y la inundación trágica de La Plata crearon las condiciones ideales para ver a Daniel Osvaldo Scioli a trasluz, como se mira contra una lamparita una radiografía, y registrar su capacidad ósea, sus relaciones de fuerza, sus debilidades. El gobierno de este capricorniano es un gobierno a cielo abierto, con sus limitaciones y presupuestos magros, y un liderazgo político construido en la abstracción, casi a pesar de esa administración. Scioli sobrevuela su propia máquina. Vapor y gestión. Scioli preserva las cualidades de un apolítico, en el sentido común de un extraño entre pares, que mira la política como una economía del tiempo: no hablo, no es necesario que diga nada, se esperan hechos. Vieja bravata de la derecha peronista: las palabras son hembras, los hechos son machos; reescrita del modo más amable por un conservador básico cuya ideología gaseosa no admite señalizaciones. Es ya un lugar común distinguir este aspecto, pero es concluyente: la ubicación de las posiciones de derecha, en los liderazgos populares, tiende a afirmarse por sobre la negativa de esa identidad. Nadie dice “soy de derecha”. Ubica, en tal caso, en la ideología derecha/izquierda, el ordenamiento de un viejo mundo. El Príncipe. Scioli es dueño de muchas cosas pero no es aún dueño de sí mismo. Adicto a las cámaras, tal como lo describen casi todos los que lo junan pero no lo militan. Y un hombre que habla a través de la imagen, según la descripción delicada de los que sí lo militan. Gobierna una provincia ingobernable, y eso –en parte, en una parte– le viene como anillo al dedo a quien hace de la imagen un mito, y le permite moverse como pez en el agua de la victimización. A Scioli lo votan pero Scioli nunca puede gobernar: es una inversión, un ahorro en votos, hasta el día que sea libre, libre del yugo del liderazgo vertical o libre de la provincia a la que lo mandaron a aprender artes y oficios y de la que no se sale intacto. Scioli siempre alquiló sus votos y victorias a los jefes peronistas de turno como un buen alumno que espera el boletín de calificaciones que lo hace pasar de grado. Pero también es distinto a una clase de político pragmático al que la adhesión a las “modas” se le pega al cuerpo. Scioli es como He-Man: el superhéroe que sale seco del agua, nada lo moja, ni siquiera sus propios fracasos. Difícil que un Aníbal Fernández o Julián Domínguez puedan volver a reinventarse después de su paso fanático por el kirchnerismo, por más que ya se hayan reinventado alguna vez. Pero su fascinación y apuesta a estar en los medios se corresponde paradójicamente con su decisión para salirse de libreto, domina su palabra como a nada: responde lo que quiere, nunca le importa la pregunta. Sus conocidas referencias a lo positivo, a la fuerza, sus apelaciones al accidente, son poco hiteras, no hacen nunca un zócalo como la gente. Paradoja. Un productor de radio sabe que con Lilita, con Kunkel, con Moyano, con Kirchner, con Chacho Álvarez, con Cavallo, se tenían y se tienen títulos. Scioli tiene la sonrisa de un Ruckauf (sin 1975).


Gandhi. Scioli, aún en su estado permanente de “no violencia”, significa una amenaza indisoluble para el kirchnerismo. Fue promesa y cumplimiento de votos (2003, 2007, 2009, 2011) tanto como ahora amenaza su posteridad (2015). De ahí que el actualizado dilema kirchnerista se organice -en parte- en cómo seguir haciendo propio a Scioli, siempre a su pesar y contra él. La voz ronca de Diana Conti le dice: “vos tenés votos propios pero no te los merecés y nosotros tenemos ideología y nos merecemos los tuyos”. En definitiva, Scioli es un conservador popular al que le “usan” su popularidad por “culpa” de su conservadurismo. Y es también un político posmoderno. Mientras que Néstor y Cristina aparecen como cuadros modernos capaces de construir hegemonía, Scioli es una figura protestante que no confronta, que aplica todos sus esfuerzos simbólicos en la palabra gestión (una palabra que la izquierda social abomina). Scioli no es El Príncipe, ni Gandhi. Hace de distraído en una guerra fría que lidera por el poder. Algo tan lógico en sus fines como insoportable en sus modos para el kirchnerismo. “Llegará por bueno.” Scioli es igual a la Provincia. Horacio Cao reseña el “problema federal” en Le Monde Diplomatique y describe el peso de la provincia de Buenos Aires, sus dimensiones económicas, el tamaño de su administración pública. Dice que a una provincia que “tiene algo así como el 40% de la población y el producto nacional, es injusto que le corresponda solo el 20% de los recursos”, y a la vez confronta los magros resultados de recaudación tributaria de la ARBA en relación a Nación. “Entre el año 2003 y 2010, mientras los impuestos sobre la renta, las utilidades y las ganancias de capital que cobra la Nación se multiplicaron por cinco, el impuesto inmobiliario que cobra Buenos Aires apenas si se duplicó, a pesar del boom de la soja en el área rural y de la evolución del valor de las propiedades en el ámbito urbano.” Para un esquema federativo que asume la existencia de cada provincia por igual, no es fácil lidiar con este poder que aparece como “un Estado subnacional” cuyo desequilibrio hace que “para el gobierno nacional – ni qué decir para el resto de los gobernadores– contrarrestar el poder del gobernador de Buenos Aires sea un tema crucial”. Síntesis de Cao: “crecientemente cobra protagonismo un Estado provincial –Buenos Aires– que tiende a descompensar la vida político institucional de la federación, hasta el punto de constreñir su gobernabilidad. ¿Y cómo se frena su poder relativo? A partir de los desequilibrios estructurales del fisco bonaerense.” Gobernar Buenos Aires es como curar un cuerpo enfermo con aspirinas. Una gobernación de reducción de daños, cuya dependencia con la Nación es terminal. Una provincia que la Nación y el resto de las provincias necesitan tener bajo la raya. Y un político que la presidenta y el resto de los gobernadores (aspirantes menores) necesitan tener bajo la raya. Scioli es igual a su provincia. La estructura. Desde que existe el kirchnerismo, existe la melancolía por un cierto orden. La absorción de la crisis, su regulación, la construcción de una nueva autoridad político-estatal a partir de 2003, sintonizó por derecha con la idea de un orden perdido, un orden que alguna vez tuvo la Argentina, aunque su remembranza tenga formas imprecisas. Hay sectores empresarios, de medios, del clero y del sindicalismo que extrañan las formas de un gobierno y una política que ayudaron a sepultar. Algo de eso se pudo ver en el entierro de Alfonsín, saludado como un león herbívoro que –según dicen– pasó su ex presidencia como un viejo adversario abrazando nuevos amigos, si uno se toma el trabajo de ver quiénes lo lloraron públicamente y qué habían hecho entre 1983 y 1989 (Magnetto o la Sociedad Rural Argentina, por ejemplo). Pero sobre esa fisura “melancólica”, por la cual se filtran los aromas armónicos de otra República Perdida, Scioli encarna pasado y futuro del kirchnerismo, y tiene un problema con el


presente: es el gobernador del gran problema argentino. Esa provincia. Me dice un cuadro inteligente de la comunicación sciolista: “Daniel habla poco, lo hace sobre todo a través de las fotos y las imágenes, hay que ver la película”. Y me desafía: “¿dónde estuvo en 2008 y 2009 cuando Sabatella o Raimundi dudaban del proyecto y hacían listas paralelas?”. Scioli aceptó poner la caripela en la locura de las testimoniales. Aceptó perder, aceptó presidir el partido, aceptó a Mariotto. ¿Es leal o es obediente? ¿Cuál es la diferencia en la política contemporánea? Hay que ver la película completa, sí. Y repaso la última secuencia de fotos: De Narváez, Hugo Moyano, Facundo Moyano, Sergio Massa, y así, una lista de diversas figuras (algunas interesantes, otras horribles) que parecen conformar una constelación de rezagados del universo K, pero no todavía un sistema que haga visible qué dosis de continuidad y de ruptura podrían resultar en la eventual gestión de la herencia. ¿Scioli asegura una transición razonable también (o en parte) para la izquierda? ¿Asume todo lo “por izquierda” que esta década incorporó en su fórmula de gobernabilidad? Esa es la pregunta: ¿está atento al tono izquierdista de la gobernanza de estos años? Como lo llama el escritor Lucas Carrasco: Daniel Pimpinella, un adicto a la tele. Y vaya si no: basta hacer la prueba de mirar fotos e imágenes para ver que siempre aparece mirando de reojo a la cámara. Nunca aparece hablando. Su presencia -siempre condicionada por sus jefes peronistas- es una ausencia: está, pero no puede ser libre, ni autónomo, ni sí mismo; pero mira la cámara como si mirara a su verdadero jefe, a su verdadero YO. Hijo dilecto de Menem, protegido de Duhalde y ahijado conveniente del kirchnerismo: nació del amor y devino un “primo del interior” que se quedó a vivir en la Casa Justicialista para siempre por méritos propios. Scioli es necesario, es popular, y porta una estrella electoral casi imbatible. Lo cierto es que el kirchnerismo refunda un partido del orden y Scioli resulta una pieza decisiva ahí adentro. Escribió Diego Genoud en la revista Mdz: “Es difícil pensar que en 2015 el país gire 180 grados, entre otras cosas porque es el mundo de los commodities el que organiza nuestra ecuación. Y los sectores que pretenden un cambio radical, algo que no tenga nada de aroma a kirchnerismo, no son la mayoría. Por eso, Scioli puede ser. Porque es una figura central de la maquinaria kirchnerista pero no es un gobernador K: es Scioli, a secas. Porque en el kirchnerismo muchos lo desprecian, pero lo necesitan.” Mi amigo de la gestión, mi “Garganta” como dice Asís, es un rara avis, un comprensivo kirchnerista para los sciolistas y un paladar negro para los K. Se pregunta por el peronismo en todo esto. “¿Dónde está el peronismo?”. Es un reclamo razonable. Y desconcertante. ¿Qué tiene Cristina que hace desconocer su propio peronismo? ¿Por qué huele tan a Frepaso su gobierno? ¿Qué es esa batalla cultural que invirtió tanto los roles y las importancias? ¿Por qué Mocca o Palma son más que Randazzo? Y así. Generación intermedia. Scioli pertenece a la generación intermedia junto a Massa, Macri, Urtubey. Son los hijos de la generación Cafiero: hijos deportistas, estudiantes de universidades privadas, delfines de negocios públicos, que portan el ADN de leones herbívoros, siempre cultores de vaticanos partidarios. Scioli y la generación intermedia son todos peronistas aunque hayan venido –o justamente por ello– del liberalismo silvestre y de la empresa privada. Lo público y lo político es para ellos, sin más, el poder. No hay relieves. No existe un territorio desde el que opera el poder clásico, el – ay– “poder burgués”. Tampoco hay intermedios socialistas o radicales. Son –como ninguna otra generación– “naturalmente peronistas”. Para el resto de las generaciones (incluidos los camporistas actuales) el peronismo siempre fue una opción existencial y traumática, un contacto telúrico con fantasmas de la historia, o como dijo en su último


diálogo comprensivo al kirchnerismo el ex presidente Eduardo Duhalde: “nos une un río de sangre”. Los compañeros intermedios no se bañan en ese río. Son una forma cheta del silogismo de Favio: nunca hicimos política, siempre fuimos peronistas. Orden y progresismo. El peronismo es un partido de Estado y un partido de poder. Todos los demás son partidos de ideas. Esa podría ser su verdad 21. Peronismo como naturaleza, orden y Estado. Alfonso Prat Gay, Martín Sabatella o Fernando Iglesias son cólicos que no diluyen con nada su ideología y sus principios. Por eso Scioli es más peronista que el estudioso Mariotto: por su instinto voraz de poder, su piel liviana de mutaciones. El peronismo, así, como desentendimiento histórico resulta una identidad paradójica: no exige la responsabilidad de ser “explicada”. Es, a su modo, el recipiente donde la política está. Donde la “gestión” está. Ahora bien, la interna desatada con epicentro en la provincia de Buenos Aires iluminó a las fieras del lado kirchnerista, que se combinan en dos grupos: intendentes ultra kirchneristas incapaces de ampliar votos fuera de sus fronteras (Julio Pereyra, de Florencio Varela, como ejemplo) y políticos ultra K también sin votos (Aníbal Fernández, Boudou, Kunkel, Mariotto). ¿Cómo es posible decir “kirchnerismo sin votos” cuando la presidenta obtuvo hace menos de dos años el 54%? Claro, Cristina tiene votos e “intención de voto” pero construyó en el movimiento una singularidad: no hay kirchneristas “populares”. Al culto por los soldados y los cuadros, le falta la tarea de formar políticos. Es decir: intérpretes capaces de ser 100% lucha y, a la vez, relativamente autónomos para darle impronta propia y territorialidad al Relato. Los ejemplos fracasados son dos: Filmus y Rossi. Ni el porteño de Flacso ni el rosarino ex Frepaso pudieron significar algo más que una representación de maestranza del proyecto nacional. Se presentaron como eso: emisarios refinados de un liderazgo que eligió iluminarlos como un sol, pero jamás mostraron luz propia. La Ideología. Economía de mayorías y política de minorías. El genio político del kirchnerismo combina dos cosas casi irreconciliables: su microclima ideológico (minoría intensa de la “batalla cultural”) y una política económica estable que permitió beneficios sociales para la población. Reforma y restauración. Una articulación fría entre la agenda de esa minoría ideológica y las razones burguesas y populares del voto. Por eso tiene en la cabecera políticos aguerridos sin votos, como Mariotto, Moreno o Sabatella, todos progresistas a su modo, incluso a su pesar. El kirchnerismo no construye “políticos”. Tiene figuras de palacio, consumidores de poder antes que productores de poder. Algunos baten su silogismo chocante sobre Scioli: “ir contra él es pedirle que sea nuestro candidato”. Duhalde dijo la verdad veintipico: el peronismo tiene un día de la lealtad y 364 días de la traición. La traición es un derecho humano. Pero todo indica que el vínculo Scioli–Kirchner no debería pensarse en torno a la idea de lealtad, como el peronismo del siglo XX, sino en los términos de una relación entre crédito y deuda, entre acreedor y deudor, un vínculo más de mercado que estatal. El gobernante peronista habría aprendido entonces, luego de su derrota frente al kirchnerismo financiero, que la soberanía hoy es una potestad del acreedor, no del príncipe. Y la corona de esta posición dominante es el encierro al que confinaron su porvenir cuando le “ofrecieron” ser gobernador de La Provincia. Una cárcel de cristal que de lejos se ve como suma de poder, pero de cerca resulta una prisión de máxima seguridad donde su futuro político permanece encapsulado. ¿Qué dice el mito? Que ningún gobernador de la provincia de Buenos Aires llega a presidente. Y por ahora se cumple. A no ser el atajo de Duhalde, presidente por vía institucional, que también vivió la condena al ostracismo de su jefe Menem y el precio de haber sido el representante del peronismo más feo, sucio y malo.


Scioli es una esperanza blanca, ergo, un hecho maldito. El kirchnerismo está lleno de ideólogos del Nacional Buenos Aires que odian a la clase media. Un juicio hecho sobre la base de lecturas de verano: la recuperación de Jauretche y todo su glosario del medio pelo. La clase media es el hecho maldito del país peronista. El kirchnerismo es un peronismo de clase media como ningún otro, de ahí que vivamos esta lucha de clases (medias). (Cristina es una biografía social de la movilidad ascendente, en el sentido más espectacular de la historia de la clase media). Según Aníbal Fernández, el prototipo Scioli es el de un duhaldismo portador sano. Eso le debería bastar para ser columna vertebral o jinete sin cabeza, según los kirchneristas duros que se mantienen apegados a la economía de estos años pero a años luz de la “intensidad ideológica” del poder K. ¿Cuál es el “hecho maldito” de Scioli? Que cultiva intenciones de voto tanto dentro del electorado del FPV como fuera de él, y una imagen impermeable no solo a las operaciones recibidas sino a sus propios agujeros de gestión. Es decir: el voto social del kirchnerismo + el voto antikirchnerista de clase media y media alta. Tiene un pie de cada lado de la raya. Popular en las clases bajas, popular en las clases medias no progresistas, popular en los countries. Paradoja de la ideología intensa entonces, pero también, un hombre que cultiva una fantasía: Scioli aparece en la puerta de salida del kirchnerismo con su sonrisa blanquísima atrapa-todo, que incluye el punto utópico donde el peronismo se vuelve definitivamente ordenado (“es posible representar a todos”). Nunca el peronismo fue así: ni el primer Perón, ni Menem, ni Kirchner, ni Cristina, lograron cumplir esa fantasía de representación totalizadora y sin conflicto social. Apenas el fugaz “tercer Perón” (que ama Mariano Grondona) y Duhalde (un liderazgo por default) tuvieron esa impronta de gobierno para todos, sin romper la loza de la estructura. Si el peronismo es la representación política en todo tiempo y espacio, si el peronismo es la industria nacional de la energía eólica de los vientos mundiales, si el peronismo canta (como Prince) el signo de los tiempos, ay, si el peronismo muda de piel al menor costo social posible, si el peronismo, si el peronismo, si el peronismo… ¿Es posible heredar la estructura kirchnerista y no su superestructura? ¿Procrear sin 678? Scioli, un positivo enfermo, alienta que sí. Y no percibe, ni hace percibir, todos los “no” que esos eternos “sí” pueden tolerar.


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