Morir en Japón Historia novelada del misionero franciscano Fr. Bartolomé Días‐Laurel, primer Beato de Acapulco.
Fernando Pérez Valdez
N O V E L A
Morir en Jap贸n
Morir en Japón Biografía novelada del Beato acapulqueño Fray Bartolomé Días-Laurel, primer mártir beatificado de la Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán. Autor: Fernando Pérez Valdez Asesor del proyecto: M. R. P. Fr. Eulalio Hernández Rivera O.F.M. Ex – Ministro Provincial Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán Edición realizada por la Arquidiócesis de Acapulco IMPRIMATUR + Carlos Garfias Merlos Arzobispo de Acapulco NIHIL OBSTAT Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas Canciller Arzobispado de Acapulco
Derechos reservados
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A Dios, Nuestro Señor, por haberme permitido la dicha de ver culminado este trabajo iniciado hace más de veinte meses.
A la Santísima Virgen María por los innumerables favores que hemos recibido por su intercesión.
A mi esposa Elia y a nuestra hija Magali, por su comprensión, paciencia y apoyo.
A Fr. Eulalio Hernández Rivera O.F.M., por sus sabios consejos y experimentada ayuda. Una gran parte de este trabajo se debe a él.
Al Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas, por todo su apoyo. Su exhaustiva labor de investigación sobre el beato Fray Bartolomé Laurel brindó mucha luz a este trabajo.
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>>>>><<<<< “La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia.” 1 Juan Pablo II >>>>><<<<<
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Carta encíclica “Redemptoris missio, sobre la permanente validez del mandato misionero”. Ioannes Paulus PP. II. Ciudad del Vaticano, 7 de diciembre del 1990.
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NOTA DEL AUTOR
En toda novela biográfica, se mezclan los personajes reales con los ficticios y aún cuando de manera general los eventos que se relatan son ciertos, no deben tomarse como una descripción exacta y fiel de los hechos, porque entonces dejaría de ser una novela para entrar en el terreno de la crónica. El novelista inventa, sueña, imagina y narra su versión particular de cómo cree que debieron de haber sucedido los hechos.
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CAPITULO I Villa de Acapulco, 2 a principios del Siglo XVII - ¡Ya viene! ¡Ya viene! – gritó el niño mientras corría calle abajo. Bartolomé se asomó y alcanzó a ver a su amigo, quien en medio de su carrera alcanzó a decirle: - ¡Ya está llegando! Bartolomé salió a toda prisa de su cabaña y a duras penas pudo correr tras de su amigo que se dirigía hacia la costa. Corrieron un rato entre la maleza. Después bordearon los peñascos hasta situarse en la parte más alta de la Punta del Grifo, sitio privilegiado desde donde podían admirar el imponente Mar del Sur. 3 Destacaba contra el azul del océano, la cercana isla de Chinos 4 y justo por en medio del estrecho, pudieron admirar el majestuoso galeón que hacía su entrada triunfal a la Bahía de Santa Lucía. 5 Durante un buen rato estuvieron observando las maniobras del gigantesco buque de madera, de unas
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El título de Ciudad lo recibió hasta 1799. Océano Pacífico 4 Actualmente isla de la Roqueta. 5 Nombre con el que también se conocía a la Bahía de Acapulco, por haberla descubierto el 13 de diciembre de 1521 el explorador Francisco Chico 3
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cuarenta varas 6 de eslora, 7 el cual iba entrando lentamente en la hermosa bahía en forma de herradura. Al llegar al puerto, los tripulantes del galeón arriaron las inmensas velas sujetas a tres largos mástiles cuya mayor altura alcanzaba casi las veinte varas. Finalmente, los marineros arrojaron las anclas por lo que la colosal nave quedó completamente inmóvil. Una vez fondeados, de inmediato comenzaron a descender del barco los marineros y a descargar los preciosos tesoros traídos del oriente. Bartolomé y su amigo corrieron entonces hacia el malecón para ver de cerca aquellas exóticas mercancías que parecían sacadas de un cuento de hadas. Era todo un acontecimiento la llegada del galeón de Manila. 8 Como cada año, a finales de diciembre o principios de enero, después de varios meses de travesía, el galeón procedente de Filipinas arribaba al puerto de Acapulco, que entonces se convertía en un hervidero. La población, normalmente pequeña, se triplicaba y llegaban compradores de tierras lejanas. El Parián 9 de Acapulco se convertía en una tierra de maravillas, cuya actividad duraba uno o dos meses después de la llegada de la nave.
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La vara era una medida usada en la Nueva España y equivalía a unos 83 centímetros, aproximadamente. 7 Medida de la longitud de un barco 8 También llamada “la Nao de China”. 9 Mercado
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- Mire, – decía un comerciante con marcado acento extranjero – este precioso cofre laqueado traído directamente desde China. - También traigo abanicos, cajoneras, arcones y preciosos joyeros laqueados, todo del Japón – agregaba el comerciante – ¿Qué quiere usted? ¿peines? ¿cascabeles? Vea estos hermosos biombos, admire estas escribanías y vea que hermosura de porcelanas. Más adelante, otro comerciante ofrecía su mercancía. - Le vendemos aromáticas especies – le decía a un noble español, quien con sumo cuidado olía una muestra de aquellos productos. - Traigo clavo de olor, para el dolor de muelas. – insistía el comerciante – Admire el atractivo olor de esta pimienta de la India y también tengo canela de la isla de Ceylán 10 . La feria de Acapulco era un evento esperado por todos. Aún cuando muchos de los productos que llegaban eran artículos de lujo y estaban destinados sólo a las familias más adineradas, toda la población acudía al Parián aunque fuera sólo a admirar aquellas mercancías. Otro comerciante extendía unas magníficas alfombras persas, en tanto que más adelante se ofrecían telas y objetos de seda traídos de China. Con la llegada del galeón, en el Parián se ofrecían los más exóticos productos traídos del oriente: lana de camello, cera, marfil labrado, bejucos para cestas, jade, ámbar, piedras preciosas, madera y corcho, nácar y 10
Actualmente Sri Lanka
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conchas de madreperla, fierro, estaño, pólvora y frutos de China, entre otros. Largas horas permanecían Bartolomé y su amigo en el muelle, observando las maniobras que realizaban los marineros para descargar la mercancía del galeón. Entre el incesante ir y venir de personas que desembarcaban y de mercancía que era bajada, vieron desembarcar a dos Frailes Franciscanos que regresaban de un viaje misionero al lejano oriente. Al bajar, los Frailes tuvieron que arremangarse los hábitos para saltar al malecón. Se notaban sumamente cansados por el largo viaje en alta mar de casi seis meses, durante los cuales habían enfrentado grandes peligros, como los tifones y enfermedades. No llevaban pertenencia alguna. Sólo el cordón de sus hábitos con los tres nudos, que les recordaban los tres votos de la Orden de los Frailes Menores: 11 pobreza, castidad y obediencia. Su calzado consistía en unas gastadas sandalias. Bartolomé miraba con entusiasmo y admiración a los Frailes. - Algún día seré misionero y me embarcaré en ese galeón – le comentó Bartolomé a su amigo. - ¡Ah, sí! Y seguramente también hablarás chino – le respondió burlonamente.
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Conocida también como Orden Franciscana, ya que el fundador de la Orden fue precisamente San Francisco de Asís.
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- Al menos lo intentaré – dijo Bartolomé con mucha seguridad y sin apartar la vista de aquel barco que inflamaba sus sueños.
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CAPITULO II - Yo no sé, Padre Guardián, si este muchacho realmente sepa lo que nos está pidiendo al querer ingresar a nuestro Convento. Mientras hablaba, el Vicario se balanceaba de un lado hacia el otro, como un péndulo. A cada paso que daba, su rechoncha figura parecía perder el equilibrio. - Yo creo que el joven Bartolomé tiene mucho interés en ingresar a nuestra Orden – respondió el Padre Guardián. – Quizá le falte un poco de madurez, en eso le concedo razón, pero definitivamente yo sí veo en él a un buen prospecto. El Padre Guardián y el Vicario se encontraban en el Convento de Santa María de Guía en Acapulco. Hacía muy poco tiempo que la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, perteneciente a la Orden de los Hermanos Menores, se había hecho cargo de dicho Convento. - Lo que debe darnos gusto es que en tan poco tiempo ya se estén dando vocaciones en estas tierras – dijo el Padre Guardián. La huerta por donde caminaban era muy frondosa. El favorable clima y el agua en abundancia, hacían que crecieran las palmas, las anonas, los zapotes, los guayabos y muchas otras plantas y árboles. Traspasaron la puerta e ingresaron al Convento.
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- Quizá deberíamos dejar que haga la prueba y enviarlo al Noviciado de San Buenaventura, en Valladolid 12 – dijo el Padre Guardián. Entraron al pequeño patio del Claustro, en que unos naranjos y un limón brindaban acogedora y refrescante sombra. Al centro había una cruz de madera con su peana 13 de cal y canto. Alrededor estaban las celdas de los Frailes, seis en total, más la Sala Guardianal. Pasaron a un lado de la cocina, la bodega y la librería. - Nombre demasiado pomposo para este lugar – había dicho en cierta ocasión un Fraile, cuando revisó el contenido de la librería: una Biblia en pedazos, el libro de la Concordia Espiritual, un libro de Sermones de Adviento, un Manual y el libro en que se asientan las partidas de terceros. - Cinco libros y nada más. – había sentenciado lastimosamente el Fraile. El Padre Guardián y el Vicario siguieron avanzando y entraron en la Sacristía. - Pero ¿qué pasará si el joven no tiene vocación, Padre? – preguntó el Vicario al tiempo que penetraban en la Sacristía. El Padre Guardián pasó junto a las imágenes de San Francisco y de San Antonio que se utilizaban en las procesiones de los Hermanos de la Tercera Orden 14 y la del Nazareno que se utilizaba para el vía crucis. 12
Hoy Morelia. Base 14 Orden religiosa Franciscana formada por seglares o laicos. Se le llama la Tercera Orden o de los Terciarios, ya que fue la tercera orden que fundó San Francisco de Asís, después de la Orden de los Frailes Menores y de las Clarisas o Damas Pobres. 13
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- Vocación tiene de sobra, – respondió el Padre Guardián mientras acomodaba los ornamentos en las cajas artilleras – de otra manera no sería tan insistente en su deseo de ingresar a la Orden. Es cierto que es muy joven, pero lo compensa ampliamente con su entusiasmo. Entraron a la pequeña nave del templo. Hicieron una reverencia frente al Altar principal y dirigieron una oración a la imagen de marfil de Nuestra Señora de Santa María de Guía. Esta bellísima imagen, que lucía imponente su corona imperial de plata de tres onzas y media, había sido traída desde las islas Filipinas, en donde se veneraba esta advocación de la Virgen, en el templo consagrado a ella entre las ciudades de Cavite y Manila, en el archipiélago filipino. Dieron la vuelta y pasaron ante el Altar de San Francisco de Asís con su halo de plata y el de San Antonio de Padua con la hermosa imagen del Niño Jesús con sus tres potencias. Un poco antes de la salir del templo, rodearon las demandas 15 con la estampa del Seráfico Padre San Francisco, en donde se solicitaba la limosna de los asistentes. Salieron al Atrio, en donde se encontraron frente a la cruz de hierro del camposanto. - Es verdad, Padre – dijo el Vicario – pero a veces la juventud no nos deja ver con claridad el camino a seguir.
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Alcancías
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- Dejémoslo en manos de Nuestro Señor Jesucristo – finalizó el Padre Guardián – seguramente Él sabrá qué es lo mejor para el joven Bartolomé.
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CAPITULO III - Señor, – rezó Bartolomé en silencio – tú bien sabes que quiero servirte. Temblaba de pies a cabeza y el sudor empapaba su hábito recién impuesto. Sentía sofocarse y le faltaba el aire. El olor de las velas y el incienso le provocaban mareos y la voz del Maestro de Novicios se escuchaba a veces demasiado lejana. La sangre se alejaba cada vez más de sus mejillas, las cuales iban adquiriendo un color cenizo. Gotas de sudor perlaban su frente y sus manos sudorosas no tenían reposo. - Señor, dame fuerzas. – suplicó Bartolomé, al momento que elevaba sus ojos hacia el gran crucifijo ubicado al frente del Altar principal del Templo de San Francisco, en la señorial ciudad de Valladolid. 16 Era el día de 17 de octubre de 1616, fecha en que se realizaba la ceremonia de toma de hábitos en la Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán. Con esta profesión temporal, los postulantes daban inicio a su periodo de noviciado. La procedencia de los aspirantes a Novicios era muy variada, ya que la Provincia abarcaba una gran zona geográfica que incluía a poblaciones tan distantes como San Phelipe 17 , León, San Juan de la Vega, Zelaya 18 , Apatzeo 19 , Querétaro, Salvatierra, Acámbaro, Contepeq 20 , Tulimán 21 , Sichú 22 , 16 17
Actualmente la Ciudad de Morelia
San Felipe 18 Celaya 19 Apaseo el Grande 20 Contepec
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Tzitaquaro 23 , Valladolid 24 , Tarimbaro, Tzintzuntzan, Cocupao, Tzacapu, Patambam, Tarequato, Xiquiplpan, San Juan Periban, Apatzingán, Santa Anna Amatlán, San Francisco Periban, Charapan, Uruapam, Erongarícuaro, Páscuaro 25 , Santa Catalina de Río Verde, Tula, Valle del Mays 26 y Acapulco. Entre los postulantes se encontraba Bartolomé DíasLaurel 27 , procedente de esta última población. - Tengo miedo de fallarle a Nuestro Señor. – le había comentado a un compañero – Desearía realmente estar preparado para la vida del Convento. La ceremonia de toma de hábito era presidida por el Ministro Provincial, quien en ese momento se dirigía a los postulantes: - En este periodo de noviciado – les decía Fray Juan – deberán buscar un encuentro cada vez más cercano a Dios, profundizando, sobre todo, en la oración. A su vez, el Maestro de Novicios en dicho Convento, les recordó a los postulantes los tres votos a los que deberían sujetarse a lo largo de su vida monástica. - Recuerden, jóvenes Novicios, que la pobreza fue la cualidad distintiva de San Francisco de Asís. Fue una exigencia tan estricta para Nuestro Seráfico Padre – 21
Tolimán Xichú 23 Zitácuaro 24 Morelia 25 Pátzcuaro 26 Ciudad del Maíz 27 Su firma en los documentos de toma de hábito y profesión religiosa aparece como Bartolomé Días. En esos mismos documentos dice: “Llamóse también Bartolomé Laurel” 22
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explicó Fray Antonio - que el mismo Papa llegó a dudar de que pudiera cumplirse. Pero lo que buscaba nuestro Seráfico Padre en la pobreza, no era otra cosa sino la imitación de Cristo. Lo que le pedía al Santo Padre en su primera regla, no era otra cosa sino vivir como lo marca Nuestro Señor en el Evangelio. - ¿Podré vivir la pobreza, Dios mío? – se preguntó en silencio Bartolomé - ¿podré despojarme de las ataduras del mundo material para dedicar mi vida a servir a Cristo? - La castidad – continuó diciendo el Maestro de Novicios – La castidad es una virtud evangélica. La castidad es perla preciosa, que junto con la humildad es fundamento de todas las virtudes. - ¿Podré vivir la castidad no sólo del cuerpo, sino de mi alma y de mi espíritu? – seguía preguntándose Bartolomé - ¿Podré conservar puro mi pensamiento y alejar los vicios de mi lengua y de mi cuerpo? Fray Antonio invitó también a los novicios a discernir los signos de la acción amorosa de Dios hacia ellos, sobre todo de cara a los inevitables momentos de crisis que seguirán al entusiasmo inicial. - Esto es especialmente importante – les dijo el Maestro - para aquellos que estén llamados a realizar labor misionera en tierras lejanas e inhóspitas. - Señor, – suplicó Bartolomé para sus adentros – dame la fuerza necesaria para poder seguirte. Esta era la segunda vez que Fray Bartolomé ingresaba al Convento. Un año antes había hecho su primer ingreso, pero lo había abandonado tiempo después.
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Así que ahora, en su segunda toma de hábitos, Fray Bartolomé le pedía al Señor que le concediese la gracia de servir adecuadamente en la Orden de los Hermanos Menores. Bartolomé seguía sintiendo aquella inseguridad que la juventud trae aparejada, por lo que el Padre Guardián del Convento le aconsejó: - A veces queremos decirle al Espíritu Santo cuál debe ser su labor – recalcó – y no dejamos que realmente haga su trabajo. - Te voy a dar un consejo, – continuó diciendo – cuando debas tomar una decisión muy importante recurre a la oración. Así lo hizo Jesús cuando, por ejemplo, iba a nombrar a sus Apóstoles. Se retiró al monte e hizo oración toda la noche. Nuestro Señor sabrá guiar tus pasos hacia el camino más indicado. Recuerda las lecturas que hemos hecho de las Sagradas Escrituras, concretamente del capítulo seis del Evangelio de San Lucas. Recuérdalo, analízalo, medítalo, haz contemplación y después actúa. Así encontrarás la respuesta a tus inquietudes. Después de meditarlo largamente y tras mucha oración, Bartolomé regresó nuevamente al Convento de San Buenaventura.
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CAPITULO IV - ¿Y cómo es la vida en el Japón? – le preguntó Bartolomé a Fray Luis Simeón. 28 - La vida es muy diferente a todo lo que has conocido, Bartolomé – respondió el joven Fraile - Algunas de las ideas y de las costumbres de mi país te parecerán muy exóticas, pero recuerda que para ellos, el exótico eres tú. Bartolomé y Luis charlaban en el Convento de San Buenaventura en Valladolid, en donde el primero de ellos había ingresado como Novicio. - Tendrás que cambiar tu forma de hablar, de vestir, de comer, de escribir y hasta de pensar – prosiguió Luis Por ejemplo, tendrás que aprender a leer de derecha a izquierda y de abajo hacia arriba una caligrafía bastante complicada. - Y en cuanto a la religión católica ¿cómo es en el Japón? – preguntó Bartolomé. - Desafortunadamente ha sido prohibida por las autoridades. – dijo Luis con tristeza – No obstante, hemos sido testigos de que la gente sí quiere escuchar la palabra de Dios. Lo que sucede es que hemos tenido que escondernos y hacer nuestras celebraciones en secreto, ya que si nos descubre la guardia imperial nos arresta. Ha habido varios mártires de la fe cristiana en aquellos lugares.
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También llamado Luis Sasanda
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- Para mí sería un honor ofrendar mi sangre por la fé católica – le dijo Bartolomé con sincera convicción. Fray Luis Simeón de San Francisco era un joven de origen japonés, quien había quedado huérfano al nacer. Sus padres habían muerto mártires de la fe católica, por lo que el joven Luis fue recogido y bautizado por los Frailes Franciscanos que se encontraban misionando por aquellas tierras. - Te educaremos para que seas un gran Fraile. – le decían los piadosos hermanos – Te irás a estudiar a un Convento de la Nueva España y regresarás para ser un gran predicador en tu propia tierra. El niño Luis se sentía orgulloso de pertenecer a esa comunidad de seguidores de San Francisco de Asís. - Seguramente a ti te aceptarán mejor que a nadie – le decía otro Fraile - por ser oriundo de este mismo lugar. Así que algunos años después, el joven aspirante viajaba a la Nueva España en compañía del Comisario de la Orden de los Hermanos Menores, para ingresar al Convento de San Buenaventura de Valladolid y hacer su profesión temporal. Mientras tanto, un año después de ingresar al Convento, Fray Bartolomé hizo su profesión solemne, como Hermano lego, 29 el 18 de octubre de 1617. De inmediato fue asignado a la enfermería, ya que tenían cualidades naturales para atender a los enfermos.
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Nombre que se le da a los Frailes Franciscanos que están destinados a labores diferentes al Sacerdocio.
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No sólo aplicaba los preparados de la botica, sino que recurría a los remedios naturales que había aprendido en su tierra natal. - Mire, Hermano – le decía a un Fraile que había sufrido una herida leve en la pierna – vamos a cubrir la herida con esta tela de cebolla preparada con algunas hierbas y verá que muy pronto sanará. Sería mejor aplicar la pomada de mercurio que nos traen de ultramar, pero desafortunadamente no la tenemos, así que no se preocupe, la cebolla lo dejará como nuevo. Para quienes aquejaban problemas de garganta y de asma, preparaba un jarabe a base de propóleo, agave, eucalipto y algunos otros ingredientes, que era muy apreciado. - Fray Bartolomé, – le dijeron en cierta ocasión – el Hermano Diego estuvo trabajando demasiado tiempo en el sol y le arde mucho la piel. - No se alarmen, – los tranquilizó el Fraile – ahorita preparo un pomada con manteca de cacao y con eso sanará. Otras recetas las preparaba a base de miel de abeja, nopales, mezquite y hierbas medicinales. A quienes padecían dolor de estomago y ventosidades, les preparaba un té a base de una raíz aromática que los naturales llamaban “chapoltepecayotl”. Cuando alguien sufría la mordida de algún animal ponzoñoso, hacía un preparado con una planta que llamaban el “coanenepilli” o lengua de serpiente.
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- Hay que buscar la que tiene la raíz coloradita, decía Bartolomé – ya que es más potente que la que tiene la raíz blanca. Pero sobre todo, en lo que Fray Bartolomé ponía mucho énfasis era en sanar espiritualmente a los enfermos. El sabía que muchas veces, las heridas y las enfermedades del cuerpo, no son sino el reflejo de lo que padecemos en nuestro interior. - Treinta minutos de oración, – les decía a los enfermos – te curarán mejor que treinta onzas de preparados medicinales. Toda esa experiencia y conocimientos que adquirió en la enfermería, le serían de mucha utilidad en la transcendental misión a la que Nuestro Señor le había destinado.
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CAPITULO V - ¿Está usted seguro de lo que dice, Fray Bartolomé? – preguntó el Padre Guardián. - Si, señor – afirmó el Fraile con seguridad – estoy completamente seguro. Fray Bartolomé y el Padre Guardián se encontraban en la Sala Guardianal del Convento de San Buenaventura en Valladolid. - Es verdad que usted ha hecho una gran labor con los enfermos en este Convento – dijo el Padre Guardián – y sería una lástima que nos abandonara. Se echó hacia atrás en su asiento y dijo con resignación: - Pero justamente esa destreza que tiene usted como enfermero es lo que nos están solicitando de la Provincia de San Gregorio en las Islas Filipinas. El Padre Guardián se puso en pie y se asomó por la ventana de su celda. - Desde luego que no será fácil el trayecto, ni la vida allá – le dijo con un dejo de nostalgia. - Así es, Padre, – dijo Fray Bartolomé con el entusiasmo que sólo un joven puede transmitir – pero estoy seguro de que podré hacer frente a las dificultades que sobrevengan. Mi ilusión desde muy niño ha sido viajar a ultramar y servir a Nuestro Señor en tierras lejanas. - Es una visión ciertamente muy poética. – señaló el Guardián – Ahora mi deber es asegurarme de que no se 23
deje ganar por el mero entusiasmo, sino que esté conciente de lo que hace. Volteando hacia el joven Fraile le dijo: - Ya veremos más adelante si continúa usted con ese entusiasmo de embarcarse a las Filipinas. - Mientras tanto, – le dijo mientras volvía a sentarse en su lugar – seguirá en la enfermería. Yo voy a escribir al Comisario de la Provincia de San Gregorio para ratificar si aún está vigente su solicitud de hermanos legos para el hospital de los naturales en Manila. - Muchas gracias, Padre. – exclamó Fray Bartolomé entusiasmado – Verá usted que no lo defraudaré. - De eso estoy seguro – dijo el Guardián, dando por terminada la entrevista.
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CAPITULO VI - Apiádate, Señor, de este buen hombre – rezaba Fray Bartolomé, mientras trataba de consolar a un marinero sumamente enfermo. - Ese infeliz se está muriendo, Padrecito. – sentenció otro de los marineros desde su hamaca – Seguramente por la mañana tendremos que arrojar su cadáver por la borda. Fray Bartolomé hizo caso omiso del aquel inhumano comentario y siguió atendiendo al enfermo. Es curioso – se dijo a sí mismo – que esta gente les llame Padres a todos los Frailes, aún a los que no somos Sacerdotes. Hacía más de ciento veinte días que navegaban en alta mar con rumbo a las Filipinas y el viaje era cada día más difícil. El hombre al que atendía Fray Bartolomé deliraba de muerte en su hamaca, víctima de la temible “Peste del Mar”. 30 Las convulsiones hacían que casi cayera de la hamaca y su cuerpo estaba cubierto de ronchas, laceraciones que no sanaban y cicatrices que volvían a abrirse. - Duérmase ya, Fraile, – le gritó enojado otro de los marineros a Bartolomé, quien con un paño mojado intentaba bajarle la fiebre al moribundo – y déjenos dormir, que buena falta nos hace, a usted y a todos. 30
La “peste de mar” era como se conocía al escorbuto, padecimiento producido por la falta de vitaminas debido a la escases de frutas y legumbres en viajes prolongados.
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Fray Bartolomé no hizo caso y continuó por un rato atendiendo al enfermo. Sabía que no solamente la medicina era importante, sino la compañía y la asistencia espiritual. Su trabajo no sólo era consolar al enfermo, sino encomendarlo a Nuestro Señor y a su Santísima Madre. Cuando el marinero emitió los estertores de muerte, Fray Bartolomé rezó por él y regresó a su hamaca. Esto no fue fácil, ya que en la cubierta inferior se hacinaban más de doscientos marineros y pasajeros en una serie interminable de hamacas, colgadas una junto a la otra, en el escaso espacio libre que quedaba entre los cañones. Los marineros gruñían o soltaban maldiciones cuando, en medio de la oscuridad, Fray Bartolomé tropezaba con alguna de las hamacas, algo casi imposible de evitar, ya que prácticamente no había espacio libre para caminar. Sin embargo, a Fray Bartolomé se le hacía difícil que alguien pudiera conciliar el sueño en medio del ruido incesante que producían los viejos tablones del barco al crujir con el movimiento del mar, combinados con lo ronquidos y los gases producidos por la mala digestión de la tripulación, además de los constantes quejidos de los enfermos y los moribundos. - Mire, Frailecito - le había dicho un marinero en cierta ocasión – es mejor que se acostumbre a dormir en las hamacas, porque si duerme usted en el suelo, se expone a que lo muerdan las ratas. Y a las canijas les gusta sobre todo morder las orejas y los dedos de los pies. Sin embargo, el olor que despedían las hamacas después de semanas de no lavarse y de conservar la humedad por un largo tiempo, se hacía insoportable.
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La vida a bordo del galeón había sido una experiencia muy difícil en la vida de Bartolomé. Durante su infancia y su juventud en el puerto de Acapulco, había salido en muchas ocasiones a pescar en lancha, a veces durante horas y estaba acostumbrado al mar. Pero nada se comparaba con lo que estaba viviendo a bordo del galeón. Durante el día, cuando hacía mal tiempo, debía permanecer a oscuras en la cubierta inferior, sitio en donde casi no penetraba la luz porque las portas 31 de los cañones se cerraban para impedir que el barco se inundara. No estaba permitido prender ninguna vela por temor a un incendio en el barco de madera. Las horas en ese mundo de oscuridad se le hacían eternas. Fray Bartolomé trataba de concentrarse en la oración, pero las constantes peleas y fricciones que provocaba tal hacinamiento, le hacían muy difícil poder siquiera hacer oídos sordos a los improperios que se lanzaban entre sí. El techo era bastante bajo, por lo que la mayor parte del tiempo debía caminar encorbado. Además, había poco espacio libre, ya que adicionalmente al gran número de cañones y municiones que portaban para protegerse de los piratas, transportaban una gran cantidad de cargamento para el comercio con Filipinas y otros países de oriente. Era un amontonamiento impresionante de cajas, baúles, arcones y sacos. A esto se añadían los caballos y los cerdos, además de las jaulas con patos, gansos, pavos y demás animales que transportaban y que convivían en ese estrecho y pestilente espacio con la tripulación.
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Puertas
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Los desechos de los animales se combinaban con el agua putrefacta por las ratas y otras alimañas muertas en el fondo del barco. A Bartolomé no le estaba permitido permanecer mucho tiempo en la cubierta superior ya que estorbaba en las maniobras de los marineros y, lo que era peor, se exponía a ser golpeado por alguna cuerda y ser arrojado accidentalmente por la borda. Las condiciones de higiene en alta mar eran bastante precarias, aunque conservaban ciertas normas elementales, como la de limpiarse siempre con los dedos de la mano izquierda cuando defecaban y comer y saludar siempre con la mano derecha. La comida había sido variada y muy completa durante las primeras semanas. Pero poco a poco se habían ido agotando o pudriendo algunas de las reservas de comida fresca como lo eran los vegetales y las frutas. En consecuencia, en los últimos días, la comida consistía principalmente en carne salada, tocino, galletas y vino. El agua dulce se racionaba en extremo, pero, a estas alturas, era preferible no consumirla, ya que el olor que despedía era de putrefacción, después de tanto tiempo de estar almacenada. Las infecciones y las enfermedades eran muy frecuentes, por lo que Fray Bartolomé, con conocimientos de medicina y de enfermería, no encontraba descanso. La disentería, la malaria y a veces hasta la tuberculosis, eran enfermedades con las que tenían que convivir y para las que no había una medicina efectiva. El tifo, al que los marineros le llamaban “tabardillo”, era muy temido, ya que causaba fiebres muy altas, 28
escalofrío, delirio y postración. La aparición de manchas negras, signo del tifus, causaba gran alarma entre la tripulación. Pero la más temible de todas las enfermedades era la “peste del mar”. Normalmente empezaba a aparecer hacia mediados o finales del tercer mes de navegación. Para el cuarto mes en alta mar la mayoría de los tripulantes mostraba los síntomas del escorbuto. Casi todos tenían las encías inflamadas y tan sangrantes, que cuando hablaban escupían gotas de sangre. A muchos ya se les habían aflojado los dientes y no era raro que, al tratar de comer, se les quedara algún diente clavado en la comida. Sin embargo, con una risotada, los marineros volvían a colocarlo en su lugar o simplemente lo tiraban por la borda. El mismo Fray Bartolomé acusaba ya los síntomas de la “peste del Mar”: le dolían sobremanera las articulaciones y se sentía muy débil. Y cuanto más débil se encontraba, más lo atacaban los piojos y las pulgas. Pero quizá lo que más le debilitaba era ver a los marinos morirse sin ningún remedio en alta mar. El mal tiempo, seguido de largos períodos de calma, había provocado que el viaje fuera excepcionalmente largo. A esas alturas, uno de cada seis hombres embarcados en Acapulco había fallecido. - Dios quiera que pronto lleguemos a nuestro destino. – le confió un día a un marinero mientras echaban por la borda el cadáver de un hombre fallecido la noche anterior. 29
- ¡Ah! que poco aguanta usted, Padrecito. – contestó el hombre de mar – Nomás debería de ver lo que sucede cuando nos atacan los piratas. Entonces sí que vería usted regados a los muertos por todos lados. Diez, veinte, cincuenta veces más de los que ha visto usted morir en este barco. Esto no es nada.
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CAPITULO VIII Cuando Fray Bartolomé divisó el Cabo del Espíritu Santo, en las islas Filipinas, quiso llorar de la emoción. Poco después, al desembarcar en Manila, dio gracias por pisar un suelo que no se moviera y por poder comer las deliciosas frutas y legumbres que le ofrecía ese paradisíaco lugar. El archipiélago era parte de la corona española, gobernado desde la Nueva España, por lo que no sintió un cambio muy radical en esas tierras. La magnífica ciudad de Manila era habitada por varios cientos de familias españolas, que vivían en señoriales casas y grandes edificaciones. En las calles podía verse gente bien vestida, que se comportaba con educación y urbanidad. En las grandes plazas destacaban Conventos, escuelas e iglesias bien construidas, en donde se realizaban las celebraciones con gran pompa y esplendor. La abundancia de provisiones y el saludable nivel de vida, hacían de Manila, en palabras de los viajeros que llegaban, una de las ciudades más elogiadas del mundo. - Encontrarás que la gente de Filipinas es muy amable. – le dijo un hermano a su llegada - Son hospitalarios y sumamente afables. Los Frailes fueron bien acogidos por sus hermanos de la Provincia de San Gregorio, quienes de inmediato les dieron alojamiento en el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles y los alimentaron adecuadamente. 31
- Aquí – continuó hacia el Convento - los inteligencia y muchos carpinteros, ebanistas, albañiles y otros más.
diciéndole mientras caminaban naturales cultivan la tierra con otros tienen oficios como herreros, joyeros, tejedores,
Fray Bartolomé fue asignado al hospital en que los Frailes Franciscanos atendían a los naturales de aquella región, ya que se sabía de sus conocimientos en enfermería. Fray Bartolomé se adaptó rápidamente a la vida en Filipinas. Sólo tuvo que realizar algunos pequeños cambios en la alimentación, como el de acompañar todos sus alimentos con arroz, ya que nunca faltaba en las comidas. Lo que más le gustaba de la comida filipina eran la carne y las verduras cocinadas con vinagre y ajo, el mero a las brasas y una gran variedad de sopas: de arroz, fideos, ternera, pollo, hígado y verduras. La lengua de los naturales tampoco fue un obstáculo, ya que Fray Bartolomé la aprendió en poco tiempo, por lo que rápidamente pudo entenderse con ellos. Desde luego que le fue de mucha utilidad la “Doctrina Christiana”, que había sido publicada hacía poco tiempo por los Frailes Franciscanos de las Filipinas, en donde se traducían las principales oraciones del castellano a la lengua de los naturales. Al atender a los naturales enfermos, después de haberlos curado, repetía una y otra vez con ellos en su propia lengua, llamada tagalo 32 : 32
Lengua Filipina
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- Ang ama namin. Ama namin nasa lang̃it ca y pasamba mo ang ng̃alã mo, mouisa amin ang pagcahari mo. Y pasonor mo ang loob mo. dito sa lupa parã sa lang̃it, bigyã mo cami ng̃aion nang amin caca nin. para nang sa araoarao. at pa caualin mo ang amin casalanã, yaing uinaualan bahala namĩ sa loob ang casalanan nang nagcasasala sa amin. Houag mo caming ceuan nang di cami matalo nang tocso. Datapo uat ya dia mo cami sa dilan ma sama. Amen Jesus 33 Fray Bartolomé daba gracias a Dios por haberlo puesto en este camino, sin saber la gloria que le tenía preparada.
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Oración del Padre nuestro en tagalo.
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CAPITULO IX - La misión evangelizadora es una de las grandes necesidades de nuestro tiempo. –le dijo el Padre Francisco- Es una obligación que todos los cristianos debemos realizar. Unos lo harán en su propia familia, otros en su comunidad, otros en su propia tierra y habrá quienes lo realicen en algún país lejano e incluso habrá quienes lo realicen en condiciones sumamente adversas, ofrendando quizá hasta su vida. Fray Bartolomé escuchaba atento las palabras del Sacerdote. - ¿Y por qué hemos de ser misioneros? – preguntó Bartolomé. - Porque a nosotros, - respondió Fray Francisco - se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo. Así lo dice San Pablo en sus epístolas. 34 El Padre se puso de pie mientras seguía hablando con el joven. - Y no debe uno vanagloriarse pensando que somos nosotros quienes anunciamos el evangelio, – le aclaró – sino que es el Espíritu Santo el que ilumina a los misioneros. - Entonces, cuando hablamos, cuando catequizamos, ¿no somos nosotros los que lo hacemos, sino es el Espíritu de Dios el que nos ilumina? – preguntó Fray Bartolomé.
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Ef 3, 8
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- Así es, jovencito – respondió con satisfacción el Padre – y a eso le llamamos el kerygma. - Y dice que la misión puede llevar incluso a ofrendar la vida… - se atrevió a preguntar el joven Fraile. - Es verdad, – dijo seriamente Fray Francisco – desde el principio del cristianismo hemos visto cómo quienes proclaman a Jesucristo han sido privados de la vida, es decir, han sido mártires. Fray Francisco se sentó a un lado de la ventana. - El primero de ellos fue San Esteban – le dijo - uno de los siete Diáconos que habían nombrado los Apóstoles. Fue apedreado hasta morir. - Pero es la forma más maravillosa de encontrar la muerte, – dijo Fray Bartolomé - muriendo por la fe en Cristo. Fray Francisco de Santa María estaba a punto de embarcarse hacia el Japón como misionero, viaje en el que quería acompañarlo Fray Bartolomé. Por ello, el Sacerdote quería asegurarse de que Fray Bartolomé estuviera conciente de los peligros a los que se enfrentaría en esa labor. - Eres muy joven aún – le dijo el Padre – y quizá no sepas lo que vale la vida. - Sí lo sé, Padre – respondió Fray Bartolomé – y por ello quiero dedicar mi vida a llevar la palabra de Dios hasta los lugares más recónditos y, si es necesario, ofrendar mi vida por ello.
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- Veo que realmente tienes vocación de misionero. – dijo Fray Francisco de Santa María con satisfacción. Y añadió: - Si dentro de algún tiempo sigues con ese mismo empeño y determinación, me acompañaras a misionar al Japón. Pero te advierto que no será una empresa fácil y que habremos de enfrentarnos a muchas penalidades. - Lo sé, Padre, – afirmó el joven – y quiero firmemente acompañarlo en la misión que habrá de emprender al Japón.
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CAPITULO X - Me encanta contemplar su jardín, – dijo Fray Bartolomé con sinceridad – es como un remanso de paz, bienestar y tranquilidad. - Muchas gracias, Hermano – respondió sonriendo el hermano Gaspar, con una sonrisa que nunca desaparecía, al tiempo que inclinaba cortésmente la mitad de su cuerpo hacia adelante- justamente esa es la idea. El jardín en donde se encontraban era sumamente pequeño, pero en él se reproducía la naturaleza en miniatura: bonsais 35 , diminutos arroyuelos que corrían graciosamente entre piedras, finísimas cascadas, pequeños lagos y bellas flores. El hermano Gaspar y su esposa María eran fieles seguidores de la fe católica en el Japón. Tanto así que desde hacía tiempo habían hecho los votos de la venerable Tercera Orden de la Penitencia o Tercera Orden de San Francisco, como también se le conocía. Su casa, ubicada en un barrio modesto en los suburbios de Nagasaki, al sudoeste de Japón, era muy sencilla, toda ella de madera y de un solo piso. El tejado, de color plomo mate, era muy inclinado y ligeramente curveado. La pequeña construcción se elevaba un cuarto de ken sobre el piso y estaba soportada sobre bases de piedra. Alrededor tenía un estrecho corredor con piso de madera y un esbelto barandal, también de madera. 36
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Arboles en miniatura Unidad de medida japonesa, equivalente a 1.818 metros.
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- Han sido muy amables por recibirnos en su casa – comentó el Fraile – sabemos que exponen su vida al hacerlo. - No diga eso, – respondió el Terciario – es lo menos que podemos hacer por nuestros hermanos de fe. Ahora venga a comer con nosotros. Entraron en la pequeña casa. Fray Bartolomé observó que constaba de una habitación central muy espaciosa y muy iluminada por los amplios ventanales. Las paredes eran corredizas, sumamente delgadas y estaban cubiertas con dibujos de paisajes elaborados en shôji 37 . Casi no había muebles. Al entrar, se quitaron las sandalias y se sentaron en cuclillas sobre zabutones 38 colocados encima de un tatami. 39 Junto con ellos se sentaron los hijos del matrimonio formado por Gaspar y María Vaz. Al centro de la habitación estaba colocada una mesa baja de madera y encima de ella colocaron varios platillos, todo acompañado de gohan 40 y de mugicha. 41 Fray Bartolomé tomó los hashís 42 y con cierta impericia comenzó a comer. - Y dígame Fray Laurel: ¿no fue difícil su llegada a nuestra tierra? – preguntó el hermano Gaspar mientras comían. 37
Papel japonés Cojines 39 Estera tejida de paja 40 Arroz hervido 41 Té de cebada 42 Palillos de madera 38
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- Bueno, la verdad es que entramos de incógnitos. El Padre Francisco de Santa María y yo tuvimos que esconder nuestros hábitos y nuestros cordones franciscanos en un saco de harina. En el puesto de control nos hicimos pasar por comerciantes, lo cual no fue fácil, dijo con ironía - ya que eso se trae en la sangre y ni el Padre Francisco ni yo sabemos nada de eso. Pero, como sea, pudimos entrar finalmente. Después contactamos con algunos Frailes que realizan su misión en estas tierras y así fue como dimos con ustedes – dijo Fray Bartolomé con una sonrisa. - Me alegra que así haya sido. – dijo la hermana María – Últimamente la vida no ha sido fácil para los Frailes ni para los cristianos. Las autoridades están cada vez más estrictas y en cuanto descubren misioneros los destierran o, en el peor de los casos, los ejecutan. - ¿Y a los japoneses cristianos que les hacen? – preguntó Fray Bartolomé, quien de inmediato percibió que un gélido frío glacial se apoderaba de la habitación. – ¡Oh! perdón, fue una imprudencia de mi parte… - Preferimos no hablar de ello, Hermano – dijo Gaspar. - La verdad es que las autoridades están tan temerosas de los cristianos, – aclaró María - que ni a sus propios súbditos respetan. Se habla de detenciones, de torturas y hasta de ejecuciones por profesar el cristianismo. - Todo sea por la mayor gloria de Dios – cortó tajantemente Gaspar. - Así sea – respondieron todos.
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CAPITULO XI - Es mi turno – gritó uno de los niños. - Está bien – dijo alegremente Fray Bartolomé – tú serás el siguiente en jugar koma 43 si respondes a la pregunta que voy a hacerte. El niño se inclinó hacia delante para escuchar la pregunta y listo a echar a girar la peonza. Sus ojitos razgados se abrieron mucho más de lo acostumbrado. Fray Bartolomé mantuvo en el aire la pregunta, regocijándose de la inocente impaciencia del niño. Estaba seguro de que respondería acertadamente y por ello quiso alargar un poco la incertidumbre. - Vamos, ya, pregúntame – apuró el niño con insistencia. - Muy bien – dijo al fin el Fraile – dime cuál es el quinto Mandamiento de la Ley de… - ¡No matarás! - gritó el niño antes de que Fray Bartolomé hubiera terminado de preguntar. - Excelente – dijo Fray Bartolomé con una sonrisa, al tiempo que le daba al niño un hermoso trompo brillantemente laqueado en colores rojo y negro. A Fray Bartolomé le encantaba ver que los niños japoneses eran sumamente inteligentes. - A veces creo que estos niños son más listos que yo – le confesaba al Padre Francisco - Aprenden muy rápido y siempre quieren saber más y más. Hay días en que estoy 43
Trompo giratorio
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agotado de contestar sus preguntas que parecen no acabar nunca. - ¿Es cierto lo que nos dice acerca de que del infierno no se sale nunca? – le preguntó una vez un pequeñín japonés. - Sí, es cierto – respondió Fray Bartolomé. - Entonces, ¿de qué sirven ustedes los Frailes si no pueden sacar a las almas del infierno? – preguntó otro un poco mayor. - Bueno, – le aclaró el Fraile con simpatía – nuestro trabajo es hacer que los hombres se den cuenta de que si actúan mal, es decir, si cometen pecados, se irán al infierno. Pero nosotros no podemos quitarles su libertad de actuar. Esa libertad se las da Dios. - Nuestros bonzos 44 sí pueden rescatarnos del infierno – retó otro de los niños al Fraile. - Pero los bonzos les cobran por sacarlos del “supuesto infierno” – le aclaró Fray Bartolomé – así que los pobres se quedarían sin remedio en el infierno. Los niños se asustaron al escuchar lo que les decía Fray Bartolomé, ya que todos ellos provenían de familias sumamente humildes. - No se asusten, mis niños, – los tranquilizó el Fraile – no es necesario pagar grandes sumas de dinero para salir del infierno. Lo único que nos pide Nuestro Señor es que no cometamos pecado y que lo amemos a Él sobre todas las cosas y amemos a nuestros semejantes tanto como a nosotros mismos. 44
Monjes japoneses
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Los niños se acercaron al Fraile para escucharlo mejor. - Mira, por ejemplo, si una persona roba, está cometiendo pecado, así lo dice uno de los Diez Mandamientos. - ¡Uh! Eso ya lo sabíamos desde antes de que nos lo dijera – sonrió uno de los niños. - Es verdad, – concedió Bartolomé – ustedes los japoneses son gente muy honrada y no es algo nuevo que tenga que enseñarles. Por eso es muy fácil que entiendan la religión cristiana. La labor de catequesis que realizaba desde hace un poco más de tres años en el Japón, no había sido nada fácil. Aprender el idioma y sobre todo la escritura, era una labor titánica. Su japonés era no era muy fluido y le hacía mucha gracia a los niños su modo de hablar extranjero. Muy temprano recorría las estrechas calles de Nagasaki, predicando de puerta en puerta. Había tenido que guardar su hábito por la prohibición que el Shogún Tokugawa Ieyasu había impuesto desde hacía varios años, de predicar la fe católica en el imperio del sol naciente. Su aspecto pobre y humilde había provocado cierto rechazo al principio y Fray Bartolomé había percibido incluso cierto desprecio. Pero poco a poco se había ido ganando a la gente cuando comprobaban que esa humildad y esa pobreza eran auténticas. Sobre todo, cuando se acercaba a los niños, se olvidaba de la rigidez del Convento y jugaba con ellos como si fuera uno más de los pequeños. Aprendió a jugar la koma, el juego favorito de los niños, aunque su recién aprendida habilidad no se
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comparaba con la magistral destreza que tenían los infantes. - Vamos a jugar otra vez – dijo uno de ellos. - Bueno, – respondió Fray Bartolomé con un suspiro – vamos a jugar otra vez. Pero sólo una ronda más, porque ya deben regresar a sus casas o sus padres se preocuparán y llamarán a la guardia. - Esta bien – respondieron obedientemente los niños, quienes estaban acostumbrados a cumplir con su palabra. - Dime, – le preguntó Fray Bartolomé al pequeño jugador en turno - ¿quiénes forman la Santísima Trinidad? - ¡Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo! – respondió el niño con alegría y sorprendente rapidez – Ahora dame el trompo. Fray Bartolomé se divirtió mucho viendo los malabares que hacía el pequeño, quien pasaba hábilmente el trompo de una mano a la otra y lo hacía después saltar por los aires y lo atrapaba sin permitir que el trompo dejara de girar. - No cabe duda – le dijo al Padre Francisco esa tarde – que estos niños japoneses son las personas más extraordinarias que he conocido. - Haces bien en ganarte a esos jovencitos – le respondió el Padre – Cada niño que catequices, será un alma ganada para el Cielo.
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CAPITULO XII - Pater Noster, qui es in caelis 45 - dijo Fray Francisco y levantando las manos todos lo siguieron: - sanctificétur nomen Tuum, adveniat Regnum Tuum 46 … Mientras rezaban, sumamente emocionado.
Fray
Bartolomé
se
sintió
Se encontraban celebrando la Sagrada Eucaristía en casa del Terciario Gaspar Vaz, en Nagasaki. El grupo de fieles no era muy numeroso, quizá una docena, pero la devoción que se respiraba era sumamente intensa. La misa se celebraba en la clandestinidad, debido a la injusta prohibición de las autoridades niponas. Era una noche lluviosa del mes de mayo. La gente acudía empapada a la celebración. La luz era muy escasa, para no llamar la atención desde el exterior. Los rezos se hacían en voz baja y los signos visibles se concretaban a un par de velas encendidas sobre la mesa que servía de altar, un crucifijo de madera y unas flores. – No es necesario que las pongan en agua, – les había indicado el Padre Francisco - ya que las flores son una ofrenda a Dios, no son decoración del Altar. Fray Bartolomé no pudo dejar de pensar que probablemente una experiencia similar habrían vivido los primeros cristianos, quienes antes de Constantino
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Padre Nuestro, que estás en los cielos Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino…
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celebraban la Sagrada Eucaristía en la clandestinidad de las casas. Estaba absorto en este pensamiento cuando una voz autoritaria llamó a la puerta. De inmediato guardaron silencio los fieles. Rápidamente escondieron el crucifijo de madera y Fray Francisco se quitó la estola y el alba, únicas vestimentas litúrgicas que había logrado conservar. Un sudor frío se apoderó de los presentes, quienes víctimas de la lluvia y del miedo empezaron a temblar. El hermano Gaspar trató de infundirles calma y con gran aplomo abrió la puerta. Un oficial de la guardia, chorreando por la lluvia lo increpó: - ¿Qué hacen aquí? Con toda la calma que pudo respondió: - Celebramos una fiesta, Oficial. Es el aniversario de mi esposa. - dijo señalando a María. El guardia empujó a Gaspar al tiempo que ingresaba en la casa seguido por la tropa. - Esto es una celebración cristiana. – señaló – Nos lo ha denunciado un infeliz desertor de ustedes por unas monedas de plata 47 . - No, señor, – dijo María al tiempo que se adelantaba – sólo es una fiesta familiar. - Atrás – dijo el guardia al tiempo que levantaba la mano para propinarle un golpe a la mujer. 47
Desde 1616 las autoridades japonesas habían puesto precio a la cabeza de los sacerdotes, frailes y catequistas: entre 200 a 500 piezas de plata por un sacerdote, entre 100 y 300 por un fraile y entre 50 y 100 por un catequista.
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Fray Bartolomé se interpuso para evitar que maltratara a María. El guardia, cegado por la ira, tomó al joven por el cuello de la casaca y lo aventó contra la pared, pero en su mano quedó la cruz de metal que llevaba colgando el religioso. El Oficial miro con furia aquel símbolo cristiano y con un agudo chillido gritó a sus guardias al tiempo que señalaba a los despavoridos asistentes: - ¡Kature kirishitan! ¡Kature kirishitan! 48 Aquello se convirtió en un mar de confusión. Los guardias golpeaban indiscriminadamente a todos, sin importar si eran mujeres o niños. Inútilmente, las madres trataban de proteger a sus hijos, quienes lloraban presas del pavor. Los guardias arrastraron uno a uno a los fieles hacia el exterior de la casa en donde los ataron de manos y pies. En medio de la lluvia, los desamparados cristianos yacían en el lodo. Los guardias destrozaron la casa en busca de quienes hubieran podido esconderse o de los objetos sagrados que hubieran utilizado. Encontraron la cruz de madera y la llevaron como prueba de las prácticas prohibidas que realizaban en aquella casa. Con lágrimas en los ojos, que se confundían con la sangre que manaba de las heridas por los golpes propinados y con la incesante lluvia, fueron trasladados a la cárcel de Omura, distante poco más de cinco leguas. 49 Parecía que Fray Bartolomé era el blanco de su furia, ya que durante todo el trayecto no cesaban de golpearlo. 48 49
¡Cristianos escondidos! ¡Cristianos escondidos! La legua era una medida de distancia y equivalía a unos 5,572.7 metros
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Al llegar a la prisión, lo arrastraron y continuaron golpeándolo con saña infinita. Agotados, después de descargar su furia contra el Fraile, lo arrojaron hacia dentro de la celda en donde se encontraban sus compañeros y otros muchos prisioneros.
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CAPITULO XIII La pequeña celda en donde los encerraron despedía un olor nauseabundo. La pestilencia de heces y orines acumulados a lo largo de mucho tiempo hacían que el aire fuera irrespirable. El suelo era frío y estaba húmedo. Los gruesos barrotes esquinados de madera le daban un aspecto más semejante a una jaula para fieras que a una celda. Para evitar que los prisioneros tuvieran contacto con el exterior, la celda estaba cercada por fuera con una empalizada vigas de madera puntiagudas. El tamaño de la celda era tan reducido, que los prisioneros difícilmente cabían sentados. Amanecía y con las primeras horas de la mañana soplaba un viento helado que les calaba hasta los huesos. Estaban mojados. Tenían sed y hambre. Nadie se atrevía a hablar por el temor de ser golpeados por los guardias. El silencio sólo era roto de vez en cuando por el sonido de los niños al llorar. Fray Bartolomé estaba sumamente adolorido. Cada intento por moverse era un suplicio. Pero lo que más le dolía, era ver al Padre San Francisco de Santamaría, a Gaspar, a María y a sus otros compañeros, sufrir aquella brutal vejación. Durante el día, el sol inclemente que caía a plomo sobre los desnudos barrotes de la celda, aunado al hacinamiento de los presos, hacía que el infernal calor se tornara insoportable. El llanto desesperado de los niños, el hambre y el bochorno, hacía que los prisioneros tuvieran una mirada perdida, como si estuvieran en otro mundo. 51
Durante las noches y especialmente en las madrugadas, el frío los hacía tiritar y buscar un poco de calor unos con otros, lo que les dificultaba conciliar el sueño. Llovía constantemente, por lo que el agua se colaba por entre las rendijas de los gruesos barrotes de madera. Constantemente estaban mojados y varios de ellos aquejaban ya dolorosos calambres. Sin embargo, el agua de lluvia que alcanzaban a beber, ayudaba a mitigar el rudo martirio de sed y hambre a los que los tenían sometidos. Este tormento se prologó a lo largo de casi tres meses, en los que el sol abrasador les maceraba la piel durante el día y el viento helado los entumía por las noches. De pronto, una gélida mañana de mediados de agosto, Fray Bartolomé sintió un escalofrío cuando escuchó a los guardias acercarse y abrir la puerta de la celda. Pensaba que iban a golpearlo nuevamente. Se acurrucó contra un rincón, esperando lo peor. Sin embargo, ante el desconcierto de los prisioneros, los guardias los arrastraron fuera de la celda, los montaron en caballos de tiro y los condujeron hacia un destino desconocido. Después de una larga y penosa jornada, llegaron a un imponente palacio, consistente en un conjunto de grandes edificaciones de madera, cuyos techos puntiagudos se destacaban entre exuberantes jardines, hermosamente cuidados y rodeados de límpidos y delicados estanques. Los desmontaron a jalones de los caballos y los condujeron hacia un patio interior del palacio. Ahí 52
debieron permanecer un largo tiempo, vigilados por los guardias y con la incertidumbre de no saber en dónde estaban ni qué les esperaba. Posteriormente, sin ninguna explicación, uno a uno, fueron arrastrados hacia el interior de uno de los edificios. Primero se llevaron a Fray Francisco de Santa María. Fray Bartolomé permanecía en el patio, junto con los otros prisioneros. Los guardias los mantenían hincados con la cabeza apoyada contra el suelo. No les permitían moverse ni hablar entre ellos. Después de un tiempo, que a Fray Bartolomé le pareció eterno, los guardias se dirigieron hacia él. Lo tomaron violentamente de los brazos y casi en vilo lo introdujeron al Palacio. Lo arrastraron por un largo corredor hasta llegar a una pequeña escalinata. Dando tumbos, lo introdujeron en una amplia habitación. Por el tipo de suelo, que era lo único que podía ver, ya que los guardias lo mantenían agachado boca abajo, se dio cuenta de que aquella habitación era sumamente fina. El piso de madera preciosa estaba impecablemente limpio y pulido. Fray Bartolomé intuyó que se encontraba frente a un personaje de alta jerarquía, ya que podía percibir a una gran cantidad de guardias que lo escoltaban con gran solemnidad. Además, aquel alto personaje se hacía acompañar de un traductor y una pequeña comitiva y al moverse se escuchaba el fino roce de la tela de seda en su amplio y elegante vestuario. Los guardias mantenían a Fray Bartolomé hincado y fuertemente sujeto a ambos lados, con la cara contra el 53
piso y con los brazos levantados por detrás, produciéndole un gran dolor. -Déjenlo – ordenó con voz autoritaria aquel personaje a quien el Fraile no podía ver. - Veamos si tú eres más sensato que tu compañero Francisco de Santa-no-se-qué. – le dijo aquella voz – Por más torturas que ha recibido, no ha querido renunciar a su fé. Pero tú pareces más inteligente que él. Aquel personaje avanzó lentamente hacia Fray Bartolomé. - Ahora, dime, – levantó la voz con altanería -¿por qué vienes a nuestra tierra a agredirnos? Seguramente no esperaba una respuesta del Fraile, pero un torpe guardia golpeó brutalmente a Bartolomé con su naginata. 50 - ¡Contesta! – ladró el guardia. Fray Bartolomé emitió un quejido sordo, pero permaneció en silencio. - ¿No has oído, imbécil? ¡Contesta! – gritó nuevamente el guardia al tiempo que le pateaba el rostro. - Hemos venido en son de paz. - respondió Fray Bartolomé con la boca sangrante – No hemos venido a agredirlos. - Ustedes quieren imponer su religión, su imperio, su cultura, su fé. Han venido a invadirnos y eso es una agresión. – le dijo el jerarca con furia.
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Arma larga de madera con una hoja filosa curvada en el extremo.
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Después, acercándose al Fraile agregó con un tono más sutil: - Es una invasión pacífica, es cierto, pero muy efectiva. Retrocediendo, se levantó en todo lo alto y apuntó: - Ustedes, Frailes, son unos viles delincuentes. ¿Acaso no saben que desde hace varios años les prohibimos el cristianismo? ¿Acaso no saben que tienen prohibida la entrada a nuestras tierras? ¿Acaso no saben que no queremos su basura? Fray Bartolomé percibió que aquella voz se acercaba nuevamente para susurrarle al oído. - Dime: ¿Quién les dio la autoridad para predicar en nuestras tierras? - Cristo nos envió a todos los rincones de la tierra. – respondió el Fraile - Al llamarnos para que lo sigamos, Cristo nos da un encargo muy precioso: anunciar el Evangelio del Reino a todas las naciones. Así está plasmado en las Sagradas Escrituras. - Sus escrituras no son sagradas para nosotros. – respondió el jerarca, alejándose irritado – Ni su Dios es nuestro Dios. Después se volvió para retar al Fraile: - Tu Dios no llega hasta aquí. – dijo el jerarca en tono de burla – Si tu Dios estuviera aquí, ya te habría salvado de este suplicio. - Cristo es nuestro ejemplo de martirio. Él ofrendó su sangre por nuestra salvación.
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- Si reniegas de él, te salvarás de morir tú también – dijo secamente el jerarca. - Yo estoy dispuesto a dar mi vida cien veces por él. - Insensato, – dijo burlándose con ironía – ni siquiera tienes libertad y quieres dar la vida por tu Dios. - El pueblo de ustedes tampoco tiene libertad – respondió Fray Bartolomé. - ¡Insolente! – aulló el guardia al tiempo que descargaba un feroz golpe con la naginata sobre el vientre del religioso. Fray Bartolomé rodó por el suelo, retorciéndose de dolor, pero siguió sentenciando: - Ustedes no les dan libertad a su pueblo de elegir – apenas pudo decir con el poco aire que le quedaba Tienen miedo, porque saben que si el pueblo es libre, elegirá la religión Católica. Su pueblo está más que dispuesto a manifestar su fe en Cristo. Recobrando un poco de aliento, dijo: - Si no, ¿cómo explica que en sólo unos años sean miles los que se han convertido al cristianismo? 51 - Nosotros les permitimos la libertad, – respondió el jerarca con soberbia - pero dentro de la ley. Lo que ustedes hacen es imponer su cultura occidental y eso es imperialismo. Ustedes son invasores. Nosotros protegemos a nuestro pueblo de sus ideas exóticas. Ustedes corrompen a nuestra juventud. Ustedes envenenan la mente de nuestros niños. Ustedes ponen en peligro la 51
En 1587 se calculaba en doscientos cinco mil el número de japoneses convertidos al cristianismo.
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estabilidad de nuestro sistema. Su gangrena mortal ha llegado a contaminar incluso a nuestros gallardos guerreros samurais 52 y a algunos Daimios 53 . Es inconcebible que hasta algunos estúpidos bonzos hayan caído en las redes del cristianismo. - Ustedes tienen miedo de que les abramos los ojos, – dijo Fray Bartolomé con valentía – tienen miedo a la libertad. Ustedes quieren aislar a su tierra del resto del mundo, para mantener el control del pueblo. Por eso no permiten que viajen a ultramar, que construyan barcos, que vean otras civilizaciones. El día que dejen en libertad a su pueblo, serán una gran nación, porque su gente es extraordinariamente maravillosa. - Eres un pobre bastardo infeliz que engaña a la gente con un burdo disfraz de pobreza y humildad – dijo el jerarca con desprecio. - Esa pobreza y esa humildad son lo que nos ha permitido acercarnos a su pueblo, – dijo Fray Bartolomé retando al jerarca - cosa que usted no ha logrado con su autoritarismo absolutista. - ¡Morirás en la hoguera por tu torpe obstinación, desgraciado! – gritó el jerarca, cuya paciencia había llegado a su límite. Fray Bartolomé lo escuchó alejarse a gran velocidad, seguido de su comitiva. Los guardias descargaron su furia sobre el desamparado Fraile, al tiempo que lo arrastraban de nuevo hacia afuera. 52 53
Guerreros japoneses Señores feudales.
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CAPITULO XIV - ¡Hijo mío! – exclamó Fray Francisco al ver nuevamente a Fray Bartolomé. - ¡Silencio! – gritó un guardia al tiempo que golpeaba al Sacerdote. Fray Bartolomé también se alegraba de ver nuevamente al Padre Francisco, así como al hermano Gaspar, a María, a sus hijos y a los otros Terciarios. Al salir del Palacio se veían muy maltrechos. Lucían demacrados, sucios, golpeados y sobajados. No obstante, ninguno de ellos se veía triste. Estaban dispuestos a morir por Nuestro Señor y a hacerlo con la alegría de saber que sufrían por amor a El. La pena impuesta por las autoridades japonesas no era sólo morir en la hoguera, sino la exhibición pública de los condenados. Sabían que, dado que el tiempo que tarda en morir un mártir en la hoguera a fuego lento es muy largo, su agonía implica un sufrimiento muy doloroso. Sin embargo, Fray Bartolomé sufría con gusto ese dolor y ese sufrimiento por ser testigo de Cristo. Recordó las palabras de Nuestro Señor en las Sagradas Escrituras: «Vosotros seréis mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaría, y hasta el extremo del mundo» 54
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Hechos de los Apóstoles, Capítulo I, Versículo 8
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Fray Bartolomé se dio cuenta de que el mandato que Cristo le había dado, conlleva consigo una trágica grandeza: no bastaría el testimonio de la palabra, habría que añadir el testimonio de la propia sangre. Supo que por fin comprendería en toda su magnitud lo que significaba la palabra cristiano: ser testigo de Cristo y morir por Cristo. Seguramente algún día, él mismo estaría, tal como lo dijo el Apóstol San Juan, «debajo del Altar, junto con las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían dado» 55 Fueron trasladados nuevamente a la ciudad de Nagasaki. Al llegar a una colina cercana a la ciudad llamada Nishizaka o Tateyama, 56 los verdugos prepararon la escena del martirio. Ese día, por la mañana, fueron decapitados los terciarios dominicos japoneses, Francisco Kurobioye, Caio Jiyemon, y quemadas vivas a fuego lento Magdalena Kyota, de noble cuna, y la viuda Francisca. Por la tarde, corrió el turno del martirio de Fray Bartolomé y de sus compañeros. Llevaron al Padre Francisco, a Fray Bartolomé, a Fray Antonio, a Gaspar Vaz y a Francisco Cufioye a las piras que habían preparado ex profeso para cada uno de ellos y los ataron fuertemente a un tronco. Una vez que habían sido inmovilizados, con una saña infinita para despertar el horror de los sentenciados a la hoguera y con el ánimo de que se acobardaran en el 55 56
Apocalipsis 6, :9 Actualmente llamada Colina de los Mártires
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último momento, los crueles verdugos decapitaron frente a ellos a María y a los otros Terciarios, con un daitō. 57 Una vez consumada la cruenta masacre, los guardias encendieron las piras de cada uno de los condenados. La hogueras se colocaban intencionalmente separadas a una distancia de unas dos varas del condenado, a fin de que su muerte fuera lenta. En ocasiones tardaban varias horas en morir o incluso hubo quienes agonizaban hasta el día siguiente. La hoguera se prendió lentamente. Conforme las llamas se acercaban a sus pies, Bartolomé padeció dolores agudos e inaguantables. Su piel se adquirió un color rojo intenso, se llenó de ámpulas y después se tornó negra. Se le hinchó sobremanera, por lo que sintió que las sogas lo estrangulaban. Sudaba copiosamente. Su cuerpo temblaba y sufría espasmos de manera incontrolable. El humo le asfixiaba y el corazón le latía aceleradamente. A causa del dolor, las pupilas se le dilataron. La vista se le nubló y difícilmente podía distinguir a la gente que lloraba a su alrededor. Conforme el fuego aumentaba y llegaba a sus órganos vitales, después de una larga agonía, Fray Bartolomé sentía que se acercaba el fin. En el momento de mayor paroxismo, el dolor y sufrimiento se volvieron insoportables. Sin embargo, entrecerrando los ojos, Bartolomé pudo ver al Padre Francisco de Santa María y a Fray Antonio y un poco más allá a los hermanos Gaspar y Francisco, quienes rezaban con gran devoción, en medio del suplicio.
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Sable japonés
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Fray Bartolomé Laurel elevó los ojos al cielo y exclamó antes de morir: - Laudate Dominum omnes gentes, laudate omnes populi. Quoniam confirmata est super misericordia eius et veritas domini manet in aeternum. 58
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Alaben al Señor, todas las naciones, glorifíquenlo, todos los pueblos. Porque es inquebrantable su amor por nosotros y su fidelidad permanece para siempre.
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PRINCIPALES SUCESOS DEL CRISTIANISMO EN JAPON Y EN LA VIDA DE FRAY BARTOLOME LAUREL
1549 El jesuita español Francisco Xavier llega a Kagoshima en una expedición portuguesa, con la intención de cristianizar el Japón. 1571 La religión cristiana fue acogida favorablemente e incluso protegida por Oda Nobunaga, que por aquel entonces estaba en lucha contra el clero budista y veía en el cristianismo un arma eficaz contra aquel. 1584 Hace escala el lego franciscano Fr. Juan Pobre de regreso de un viaje a China. Los japoneses quedan prendados de su ejemplo de humildad y pobreza. 1585 Se erige la Provincia Franciscana de San Gregorio en Filipinas por la bula del Papa Sixto V 1587 Mediante un golpe militar, Toyotomi Hideiyoshi se hace Shogún, puesto desde el que controla el poder militar. Publica un edicto en el que prohíbe el cristianismo. Este edicto no tuvo aplicación al principio, puesto que, junto con los comerciantes extranjeros, penetraban en el Japón numerosos misioneros, a los que se toleraba. La comunidad católica japonesa, con centro principal en Nagasaki, era calculada en doscientos cinco mil fieles. 63
1593 Desembarcan en Japón, procedentes de la Provincia de San Gregorio, en Filipinas, los cuatro primeros franciscanos: Pedro Bautista Blázquez, Bartolomé Ruíz, Francisco de San Miguel y Gonzalo García. 1596 En Miyako, actual Kyoto, fundan dos hospitales y una escuela elemental, además de la iglesia y convento. 1596 Estalla la persecución contra los misioneros en Japón. 1597 El 5 de febrero padecen martirio en Nagasaki, el custodio Pedro Bautista Blásquez, Martín de la Ascensión, Francisco Blanco, Francisco de San Miguel, Gonzalo García y Felipe de Jesús, además de tres jesuitas indígenas y 17 terciarios japoneses. 1598 Muere Toyotomi Hideyoshi y se inicia el reinado de Daifusama 1599 Nace Bartolomé Laurel en Acapulco, Gro. 1602 Entra en Japón una expedición de seis franciscanos que fundan residencias en Miyako, Fishima, Osaka, Yedo, Okayama, Uranga y Kwanto. 1604 Nace Tokugawa Iyemitsu, nieto de Tokugawa Iyeyasu. 1607 Se funda el pequeño convento de Santa María de Guía en Acapulco, Gro.
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1608 Suman 34 misioneros franciscanos entregados a la cura pastoral y al cuidado de los hospitales y leproserías. 1609 Fray Francisco de Santa María, nacido en Montalbanejo, España, llega a Filipinas. 1612 Estalla una nueva persecución contra los cristianos. 1613 Iyeyasu restablece los edictos de proscripción de Hideiyoshi y, después del descubrimiento de una conspiración encaminada a derrocar a los Tokugawa, organizada por japoneses cristianos, el gobierno nipón adopta medidas cada vez más severas contra el cristianismo. 1614 El emperador publica un edicto con el cual proscribía la religión católica, expulsaba a todos los misioneros, ordena derribar las iglesias y condena a muerte a cuantos persistan en su fe. Los franciscanos se hacen cargo del Convento de Santa María de Guía, dependiente de la Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán. 1615 El 13 de mayo toma el hábito Fr. Bartolomé Laurel en el convento de Valladolid. A los pocos meses abandona el convento. 1616 Se incrementa la persecución contra los cristianos. Termina el reinado de Daifusama Nueva toma de hábito de Fray Bartolomé Laurel el 17 de octubre. 65
1617 Iyemitsu es investido Shogún. Profesión solemne de Fr. Bartolomé Laurel como hermano lego, siendo Guardián y predicador del convento de Valladolid, Fr. Alonso de Santa María. 1619 Fray Bartolomé Laurel se embarca para Filipinas y sirve durante un tiempo en la enfermería. 1622 Llega a un ensañamiento sin igual la persecución contra los cristianos. Tienen que permanecer ocultos y tratan de acudir en auxilio de los fieles perseguidos. El 10 de septiembre son martirizados 52 fieles. 1623 Inicia el reinado del Tokugawa Iemitsu, al abdicar su padre. Fr. Francisco de Santa María y Fr. Bartolomé Laurel se embarcan hacia el Japón. 1627 Fr. Francisco de Santa María y Fr. Bartolomé Laurel son arrestados en el mes de mayo en casa del terciario Gaspar Vaz, junto con su mujer María y otros seis terciarios. Son conducidos a la prisión de Omura. El 16 de agosto Fr. Bartolomé Laurel es quemado en la hoguera en Nagasaki, junto con Fr. Francisco de Santa María, Fr. Antonio de San Francisco y Gaspar Vaz. Siete terciarios franciscanos japoneses mueren decapitados en la Santa Colina, incluida María, la esposa de Gaspar. También mueren varios terciarios dominicos. 1630 Fr. Diego de S. Francisco, Predicador y Comisario de los religiosos franciscanos en Japón, envía a través de Fr. Diego Enríquez de Losada, Síndico en 66
Macao, una relación al Ministro Provincial de Manila, Fr. Miguel Soriano, con los nombres de los santos mártires del Japón, en donde asienta el martirio de Fr. Bartolomé Laurel. 59 1633 En el Capítulo General de la Orden de los Frailes Menores, celebrado en Toledo, España, se publica un listado de los Franciscanos que han sido martirizados en el Japón, desde el Capítulo General, entre los que se incluye a Fray Bartolomé Laurel. 1867 Fray Bartolomé Laurel es beatificado el 7 de julio por el Papa Pío IX, junto con 204 mártires del Japón, en la Patriarcal Basílica de San Pedro, en Roma. 1892 El 13 de febrero S.S. León XIII decreta Misa y Oficio propios para el Beato Fray Bartolomé DíasLaurel en la Iglesia Mexicana, instituyendo su memoria litúrgica con carácter de Fiesta Dúplex a celebrarse el 18 de agosto. A la fecha La causa de Canonización de Fray Bartolomé DíasLaurel, junto con la de los 204 mártires beatificados por S. S. Pío IX, es impulsada por el
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Relación de los Santos Martyres que por la fe de Xpo padecieron en los Reynos de Japón, desde el año de 1628, por Fr. Diego de S. Francisco, Predicador y Comissario de los Religiosos de nro. P. S. Francisco en estos Reynos del dicho Japón. - Ms. Inédito del Archivo de la Provincia de S. Gregorio, Cajón Nº 8, Legajo Nº 3, Cap. 41
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Promotor General de las causas de Canonización de la Orden de los Predicadores (Dominicos). 60
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La causa se llama oficialmente “Alfonso Navarrete, sacerdote OP y Compañeros.”. En las causas que implican grupos amplios y que tienen que ver con distintas congregaciones religiosas, es praxis común que a la Orden a la que pertenece el que encabeza el grupo en cuestión se le asigna la postulación de todo el grupo. En nuestro caso, siendo el Beato Alfonso Navarrete un dominico, la postulación está actualmente en manos del Postulador General de las Causas de los Santos de la Orden de Predicadores.
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ELENCO DE LOS 205 MARTIRES DEL JAPON BEATIFICADOS POR S.S. PIO IX EL 7 DE JULIO DE 1867 GRUPO I Martirio: 22 mayo 1617 en Nagasaki. 1. Pedro de la Asunción, Pbro 61 ., OFM 62 , español, decapitado. 2. Juan Bautista Machado de Tavora, Pbro., SI 63 , portugués, decapitado. GRUPO II. Martirio: 1 junio 1617 en Omura. 3. Alfonso Navarrete, Pbro., OP 64 , español, decapitado. 4. Fernando de San José, Pbro., OESA 65 , español, decapitado. 5. León Tanaca, catequista, SI, japonés, decapitado. GRUPO III. Martirio: 1 octubre 1617 en Nagasaki. 6. Gaspar Ficogiró, TOP 66 , japonés, decapitado. 7. Andrés Yakinda, TOP, japonés, decapitado. GRUPO IV. Martirio: 16 agosto 1618 en Meaco. 8. Juan de Santa Martha, Pbro., OFM, español: decapitado. GRUPO V. Martirio: 16 mayo 1619 en Suzuta. 9. Juan de Santo Domingo, OP, español: muerto de penuria en la cárcel. GRUPO VI. Martirio: 18 noviembre 1619 en Nagasaki. 61
Presbítero Orden de los Frailes Menores 63 Compañía de Jesús 64 Orden de los Predicadores (Dominicos) 65 Orden de los Ermitaños de San Agustín 66 Tercera Orden los Predicadores o de la Cofradía del Santo Rosario 62
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10. Leonardo Kimura, coadjutor SI, japonés, quemado vivo. 11. Andrés Muraiama Tocuan, TOP, japonés, quemado vivo. 12. Cosme Takeya, TOP, coreano, quemado vivo. 13. Juan Yoxida Xoum, TOP, japonés, quemado vivo. 14. Domingo Jorge, TOP, portugués, quemado vivo. GRUPO VII. Martirio: 27 noviembre 1619 en Nagasaki: 15. Bartolomé Xeki, TOP, japonés, decapitado. 16. Antonio Kimura, TOP, japonés, decapitado. 17. Juan Ivananga, TOP, japonés, decapitado. 18. Luis Nacamura, TOP, japonés, decapitado. 19. León Nacanixi, TOP, japonés, decapitado. 20. Miguel Takexita Canghei, TOP, japonés, decapitado. 21. Matías Cozaga, TOP, japonés, decapitado. 22. Romano Matzuwoca Miwota, TOP, japonés, decapitado. 23. Matías Nacano Miwota, TOP, japonés, decapitado. 24. Juan Motayana, TOP, japonés, decapitado. 25. Tomás Cotenda, TOP, japonés, decapitado. GRUPO VIII. Martirio: 7 enero 1620 en Sozuta. 26. Ambrosio Fernández, coadjutor SI, portugués: Muerto de penuria en la cárcel. GRUPO IX. Martirio: 22 mayo 1620 en Nagasaki. 27. Matías de Arima, catequista SI, japonés: cruelmente torturado. GRUPO X. Martirio: 16 agosto 1620 en Cocura de Byen. 28. Simón Bocusai Kiota, catequista SI - TOP, japonés, crucificado. 29. Magdalena, esposa de Simón, catequista SI - TOP, 70
japonesa, crucificada. 30. Tomás Ghengoro, catequista SI - TOP, japonés, crucificado, y su esposa: 31. María, catequista SI - TOP, japonesa, crucificada, y el hijo de ambos: 32. Santiago, TOP, japonés, crucificado. GRUPO XI. Martirio: 10 agosto 1622 en Ichi. 33. Agustín Ota, Pbro., SI, japonés: decapitado. GRUPO XII. Martirio: 19 agosto 1622 en Nagasaki. 34. Luis Flores o Frarijn, Pbro., OP, belga, quemado vivo. 35. Pedro de Zúñiga, Pbro., OESA, español, quemado vivo. 36. Joaquín Firayama o Díaz, TOP, japonés, quemado vivo. 37. León Sukeyemon, TOP, japonés, decapitado. 38. Juan Soyamon, TOP, japonés, decapitado. 39. Miguel Díaz, TOP, japonés, decapitado. 40. Marcos Takenoxika Xineyemon, TOP, japonés, decapitado. 41. Tomás Coyanaghi, TOP, japonés, decapitado. 42. Antonio Yamanda, TOP, japonés, decapitado. 43. Santiago Matsuwo Denxi, TOP, japonés, decapitado. 44. Lorenzo Rocuyemon, TOP, japonés, decapitado. 45. Pablo Sankiki, TOP, japonés, decapitado. 46. Juan Yango, TOP, japonés, decapitado. 47. Bartolomé Mofioye, TOP, japonés, decapitado. 48. Juan Matasaki Nangata, TOP, japonés, decapitado. GRUPO XIII. Martirio: 10 septiembre 1622 en Nagasaki. Llamado también “Magno” 49. Francisco Morales, Pbro., OP, español; 50. Angel Orsucci, Pbro., OP, italiano; 71
51. Alfonso de Mena, Pbro., OP, español; 52. José de San Jacinto, Pbro., OP, español; 53. Jacinto Orfanel, Pbro., OP español; 54. Luis Saburo, corista profeso OP, japonés; 55. Tomás del Rosario, corista profeso OP, japonés; 56. Domingo del Rosario, corista profeso OP, japonés; 57. Ricardo de Santa Ana, Pbro., OFM, belga; 58. Pedro de Avila, Pbro., OFM, español; 59. Vicente de San José, laico profeso OFM, español; 60. Carlos Spinola, Pbro., SI, italiano; 61. Sebastián Kimura, Pbro, SI, japonés; 62. Gonzálo Fusai, escolástico SI, japonés; 63. Antonio Kiumi, escolástico SI, japonés; 64. Pedro Sampó, escolástico SI, japonés; 65. Miguel Xumpó, escolástico SI, japonés; 66. Juan Kingocu, escolástico SI, japonés; 67. Juan Acafoxi, escolástico SI, japonés; 68. Luis Cavara, escolástico SI, japonés; 69. León de Satzuma, TOF 67 , japonés; 70. Lucía de Freitas, de ochenta años, TOF, japonesa; 71. Antonio Sanga, catequista SI, japonés, y su esposa 72. Magdalena, TOP, japonesa; 73. Antonio Coreano, catequista SI - TOP, japonés. y su esposa: 74. María, TOP, japonesa, con sus hijos: 75. Juan, TOP, de doce años, japonés, y: 76. Pedro, TOP, de tres años, japonés; 77. Pedro Nangaxi, TOP, japonés, y su esposa: 78. Tecla, TOP, japonesa, y el hijo de ambos: 79. Pedro, TOP, de 7 años, japonés; 80. Pablo Tanaca, TOP, japonés, y su esposa: 81. María, TOP, japonesa; 67
Tercera Orden Franciscana
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82. Isabel Fernández, TOP, japonesa, esposa del mártir Domingo Jorge y: 83. Ignacio, TOP, su hijo, japonés, de cuatro años; 84. Apolonia, TOP, japonesa, viuda y tía materna del mártir Gaspar Cotenda; 85. Domingo Yamanda, TOP, japonés, y su esposa: 86. Clara, TOP, japonesa; 87. María, TOP, esposa, japonesa del mártir Andrés Tocuan; 88. Inés, TOP, japonesa esposa del mártir Cosme Takeia; 89. Domingo Nagata, TOP, japonés, hijo del mártir Matías Nakano; 90. Bartolomé Xikiyemon, TOP, japonés; 91. Damián Yamitxi Tanda, TOP, japonés, y su hijo: 92. Miguel, TOP, de cinco años, japonés; 93. Tomás Xikiró, TOP, japonés; 94. Rufo Yaximoto, TOP, japonés; 95. María, TOP, japonesa, esposa del mártir Juan Xuom; 96. Clemente Vom, TOP, japonés, y su hijo: 97. Antonio, TOP, japonés; 98. Dominga Ongata, TOP, japonesa; 99. Catalina, TOP, japonesa, viuda, 100. María Tanaura, TOP, japonesa: de estos veintidós fueron quemados vivos, los otros treinta decapitados. GRUPO XIV. Martirio: 11 septiembre 1622 en Nagasaki. 101. Gaspar Cotenda, catequista SI y TOP, japonés, decapitado, de la familia de los Reyes de Firando; 102. Francisco, japonés, decapitado, de doce años, hijo del mártir Cosme Takeya; 103. Pedro, japonés, decapitado, de siete años, hijo del mártir Bartolomé Xiquiyemon. 73
GRUPO XV. Martirio: 12 septiembre 1622 en Omura. 104. Tomás Zumárraga, Pbro., OP, español, quemado vivo. 105. Mancio de Santo Tomás, corista profeso OP, japonés, quemado vivo. 106. Domingo de Fiunga, corista profeso OP, japonés, quemado vivo. 107. Apolinar Franco, Pbro., OFM, español, quemado vivo. 108. Francisco de San Buenaventura, laico profeso OFM, japonés, quemado vivo. 109. Pedro de Santa Clara, laico profeso OFM, japonés, quemado vivo. GRUPO XVI. Martirio: 15 septiembre 1622 en Firando. 110. Camilo Constanzo, Pbro., SI, italiano, quemado vivo. GRUPO XVII. Martirio: 2 octubre 1622 en Nagasaki. 111. Luis Yakici, japonés, quemado vivo, y su esposa. 112. Lucía, japonesa, decapitada, y los hijos de ambos: 113. Andrés, japonés, decapitado, de ocho años y: 114. Francisco, japonés, decapitado, de cuatro años. GRUPO XVIII. Martirio: 1 noviembre 1622 en Scimabara. 115. Pedro Pablo Navarra, Pbro., SI, italiano, quemado vivo. 116. Dionisio Fugixima SI, japonés, quemado vivo. 117. Pedro Onizzuki Sandaju, SI, japonés, quemado vivo. 118. Clemente Kiuyenon, japonés, quemado vivo, sirviente del P. Navarro. GRUPO XIX. Martirio: 4 diciembre 1623 en Iendo. 74
119. Francisco Gálvez, Pbro., OFM, español, quemado vivo. 120. Jerónimo De Angeles, Pbro., SI, italiano, quemado vivo. 121. Simón Yempó, coadjutor SI, japonés, quemado vivo. GRUPO XX. Martirio: 22 febrero 1624 en Scendai. 122. Diego Carvallo, Pbro., SI, portugués: inmerso en el agua gélida. GRUPO XXI. Martirio: 25 agosto 1624 en Scimabara. 123. Miguel Carvallo, Pbro., SI, portugués, quemado vivo. 124. Pedro Vázquez, Pbro., OP, español, quemado vivo. 125. Luis Sotelo, Pbro., OFM, español, quemado vivo. 126. Luis Sasanda, Pbro., OFM, japonés, quemado vivo. 127. Luis Baba, laico profeso OFM, japonés, quemado vivo. GRUPO XXII. Martirio: 15 noviembre 1624 en Nagasaki. 128. Caio, coreano, catequista SI, quemado vivo. GRUPO XXIII. Martirio: 20 junio 1626 en Nagasaki. 129. Francisco Pacheco, Pbro., provincial SI, portugués, quemado vivo. 130. Baltazar De Torres, Pbro., SI, español, quemado vivo. 131. Juan Bautista Zola, Pbro., SI, italiano, quemado vivo. 132. Pedro Rinxei, SI, japonés, quemado vivo. 133. Vicente Caun, SI, coreano, quemado vivo. 134. Juan Kinsaco, SI, japonés, quemado vivo. 135. Pablo Xinsuke, SI, japonés, quemado vivo 136. Miguel Tozó, SI, japonés, quemado vivo. 137. Gaspar Sandamatzu, coadjutor SI, japonés, quemado vivo. 75
GRUPO XXIV. Martirio: 12 julio 1626 en Nagasaki. 138. Mancio Araki, japonés, escondía a los Padres SI. 139. Matías Araki, japonés., escondía a los PP. SI. 140. Pedro Araki Kobioye, japonés, y su esposa: 141. Susana, japonesa, escondían a los PP. SI.; 142. Juan Tanaca Kino, japonés, y su esposa: 143. Catalina, japonesa, escondían a los PP. SI.; 144. Juan Naisen, japonés, y su esposa: 145. Monica, japonesa, con el hijo de ambos: 146. Luis, japonés, de siete años, escondían a los PP. SI: Suplicios varios. GRUPO XXV. Martirio: 29 julio 1627 en Omura. 147. Luis Bertrán, laico profeso OP, español, quemado vivo. 148. Mancio de la Santa Cruz, laico profeso OP, japonés, quemado vivo. 149. Pedro de Santa María, laico profeso OP, japonés, quemado vivo. GRUPO XXVI. Martirio: 17 agosto 1627 en Nagasaki. 150. Francisco Kurobioye, TOP, japonés, decapitado; 151. Caio Jiyemon, TOP, japonés, decapitado. 152. Magdalena Kyota, TOP, japonesa, quemada viva, de sangre real. 153. Francisca, TOP, japonesa, quemada viva. 154. Francisco de Santa María, Pbro., OFM, español, quemado vivo. 155. Bartolomé Laurel, laico profeso OFM, mexicano, quemado vivo. 156. Antonio de San Francisco, laico profeso OFM, japonés, quemado vivo. 157. Gaspar Vaz, TOF, japonés, quemado vivo. 76
158. Tomás Vó, TOF, japonés, decapitado. 159. Francisco Cufioye, TOF, japonés, quemado vivo. 160. Luca Kyemon, TOF, japonés, decapitado. 161. Miguel Kizayemon, TOF, japonés, decapitado, familiar del obispo. 162. Luis Matzuo, TOF, japonés, decapitado. 163. Martín Gómez, TOF, japonés, decapitado. 164. María, TOF, japonesa, esposa de Gaspar Vaz, decapitada. GRUPO XXVII. Martirio: 7 septiembre 1627 en Nagasaki. 165. Tomás Tzuji, Pbro., SI, japonés, quemado vivo. 166. Luis Maki, japonés, quemado vivo, y su hijo: 167. Juan, japonés, quemado vivo, hospedaban al P. Tomás. GRUPO XXVIII. Martirio: 8 septiembre 1628 en Nagasaki. 168. Antonio de San Buenaventura, Pbro., OFM, español; 169. Domingo de Nagasaki, laico profeso OFM, japonés; 170. Domingo Castellet, Pbro., OP, español; 171. Tomas de San Jacinto, laico catequista OP, japonés; 172. Antonio de Santo Domingo, laico OP, japonés; 173. Juan Tomaki, TOP - TOF, japonés, y sus hijos: 174. Domingo, TOP - TOF, japonés, de dieciséis años, 175. Miguel, TOP - TOF, japonés, de trece años, 176. Tomás, TOP - TOF, japonés, de diez años, 177. Pablo, TOP - TOF, japonés, de siete años; 178. Juan Imamura, TOP - TOF, japonés; 179. Pablo Aybara, TOP - TOF, japonés; 180. Romano Aybara, TOP - TOF, japonés; 181. León, TOP - TOF, japonés; 182. Santiago Fayaxida, TOP - TOF, japonés; 77
183. Mateo Anyin Alvarez, TOP - TOF, japonés; 184. Miguel Yamanda, TOP - TOF, japonés, y su hijo: 185. Lorenzo, TOP - TOF, japonés; 186. Luis Nifaki, TOP - TOF, japonés, con sus hijos: 187. Francisco, TOP - TOF, japonés, de cinco años, 188. Domingo, TOP - TOF, japonés, de dos años, y 189. Luisa, TOP - TOF, japonesa, doce quemados vivos, diez decapitados. GRUPO XXIX. Martirio: 16 septiembre 1628 en Nagasaki. 190. Miguel Fimonoya, TOP, japonés, decapitado. 191. Pablo Fimonoya, su hijo, TOP, japonés, decapitado. 192. Domingo Xobioye, TOP, japonés, decapitado. GRUPO XXX. Martirio: 25 diciembre 1628 en Nagasaki. 193. Miguel Nacaxima, SI, japonés: varios tormentos. GRUPO XXXI. Martirio: 28 septiembre 1630 en Nagasaki. 194. Juan Shozaburo, catequista TOSA 68 , japonés, decapitado. 195. Mancio Seizayemon, TOSA, japonés, decapitado. 196. Miguel Kiuki Tayemon Kinoxi, TOSA, japonés, decapitado. 197. Lorenzo Xizo Hakizo, TOSA, japonés, decapitado. 198. Pedro Terai Kufioye, TOSA, japonés, decapitado. 199. Tomás Terai Kufioye, TOSA, japonés, decapitado. GRUPO XXXII. Martirio: 3 septiembre 1632, en Nagasaki. 200. Bartolomé Gutiérrez, Pbro., OESA, mexicano; 68
Tercera Orden de San Agustín
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201. Vicente Carvallo, Pbro., OESA, portugués; 202. Francisco de Jesús, Pbro., OESA, español; 203. Antonio Pinto Ixida, Pbro., SI, japonés; 204. Jerónimo De Torres, Pbro, TOF, japonés; 205. Gabriel de la Magdalena, laico profeso OFM, español: primero fueron sumergidos en las aguas hirvientes de Ungen, después decapitados en Nagasaki.
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