Azul y blanco

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Orfeo y Eurídice. ¿Recuerdas, Juani, lo que te decía un mes antes de tu ida, cuando todos creíamos que lo que atravesabas era una simple y pasajera depresión? "Cuando llegue el verano -te decía- y estemos en una isla griega, sentados en una terraza de pura cal, con puertas y ventanas pintadas de azul, bajo la sombra de una parra, tomándonos unas cervezas mirando el mar a lo lejos, nos reiremos recordando estos momentos." Dentro de unos días buscaré esa terraza, me sentaré en ella con Reyes y Nieves y tú estarás a mi lado con esa camiseta azul y blanca que yo te decía que no era simétrica, e imaginaré cómo tus ojos reflejan tanto azul y tanto blanco. No, no es el crucero que teníamos proyectado, creo que jamás podría embarcarme en un crucero. Es uno de esos viajes que cada año planea Reyes y este le ha tocado a Grecia. La recorreremos por entero, incluidas algunas de sus islas. Sí, uno de esos viajes agotadores que tanto me gustan. Pensarás que no es el momento adecuado para visitar ese país. ¡Pues si supieras dónde quería llevarnos Reyes! Al final se ha impuesto la sensatez (o el miedo) de Nieves y al menos en Grecia estaremos a salvo del peor de los males: el radicalismo religioso. En realidad, todos los radicalismos son malos ya que el que es radical no ve más allá de sus propias ideas y se cree poseedor de la verdad absoluta y, por tanto, de la razón; los demás, como están equivocados, o comparten sus ideas o hay que eliminarlos, bien mediante campañas de desprestigio o por la fuerza. La historia, antigua o reciente, está llena de ejemplos de este tipo. Con lo bien que iría el mundo si cada uno creyese lo que quiera creer y respetase lo que quisieran creer los demás. Bueno, parece que ya se me ha contagiado el viejo espíritu griego y me he puesto a filosofar. Nada nuevo, ya me conoces. Siempre he preferido pensar a hablar y esa tendencia se ha acentuado desde que te marchaste.


Por otra parte, resultará interesante conocer de primera mano lo que está sucediendo en ese país. Colaboraremos con nuestro granito de arena en su recuperación, dejándonos allí nuestras provisiones de euros y, dejando a un lado la parte trágica, la inestabilidad política y económica por la que atraviesa le dará al viaje su toque de aventura. Además y sobre todo, me hace ilusión pisar en vivo y en directo esos lugares con los que soñaba cuando los estudiaba en los libros de texto. Grecia, el país de la mitología, donde nació la tragedia y la comedia, la democracia, el amor a la sabiduría, nuestra cultura, nuestra forma de pensar, nuestro ideal de belleza. Y esto último me lleva a pensar que, quizá, a esa forma de ver las cosas que nos transmitió la cultura griega, deba el que me enamorase de ti. ¿Recuerdas aquel piropo que a menudo te decía? Grecia, con sus mitos y leyendas, sus templos y palacios, sus dioses y sus héroes, el país en el que la historia, la leyenda y la literatura aparecen mágicamente confundidos, el país donde soñar despierto debe ser fácil. Si pudiera trasladarme a ese mundo griego en el que los hombres compartían mesa con los dioses, trataría de imitar (salvo en tocar la lira) al enamorado Orfeo y haría lo que él hizo: aventurarse en el inframundo para tratar de resucitar y recatar a su querida esposa Eurídice. Casi lo consigue, pero al final terminó perdiéndola definitivamente. La historia no podía acabar de otra manera, y es que es inútil tratar de remediar lo irremediable. Hasta en el mundo de los mitos y leyendas se nos enseña que es absurdo rebelarse contra la fatalidad del destino. Una lección que, al igual que Orfeo, aún no he aprendido. 5/08/2015


Azul y blanco. El viaje a Grecia, Juani, ha sido uno de los más agotadores que hemos realizado hasta ahora. No por la turbulenta situación del país, ya que todo funcionaba con absoluta normalidad, sino por la cantidad de kilómetros recorridos y lo poco que hemos dormido. A pesar de eso, ha merecido la pena. He podido pisar los lugares con los que soñaba, comenzando por la antigua Micenas. Allí, donde ahora se amontonan las piedras desgastadas por el tiempo, imaginé cómo en el mégaron, o salón del trono, cobraba de nuevo vida el soberano Agamenón, promotor de la guerra de Troya. El mismo escenario donde su esposa Clitemnestra y su hijo Orestes cometieron los crímenes que llevaron a escena Esquilo y Eurípides. En su Puerta de los Leones dejé pasar la muchedumbre que disparaba sin cesar sus cámaras y móviles y acaricié con disimulo las enormes y viejas piedras de su muralla ciclópea. He contemplado el mítico monte Parnaso, hogar de las musas. De sus faldas cuelga el Santuario de Delfos donde templos, gimnasios, teatro y estadio trepan por una pendiente imposible, mientras quinientos metros más abajo un río plateado de olivos va camino del mar. Pasé junto al ónfalos, la piedra que marca el ombligo del mundo, el punto donde se encontraron las dos águilas que Zeus mandó desde los dos extremos del mundo. Alcancé, caminando por la Vía Sacra, el templo de Apolo y sus escasas columnas me recordaron aquellas máximas que cuentan estaban escritas en él y aún no he olvidado: "Nada en exceso" y "Conócete a ti mismo". Imaginé en su interior la pitonisa, mascando hojas de laurel, entrando en trance y balbuceando frases ininteligibles que decidieron destinos, alianzas y guerras.


Pero en ningún otro sitio de Grecia un paraje humano hunde sus raíces en el mito con tanta contundencia como en Olimpia, donde tenían lugar las competiciones en honor a Zeus. Su templo hoy es un montón de tambores de columnas desmontadas, pero en sus tiempos aparecían erguidas e imponentes y albergaban una de las siete maravillas del mundo antiguo: la estatua del dios, obra, cómo no, del genial Fidias. Rodeado de ruinas, pálido reflejo de su magnificencia, si prestas atención aún puedes oír el clamor del público animando a sus atletas favoritos y el silbido de discos y jabalinas surcando el viento. Y sentí cómo casi tres mil años de historia me recibían al atravesar los Propileos, la monumental entrada a la Acrópolis ateniense. Allí me encontré con la armonía transformada en piedra. Ni los estragos del tiempo y de la historia han podido restar la inefable belleza del poderoso Partenón, la antigua morada de Atenea la Virgen, o el delicado Erecteión con sus preciosas cariátides sosteniendo el pórtico sur. ¿Cómo tamañas maravillas han podido salir de la mano del hombre? Lo que me demuestra la versatilidad del ser humano que es capaz de realizar las mayores heroicidades y, también, de cometer las más atroces vilezas.


¿Y el Egeo? Imagínate un mar de azul perfecto en el que se mira un cielo del mismo color. Y ese mar está plagado de una constelación de islas con nombres de resonancias mitológicas. Mira Delos, la del gran santuario, donde nacieron Artemis y Apolo, los dioses de la Luna y el Sol. Allí está Naxos, donde cuenta la leyenda que el dios Dionisios regaló a su amada Ariadna un collar de estrellas que lanzó al cielo cuando ésta murió. Y esa otra es Paros, un gran bloque de mármol en medio del mar. Con esa piedra dura y blanca se esculpieron maravillas como la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia. ¿Recuerdas que las vimos en el Louvre parisino? Y en esas islas se ve un rosario de casitas de blanco inmaculado donde destacan los recuadros azules de puertas y ventanas. Y entre esas casas de pura cal asoma una pequeña y blanca iglesia coronada por una cúpula añil, para no desentonar con ese mar azul cobalto. Los griegos supieron elegir bien los colores de su bandera: azul y blanco.


Pero hay lugares donde te he echado terriblemente de menos: Sentado en lo alto de las gradas del teatro de Epidauro te imaginaba allá abajo, en la escena, oyéndote decir, gracias a su perfecta acústica, que no subías tan empinadas escaleras. Puede que su perfección me trajera asociada tu imagen. Encaramado en el monasterio de Varlaam, allá en las Meteoras, donde la singular belleza de la naturaleza unida al misticismo de sus conventos inspiran el éxtasis. Allí musite una oración en tu nombre. Lástima que fuera imposible estar solo. Y deseé estar a tu lado en esa larga (para Nieves) puesta de sol en Thera, donde me escabullí para entrar en la catedral ortodoxa y encender una vela para ti. Y mientras contemplábamos la caldera de Santorini donde las casas trepan por el borde del acantilado entre un encantador laberinto de calles empedradas, te oí quejarte diciendo que en Grecia todo eran escaleras, escaleras blancas hacia el cielo.


Pero, sin lugar a dudas, donde el dolor me traspasó el alma fue sentado en la puerta de la casita del hotel de Mikonos. Pensé que, ya que no se nos había concedido gozar juntos ese momento, eras tú la que debía estar allí sentada, admirando el azul del mar y los blancos molinos a lo lejos. Y yo en tu recuerdo. No encontré la terraza de mis sueños, Juani. Terrazas las había a centenares pero ninguna se parecía a la que yo me había imaginado contigo. Quizá exista en alguna isla apartada. Y me viene a la mente lo que el gran escritor griego, Nikos Kazantzakis, el mismo que dijo que Grecia era luz, escribió: "Dichoso el hombre al que antes de morir le haya sido dado navegar por las egeas aguas". He navegado por el Egeo y me he bañado en sus aguas, pero no por eso me siento dichoso. Desde mi particular visión de la realidad me permito cambiar sus palabras y digo: "Dichoso yo que me ha sido dado el haber podido caminar a tu lado." 20/08/2015


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