Por tierras de Drácula

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Por tierras de Drรกcula


Por tierras de Drácula Impresiones de un viaje a Rumanía ¡Cuánto me alegro de haber realizado este viaje, Juani! Ciudades medievales, calles limpias, espectaculares paisajes, rico patrimonio artístico, vida tranquila, tradiciones ancestrales, cervecerías y terrazas acogedoras, comida y bebida buena y barata, gente amable... Y por si fuera poco, el mito de Drácula. Ya te iré contando mis impresiones. Lo que sí es cierto es que Rumanía merece mejor imagen que la que nos transmiten los "elementos" que nos ha enviado. ¿Y por qué la mayoría de los que han emigrado son de esa calaña? Los mismos rumanos lo dicen: Porque las leyes de los países occidentales son más permisivas y allí se han ido los que intentan aprovecharse de ello. Y los rumanos de Rumanía se han quedado tan a gusto. Respecto a mí he venido con la moral más alta que cuando me fui. A pesar de la paliza que le he dado a mi rodilla, pues he acabado harto de subir y bajar cuestas y escaleras, la pierna me ha respondido mejor de lo que esperaba y el consumo de calmantes ha sido bastante moderado. En cuanto a mi interior... ¿qué te voy a decir? Resulta curioso que cuando estoy lejos de casa sueño más a menudo contigo y como esos sueños me despiertan, pues los recuerdo perfectamente, aunque me producen dolor al volver a la realidad. Conociendo como ya voy conociendo a mi subconsciente, creo que este piensa que en lugares lejanos tiene más posibilidades de encontrarte y de ahí la frecuencia de esos sueños. Supongo que esto seguirá así hasta el día en que volvamos a encontrarnos. Consciente o inconscientemente puedes estar segura de que, como dice el protagonista de una de mis películas favoritas: “Te buscaré por mil mundos y durante diez mil vidas hasta encontrarte". Agosto 2017


BUCAREST Ir a Rumanía al año siguiente de visitar Japón, Juani, parece como si tuviésemos la fiebre de "viajar por viajar" o "viajar por vicio", pero en nuestra mente ya bullía Rumanía desde que Pepi, una simpática malagueña, viajera empedernida y compañera hace ya tres años en nuestro viaje a Croacia, nos la aconsejara. Conociendo a la mayoría de los rumanos que tenemos por aquí, al principio fuimos reticentes, pero nos habló de sus preciosos paisajes, de sus viejas ciudades, de sus monasterios pintados..., pero lo que definitivamente nos decidió a meter a Rumanía en nuestra "lista de deseos" fue el hecho de que nos dijera que aún no había sido descubierta por el turismo de masas. Y efectivamente, sólo en dos lugares vimos "colas", como ya te contaré. Rumanía comenzamos a conocerla por su capital, Bucarest, una ciudad de contrastes donde edificios modernistas de la Belle Époque conviven con horribles bloques estalinistas de la época soviética; edificios recién remozados y edificios destartalados, necesitados de una urgente restauración; grandes y también pequeñas y escondidas iglesias ortodoxas de estilo bizantino; palacetes neoclásicos y palacios descomunales como el "Palacio del Parlamento", gigantesco edificio capricho de un dictador con delirios de grandeza, Ceaucescu, que lo hizo a costa de la demolición de una gran área del centro de la ciudad y que hoy más de la mitad de sus 1.100 habitaciones están inacabadas o no saben qué uso darles, porque sobran.


En general, si quitamos los suburbios feos, grises y sin alma, construidos para albergar la emigración forzosa interior de la época comunista, nos pareció una ciudad si no bonita, sí agradable, con largas avenidas arboladas y cuidadísimos parques. No en vano, a principios del siglo pasado, se la conocía como la "Pequeña París" o el "París del Este". ¡Y es verdad, algunos de sus bulevares y edificios te hubieran recordado a París, nuestro último viaje juntos! Incluso tienen su "Arco del Triunfo". Lo que nos sorprendió gratamente fue su limpieza, una tónica que se repetiría en todas las ciudades rumanas visitadas. Visto lo que he visto (y he visto mucho) tengo que reconocer con vergüenza que somos el pueblo que menos valora, protege y cuida sus espacios públicos; o dicho más claramente: tenemos las calles, plazas y parques más sucios de Europa; o sea, somos los más marranos de los europeos, y es que ser limpio no consiste solamente en ir bien aseado y perfumado. ¡Quién iba a pensar que los rumanos podrían darnos lecciones de limpieza! Uno de esos cuidados parques de Bucarest da cobijo al "Museo de la Aldea", una muestra de la arquitectura rural rumana. En este pueblo museo se levantan unos 300 edificios (casas, graneros, talleres, iglesias...) trasladados desde diversos puntos del país y reconstruidos con sus formas y materiales de origen. Una lástima que sólo una de las casas estuviese abierta y nos vino a la mente, con nostalgia, ese otro pueblo parecido que vimos el pasado año en Takayama, donde todas las casas estaban abiertas y sin vigilancia alguna.


El centro de Bucarest nos sorprendió. Sus estrechas callejuelas estaban plagadas de animadísimas terrazas. Terrazas acogedoras sin un solo papel, colilla ni desperdicio en el suelo; sin esas incómodas sillas de plástico que cuando te levantas de ellas tienes la impresión de haber estado sentado en un bidé; cubiertas con sombrillas decorativas y rodeadas de jardineras con flores, donde no había un sólo hueco en ellas sin plantas. Allí podrían hacer su "agosto" quienes aquí están picados a llevarse las macetas de nuestras jardineras públicas. ¡No, si resulta que también podrían darnos lecciones de honradez! ¡Vaya con los rumanos! ¡Qué engañados nos tenían! Preciosas terrazas que se repitieron en todo el viaje a lo largo y ancho de Rumanía. En una de esas viejas callejuelas del centro de Bucarest descubrimos la "Caru cu bere" (El carro de cerveza) la cervecería más bonita que he visto en mi vida. Al entrar en ella me dio la impresión de traspasar el umbral de un iglesia gótica, pero no, esa cervecería siempre ha sido así desde que se abrió al público en 1875. ¡Menos mal que me pilla un poco lejos, porque podría volverme alcohólico! Tanto me gustó que me traje una jarra del local. ¡Pagándola, claro! Y muy cerca de ella, la pequeñísima y coqueta Iglesia Ortodoxa de Stravopoleos. Para serenar el ánimo después de tanta cerveza.


Lo más atractivo de esas cervecerías y terrazas reside en que por 45 leis (la moneda del país, equivalentes a unos 10 €) te podías dar un auténtico festín. La comida y bebida son baratas en comparación con España. Claro, hay que tener en cuenta que el sueldo medio de un rumano es de 1.800 leis (unos 400 € mensuales). Pero por lo que vi, a los rumanos, como a nosotros, les gusta la buena vida porque en todas las ciudades las terrazas estaban a rebosar. Además de la buena vida a los rumanos se les nota estar orgullosos de tres cosas: Ser latinos, una isla latina en medio de un mar eslavo, como ellos dicen. Su lengua que a mí me sonaba como una mezcla de catalán e italiano, procede del latín, como la nuestra. Una de las esculturas que más se repetían en las ciudades era la loba capitolina amamantando a Rómulo y Remo, el símbolo de Roma. La segunda, haber dejado atrás la dictadura comunista tras la Revolución de 1989, y aunque reconocen que en aquellos tiempos funcionaba mejor la educación y la sanidad, hoy nadie quiere saber nada del comunismo. La prueba está en que en sus elecciones el partido comunista no alcanza votos suficientes para tener representación parlamentaria. Lo que me confirma, a su vez, que cualquier régimen que se instala y se perpetúa en el poder acaba siendo aborrecido por la mayoría. Y la tercera es que presumen de haber ingresado en la Unión Europea y ves la bandera azul con el círculo de doradas estrellas por todos lados. En fin, nada que ver con el estereotipo de rumanos que por aquí conocemos. Aunque por allí todavía les quedan algunos.


Monasterio de Cozia Fue abandonar Bucarest nos sumergimos en los preciosos paisajes de Rumanía. Imagínate, Juani, un terreno ondulado cubierto de bosques y salpicado aquí y allá por aisladas casitas rodeadas de huertos y prados verdísimos. Un regalo para la vista que iba en aumento conforme nos adentrábamos en los Cárpatos y el terreno se iba haciendo más agreste. Y también comprendí el por qué este bello país no ha sido todavía invadido por el turismo. A Rumanía aún le falta por ampliar su infraestructura viaria, apenas tiene autopistas y las carreteras se les han quedado pequeñas, provocando caravanas y atascos por tres menos dos. Este inconveniente para mí fue una gozada ya que me permitía disfrutar y meterme en el paisaje, a veces como si fuera andando y con la ventaja de no sobrecargar mi rodilla. En el trayecto de Bucarest a Sibiu es imprescindible hacer un alto en el Monasterio de Cozia, el más antiguo de Valaquia, como se denomina este región de Rumanía situada al sur de los Cárpatos Meridionales. El monasterio, situado a orillas del río Olt, ocupa un lugar paradisiaco y ofrece sombras de árboles centenarios y floridas rosaledas que alegran la vista. Su iglesia es una joya arquitectónica con sus franjas alternas de piedra y ladrillo, produciendo un hermoso efecto decorativo y sus arcos ciegos.


La hermosa decoración pictórica del interior se completa con una preciosa colección de iconos. Lo que echamos de menos, al igual que en las iglesias ortodoxas que visitamos en Bucarest, fueron los bancos y es que las Misas ortodoxas se escuchan de pie o de rodillas. Bastante mérito tiene asistir a ellas ya que pueden durar cuatro o cinco horas, aunque los fieles pueden incorporarse o salirse en cualquier momento. Seguir viaje hacia Sibiu es volverse a meter en caravanas y retenciones y así cruzamos el desfiladero del río Olt con sus cañadas arboladas que casi impedían pasar la luz del sol, introduciéndonos en la región más famosa de Rumanía, esa tierra rodeada de boscosas montañas y envuelta en mitos y leyendas, la misteriosa Transilvania o "País más allá de los bosques", imposible de no asociar con el conde Drácula. Pero esa es otra historia.


Transilvania Y en Transilvania, Juani, no vimos ni rastro de Drácula. Me refiero a tabernas con ristras de ajos colgando del techo ni otras cosas raras relacionadas con los vampiros y eso tiene una explicación como después te contaré. Lo que sí vimos fue una región con una riqueza natural y cultural abrumadora. Sus antiguas ciudades no recuerdan en absoluto a las ciudades del Este, más bien nos dieron la impresión de encontrarnos en Alemania o cualquier otro país centroeuropeo, y es que fueron fundadas por sajones procedentes de Alemania y han conservado a través del tiempo su fisonomía.


El casco antiguo de Sibiu es un conjunto de callejuelas adoquinadas, escaleras, pasadizos y casas pintorescas que parecían observarnos desde sus buhardillas en forma de ojos y que se organizan en torno a sus dos plazas principales: La Plaza Grande y la Plaza Pequeña. (No, no fueron muy imaginativos a la hora de bautizarlas, pero ya se sabe... los alemanes... muy organizados pero poco imaginativos). En Sibiu no hay que perderse la Catedral Evangélica con su imponente exterior. En su cripta está enterrado Mircea el Malo, hijo de Drácula y que murió apuñalado mientras oía misa en 1510. (Por algo sería, el apodo lo dice todo). Pero lo que en la cripta me llamó la atención fue una lápida con una calavera sonriente esculpida en ella y una sugerente leyenda que el guía me tradujo: "Hoy yo, mañana tú". ¡Qué gran verdad!


Y si lo que se quiere ver es un interior espectacular, entonces hay que irse a la Catedral Ortodoxa que nos dejó boquiabiertos y nos recordó, salvando las dimensiones, claro, a Santa Sofía de Estambul. Y como cosa curiosa pasear por el Puente de los Mentirosos, adornado de flores, donde dicen que los jóvenes rumanos prometen amor eterno a sus parejas. También ofrece un paseo agradable los restos de sus antiguas murallas con sus torres con nombres del gremio encargado de defenderla. Y si crees que sólo en España tenemos vida nocturna, hay que darse una vuelta por sus animadas terrazas para comprobar que los rumanos no se quedan a la zaga.


Y si terrazas hay en Sibiu, más aún hay en Brasov y sin embargo por poco encontramos sitio donde cenar. Todo estaba abarrotado, pero no de extranjeros sino de rumanos. Brasov recuerda a Austria. Tiene unas vistas preciosas pues está rodeada de montañas y los bosques llegan a la misma ciudad. En el centro de su enorme Plaza del Ayuntamiento se levanta la Casa del Consejo, una antigua edificación del siglo XIV bien remodelada y que hoy alberga el Museo Histórico. Y no lejos de allí, la Iglesia Negra, un oscuro y algo tétrico edificio que tampoco tiene nada que ver con el vampirismo ni misas negras. Su nombre le viene de un incendio que sufrió y tiznó sus paredes de negro.


Siguisoara es otra de esas poblaciones fundadas por sajones en el siglo XII. Hoy gracias a una conservación excelente, Sighisoara es una de las ciudades medievales mejor preservadas de Europa, lo que la hizo merecedora de ser Patrimonio de la Humanidad. La verdad es que es una gozada recorrer su ciudadela en la que destaca la imponente Torre del Reloj. Sí, Juani, no pude evitar subir sus empinadas escaleras para ver la ciudad desde tan privilegiado observatorio. Desde lo alto se avistan los tejados multicolores y el dédalo de sinuosas callejuelas de la ciudad medieval, salpicadas de tiendecitas y patios secretos. Y eso después de haber subido a la Ciudadela desde el hotel que estaba a sus pies a través de tropecientas escaleras. Con la que no me atreví fue con la "Escalera de los Estudiantes", una larga escalera de madera, techada, que protegía a los estudiantes en invierno para asistir a Misa en la Iglesia de la Colina. Sí, la subió Reyes para ver el cementerio que junto a la iglesia hay y tuvo tendinitis dos días.


Pero Sighisoara es sobre todo famosa por conservar la casa donde nació Drácula. ¡Y te sorprendería ver lo poco que lo explotan! El piso bajo alberga una tienda de artesanía donde el vampiro brilla por su ausencia, y en el piso superior se encuentra un restaurante donde sólo hay un mural de Vlad Dracul o Vlad Tepes (el guerrero, no el vampiro) y una habitación, siempre cerrada, donde dicen que nació. No pudimos verla porque en las dos ocasiones que fuimos el encargado de enseñarla no estaba. (En Rumanía los transilvanos tienen la misma fama que en España los andaluces). Y ya que la habitación estaba cerrada, provechamos para tomarnos unas cervezas en el restaurante de la casa de Drácula, donde tampoco había ajos ni cruces, ni las camareras llevaban capas negras y rojas.


El único lugar de Rumanía donde vimos grandes colas para entrar fue en el Castillo de Bran, que controla el valle de paso entre Valaquia y Transilvania. Se trata de una fortaleza de imponente silueta, erigida sobre un risco (más cuestas y más escaleras) y perfectamente conservada porque la utilizaba la familia real rumana como estancia temporal. Pero un día, dicen que a un americano se le ocurrió la peregrina idea de que aquel era el "Castillo de Drácula" y aunque no se ha podido demostrar que Vlad Tepes pusiese un pie en él a lo largo de su vida, la idea triunfó y hoy es el monumento de Rumanía más visitado. O sea, que no sólo en España nos atrae el morbo. Por supuesto que el castillo no tiene nada de tétrico, si acaso la escalera que llaman "secreta". Está acondicionado tal y como la familia real lo dejó tras la llegada del comunismo, y sólo en una habitación hay unos murales donde se explica quién era Vlad Tepes y cómo surgió el personaje de Drácula. Ni que decir tiene que es la habitación más fotografiada.


Y ahora te explicaré el por qué los rumanos no se están aprovechando de su archifamoso compatriota Drácula, personaje creado por el escritor irlandés Bram Stoker en 1897. En realidad la mayoría de los rumanos no sabían de la existencia de Drácula hasta que con la caída del comunismo en 1989 se les permitió introducir en el país libros y películas procedentes del "decadente occidente". Y la verdad es que no les hizo ninguna gracia ver convertido a uno de sus héroes nacionales, Vlad Tepes, en un monstruo sediento de sangre. Es como si la imaginación calenturienta de un escritor convirtiese a nuestro Cid Campeador en un "hombre lobo", pongamos por caso. Vlad Tepes o Vlad Dracul fue un voivoda (especie de conde) que se dejó el pellejo, o mejor dicho, la cabeza, luchando contra los turcos que querían apoderarse de Transilvania. Lo de "Tepes" significa "empalador" ya que tenía la costumbre de empalar a sus enemigos; o sea, que sanguinario sí que era, pero... ¿qué guerrero no lo era en aquellos tiempos? En cuanto a lo de "Dracul" es porque pertenecía a la "Orden del Dragón" (en rumano "dracul") que se dedicaba a defender la cristiandad de los otomanos y herejes. Así que nada que ver con el personaje de la novela de Bram Stoker. Pero la novela triunfó, y fue llevada al cine, y se desató la fiebre del vampirismo... y los pobres rumanos sin saberlo.


No obstante, como el dinero suele poder al sentimiento, en cuanto los rumanos se vean invadidos por oleadas de turistas y se den cuenta de la "mina de oro" que les ofrece Drácula... florecerán los parques temáticos y recuerdos de este siniestro personaje de ficción. Y si no, tiempo al tiempo. Por lo pronto en el Paso del Borgo, un lugar precioso en los Cárpatos Orientales, paso obligado entre Transilvania y Bucovina y descrito en la novela de Bram Stoker como el lugar en el que se levantaba la fortaleza del conde ávido de sangre, un avispado empresario ha construido un hotel con el sugerente nombre de "Hotel Castel Dracula", donde buscando un aseo descubrí que el hotel estaba ambientado con motivos vampíricos. Sólo que la belleza del paisaje, con sus suaves colinas entre las que alternan bosques de abetos y praderas surcadas por arroyos, todo ello moteado por aldeas de casas de madera, montones de heno recolectado, pilas de leña y alguna que otra vaca, le quitan al lugar el halo siniestro que describe la novela. Ah, y en una de las tiendas del aeropuerto de Bucarest vi unos pequeños ataúdes con un resorte que al accionarlo se incorporaba el vampiro. Así que ya han empezado.


Monasterios de Bucovina Por el Paso del Borgo, como te dije, penetramos en la región de Bucovina. Y si Transilvania es bonita, más aún lo es Bucovina, una zona de valles umbríos y colinas boscosas, una tierra cubierta de hayedos y vegetación exuberante, con pueblos de casitas aisladas e iglesias de cúpula acebollada. Bucovina es famosa por sus viejos monasterios fortificados que encierran iglesias cuya belleza emana de los frescos que decoran su exterior e interior, coloristas y vivos que reflejan escenas bíblicas e históricas, funcionando como evangelizador visual para aquellos fieles que no sabían leer. El primero que visitamos fue el de Moldovita, protegido por un recinto de murallas reforzadas por torres. Pegadas a esas murallas, en su interior, se apoyan las viviendas de las monjas que lo habitan, adornados sus balcones con macetas de geranios en flor. En el centro del recinto se alza la iglesia, cuajada de coloridos frescos en los que destaca el color amarillo ocre combinado con tonos de rojo brillante, azul y verde.


Y en Radauti, la ciudad que tomamos como base para visitar los monasterios, volví a experimentar uno de esos momentos de comunión contigo. Fue una mañana temprano, como disponía de tiempo hasta la salida del autobús, me dirigí a la Catedral Ortodoxa cuyas cúpulas sobresalían tras un parque que había frente al hotel. La Catedral estaba abierta y penetré en su interior. Estaba solo y me sumergí en su penumbra en la que destacaba la tenue luz de las lamparillas que iluminaban los iconos y parecían dar vida a los coloridos frescos que colmaban sus paredes. Entonces te sentí a mi lado, incluso tuve la sensación de oler tu perfume, y allí di gracias por los años compartidos, por la felicidad que me diste. ¿Y qué más daba que la iglesia fuese ortodoxa y no católica? Tú estás por encima de cualquier diferencia. Pero esos momentos, como ya te dije en otra ocasión, no se buscan, se encuentran y terminan desvaneciéndose, ahogados en la realidad. Así que volví con el tiempo justo de coger el autobús para continuar nuestra ruta y quizás ese momento influyese para que en Marginea, célebre por su cerámica negra y sus huevos pintados de tradición milenaria, me comprase una vasija soporte con un precioso huevo decorado con el motivo de la "Resurrección".


Y volvimos a visitar otros monasterios. En cada uno de ellos los temas bíblicos fueron pintados de modo similar aunque siempre con pequeñas diferencias que hacen de cada uno de ellos un objeto de arte único: El "Asedio de Constantinopla" de Moldovita, la "Escalera de las Virtudes" de Sucevita, el "Juicio Final" de Voronet, donde consideraron mis pantalones cortos algo irreverentes y me dieron una especie de mandil para tapar mis piernas; los magníficos y bien conservados frescos interiores de Humor. Además, esos monasterios pueden ser identificados por el uso de un color particularmente rico, como el rojo de Humor, el azul de Voronet, el verde de Sucevita o el amarillo de Moldovita. En todos se comenzaron a pintar sus interiores allá por el siglo XVI y poco a poco estas decoraciones al fresco invadieron los muros exteriores de estas iglesias. Y siempre con el mismo fin, el servir como transmisores y guardianes de una tradición cultural y religiosa que se hallaba amenazada por las invasiones turcas. Sólo por contemplar estas maravillas merecía la pena el viaje, Juani.



Piatra Neamt Tras visitar el Monasterio de Humor, comemos en el restaurante de un hotel: ensalada mixta y un plato típico consistente en unos rollitos de hojas de col rellenas de distintos tipos de carnes y guarnición de polenta de maíz, un puré espeso que no nos hizo demasiada gracia ya que no le encontramos sabor a nada. De postre, fruta, aunque no muy buena. Llegamos temprano a Piatra Neamt, también conocida como la “perla moldava” por su rica arquitectura. La ciudad es un puente entre las regiones de Bucovina y Transilvania. Tras instalarnos en el hotel "Central Plaza", como nos queda tarde por delante, nos subimos al Telegóndola, un funicular que nos traslada hasta la cima del monte Cozla, ofreciéndonos unas vistas aéreas de la ciudad y sus alrededores. Al volver nos vamos a la Plaza Libertati, muy animada pues se está celebrando un certamen de bailes típicos de las diferentes regiones de Rumanía. En la plaza se encuentra el monumento más antiguo e importante de la ciudad, la Iglesia de San Juan, de estilo moldavo con elementos bizantinos. En la misma plaza está la Torre del Reloj, de finales del siglo XV. De vuelta al hotel nos detenemos en una cervecería y decidimos cenar en ella. Cuatro litros de cerveza (uno por cabeza) una ensalada mixta y un plato típico compuesto de casi dos kilos de carnes de cerdo y de pollo, salchichas, esa especie de albóndigassalchichas, patatas, pimientos rojos y pepinillos en vinagre. Una comilona que nos cuesta 147 lius, unos 30 €, o sea, menos de 8 € por cabeza.



Desfiladero de Bicaz - Lago Rojo La puerta natural entre las regiones de Moldavia y Transilvania es la Garganta del Bicaz, un tajo entre dos paredes rocosas que imponen por su verticalidad. La verdad es que me ha recordado a algunos rincones de las Sierras de Segura y Cazorla, excepto por los múltiples tenderetes que hay a ambos lados de la carretera ofreciendo productos de de la artesanía local, así como miel, mermeladas, etc. Por una espectacular carretera que discurre entre fuertes pendientes y serpenteantes curvas llegamos al Lago Rojo, más bien el Lago Verde porque de rojo tiene poco. En sus aguas asoman los esqueletos de los abetos que murieron ahogados por el embalsamiento de las aguas al quedar cerrado su cauce por un desprendimiento de tierras, allá por 1837. Fue entonces cuando debió tomar el color rojo que le da nombre. El lugar y su entorno debe ser un destino vacacional para los rumanos pues está lleno de hoteles, restaurantes y tiendas de recuerdos.


Castillo de Peles Atravesando paisajes espectaculares en el rincón donde se unen los Cárpatos Occidentales con los Meridionales, nos dirigimos hacia Sinaia, un lugar preferido para los habitantes de Bucarest donde pueden practicar los deportes de invierno y mitigar los calores del verano. Y eso se nota en el intenso tráfico que nos hace avanzar en caravana. Visitamos el Castillo de Peles, más bien, palacio. Una joya tanto en su exterior como en su interior, situado en un paraje precioso y rodeado de mansiones, hoteles y restaurantes que imitan el estilo arquitectónico del palacio. El llamado Castillo de Peles es el segundo edificio más visitado de Rumanía, tras el Castillo de Bran o de "Drácula". Fue mandado construir en 1873 por el rey Carol I en un estilo ecléctico que combina el neogótico con el neorrenacentista alemán. Las obras no terminaron hasta 1914, dando como resultado uno de los palacios más bellos de Europa. Los salones y habitaciones (más de 160) son una ostentación de mobiliario a cada cual más rico en detalles, con lámparas gigantescas de cristal de Murano, vidrieras ricamente decoradas, balaustradas de marfil, o vajillas de porcelana de Meissen y Sevres. Como dato curioso fue el primer edificio de Europa en tener electricidad y ascensor. La visita nos sabe a poco. No hemos podido saborearlo con clama, ni el palacio ni sus alrededores. Para consolarme compro un DVD sobre el palacio subtitulado en español, que por cierto luego resultó ser italiano.




Monasterio de Sinaia El Monasterio de Sinaia, a cuyo nombre debe el suyo la ciudad homónima, fue fundado a finales del s. XVII por el príncipe Mihail Cantacuzino. El monasterio debe su nombre al bíblico Monte Sinaí que había visitado este noble en un viaje de peregrinación por Tierra Santa, y además de su función monástica el lugar era una fortaleza que protegía las rutas comerciales más cercanas. Posee dos iglesias, cada una de ellas ubicada en sendos patios. La más grande, de finales del XIX y principios del XX, Biserica Mare, presenta una fachada típica del estilo brâncovenesc y custodia dos hermosos iconos rusos. La otra iglesia (finales del s. XVII), más pequeña, contiene unos bonitos frescos murales y a pesar de su modestia quedé prendado de ella. Llegamos a Bucarest con tiempo de cenar en un céntrico restaurante y no queríamos irnos de la ciudad sin antes despedirnos de la "Caru cu bere", donde tomamos unas cervezas acompañados de dos parejas camaradas de viaje. Allí, Nieves y yo nos compramos unas jarras con el nombre de esta emblemática cervecería. Y si algo he aprendido en este viaje ha sido el "huir de los prejuicios". Rumanía y los rumanos merecen mejor fama de la que en la actualidad gozan.




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