El pequeño Román

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Román era un niño muy bueno de 3 añitos que le gustaba saltar y saltar hasta la casa de los 7 enanitos. Llamó a la puerta: Toc-toc - ¿Quién es? Se oyó desde el interior de la casita

Soy Román. (Se abrió la puerta y apareció Blancanieves). Que sorpresa se llevó Román al verla, y con su media lengua le preguntó: - ¿Y los 7 enanitos?


Blancanieves les dijo que estaban trabajando y preguntó:

- ¿Qué hace un niño tan pequeño metido en nuestro cuento?

Román, le dijo que había llegado hasta allí saltando y que ahora quería que los enanitos le ayudaran a visitar las casitas de sus cuentos preferidos, y que su “seño” le había contado en el cole:


- “Los 3 cerditos”.

- “Los 7 cabritillos”.

- “La casita de chocolate”.

- “Caperucita Roja”.


Los 7 enanitos acompañaron a Román hasta llegar a un camino muy misterioso. Dormilón quiso acompañarle porque eran muy amigos y se despidieron de los 7 enanitos. Por el camino encontraron una mariposa gigante de muchos colores y se quedaron maravillados. Se subieron encima de la mariposa y volando por el cielo los llevó a una casita de frutas.


La casita de frutas era la casita de Hansel y Gretel... y de la bruja, pero la bruja no estaba. Román y Dormilón comieron muchas chuches y estaban tan llenos que al montarse en la mariposa la pobrecita no podía levantar el vuelo. La mariposa se marchó y Román y Dormilón se perdieron en el bosque.


Andando, andando encontraron la casa de los “7 cabritillos”. Llamaron a la puerta y les dijeron: - !Hola!, somos nosotros. - ¿Qué queréis? - Jugar con vosotros.

Jugaron con aviones, con barcos, con muñecos, con play-movil, etc... Cuando llegó la hora de irse, se despidieron y les dijeron que tenían que volver a casa. Pero no sabían. La mamá de los 7 cabritillos que lo sabía todo les dijo como volver a casa para que la mamá de Román no le regañara. Llegó a casa pero antes se despidió del enanito Dormilón que no puede salir del País de los Cuentos.


Le dio un beso y se marchó en globo a su casa. Cuando llegó a casa la hermana de Román estaba tocando el tambor, su madre la flauta y su padre la guitarra. - ¿De dónde vienes tú?, le preguntaron. - Del País de los Cuentos, dijo Román. - Anda lavate la cara y a merendar que vienes de la siesta, Dormilón, tú si que eres un Dormilón.



Después de merendar, Román se fue a jugar. En la calle se encontró una ardilla y se hizo amigo de ella. Más tarde, Román y la ardilla, se encontraron un pájaro que no podía volar y también se hicieron amigos de él. La ardilla, el pájaro y Román decidieron volver al País de los Cuentos.


Cuando iban a por Dormilón se encontraron las casas de los tres cerditos. Decidieron llamar a la casa del cerdito menor, ya que querían conocerlo. El lobo estaba escondido para intentar cogerlo. Cuando el cerdito abrió la puerta el lobo salió de su escondite y a Román, el pájaro, la ardilla y el hermano menor de los tres cerditos no les quedó otra que salir corriendo.


Nuestros amigos decidieron ir a casa de Caperucita Roja para resguardarse del ataque del lobo. Caperucita les abrió la puerta rápidamente y todos se refugiaron dentro. Román, el pájaro, la ardilla, el hermano menor de los tres cerditos y Caperucita estaban muy asustados porque fuera se habían juntado el lobo de los tres cerditos y el lobo de Caperucita. Pero, para sorpresa de todos, los dos lobos se enamoraron al verse y se fueron juntos al bosque dando saltitos.


Nuestros amigos pudieron salir y jugar en el bosque con los play-movil y con los barcos.



Cuando estaban jugando, saliĂł la abuelita de Caperucita y les dijo que entraran a merendar. Estaban riquĂ­simas las fresas y cerezas que la abuelita les preparĂł.


Después pensaron en jugar al pilla-pilla, pero, tanto corrieron que acabaron metiéndose en el cuento de Popeye. Y éste se quedó muy impresionado porque aparecieron de repente. Popeye les regaló unos zapatos rosas con los que podían volar y, al fin, se convirtieron en mariposas. Una vez convertidas en mariposas abandonaron a Popeye, que se pasaba la vida comiendo espinacas y se le estaba poniendo la cara verde, verde como la pizarra de mi cole y como el lazo de la Princesita.


Hablando de Princesitas, acabaron en el cuento de la Princesa de la boca y la nariz de fresa. Estando con la Princesa, vieron aparecer un loro que estaba loco y hablaba al revés, el cual les presentó al Príncipe Negro (negro como un toro negro). La Princesa se desmayó porque el Príncipe era muy guapo pero tenía piojos. En realidad, no estaba mal que el Príncipe tuviera piojos porque el loro se alimentaba de piojos rancios.


A continuación se fueron al cuento de Cenicienta, que, como su nombre indica, estaba sucísima de ceniza. Y eso que no era Miércoles de. Allí merendaron zumo y galletas, excepto el loro que seguía zampando piojos. Pero ocurrió que apareció la bruja vieja piruja y los convirtió a todos, incluso a Cenicienta en piojos. Así el loro se puso loco de alegría porque vio que iba a comerse todos los piojos que quisiera, pero tal atracón de piojos se pegó que explotó como el lagarto de Jaén.



Román aterrizó en el río, como el agua era mágica se rompió el hechizo y volvió a ser niño. Andando, andando se encontró a una ratita y le preguntó: - ¿Quién eres?. - Soy la Ratita Presumida. - ¿Qué estás haciendo?. - Barro mi casita. Había un gato, que estaba escondido detrás de un árbol, salió y se quiso comer a la ratita. Se montaron en la escoba y salieron volando. Chocaron con el Gato con Botas, que les dijo:


- ¿Dónde vais tan deprisa? - Un gato malvado nos quiere comer. - Subirse a mis botas y os llevaré lejos. La ratita un poco temerosa le preguntó: - ¿Te gusta comer ratones? - No, yo solo como sardinas.


Se fueron con el gato, que los llevó al castillo de la Bella Durmiente. Se quedaron asombrados cuando vieron que todos los habitantes del reino estaban dormidos. Fueron a buscar al príncipe y este besó a la princesa y todos despertaron. La princesa invitó a Román y a la ratita a su boda. Comieron muchas golosinas y bailaron, bailaron hasta que se hizo de noche y se durmieron profundamente. A la mañana siguiente Román despertó en su cama y se quedó muy extrañado al ver en su cuello el lazo rojo que le había regalado la ratita.


Cuando le preguntó a su madre qué era aquel lazo, ésta le recordó que era la fiesta de carnaval en el cole y que, seguramente, habría sido su hermana mayor la que se lo había colocado mientras dormía porque él iría disfrazado de mosquetero. Román ya se imaginaba que en el cuento de “Los 3 Mosqueteros” él iba a ser el más fuerte, el más guapo y el más valiente de todos, que lucharía contra todos los ladrones y villanos de la ciudad y que incluso con su espada podría rescatar alguna princesa que estuviese atrapada por un malvado dragón en la torre de un castillo encantado.



Todo esto se lo estaba imaginando. Imaginando, imaginando... Llegó al País de los Cuentos. Se encontró a un león con una enorme melena, bigote, gorra, bastón, una pipa en la boca, un reloj antiguo asomando de su bolsillo, un monóculo y un mapa del mundo. Este personaje estaba junto a un globo aerostático en el fuego ya encendido. Román se quedó sorprendido, sin palabras. ¿Quién será este personaje tan peculiar?


Se acercó unos cuantos pasos para comprobar quién era. Lo miró de arriba abajo con atención y recordó unos dibujos animados. !Ah! Ya sé quién es! !Willy Fog, apostador! El de la vuelta al mundo en 80 días. Sin vergüenza ninguna le dijo:

- ¿Cuál será tu próximo destino?

- !Hola! Perdone

que le moleste ¿Qué hace aquí en Castellar?

- He hecho una parada, se me ha gastado la bombona de oxígeno, tengo que reponerla.

- La vuelta por Andalucía. Quiero ir a Córdoba para conocer la Mezquita, a Sevilla para ver la Giralda, a Jaén para probar sus aceitunas, a Granada para visitar la Alhambra y a Cádiz, Málaga, Almería y Huelva para bañarme en sus maravillosas playas !que en mi ciudad no hay!.


- ¿Te puedo acompañar?

- Por supuesto, aunque... Tengo que terminar los deberes de Matemola. Bueno, ya los haré en otro momento.

- ¿Pero tu madre te dejará?

Román y Willy Fog se montaron en el globo. Al cabo de doce horas Román se estaba mareando hasta el punto que vomitó. De repente, un pájaro carpintero (el pájaro loco) se posó encima del globo y como el aire del globo estaba caliente le dio rabia y lo pinchó con el pico y .... !explotó!. !Puuuuuum!. -!Aaaah! !Socooorrooo! !Caigo! !Caigo! - Apartenseeeeeee, por favor.


Cayeron de trasero sobre una sombrilla roja y verde, tuvieron suerte. La sombrilla estaba sujetada por piedrecillas y arena de una playa de !Málaga! !Qué bien vamos a bañarnos!.

Sintieron unos ronquidos muy agudos !eran de Doraemon y Novita! Doraemon se despertó y vio el globo explotado en la orilla del mar. Willy Fog le contó su historia y Doraemon le dejó prestado un invento llamado borrocóptero para que siguieran viajando a los sitios que habían prometido. Con el borrocóptero visitaron Andalucía entera.



Román al despedirse de su nuevo amigo le dijo: - Nunca he viajado tanto con mis padres. !Andalucía es maravillosa! !Yo no sabía que vivía en esta Comunidad Autónoma tan bonita!.

Pasó el tiempo. Román había crecido mucho. años!.

!Ya tenía 9

Estaba en el curso de 3º B, era muy estudioso y trabajador, pero la asignatura que más le gustaba era “lengua” porque en clase leía muchos cuentos junto con sus compañeros y su maestra, que le recordaban sus aventuras vividas con Caperucita, Dormilón, Willy Fog, el pequeño cerdito...


Se oye la voz de la madre de Román:

- !Román, Román despierta! !Te has quedado frito! !has dormido una buena siesta!

- Mamá, ¿sabes que conozco Andalucía entera? - Anda niño, deja de decir tonterías. Nosotros sólo te hemos llevado a Jaén. - Ya pero ... Se quedó pensando Román. Tú no me entiendes le dijo.

- Date prisa, aseate que tienes ahora la clase de dibujo y pintura. !Oh! !Qué buen color de cuerpo y cara tiene mi niño! Estás morenito, ni que vinieras de la playa. !Qué extraño! Has dejado el cuarto de baño lleno de una arena fina y blanca...

La madre de Román, con la escoba en la mano pidió explicación de esto, no lo entendía, en Castellar no existe esa arena. Román le respondió: - Me voy con el vecino a las clases que llego tarde, adiooos, me voy volaaando....


No volvió a verlos ni a saber nada de ellos. !Qué raro! ¿Habría sido todo un sueño como decía su mamá? Se aproximaba su cumpleaños, estabamos en Marzo, y faltaba poco para que llegase el día 16. !Qué día tan esperado!

Román estaba muy nervioso preparando su fiesta de cumpleaños, a la cual, iban a asistir todos sus amigos y compañeros. Debía estar todo perfecto para que se sintieran y lo pasaran bien. !Por fin llegó el día! En su casa, el primero en levantarse fue el y se extrañó de ver que no había nadie.


-¿Dónde están mis padres y mi hermana? Buscó por todas partes, de habitación en habitación, hasta que llegó a la cocina y vio una carta encima de la mesa junto a su desayuno. La leyó y observó una serie de instrucciones que tenía que realizar para encontrar a su familia. Se asustó mucho, pues pensó que alguien se los había llevado a alguna parte y: “!Vaya regalo de cumpleaños que iba a tener!.


Román obedeció y por fin llegó al sótano después de dar muchas vueltas. Allí encontró a toda su familia con sus regalos preparados. Todos estaban muy contentos, le besaban, le daban tirones de oreja, hasta diez, porque ya tenía 10 años desde hacía unas horas. Él se emocionó mucho y a todos les dio las gracias por la sorpresa, aunque también les contó lo preocupado que estaba. Llegó la tarde, sus amigos y compañeros asistieron a la fiesta de cumpleaños. También trajeron muchos regalos para Román y sobre todo uno muy especial:


“Un libro secreto que solamente podía leer él”. Cuando se fue a dormir abrió el libro y observó que había un mensaje del “País de los Cuentos”. - ¿Qué ocurriría?- se preguntó. Leyó el mensaje, era muy triste y preocupante porque le informaban que a la pequeña Sirenita se la había tragado la ballena que hizo lo mismo con Pinocho y los dos estaban cautivos dentro de la tripa del animal.

Sus amigos del País de los Cuentos, le pedían que volviese a Málaga con sus amigos y compañeros de clase. Allí se verían todos y juntos podrían iniciar el viaje para rescatar a la Sirenita y a Pinocho de la malvada Ballena. Alquilarían un barco en el puerto y se adentrarían en el mar y seguro que vivirían muchas aventuras, unas buenas y divertidas y otras bastantes peligrosas, pero no les importaría, si al final todo llegaba a buen fin: -”Rescatar a sus amigos”.


Como el verano anterior, Román y sus amigos habían realizado un curso de buceo, en su equipaje metieron trajes de buzos por si tenían que descender al fondo del mar. Llenos de curiosidad cuando iban mar adentro decidieron bajar de la barca y descender a ver si veían a la ballena. A las doce de la mañana con un sol espléndido se lanzaron al agua y a medida que bajaban la luz iba disminuyendo hasta hacerse casi de noche. De repente un amigo de Román dijo: - !Mirad que corales tan bonitos! Y Román respondió: - !Parece un milagro! En poco rato y siendo mediodía se está haciendo de noche.


Su amigo le preguntó: - ¿No te gustan los corales? Román contestó: - Si me gustan, pero lo que me preocupa es encontrar a la Sirenita y a mi amigo Pinocho, y creo que no lo vamos a conseguir, pues no podemos ver si por aquí esta la Ballena malvada, subamos pues a la superficie.

Cuánto

mas ascendía, mas claridad había. Al final llegaron a la superficie y el sol se había ocultado tras unas nubes, el cielo se oscurecía. De repente se desencadenó una gran tormenta, la barca se rompió y las olas arrastraron a Román y a sus amigos hacia una isla; allí encontraron una cabaña de madera y llamaron a la puerta:


- Toc, toc. Cuando alguien abrió la puerta dijo Román: - !Mirad, si es nuestro amigo Pinocho!. Todos preguntaron a coro:

Román le dijo: - ¿Dónde está la Sirenita? Pinocho respondió. - No os preocupéis, la Sirenita está jugando en el mar.

- ¿Puedes decirle que venga? Todos decidieron ir a buscarla, hicieron una balsa con troncos y salieron a ver si la encontraban.


Los niños comenzaron el viaje en busca de la Sirenita, y cuando de repente en mitad del trayecto encontraron un pez que saltaba enérgicamente alrededor de la barca. Cual fue su sorpresa, !Se trataba de Nemo!.

Los niños le preguntaron: - Hola Nemo ¿has visto por esta agua a Sirenita? Nemo contestó: - Sí, está en el palacio azul, donde viven sus padres los reyes del Mar Fantástico, si queréis puedo acompañaros. Nemo acompañó a sus nuevos amigos al palacio, cuando llegaron, Román tocó a la puerta, salió a abrirla Sebastián el cangrejo que les dijo:

- ¿Qué habéis venido a buscar por estas profundidades? Los niños contestaron: - ¿Está en el palacio la señorita Sirenita?. Estamos preocupados por ella. Sebastián contestó: - Sí, se encuentra en sus aposentos, esperad aquí y le anunciaré que la están buscando.


La Sirenita bajó rápidamente y les dijo: - ¿Estabais buscándome, amigos humanos? Los niños contestaron: - Sí, creíamos que te había tragado una ballena. La Sirenita les contestó:

- Así fue amigos, estuvimos dos días y dos noches en el interior de su barriga, hasta que cual fue nuestra suerte, la ballena empezó a sentirse indispuesta, vimos un agujero por el que entraba cada vez más luz y de repente un ruido enorme en el interior de la barriga acompañado de un fuerte viento pestoso que nos arrastró hacia la luz “des-pedidos” a gran velocidad fuera de su cuerpo. !Estabamos salvados!.


Después de contarle la anecdótica historia, la Sirenita volvió con Román y sus amigos a la isla donde se encontraba Pinocho. Allí descansaron unos días todos juntos, una tarde, cuando estaban tomando el sol vieron como en el cielo se aparecía una puerta mágica, eran Doraemon y Novita. Estos les dijeron: - !Hola chicos!. Pasábamos por aquí y os hemos visto. Román les contestó: - La gente os conoce por los grandes inventos que tenéis ¿nos enseñáis algunos?. - Sí, -dijo Novita- aquí tenemos la máquina del tiempo ¿Queréis usarla?.


Los niños exaltados dijeron que sí. - ¿A qué época queréis ir?, preguntó Doraemon. - Al futuro, contestaron.

Pues entrad por esta puerta y cuando queráis volver sólo tenéis que gritar mi nombre todos juntos. Los niños entraron por la puerta mágica y tras ella se encontraron en Castellar pero habían pasado 40 años.


Tras pasear durante un tiempo por el pueblo, se dieron cuenta que sus vidas se habían separado, ya no eran amigos, ni siquiera se saludaban. Decepcionados de lo que veían gritaron fuerte -!Doraemon....!- Y volvieron en un plumazo a la isla. Estaban tristes de ver que su amistad no había perdurado en el tiempo. Doraemon les dio un consejo: - La amistad hay que cuidarla, y trabajarla todos los días.


Los niños se prometieron que lo que habían visto no iba a ocurrir porque harían todo lo posible por ser siempre amigos (cuidarse unos a otros, preocuparse por su problemas, etc...). Román se despierta en su habitación, no sabía que había ocurrido, estaba acostado y tenía el libro sobre el pecho, lo cogió y cuando fue a guardarlo, se le cayó una foto al suelo. Era una foto de él con sus amigos y !Qué sorpresa! estaban en la isla.


Era un bonito día de primavera; el pueblo de Román era un hervidero, la gente iba y venía haciendo los preparativos de su fiesta más esperada “La Romería”. Un rayito de sol, que entraba por el hueco de la ventana inundaba la cara de Román pero él seguía durmiendo plácidamente, hasta que de pronto: - !Román despierta, que tenemos mucho que hacer! !No seas perezoso que nos quedaremos sin sitio!.

Román abrió sus ojos al oír a su madre. De pronto, pensó que llevaba mucho tiempo sin soñar con los personajes de sus cuentos preferidos pero en seguida cayó en la cuenta de que quizás fuese ya demasiado mayor para ese tipo de aventuras. El pasado mes de marzo había celebrado su undécimo cumpleaños. !Cielos, cumpleaños!. De repente recordó que mañana sería el cumpleaños de su gran amigo y compañero Iván, que lo celebrarían de un modo especial en la Romería y que !Todavía no había comprado su regalo!.


Román dio un bote y salió de la cama atropelladamente se aseó, se vistió y fue a saludar a sus padres. - !Papá! !Mamá! !Un beso! !Buenos días! Mañana es el cumple de Iván y ... !Todavía no le he comprado nada! Y lo que es peor... !No sé que regalarle!.

- !Vaya si corres cuando quieres! -dijo su madre.- Un besazo muchachote y no te preocupes por nada. El regalo de tu amigo está en tu armario. -!Oh! Con tantas prisas ni siquiera lo he visto. Muchas gracias. !Que haría yo sin ti! !Dame un besazo! - Anda, no seas pelota y desayuna que se hace tarde. - A todo esto- dijo Román- ¿Qué le hemos comprado? - Creo que le gustará. Es un kit de explorador igual que el que te regalamos para tu cumpleaños. - !Chachi piruli! Podremos correr grandes aventuras en la Romería.


Cumpleaños feliz ...  .... Todos los amigos cantaban mientras Iván soplaba sus once velas. Era maravilloso celebrar un cumpleaños en el campo en la Romería. Habían tomado sandwiches y otros aperitivos y bebido toda clase de refrescos. La tarta era el final del banquete. Era de nata y chocolate. !mmm!. Estaba de rechupete. Apenas podían moverse por haber comido tanto cuando Clara, la madre de Iván dijo: - Bueno niños, ha llegado el momento de !Perder calorías! !!!Música y mooovimiento!!!.

A la escoba le siguió el juego de la manzana, el pañuelo, la cuchara,... Y estaban en el juego de la silla, cuando al parar la música !Cataplaf! Se partió la pata de la silla donde se había sentado Román. - !Ay! !Qué dolor! -se quejaba Román -No puedo levantarme. Tras unos angustiosos minutos, Román se levantó cojeando y Clara decidió que había llegado el momento de tirar de la !Piñata!. En cuanto Román oyó esa palabra mágica, se acabaron sus males. Cada niño tenía un cordón de la piñata. Clara había dado las instrucciones. - Uno, dos y ... !tres!.


Todos los niños quedaron rebozados en harina. Clara había aprovechado que estaban en el campo, y no importaba si se ensuciaban demasiado, para llenar la piñata de harina. Tras la broma, cada niño recibió una bolsa con cuches y Clara les ordenó: - Ahora a jugar por vuestra cuenta y tened mucho cuidado. Los niños decidieron que era el momento de estrenar sus kit de exploradores. En unos segundos pensaron en dar la vuelta al mundo, encontrar los huesos de un fiero dinosaurio, construir una cabaña que fuese su centro de operaciones hallar un valioso tesoro... Finalmente decidieron dar un paseo por los alrededores e intentar seguir el rastro de algún pequeño animal.


Tras cuarenta minutos de caminata, de divertidas charlas, de graciosas ocurrencias, valiosos descubrimientos y numerosas paradas para esto o aquello, encontraron unas extrañas huellas, que ninguno había visto antes, por lo que decidieron seguir el rastro. Anduvieron un largo trecho y sin darse cuenta se vieron inmersos en una gran espesura de encinas, chaparros, jara, retama, brezo y “jamargos”. Entre tanto verde, perdieron el rastro; Sergio, el más pequeño del grupo dijo que tenía miedo porque desconocía el lugar y cualquier animal podría salir de toda esa vegetación. Y cuando decía cualquier animal, se estaba refiriendo, por supuesto, a las serpientes, a las que tanto temía. Los demás habían tenido el mismo pensamiento pero creyeron que no era el pensamiento propio de un explorador y nadie dijo nada, incluso Román se atrevió a decir: - Sergio, los exploradores no pueden ser cobardes. Mirad aquello puede ser interesante, seguidme. En medio de tanta espesura había una gran piedra rodeada de otras de menor tamaño. Con sus bastones extensibles del kit de exploradores Román e Iván fueron apartando la maleza para abrir el camino al resto del grupo hasta esas piedras.


Por supuesto, entre tanto verdor no encontraron el rastro que seguían pero en esa acumulación de piedras había cosas “interesantísimas” según la opinión de cada uno de ellos, que se desperdigaron buscando “lo más interesante” del día. En lo alto de una piedra cercana, Sergio vio un lagarto de un verde intenso. Tanto se asustó que corrió hacia sus compañeros gritando: -!Socorro, socorroooo!!! En su alocada carrera pisó una piedra que se movió, esta a su vez movió la siguiente y esta a una tercera que se desplazó abriendo un agujero, de alrededor de un metro de diámetro, en el que Sergio cayó ante la mirada atónita de sus amigos.


Transcurrieron breves segundos hasta que sus amigos corrieron a la entrada del hueco gritando: !Sergio, Sergio!. Cuando se asomaron a la abertura solo vieron una sombra inmóvil, pues estaba muy oscuro. - !Esto parece una cueva! !Estoy cagado! !!Ayúdame!!!. - ¿Cómo estás Sergio? -preguntó Román. - Bien pero no me puedo mover del miedo que tengo. Esto está demasiado oscuro. - Tranquilo

Sergio. Te sacaremos de ahí. Toma la linterna y así podrás ver algo más. Le echaron la linterna y cuando Sergio la encendió: - !Esto está lleno de pinturas extrañas! !Están cazando y hay muchos animales!. La idea era subir a Sergio pero tras oír sus palabras a todos les entraron ganas de bajar para echar un vistazo. Enlazaron sus cuerdas de exploradores y la ataron a un tronco cercano.


Cuando se aseguraron de que la cuerda estaba atada correctamente empezaron a descender uno a uno. La cuerda no llegaba hasta el fondo por lo que tuvieron que dar un salto de un metro y medio para llegar al suelo. Sergio los iba abrazando y les mostraba, orgulloso, su hallazgo. Eran dibujos de color marrón, rojo y negro que representaban escenas de caza y recolección, danzas, manos, animales, poblados... - !Son pinturas rupestres del Neolítico!. - !Anda ya! -dijo Iván- si ese parece que lleva una escopeta. - !No seas burro!- Replicó Román- Piensa que no tenían muchos medios ni técnica a la hora pintar. Es una lanza. Los dibujos son como los que salen en nuestro libro de Cono.


Estuvieron debatiendo, durante mucho rato si eran del paleolítico o del neolítico llegando a la conclusión de que eran pinturas neolíticas imaginaron que estaban en un lugar sagrado donde realizaban rituales mágicos. Recordaron las palabras de su profesor cuando les contó que en las inmediaciones de su pueblo habitaron culturas antiguas. Estaban excitadísimos por el descubrimiento que habían hecho y ya veían “su cueva”, junto a las de Altamira, en los libros de Conocimiento. Decidieron salir de allí para contarlo a sus padres y darlo a conocer a todo el pueblo. Se dieron cuenta de que tenían un problema a la hora de salir de la cueva y es que la cuerda no llegaba hasta el suelo y se podrían ayudar unos a otros para subir pero el último no tendría ayuda por lo que tendría que permanecer en la cueva hasta que los demás regresasen con ayuda. Pensaron que lo echarían a suertes. Llegado el momento se hizo un gran silencio, pues, aunque no dijeron nada a ninguno le hacía gracia quedarse allí solo. En ese instante oyeron unos extraños ruidos que provenían de la cueva. El pánico los inmovilizó. De pronto, se escucharon unas risas y aparecieron del interior de la cueva, Fede y Santi, dos niños de la otra clase de quinto, que al ver a Román y sus amigos, preguntaron asombrados y enfadados:


- ¿Qué hacéis en nuestro cuartel general secreto? - !Cómo que cuartel general secreto! -dijo Román- es nuestra cueva de pinturas rupestres, la hemos descubierto nosotros y vamos a mostrársela a todo el mundo. Primero fue sorpresa, silencio y finalmente carcajadas. Fede y Santi no podían parar de reír; querían decir algo pero explotaban de nuevo en risa. Román y los suyos se miraban extrañados pero no entendían la situación y además sentían un poco de rabia porque Fede y Santi se habían colado en su aventura.

Les contaron como Sergio había caído allí y todas las pericias que pasaron hasta que aparecieron ellos. Tras un largo rato Fede y Santi les explicaron que hace tiempo el padre de Fede, en una salida, a por hongos, les enseñó aquel lugar, les dijo que era un antiguo refugio de pastores y que la entrada estaba justo detrás de la piedra por donde ellos habían aparecido, y aquí comenzaron a reír otra vez y como pudieron, explicaron que “las pinturas rupestres” las habían hecho ellos para decorar las paredes y repasar lo que le había explicado su profesora acerca de la Prehistoria.


Ahora las carcajadas eran generalizadas. Todos reían sin poder parar. Decidieron que compartirían el “cuartel general secreto”, pero que ahora era el memento de volver a la Romería pues se estaba haciendo tarde. El camino de vuelta fue ameno pues hablaron de todo lo que les había sucedido y, aunque la aventura que contarían no iba a ser de gran valor histórico, como habían pensado en un principio, seguro que haría mucha gracia a sus padres. Román imaginaba lo que pensarían sus padres: - !Otra fantasía del pequeño Román!.


... Y así fue; sus padres no le creyeron, pues ellos siempre habían vivido en Castellar y nunca habían oído hablar de que hubiera por esos alrededores un antiguo refugio de pastores de esas características. !Qué rabia! ¿Por qué no le creían si les estaba contando la verdad y encima con todo lujo de detalles?. Muy ofendido, se fue a dormir. No podía conciliar el sueño; no sabía si era debido a las carcajadas de sus padres y de los amigos de ellos que provenían de fuera de la tienda, o la excitación por su hallazgo o por un bicho pelmazo que le dejó como un colador un brazo. A la mañana siguiente Román se encontraba más animado, no sólo por haber tomado un nutritivo desayuno a base de macedonia de frutas, leche con cereales y tostadas de pan con aceite -de oliva, por supuesto- y jamón serrano sino porque sus padres le habían pedido disculpas por haber dudado de la autenticidad de su relato. Le dijeron a Román que la tía Julia y el tío Marcos -que también estaban pasando con ellos la Romería en el campo- les habían contado que ciertamente aquel lugar había sido un antiguo refugio de pastores.


Román también les pidió disculpas por haber reaccionado con tanta soberbia y les dijo que entendía que hubieran dudado de él porque habían sido muchas las ocasiones en las que había fantaseado. Sus padres, entonces, le prometieron que pasadas unas semanas volverían a ir al campo; él podría invitar a sus amigos y podrían seguir viviendo nuevas aventuras con sus kits de exploradores en su “cuartel general secreto”. Pasaron los días y después de algún que otro problemilla con Fede y Santi ya que se habían echado atrás a la hora de compartir el “cuartel general” y de las bromas de sus compañeros por haberse creído que habían descubierto una auténtica cueva de la época del Neolítico, todo volvió a la normalidad. Estaban deseosos de volver a “su cueva” pero ahora lo que les tenía inquietos era el “Certamen de pintura rápida” que se celebraba en su pueblo el segundo sábado de mayo. Era un certamen tan importe... !el segundo a nivel nacional, nada más y nada menos! Quizá tendrían la oportunidad de conocer a algún pintor famoso a quien podrían pedirle autógrafos... !Cuánto presumirían en la redacción que sobre el Certamen les había pedido su maestra!.


A sólo dos días del Certamen, Román y sus amigos vaciaban sus huchas con la esperanza de poder conseguir entre los tres dinero suficiente para poder comprar algún bonito cuadro con el que poder adornar “su cueva”. La noche anterior al Certamen, los tres amigos estaban excitadísimos. Román soñó que paseaba con sus amigos por las calles de su pueblo. Era un día precioso, con una temperatura muy agradable, un sol radiante y un olor a óleo que les embriagaba. Iban contemplando los cuadros cuando uno de los pintores les propuso que posaran para él. Esto les daría fama y si el cuadro resultaba ganador recibirían parte del premio.


Ellos se miraron atónitos. !No daban crédito a lo que estaban escuchando! ! Podrían hacerse famosos y conseguir algo de dinero con el que podrían reformar “su cueva”!. No se lo pensaron dos veces. Aceptaron y se dispusieron a posar para el pintor. Justo en el momento en el que Román se agachaba simulando jugar a las canicas según le había ordenado el pintor... !plaf!, tropezó con su amigo Sergio y cayó de bruces sobre una lata de pintura acrílica de color rojo. !Oh, no, estoy empapado de ... sudor! !Menos mal, todo había sido un sueño, otro más de sus muchos sueños!. Su madre, que se había sobresaltado al oirlo gritar, fue a su encuentro , lo tranquilizó y le animó a levantarse y tomar un suculento desayuno después de darse una reanimadora ducha.


Ya en las calles de su pueblo, cuando iban paseando entre los lienzos -eso sí, con mucho cuidado de no tropezar con ninguna lata de pintura- y echando fotos con sus cámaras de exploradores, se acercó a ellos uno de los pintores y les preguntó: !oye, chicos, ¿sois de Castellar?, pregunta a la que ellos asintieron. El pintor siguió preguntándoles: ¿conocéis algún bonito lugar poco frecuentado? Se miraron. ¿Realmente estaban escuchando lo que estaban escuchando? Sin vacilar, los tres amigos se dispusieron a enseñarle al pintor “su cuartel general secreto”.


Durante el camino le fueron contando la historia de su hallazgo a Miguel Ángel que, casualmente, así se llamaba; igual que el pintor sobre el que les había estado hablando su maestra unos días atrás, el pintor de la Capilla Sixtina. No sabían por qué pero esta coincidencia les hacía presagiar que iban a tener un día de suerte. Pero... !no, no podía ser!, !no podían dar crédito a sus ojos! !Allí estaban Fede y Santi con otro pintor! ! ¿Cómo era posible?!. Tras una breve discusión- breve, porque se sentían abochornados por la presencia de los dos pintoresdecidieron hacer una apuesta. Echarían a suertes quienes entrarían al refugio. Serían uno de cada grupo. Deberían tomar una foto del interior. Los dos pintores decidieron cuál sería la foto más curiosa y merecedora de ser plasmada en un lienzo.


La suerte quiso que los dos elegidos fueran Román y Fede. Contentos por su fortuna pero a la vez nerviosos por la responsabilidad de la misión, se adentraron sin más demora. Pasado un primer tramo, se encontraron con una bifurcación. Cada uno tomó un camino diferente con la esperanza de que el camino elegido les condujera a un rincón maravilloso del refugio. Anduvieron un rato intentando darse un poco de prisa ya que tenían un plazo máximo de veinte minutos.

-!Qué maravilla!, -exclamó Fede. -!Qué estalactita más impresionante! - !¿Qué es esto?!- se preguntó Román. -!Una llave dorada!, ¿o será de oro auténtico? ¿Qué pone en este papel que cuelga de la llave? !Está tan borroso...! “Si llegas hasta este lugar del refugio, no podrás !¿Cuál sería la última palabra? ¿Qué significaba todo esto...?


Román estaba perplejo. ¿Qué podía hacer?... De algún modo comprendió que el mensaje incompleto le avisaba de algún peligro; así que decidió volver atrás para encontrarse con sus amigos y comunicarles su hallazgo. Llevaba poco camino recorrido cuando oyó a Fede que gritaba: - !Román, Román, encontrado el plano de un tesoro!.

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Su nerviosismo y excitación fueron en aumento hasta que se encontró con su amigo. - !Mira yo también hallado esta llave con un mensaje!.

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-!Fijate el plano tiene un cofre pintado!. - !Ya está! la llave... Se atropellaban hablando y deseaban empezar cuanto antes la búsqueda del preciado cofre.


Según se veía en el maltrecho plano había que seguir hasta la bifurcación, lo cual hicieron cautelosamente, y una vez allí observaron una grieta vertical que parecía en el plano como un signo de admiración y el punto de ese signo era el pequeño cofre. !Bien! !excavaremos en el suelo debajo de la grieta! !vamos, rápido que a los pintores se les acaba el tiempo y no nos esperaran!. Cavaron con cuidado utilizando unas piedras toscamente talladas que había cerca (¿serían hachas prehistóricas?) y ante sus ojos maravillados apareció el cofre. No había tiempo que perder, metieron la llave y ... Un intento, dos, tres, !por fin se abrió!. Allí estaba el tesoro: una colección de figurillas de bronce. Los famosos exvotos ibéricos de los que les habían hablado en clase y que un día vieron expuestos en el museo. Se quedaron sin palabras. Había figurillas de guerreros, otras de sacerdotisas con las manos extendidas y una especie de peineta por un ma...... , también algunos animales.


No hablaron pero el corazón les latía tan fuerte que parecía se les iba a salir del pecho. Cerraron el cofre y recorrieron el camino de vuelta deseosos de encontrase con los pintores y el resto de la “panda”. - ¿Qué crees que pasaría? - No se, pero el dueño del cofre había estado más de una vez en la cueva. - Puede ser y la última había ido preparado para sacarse los “mingos” (así lo llamaban en el pueblo). - Imaginate que cuando ya los llevaba en el cofre oyese voces: ¿Hay alguien ahí?. - !Es apasionante!. No pudieron seguir haciendo cábalas porque ya estaban en medio de su grupo y solo querían contarles, responder a tantas preguntas y mirar detenidamente su “tesoro”.

Los pintores estaban entusiasmados, hacían fotos de la cueva y de los exvotos mientras escuchaban a los niños. Volverían al pueblo, no sabían si con tiempo de participar en el Certamen, pero estaban seguros de que sus cuadros iban a ser originales. Uno se titularía: “Cuevas” y el otro según anunció su autor: “La Dama de Castellar”. Román, Fede y el resto del grupo decidieron ir a entregar su hallazgo en el ayuntamiento. Allí Lucas lo colocaría en el museo y quién sabe si pondría en la vitrina:



Los pintores se despidieron de nuestros amigos que iban en busca de Lucas. Pusieron sus lienzos en los caballetes, pegaron las fotos en un ángulo, cogieron la paletilla de madera y se liaron a pintar. Cuanta más pintura ponían en sus cuadros, más maravillosos eran.

Nuestros amigos, con el cofre entre las manos, llegaron al ayuntamiento y estuvieron buscando a Lucas durante media hora, pero… antes de encontrarlo se dieron cuenta de que un hombre desconocido, vestido de negro, cuyos ojos estaban ocultos tras unas enormes gafas de sol, ostentaba en su rostro una curiosa perilla barbillera y hablaba con acento extranjero, tal vez francés, miraba con mucho interés el cofre y en un momento dado se les acercó y preguntó:


-¿Dónde habéis encontrado el cofre? -¿Es que le interesa nuestro cofre? –preguntó a su vez Fede. -¡Por supuesto, es muy antiguo! -Sí que lo es. Lo hemos encontrado en las afueras del pueblo. intervino Sergio. ¿Qué vais a hacer con él? – volvió a preguntar aquel extraño individuo. -Vamos a entregarlo al encargado del Museo Arqueológico local. –se apresuró a contestar Román.

¿Y qué contiene? -Unos mingos. -repuso Iván. -¿Qué son los mingos? –se interesó el extraño. -Pequeñas figuras de bronce que nuestros antepasados iberos entregaban a sus dioses en acción de gracias. –esta vez fue Santi quien contestó deseoso de demostrar su saber. ¿Me las podéis enseñar? ¡No hay inconveniente! –dijo Fede.


Abrieron el cofre y le mostraron el interior. -Sí, están bien, pero… están muy estropeados. No tienen gran valor para mostrarlos en el Museo. Yo podría pagaros algo por ellos, pues en el Museo no os darían nada. Los amigos se miraron interrogándose qué hacer. Román insinuó: -Debemos pensarlo tranquilamente en nuestro Cuartel General Secreto. Esta tarde le daremos la contestación. –Y se despidieron con un “hasta luego”.


Ya en su Cuartel General Secreto empezaron a discutir. Román se mantenía en sus trece de darle el cofre al Ayuntamiento. -Pero… ese hombre nos va a dar una gran suma de dinero. –protestó Santi. -Lo que no importa es el dinero. Nuestro pueblo merece tener su patrimonio histórico. ¡Bastante ha sido expoliado ya! –exclamó Sergio muy excitado. -Mnnnn… ¡Tenéis razón. No lo venderemos! Se quedará en nuestro pueblo. En esto se oscureció la entrada de la cueva, apareciendo nuestro siniestro personaje que, abalanzándose sobre el cofre, lo arrebató de las inocentes manos y comenzó una huida ladera abajo, siendo perseguido por nuestros amigos.


Aquel tipo no debía conocer el terreno porque, bien por su precipitación o porque no paraba de echar rápidas ojeadas a sus perseguidores mientras corría, no reparó en las gomas que atraviesan las calles de olivos para su riego y, enganchando sus pies en una de ellas, rodó por el suelo mientras el cofre caía de sus manos. No tenía tiempo para recogerlo y menos teniendo en cuenta que con el golpe se había abierto y su contenido yacía desparramado por la tierra; así que, levantándose, volvió a emprender su alocada carrera alejándose de nuestros amigos quienes, abandonando la persecución, comenzaron a recoger los exvotos para volverlos a introducir en el cofre.


- Esto no me gusta nada -dijo Román en tono muy serio- . Ahora ya sabemos las intenciones de ese tipo y seguro que volverá a intentarlo. - Deberíamos haberte hecho caso y haber entregado el cofre en el Ayuntamiento. – comenzó a refunfuñar Sergio tartamudeando, ya fuese por la falta de aliento debido a la carrera o por el miedo que reflejaban sus ojos. - ¡Pues hagámoslo ahora mismo! –intervino Fede agarrando el cofre y dando media vuelta cogiendo la dirección del pueblo. Corriendo más que andando salieron a la carretera de Consolación a la altura de Las Pilas. Ya llevaban recorrido un tramo de la larga cuesta que debían subir para dirigirse al pueblo cuando el lejano sonido de un motor les hizo volverse. A lo lejos, bajando la cuesta de las Pilas, vieron dos vehículos que venían en su misma dirección.


- Podíamos parar a esos coches y pedirles que nos llevasen al pueblo. Todavía nos queda un largo trayecto. –dijo Santi que era el que iba más cansado. -No sé… -comenzó a decir Iván- La Virgen ya no está en Consolación… ¿De dónde vendrán esos coches? -¡Rápido, salgamos de la carretera! –intervino Román asaltado por un funesto presentimiento.


Todos corrieron hacia unas matas de lentisco que crecían en una linde y ofrecían una buena protección, al mismo tiempo que una inmejorable posición para observar sin ser vistos. El ruido de los motores se fue acercando y, escondidos tras las matas, vieron al pasar el primero de los coches que en él iba el tipo de la perilla y las grandes gafas negras. -¿Habéis visto? –dijo Fede muy excitado-. Ese ladrón no está solo. Seguro que los que van en esos coches son sus compinches. -¡Yo he contado por lo menos a cinco! ¿Qué hacemos ahora? –El tartamudeo aún no había desaparecido de la voz de Sergio.



-Bueno, ¿y a qué estamos esperando? ¡Vámonos ya, estoy deseando perder de vista el maldito cofre! –gritó Iván mientras arrebataba el cofre a Fede y, sin mirar si le seguían sus amigos, echaba a correr camino adelante hacia el pueblo. Con más de un sobresalto a cuestas, pues creían oír motores por todos sitios, pasaron ante el cortijo de los Hondos y subieron por un antiguo camino, ahora sólo utilizado por cabras y ovejas, hacia las eras. Ya estaba avanzada la tarde cuando llegaron a ellas y allí, junto al depósito del agua, se pararon para decidir sus próximos movimientos. Bajarían por el antiguo callejón de los herradores hasta la calle de la Fuente y, una vez allí y tras comprobar que no hubiese moros en la costa,


por la calle de la Hiedra irían a desembocar a una esquina del Ayuntamiento. De esa manera pensaban evitar las calles por donde podrían estar esperándoles los dos vehículos. Así lo hicieron. Andando con cautela y asomándose con precaución en cada esquina, llegaron al Ayuntamiento y… “su gozo en un pozo”. ¡Estaba cerrado! Aún no les había dado tiempo en pensar qué hacer cuando un chirrido de frenos les hizo sobresaltarse. Por la esquina de la calle Toscas acababa de aparecer un Renault Megane del que precipitadamente se estaba bajando el tipejo de negro, con su perilla y sus inseparables gafas de sol. Sin pensárselo dos veces echaron a correr hacia la calle de la Villa cuando, la visión del otro vehículo que venía hacia ellos, les hizo pararse en seco.


-¡A la Colegial! –gritó Román con todas sus fuerzas al observar que sus puertas abiertas era la única vía de escape, ya que salir huyendo calle adelante sería inútil teniendo en cuenta que algunos de sus perseguidores iban en coche. Una vez dentro de la iglesia corrieron hacia la Sacristía, hasta que Santi, con el rostro desencajado, gritaba: -¡Aquí no hay nadie, está cerrada! ¿Y ahora qué hacemos? -¡Hacia la torre! –volvía a adelantarse una vez más Román al oír el portazo de un coche en la


Subieron a toda prisa los peldaños de piedra de la vieja escalera de caracol, muy a pesar de las reticencias de Sergio al que comenzaban a bullirle en la cabeza viejas historias sobre el fantasma de un viejo que, de vez en cuando, se aparecía a los que se aventuraban por aquel lugar. Aunque, puesto a elegir, prefería la presencia del viejo fantasma al individuo de las gafas. -Si seguimos subiendo estaremos acorralados en el campanario. –dijo Román parándose frente a una pequeña puerta que se abría a su derecha- Metámonos por aquí, creo que esta puerta va a dar a las bóvedas de la Colegial. -¿No os dais cuenta de que el suelo está inclinado? ¡Está más elevado en el centro que en los lados! –susurró deteniéndose. -¡Claro, estamos encima de la bóveda de la iglesia. Y ya sabes que tiene forma de medio cañón, ¿no recuerdas? -Yo lo único que recuerdo ahora mismo son unas gafas oscuras encima de una perilla. –interrumpió Santi de mala gana.


Penetraron por la pequeña puerta y, tras subir dos o tres escalones, se encontraron en una larga estancia sumida en la penumbra pues la única luz que la iluminaba era la que penetraba por unas pequeñas aberturas rectangulares que había cerca del suelo. Estuvieron sin moverse un rato hasta que sus ojos se fueron acostumbrando a la poca luz que allí reinaba. Apenas habían comenzado a avanzar por ella cuando Santi llamó la atención de todos: Volvieron a seguir avanzando cuando un sonido sordo y vibrante, seguido de un grito, les dejó paralizados. Sergio estaba seguro de que aquel sonido lo había producido el fantasma del abuelo y que aparecería de un momento a otro en cualquier rincón, así que cerró los ojos. No fue el fantasma quien lo devolvió a la realidad sino las quejas de Fede:


-¡Ay, me he roto la cabeza! Algo me ha golpeado y estoy sangrando. ¡Ay, ay! -¡Chisss…! ¡No seas exagerado! Te acabas de golpear con un tirante de hierro que atraviesa de pared a pared. -¿Y quién ha puesto esto aquí? ¿Acaso sabían que íbamos a pasar nosotros? ¡Y no estoy exagerando, noto la sangre en mis manos! -Tomo

mi pañuelo. –susurró Román- Ese hierro está para que las paredes aguanten el peso de la bóveda y debe haber muchos más, así que llevad cuidado. Inclinados y medio a gatas continuaron avanzando. Sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra y ya distinguían los numerosos tirantes que atravesaban la galería. Por los agujeros, a veces, la luz era interceptada por algo que se movía. Sergio lo achacaba al fantasma hasta que se dieron cuenta de que eran palomos. De pronto, Román dijo:


-¡Se me acaba de ocurrir una idea! Esperadme aquí. –Y dando media vuelta se dirigió a la pequeña puerta por donde habían penetrado en aquel lugar tan raro. Román volvió a la torre y tanteando en la oscuridad encontró la cuerda que bajaba desde las campanas a la base de la torre. Tiró de ella y encontró cierta resistencia aunque notó que cedía algo. Volvió a probarlo y, tras dos o tres intentos más, el sonido claro y vibrante de una campana interrumpió el sepulcral silencio del lugar. Una y otra vez tiró de la cuerda y el estrépito fue espantoso. Después volvió junto a sus amigos que aguardaban despavoridos en el mismo lugar en que los dejó.


-¿Estás loco? ¡Esos tipos habrán oído el repique de las campanas y ya sabrán que estamos aquí! – le increpó Fede con voz apagada mientras sostenía el pañuelo en su frente. -Sí, –respondió Román- y también lo habrá oído todo el pueblo que se estará preguntando ahora mismo qué es lo que pasa en la iglesia de arriba. -¡Tiene razón! –exclamó Iván- Tenemos que llamar la atención de todo el mundo. ¡Esas aberturas de la derecha tienen que dar a la plaza!


Y, tras dejar el cofre pegado a la pared en una zona sumida en la oscuridad, dirigiéndose a uno de los agujeros por los que penetraba la luz comenzó a dar gritos pidiendo socorro. Pronto comprendió que las paredes eran demasiado gruesas y no le permitían asomarse; ni siquiera veía el suelo, por lo que cambió de táctica. Pegado a la pared vio un montón de losetas azules como las que cubrían el tejado y sin pensarlo dos veces comenzó a tirar trozos de loseta a través de la abertura. Los demás siguieron su ejemplo y al poco todos se liaron, como locos, a tirar por los agujeros todo lo que encontraban tanteando por el suelo, incluso huevos de palomo. Así siguieron un buen rato hasta que el sonido de un portazo les paralizó. -¡Eso ha sido la puerta de la torre! ¡Vienen a por nosotros! –gritó Santi lleno de pánico.


Todos se dirigieron hacia el fondo de la estancia y comprobaron que, en la pared del fondo, había otra abertura a poco más de un metro del suelo. Ayudándose unos a otros penetraron por ella y se encontraron en otro aposento, mucho más pequeño, cuyo suelo de yeso se elevaba en forma de media naranja invertida por encima de sus cabezas. -¿Y esto qué es? –preguntó Iván extrañado. -Estamos sobre la cúpula del crucero. –susurró Román. -¡Este se acuerda de todos esos nombres tan raros aunque estemos…! -Fede no pudo continuar hablando porque el retumbar de unos pasos le interrumpió en seco. -¡Alguien se está acercando…! –dijo Sergio llorando más que hablando.


Comenzaron a rodear la cúpula pegados a la pared y se dieron cuenta de que en cada una de las paredes había otras aberturas, como pequeñas puertas, que daban a sendos cuartos sumidos en la oscuridad. Penetraron por el opuesto a la abertura por donde habían entrado y bajando, apoyándose en las vigas de madera que sostenían el tejado, se acurrucaron en un rincón. Ya no había escapatoria posible. “Todo esto no puede ser verdad –pensaba Román, abrazado a sus amigos- Debo estar en mi cama, soñando. Ni siquiera sé quiénes son esos tipos que nos persiguen.” –Y se pellizcaba tratando de despertarse y escapar así de aquella pesadilla; pero el dolor le demostraba que estaba despierto y bien despierto.


Había un pesado silencio en aquel espacio. Román alcanzaba a oír los latidos de su propio corazón. ¿O era el de Sergio? El retumbar de unos pasos que se acercaban le sacó de sus pensamientos. Oía el jadeo del esfuerzo al encaramarse sobre el techo del crucero. Percibía el roce de un cuerpo contra la pared al rodear la cúpula. Sentía que alguien estaba asomado a la pequeña abertura que había sobre ellos. De pronto, una cegadora luz les dejó encandilados. Ya sólo oía el tartamudeo de Sergio que no cesaba de repetir. -¡El fan… fan…. fan…!


Ya se daban por perdidos cuando una voz que no tenía nada de acento extranjero, sino que, al contrario, les era familiar les dijo: -¿Pero, qué hacéis ahí metidos? No era el individuo de las gafas, ni el fantasma del abuelo. Era la voz de Patricio, el Sacristán, que no dejaba de iluminarlos con aquella linterna. La tensión acumulada se liberó en un momento y todos comenzaron a dar gritos y vivas y carcajadas nerviosas y gracias y olés… Y Patricio no salía de su asombro al ver que aquellos mocosos, pillados “in fraganti” jugando al escondite en aquel lugar prohibido, se reían en sus barbas. -¡Despierta ya, perezoso! –la voz de su madre y la luz que entraba por la ventana de su habitación sacó a Román de amodorramiento. “¡Así que había sido otro de sus sueños. – pensó Román- Pero, no. Recordaba con absoluta nitidez la llegada de Patricio y cómo éste, sin dejar de soltarles una bronca monumental, había bajado con ellos aquellas escaleras de caracol.


Recordaba que, al salir de la iglesia, la plaza estaba llena de curiosos que seguían preguntándose el por qué de aquel estrépito de campanas y aquellos cascotes azules y huevos rotos desparramados por toda la plaza. Seguro que pensaban que todo era obra de aquellos gamberros que el malhumorado Patricio estaba echando a la calle. Recordaba que, a pesar de mirar para todos lados, no vio rastro de aquella banda de desalmados que les habían aterrorizado. Recordaba como la policía municipal les había acompañado a sus casas. Y recordaba que, debido seguramente a los nervios, se habían dejado el cofre de los exvotos en las bóvedas de la Colegial. Decididamente aquello no había sido un sueño.”

-¿Mamá, qué…? –comenzó a decir aturdido. -Calla. –le interrumpió su madre mientras depositaba un suave beso en su frente- Ya lo sabemos todo. Y su madre le contó como habían puesto en revolución a todo el pueblo con aquel repique desacompasado de campanas y más con aquella lluvia de objetos que salían por los agujeros de la fachada de la Colegial.


Allí acudió no sólo el Sacristán sino, también, los Municipales y la Guardia Civil que vieron a unos individuos extraños montarse en dos coches y alejarse a toda prisa. Al llamarles la atención lo extraño de su comportamiento, dieron la voz de alarma y los coches fueron detenidos por un control de la Guardia Civil en Villamanrique. Se trataba, ni más ni menos, de una banda de traficantes de antigüedades, dirigida por un individuo peligroso al que llaman “El Chivo”, que habían cometido numerosos robos en iglesias y museos locales de diversas zonas rurales de varias Comunidades y ahora, por lo visto, habían centrado su atención en nuestro pueblo, seguramente por sus museos ibérico y el de la Colegial. -¡A estas alturas de la mañana –exclamó su madre al terminar de contarle las últimas noticiastodo el pueblo debe saber que sois unos héroes! -¡Pues ya verás –le cortó Román saltando de la cama- cuando entreguemos al Ayuntamiento lo que tenemos escondido! ¡Por lo menos creo que servirá para que nos suban la nota de Conocimiento del Medio!


Comenzó a vestirse a toda prisa pensando en que junio ya estaba cerca y con él llegarían las vacaciones. Entonces sí que tendrían tiempo, él y sus amigos, de explorar concienzudamente aquellas bóvedas que tanto le habían fascinado. Quizá sus constructores dejasen grabado en algún lugar de ellas algún mensaje interesante O puede que alguien, como habían hecho ellos, escondiese un tesoro ya olvidado en el tiempo. O… Pero eso ya es otra historia.


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