Contigo en Croacia 4

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Descendemos tras haber dado la vuelta completa a la ciudad y nos vamos a

la fortaleza de San Lorenzo, situada encima de un peĂąasco al exterior de

las murallas y cuyo camino de acceso nos cuesta encontrar.


Un montón de escalones nos permite acceder al macizo bastión desde el que se ve Dubrovnik a vista de pájaro.

Comienza a relampaguear y a tronar, se ven rayos que parecen

unir el cielo con el mar y corre un

viento de mil diablos que amenaza con arrancarnos las cámaras de las manos y para que no vuele el

sombrero tengo que atármelo.

De pronto nos percatamos de que nos encontramos solos, a una altura

exagerada, que en el mar están cayendo rayos y la tormenta viene directa hacia aquí. Así que nos bajamos precipitadamente y corremos escalones

abajo. Por la Puerta de Pile comienzan a caer gotas y decidimos ir a comer a uno de los bares de la Plaza Gundiliceva. Corremos Stradum adelante

mientras las gotas aumentan de tamaño. En el bar nos encontramos con la sorpresa de que ya no van a servir porque va a llover. Nos extrañamos y comprobamos que llevan razón, se desata el diluvio universal.


Apresuradamente nos refugiamos en el café Pucic Palace y, a pesar de que los camareros lucen unos chalecos muy elegantes que

presagian altos precios, nos pedimos dos cervezas en la barra esperando que mientras nos las bebemos a palo seco, escampe. Pero el

diluvio no cesa sino que va a más: dos truenos

exagerados, dos relámpagos cegadores al mismo tiempo y un vendaval que arrasa los toldos y tenderetes de la plaza provocan que el café se llene y

para no perder el sitio pedimos otras dos cervezas que nos las bebemos tan

pausadamente que al final no podemos apurarlas pues se han convertido en caldo. El café hace rato que cerró las puertas ya que no cabe un alma más en él. Al fin, cuando escampa y tras pagar 110 kunas por las cuatro cervezas,

salimos a la plaza por la que parece haber pasado un tornado, mesas, sillas y toldos aparecen tirados por el suelo, los tenderetes han desaparecido.


Cambiamos de planes y nos vamos a la calle Prijeko donde hay restaurantes de sobra para elegir y Reyes descubre uno que vio recomendado en una guía. el “Moskar”, situado en el nº 16 de esa calle.

Allí nos tomamos otra cerveza pero esta acompañada de ostras, mejillones y calamares del Adriático. Una excelente comida por 287 kunas, precio

razonable comparado con el establecimiento de los chalecos elegantes. El cielo medio se ha

despejado y decidimos volver a la Plaza Gundiliceva que parece haber recobrado la normalidad.


Por la gran escalera barroca

que sale de la plaza

subimos a

otra plaza, la de San Ignacio, con la

Iglesia dedicada a este santo.


Desde aquĂ­ nos dedicamos a callejear en direcciĂłn a la catedral y la Plaza Luza.

De Luza a Stradum y volvemos Aala calle Prijeko.


Prรกcticamente hemos visto todo Dubrovnik. Para matar el tiempo

hasta que cojamos a las cinco el bote que nos llevarรก de regreso al hotel, ascendemos una de las calles

perpendiculares hasta llegar a la

muralla y por la calle Peline, al pie de ella, vamos admirando y

fotografiando las calles que descienden hasta Stradum.




Como se acerca la hora, bajamos a Stradum por la calle que consideramos más bonita y nos vamos al puerto donde nos tomamos Un helado mientras esperamos el bote.

Al aparecer lo miramos con recelo ya que es más pequeño que el de esta mañana, el “capitán” es un chaval al que aún no le ha salido barba y, por si fuera poco, el mara anda algo revuelto.

La travesía es bastante accidentada, da la impresión de que las olas son más altas que el bote y por dos veces creí que volcábamos. Lo que al principio

eran sonrisas a lo que parecía ir cabalgando un potro salvaje, se ha convertido en rostros preocupados y la mitad de los pasajeros están soltando la comida del medio día.

De esta accidentada navegación no tenemos ni una foto, primero porque las cámaras se hubieran mojado con las salpicaduras de las ola, y segundo, porque nos faltaban manos para agarrarnos donde pudiéramos.


Ya en el hotel y tras cenar, Reyes se va andando al pueblo con unos compañeros de viaje. Yo prefiero quedarme sentado en la pequeña terraza de la habitación y desde allí contemplo en la lejanía Dubrovnik, donde la torre Minceta luce con más intensidad que el resto. Me llega la música

de una de las terrazas y por las voces que oigo está repleta de franceses. ¡Luego dicen que los españoles somos los más escandalosos!

Las luces de la parte opuesta de la ensenada se reflejan en el mar que ahora está en calma y, a lo lejos, los relámpagos de otra tormenta iluminan el mar. Echo terriblemente de menos a mi Juanita y no puedo evitar que las lágrimas acudan a mis ojos.


Y advertí cómo quedabas encantada al contemplar la joya del Adriático, la vieja Ragusa, la actual Dubrovnik.

Cómo te gustaban esas calles estrechas y empinadas, con sus hileras de macetas, con sus decenas de escalones, lo que las hacía aún más encantadoras pero más laborioso su recorrido.

Imaginé cómo te ponías el pañuelo en la cubierta de aquel barco

que nos dejó en la isla de Lopud. Y cómo tus hermosos ojos se abrían espantados por aquella tormenta que nos sorprendió en la Plaza Gundiliceva.

Te hubiera costado trabajo recorrer las imponentes y altas murallas de Dubrovnik y no habrías podido subir a todo lo alto de la Fortaleza de San Lorenzo desde donde se ve la ciudad vieja a vista de pájaro,

demasiados y empinados escalones. Subiéndolos me vinieron a la mente aquellas palabras tuyas que tanto nos repetiste poco antes de tu muerte: "Quiero

que vosotros disfrutéis y seáis felices. No os preocupéis, yo soy feliz porque he tenido un sueño en el que Jesús me ha dicho que pronto me llevará con Él. Yo sería un estorbo en vuestros viajes". ¡Bendito estorbo! Hubiera renunciado incluso a salir de casa con tal de que continuases a mi lado. No pudo ser, y ese pensar en nuestro gozo hasta el último momento te enaltece y me hace, si es que ello es posible, quererte más que te quería.



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