Una semana en París 1

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Tu último viaje. Francisco Clavijo Viózquez


París se ha granjeado a lo largo de la historia todo tipo de reputaciones y, posiblemente, merezca todas ellas: la más romántica del mundo, la más culta, la más refinada... pero por muy largo que sea el etcétera de apelativos y adjetivos que se le han asignado, siempre se le quedan cortos. La ciudad está organizada en los llamados 'Arrondisements' (distritos) numerados del 1 al 20 que se distribuyen concéntricamente, formando una especie de espiral con forma de caracola. Los parisinos tienen una concepción muy precisa de estos compartimentos y, bajo la placa de cada calle, el visitante puede encontrar el número al que corresponde. La ciudad está atravesada por el Sena, que divide París en una zona al norte y otra al sur. Se empiece por el punto que se empiece, no hay forma de ir a dar con un barrio que no sea de interés: se pueden revivir los tiempos del cancan y el cabaret o seguir los pasos de Amélie Poulain en Montmartre; recorrer extasiado las mansiones (Hôtels) o tomar algo en uno de los modernos locales del Marais; hojear libros antiguos en los puestos que bordean el Río Sena; callejear por los mercados callejeros del Barrio Latino; perderse en intrincados jardines a la francesa, como Luxemburgo o las Tullerías...


El centro de la ciudad tiene un tamaño perfecto para recorrerlo a pie. A cada pocos pasos encontramos un monumento histórico famoso, o un acogedor café, o una elegante boutique o un concurrido bulevar. Pocas capitales europeas cuentan con un inventario de puntos de interés tan largo como el de París: la Torre Eiffel, Notre-Dame, Campos Elíseos, la Place Vendôme, el Arco del Triunfo, la Bastilla, la Ópera de Garnier, los Grandes bulevares, la Sorbona o el Pont Neuf, por nombrar solo algunos de ellos.


Miércoles, 1 de agosto de 2012 Al llegar al aeropuerto de París no encontramos el coche que teníamos

contratado para trasladarnos al hotel. Lo achacamos a que hemos llegado con tres horas de retraso, así que Reyes llama a la empresa y nadie contesta.

Nos tememos un timo. Por fin, tras varias llamadas contestan y nos dicen que esperemos el coche a la salida del aeropuerto. Más espera y continúa el

mosqueo. Por fin aparece un coche sin identificación alguna, conducido por

un argelino, que nos lleva al hotel tras soportar una tormenta. Debe tratarse de una empresa pirata. ¡Ya llevábamos tiempo sin ver llover y tiene que hacerlo precisamente el día de nuestra llegada a París! Esperemos que sea una tormenta aislada.

Llegamos al Trinité Plaza, situado en la Rue Jean-Baptiste Pigalle, a las 14:30 h. No es que sea un gran hotel, pero las habitaciones están limpias y

está bien situado. Desde la acera de enfrente se ve el Sacré-Coeur y desde la próxima esquina, el Moulin Rouge.



Comemos en un restaurante marroquí cercano al hotel y en la

plaza Pigalle cogemos el metro para Montmartre.

Nos bajamos en la

estación Lamarck-Caulaincourt y

por la Rue Saint-Vicent vamos a dar

con el “Au Lapin Agile”, restaurante y cabaré de la belle epoque que

frecuentaron pintores y escritores

como Picasso (quien en una ocasión

pagó la cuenta con una pintura de un arlequín) Renoir, Apollinaire, o Verlaine, entre otros.


Su nombre deriva de un dibujo humorístico realizado por André Gill de un conejo (lapin) saltando de un puchero, por lo que recibió el nombre

de Lapin a Gill (Conejo de Gill). Con el tiempo el nombre derivó en Lapín Agile (Conejo Ágil).

Frente a este cabaré se encuentran los Viñedos de Montmartre. Hubo un tiempo en el que los vinos de Montmartre rivalizaban con los de

Borgoña o Burdeos. A mediados del siglo XVIII había 20.000 hectáreas de

viñedos, pero hoy en día apenas se producen cada año 1.000 botellas de las 2.000 cepas que quedan en Montmartre. Son vendidas con fines benéficos.

En la otra esquina el restaurante La Maison Rose.


Subimos por la Rue des Saules y tomamos la Rue Cortot donde se encuentra el Musée de Montmartre que en el siglo XIX sirvió de vivienda y estudio para muchos artistas. Hoy, a través de dibujos, fotografías y otros recuerdos se presenta la vida de Montmartre desde el siglo XII hasta la actualidad, haciendo hincapié en la vida bohemia de la belle époque.


Pero no queremos pasarnos la tarde encerrados en un museo y seguimos adelante, hacia la Rue du Mont Cenis donde Juani, Reyes y Nieves encuentran un paraíso para sus compras.

Mientras, yo me entretengo en fotografiar las vistas del Sacré-Coeur que observo desde aquí.


Y visitar la iglesia de Saint Pierre de Montmartre, lo único que queda en pie de una vieja abadía benedictina destruida en la Revolución Francesa.

Saint Pierre de Montmartre En la Place du Tertre, cuyo nombre significa montículo por ser el punto más alto de la ciudad, nos encontramos oleadas de turistas, artistas callejeros y restaurantes masificados.


Parece que todo París se ha venido a la Basilique du Sacré-Coeur y no es de extrañar pues una de las estampas más fotografiadas de París es el espectacular perfil blanco del Sagrado Corazón, que se alza en el punto más elevado de la ciudad.

La basílica se cons-

muertos durante la

truyó para honrar

guerra franco-

la memoria de los

prusiana (1870-1871).

franceses

en 1923.

58.000 soldados

La obra se finalizó


Lo que mĂĄs atrae de este lugar son las impresionantes vistas de la ciudad que desde aquĂ­ se observan.

Tras visitar su interior donde un resplandeciente mosaico de Cristo en estilo bizantino nos recibe,


nos sentamos en la abarrotada escalinata y contemplamos el inmenso y espectacular ParĂ­s, mientras mĂşsicos y malabaristas ofrecen su arte a los visitantes.


Volvemos a Place du Tertre donde nos sentamos en la terraza de un cafĂŠ, mirando al pĂşblico como se hace aquĂ­ en Francia, y nos tomamos unos crepes y unos helados.


Callejeamos por este

barrio hasta dar con la

Place Pigalle y

enfilamos el Boulevard

de Clichy, lleno de establecimientos y espectรกculos erรณticos.


En él se encuentra el mítico Moulin Rouge, el cabaré más famoso de la belle époque. Escandalizaba a los respetables ciudadanos y atraía como un imán a los artistas y bohemios de Montmartre.

Henri de Toulouse-Lautrec lo inmortalizó en sus dibujos y carteles de bailarinas. que pueden admirarse en el Musée d´Orsay. Hoy sigue ofreciendo su espectáculo caracterizado por las plumas, el frenesí y las lentejuelas. La cena previa al espectáculo es opcional. Espectáculo que nosotros no vemos pues se nos escapa de nuestro presupuesto. De aquí al hotel hay un corto paseo así que regresamos tras una tarde bien aprovechada.



Jueves, 2 de agosto de 2012 Deseosos de ver el corazón de París nos levantamos temprano y tras desayu-

nar en el hotel, tomamos el metro en Le Peletier y nos bajamos en Pont Neuf.

Al salir al exterior nos encontramos a

orillas del Sena, cerca del Pont Neuf y

resulta paradójico que el Puente Nuevo sea el más antiguo de los que se con-

servan en París. Se finalizó en 1607 y lo inauguró Enrique IV cuya estatua

preside el puente. Estatua que se retiró durante la Revolución Francesa y se

volvió a colocar en 1818. Fue el primer puente peatonal de la ciudad y se

caracterizó porque era el único en su tiempo que no tenía casas encima.

Al otro lado del Sena vemos la imponente fachada de la

Conciergerie, palacio gótico

construido por Felipe el Hermoso de Francia entre 1301 y 1315.

Este palacio ha tenido una histo-

ria turbulenta. Algunas zonas se transformaron en prisión, bajo el control del concierge o guardián de la casa del rey, de ahí el nombre del edificio.

Durante la Revolución Francesa se transformo en la sede del terror ya que

fueron encerrados entre sus muros miles de prisioneros más tarde guillotinados, entre ellos la reina María Antonieta cuya celda puede visitarse.

En el exterior destaca la Tour de l´Horloge, erigida en 1370, una torre con el primer reloj público de la ciudad, aún en funcionamiento.


Entramos en la Île de la Cité por Pont au Change. París nació en esta isla del Sena. La isla ha permanecido como centro de la Iglesia y del poder estatal a través de los siglos, como evidencian la catedral de Notre-Dame y los tribunales del Palais de Justice.

Este pequeño pedazo de tierra tiene también el honor de ser el corazón

geográfico de Francia, ya que todas las distancias del país se miden desde el Point Zéro, justo al lado de Notre Dame.

Nos vamos directos a ver la Sainte Chapelle. Como es temprano la cola para entrar es corta y cuando nos acercamos a la entrada observo que hay que

pasar por un detector de metales y yo llevo una navaja en la mochila. Para no perderla abandono la cola y la escondo en una verja cercana, bajo unas

hojas de árbol, que hay frente al Palais de Justice. Vuelvo justo cuando me toca pasar por el detector.


Comenzamos la visita por la Capilla Superior y cuando llegamos a ella, aunque hay algunas vidrieras en restauraciรณn, el efecto producido por la luz y los colores es abrumador.


Esta Capilla es una obra maestra del gótico construida por Luís IX (12141270) para guardar unas reliquias santas. Se la considera la iglesia más hermosa de París por las 15 vidrieras de 15 metros de altura que llegan hasta la bóveda del techo.



Tras el éxtasis experimentado, descendemos después a la Capilla Baja o Inferior, dedicado a la Virgen y al que tenía acceso la gente común.

Bellamente policromada tiene tres naves, siendo la del centro la más grande. Observo que la bóveda está sostenida por dos tipos de columnas: las decoradas con flores de lis, símbolo de la realeza francesa,

y las columna rojas decoradas con castillos de oro, símbolos de Castilla ya que Luís IX era hijo de Blanca de Castilla.

En esta zona se encuentran también la tienda de recuerdos en la que compramos algunas postales y cuadernos.



Tras salir y recuperar mi navaja pasamos por la Place Louis Lepine y el Mercado de Flores, el más antiguo que se conserva. Más tarde me enteré de que los domingos, además de flores, hay pájaros.

Llegamos a la inmensa explanada donde se asienta la catedral de Notre Dame. ¡Preciosa!

Aquí sí que hay una cola kilométrica para entrar, pero nos damos cuenta

de que avanza rápidamente ya que no hay que pagar entrada.


Mientras Juani y las chiquillas están en la cola, yo me salgo y me dedico a fotografiar los tres pórticos magníficamente esculpidos con escenas de la

Biblia que representan la vida de la Virgen, de Santa Ana y del Juicio Final. Encima está la galería de los reyes de Judea y de Israel.


El interior de la catedral destaca por su luminosidad, gracias a los amplios ventanales que se abren en la cabecera y las naves laterales, y su amplitud, no hay coro que entorpezca la vista de la inmensa nave, como sucede en las catedrales espaĂąolas.


En la cabecera, destaca

la monumental Piedad, esculpida por Nicolas

Coustou en el siglo XVIII, y que preside la catedral desde el centro

del ábside. Rodean a la estatua sendas efigies

del rey Luis XIII y Luis XIV. Ambos monarcas aparecen arrodillados en actitud de súplica.

Al salir nos planteamos el subir a sus torres gemelas

de 69 metros de altura, pero la larguísima cola, esta sí que es lenta, nos hace desistir.

Nos conformamos con mirarlas a través de los prismáticos y

observar sus famosas quimeras.


Al rodearla descubrimos que su parte posterior es preciosa con sus ligeros arbotantes.

Cruzamos el Sena por Pont de l´Archebeche, cuajado de candados y nos siguen sorprendiendo las magníficas vistas de Notre Dame.

A nuestros pies, en el rĂ­o, barcos restaurantes

parecen querer atraernos

y sus precios, rechazarnos.


Bordeamos el Sena por Quai de Montebello con sus puestos de bouquinistes, tenderetes de recuerdos, revistas, postales y objetos de época, mientras

la imponente catedral nos muestra su lado más majestuoso desde esta orilla izquierda del Sena. Al intentar hacer la foto de uno de ellos, su dueño me gruñe algo inteligible.


Saboreamos el Pont Neuf y bajamos a la “proa” de la Isla de la Cité, donde descansamos un rato.

Buscamos un restaurante no turístico y nos metemos en uno que parece ser sólo de franceses en una calle

perpendicular a la orilla izquierda del Sena. Comemos comida típica francesa y de nuevo a callejear.


Volvemos a cruzar el río y nos dirigimos hacia la Torre St. Jacques del más puro estilo gótico flamígero.

Estrechas ventanas alternan con nichos terminados en agujas y

pináculos con numerosas estatuas

interpuestas. La estatua ubicada en la cima de la torre representa a Santiago y es del siglo XIX.


En el centro de una amplia plaza en la que se encuentra una enorme

pantalla retransmitiendo los Juegos Olímpicos, se levanta el viejo y

glorioso Hôtel de Ville, actualmente sede de la Municipalidad de la

ciudad. Su conjunto es, sin duda,

imponente y original, con sus varios pabellones coronados por cúpulas piramidales y un bosque de esta-

tuas diseminadas por todas partes.

En el día de hoy teníamos proyectado visitar el barrio de los estudiantes, el Barrio Latino, así que volvemos a cruzar el Sena y caminamos hacia la Place

Saint Michel, con su monumental fuente embellecida con el grupo en bronce de San Miguel matando al dragón.


Recorremos el animado Boulevard de Saint Michel, principal arteria del Barrio Latino y giramos en la Rue des Ecoles Allí observamos una vieja mansión medieval y hacia ella nos vamos.

Resulta ser el El Museo Nacional de la Edad Media de París (Musée National du Moyen Age), más conocido como

Museo Cluny, que contiene una de las colecciones de arte y artesanía

medieval más completas del mundo.

Nos decimos que no podemos dedicarle tiempo si queremos recorrer lo que

eníamos proyectado y tras descansar un rato en el viejo patio, continuamos nuestra marcha.


Tomamos la Rue Saint Jacques y nos topamos con La Sorbonne, la vieja y prestigiosa Universidad de París.

Giramos a la izquierda en la Rue Cujas y damos vista al hermoso edificio del Panthéon, lugar donde reposan los grandes benefacctores de la nación.

Se pretendía que se pareciera al Panteón de Roma, pero se asemeja más a la catedral de San Pablo de Londres.

Juani y las chiquillas deciden sentarse a descansar en la escalinata de la entrada y yo resuelvo pagar la entrada y pasar a su interior.


Tiene forma de cruz griega con la cĂşpula, que surge en el

cruce de los brazos, sostenida por cuatro pilastras, a una de las cuales estĂĄ adosada la

tumba de Rousseau. Impone la

monumentalidad, blancura y frialdad del mĂĄrmol.


Bajo a la cripta y me encuentro prácticamente solo.

Allí contemplo las tumbas de

personalidades como Víctor Hugo, Voltaire, Emilio Zola,

Marie Curie, Carnot, Mirabeau…

Al seguir caminando nos atrae un edificio singular y precioso, la iglesia de Saint Etienne du

Mont. La fachada es una rara mezcla de estilos gótico y renacentista en sus tres frontones

superpuestos que logran crear

un aspecto unitario y coherente.


Si la fachada de la iglesia es sorprendente, no lo es menos su interior gótico. Pero lo más característico del interior es el ambón colgante que separa la nave del coro.

Su rico calado de inspiración renacentista se prolonga hasta las escaleras en espiral, produciendo un efecto rítmico y agradable.


Seguimos callejeando hacia St. Julien Le Pouvre, una de las iglesias más antiguas de París, que se remonta al siglo XII-XIII.

Tras tomarnos un café en una bonita terraza, continuamos nuestro caminar: Rue Saint Severin, Rue de la herpe,

Rue de la Huchette, llena de

restaurantes multiculturales con escaparates suculentos,


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