Será la tecnología una oportunidad perdida

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Está en marcha lo que puede ser un ambicioso plan de equipamiento tecnológico para los centros de enseñanza. Bienvenido sea. Hay buenas razones para impulsar la educación y ésta puede ser una palanca eficaz para hacerlo. Sin embargo, puede ser aconsejable recordar alguna obviedad, como por ejemplo que la tecnología debe estar al servicio de la educación, y no al revés. Eso quiere decir que debe servir y potenciar el trabajo de los profesores para lograr los mejores resultados de sus alumnos. También esto debería ser evidente. Que la educación en España necesita un buen impulso es otra evidencia. Sus indicadores y los resultados de los estudios -sin ser catastróficos como a veces se comenta de forma un tanto frívola- es cierto que dejan bastante que desear. Como igualmente deja que desear el gasto público español en educación, inferior en un 20% al gasto medio de los países de la OCDE. Tampoco las polémicas y el ruido partidista


de los últimos años han ayudado a formular con seriedad acciones eficaces y de largo aliento. Ojalá, pues, que la formación del capital humano pase a ser objeto de la atención y el esfuerzo que merece, lo que por otra parte sería una buena noticia para una sociedad que no todo lo puede fiar a la evolución del Euríbor. ¿Podrá impulsar un buen plan el Ministerio de Educación? Estaría muy bien, y es su obligación: fijar una línea común, válida y positiva para el conjunto de las taifas en que se ha convertido el mapa de la educación española. Además, sin la implicación -también presupuestaria- del Gobierno de la nación, poco se avanzará en estos tiempos difíciles. Un plan de equipamiento tecnológico que llegue a todos los centros de enseñanza puede ser ese impulso que parece estar pidiendo la educación española. Lo es en tanto que dota de una infraestructura imprescindible en el siglo XXI en los procesos de formación. Los chicos y chicas


a los que hoy se les aplica esa curiosa etiqueta de nativos digitales lo son porque manejan la tecnología habitualmente en sus hogares. Es muy aconsejable que, además, usen en su formación regular en los centros de enseñanza esos equipos, pues en ese contexto se va a desarrollar su vida, la profesional y la más amplia y personal. Bienvenidas sean, pues, la conexión de banda ancha, los ordenadores sencillos para cada alumno, las pizarras digitales y demás instrumentos que puedan quedarse y ser usados en las aulas. Para llevar a buen puerto ese ambicioso proceso hace falta dinero, voluntad política, capacidad de convocatoria y consenso que movilice a múltiples actores, lo que no es poco. Pero ayudará mucho no olvidar un requisito básico, como es la sensibilidad y respeto al trabajo que desarrollan profesores y alumnos. Porque podrían llenarse de tecnología colegios e institutos e ignorar -o lo que sería peor, violentar- el proceso educativo con la terrible descalificación de


que los profesores no saben o no están preparados para hacer su trabajo como a partir de ahora lo tendrán que hacer con todos estos recursos. (No crean que es éste un recelo exagerado, pues se dice, repite y escribe). Pues bien, para empezar, eso no es cierto. Hay estudios que ponen de manifiesto que los profesores españoles, hoy, usan en una abrumadora mayoría, y para distintos fines el ordenador, en consultas a Internet, para el correo electrónico, etcétera. No es frecuente el uso en el aula, en el trabajo ordinario de sus clases -aunque hay significativas experiencias pioneras- por la elemental razón de que esas aulas no están equipadas. Así que será fácil romper esa tonta aporía llevando a las aulas la tecnología que ahora tienen en su casa, en la clase de informática o en la sala de profesores. Los profesores no están en ninguna prehistoria, incluida la tecnológica. Están en otra historia, en la suya, que consiste en llevar a un grupo de alumnos a los


aprendizajes que se han establecido como referentes en los planes de estudio. Si no lo hicieran así, estarían abocados al fracaso, el escolar de sus alumnos y el profesional de todos los que tienen responsabilidad en esa cadena. Hay otro olvido o descalificación que consiste en creer que puede hacerse educación prescindiendo o relegando los contenidos. (Esta palabreja, puesta en circulación en otros ámbitos, en educación quiere decir la información o el contenido de los distintos saberes, los conocimientos que deben ser objeto de aprendizaje). Pretender que, además de enseñar, los profesores pueden hacer los contenidos es una utopía. Creer que ya están ahí, en Internet, es una frivolidad. La práctica educativa demanda información adecuada, es decir, bien secuenciada y ajustada a las capacidades de aprendizaje de los alumnos, no la ocasional o descontextualizada que suele bajarse de Internet. Con buenos contenidos al profesor se le hace más fácil


dar buenas clases, y los estudiantes tienen más accesible el camino del éxito escolar. Hasta ahora los contenidos educativos estaban en los libros. Los buenos libros para la enseñanza son herramientas valiosas que apoyan y acompañan a profesores y alumnos. Al profesor le ayudan a marcar en la práctica los objetivos del currículo, demasiado lejano en su formulación al día a día del curso. A los alumnos les aporta acceso directo a información relevante e inteligible para ellos. A ambos les permite trabajar combinando instrucciones directas del profesor y trabajo autónomo de los alumnos. Por ello es difícil sustituirlos en la práctica educativa. Ahora se amplían los soportes. Podemos disponer de libros electrónicos o digitales. ¿Qué hacer? Una tentación es pensar que todo puede emigrar a ese formato -bueno, moderno, barato-. Sin embargo, la realidad no opera así, especialmente la realidad educativa. La experiencia indica que la información suministrada sólo en pantalla,


y especialmente aquella que necesita mayor fijación y trabajo personal, es insuficiente para producir buenos aprendizajes. En los lugares que se han quedado con la fórmula tecnología y sólo recursos digitales, la dinámica del aprendizaje se dispersa. Y el rendimiento no responde. La fórmula que opera en países punteros es una integración de tecnología con recursos digitales más un núcleo curricular básico desarrollado en buenos y ágiles libros. Todo ello, integrado, por supuesto, y con claro guión para que lo administre desde un solo mando el profesor. ¿Se aprovechará la oportunidad tomando la dirección correcta? ¿Se jugará al ensayo y error, olvidando la máxima que aconseja hacer los experimentos sólo con gaseosa? Emiliano Martínez es editor.


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