En un antepasado común, los narradores
describen la elección y la vocación de Israel como pueblo de Dios; elección hecha manifiesta bajo el signo de la promesa de la tierra. En el camino que Abraham emprende desde Oriente, ven no solo un hecho particular perteneciente a la historia más remota, sino también la característica fundamental de la vida de Israel como pueblo ante Dios. Separado por su fe de la comunión de las naciones, jamás asentado del todo en Canaán, sino también allí extranjero (pues muchas ciudades quedaban en manos de los cananeos), Israel era conducido por un camino especialísimo cuyo plan y cuya meta quedaban enteramente en manos de Dios. La peregrinación de Abraham estuvo marcada por la fe en Dios, ya que se puso en camino en medio de una incertidumbre absoluta: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12,1).