Maria

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«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» La Madre de Jesús como modelo para los creyentes fray Domingo Cosenza OP

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«Mi alma canta la grandeza del Señor... ... y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es Santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Acogió a su siervo Israel, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». Lc 1,46-55 2

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aría, la madre de Jesús, ha cantado en el Magnificat su lugar en la historia: como humilde sierva del Señor, el Todopoderoso ha hecho grandes cosas en ella. Por eso ella proclama que todas las generaciones la llamarán bienaventurada, por haber creído en las promesas hechas por Dios a su pueblo. Siguiendo la tradición bíblica, proclama que Dios visita a los humildes, los pobres y los hambrientos, para llevar a cumplimiento, en ellos y por medio de ellos, las promesas de los profetas. Allí se fundamenta la alabanza a Dios que la Iglesia de todos los tiempos ha invitado a cantar cada tarde por el don recibido por María. Ésa es también la razón por la cual tantas personas han buscado en ella consuelo, reconociendo en ella un rostro de maternal ternura y compasión. Amada en Oriente y Occidente, también han manifestado su afecto por ella los primeros Reformadores y también los creyentes musulmanes. Con todos ellos comparto, en este mes dedicado a su recuerdo, el eco de su cántico. fray Domingo Cosenza OP


«Acogió a su siervo Israel, acordándose de su misericordia» En los relatos evangélicos de la infancia de Jesús se presenta a María y a su esposo como fieles cumplidores de las prescripciones de la Torah.

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aría pertenece al pueblo de Is rael, pero de un modo muy sencillo. No sobresale como su homónima, la hermana de Moisés, que había representado un papel importante en la guía del pueblo (Ex 15,20; Mi 6,4). Tampoco se la puede comparar con Débora (Jue 4-5), ni con heroínas como Ester o Judit. María simplemente vivió como mujer israelita su experiencia de virgen y madre. Al recibir el anuncio del nacimiento de su hijo compartió la condición de Rebeca, prometida a Isaac: una «virgen, que no había conocido varón» (Gn 24,16; Lc 1,27.34). Por otra parte la imagen de la «virgen» era utilizada en la Biblia para calificar al pueblo judío: «la virgen, hija de Sión» (2 Re 19,21; Is 37,22). Pero en la tradición bíblica la meta de una mujer no era la virginidad, sino la maternidad. En el momento del anuncio angélico «María estaba desposada con José» (Mt 1,18). Según la Torah estaba casada legalmente con él, pero sin llevar aún vida común: «A la virgen se conceden doce meses después de haber sido solicitada por el marido» (Mishná Ketubbot

«Betulah»: la Virgen (Virgo). Calendario de la Sinagoga de Hamat-Tiberias. En el mes de Elul, antes de comenzar un nuevo año, el pueblo es invitado a acercarse a Dios con las palabras: «Vuelve, Virgen de Israel» (Jer 31,21).

5,2). Obrando «como el Angel del Señor le había mandado», José cumplió la Ley cuando «recibió a su mujer» (Mt 1,24) . Como hija de Israel, María toma en su oración palabras de reconocidas mujeres de su pueblo: como Miryam canta la gloria del Señor (cf. Ex 15,21; Lc 1,46), y como Ana alaba al Dios que exalta a los humildes (cf. 1 Sam 2,8; Lc 1,52). El apóstol Pablo dice de Jesús que ha «nacido de mujer, nacido bajo la Ley» (Gal 4,4). Esto lo confirma el Evangelio cuando describe que María observó con el niño los ritos ordenados para el nacimiento: «cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarlo», y al llevarlo al Templo «para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley» (Lc 2,21-23; cf. Lv 12,3.6). De María se puede decir: «Cuando un esposo y su mujer tienen una relación armónica, la Presencia [de Dios] permanece con ellos» (Talmud Sotá 17). Ella pudo ver a su hijo progresar «en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). 3


«Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen» El cántico de María es un compendio de la oración en la Biblia

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omo otros cánticos del relato de la infancia de Jesús según el Evangelio de Lucas, también el Magnificat se inspira en alabanzas y súplicas presentes en los Profetas y en los Salmos. Su base principal lo constituye el Cántico proclamado por Ana al nacer su hijo Samuel (1 Sam 2,1-10).

«El Señor da la pobreza y la riqueza, humilla y también enaltece. El levanta del polvo al desvalido y alza al pobre de la miseria, para hacerlos sentar con los príncipes y darles en herencia un trono de gloria» (1 Sa 2,7-8).

«Y mi alma exultará en YHWH, en su salvación se gozará» (Sal 35,9).

«sació a los que sufrían sed y colmó de bienes a los hambrientos» (Sal 107,9).

«Mi corazón exulta en YHWH... porque he gozado en tu socorro» (1 Sam 2,1).

«Israel, mi servidor, Jacob, a quien yo elegí, descendencia de Abraham, mi amigo; tú, a quien tomé de los confines de la tierra (Is 41,8-9).

«Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí...» (1 Sam 1,11). «¡Qué felicidad! Porque todas las mujeres me felicitarán» (Gn 30,13) «Él será tu Dios, que ha hecho por ti esas cosas grandes» (Dt 10,21).

«El Señor derribó los tronos de los poderosos y entronizó a los mansos en lugar de ellos» (Eclo 10,14).

«Recordó su misericordia y su fidelidad en favor del pueblo de Israel» (Sal 98,3).

«Santo y temible es su nombre» (Sal 111,9).

«Manifestarás tu lealtad a Jacob y tu fidelidad a Abraham, como juraste a nuestros padres desde los tiempos remotos» (Miq 7,20).

«La misericordia de YHWH dura siempre para los que le temen» (Sal 103,17).

«Trata con fidelidad a su Ungido, a David y a su descendencia para siempre» (2 Sam 22,51).

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«¡Alégrate María!» El Himno «Akáthistos de la Madre de Dios» es la más grande composición mariana de la Iglesia ortodoxa. De aquí que haya gozado siempre de una gran estima entre los fieles y que su uso litúrgico se haya mantenido sin interrupción durante mil quinientos años.

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l himno está compuesto de tal modo que cada una de las letras del alfabeto griego da comienzo a cada uno de los 24 versos de que se compone. Desde el principio, el himno parece haber sido muy apreciado no sólo devocionalmente, sino también por su poesía: así Romanos el Meloda lo toma como modelo para su Himno de la Historia de José. Existen también otros Akahtistoi que siguen su modelo: del Tránsito de la Virgen y el «Akathistos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo». La primera parte del Akathistos a la Madre de Dios relata la Anunciación, el Nacimiento y primeras manifestaciones de Jesús. La segunda parte está constituida por reflexiones teológicas acerca de estos misterios en sus diversos aspectos: teológico, sacramental, espiritual y, sobre todo, mariológico. Habría que situar su composición entre finales del siglo V y principios del siglo VI. Se han propuesto varias hipótesis a sobre su posible autor: los patriarcas de Constantinopla Sergio y Germán, Jorge de Pisidia y Romanos el Meloda. Transcribimos el primero de sus 24 versos.

LECTOR 1

Un ángel excelso fue enviado del cielo a decir «Alégrate» a María. Contemplándote, oh Dios, hecho hombre por virtud del angélico anuncio, extasiado quedó ante la Virgen, y le cantaba: Solo 1:

Alégrate, por ti resplandece la dicha; Alégrate, por ti se eclipsa la pena. Alégrate, levantas a Adán, el caído; Alégrate, rescatas el llanto de Eva. Solo 2:

Alégrate, oh cima encumbrada a la mente del hombre; Alégrate, abismo insondable a los ojos del ángel. Alégrate, tú eres de veras el trono del Rey; Alégrate, tú llevas en ti al que todo sostiene. Coro:

Alégrate, lucero que el Sol nos anuncia; Alégrate, regazo del Dios que se encarna. Alégrate, por ti la creación se renueva; Alégrate, por ti el Creador nace niño. Todos:

ALÉGRATE, ¡VIRGEN Y ESPOSA! ALÉGRATE, ¡VIRGEN Y ESPOSA!

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«¡María! Dios te ha escogido entre todas las mujeres del universo» Corán 3,42

La figura coránica de María es muy semejante a la del Evangelio. En ella es donde el Corán ha pasado más cerca del misterio cristiano. aría, según el Corán, fue pre sentada en el Templo sien do niña, donde Dios la acogió favorablemente y la alimentó con cu providencia. Allí fue creciendo bajo la tutela de Zacarías (Corán 3,37). Tal vez allí mismo, o en su casa, el ángel Gabriel se le apareció y le anunció que sería la madre de Jesús, la Palabra de Dios, permaneciendo plenamente virgen (3,42-48; 19,16-21).

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Los ángeles dijeron: «¡María! Dios te anuncia la Buena Nueva de una Palabra que procede de El. Su nombre es el Mesías, Jesús, hijo de María... El le enseñará la Escritura, la Sabiduría, la Tora y el Evangelio». «Tu Señor dice: Es cosa fácil para Mí. Para hacer de él signo para la gente y muestra de Nuestra misericordia. Es cosa decidida». Corán 3,45.48; 19,21

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María aceptó la voluntad de Dios, quedó encinta y se retiró al desierto. Al pie de una palmera, dio a luz a su hijo. Una fuente milagrosa calmó su sed. Volvió a los suyos llevando a su hijo, y ellos la acusaron de haber cometido fornicación. Ella guardó silencio, y fue Jesús, recién nacido, el que habló milagrosamente y eximió a su madre de toda culpa (19,23-34). El Corán vuelve muchas veces sobre el tema de las virtudes y privilegios de


«Entonces los dolores de parto la empujaron hacia el tronco de la palmera. Dijo: "¡Ojalá hubiera muerto antes y se me hubiera olvidado del todo...!" Entonces, de sus pies, le llamó: "¡No estés triste! Tu Señor ha puesto a tus pies un arroyuelo. ¡Sacude hacia ti el tronco de la palmera y ésta hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros! [...] Dijo [el niño Jesús]: "Soy el siervo de Dios. El me ha dado la Escritura y ha hecho de mí un profeta"». Corán 19,23-25.30 El relato del nacimiento virginal de Jesús y de su temprana actividad profética pone de relieve la omnipotencia de Dios: «Hicimos del hijo de María y de su madre un signo» (23,50).

María. No sólo fue escogida entre todas las mujeres, purificada y colmada de gracias por Dios (3,42; 5,110), sino que se caracteriza por dos rasgos específicos que vienen a ser su definición coránica: virgen y creyente: «conservó su virginidad y en ella infundimos de Nuestro Espíritu. Tuvo por auténticas las palabras y Escritura de su Señor y fue de las devotas» (66,12). El Corán proclama la virginidad de María. Su hijo es un regalo que Dios le envía, por medio de su Espíritu, sin que

ella sea tocada por ningún mortal (19,1719). Jesús, nacido sin padre humano, será siempre llamado «el hijo de María». «El Mesías, Jesús, hijo de María, es el enviado de Dios y Su Palabra, que El ha comunicado a María» (4,171). Infundiendo en ella su Espíritu, Dios hace «de ella y de su hijo signo para todo el mundo» (21,91). María se sometió sin vacilar a su voluntad. Devota, se prosterna e inclina ante su Señor como los demás creyentes (3,43). A la vez, su hijo será piadoso con su madre (19,32).

Nada hay imposible para Dios Dijo María: «¡Señor! ¿Cómo puedo tener un hijo, si no me ha tocado mortal?» Dijo [el ángel]: «Así será. Dios crea lo que El quiere. Cuando decide algo, le dice tan sólo: "¡Sé!" y es. El le enseñará la Escritura, la Sabiduría, la Tora y el Evangelio». Corán 3,47-48 7


«Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» Martin Lutero

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Entre los grandes reformadores Lutero conserva una gran veneración por María y los santos, situándolos de acuerdo a la Escritura bajo la gracia de Dios.

artin Lutero, como el resto de los primeros reformadores, habían crecido en un ambiente de devoción a María no exenta de exageraciones. Por tanto es comprensible que, al iniciar la Reforma, revisara su teo-

logía y piedad mariana según los principios básicos de la misma: la salvación por la fe, la única mediación de Cristo, el valor de la Escritura. Sin embargo, esta revisión no hizo desaparecer de su vida el amor a la Madre de Jesús. Al contrario, pudo

El Poderoso ha hecho en mi favor maravillas Esto es lo que piensa la Santa Madre de Dios al decir esas palabras: «Nada mío hay en todo esto y en tantos bienes; el único que lo realiza todo, cuya potencia actúa en exclusiva, es quien me ha hecho cosas tan grandes». La palabra Poderoso no se refiere aquí a un poder en calma, a una potencia tranquila (como al hablar de los reyes temporales se dice que son poderosos, aunque estén sentados y no hagan nada), sino que se trata de una potencia actuante, de una actividad que no para, en movimiento continuo, en operación incesante. Porque Dios no descansa, opera sin cesar, como dice Cristo (Jn 5): «Mi padre trabaja siempre y yo también trabajo». De la misma suerte dice san Pablo (Ef 3): «Tiene el poder de hacer más de lo que le pidamos»; es decir, siempre hace más de lo que le suplicamos, éste es su estilo y de esa forma actúa él su poder. Por eso he dicho que María no intenta convertirse en ídolo. No hace nada ella, es Dios quien todo lo realiza. Se la tiene que invocar, para que Dios, por su voluntad, nos conceda y haga lo que le suplicamos. Y de esta forma hay que invocar también a los santos restantes, de manera que la obra entera se atribuya sólo a Dios. [...] Pidamos a Dios que no se contenta con iluminar y hablar, que inflame y viva en el cuerpo y en el alma. Que Cristo nos lo conceda por la intercesión y la voluntad de su querida madre María. Amén. Martín Lutero, Magnificat traducido y comentado

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María y Jesús «María es la Madre de Jesús y Madre de todos nosotros aunque Cristo solamente fue quien reposó en su regazo...Si Él es nuestro, debiéramos estar en su lugar; ya que donde Él está debemos estar también nosotros y todo lo que Él tiene debe ser nuestro, y su madre es también nuestra madre». Sermón de Navidad de 1529

[María es] «la mujer más encumbrada y la joya más noble de la cristiandad después de Cristo...ella es la nobleza, sabiduría y santidad personificadas. Nunca podremos honrarla lo suficiente. Aún cuando ese honor y alabanza debe serle dado en un modo que no falte a Cristo ni a las Escrituras». La Natividad. Ilustración de la edición de 1523 de la Biblia traducida por Lutero.

reconocer que «la veneración de María está en las profundidades del corazón» (Sermón del 1 de septiembre de 1522). La veneración de María ilustra la que los cristianos deben a todos los santos: conviene acordarse de ellos, dar gracias a Dios por lo que han sido, tomarlos como modelos de la fe, pues son ejemplos de la misericordia de Dios. Como muestra de este modo de veneración, Lutero compuso un bellísimo comentario al Cántico de María, que busca elogiar las virtudes de María, a la vez que corregir las posibles desviaciones de la piedad popular. El mismo presenta una estructura antitética entre la fuerza y la misericordia divina, y la pequeñez y pasividad de María. Al poner en Dios toda su confianza, la humilde Virgen es colmada de una gracia debida sólo a la bondad de Dios. Toda su

Sermón de Navidad de 1531

grandeza reside en lo que Dios ha hecho en ella. En haber sido hecha Madre de Dios.

La Madre de Dios «Queda encerrado en una palabra todo su honor, porque quien llama [a María] Madre de Dios no puede decirle nada más grande, aunque contase con tantas lenguas como hojas y hierbas hay en la tierra, estrellas en el firmamento y arenas en la mar. Es preciso pensar muy de corazón en qué consiste eso de ser Madre de Dios». Magnificat traducido y comentado

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«Su Nombre es Santo» Esta proclamación del cántico de María forma parte de una milenaria tradición presente en todo el Oriente: la invocación del Nombre de Dios.

«Sea engrandecido y santificado su gran Nombre, en el mundo que ha creado según su voluntad; venga su Reino durante nuestra vida y en nuestros días y durante la vida de toda la casa de Israel, pronto y en el tiempo próximo. Amén». De la oración del Qadish

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Arriba: mvh vwdq (Kiddush HaShem), «Santificación del Nombre»

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l Nombre de Dios participa de su misma santidad, porque un nombre es en cierto modo la representación de la esencia de una realidad. Así, es frecuente en el judaísmo designar e invocar a Dios con la expresión HA SHEM («el Nombre»), y escribirlo veladamente como D-s. Porque el Nombre de Dios es Santo, es también objeto de culto. A esto responde el precepto de santificar el sagrado Nombre hwhy (Lv 22,32). Eso significa proteger ese Nombre Santo contra todo empleo abusivo, pero también significa reconocer la exclusividad absoluta de su culto. Siempre que Israel rendía culto a otra divinidad, profanaba el Nombre. En sentido positivo, lo santifica quien obedece los mandamientos y «camina en el Nombre de YHWH» (Miq 4,5). Y sobre todo aquellos que perseveran en su fe más allá de las persecuciones. Ellos quedan santificados y son llamados «santos». En los últimos tiempos el Nombre de Dios se manifestará al mundo de tal modo que desaparecerán por completo los cultos idólatras y sólo ante su Nombre se doblará toda rodilla: «El día aquel será único YHWH y único su Nombre» (Zac 14,9).


«Temed a Dios, en cuyo Nombre os pedís cosas» Corán 4,1

os 99 «bellísimos Nombres de Dios» son muy queridos a los musulmanes. Muchos los saben de memoria y suelen recitarlos desgranando una y otra vez las cuentas de su rosario.

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ar-Rahmân ar-Rahîm al-Malik al-Quddûs as-Salâm al-Mu’min al-Muhaymin al-‘Azîz al-Jabbâr al-Mutakabbir al-Khâliq al-Bâri’ al-Musawwir al-Ghaffâr al-Qahhâr al-Wahhâb al- Razzâq al-Fattâh al-‘Alim al-Qâbid al-Bâsit al-Khâfid ar-Rafî‘ al-Mu‘izz al-Muzzil as-Samî‘ al-Basîr al-Hakam al-‘Adl al-Latîf al-Khabîr al-Halîm

el Benefactor, el Compasivo el Rey el Santo. la Paz el Creyente el Vigilante el Poderoso, el Precioso el Fortísimo el Soberbio, el Supremo el Creador el Hacedor de las cosas el Organizador, el Formador el Dominador, el Irresistible. el Indulgente, el Perdonador el Donador perpetuo el Dispensador de los bienes el Victorioso, el Revelador el Conocedor de todo. El que tiene en su puño todo. el Dilatador de la vida. Aquel que abaja y humilla Aquel que eleva, el Sublime. Aquel que da honor y fuerza. Aquel que abaja y envilece el que Escucha el Vidente el que juzga, el Arbitro el Justo, el Benevolente, el Gracioso el Sagaz, el Bieninformado. el Manso, lento para castigar

Un orante musulmán invoca los Nombres de Dios con su rosario en las manos. al-‘Azîm al-Ghafûr ash-Shakûr al-‘Ali al-Kabîr al-Hafîz al-Muqît al-Hasîb al-Jalîl al-Karîm ar-Raqîb al-Mujîb al-Wâsi‘ al-Hakîm al-Wadûd al-Majîd al-Bâ‘ith ash-Shahîd al-Haqq al-Wakîl al-Qawi al-Matîn al-Wali al-Hamid al-Muhsî al-Mubdi’ al-Mu‘îd al-Muhiî al-Mumît al-Hayy al-Qai-iûm

el Inaccesible, el Magnífico. Aquel que perdona mucho. el Muy Agradecido. el Alto, el Excelso. el Grande, el Inaccesible. el Guardián Vigilante. el Alimentador, el Vigilante. Aquel a quien se rinde cuenta. el Majestuoso, el Venerable. el Generoso. Aquel que lo observa. Aquel que recibe las plegarias. el Inmenso. el Sabio, el Prudente. el Amabilísimo. el Glorioso. el Resucitador. el Testigo. el Real, la Verdad Suprema. el Confidente el Fuerte el Indestructible el Amigo, el Protector. el Digno de alabanza Aquel que conoce todo. el Innovador. el que devuelve la existencia. Aquel que hace vivir Aquel que hace morir el Viviente el Subsistente

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«El publicano se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"» Lucas 18,13

El célebre peregrino ruso con su rosario en la mano.

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l dar testimonio de su resurrección, los discípulos de Jesús proclamaron: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hech 4,12). De esta manera anunciaban la glorificación que Dios había obrado en aquel que «se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8). Lejos de abandonarlo al poder de la muerte, Dios le infundió una Vida nueva, su propia Vida, y así «le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre» (2,9). Por eso quienes reconocen esta obra de Dios rinden culto también al nombre de Jesús y lo confiesan como «Señor, para gloria de Dios Padre» (2,11). La invocación del nombre de Jesús se fue arraigando entre los cristianos de Oriente hasta dar nacimiento a la oración de Jesús, llamada «oración del corazón». Ésta se desarrolló en el Sinaí y en el monte Atos, y fue difundida por san Macario, Diadoco de Foticé, Juan Clímaco, Simeón 12

Rosario de lana usado en la iglesia ortodoxa. Fue san Gregorio el Sinaíta (1255-1346) quien sistematizó la práctica tradicional de la «oración de Jesús». Para concretar la exhortación del apóstol Pablo «orad sin cesar», se recurrió a la reiteración de una invocación, que incluía el nombre de Jesús en la súplica del publicano en el Templo (Lc 18,13).

y otros grandes maestros espirituales. Nicéforo el Solitario la describe como un «bajar» el entendimiento para colocarlo en el corazón; como un hacer consciente allí la presencia de Jesús, hasta llegar a «respirarlo». Esto se logra mediante la invocación incesante de la oración: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador... » En esta oración todo el mensaje del Evangelio queda reducido a su simplicidad esencial: confesión del Señorío de Jesús y de su filiación divina; después el abismo de la caída que invoca al abismo de la misericordia divina. Por repetición el nombre de Jesús resuena por sí mismo y toma el ritmo de la respiración, aun durante el sueño. Hoy muchos cristianos encuentran una ayuda eficaz en esta práctica, que se revela un lugar ecuménico de unidad y de encuentro en el nombre de Jesús.


«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo... Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno». Lc 1,28.42

En las actas del Capítulo Provincial de Orvieto (1261), la Orden de Predicadores legisla sobre el uso de los «contadores de Padrenuestros» que usaban los hermanos. Se prescribe que no sean lujosos, como los que comenzaban a usarse en ese tiempo.

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partir del siglo XIII comenzó a hacerse frecuente en la Orden de Predicadores la repetición de lo que se conoce tradicionalmente como «Ave María»: la salutación angélica, (Lc 1,28), acompañada del saludo de Isabel (1,42), unida a genuflexiones. Más tarde se establecería el número de veces que se la repite y su distribución en series. Cuando se entiende bien el saludo a María se puede advertir que el carácter cristológico no queda desplazado, sino más bien exaltado. En efecto, la primera parte del saludo, tomada de las palabras del ángel Gabriel, concierne a la identidad de Jesús, el niño que será concebido. Allí se lo señala como Mesías al llamarlo «Hijo del Altísimo» y al designar a «David, su padre» (Lc 1,32), según el anuncio de 2 Sam 7,12.14. En el saludo a María se sintetiza la proclamación evangélica que realizarán más tarde los Apóstoles, sobre Jesús «nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad» (Rom 1,34). La recepción positiva de este anuncio presenta así a María como una discípula que acoge el Evangelio. El saludo angélico es seguido en la plegaria por el saludo de Isabel. La felicitación que hace a María tiene como objeto la fe que ha prestado al anuncio. Y, de este modo, la afirmación de que todas

las generaciones la proclamarán feliz se vincula con otra declaración de Jesús: «Felices los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). El centro del Ave Maria es el nombre de Jesús, «fruto» de su vientre (Lc 1,42). A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central. Por eso surgió la costumbre en algunas regiones de realzar el nombre de Jesús añadiéndole una cláusula evocadora de los diversos momentos de su vida y misión. Es una profesión de fe y, al mismo tiempo, una forma de mantener atenta la meditación. Repetir el nombre de Jesús es un modo de entrar cada vez más profundamente en su propia vida. A los saludos evangélicos se agregó posteriormente la invocación de María como Madre de Dios, frecuente entre los cristianos a partir del siglo IV. De su especial relación con Jesús deriva la confianza de la súplica con la que los creyentes se dirigen a ella, pidiendo su materna intercesión su vida y la hora de su muerte. 13


«María guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón»

Lucas 2,19

El Rosario propone la meditación de los principales momentos de la vida de Jesús, para «hacer memoria» y abrirnos a la gracia dispensada a través de su vida, muerte y resurrección.

Los «misterios gozosos», se caracterizan por la alegría que produce el cumplimiento de las promesas de los profetas. Esto es evidente desde la Anunciación, cuando el saludo del ángel a María se une a la invitación al gozo mesiánico: «Alégrate, María». De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. María nos ayuda a recordar que el Evangelio debe ser siempre una «Buena noticia». 14

Pasando de la infancia a la vida pública de Jesús, se propome la contemplación de los «misterios de luz». Cada uno de ellos revela el Reino de Dios ya presente en los gestos y palabras de Jesús. La exhortación de María en Caná a hacer lo que Jesús diga (Jn 2,5) se convierte en una invitación dirigida a los creyentes de todos los tiempos, que introduce muy bien las palabras y signos de su vida pública. Invitación a acoger la misericordia de Dios que perdona los pecados y hace posible una vida nueva.


Elementos del Rosario Enunciado del misterio: Concentra la atención en un momento de la vida de Jesús. «Padrenuestro»: Jesús nos introduce en la intimidad de Dios para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» Diez «Ave Maria»: Repetiéndolas experimentamos el júbilo y asombro por lo que Dios obra en la historia. «Gloria»: Es la meta de toda contemplación.

Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la obediencia de Jesús a su misión de anunciar el amor de Dios, «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Experimentando todas las tentaciones de la humanidad Jesús mantiene su fidelidad, para decir a Dios: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Así abre un camino de liberación para «cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud» (Heb 2,15).

Los «misterios gloriosos» invitan al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria a la que Dios ha exaltado a Jesús. Así se alimenta en su corazón la esperanza de la meta definitiva, hacia la cua camina como parte del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Contemplando al Resucitado, el creyente descubre de nuevo las razones de su fe (cf. 1 Co 15,14), y revive la alegría que lo impulsa a dar testimonio de esa Buena Noticia que da sentido a toda su vida. 15


«El Señor está contigo» «Es verdad que rezando el Rosario no se piensa siempre en Dios: Se puede continuar durante horas sin el menor pensamiento. Pero uno está sencillamente ahí y dice sus oraciones. Y esto también puede ser bueno. Cuando recitamos el Rosario, celebramos que el Señor está verdaderamente con nosotros. Estamos en su presencia. Repetimos las palabras del ángel: «El Señor está contigo». Es una oración de la presencia de Dios. No tratemos, pues, de pensar en Dios mientras rezamos el Rosario. Al contrario, saboreemos las palabras del ángel dirigidas a cada uno de nosotros: «El Señor está contigo». Nosotros repetimos continuamente las mismas palabras con la exuberancia vital e inagotable de los hijos de Dios que se alegran de la Buena Nueva».

Conferencia de fr. Timothy Radcliffe OP en la 90 Peregrinación del Rosario. Lourdes. Francia

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