Exploraciones Orientales. Ciencia y política al encuentro de lo salvaje

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EXPLORACIONES O R I E N TA L E S Ciencia y polĂ­tica al encuentro de lo salvaje

Fernando Hidalgo Nistri



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EXPLORACIONES O R I E N TA L E S Ciencia y polĂ­tica al encuentro de lo salvaje

Fernando Hidalgo Nistri


EXPLORACIONES ORIENTALES Ciencia y política al encuentro de lo salvaje Fernando Hidalgo Nistri © 2020 Fernando Hidalgo © 2020 Pontificia Universidad Católica del Ecuador Centro de Publicaciones PUCE www.edipuce.edu.ec Quito, Av. 12 de Octubre y Robles Apartado 17-01-2184 Telf.: (5932) 299 1700 e-mail: publicaciones@puce.edu.ec Fernando Hidalgo Nistri Investigación Juan Diego Pérez Fotografía Silvia Larrea y María Antonieta Vásquez Transcripción de documentos Freddy Coello Diseño Foto de la portada: Expedicionarios de la misión Tufiño-Álvarez a su llegada a Macas. 1912 Archivo Fernando Hidalgo ISBN: 978-9978-77-508-0 Dr. Fernando Ponce, S. J. Rector Dr. Fernando Barredo, S. J. Vicerrector Mtr. Paulina Barahona Directora General Académica Dr. Hugo Navarrete Director de Investigación Mtr. Santiago Vizcaíno Armijos Director del Centro de Publicaciones Dra. Andrea Muñoz Barriga Dr. César Eduardo Carrión Mtr. Santiago Vizcaíno Armijos Comité Ejecutivo de Publicaciones

Quito, noviembre de 2020


CONTENIDO Agradecimientos Estudio introductorio Una excursión a Gualaquiza por Luis Cordero Itinerario del General Víctor Proaño Informe de la misión científica Tufiño-Álvarez Una hoya hidrográfica desconocida, por Francisco Talbot Exploraciones del Oriente ecuatoriano, por Joseph Sinclair y Theron Wasson En el país de la canela. Un viaje al Ecuador Oriental, por Joseph Sinclair La exploración al Reventador, por Luis Telmo Paz y Miño Los volcanes del Ecuador, por G. W. Dyott Conferencia de Luis A. Martínez Conferencia de Enrique Vacas Galindo Fundación de la Sociedad de Orientalistas

ABREVIATURAS AGI Archivo General de Indias (Sevilla). AHCSE Archivo Histórico de la Comunidad Salesiana del Ecuador (Quito). CSIC Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid). FECYT Fundación Española de Ciencia y Tecnología (Madrid). ICCTA Informe de la Comisión Científica Tufiño-Álvarez. MUNA Museo Nacional (Ministerio de Cultura).

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Agradecimientos Ante todo, quiero expresar mi agradecimiento a las autoridades de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en especial a su Rector, el Dr. Fernando Ponce León S.I., al Vicerrector, Fernando Barredo S.I. Asimismo, vayan mis agradecimientos a Santiago Vizcaíno, Director del Centro de Publicaciones de la PUCE, y a mi buena amiga Gaby Costa, entusiasta y eficiente coordinadora de este centro. Estos mismos reconocimientos van dirigidos a María Antonieta Vázquez y a Silvia Larrea, quienes llevaron a cabo la ardua tarea de transcribir los textos que se adjuntan en este libro. Desde luego, esta lista estaría incompleta si no mencionara a mi amigo Juan Diego Pérez, quien con su gran profesionalidad, fue el responsable de procesar buena parte del material fotográfico que contiene este libro. Mis agradecimientos también van a Ingrid Bejarano por su ayuda en la revisión y corrección de los textos. Finalmente debo expresar mis reconocimientos a José Rubio Cañizares funcionario del archivo fotográfico del Instituto de Patrimonio Cultural, a Carlos Morales, curador del Archivo Jijón-Caamaño, a Angélica Almeida curadora del Archivo fotográfico de la comunidad Salesiana y a Soraya Larrea. Sin la valiosa colaboración de todas estas personas e instituciones, este libro no habría sido el mismo. Fernando Hidalgo Nistri


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Exploraciones orientales: Ciencia y polĂ­tica al encuentro de lo salvaje Fernando Hidalgo Nistri



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a Amazonía nunca ha dejado indiferente a quienes se han internado en sus bosques o a quienes por lo menos han tenido la ocasión de ilustrarse sobre ella en los libros o en los modernos soportes visuales. Como si fuera su vocación, siempre ha sido una gran provocadora y siempre ha estado excitando la imaginación. Su condición de remota, su diversidad, sus rarezas y su gigantismo son algunos de los rasgos que le han conferido buena parte de esa aurea de misterio y de esa capacidad de fascinación hasta hoy vigentes. “El laberinto de la selva -decía Tomás Vega Toral- imprime en el ánimo del que penetra en ella una especie de encantamiento, mezclado de temor y de hechizo y la fantasía y lo fantástico ejercen influencias desconocidas e inexplicables que sería difícil traducir al lenguaje humano.”1 Pío Jaramillo Alvarado, un intelectual socialista y con pretensiones de moderno, también había caído presa de sus hechizos. “Fantasma, sortilegio, integridad cósmica”, etc., son términos que empleó para poner de manifiesto de condición de excepcionalidad y su incuestionable la densidad mitológica.2 Esta percepción de la selva no nos debe extrañar demasiado ya que en la tradición occidental, desde siempre, el bosque ha supuesto una suerte de otro mundo muy aparte de la geografía real. Traspasar ciertos puertos de montaña como Papallacta o Baños era tanto como entrar en una especie de más allá, en otra dimensión donde las cosas eran y funcionaban de otra manera. En el Oriente se daba la circunstancia de que se había borrado la línea que separaba lo real de lo imaginario. Este era un ecosistema donde la maravilla era posible. Aunque podríamos hilar más fino, para los objetivos de este estudio dos son las imágenes icónicas que han venido marcando los ciclos mitológicos de la Amazonía y que han logrado seguir vigentes: El Dorado y el Paraíso. La primera, como se sabe, movilizó a cientos de ilusos a internarse en las selvas orientales en su afán de enriquecerse y saciar su sed de oro. La convergencia entre la mitología americana y el mito europeo que aseguraba como bajo la equinoccial se “criaba oro” en abundancia, quedaron configuradas las primeras versiones fantásticas de la región.3 Por extraño que parezca, El Dorado no tiene raíces americanas: el mito hunde sus raíces en tiempos medievales cuando los sabios sostenían que bajo la línea, la 1 2 3

Tomás Vega Toral, Algunas consideraciones sobre nuestro Oriente amazónico, Cuenca, 1958, p. 23. Pío Jaramillo Alvarado, Tierras de Oriente, Imprenta y encuadernación nacionales, Quito, 1936, pp. 10-12. Sobre la mitología de la equinoccial como criadora de oro véase en: Demetrio Ramos Pérez, Academia Nacional de Historia, Caracas, 1987.


14 perpendicularidad de los rayos solares engendraban vetas auríferas. De hecho, hay quienes han distinguido en la leyenda rasgos del mito del vellocino de oro. La otra imagen, la de El Paraíso con su claro sesgo religioso, provino de las temerarias elucubraciones de Antonio de León Pinelo, un intelectual barroco del siglo XVII, quien aseguró que el Paraíso se hallaba situado en plena Amazonía.4 Iluminado como era, determinó que este jardín coincidía nada más y nada menos que con la región de Mainas. Para más señas sostuvo que El Edén era un círculo que abarcaba un total de nueve grados de diámetro y ciento sesenta leguas de circunferencia. Pero no contento con esto también tuvo la audacia y el desparpajo de proporcionar detalles aún más precisos cuando “reveló” que los volcanes andinos no eran sino los ángeles con la espada de fuego que custodiaban la entrada a este divino jardín. Tanto en un caso como en otro, ambas imágenes no hacían sino proyectar aquello que durante mucho tiempo había sido objeto de deseo por los españoles: acumular oro y lograr la salvación. Es por esto por lo que, parafraseando a Alfonso Reyes, podemos decir que la Amazonía fue una región deseada antes que encontrada. Tal como destacamos, esta mitología antes que desaparecer continuó estando presente bajo nuevos ropajes. Y es que, si algo tienen los mitos, es que son estructuras mentales muy tozudas y que insisten en mantenerse vivas en el tiempo. Su estrategia, si de ello podemos hablar, consiste en modificar sus formas para de esta manera acomodarse mejor a las nuevas realidades y a las nuevas demandas. De alguna manera nos recuerdan a Proteo, ese personaje de la literatura clásica, que tenía el don de cambiar de rostro cuando las circunstancias así lo exigían.5 Al igual que en los casos anteriores, la modernidad hizo del territorio un mito y lo representó como un lugar de la abundancia. Ahí parecía que todo era posible, incluso las empresas más descabelladas.6 Sus hechizos atrajeron a viajeros, exploradores, científicos, comerciantes y aventureros venidos de todas partes del mundo. Curiosamente el saber científico amplificó aún más la capacidad del bosque tropical de generar fantasías. A medida que se sucedían los descubrimientos se renovaba el 4

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Véase en: Antonio de León Pinelo, El Paraíso en el Nuevo Mundo. Imprenta Torres Aguirre, Lima, 1943. Pero León Pinelo no fue el único. Cristóbal de Acuña, quien en pleno siglo XVII remontó el Amazonas, también asimiló sus orillas al paraíso. Su fantasía le llevó a difundir la noticia de un pueblo, los Curiquenes, en donde sus habitantes eran gigantes con altura que fácilmente podían llegar a los “dieciséis palmos de altura”. Ya Marie Louise Pratt llamó la atención de cómo ciertos escritos de Humboldt retrataban a América en términos parecidos a los que utilizó Colón en sus cartas americanas que dirigió a los monarcas españoles. Marie Louise Pratt, Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturización, Fondo de Cultura Económica, México DF., 2010, p. 239. Es curioso comprobar cómo esta peculiaridad sigue estando vigente hasta nuestros días. Hace poco tuvimos la oportunidad de tener en nuestras manos un anuncio publicitario de una agencia de viajes que ofrecía excursiones a la Amazonía y en done se decía lo siguiente: “En la selva todo es posible”.


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imaginario y se diversificaban los caminos de la ilusión. Asímismo, conforme los intrépidos exploradores incursionaban en tierras extrañas, las puertas de la credibilidad se abrían de par en par. Por otra parte, el enorme poder de fascinación que ejerció la Amazonía fue el combustible que alimentó a todas esas constelaciones utópicas que aparecieron en el siglo XIX y que permanecieron vigentes hasta bien entrado el siglo XX. Sobre todo, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y parte del siguiente, estas selvas fueron tenidas como un lugar apto para que la humanidad empezara una nueva era más dichosa, más próspera y más armónica. Tanto el viejo acervo mitológico como el prestigio de sus maravillas inspiraron un país de la abundancia en dónde todo estaba dispuesto para que finalmente los desposeídos de la tierra encontraran esa felicidad que en otros lugares les había sido negada. Ahí parecía que iban a resolverse todos esos desajustes entre la realidad vivida y los ideales de justicia propuestos. Las imágenes que se proyectaron de un suelo extremadamente fértil hicieron pensar el Oriente en términos de un nuevo El Dorado o de un País de la Cucaña en donde todo era abundancia y donde todo se producía de manera espontánea y sin esfuerzo.7 Doscientos años más tarde, el explorador James Orton ironizaba refiriéndose a estos territorios como el Edén de los ociosos, dado que ahí “se podía vivir sin esfuerzo”.8 Lo utópico, junto con las categorías de espera y de escatología, formaron parte principalísima de la reflexión en torno a la Amazonía. Reputados escritores del continente, a la cabeza de los cuales destacó el mexicano José Vasconcelos, todo un gurú de la intelectualidad latinoamericana, vaticinaron que la zona se convertiría en el nuevo centro gravitatorio del planeta. Sobre todo, su libro La raza Cósmica, fue una obra cuyo influjo se sintió hasta por lo menos los años cuarenta del siglo pasado. Reactualizando el concepto de translatio imperi, un mito de larga data y del cual ya se había valido la rama observante de los franciscanos que colaboraron con Colón, sostuvieron que el foco de la errabunda civilización, que ahora estaba instalada en Europa, parecía que estaba a punto de dar el salto a la gran cuenca. Por último, incluso son detectables unas cuantas ensoñaciones filo rousseonianas: hubo quienes lograron distinguir en las selvas primigenias restos de ese mundo armónico de los comienzos donde las cosas funcionaban conforme los dictados de la naturaleza. Esta especie de “nostalgia por el paraíso”, que ya había afectado a los ilustrados y a los románticos, siguió estando presente y no hacía sino mostrar un deseo de volver a reiniciar 7

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Véase sino esta imagen que nos legó Francisco Andrade Marín. “Esta demostración matemática comprueba hasta la evidencia, mal de nuestro grado, que nuestro acierto económico consistiría en dar notable incremento a esa agricultura patriarcal, cosechando y recogiendo sin sembrar...” Francisco Andrade Marín, La región Oriental del Ecuador, Fundición de tipos de Rivadeneira, Quito, 1884, p. 15. James Orton, The Andes and the Amazon or across the continent of South America, Harper & Brothers, Publishers, New York, 1876, p. 323.


16 la historia y retornar a la beatitud de los primeros tiempos. Pero esto, desde luego, fue retórica y en ningún momento significó romper con las certidumbres y con el poder que conferían las ciencias. Finalmente, y ya situados en la actualidad, esta vez han sido sobre todo los biólogos quienes han rehabilitado la visión mítica de la Amazonía. Con la irrupción del saber científico, en la selva tropical encontraron nuevos argumentos que permitían revalidar una vez más su efecto fascinador. Valiéndose de conceptos como los de biota máxima, reserva ecológica de la humanidad o pulmón del planeta, la gran cuenca logró reactualizar su porte mitológico. La Amazonía quedó, pues, convertida en el epicentro mundial de la biodiversidad y, en definitiva, en el paraíso de los naturalistas y de los colectivos ambientalistas. Todo esto, desde luego, en una versión auténticamente intramundana y en ocasiones salpicada con unos toques New Age.9 El que los biólogos hayan descubierto el papel que desempeña la Amazonía en la regulación de los ciclos del clima o en los procesos de captación del dióxido de carbono, le ha conferido actualidad y le ha convertido en uno de los puntos calientes del interés científico mundial. La región de todas maneras ya no solo es un asunto de exclusiva incumbencia de científicos sesudos y especializados que escriben en revistas indexadas, sino que también es un imán que atrae las miradas de un público mucho más amplio y heterogéneo. Medios de comunicación generalistas, como es el caso de la revista National Geographic Magazine, han contribuido a intensificar el poder de atracción de la selva tropical. Documentales de la BBC británica, de la Deutsche Welle alemana y de otras corporaciones han hecho de la Amazonía un auténtico icono de culto. A ello, incluso, han contribuido las agencias de viaje que hoy hacen su agosto vendiendo a los turistas esos nuevos productos de consumo que son lo salvaje y lo exótico. Por último, las alarmas que actualmente provocan los severos procesos de deforestación y de sobrexplotación de recursos que acusa la región, la han puesto en el punto de mira. Las encendidas y enconadas polémicas que de aquí se han derivado, han terminado en la protesta callejera. Para muestra ahí están las acciones de los Yasunidos, ese colectivo fuertemente comprometido con la defensa de los bosques tropicales y del medioambiente en general. A diferencia de otros tiempos, la Amazonía ya no solo es una fuente de inquietudes económicas, sino también de preocupaciones éticas relativas a la conservación de la biodiversidad del gran ecosistema amazónico. Actualmente es tenida como un hot point, como un oasis intocado y de pureza primigenia que permite la reconexión de la humanidad con lo salvaje. En un mundo arrasado por las biocenosis provocadas por la avidez de la moderna economía, las selvas tropicales parecían ser el lugar de salvación, un lugar en donde el hombre podía recuperar el sentido cósmico de la vida. 9

Dangles, Olivier y Nowicki, François, Biota Máxima. Ecuador biodiverso, PUCE-IRD, Quito, 2009.


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Desde luego, todo hay que decirlo, las visiones gloriosas, optimistas y amables no siempre han sido la regla. La Amazonía también ha sido ambigua y ha ofrecido otras caras no propiamente melifluas como las que se asociaban a lo paradisíaco o a los reinos de la abundancia. Para unos cuantos, el bosque tropical resultaba una auténtica pesadilla muy difícil de tolerar: era un no lugar, un fenómeno turbio que se hacía muy difícil de pensar. Siguiendo una tradición muy arraigada en la cultura occidental, hubo muchos que asociaron la selva a una situación de caos, de confusión y de locura. Tales eran los recelos que producía que incluso podía remitir a lo demoníaco y a lo manifiestamente inferior. De hecho, hubo alguno que para definirla utilizó el término de “mansión de los horrores y de la muerte” y otro el de “Olimpo del Averno”. Para gentes acostumbradas a vivir en una zona de confort cercana, conocida y controlable, el encuentro con la alteridad les generaba recelos y un fuerte sentimiento de inseguridad. Esto no nos debe llamar la atención puesto que lo distante y lo lejano han sido, por lo general, elementos generadores de inquietudes y de desasosiego. Desde siempre, lo monstruoso, y el miedo que venía aparejado, eran categorías que iban manifestándose conforme uno se alejaba de sus puntos de referencia. Atraídos más bien por sus aspectos más sombríos, el bosque tropical fue catalogado como un “infierno verde” en dónde todo era muerte y destrucción. En muchos de los diarios de viaje, esta imagen fue todo un clásico.10 El clima excesivamente húmedo, las pertinaces nubes de mosquitos y las alimañas venenosas mostraban la selva como un lugar hostil y poco apto para albergar a la civilización. Sin lugar a dudas, esta visión negativa de la Amazonía derivaba de los viejos prejuicios que los philosophes, durante casi dos siglos, habían utilizado para denigrar lo americano y particularmente las zonas tropicales. Lo húmedo y lo excesivamente acuoso despertaron la sospecha de que en tales sitios solo se podían engendrar especies inferiores y degradadas. Durante mucho tiempo la imagen que se proyectó de las selvas americanas fue la de un gran pantano en donde lo único que se criaba bien eran renacuajos, sapos, reptiles y bichos venenosos. Incluso no se podía descartar que hubiera algún que otro monstruo, uno de esos seres que no coincidían con los prototipos ontológicos.11 Pese a que influyentes autoridades como la de Humboldt y de otros exploradores más modernos ya habían renegado 10 Así describía Andrade Marín a las selvas orientales: “Escombros de la vida, cadáveres insepultos de la vegetación que yacen bajo la sombra la magnificencia: obras demolidas por el tiempo, que de ellas vuelve a sacar nuevas maravillas: la vida y la muerte revolviéndose poderosas en eterna lucha. Las selvas semejan a inmensos cementerios en que los muertos no dejan de trabajar por los vivos y en que éstos abaten y consumen a los que caen bajo de sus pies. Es un valle de Josafat en que el espíritu de resurrección de los seres compone su organismo y labras sus bellas formas valiéndose de los carcomidos huesos y pútridos restos de la vegetación...” Andrade Marín, La región oriental, p. 20. 11 Al respecto véase ese clásico que abordó el tema íntegramente. Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo, FCE, México DF., 1982.


18 de semejantes patrañas, estos prejuicios siguieron estando activos en lo más profundo del imaginario europeo y norteamericano. Serán precisamente todas estas peculiares formas de entender los bosques ecuatoriales las que alimentarán el modernos concepto de tropicalidad y todas sus derivas. Un punto sobre el cual vamos a incidir es en el papel que desempeñaron las ciencias en la Amazonía. Si su participación en la formación de las nuevas naciones fue notoria, también lo fue a la hora de representar los extensos territorios orientales. Sobre todo las actividades que desarrollaron los exploradores y los cartógrafos hay que entenderlas como una praxis política al servicio del Estado y de sus proyectos e, incluso, como un rasgo de la identidad cultural y política del Ecuador. Desde el momento mismo en que los politécnicos irrumpieron en la escena, estas se convirtieron en grandes impulsoras de las reformas del gobierno y de las formas de gobernar. En un momento dado los científicos se vieron a sí mismos como los llamados a implementar un principio de orden en el caótico panorama de la república. Pero no todo quedó reducido a esto, las ciencias también mostraron ser un poderoso mecanismo de legitimación con claras derivas políticas. En este sentido, uno de los propósitos de este trabajo será el de poner de manifiesto el papel que jugó el explorador, ese nuevo actor que empezó a participar activamente en la aventura amazónica. Intentaremos explicar cómo en un momento dado llegó a convertirse en una pieza indispensable para la práctica del poder, en un gran impulsor del diálogo entre lo propio y lo extraño, y entre lo nuevo y lo viejo. Del mismo modo también vamos a intentar ver el papel que las ciencias desempeñaron en los procesos de invención de la Amazonía. Como todo lo que ha caído bajo la lupa de los hombres, la imagen que se popularizó de la región fue una construcción intelectual, expresión de mentalidades, de valores y de coyunturas concretas. Las diversas visiones de la selva tropical que difundieron testigos acreditados no fueron, pues, un reflejo exacto de la realidad, sino más bien representaciones y construcciones en el sentido más amplio de la palabra. Si algo hizo la ciencia moderna fue elaborar una idea de naturaleza segregada de la experiencia popular. Dicho de otra forma, los naturalistas transformaron la naturaleza en cultura acomodada a sus intereses o al de quienes financiaban el viaje. La imagen del bosque tropical, por lo tanto, fue un producto que derivó del encuentro entre ciencia y política.12 Del mismo modo nos hemos interesado en poner de manifiesto cómo se proyectaron sobre la Amazonía conceptos relacionados con el nacionalismo y, al contrario, cómo la Amazonía alimentó la pasión nacionalista. Nuestra intención es destacar y explicar la aparición del moderno pensamiento orientalista. Lo cierto es que a partir de la década de 1880 las reflexiones en torno a la Amazonía se intensificaron dramáticamente. Ella proveyó todo un acervo de relatos y de narrativas que 12 Antonio Lafuente y Nuria Valverde, Los mundos de la ciencia, FECIT, Madrid, 2003, p. 183.


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terminaron configurando la imagen de la nación emergente. Muy a diferencia de lo que había ocurrido en épocas anteriores, lo “patriótico”, lo “heroico” y hasta lo “bélico” irrumpieron con fuerza en la discursividad. Incluso se gestó una bien elaborada retórica, que se generó en torno a la cuenca amazónica. No hace falta más que hacer un repaso de la literatura orientalista para ver los alcances y las dimensiones que tuvieron estos actores de nuevo cuño. Una profusión de alegatos jurídicos, proclamas altisonantes e incluso llamados a la guerra para mantener incólumes las fronteras fueron el denominador común de la época. Aquello de “Tumbes, Marañón o la guerra” fue un grito de guerra insistentemente repetido por el rabioso y sobrexcitado mundo de los orientalistas. Aquí, desde luego, hay que tener presente cómo a la larga este exacerbado patriotismo mostró su lado perverso en la media en que derivó en un potente foco de frustraciones, de amarguras e, incluso, de complejos. Como es suficientemente conocido, la demarcación de las fronteras y los reveses en las disputas con sus vecinos generó severos trastornos en la autoestima de los ecuatorianos. Estas patologías, lejos de menguar, fueron incrementándose con el tiempo sobre todo gracias a la conocida asignatura “Historia de límites”. Sus lecciones terminaron por convertirse en un auténtico suplicio que dejó graves secuelas psicológicas en unas cuantas generaciones de bachilleres. La Amazonía, en este sentido, ha mostrado dos caras: por un lado, ha sido fuente de grandes esperanzas y, por otro, de grandes decepciones. Aquí, sin embargo, hay que destacar un detalle que no deja de tener su importancia. La oleada nacionalista y patriótica no solo produjo literatura sino también un nuevo tipo de sociabilidades y de formas de expresión política: las Juntas Orientalistas y otras organizaciones del mismo estilo. Estos colectivos tienen su importancia en la media en que dieron voz a un público muy variopinto que nunca antes se había involucrado en política. Resulta interesante comprobar cómo las primeras protestas callejeras que aparecieron en el Ecuador vinieron motivadas por los ardores de la pasión nacionalista. La huelga general de Guayaquil de noviembre de 1922 fue muy posterior. El ámbito cronológico que abarca nuestro estudio se centra sobre todo en un momento comparativamente corto pero que se caracterizó por haber sido una etapa en las que, como dijimos, las preocupaciones amazónicas alcanzaron cotas máximas de intensidad. Los topes de este período coinciden aproximadamente con las cinco décadas que median entre 1880 y 1930. Lo que nos llevó a interesarnos por esta etapa es el contraste con respecto de la situación de marginalidad y de olvido que había tenido con anterioridad a estos años. Las especiales circunstancias por las que atravesó el Ecuador de la post Independencia no permitieron la creación de un clima mental y político adecuado como para reflexionar y actuar sobre la región. Por entonces el foco de atención de los políticos se hallaba centrado en los procesos de resolución de conflictos de un país convulsionado por las revoluciones que lo mantenían en un permanente estado de zozobra. En realidad, cuando el Oriente


20 empezó a concitar un interés más acusado fue hacia las últimas décadas del siglo XIX. A partir de estas fechas fue cuando la Amazonía pasó de ser una tierra ignorada a una tierra deseada. Este cambio hay que achacarlo a los procesos de consolidación de la nación ecuatoriana y de su derivado, el moderno fenómeno de la pasión patriótica. La gran diferencia con las viejas iniciativas amazónicas radicó en el hecho de que ahora se produjo un discurso coherente y sobre todo en que brotó un fuerte sentimiento de afecto y de pertenencia respecto de estos territorios. Digamos unas palabras en relación con el material literario que ahora publicamos. Este trabajo constituye un esfuerzo editorial con miras a recuperar toda una serie de informes, descripciones y documentos referidos a la Amazonía y que son poco conocidos o de muy difícil acceso. Empecemos por decir que los textos seleccionados son únicamente una muestra representativa del amplio repertorio de una literatura orientalista que bien podría decirse que posee el estatus de género aparte. El interés que reviste este material radica en que fueron el canal de expresión de una cultura científico-exploradora y de un grupo de intelectuales que se dedicaron a visibilizar las regiones amazónicas. Gracias a estos relatos fue como un público muy determinado logró ampliar y diversificar las miradas, circunstancia esta que permitió romper con una visión muy restrictiva del país. Pero aquí también está contenido el material con el que varias generaciones de ecuatorianos construyeron el imaginario amazónico. La aventura del viaje fue un vehículo cognoscitivo que permitió que los lectores se convirtieran en espectadores de unas tierras incógnitas y reflexionaran sobre ellas. El explorador tenía la capacidad de hacer partícipe al lector de las peripecias del viaje y de seducirlo a través de la fenomenología de lo exótico. A semejanza de lo que habían hecho personajes como Marco Polo, Colón o Fernández de Oviedo, estos describieron para un público ávido de novedades las maravillas de territorios extraños y desconocidos. El explorador era el que arrancaba la alteridad del caos y de la ignorancia, permitiendo que la ciencia impusiera su visión particular de la naturaleza. Como pocos sitios, la selva tropical o los altos picos de los Andes invitaban a abrir los ojos para así poder captar todo ese caudal de sorpresas que ahí yacían ocultas. Gracias a un buen manejo del lenguaje, los exploradores lograron crear la ilusión de estar frente a frente con una naturaleza lejana y situada en un “más allá” no conocido. Aquí el virtuosismo descriptivo y retórico cumplía la función de hacer presente lo ausente. En este sentido, y tal como ya han hecho notar otros autores, el explorador hizo de intermediario entre un mundo y otro. Tanto la literatura de viajes como otros dispositivos culturales son los que ahora nos permiten ver cómo y en qué condiciones circuló y se recibió el discurso sobre la Amazonía. Así, pues, al tiempo que los viajeros describían un país nuevo, también construían una imagen para consumo de científicos y de un público no especializado. A través de este tipo de literatura se transportaron ideas, sensaciones, proyectos políticos y, hasta, por último, experiencias personales.


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Grupo de misioneros y grupo Shuar. AHCSE.

Misioneros con el P. Albino de El Curto. AHCSE.


360 DISCURSO del Señor Doctor Don Carlos R. Tobar “Señores: Voy a añadir unas palabras más, de escasa valía, al elocuente discurso del señor don Eudófilo Álvarez. Entre los grandes males ocasionados a nuestra desgraciada patria por las malhadadas revoluciones, que la han afligido durante casi toda su existencia, ninguno tan trascendental como el del abandono en que hemos tenido nuestro territorio de Oriente. Ocupados en matarnos, cruzando la República, de norte a sur, de levante a poniente, de una red de regueros de sangre para levantar tiranos, en vez de cruzarla con la red de rieles, con que los pueblos civilizados ligan, estrechan, vinculan las diversas posiciones del territorio patrio; empeñados en la obra nefasta de ahondar los abismos con que el partidarismo separa al hermano del hermano en la familia ecuatoriana; disipando los no sobrados caudales de la nación, ya en sofocar revueltas, ya en pagar infamias; malgastando, en una palabra, las fuerzas de la patria en la triste obra de la ruina y del descrédito.- ni fuerzas, señores, ni caudales, ni nada, nada propiamente, hemos destinado a fomentar, siquiera a dar vida, a más de la mitad del suelo que nos pertenece. Y ello, lo sabéis, entrañaba consecuencias gravísimas: el territorio que nosotros no tornábamos en ciudades, en villas, en pueblos, en granjas, era invadido por extraños que se llamaban a dueños de nuestro haber, de nuestra legítima propiedad. Necesario era de toda urgencia, que poblásemos esas ricas regiones; pero ¿qué? ¿No empleábamos una porción de nuestros escasos compatriotas en el ejército del revolucionario o en el ejército del angustiado gobernante, –ejércitos que con la saña de Caín habían de degollarse en guerras fratricidas? Indispensable era que construyésemos caminos, que levantásemos puentes; pero ¿qué? ¿No creían los hombres del trastorno, más útil para la patria la destrucción de los puentes, el desaparecimiento de los caminos, el aniquilamiento de las pocas obras construidas en los momentos de descanso de nuestras calamidades? Urgente era que el Erario dedicase parte de sus míseros ingresos a la redención de esa carne de nuestra carne, que un vecino trata de arrancarnos; pero ¿qué? Más urgente éranos comprar armamentos para la matanza. Mas, paréceme que las crueles lecciones de un pasado doloroso no van a ser estériles. Pruébalo esta misma reunión, no de partidaristas, no de politiqueros, no de gentes que odian, sino de ciudadanos amantes de la Patria, de su integridad y de su progreso, de gentes que se aman. Aquí siéntome, señores, a mi gusto; donde hay pasiones que distancian a los ciudadanos, donde no existen estos sentimientos unísonos, que tienden al bien común, os confieso, experimento desazón.


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Trabajemos unidos, trabajemos porque nuestro territorio oriental sea en breve una floreciente provincia de nuestra República. Trabajemos, sí, y nos uniremos; en otra ocasión lo dije: si la nefasta política separa, el bendito trabajo une”. PROSPECTO Por Luis G. Tufiño Señor Ministro, Señores: Preocupados como estamos todos los ecuatorianos en convertir nuestro Oriente en un centro de actividad agrícola, industrial y fabril, fundando en esas feraces regiones numerosas poblaciones con el exclusivo objeto de cimentar en ellas, mediante la ocupación real de las cosas, las bases de una provechosa colonización conducente a la garantía de nuestra integridad y prosperidad nacionales; debemos llevar a esas ricas y extensas selvas el fecundante soplo de la civilización por medio de colonias nacionales y extranjeras, aprovechando ahora el entusiasmo y el interés que tiene el Gobierno para que se realice, cuanto antes, este patriótico y salvador proyecto. Mas, las colonias en referencia no podrían contribuir eficazmente a la prosperidad y desarrollo de esas regiones, si de antemano no las surcásemos de vías de comunicación, como el primer medio para el comienzo de una verdadera colonización oriental. Tropezamos al principio con dificultades graves para promover una colonización amplia y sostenida; pero, ¿qué importarían estas al lado de la necesidad actual, de salvar a nuestro Oriente en cualquiera forma que podamos? Soluciones existirán en variedad indefinida; y entre otras, séame permitido el indicar una que es muy importante, y consiste en fomentar el sistema de colonización particular, otorgando terrenos a empresas colonizadoras, con la ineludible condición de establecer en ellos un sinnúmero determinado de familias de inmigrantes, previas ciertas garantías que faciliten mejor la prosperidad de esas regiones. Este sistema se ha aplicado con notable éxito en Chile, en las provincias de Cautin, de Malleco, de Nueva Italia y en otros departamentos del Brasil, después de haber ensayado otros no menos importantes; y es por esto por lo que no he trepidado en anunciarlo hoy mismo como base tal vez de estudio de otros sistemas de colonización aplicables entre nosotros. La Sociedad que se funda será, pues, en este sentido no solo un centro de consejos de defensa de los intereses del Oriente cerca del Gobierno, sino el medio mismo de contribuir a cuanto tienda a mejorar el estado actual de aquel en sus diversas faces y aspiraciones. Para realizar tan patrióticas ideas, sus iniciadores no han agotado aún esfuerzo alguno; al contrario, no es sino el primer paso el que acaban de dar hoy, confiados sin duda alguna en la incondicional cooperación de todos sus compatriotas, quienes


362 dieron ya suficientes pruebas del más acendrado patriotismo cuando el primer grito de alerta en defensa de nuestra integridad nacional, amenazada desde muchos años ha. Hoy que la paz, base de toda evolución social, principia a manifestarse con horizontes de mejor luz, bajo los auspicios de una verdadera libertad, ellos han tenido el alto honor de veros aquí congregados, bajo la presidencia del señor Ministro, doctor don Carlos R. Tobar, quien no escatima medio alguno, porque obras tan benéficas como la Sociedad de Orientalistas, se lleven a cabo en pro de nuestro verdadero engrandecimiento. El triunfo no será completo, señores, si hoy mismo no se nombra el Directorio de la Sociedad, cuyos fundamentos voy a concretarlos luego en tres partes, como preámbulo de discusión para darle a la Sociedad forma y vida tales cuales convengan al fin que se proponga perseguir. 1ª Parte. –Objeto– La Sociedad tiene por objeto trabajar de la mejor manera posible en colonizar el Oriente, abriendo vías de comunicación expeditas y prontas. 2ª Parte. –Inmigración y colonización– En consecuencia, incumbe a los socios el allegar todo elemento indispensable y necesario para desarrollar en los principales puntos estratégicos de esa región, un sistema de colonización e inmigración, mediante estudios que los hará al respecto, desde el punto de vista económico que sea adecuado a nuestra situación actual. 3ª Parte. –Vías de comunicación– Como la Sociedad, excluida de todo colorido político, se compondrá de socios activos y honorarios, cuyos derechos y obligaciones cifren únicamente en el engrandecimiento patrio, por las mejoras aportadas hacia una de nuestras regiones, la más extensa y a la vez la más rica, la provincia del Oriente; y como habrá entre ellos hombres versados en las ciencias e industrias, la Sociedad se encargará de los estudios concernientes a todas las vías de comunicación en estas selvas, estableciéndose para el efecto entre ella y el Gobierno, estrechas relaciones que se resuelvan en un vínculo especial de prosperidad nacional.


E X P L O R A C I O N E S O R I E N TA L E S

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Misioneros cruzando un rĂ­o oriental. MUNA.


Fernando Hidalgo Nistri. Fotografía: Juan Diego Pérez


Fernando Hidalgo Nistri, nacido en Quito. Licenciado en Derecho y doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla. Investigador en archivos históricos en Ecuador, España, Alemania e Inglaterra. Ha escrito sobre la historia de los antiguos paisajes forestales del Ecuador y también una historia del pensamiento conservador ecuatoriano. Ha publicado los Antiguos paisajes forestales del Ecuador; Compendio de la revolución de América, Cartas de Pedro Pérez Muñoz; La República del Sagrado Corazón de Jesús: Religión, Escatología y Ethos conservador del Ecuador; La conquista del trópico: exploradores y botánicos en el Ecuador del siglo XIX; Descripción y fuentes históricas de los antiguos bosques del Ecuador. Tiene publicados artículos en revistas especializadas. En 2013 ganó el premio Tobar-Guarderas otorgado por el Municipio de Quito a la mejor obra en la sección humanidades. efhidalgonistri@hotmail.com





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