Dirección General Susana Nicolalde Dirección Ejecutiva Paloma Dávila Equipo de Producción Laboratorio de teatro-danza de la Fundación Mandrágora Artes Escénicas Textos, recopilación histórica y entrevistas Genoveva Mora Toral Primeras semblanzas históricas, entrevista e investigación, 2006-2007 María Eugenia Paz y Miño Edición de textos Katya Artieda – Departamento de Publicaciones, Casa de la Cultura Ecuatoriana Diseño Gráfico Freddy Coello Curaduría de la Exposición 2013 en el Palacio de Najas de la Cancillería Ecuatoriana Freddy Coello Edición Fotográfica Byron Roldán Ampliación, impresión y enmarcación Fundación Teatro Nacional Sucre ISBN: 978-9978-62-753-8 Publicación realizada con el apoyo de la: Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Av. Seis de Diciembre N16-224 y Patria Telfs: 2 527440 Ext.:138/213 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito-Ecuador Una publicación de la Fundación Mandrágora Artes Escénicas MEMORIA FOTOGRÁFICA RECOGIDA DURANTE DIEZ EDICIONES DEL ENCUENTRO DE MUJERES EN ESCENA ‘TIEMPOS DE MUJER’ La presentación del catálogo Transitando Huellas fue realizada en el vestíbulo del Palacio de Najas de la Cancillería Ecuatoriana, el 19 de septiembre de 2013
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INTRODUCCIÓN Susana Nicolalde
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CONTEXTUALIZANDO Genoveva Mora
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DE LOS AÑOS TREINTA A LOS CINCUENTA Genoveva Mora
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POR EL ‘PASEO DEL TABLADO’ Juana Guarderas
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LOS AÑOS SESENTA Genoveva Mora
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LA DÉCADA DE LOS SETENTA Genoveva Mora
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DE LOS OCHENTA A NUESTROS DÍAS Genoveva Mora
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TRAS BASTIDORES Martha Ormaza
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A todas las que están… y las que aún no están
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El tiempo y la memoria van construyendo un camino por el cual vamos hilando nuestra historia; en este tránsito se van extraviando grandes fragmentos que dan sentido a nuestra identidad. Por ello es necesario empezar a reconstruir nuestro presente con una mirada profunda al pasado, no solo para descubrir sino también para sorprendernos del otro lado de nuestro escenario cultural y social.
INTRODUCCIÓN
TRANSITANDO HUELLAS El rastro de la huella en el tiempo…
Las mujeres artistas ecuatorianas han cumplido un rol fundamental, han sido partícipes directas de los cambios revolucionarios sociales, artísticos y culturales de nuestro país. Sin embargo, su tarea no ha sido nada fácil, han debido lidiar con un pensamiento precario prevaleciente de la época de la Colonia, que imperaba aún entrada la mitad del S. XX, que concebía a las mujeres destinadas a un rol doméstico, casi exclusivamente, y que hacía escarnio de sus actividades artísticas y posteriormente las destinaba a vivir la invisibilización de su trabajo, su pensamiento y su proyección, invalidando su aporte extraordinario a la construcción de un pensamiento, a la vanguardia de los acontecimientos artísticos del escenario mundial y latinoamericano. Nuestro objetivo fundamental es recuperar la labor de aquellas creadoras que ya no están entre nosotras, pero que, sin embargo, siguen presentes en nuestra memoria; estrechar sus manos con las mujeres de nuevas y novísimas generaciones que han tomado la posta para avanzar. Un testimonio de vida
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a través de voces y rostros de mujeres creadoras que desde finales del siglo XIX hasta nuestros días nos abrieron el camino con su pensamiento y su accionar cargado de una fuerza auténticamente femenina. Nombres y rostros como los de Marina Moncayo, Chavica Gómez, Isabel Martínez, Carlota Jaramillo, Nela Martínez, Osmara de León… la lista es infinita, nos roban una sonrisa de los labios y nos pintan olores de nostalgia fraterna. Están aquí, entre nosotras, caminando entre los pasillos del teatro, en la trasescena, entre las candilejas y el escenario; su vida, su historia, transitan dejando huellas imborrables en la memoria de nuestro tiempo. ¿Cómo librar a nuestras mujeres creadoras de la desmemoria? ¿Cómo volverlas a la vida? Y, ¿cómo hacerlo cuando sus huellas han quedado en el silencio? Una tarea nada fácil pero tampoco imposible. Estamos aquí, con aquellas, para recuperar la historia no contada, así como para plasmar el presente de tantas mujeres artistas a través de su testimonio, rescatando su memoria como legado de nuestro patrimonio histórico y cultural. Transitando huellas es un llamado a recordar, a no olvidar, a reivindicar y reconocer. Aquí estamos presentes, vivas, fuertes, con la mirada atenta y el paso firme, batallando, insurgiendo, revelando historias… cantándole a la vida. Susana Nicolalde
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rajano Mera, uno de los más representativos dramaturgos de inicios del siglo XX, decretó:
“Si hemos de escribir comedias debemos hacerlas locales, y esto, por varias razones: porque se escribe mejor sobre aquello que mejor se conoce; porque si en otros ramos de la literatura podemos abrigar la esperanza de que nuestras obras sean leídas en otras naciones, tratándose de obras dramáticas sería ilusorio pretender que fuesen representadas fuera del terruño, y porque si alguna moralidad ha de sacarse del teatro, ésta debe aprovechar de preferencia a los nuestros, antes que a los extraños, para lo cual es indispensable que los ejemplos que les presentemos sean tomados de las personas y las cosas que de cerca nos rodean”.1
1 Entre dos mundos, Eduardo Almeida, España, p. 128.
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DOLORES VEINTIMILLA Aunque todas la biografías la nombran con un de, en esta galería omitiremos la preposición en honor a la mujer autónoma, sobre todo en el plano intelectual y vital. Su propia historia prueba que lo fue, tan dueña de su vida que supo hasta cuándo la quería consigo.
Dolores nace con la República, su andar por el tiempo es también complejo. Siempre persiguió satisfacciones que agrandaran su saber, luchó por plasmar su identidad; entendió y se manifestó en contra de la miopía social y la exclusión.
a la inequidad social, al amor; y con todo un mundo interior bullente y apasionado, incontenible, que fue tomando forma en la palabra escrita. Probablemente podría concluirse que Dolores Veintimilla no logró, en su momento, posicionarse como sujeto frente al orden patriarcal establecido y dominante, pero sí alcanzó a inscribir su posición en la historia, no solamente literaria.
Como casi todas la mujeres de su época, contrajo matrimonio tempranamente y es ahí donde se da su primer gran desencanto. “¿Por qué tan pronto la ilusión pasa?”.2 Sus inquietudes intelectuales y su sensibilidad no tienen espacio en la vida de pareja y termina sola… “hoy no hay mentira que mi dolor temple, murieron ya mis fábulas soñadas”.3
Dolores se enfrentó a una sociedad cuencana miope, cerrada y muy conservadora. Mas, curiosamente, fue admitida como miembro de la ‘Sociedad de aprendizaje literario’, otorgándole un privilegio que estaba instituido para los hombres, que despertó, a más de la admiración de sus colegas, murmuración y envidia que la señalaban como libertina, pues rompía con el canon femenino de la época.
De su vida queda, principalmente, la imagen de la mujer romántica que terminó con su vida porque no pudo con tanto dolor. Sin embargo podemos imaginar el retrato de una mujer joven, llena de ilusiones como toda señorita de su tiempo, “¡era feliz! y pensaba que nunca se agostarían esas flores ni se apagarían esos astros!...”4. Fue responsable como esposa y madre, pero cargada de cuestionamientos respecto a la existencia,
Su actitud de individuo con una perspectiva política e intelectual se reafirmó en la actividad diaria, en su convocatoria a intelectuales y artistas a compartir la literatura, a hablar y reflexionar sobre ella y, como ocurría en esas tertulias, a debatir también de política. Podemos verla entonces desempeñando un papel que, socialmente, estaba destinado a los varones, es decir, que conscientemente habitaba un lugar de resistencia ante las estructuras sociales imperantes.
2 Poetas románticos y neoclásicos, Biblioteca Mínima Ecuatoriana, Dolores Veintimilla de Galindo, ‘Anhelo’. 3 Ídem, ‹La noche y mi dolor›, p. 193 4 Ídem, ‘Recuerdos’, p. 184
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Sin duda, su mayor acto de rebeldía fue la defensa de Tiburcio Lucero, el indígena condenado a muerte, suceso que la lleva a circular la famosa Necrología, en un intento por sacudir las conciencias del poder, abogando por la igualdad y condenando la pena de muerte; decisión que le costó demasiado cara. A pesar de que su obra incluye apenas una docena de poemas y algo de prosa, hay críticos que la ubican entre los precursores de la poesía romántica ecuatoriana. Pero más importante que cualquier tipo de clasificación será siempre la revalorización de este ser humano, cuyas preocupaciones fueron más allá de lo evidente, y de una obra lo suficientemente importante que ha trascendido en la literatura de nuestro país.
“ Por qué en quebranto se trocó mi risa y mi sueño fugaz se disipó cual leve nube al soplo de la brisa…”.
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MARY CORYLÉ Es María Ramona Cordero y León, la mujer que nació en el ocaso del siglo XIX (21 de mayo de 1894) en un familia de intelectuales y amantes de la literatura. Su infancia estuvo ligada a las letras. Su entusiasmo por crear la llevó en la adolescencia a poner en escena pequeñas piezas teatrales. A la par, había iniciado ya su oficio de escritora. Mary Corylé incursionó, además de en poesía, en el mundo de la narración, el periodismo y la pedagogía. Colaboró con los diarios más importantes del país. Fue una mujer extraordinaria, de espíritu altivo, valiente y capaz de enfrentar las dificultades con toda dignidad. Capacitada para defender el derecho de las mujeres en toda instancia, por ello no dudó en enfrentar al mismísimo Velasco Ibarra, presidente de la República, en una ocasión cuando trabajaba en el colegio Manuela Cañizares y le tocó respaldar a una profesora embarazada, obligada a abandonar la cátedra en razón de su estado. Si bien vivió en un tiempo en que apenas se empezaba a trazar el sendero de autonomía femenina, plasmado en sucesos históricos como el derecho al voto, también en pequeños logros cotidianos como la vestimenta y cierta libertad de acción, sacó el mayor provecho a su entorno y asumió la vida con entusiasmo y decisión. El hecho de adoptar un seudónimo obedeció, seguramente, a la necesidad
de protección en una sociedad patriarcal. Pero en esa decisión hubo también una dosis de humor: “juntar toda esa zoología que la nominaba” y convertirla en poética eufonía. No fue su linaje intelectual el motivo de reconocimiento, sino la probada calidad humana y su discernimiento lo que la llevó a ser parte del consejo editorial, cuando en 1924 se fundó diario El Mercurio, así como de la dirección de la Biblioteca Municipal, espacio desde donde propició encuentros y veladas literarias. La tradición poética femenina ecuatoriana registra voces que cantaron a la patria, a la madre, a la naturaleza; pocas se atrevieron con un Yo poético que hablara de amor y erotismo, como lo hizo Mary Corylé con Bésame, atrevimiento que causó más de un comentario malintencionado. Publica su primer libro de poemas en 1933, Canta la vida, “el primer hijo lírico que acuné en mis manos…, el mayor logro de mi juventud”, dirá la autora. Mary Corylé, sin dudarlo, ocupa la nómina de las precursoras feministas por su vida autónoma en todo sentido. Encontró su realización personal en la escritura y en su profesión. En su papel de ciudadana que abogó y defendió, igualmente, los derechos de los marginados.
NOTA.- Este texto fue posible gracias a la generosidad de Raquel Rodas Morales, quien está por publicar: Subvertir la vida, una biografía de Mary Corylé.
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“Ahoga mi risa sofoca mi aliento con tu dicha loca: bésame en la boca...”. (Fragmento de su poema “Bésame”)
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Genoveva Mora
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lfredo Pareja Diezcanseco, en su Panorama de la literatura contemporánea en Ecuador, apunta con precisión las circunstancias nacionales, las mismas que fueron escenario para el arte. “El país acababa de pasar por dos convulsiones: el levantamiento popular en Guayaquil, 15 de noviembre de 1922, y la revolución militar del 9 de julio de 1925 (…). El liberalismo estaba fatigado, casi exhausto. Los esfuerzos que hicieron los liberales por comprender lo que pasaba en el mundo y obrar en consecuencia (…) no alcanzaron resultado feliz. EL Partido Liberal dio marcha atrás: empezó a convertirse de revolucionario en conservador. A pesar de él, el país entraba en lo nuevo a saltos, a convulsiones. Se desquiciaban los sentimientos de seguridad, tan pronto el cacao bajaba de precio en el mercado mundial y la peste dejaba secas las huertas. El pueblo se lanzó a las calles porque quería que el dólar costase menos. Y la metralla mató a mil quinientos hombres y mujeres. Todos los de la generación de 1930 vimos, con los ojos húmedos, esta matanza. Los trabajadores empezaron a
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organizarse. Se dieron pasos para la fundación del Partido Socialista. Y en 1925, los militares jóvenes, de ideología confusa, pero generosa, se tomaron el poder. Aunque fallaron en la administración, debido a su inexperiencia y al afán precipitados de reorganización del Estado. Como consecuencia de esta revolución se fundó el Ministerio de Previsión Social y Trabajo, se revisó la legislación civil y penal, se creó el Banco Central del Ecuador, se importaron técnicos y se procuró dirigir la economía. Entre los jóvenes, se pensaba en el milagro de la revolución rusa; pocas veces, en la mexicana”.5 El resultado de todas estas transformaciones se ve reflejado en la literatura, con la llamada Generación del 30, del mismo modo que en la escasa producción dramatúrgica nacional en la que se destacan los nombres de Jorge Icaza y Demetrio Aguilera Malta. En la escena, mejor dicho como un preámbulo a ella, está la figura de Pedro Traversari, musicólogo chileno, quien primero en Guayaquil y luego en Quito dará un importante impulso a los artistas de la escena, preparándoles en las áreas de canto y declamación. 5 Entre dos mundos, Eduardo Almeida, España.
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En la capital tomará la posta el maestro español Abelardo Revoredo, de cuyos alumnos nacerán la Compañía Dramática Nacional, la Compañía Lírica y la Compañía de Comedias y Variedades. El ambiente era intenso, las compañías, cosa bastante inusual en nuestros días, entraban en concurso, y en ese año de 1927, fue la Dramática Nacional, integrada en ese momento por Marina Gozenbach, Marina Moncayo, Marco Barahona y Alfredo León Donoso, la triunfadora. El inusitado interés por la actividad teatral, que ya desde aquellos memorables días contaba con el absoluto olvido estatal, provocaba que los grupos se disolvieran y se volvieran a armar, siempre alrededor de figuras de la escena, de acuerdo con el proyecto naciente que, por cierto, no distaba del que lo precedía, así como tampoco la filosofía del grupo. Como parte de estas compañías o ligado a ellas, estaba casi siempre un traductor, listo a pasar al español los más recientes estrenos parisinos. “Los actores ensayaban durante el día: mañana, tarde y noche, y cada semana estrenaban una pieza diferente
en dos funciones, una sábado y otra domingo”.6 El más antiguo de los actores, es decir de los hombres, se encargaba de la dirección, esto es, de ‘dar indicaciones’. La escenografía se arrendaba y servía para varias piezas. Era inusual que el grupo contara con una propia para cada obra; igual sucedía con el vestuario, había que alquilarlo: “lo usual era que se alquilaran los trajes para cada función, lo que si bien daba cierta ‘elegancia’ a las representaciones, a la postre llegó a convertirse en elemento perturbador por lo repetido de su uso”7. El público asistente pertenecía a las ‘capas altas de la sociedad’, para quienes asistir al teatro, ver una ‘obrita de conflicto amoroso’, les proporcionaba un cierto sabor europeo. La crítica nacía de la pluma, principalmente de periodistas que por entonces se ocupaban con entusiasmo del registro escénico. A veces con una transparencia y hasta cierta candidez, que ciertamente se emparentaba con un movimiento teatral y dancístico naciente, muy activo, que a la 6 Íbid, p. 128 7 Íbid, p. 132
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mirada de los reporteros provocaba comentarios como el siguiente: “Soberbia la matiné del domingo, la Compañía Lírica Victoria Aguilera, como sólo nos concretamos a reflejar la actitud de los espectadores, diremos, en obsequio a la verdad, que aplaudieron estrepitosamente… Por la noche la Compañía Ecuatoriana de Comedias y Variedades nos entretuvo con la comedia de José Francés El corazón despierta, en que se lucieron los señores León, Araujo y Vásconez. Trepidó un poco la señorita Carlota Jaramillo; pero el público supo dispensarla, en virtud del pasillo Súplica que entre aplausos le hizo repetir…”.8 A mediados de los años cuarenta nació el TEU, dirigido por Carlos Loewenberg, director alemán que vivió en nuestro país y trabajó para el teatro ecuatoriano por más de una década. Sixto Salguero le tomó la posta. Loewenberg creó enseguida el grupo de Teatro Íntimo. Director y actores trabajaban en una antigua mazmorra de la época de la independencia. El primer programa de mano del grupo apareció 8 El Comercio, 26 de diciembre de 1927.
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casi como un manifiesto: “Esta vez resueltos a llevar nuestro experimento dramático hasta las últimas consecuencias, tanto dentro del repertorio como de la interpretación y la escenografía”9. Se proponía también la recuperación de los valores puros de la comedia. El entusiasmo duró de 1954 a 1956. En la danza, es Raymound Adolphe Mauge la figura protagónica que había llegado al país en 1929. Inmediatamente contratado como profesor en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación, debutó con su primera velada en el Teatro Sucre, el 22 de mayo de 1930, con un programa cuyas dos primeras partes ocuparon la comedia A la sombra del padre, y una tercera que incluyó Acto de baile, con diez danzas las dos primeras, Paso de baile y el ballet Coppelia. “Las actuaciones restantes fueron bailes populares europeos, danzas del folclor español y la Marcha de los pequeños soldados realizada con las alumnas de primero y segundo cursos del Colegio 24 de Mayo”. 10 En 1948 nació la Escuela de Ballet de Guayaquil, dirigida por Inge Bruckman, que al año siguiente fue reemplazada por Kitty Sakilárides. 9 Entre dos mundos, Enrique Almeida, p. 135 10 Danza historia, Susana Mariño, Mayra Aguirre, p. 91.
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CARLOTA JARAMILLO Recordada como la reina del pasillo, es la protagonista de Sendas distintas y de innumerables títulos del cancionero ecuatoriano. También de la escena de los años veinte, porque Carlota Jaramillo se inició en el teatro y en el canto simultáneamente. Quito contaba en esa época con tres compañías teatrales que en alguna medida disputaban protagonismo. Por un lado estaba la Compañía Dramática Nacional de Marco Barahona, a la que le siguió, al año siguiente, esto es 1926, la Compañía de Zarzuelas formada por Victoria Aguilera. Carlota y su hermana Inés se habían atrevido a las tablas, a escondidas de sus padres, pero se vieron descubiertas porque la prensa registró una de sus actuaciones, comentario que valió un suspiro de su madre, quien tristemente comentó: “¡artistas!”. Pues no se puede olvidar el ambiente adverso que tenían que sortear las mujeres, tanto en la Iglesia, con sus seguidores, como en la élite social. Tildadas de cómicas y livianas porque olvidaban que su tarea estaba en el hogar. Además, se podía tolerar su presencia en cosas ‘serias’ como el teatro a la española, la ópera; pero eso de hacer comedia era francamente mal visto. Con la Compañía de Comedias y Variedades hace su primera aparición en escena con El pobrecito Juan, como primera actriz junto a Arturo Valencia.
Jorge Araujo era el entusiasta promotor, cantante y actor, y llega también a convertirse, a pesar de la diferencia de edad y la oposición familiar, en esposo de Carlota. La vida de esta mujer talentosa estuvo ligada más a la música que al teatro. Después de tener sus hijos siguió su actividad como cantante, en distintos programas y emisoras de la ciudad, oficio que alternó con el profesorado, pero curiosamente no de canto, sino gimnasia rítmica, en el Colegio 24 de Mayo. Su carrera artística fue intensa y llena de satisfacciones. Cantó hasta que su compañero de vida dejó de existir. Más adelante se volvió más reservada y dedicada a su familia. Quebrantos en su salud también impidieron su regreso a la música. Sin embargo, nunca dejó de sentir el cariño de la gente, que la reconocía donde fuera. Cuenta Pérez Pimentel que en uno de los homenajes, en Calacalí, erigieron una escultura suya, y ella sorprendida exclamó: “Yo creía que estos homenajes sólo se hacían a los muertos”, pero ella tenía todavía muchos años más para vivir. Catorce años después dejó este mundo, pero su voz sigue cantando y descubriendo el pasillo en todos los rincones de su patria.
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Era una muchacha agraciada, llenita, canela clara, ojos y pelo negro, lo que se dice de buen ver…Tenía una hermosa personalidad, inteligente y vivaz, desenvuelta y feliz”.11
Fotografía: José Cevallos
11 www. diccionariobiograficoecuador.com, Rodolfo Pérez Pimentel.
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NELA MARTÍNEZ El año 1912 recibió a una de las mujeres que hizo historia en el Ecuador: Nela Martínez. Nació en ‘casa grande’, la de la hacienda en Colloctor, en la provincia del Cañar, un 24 de noviembre. Vivió en el campo y seguramente ahí empezó a tomar conciencia de las condiciones de diferencia; del dolor de los indios, de su lamento cada vez que recibían castigo. Haber estudiado en escuela y colegio de monjas no fue precisamente el motivo para despertar su atención, sin duda fue su vivencia y las lecturas de todos los libros, que en esa época permitía el ‘índice’ de la Santa Iglesia. Leía todo lo que encontraba en la biblioteca de su abuelo. Hasta que un día, en una librería en Cuenca, se encontró con la revista literaria Amauta, fundada por José Carlos Mariátegui, el pensador peruano, que a través de su lucidez despertó la conciencia de los países latinoamericanos y abogó por construir sociedades solidarias. Por eso no es raro que su primer poema sea Indio en galope de volcanes, y que la literatura se haya convertido en su escudo para defender lo que creía. Hacia el año 1939 empezó a colaborar como cronista en El Telégrafo, bajo el seudónimo de Meliasur; entabló amistad con Enrique Gil Gilbe y conoció a Joaquín Gallegos Lara, quien le dedicó su novela Los que se van.
Por esos tiempos, su padre sufrió una quiebra económica debido a una garantía dada a un cura de Cañar, suceso que cambió la vida de toda la familia. Nela asumió su obligación de ganarse la vida por sí misma, entonces empezó de maestra en una escuela nocturna de Ambato, pero en su mente seguía pendiente su misión vital: luchar por los débiles. Se integró al pequeño núcleo comunista de esa ciudad, la única mujer por supuesto. Apoyó y participó en una huelga y sufrió su primera represión por parte de la policía. En ese mismo año contrajo matrimonio con Gallegos Lara (1934), se trasladó a Guayaquil, se afilió al partido comunista y continuó con su militancia, que no la abandonó hasta su muerte. Durante su vida perteneció a numerosas organizaciones defensoras de las mujeres, de los obreros, de la democracia, etc. En marzo de 1943 editó el periódico Antinazi, que alcanza treinta y seis ediciones. Tal vez uno de los sucesos más destacados de su vida fue cuando perteneció a la Acción Democrática Ecuatoriana, ADE, en la Presidencia de Arroyo del Río, contra quien luchó, lo derrotaron y llegaron, comandados por Nela Martínez, a tomarse el Palacio y ejercer por tres días el Ministerio de Gobierno.
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Desafortunadamente, la decepción que experimentó fue más intensa que el triunfo al descubrir todo lo que se ‘jugaba’ dentro del Palacio. El ganador fue, nuevamente Velasco Ibarra. “Salí con la conciencia plena de que la revolución gloriosa se había frustrado y tomaba otros rumbos… Entonces fui caminando hasta mi casa, me acosté en una cama y me quedé dormida veinticuatro horas”12.
“El socialismo es el único futuro de la humanidad”.
Fotografía: Archivo Martínez – Meriguet. 2003
12 www.diccionariobiograficoecuador, Rodolfo Pérez Pimentel.
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Juana Guarderas
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ienvenidas a esta memoria fotográfica, a este paseo por el paseo del tablao. Les contaré, desde mi testimonio personal, lo que estas damas han implicado para mí, como actriz y como ser humano. Chapeux mis queridas damas, frente a ustedes, chapeau , mis respetos, mi cariño y mi admiración. Qué grato ha sido conocerlas y ‘reconocerlas’; reconocer, linda palabra que se lee al derecho y al revés, y es que eso es reconocer, un ejercicio de ida y vuelta, de entenderse, de respetarse, de encontrarse, como lo hacemos en los encuentros nuestros de cada día, y en este Nuestro Encuentro de Mujeres. Nuestro, sí, mi querida Susana, bruja de la mandrágora. Gracias por invitarnos a apropiarnos de este espacio. Helas aquí a las protagonistas: las mamas, las divinas, las conspiradoras, las brujas, …las arrechas… en todo sentido.
Empecemos, les invito a un ‘paseo por el tablao’.
He tenido la inmensa suerte de conocer a la gran mayoría de ellas muy de cerca, de haber sembrado con muchas de ellas sueños, obras, afectos, hermandades, complicidades, frustraciones, dolores, risas, viajes, maternidades, solidaridad; de habernos entregado un pedacito del corazón en el escenario, en un taller, en un ensayo, en un café.
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He conocido a estas damas de diferentes maneras: a doña Marina Moncayo, por ejemplo, la recuerdo porque mi abuela ‘Mamachis’ evocaba su voz para el canto del couplet y trataba de imitarla con gracia, estilo y algo de afinación. Y mi abuelo ‘Papalo’ repetía las coplas de un poeta que al referirse a doña Marina decía: “Estas son artistas buenas, y además son nacionales, cantan como unas sirenas y están de gracia tan plena que la riegan a raudales”. Los abuelos contaban que la dama se paseó por muchos escenarios del país con su Compañía del brazo de don Jorge Icaza, defendiendo el indigenismo y a los marginados de esta sociedad: ¡Ay cunshi sha, ay buniticu sha…! El ‘Papalo’, que era ratón del Teatro Sucre, decía con certeza: “Marina Moncayo… la primera actriz ecuatoriana”. Mi abuelita María Eloísa, más seria y recatada que la ‘Mamachis’, nos leía poesía a la hora de la siesta, me adormecía la nostálgica voz de mi abuela recitando a Arturo Borja … “la pena, la melancolía, la tarde siniestra y sombría, la lluvia implacable y sin fin…”, y escuchando a la Carlota Jaramillo en sus Sendas
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distintas, letra casi biográfica para mi abuela, quien irremediablemente derramaba lágrimas al escuchar a la Carlotita… se llegaron a parecer tanto estos dos seres en mi imaginario, que las llegaba a confundir…, María Eloísa Punina y Carlota Jaramillo se volvieron una sola persona. Ya más grande, pude ver personalmente a doña Chavica Gómez en las estampas quiteñas del Evaristo, recuerdo a su personaje de la Marlene, y tengo presente haberlo recreado en algún juego infantil. En mi adolescencia, cuando acrecentaba mi conciencia social, conocí de la existencia de doña Nela Martínez y me identifiqué profundamente con esta mujer, con quien tenía algo en común: la infancia en el campo, ese vínculo con el mundo campesino, que una vez que entra en el corazón, no sale jamás. Cuando ya nos trasladamos a vivir en Quito, en la vieja casona antecedente del Patio de Comedias vi desfilar innumerables personajes vinculados con el mundo del teatro… Empecé a escuchar nombres como el del inolvidable Paco Tobar y Fabio Paccioni, vinculado a él también escuché el de Toty Rodríguez, la diva ecuatoriana que había hecho cine en Francia; mi papá se expresaba de ella con tal pasión que todas las mujeres de la casa sufríamos ataques de celos. Un día vi su nombre en el periódico, presentaba en el Prometeo Manuela, una loca estrella, de Pedro Saad.
Fui a verla, y me creí tanto lo que vi que después siempre imaginaba a la Manuela Sáenz con la cara de la Toty Rodríguez. En las tertulias de la vieja casona me enteré también del mítico montaje del Boletín y elegía de las mitas del Teatro Ensayo. Junto al nombre de la Toty sonaron también los de otras mujeres muy respetadas como Magda Macías y Erika Von Lipke. La casona del Patio también fue locación de un largometraje titulado Mi tía Nora, protagonizado por Isabel Casanova, ahí conocí a esta impactante actriz. Y la escena final, el suicidio del personaje… —Isabel— colgada de una de las vigas de la buhardilla que alguna vez fue mi habitación, todavía no sale de mi memoria…, forma parte del repertorio de mis sueños…, de mis pesadillas reiterativas. Cuando se referían a Isabel, en mi casa, le decían Santa Juana de América. Seguí amando el teatro desde el público, desde la butaca, obras como Robinson Crusoe, Fanesca, Mujeres, quedaron en mi retina, en mi corazón; descubrí entonces a las ‘bestias escénicas’: Charo Francés, Susana Pautasso y María Escudero. Gracias a las vueltas que da la vida, logré que cada una de ellas, en distintos momentos, sean mis maestras; con la Charo, en los primeros talleres del Malayerba en la Fundación Quito; con la María en un intenso proceso de un taller de un mes… que duró un año; con la Susana, en una entrañable relación de trabajo, afecto y espíritu. Fue mi directora en: Siete lunas,
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siete serpientes, producción de televisión, en Seda y cicuta y recientemente en el teatro en El pecado del éxito. De estas maestras determinantes en mi proceso como actriz, también cuenta la Támara Navas, tuve la oportunidad de hacer con ella y el Christoph un taller apenas llegaron de Alemania, que lastimosamente fue corto porque tuve que viajar, pero luego, pude disfrutar de su magistral capacidad actoral en varias obras imborrables, para mí especialmente, Informe para una academia y Casa matriz. Una vez que se creó el Patio de Comedias, tuve la posibilidad de conectarme personalmente con otras mujeres luchadoras de la escena teatral y presentar obras como Ha llegado un inspector, del Taller de Teatro Popular. Conocí más de cerca a Lupe Machado e Ilonka Vargas. A doña Lupe la he disfrutado después en sus producciones de televisión y en el cine: Ratas, rateros y ratones y Cuando me toque a mí. Con mama Ilonka la relación se ha estrechado, sobre todo, en las compartidas preocupaciones por nuestro gremio y las políticas culturales. Cada vez más se abre el espectro de programación en el Patio de Comedias y vienen grupos de otras provincias, así tuve el gusto de conocer a Marina Salvarezza, no sólo como actriz y directora, sino también como un ser humano de una gran generosidad, una gran anfitriona, una cómplice muy importante en Guayaquil. Por ella también me
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vinculé más con el teatro guayaquileño y conocí de actrices como Azucena Mora, Ruth Coello y Estela Álvarez, y a la bailarina Mirella Carbone. En este recuento testimonial con la escena está también la danza. De niña admiré a las maestras Patricia Aulestia, Osmara de León y Noralma Vera. Tuve el gusto de estar en una clase de Noralma, a mis 6 años, no pude continuar porque vivíamos en el campo y tuve que conformarme con bailar entre los árboles. Pero mi inquietud por el movimiento continuó, resultó determinante haber gozado en mi adolescencia de obras inolvidables como Mudanzas, con la entrañable presencia de la María Luisa González. Y años más tarde, a partir de una bella complicidad adolescente con la Casi Jóseres, digo la Josie Cáceres, empiezo a interesarme en la danza contemporánea. Después de unos años conozco a la Cecilia Andrade, dueña de un fascinante duende escénico, y a la Carolina Vásconez, con quien entablo una cálida relación y disfruté mucho con ella en el trabajo del cuerpo, comprendí lo que era la energía y fue una cómplice importante en los procesos de algunas obras como La Marujita se ha muerto con leucemia, y en Dios. En ese tiempo fue maravilloso haber sido testigo del nacimiento del festival ‘No más luna en el agua’, gestado por la Caro en el Patio. A propósito de festivales, quiero resaltar la presencia de las ‘guerreras’ de los festivales que están
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presentes en este ‘Paseo por el tablao’, mujeres que no sólo se han mantenido en la escena como actrices, directoras, bailarinas, titiriteras, sino que batallan contra viento y marea para mantener la constancia de sus renombrados festivales; aquí tenemos a las Susanas: la Nicolalde y la Reyes, pero no es la única Reyes, porque está también la Rocío, la verraca del Festival de Manta, la Rossana Iturralde con su FITE y la Yolanda Navas, con ‘Con bombos y platillos’. Están también los otros encuentros, cortos pero intensos, con mujeres que hemos compartido afinidades, como con la Patricia Gutiérrez, bailarina, con quien coincidimos tanto en las inquietudes rockeras, como en las del mundo andino. Con la Adriana Oña ha sido un deleite escuchar su sabiduría de nuestra cosmovisión. Con la Verónica Falconí participamos en un taller con el César Brie. Con la Ximena Ferrín hemos compartido espacios del espíritu, del amor, de la maternidad y… una curiosa velada nocturna, cuando la Ximena era la Potrilla en Entre Marx y una mujer desnuda, y mama Charo Francés nos mandó de tarea, para preparar una escena que se filmaba al día siguiente: pasar una noche entera en vela, junto al Pancho Aguirre y al Jaime Guevara, sin comer, sin chupar, para conseguir el estado de ánimo que se necesitaba… la tarea no fue difícil, porque con semejante personal había harto que charlar…, el problema fue que por esas vicisitudes del cine nacional, la escena no se rodó al
día siguiente…, y ahí sí que nos hicimos los giles para no volver a pasar otra noche desvelados, y para las ojeras recurrimos al maquillaje no más. Con algunas de las damas presentes he compartido más tiempo y más trabajo. Con doña Claudia Monsalve tuve el honor de formar parte de un montaje de La Rana Sabia, La historia de la memoria perdida, obra con la que viajamos a festivales en Francia y Pakistán. Nuestro periplo cargando títeres y presentándolos por poblados del Karakorum, de la Ruta de la Seda, son historias que jamás se perderán de mi memoria. Con mi tocaya Juana Estrella tenemos vidas paralelas, a más del nombre hemos compartido la pasión por el motepillo y la morlaquía en general, y hasta los mismos personajes en El eterno femenino y en Los monólogos de la vagina, además de otras puestas en escena como Receta para viajar y recientemente en el remontaje de Kito kon K . A María Beatriz Vergara me une una entrañable amistad desde la adolescencia, época en la que nos dedicábamos a reclutar jovencitos para subirlos al escenario, guambra que no se atrevía a ser actor, quedaba descartado como galán. Nuestros primeros pasos en el escenario, frente a un público, los hicimos juntas, en La lección de la luna, El retablo jovial, El jardín de los cerezos, y más tarde en Seda y cicuta y Kito kon K, primera versión. Hemos coincidido
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también en la bella labor de ser mamás al mismo tiempo, en nuestros embarazos, partos y en la crianza de nuestros preadolescentes: Joaquín y Gabriel. Ahora estamos juntas nuevamente en escena, en la obra recientemente estrenada: El pecado del éxito. Mi vínculo con Elena Torres y Martha Ormaza creo que estaba escrito en nuestras leyendas personales… ¡20 años de historia juntas!…, nuestro enlace ha durado más que cualquiera de nuestros matrimonios; nunca me cansaré de repetir que mi relación con ellas es una de las más bellas construcciones que he realizado en mi vida. A partir de La Marujita se ha muerto con leucemia, creamos juntas Las Marujas…, como nos dicen, y otro montón de aventuras escénicas: Dios, Las criadas, La Tránsito Smith ha sido secuestrada, Esperando al Coyot, Monólogos de la vagina, Ohlimbo, entre otras. He crecido con ellas como persona y como actriz, las dos han sido mis ‘maestras de vida’. Nos hemos acompañado en gozos, viajes, broncas, llantos, divorcios, novios, hijos, enfermedades y despedidas. Nuestro anecdotario se merece un cuento aparte. Ahora disfruto de contemplar los procesos de cada una: Elena como una maestra y formadora de jóvenes en el teatro, y Martha como dramaturga y directora. En este año 2010 se juntan nuevas imágenes a esta memoria fotográfica: Liliana Torres, con quien soñábamos en viajes, y que ahora desde su viaje a las
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estrellas nos contemplará; Valentina Pacheco, a quien siempre admiré en su tránsito por Malayerba y tuve el gozo de trabajar con ella en Esperando al Coyot; Ana Mariza Escobar, actriz, titiritera, narradora, con quien tejimos el Tetragrama; Irina Gamayunova, actriz y dramaturga, con quien participé en algún episodio televisivo. América Paz y Miño, actriz, directora, gestora de Lunasol, con América hemos departido muchos soles y algunas lunas. Daysi Sánchez, de quien he aprendido su fuerza tanto actoral como de gestora cultural. Entre otras ilustres damas están las artistas plásticas Yela Lofredo, mujer de talento nato para la escultura, y Pilar Bustos, la invitada especial de este Encuentro de Mujeres. Está el talento innegable y la trayectoria de mujeres a quienes no tuve el gusto de conocer personalmente pero que esta memoria fotográfica me las ha presentado y recordado: Nelly Zevallos, inspiradora de jóvenes en Manabí, Alisba Rodríguez, Isabel Martínez, Esperanza Cruz y Rosita Pérez. Lo único que he pretendido entregarles en este paseo es el privilegio de haber conocido a muchas de estas grandes mujeres muy de cerca…, y hay más…, es decir, esto no es todo lo que puedo declarar en honor a la verdad…, es apenas un esbozo de estas mujeres, cada una es un universo.
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MARINA MONCAYO Incentivada por sus profesoras, participaba en los eventos artísticos y culturales. Alumna preponderante, llegó al escenario del Teatro Sucre y en el año de 1924 participó con su verso y su voz e impresionó gratamente. La prensa lo recogió así: “Lo que merece tratarse con la mayor sinceridad y admiración son el número de tonadillas cantadas por la niña Marina Moncayo, quien con el encanto de su voz y el desenvolvimiento en la escena, cautivó al público con el sentimental couplet El relicario, que mereció los honores del bis, accediendo la simpática Marinita a cantar Quien a hierro mata a hierro muere. También declama admirablemente”.13 No había transcurrido más de un año de su aparición y el famoso Gato Araujo, director de la Compañía Dramática Nacional, consiguió el permiso del padre para que Marina formara parte del elenco de Las suegras a la que le siguieron La honra de los hombres, El amor no se ríe, Malvaloca. Entonces el teatro se convirtió en su primera opción, dedicó todo su tiempo a prepararse como actriz. Participó en un importante número de obras, se ganó la simpatía del público y el elogio de un poeta que, ante uno de sus trabajos respondió: “Estas son artistas buenas/ y,
13 www.diccionariobiograficoecuador, Rodolfo Pérez Pimentel.
además son nacionales,/ cantan como unas sirenas/ y están de gracia tan plena/ que la riegan a raudales”14. Corría el año 1927 y la Dramática Nacional pasó a llamarse compañía Moncayo-Barahona. Y es justamente en ese año cuando Jorge Icaza se acercó hasta ellos y les propou integrarse al elenco. Icaza, el galán de Sol de aldea, se convirtió también en el de la afamada Marina. La Moncayo-Barahora vivió su época dorada, realizaron largas temporadas, su repertorio fue muy amplio. Ganaron varios concursos. Viajaron a lo largo del país a pesar de las condiciones de los teatros en provincia. Alcanzaron notable presencia y fueron el sinónimo del teatro ecuatoriano de esos años. Llevaron al escenario varias obras de Jorge Icaza: La comedia sin nombre, Por el viejo, El intruso, ¿Cuál es? Para 1932, Marina Moncayo y Jorge Icaza habían formado su propia compañía. Las obras de ese período dejaron ver su preocupación por la condición de los marginados de la sociedad. Boca trágica, de Enrique Garcés, fue una de ellas. Desafortunadamente, Marina decidió cambiar el escenario por otras actividades que, aunque ligadas a la cultura, no permitieron verla más en las tablas hasta
14 Íbid.
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su regreso en 1947, con Anne Cristie. A ésta le siguió una pequeña temporada con Antes del desayuno, El Rosario y La danzarina roja, pero Marina ya no era la misma, los años de ausencia habían hecho mella y a pesar del cariño de la gente, se cerraba el ciclo Marina Moncayo, que conmocionó por tantos años, fue admirada y reconocida por sus colegas y su público. Será recordada siempre.
“La niña que mostró su talento desde la escuela”.
Fotografía: Archivo Banco Central del Ecuador
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“La vida de teatro es maravillosa pero bien compensada con el cariño del público y los teatros llenos”.15
15 Entrevista de Gonzalo Proaño a Chavica Gómez, 1988.
Fotografía: Archivo Banco Central del Ecuador
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CHAVICA GÓMEZ
A pesar de los escasos registros del teatro de las primeras décadas del siglo XX, y del poco cuidado por construir una historia del Teatro Ecuatoriano, el nombre de Chavica Gómez vive en la memoria de quienes la recuerdan en las populares estampas quiteñas. Pero Chavica es más que eso, es una de las mujeres pioneras de nuestro teatro. Debutó en el escenario a los trece años, a instancias de su hermana Olimpia. Cumplidos los dieciocho regresó a las tablas para quedarse y brillar. A los diecinueve estaba casada con ‘Don Evaristo’ y había formado parte de la Compañía Nacional de Alta Comedia, y más adelante, de la Proaño-Albán. A finales de los años treinta, Chavica se convirtió en la más destacada actriz dramática. Ella había probado también su versatilidad en las famosas estampas quiteñas, donde debutó como Marlene, en La quincena de mi mujer. Fue una profesional que realmente amó su oficio y lo ejercía a pesar de las inmensas dificultades y peripecias que significaba trasladarse en las giras, por caminos infernales y con dos niños pequeños sin importar las horas de viaje o el tipo de transporte que ocupaban.
Los inconvenientes y la complejidad de mantenerse en un trabajo tan exigente no fueron obstáculo para esta mujer que vivía la mística del teatro y lo defendía en el escenario. Dedicación y logro que, por cierto, no han sido seriamente valorados; de ella, como de tantas otras, por varias razones entre las que destaca la ausencia de una reflexión sistemática del teatro. Sin olvidar que por esos tiempos las mujeres se las arreglaban en medio de un machismo recalcitrante; así, un actor era mucho más respetado que una actriz, por eso, el reto para Chavica y sus contemporáneas era doble. Más de dos décadas dan cuenta del trabajo de esta valiente mujer que pasó por alto todas las contrariedades sociales que su oficio le acarreaba. Su última representación la hizo como Berta, en La sombra, de Nicodemi. Su historia personal está en los diversos personajes que interpretó en La llama sagrada, en Cándida, Doña Diabla, El padre Pitillo, La tía de Carlos, entre tantas, además de las Estampas quiteñas.
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CONSUELO VARGAS
“Cada vez que me enfrento al público pienso en Dios, que reciba lo mejor que doy por la música y el respeto al público”.
Fotografía: Archivo personal
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Hace largos años Amelia Martin Planes asumió un personaje, lo subió al escenario y nunca más pudo abandonarlo; se dejó cautivar por él, le entregó su vida y lo ha llevado como una segunda piel. Casi medio siglo viviendo en Ecuador, país que la tomó como ciudadana, por eso y por su inmenso aporte a la música ecuatoriana, Consuelo Vargas es parte de esta Galería de Tiempos de Mujer. Soñó siempre con ser artista de cine, cantó con los grandes de su época en Argentina, compartió con Palito Ortega y Violeta Rivas, llegó a nuestras tierras en 1966, trayendo el tango y su canto. Una hermosa voz que no se ha apagado a pesar de la ardua tarea de vivir. En ese mismo año conoció a Homero Idrovo y empezó a hacer música ecuatoriana y latinoamericana y entra a formar parte del trío Los Reales, que se mantiene en escena hasta ahora. Su alianza de vida y de artistas duró trece años, en los que además constituyó una familia. “Como no teníamos opción, llevábamos a los chicos a todas partes. Muchas veces llegaba a las ciudades primero a lavar pañales, sin embargo fueron años maravillosos”. A pesar de la muerte de su compañero y de los problemas económicos que le tocó enfrentar, la música siguió viva, continuó su sociedad artística con Eduardo Erazo, con quien compartió escenario por cuarenta y cinco años.
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No fue una excepción su lucha contra “lo mal vistas que eran las cantantes. Llegábamos a algún lado y parecía que las mujeres se ponían a cuidar a sus maridos”, dice Consuelo. Eso era sólo una parte de la lucha de las artistas, lo más duro era negociar con los empresarios para conseguir remuneraciones justas, más aún en un país como el nuestro donde no existen beneficios sociales para el gremio. “Cuando murió Homerito, gracias a Oswaldo Hurtado se me dio un montepío, que hace poquito me lo querían quitar, por suerte se arregló y me permite ayudarme para vivir”. Recibió asimismo el apoyo de su colega Ernesto Albán. Su mejor momento en la música lo ubica en los dos años seguidos que cantaron en el Madison Square Garden en Nueva York, en los años 1987 y 1988, en esa oportunidad sintió que había logrado lo que se propuso. Para Consuelo Vargas el tiempo no es obstáculo, su voz y la música lo sobrepasan, así también la adversidad en su salud, sigue cantando con el vigor de siempre, compartiendo tablas con los más jóvenes y regalando con su canto a quien ella considera el objetivo de su arte: el público.
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ERIKA VON LIPKE Siempre estuvo ligada a la danza y al arte. Empezó a los seis años en el Conservatorio de Música y permaneció en él hasta los dieciocho años. Las academias particulares completaron su formación y le condujeron al escenario. “En esa época no había elencos institucionales”, toda la actividad provenía de las academias particulares. Recuerda Erika que con la academia de Sabina Nauffot se presentaban todos los años en el Teatro Sucre. De hecho, la figura de la maestra alemana, quien había llegado muy joven a Ecuador, primero al Conservatorio y luego instalada en su propio espacio, fue importantísima en su carrera, a pesar de que nunca formó un elenco profesional; muchas de sus alumnas, como Patricia Barragán, salieron con la preparación suficiente para ser parte de elencos dentro y fuera del Ecuador. El contacto con la danza del mundo era limitado, había poca comunicación y su fuente eran los escasos videos que conseguían, o la visita esporádica de grupos, especialmente de ballet, que pasaban por el país.
No existía en esos años un movimiento dancístico como tal, era más bien un privilegio de cierta élite. “Sin embargo, contábamos con un público entusiasta. Ahora nuestro público es apático, no hay cultura para la danza. Es un tema de educación, el arte debería ser parte del programa de las escuelas, desde el prekinder”. Además de la danza, Erika estudió periodismo, lo ejerció desde el ámbito de la cultura. Fue profesora de la Universidad Central, donde llegó a decana. Trabajó también en la televisión, fue fundadora de canal 6 “y de la televisión en el país”. De sus momentos ‹memorables› recuerda un 24 de mayo cuando se celebraba la fecha patria, en el Estadio Olímpico, en un frío ‘olímpico’ también y para remate en tutú. “Todo esto para demostrar que la danza también era arte”.
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“La danza me enseñó a soñar despierta, a elevar el espíritu. Es un arte que no tiene voz pero tiene espíritu, y sólo con la vista la gente se llena”.
Fotografía: José Pérez. Obra “Los perros”, 1967
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ESPERANZA CRUZ
“Mi danza no es mi danza, estoy encaminada al ballet clásico, me gusta lo exacto, lo limpio y preciso”.
Fotografía: Archivo Personal – Photo Chamce. 1960
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Una mujer de convencimientos, de mucha disciplina. Recibió de su hermano Alfonso las primeras lecciones escolares así como los principios y valores que han regido su trayecto. “En mi primer intento por estudiar danza, pasé por el teatro, llegué cuando los cupos estuvieron llenos, pero apenas se terminó el año me cambié a lo que me gustaba, el ballet”, afirma Esperanza. Sus dotes de bailarina le permitieron ocupar lugares principales en todas las instancias, de modo que decidió que el ballet era lo suyo. Sin embargo, su hermano había puesto una condición: “Si quieres ser bailarina, primero llegas con un título bajo el brazo”. Optó entonces por Filosofía y Letras, dejando en segundo plano otro de sus sueños, la Medicina. Su formación fue rigurosa, empezó con Inge Bruckman en la Escuela de Ballet de la Casa de la Cultura y en la academia particular que ella dirigía. Kity Sakilárides fue la maestra que aportó en el aspecto técnico. Algunas ocasiones, como parte del elenco y otras por gestión personal, viajó a Estados Unidos, Europa, Argentina y México, donde recibió clases de connotadas maestras como Martha Grahamn, María Ruanova, Aída Mastrazzi y del maestro Héctor Luzó, entre otros; asistió a la escuela de Robert Joffrey en Nueva York. Cumplió también por eso años con la función de observadora invitada a diferentes escuelas de ballet de Estados Unidos, para ella una experiencia única. En 1972 se hizo cargo de la dirección de la Escuela de Ballet, luego ocupó la subdirección por espacio de ocho años.
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Esperanza, además de bailarina, es una gran maestra, sus primeras clases las dictó en la propia Casa de la Cultura Núcleo del Guayas (CCG), con un simbólico sueldo. En 1970 se retiró como bailarina, “murió mi madre y dejé de bailar, es que a ella nunca le gustó que yo bailara”. En honor a su memoria se dedicó de lleno a la enseñanza, función que la cumple hasta el momento. A pesar de su condición de artista siempre ha sido muy pragmática, asumió la danza como un trabajo donde tenía que rendir y ser eficiente, “no diría que me maté por ser bailarina”. Si bien respeta la danza contemporánea, no comparte en absoluto la nueva propuesta, “antigüita como soy, creo que la danza contemporánea baila la gente que no tiene condiciones para bailar ballet, porque para mí el ballet es como la matemática, exacto”. Se considera una persona de derecha, “nada de izquierda”. Cree que en la vida todo tiene su momento, pero le cuesta asumir lo que ocurre en cierto segmento del espectáculo, no cree en aquello de que la “cultura nos van a salvar”, el arte es trabajo, “subirse la falda o ahondar el escote no nos va a salvar”, señala con firmeza.
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EUDOXIA ESTRELLA Ha caminado su vida con la decisión y el empeño de una “mujer inquieta y andariega”, como alguna vez la definía Hernán Crespo Toral. Inquieta porque ha sido incapaz de quedarse protegida en las paredes de su casa o de su estudio. Desde muy joven amplió su mirada y entendió el arte como un universo más completo, que no contenía solamente la pintura.
por el ordenado y pulcro ático de su casa, formalmente denominado Academia Estrella.
A pesar de que hizo estudios formales por ocho años en la Escuela de Bellas Artes, sabe que su esfera artística creció cuando conoció a Guillermo Larrazábal, el compañero de su vida y el artista a quien siempre admiró y lo tiene como su referente más cercano.
Su acogedora casa de finales del siglo XIX, en donde han vivido tres generaciones de ‘estrellas’, tiene al parque de San Sebastián casi como su jardín, repleto de palomas que esperan la hora en que Eudoxia sale, aperada de una porción de maíz y las convida también a volar. Su casa, como en la ronda infantil, es muy particular; ahí funcionó la Galería Larrazábal, que albergó obras diversas de pintores y pintoras que recibieron el buen augurio de una maestra con mucho ojo. Dueña de un sentido del humor inteligente y conciso, para ella la convención y la solemnidad son herramientas que desecha; sus días están llenos de autenticidad. Su pintura, cargada de ternura y color: acuarela lavada que dibuja caras de niños friolentos, campesinas con su aura de valentía, flores que riegan su aroma en el declive del color y se fijan en la retina de quienes admiramos su trabajo.
De carácter afable, invariablemente directa en sus apreciaciones, inepta para el adulo, resistente a la vanidad, empeñada constantemente en cumplir con su compromiso, ha transitado los caminos de su vida. Detrás de una engañosa frialdad vive la mujer soñadora, la que ha recibido premios importantes, el reconocimiento de sus colegas; la profesora que entregó arte algunos años al colegio Manuela Garaicoa; la maestra que sigue enseñando a pintar a cientos de alumnos que han pasado
Su mundo y sus sueños se concretaron, especialmente, en dos proyectos: la creación del Museo de Arte Contemporáneo (1980) y la Bienal de Cuenca (1985). Dos instancias que le han conferido a su ciudad un estatus especial, pues han sido el gran pretexto para descubrir, invitar, recibir y compartir con artistas del mundo. En el Museo de Arte Moderno está latente el sello de un empeño que no cesa, de un espacio que vive para acoger a artistas y ciudadanos del mundo.
Ella recuerda que su interés por pintar se manifestó desde que era niña, cuando la tiza invadía las paredes de su habitación y se deleitaba con el color, que a fuerza de lamidas le proporcionaban los caramelos, que en manos de Eudoxia cambiaban al estatus de pinturas.
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“Eudoxia esquiva los meandros y tortuosidades comunes al intelectualismo plástico”. Oswaldo Moreno
Fotografía: Archivo personal
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“Uno nace creando y muere creando. Dios me ha dado ese don”.
Fotografía: Casa de la Cultura Núcleo del Guayas
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YELA LOFREDO Yela Lofredo es la escultora guayaquileña cuya habilidad fue visible desde temprana edad, cuando daba forma al barro y al papel maché y los convertía en máscaras. Muchos de sus amigos anotan su carácter jovial, alegre y siempre optimista a pesar de los contratiempos vividos: “cosas bonitas y feas”, como señalaba en una entrevista, “las malas las he tratado de olvidar y me he quedado con las buenas, porque así uno tiene ganado el cincuenta por ciento de la vida”.16 Se casó joven y tuvo cinco hijos, que los crió a la par que iba creciendo en sus preocupaciones artísticas, en su deseo de agruparse con otros artistas para crear un espacio que les permitiera intercambiar conocimientos y compartirlos con la gente. Estudia Arqueología en la escuela que mantenía la CCG y más adelante ingresa en la Escuela de Bellas Artes, entre otras razones, por el impulso dado por los amigos de sus suegros cuando corría el año de 1961. En un viaje a Nueva York conoce el famoso Greenwich Village, y cree más que nunca en una idea que le venía merodeando tiempo atrás: había que convertir a La Peñas en un barrio para el arte. De hecho, en 1966 crea la Asociación Cultural Las Peñas, donde por años se ha concentrado el arte diverso, mucho antes de cualquier reforma urbana, ella entendió que ese tradicional barrio era un espacio para preservarlo. 16 Entrevista diario El Universo, 2004.
En una exposición realizada en Quito en 1967, según el crítico Hernán Rodríguez Castelo, la artista encuentra su línea, su obra adquiere personalidad y definición. Yela se posiciona como la escultora guayaquileña y llena el vacío que en esa rama del arte existía. Varios son los derroteros de su creación. A la par de su incansable trabajo a favor de la cultura guayaquileña y de su preocupación por aportar a la gente que tiene poca oportunidad de aprender, Yela Lofredo encamina sus actividades hacia diferentes objetivos. En el año 1975, a causa de un problema en su salud que le impide esculpir, empieza a diseñar joyas y envía sus dibujos para los tejedores de alfombras en Guano. El arte popular y las piezas arqueológicas han sido, en buena medida, objeto de inspiración y creación, el punto de partida para una escultura de proporciones; de mujeres voluminosas trabajadas con formas pronunciadas, siluetas que adquieren un gran valor simbólico. Su caminar ha sido intenso, más de cuarenta años creando y enseñando. Innumerables exposiciones en su país y en el exterior. Invitada por prestigiosas galerías, embajadores e instituciones, ha llevado su escultura por el mundo. Ha recibido varios premios y presentado publicaciones: Yela (2003) y Venus de Valdivia y la herencia de su estirpe (2006).
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Genoveva Mora
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S
e vivía el cuarto período presidencial del doctor José María Velasco Ibarra, a quien su vicepresidente, el doctor Carlos Julio Arosemena, en 1961 dio un golpe de Estado y lo envió al exilio. Arosemena, un hombre de izquierda, fue fuertemente acosado por la derecha, que apoyada por los norteamericanos no estuvo dispuesta a tolerar un modelo comunista. La presión opositora lo obligó a romper relaciones con Cuba, Polonia y Checoslovaquia. A pesar de ello, fue derrocado por un gobierno militar dictatorial que, en un acto de total autoritarismo, invadió y clausuró la Universidad, persiguió y encarceló a opositores y se tomó la Casa de la Cultura. Más adelante, los militares regresaron a sus cuarteles por obra y gracia de la misma derecha que los instaló en el poder, y que permitió entonces el regreso de Velasco Ibarra, quien por quinta vez ganó las elecciones, se posesionó de Presidente y a los dos años se declaró dictador; posición que la ejerció hasta 1972 cuando, nuevamente, se produjo un golpe militar y se instituyó entonces el Gobierno Nacionalista de las Fuerzas Armadas, liderado por el general Guillermo Rodríguez Lara.
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En el mundo intelectual aparecen los Tzántzicos, según Fernando Tinajero “un grupo y un movimiento que resultó de una triple confluencia: el clima de rebelión provocado por la Revolución Cubana, el influjo de los movimientos iconoclastas argentinos que fue traído por Leandro Katz y la febril lectura de la filosofía existencialista…”. El teatro, como todo arte, siguió su cauce, su rumbo se construyó desde lo nacional y, cómo no, en el encuentro con propuestas extranjeras; como prueba, la llegada a Guayaquil de la Compañía Mexicana de Teatro Clásico, y dos fueron sus actores: Miguel Macía y Manolo García, que se quedaron por una larga temporada en la ciudad, y junto a Paco Villar crearon el Teatro Experimental Universitario Ágora. Uno de los fundadores, Ramón Arias, se hizo cargo de la dirección en 1964 y los resultados de este trabajo alcanzaron reconocimiento cuando en 1968 fueron invitados, nada más y nada menos que al Primer Festival Latinoamericano de Teatro Universitario en Manizales”.
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Felipe Navarro es un personaje destacado de esos años, promotor de nuevas experiencias, monta El gran teatro del mundo, al aire libre. Jacques Thierot y el Teatro Experimental de la Alianza Francesa son parte de este período. Francisco Tobar García con su Teatro Independiente se mantiene en escena como actor, director, autor de las obras y, principalmente, se constituye un personaje del teatro quiteño, que lleva a escena por más de una década. La figura de Tobar enfrenta a su propia clase, pero también es objeto de la crítica de quienes configuran ‘el nuevo teatro’. Nace el grupo Los Guayacanes y participa en el IV Festival Nacional de Teatro, organizado por el Municipio de Guayaquil, donde gana el primer premio con Q.E.P.D. Con esta obra y este triunfo empieza la carrera de uno de los dramaturgos más propositivos del momento: José Martínez Queirolo.
En 1965 lega a Ecuador, por gestión de la CCE, Fabio Paccioni, el italiano que marcará una época en el teatro ecuatoriano. Paccioni se vincula con el grupo Tzántzico y empieza una escritura nueva en la escena. Se forma el Teatro Ensayo, luego vendrá el Teatro Popular, y cuando Paccioni deja la CCE se constituye el grupo La Barricada, que en ausencia del maestro italiano, lo dirige Carlos Martínez. Destaca en Guayaquil Pedro Saad, con un teatro decididamente político, una de sus obras, 29 de mayo de 1969, constituye un hito, según Álvaro San Felix: “…fue presentada 118 veces en Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja, en sindicatos, calles, fábricas en huelga, comunas campesinas, etc. Duró hasta que los paracaidistas desalojaron al público que asistía a la Casa de la Cultura. Y luego en una calle incendiaron el tablado donde trabajaban”.17
17 Variaciones del teatro latinoamericano, Alfonso de Toro, Kalus Pört, eds, ‘Tres décadas de teatro ecuatoriano, Franklin Rodríguez, p. 180
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En la danza las hermanas Eljuri fundaron la Academia de Ballet Eljuri, con alumnas que iban de los cuatro a los diecisiete años, presentaban cada año su velada ‘con obras de divertimento’, en el Teatro Sucre. En Quito, Noralma Vera se tomó a cargo la Escuela de Ballet de la CCE y logró estructurarla, desafortunadamente permaneció en ella solamente por tres años, durante los cuales descubrió el talento de tres jóvenes: Diego Pérez, Wilson Pico y María Luisa González. Patricia Aulestia retornó de Chile y a más de poner en escena, junto a Noralma Vera, obras del ballet mundial, inició una tarea fundacional apoyada en la investigación de Piedad y Alfredo Costales. Creó el Ballet Nacional de Patricia Aulestia, desgraciadamente de vida muy corta. Igualmente importante en ese momento fue el Ballet Nacional de Marcelo Ordóñez.
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“No me frustré, encontré una tierra fértil donde sembrar, no fui ambiciosa en lo terrenal”.
Fotografía: Fuente – Danzahistoria
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OSMARA DE LEÓN El amor la detuvo en estas tierras, corría el año 1952, venía desde Argentina en una gira que terminó en el Lago San Pablo, donde Ricardo León le propuso matrimonio. Hizo de Cuenca su ciudad, le entregó todo su contingente humano. Su bagaje lo puso al servicio de una ciudad que vio nacer la danza a partir del empeño de Carmen Villamana, su nombre de pila. La Habana fue su primer escenario, ahí puso a prueba su talento en un recital que le confirmó la posibilidad de la danza “mi primera experiencia fue alucinante”.18 Luego pasó a México y adoptó el nombre artístico de Osmara, la bailarina de los pies desnudos. Fue una niña y adolecente guiada por su madre para ser una artista. “Desde niña estudié mucho, nunca tuve tiempo para fiestas ni amigos, mi madre fue una artista nata, me llevaba a clases de todo”19. Estudió danza con Juan Magriñá y Emilia García —alumna de Isadora Duncan—. “A pesar de mi juventud, fui creando mi propio estilo”20. Sin embargo, esa concepción de la danza no la desarrolla de forma personal, toda su creatividad y esfuerzo lo trasladó a sus alumnas. Creó la primera academia de danza en Cuenca y ha enseñado durante más de cincuenta años en el Conservatorio de Música de esa ciudad. Nada la detuvo, las pequeñas derrotas la impulsaban para sostener su objetivo. La vida en una pequeña ciudad, 18 El Apuntador # 33, entrevista a Osmara de León. 19 Ídem. 20 Ídem.
apartada del mundo no fue obstáculo para continuar, “tenía la música de los grandes maestros y mucha ganas de crear”21. La visita a los pueblos aledaños sirvió para indagar y adentrarse en el terreno del folclor. Las danzas tradicionales le inspiraron creaciones novas. Convocada por Patricia Aulestia, formó un elenco folclórico, participó con su grupo y ganaron un premio nacional y otro internacional en Miami. A sabiendas de que éste hubiera sido el camino fácil, porque el folclor sí tenía acogida en los muchachos; porque la danza moderna en Cuenca ha sido patrimonio de las mujeres. A pesar de ello nunca dejó de soñar, siempre estaba maquinando cómo armar un espectáculo, “desde el inicio de mi academia y con todas las dificultades, lo presentábamos cada año”22. Osmara sigue en el aula, no ha perdido su porte; todos los días se la ve caminar por el centro de la ciudad para cumplir con un oficio, en el que no hace falta decir, cree firmemente. Su huella quedará para siempre, sus pasos de polka que los fue anexando al folclor morlaco, son parte del baile de la chola cuencana. Su figura altiva, su palabra ágil, la marca de su voz y la inteligencia de su mirada hacen de Osmara un personaje singular, que supo conjugar el arte con el amor, la pasión con la inteligencia. Una bailarina que logró imponer desde la sensibilidad un arte que la gente de hace medio siglo no alcanzaba a ver. Hoy, todos la reconocen como la Maestra doña Osmara de León. 21 Ídem. 22 Ídem.
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ALISBA RODRÍGUEZ Aunque llegó a las tablas por circunstancias ajenas, sin habérselo propuesto, traía consigo el don de la declamación, el mismo que le abrió las puertas al escenario. Fue Emilio Díaz, director cubano, quien en los años sesenta la descubrió e invitó a trabajar en el canal 4 en Guayaquil, donde hacían El gran teatro. De ahí pasó a las telenovelas. Transcurrido un año más o menos se encontró con Felipe Navarro, director mexicano, y empezó a hacer teatro. Por eso lo recuerda como su maestro, aunque también reconoce los méritos de Pipo Martínez, con quien trabajó en televisión y teatro. “Yo que había hecho de la llorona o la jovencita, no creía que podía hacer comedia, me parecía mucho más complejo”. Sin embargo, Navarro la convenció, así como de la posibilidad de asumir grandes personajes de la dramaturgia, como en Dos docenas de rosas rojas, de Aldo Benedetti. “Todos trabajábamos, tanto en la televisión como en el teatro, estábamos donde nos llamaban, siempre que coincidiera con lo que me parecía respetable”. Entre sus compañeras y compañeros de tablas recuerda a Roberto Garcés, Magda Macías, Vicente Espinales, Rosario Ocho, Antonio Santos, Toty Rodríguez, entre otros. Alisba es una mujer optimista y convencida de que al oficio hay que tomarlo con pasión, “al teatro hay que darle todo, no la mitad ni un pedacito. Todo,
así como ahora hago con la sicología”. Esta actriz llegó a los cuarenta años y decidió dejar la tele, pensaba que a esa edad le iban a dar solamente los papeles de malvada y no le gustaba la idea de que sus pacientes llegaran al consultorio y se encontraran con quien aborrecían, así que decidió quedarse solamente con la psicología. Recuerda con mucha emoción la época de oro de la televisión, “donde no había que quitarse la ropa ni denigrar a nadie para que nos admiraran”. Uno de los personajes que evoca con cariño, por la repercusión que tuvo en el público, es Narcisa, después de ella, “la gente me veía diferente”, creó en mí un compromiso de vida. A pesar de que desde 1972 está lejos del escenario, Alisba ha permanecido ligada a la actividad cultural, fue miembro de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, cree, como psicóloga de chicos de colegio, que el acercamiento al arte es vital. Reniega firmemente de la televisión de hoy, “hacer que la gente se ría de la basura de Guayaquil no es hacer arte, menos en el teatro”.
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“El teatro es una forma de arte, la más maravillosa”.
Fotografía: Archivo personal
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“El que quiere hacer teatro, que esté convencido de que lo ama. El teatro no es un juego, es una de las artes más difíciles. El error de la gente es pensar que se puede hacer del teatro un hobby. Si no se da todo de una misma, no funciona”.
Fotografía: Eduardo Quintana
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ISABEL MARTÍNEZ Desde sus primeros andares por las tablas adoptó el nombre con el que hoy la conocemos, y Martha Álvarez Chávez quedó salvaguardada para la intimidad familiar. Seguramente ella no era la excepción, al tener que luchar primero con la familia y luego con las vicisitudes del oficio, como parte de los obstáculos a vencer, para convertirse en esos personajes que tanta satisfacción le dieron. Ya en la época de colegiala participó en Casa de muñecas, suceso que le abrió la posibilidad de estudiar fuera del país y al que, sencillamente, dada la resistencia familiar, no pudo acceder. Felipe Navarro, el director español que incentivó a algunos talentos de esos tiempos, influyó también en la carrera de Isabel Martínez, quien justamente a partir de entonces asumió el teatro como actividad primordial. Su formación la fue consolidando en el escenario mismo, aprendiendo de sus directores y de diferentes talleres que le abrían las puertas para seguir investigando. “Nada se hace de la noche a la mañana… hay que estudiar mucho”. Formó parte del grupo Vanguardia, luego del Ágora. Actuó en Calígula, en Un gusto a muerte, Marianita Pineda. También asumió personajes de las obras de Martínez Queirolo. Ella es la inolvidable abuela de Cuestión de vida o muerte; la Enriqueta de Q.E.P.D. El teatro fue su gran pasión y lo sigue siendo; tuvo que dejarlo,
forzosamente, por motivos de salud. Ella misma se convertía en personaje cuando salía por los pueblos. Fue la abuela que recuperaba o regalaba a su público las historias del Guayaquil antiguo. Ese y otros personajes le acercaron a la gente, la convirtieron también en una política activa desde los tiempos del Movimiento Izquierda Revolucionaria Cristiana, cuando se dirigía al pueblo a través del teatro. Cuando en Jipijapa trabajó con los obreros y formó el grupo Maceta, con el que no precisamente golpeó el café sino a los cafetaleros. No le hizo falta el escenario formal, cualquier espacio en cualquier ciudad era bueno para convertirlo en sala, para insistir en un discurso en el que creía. Lo hizo Moliendo Café, Sembrando Petróleo, sin temores, a pesar de la dictadura. Fue muchas veces la ‘mala de la película’, pero la mimada de sus espectadores.
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ISABEL CASANOVA Lojana de nacimiento, vivió la primera parte de su juventud en Buenos Aires. Accedió al teatro por un llamado de Mario Muller, al que respondió ella y un grupo de intelectuales jóvenes entre los que contaba el grupo Tzánzico. Estudió teatro en la Escuela de la Casa de la Cultura en Quito. De esos años recuerda la estadía de Fabio Paccioni y la conformación de Teatro Ensayo, al que actualmente sigue ligada, aunque ya no directamente en la escena. Para Isabel, el teatro ha sido el medio maravilloso para entender su mundo, los personajes se convertían en la voz para llegar a su pueblo, nunca para figurar, “el paradigma de ese momento, Hollywood, nunca fue mi modelo”. No estaba en sus planes convertirse en la “estrella”. Sin embargo, su figura quedó ligada a personajes muy rotundos; coincidentemente las Juanas: de Huasipungo y de Santa Juana de América, puestas en escena, tienen un lugar privilegiado en la historia de nuestro teatro. Los momentos más significativos de su carrera los ubica, precisamente, en Santa Juana…, y particularmente en Topografía de un desnudo, de Jorge Díaz, “donde hacía de la mujer de un basural, un personaje que me impactó muchísimo”. Fue parte de Yerma, El retablillo de don Cristóbal, Ardiendo España, La gran ilusión, entre otras. En aquellos años, los sesenta, para las mujeres seguía siendo dificultoso ser actriz, aparte de las consabidas
barreras había que enfrentar el prejuicio de una sociedad cerrada, “creo que el hecho de haber vivido en un medio bastante más amplio, me permitió enfrentar las cosas, incluso a veces con violencia”. Su nexo con el teatro no ha sido exclusivamente desde la actuación, trabajó en la escenografía. Uno de los mayores logros en este ámbito lo consiguió en Los tejedores, de Gerar Hauptman, para la que construyó una gran escenografía de cinco espacios. Otra de sus facetas es la dramaturgia; cuentan entre sus creaciones: El zorro goloso, escrita para público infantil, “una fábula donde a través del juego enseñábamos lo bueno de lo feo”. Le siguió Cosas y Cosas, Balada para un tren, Historias de una mujer, inédita aún. Un monólogo que ojalá en algún momento sea llevado a la escena. La bichu michu cayu pichu, que corresponde al lenguaje que utiliza la bruja, protagonista que narra nuestra historia. Isabel Casanova también ha realizado adaptaciones de obras paradigmáticas como Yo el supremo, de Roa Basto, un trabajo bastante complejo, como ella misma lo reconoce. A lo largo de su vida ha trabajado en la dramaturgia de más de ochenta obras. No ha dejado de escribir, ahora mismo está inmersa en una novela, cuyo título no ha revelado. Esperamos para este año una nueva obra de esta mujer sensible y leal a un mandato interior que la mantiene activa y comprometida.
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“El teatro es un espacio hermoso donde puedes cambiar todo”.
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Fotografía: Archivo personal
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Actriz manabita que dio sus primeros pasos teatrales en su ciudad natal, con Vicente Espinales, el poeta que dirigía un grupo de teatro.
Fotografía: Fernando Macías
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MAGDA MACÍAS El siguiente escenario de Magda Macías fue Guayaquil, donde trabajó con Ramón Arias, quien estaba a la cabeza del Teatro Universitario Ágora. Magda Macías se integró al círculo de actores y actrices de esa ciudad, donde si bien no existían grupos regulares, había una actividad escénica como resultado de las inquietudes de intelectuales y artistas que se juntaban para proyectos puntuales. Era también la época del radioteatro, de las radionovelas, en las que participó junto a personajes como Rosario Ochoa, Delia Garcés, Álvaro San Félix, Alfonso Manosalvas, Pepita Rendón, Laura Moreno, Humberto Romero, Carlos Cortez (estos son algunos nombres de una larga lista que Jenny Estrada publica en su libro Del tiempo de la yapa). Tenían amplísima sintonía. Toda la ciudad se preparaba para escuchar en las tardes esas historias que hacían llorar y reír a centenares de radioescuchas. La siguiente estación teatral será Quito, adonde llega, justamente, cuando Teatro Ensayo vivía uno de sus mejores momentos y estaba integrado por Perla Valencia, Patricia Madriñán, Vicente Espinales, Rocío Madriñán, Erika Von Lippke, Eduardo Madriñán, Toty Rodríguez, Simón Corral, Antonio Ordóñez. Magda se incorpora al elenco con Boletín y elegía de las mitas, a la que siguió Los cuentos de don Mateo, de Simón Corral, la dos obras dirigidas por Fabio Paccioni.
También formará parte de Teatro Popular, igualmente dirigido por el maestro italiano. De esos tiempos se registra La tinaja y El pagador de promesas. Vendrá luego el grupo La Barricada, con Los inocentes, última estación teatral de esta actriz a la que sus colegas la recuerdan como una persona extrovertida y alegre. Magda Macías tuvo una etapa más bien corta en el teatro ecuatoriano. “Una mujer de mucha personalidad, con una fuerza interior muy grande y una capacidad envidiable para la improvisación”, recuerda Antonio Ordóñez.
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NORALMA VERA “Creo que desde que abrí el ojo me gustaba bailar, lo hice desde muy pequeña”. Fue la bailarina de todos los eventos escolares, de todas las danzas que se presentaban en las ocasiones festivas de su colegio. Ahí, inconscientemente, dice: “Ya empezaba a coreografiar”. Siempre estaba moviéndose. Aunque la conciencia cierta de que quería ser bailarina no la tenía, hasta un día en que tuvo la oportunidad de ir con su padre a ver un ballet. Bailaba nada menos que Alicia Alonso, entonces fue cuando ella dijo: “Oiga papito, eso es lo que quiero hacer”. Por supuesto en esos años, y quizá hoy también, los padres no estaban para complacer a los hijos en todo, no se diga en estos avatares del arte. Pero tanto insistió que la llevó a la CCG, a la escuela de danza, donde ya se habían cerrado las inscripciones. La alternativa era otra academia, que no le atrajo para nada: “No me gustó, simplemente no me gustó, creía que como en la otra decía ‘cultura’, tenía que ser mejor”. Y tanta fue la insistencia que su padre consiguió que la aceptaran. Empezó a estudiar con Kitty Skilárides. “Éramos un grupo como de doce, unas más, otras menos, apasionadas por la danza”. Kitty nos enseñó hasta que pudo o supo. Arma entonces un espectáculo con la colaboración de todas las academias, a fin de sacar fondos para viajar, pues previamente había ido a una audición en Lima con el Marqués de Cuevas y debía ir a París para esperar que la convocaran. Lo cierto es que mientras
aguardaba respuesta, le notificaron que había ganado otra beca, para Londres. Va a estudiar en el entonces Sadler´s Wells Ballet, hoy Royal Ballet de Londres, donde permanece un año y medio. De ahí brinca a París, consigue entrar a bailar en Les Ballets de France de Janine Charrat, tiene la oportunidad de hacer una gira por Europa. Al cabo de dos años regresa a Ecuador con su colega Julián Calderón. Realizan una serie de presentaciones en varias ciudades, como una forma de promoción, reciben poco dinero y eso desilusiona a su socio que se regresa a Costa Rica, su país. Audazmente llega al Ballet Nacional y se presenta a Fernando Alonso, la aceptan en el elenco y, a decir de Noralma, “fue el mejor momento de mi carrera, un privilegio bailar al lado de la figura que yo más he admirado, Alicia Alonso, ella es todo”. En 1968 “por huarishca, huiñachishca como era, y equivocada para colmo, sigo a mi marido y regreso a Ecuador”. Encuentra que en Quito solamente había la escuela de la CCE, de la que en poco tiempo, y gracias a Benjamín Carrión, se hará cargo. Luego dirige el Instituto Nacional de Danza. Sabe que su vida ha sido la danza, recuerda a sus profesores de Cleo Nordi y Víctor Gzovfky y su maravillosa vida en La Habana, donde “vio tantas cosas y estuvo cerca de personajes inalcanzables de la danza mundial”.
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“La danza es absolutamente espiritual”.
Fotografía: Fuente 60 años de la Danza – CCE Núcleo del Guayas. Obra “La muerte del cisne”
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“Yo te bendigo vida”.
Fotografía: Archivo personal. Estudio Rivadeneira. 1957
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MARÍA DEL CARMEN ALBUJA Dueña de un envidiable espíritu, de energía desbordante, dones que le han posibilitado ir aceptando los retos que la vida le ha puesto, y gracias también a su carácter decidido, crea invariablemente una interrelación especial con la gente. Ese era su talante desde la niñez en el colegio de los Sagrados Corazones, que para ella fue la puerta que le abrió el camino al arte, la poesía y el teatro. Las monjas eran muy entusiastas y presentaban con regularidad obras dramáticas donde María del Carmen era, asiduamente, protagonista. Ya desde entonces daba cuenta de una memoria privilegiada, que la mantiene intacta y sorprende, porque es capaz de repetir sus poemas, aquellos que escribió en la juventud, así como los de los grandes poetas universales. Su agilidad mental sigue ilesa, convertir en verso sus emociones y sentimientos es un ejercicio que la divierte. Se deleita y deleita con la declamación, y anota que se la debe a su gran maestro, Alfredo León, a quien recuerda con gran cariño y admiración, pues él, con su enseñanza, le señaló la ruta hacia la escena. Terminó el colegio, fue a la universidad y luego se casó con Raúl Guarderas, un hombre inquieto por el arte, quien también en su juventud transitó por el mundo artístico y de la bohemia. La vida en pareja transcurrió en el campo en la hacienda de Machachi;
sin embargo, ahí en el pueblo, Raúl hacía teatro y junto a él estaba su compañera. Vendrá luego la ciudad y su dinámica más bien doméstica para la generación de esta mujer, quien justamente imprime una tónica distinta, como anota Paco Tobar en el prólogo de Las orquídeas florecen en otoño, “esta dama quitense es lo que fue para París doña Gertrudis Stein…”. Se le ocurrió por esos tiempos formar ‘la universidad libre’, sobre todo para las mujeres que no tuvieron acceso a ella, de ahí sale el grupo La Buhardilla, que guiado por importantes escritores y por la propia María del Carmen, conforma uno de los primeros clubes de lectura de Quito. Convocaba e inquietaba también a intelectuales e interesados, a teatreros y a aficionados para hacer teatro, para hablar de teatro, y mudaba la sala en escenario. Su casa era de puertas abiertas para jóvenes y otros no tan jóvenes; amateurs y profesionales se entregaban a los textos, al ensayo y a la puesta en escena. Varias fueron las obras que dieron a luz en aquel salón lleno de vida y también de uno que otro fantasma, porque su dueña recuerda a la dama de negro y velo largo que deambulaba por las noches, como recordándole que ese era su lugar y tal vez, solo tal vez, fue por eso y porque la expectativa de llegar al escenario oficial (el Teatro Sucre) no se concretó, que un día de esos a la doña se le ocurrió: “Si tenemos ese
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espacio atrás de la casa, ¿por qué no convertirlo en una corrala al estilo español?”.
su hija Juana, quien ya estaba enteramente dedicada al teatro, tome la posta y se haga cargo del Patio…
Corría el año 1980 y nace el Patio de Comedias, “el teatro hace treinta años se había apagado y nosotros lo volvimos a prender hace treinta y seis años”. Claro que conforme correspondía a su papel de esposa, María del Carmen cede el lugar de privilegio actoral a Raúl Guarderas y ella se convierte en la productora de este nuevo espacio, cumple su rol con mucha eficiencia. El elenco inicial del Patio estuvo compuesto por casi todos los integrantes de Teatro Independiente, que con el autoexilio de Paco Tobar se quedaron sin teatro. De modo que son Guillermo Tobar, Rosario Mera, Miguel Ordóñez, Miguel Espinosa, Fanny Lucio y Paca Reyes, entre otros, quienes acompañan en esta aventura en la que María del Carmen llevaba la batuta. La comunicación a su cargo funcionaba estupendamente, pues con su carácter “se metía al bolsillo” a los redactores de El Comercio, y casi le cedían su puesto para armar toda la estrategia promocional. Además de ser la productora, anfitriona y administradora, cosía y hacía las escenografías, “estas manos se dañaron tiñendo telas en la tina de mi baño”, dice.
María del Carmen regresa a administrar sus haciendas, trabajo que hasta ahora lo realiza con la misma energía de hace treinta años, aunque reconoce que es muy demandante y sacrificado.
Mientras todo esto ocurría, ella no había dejado de escribir. Las circunstancias de vida cambian, a los diez años de trabajo decide que es momento en que
Tal como ella sostiene: “Mi vida ha sido muy rica y quiero escribir sobre las vivencias que Dios me ha permitido”, sus días transcurren entre el campo y la ciudad, donde siempre encuentra el tiempo para escribir, para asumir la vida y sus eventos que por momentos parecieran inentendibles, como el Alzehimer, que apoderándose de Raúl la colocó en posición de comprender la existencia desde otra perspectiva, incluso descubrir, en un momento, la posibilidad de otro lenguaje para comunicarse con una mente que vive en otra dimensión. Trabaja como voluntaria para ayudar a las familias de quienes padecen esta enfermedad y compartir su postura frente a ella: “El señor Alzheimer llegó a nuestro hogar como huésped no deseado, pero estaba allí y no podíamos sacarlo de casa. Nos tocó conocerlo, aceptarlo e incluso amarlo. En nuestras manos estaba la magia, la alquimia capaz de transformar y sublimar las cosas con la luz de la sabiduría y de Dios”.
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TOTY RODRÍGUEZ
“El teatro, una experiencia intensa y enriquecedora”.
Archivo Personal – Photo Chamce. 1976
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Estando aún en el colegio participa en la que será su primera obra en el teatro, junto a Estela Álvarez, en Madre e hija, Toty, a pesar ser la menor, hace el rol de la madre; lo toma como su primer reto. Vendrán luego las óperas, zarzuelas y operetas, en una compañía dirigida por Arigita Carlos, director de una compañía española que se quedó en Ecuador; obtuvo entonces roles protagónicos, uno de ellos ‘La Mama’ en la Caballería rusticana, y es que Toty era cantante lírica y tenía voz de contralto. Los años sesenta serán el inicio de una carrera que le abre las puertas del mundo. Elegida Miss Ecuador, viaja a Londres: “tenía que aprovechar la salida y quería conocer algo de Europa, pero me enamoré de París y me fui quedando”. Se establece en esa ciudad por algunos años, hace modelaje y publicidad e ingresa en un curso de actuación con uno de los más reconocidos profesores de ese momento: Rene Simon, a cuyos talleres iban, de tiempo en tiempo, personalidades del cine en busca de talentos para cumplir con pequeños papeles. Una amiga suya, Mirelle Darc, compañera del famoso Alain Delon, la ayuda con contactos y puede ingresar al cine y al teatro. “Hago dos obras: una comedia y una opereta”. Participa también en algunas películas.
Sin embargo, en un muy buen momento de su carrera, visita Ecuador y se encuentra con un movimiento teatral importante, dirigido por Favio Paccioni. “Me impacté con Boletín y elegía de las mitas… y me fui quedando… Al principio extrañaba, pero empecé a hacer cosas interesantes… Me impactó que había una manera de hacer teatro. La moda de ese ‘teatro a la española’ que era insoportable, había sido reemplazada por un teatro muy rico, de vanguardia, moderno, que logró entusiasmar a intelectuales y artistas del país y también al público”. Fue parte de Boletín…, hizo El pagador de promesas; participó además en teatro para niños con obras que fueron muy queridas por el público infantil, como El caballito azul y El fantasmita Pluft. Para entonces, finales de los sesenta, Paccioni había dejado el país. Toty continúa con su carrera y vendrán los tiempos de dos personajes muy importantes en su vida: Manuela de Una loca estrella, de Pedro Saad; “importantes como texto y como experiencia personal intensa, fueron de esos personajes con los que llegas a cohesionarte”. Y Madre coraje, con Alejandro Buenaventura. Aquella fue la época dorada porque el teatro implicaba verdaderamente un hecho social vivo, una nueva forma de llegar a la gente y un nivel actoral muy
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respetable. De hecho, en la memoria de esta actriz cuentan dos nombres como sus referentes más queridos: “Definitivamente Paccioni, como director, y Pedro como dramaturgo”. Más adelante trabaja con Viviana Cordero en Mano a mano, obra que anota su regreso al teatro luego de muchos años de ausencia. Le seguirá Tres, De arrugas y bisturís, y la participación en la película Titanes en el ring. Toty Rodríguez es una figura de la pantalla y el teatro. Así ocurrió desde sus comienzos en Francia, donde participó en las series de televisión como Les Chevaliers du ciel, Fortune, La Ronde y Vuelo 272. Del cine se la recuerda en Peligro, mujeres en acción, la película mexicano-ecuatoriana. Y en los últimos años en la telenovela argentina Pobre Martina. En teleseries como Cartas de amor, Pasado y confeso, Archivo secreto, Dejémonos de vainas, Qué familia, Pura boca, etc. Su presencia ha estado ligada también al ámbito de la gestión, ha sido directora del Departamento Cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores, subsecretaria de Cultura, coordinadora Política de Mujeres, fundadora de Mujer y Sociedad.
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ESTELA ÁLVAREZ Ingresa al mundo del teatro a los dieciocho años, a la Escuela de Teatro de la Casa de la Cultura en Guayaquil, adquiere entonces las primeras herramientas del oficio que le darán la posibilidad de acceder pronto al escenario. Su primera experiencia es con Nuestra Natacha, de Casona, y desde entonces no ha parado en su tarea actoral. La primera agrupación a la que pertenece es el grupo Horizonte, dirigido por Zalacaín (Luis Martínez Moreno), en él participaron personajes como Humberto Moré, Hugo Salazar Tamariz, Fernando Cazón Vera, entre otros. En esa época, en Radio Universal tenían una pequeña sala de teatro donde semanalmente ponían obras de grandes autores. Recuerda Estela, con especial afecto, una temporada de Antes del desayuno, de O´Neill. “Eran tiempos de teatro amateur, todos trabajábamos porque nos gustaba, pero no ganábamos nada. Por eso no había un nivel profesional”. Después de esta temporada regresa a la Universidad y forma parte del grupo universitario Ágora, de esos días queda La llama en el desván. Corría el año 1962 y llega a Guayaquil el Teatro Popular de Madrid, y los azares de la vida hacen que una de las actrices tenga que regresar a España; esa es la plaza que ocupa Estela y debuta como la Mujer de Leonardo en Bodas de sangre, ese papel la llevará lejos
y cambiará su vida profesional y personal, porque además se enamora de Jaime Redondo, quien será su compañero de vida y de escena. “De Guayaquil fuimos a Lima y diría que ahí fue mi prueba de fuego, aprendí en una semana lo que tomaría un año por lo menos. Me tocó hacer más de siete personajes”. Empieza de esta manera un recorrido por Latinoamérica con obras del repertorio mundial, que reafirman su facultad de actriz versátil, capaz de asumir personajes diversos, pasar del drama a la comedia, trabajar en la radio y la televisión. Esta amplia travesía dramatúrgica y geográfica termina en Buenos Aires, ciudad en la que permanece por espacio de ocho años, como con una fuerte participación en la comedia y también en televisión. “Hacíamos mucha comedia, fue un entrenamiento fuerte, programas de humor como La nena, El conventillo de las palomas; telenovelas, muchos programas para radio”. Tiempos repletos de opciones, que dieron lugar a que el elenco del Teatro Popular se disgregara y cada quien encontrara su espacio en la gran Buenos Aires. Había llegado la década del setenta y los vientos soplaban para España. Jaime y Estela deciden que es el momento para radicarse en Madrid. Se abren nuevos escenarios, ya no con un grupo en exclusiva sino trabajando en propuestas diversas. Paralelamente mantiene algunos programas en la radio, así como doblaje de películas.
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En 1982, debido al trágico suceso de la muerte de su compañero, a quien tanto quería, su vida ocurre entre dos mundos: Ecuador y España. Recientemente formó parte del elenco de Ocho mujeres y de Nosotras que nos queremos tanto. Actualmente prepara con ese mismo grupo Maduritas, macrobióticas y multiorgásmicas, de Cristian Cortez.
“He trabajado con el mismo fervor en tiempos de teatro amateur, como en el teatro profesional”.
Fotografía: Archivo personal. Obra:“Nosotras que nos queremos tanto”. 2008
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MARINA SALVAREZZA
“Mi vida es el teatro y el teatro es mi vida”.
Fotografía: Archivo personal. Obra “El sueño del Ángel”. 1994
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La música y la danza fueron el camino para llegar al teatro. “Cuando monto una obra, pienso en el texto como una partitura musical y me imagino el ritmo de las palabras, los silencios y sus pausas; los sonidos de las voces”. Todo ese universo, y más, es para Marina el teatro: un arte que le ha dado sentido y ha sido la razón de su vida.
la oportunidad de conocer más de Guayaquil: La nueva semilla, obra que la puso en escena con gente de la colonia libanesa, y al año siguiente, Señora democracia.
Los referentes de su carrera son los autores de cada una de las obras que ha trabajado. La marca que más pesa en su vida profesional es su formación en “una famosísima academia de teatro en Milán”, la Academia del Filodrammatici. Sus maestros, dice Marina, “fueron grandes figuras del teatro italiano”. A ellos dedica siempre su trabajo.
“Aunque creo que Guayaquil sufre de novelería —hablo de un público que se deja atrapar por la publicidad—, constaté en el ochenta y seis, cuando pusimos La casa de Bernarda Alba, que hay un público para el teatro serio”. Junto a su grupo, o en colaboración con otros, Marina ha dirigido y participado en una diversidad de propuestas. El recorrido ha ido desde el teatro clásico, la comedia, el cine, hasta la televisión. Ella es parte de la cartelera ecuatoriana. Es un personaje muy querido en Guayaquil, siempre dispuesta a colaborar con quien haga falta. Desde hace algunos años ha establecido una alianza con sus tocayos, el otro TEG (Teatro Gestus Guayaquil), con Virgilio Valero y Bernardo Menéndez. Juntos han llevado a escena Q.E.P.D., La lección, entre otras. Figura de la escena, la tele y la pantalla grande, partícipe en una buena lista de obras y películas.
Llega de su Italia natal en 1977 y luego de siete años funda el Teatro Experimental de Guayaquil, en el lugar menos teatral, un centro comercial. El capitán Albán Borja les cede un espacio y junto con Anne Von Buchawald y dos compañeras argentinas, empiezan con teatro de títeres. Además, “con la gran suerte de que Wilson Pico venía cuatro veces al mes a dar talleres”; recibieron igualmente el contingente de Pepe Vacas y Enrique Males. “Por esa pequeña sala pasaron varios compañeros del teatro”. De la década de los ochenta se registran dos obras del dramaturgo guayaquileño Herny Raad, que le dieron
Junto a Lucho Mueckay, en 1990, estrenan Amortiguando (danza-teatro). Luego vendrá Antígona, estrenada en Guayaquil y aplaudida también en la capital.
Tiene especial afecto por los dramaturgos guayaquileños Martínez Queirolo, con quien trabajó en algunas obras, Eduardo Franco y Cristian Cortez.
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AZUCENA MORA Si uno se cruza con ella por la vereda o coincide en algún lugar, se la imagina más bien como una mujer tímida; por ello sorprende tanto cuando la vemos colmar la escena, apoderarse de ella y convertirse en personaje contundente, generalmente centro de la atención de los espectadores. Azucena es una maestra en la escuela y en el escenario. Ha hecho de su carrera el hermoso pretexto no sólo para enseñar, sino para adentrar a sus alumnos en el fantástico mundo del arte. Las difíciles condiciones en que los artistas han tenido que vivir no han podido con la voluntad de esta mujer que, a lo largo de sus años, ha formado diversos grupos teatrales y los ha dirigido y estimulado. Fue profesora y directora teatral en Guayaquil y Milagro para el grupo de Teatro Obrero Estudiantil, el Vanguardia. También del teatro popular San Pedro y Máscaras.
Como integrante del tradicional Juglar, desde 1976, permaneció por dieciséis años consecutivos y fue un personaje indispensable. Su espacio ganado en la televisión la ha convertido en referente nacional; su presencia logra crecer cualquier propuesta. Azucena fue parte de los personajes en las series Los culpables, Por amor propio, Los que vendrán, Ángel o demonio, Dulce tormento, La hechicera, Yo vendo unos ojos negros. Ella, como tantas mujeres, ha trabajado intensamente para situarse como referente artístico en Guayaquil, su ciudad de residencia. Su paso por las distintas ciudades con diversos grupos teatrales despierta siempre simpatía, Azucena Mora es una mimada de su público y de quienes han compartido con ella el escenario, tanto en televisión como en el escenario.
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“El arte vale la pena. La creación nos redime”.
Fotografía: Archivo personal. Obra “La abuela”. 1984
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“LAS TRES MARÍAS” GLORIA, ROSA ELENA Y MAGDALENA PAVÓN
Luchadoras en su pueblo, han trajinado desde que tienen memoria
Fotografía: Armando López y Amanda Trujillo Fuente: Minga Social Comunicación. 2012
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Nacieron en Chalguayacu, comunidad de la parroquia Pimampiro; han marcado su huella desde la infancia, lo han hecho a través de unas voces maravillosas que han ido perfeccionándose en el oficio, sin otro ingrediente que no fuera su tesón y su natural convencimiento de que la música es la palabra que llega a su gente. Privilegiadas en su voz, imitan el sonido de algunos instrumentos musicales, oficio que aprendieron de su madre; tocan varios instrumentos y en su música recogen la enseñanza de quienes las precedieron y llenaron la comunidad con el ritmo de la bomba. Ellas han cantado la vida entera sin ser reconocidas, sus voces son patrimonio que ha deleitado a su pueblo y desde hace más o menos siete años, empezaron a salir a las comunas cercanas y algunas ciudades del país, acompañadas de Ángel Carabalí, que toca el güiro o rasquete, y Santiago Méndez que toca la bomba (tambor tradicional). Gloria, Rosa Elena y Magdalena Pavón son mujeres afrodescendientes de origen humilde, mayores; dedican su vida a la música porque este tradicional oficio es también un modo de expresión que forma parte de la memoria colectiva. Sin embargo, esta categoría de artistas no les ha eximido jamás de la pobreza ni de sus labores domésticas. Al contrario, todas tienen que aportar con trabajo extra para sostener a sus familias.
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A pesar de pertenecer a un entorno donde la música es parte de la cotidianidad, Las Tres Marías —nombre que lo adquirieron gracias a Lindberg Valencia, que cambió su antigua denominación de las Tres Milencas (tomado de una telenovela) por este que hoy identifica también su canto original, pues siempre despertaron la admiración de su pueblo y de quienes las escuchaban— son ante todo madres y seres humanos que bregan día a día con la dificultad y el trabajo. Gloria de sesenta y nueve años es madre de seis hijos, tiene que dedicar parte de su tiempo a vender tomates los días viernes y sábados en el mercado Copacabana de la ciudad de Otavalo. Magdalena tiene setenta y tres años, esposo y seis hijos. Desde hace seis años afronta una diabetes que la obliga a trasladarse todos los miércoles a las cinco de la mañana hasta un hospital de Ibarra, porque su oficio de curandera no le alcanza para lidiar con lo suyo; le sirve sí para aliviar el ojeado, para curar espantos, el mal aire, el aventador, y con esos cinco dólares que cobra por tres días de curación con dos sesiones diarias, se ayuda para compra su medicación. Los ingresos, que son pocos, como asistente de partos, abonan no sólo a su economía, lo hace a su reputación en la comunidad. Mujer
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llena de fe, enseña desde hace veinte años, catecismo para que los niños y niñas de Chalguayacu hagan la primera comunión. A sus setenta y cinco años, Rosa Elena Pavón no sólo que sigue cantando, tiene también que atender su tienda donde vende especialmente cigarrillos y trago de caña, ingreso que le permite agregar algo al presupuesto familiar. Sus hijos y esposo son igualmente músicos, integran la Banda Mocha de Chalguayacu. Este modo de vida y su lucha constante no han opacado jamás su ánimo ni su alma de artistas, menos su don para interpretar de manera tan suya un oficio adquirido en la infancia, donde se familiarizaron y entendieron que las hojas de guayaba o de naranjo podían emitir música maravillosa, y asemejar el tono agudo de un clarinete que se fusionaba con sus potentes y límpidas voces. Los años en escena no han cambiado su talante, siguen ataviadas con sus anillos y pañuelos, cantan sin aspaviento ni remilgos, sus voces salen del alma sin esfuerzo, a veces combinadas de una infinita tristeza que escapa de su mirada, probablemente sin darles tiempo de apoderarse de su ánimo, porque de un minuto a otro, cualquiera de ellas se transforma
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en trovadora y empieza el juego de amorfinos “de la naranja partida, del limón se hace una sopa, del besito que me diste que dulce quedó mi boca/ joven que quiere casarse no sabe ni trabajar no ves que la vida está dura, de hambre me has de matar”. Los temas de sus canciones, algunos de su autoría, están inspirados en la cotidianidad, en ese ir y venir de protagonistas de un pueblo, como todos, repleto de desencuentros y, cómo no, de alegrías, donde las Tres Marías conviven, anotan y registran, también desde una mirada crítica, el devenir de la gente, por eso sus canciones son también moraleja y reflexión.
Nota. Información compartida por Mingasocial, Comunicación. Diario El Telégrafo. Youtube.
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TRANSITANDO HUELLAS · EL RASTRO DE LA HUELLA EN EL TIEMPO
“El actor no es superficie, es ante todo profundidad, de ahí nace la verosimilitud de un personaje”.
Fotografía: Archivo personal. Obra “El segundo enemigo”
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LUPE MACHADO Lupe es de las artistas que viven el arte como un compromiso. Así lo sintió siempre, como desafío a una sociedad donde se tenía pocas oportunidades y el oficio de actriz no era, precisamente, respetado. Asumió sus papeles con verdadera convicción y con mucha pasión. Su primer papel lo hizo dirigida por Antonio Ordóñez, en La libra de carne. Alumna de Pascal Monot, en el Teatro Experimental, se acercó a las técnicas grotowskianas, época de aprendizaje fuerte, de largas jornadas de entrenamiento que le valieron para otorgar a sus personajes la fuerza y la caracterización debidas. Intensa en su actuación y en su carrera, la sorprendió un día la violencia de los militares cuando se tomaron la Casa de la Cultura: estaban poniendo en escena Ejército de runas, de Simón Corral. Ella y unos cuantos compañeros fueron perseguidos por suscitadores, porque con ese tipo de obras sublevaban al pueblo. Formó parte de Teatro Ensayo y luego del Teatro Popular. Líder de su vida, en el trabajo y en los personajes que vivió: Madre coraje; La guerrera de Túpac Amaru, Madre Carrar o, como la Señora Briling de Ha llegado un inspector. Generosa y enérgica, no concibe aquellos actores que “flotan en la superficie, parecen ‘boyas’ para niños, ninguno se arriesga a bucear en la profundidad
del personaje, salvo algunos, todos son imitadores para la TV”. 23 Si bien nunca vistió los guantes, heredó de su padre, el ‘Cachorro’ Cazares, la fuerza y la decisión para no dejarse vencer, para aminorar los malos tiempos y gozar la gloria de los días espléndidos; de la escena viva, del público entusiasta; del respeto de sus colegas y alumnos. Larga es la lista de obras en la que se destacó: Los hombres del triciclo, Boletín y elegía de las mitas, Huasipungo, En la diestra de Dios Padre, El chulla Romero y Flores, Bodas de sangre. Hizo también obras de teatro para niños: El principito, La bruja que era buena, entre otras. Pasó por la pantalla en El ángel de piedra, La vida de Julio Jaramillo, Historias personales, Dejémonos de vainas. Participó en Ratas, ratones y rateros y Cuando me toque a mí. En su memoria permanecen los nombres de Ricardo Descalzi, Óscar Vargas Romero, Ilonka Vargas y Antonio Ordóñez, colegas y profesores que compartieron sus saberes y recibieron creces de esta señorita seria que estudiaba en el Manuela Cañizares y más tarde en el Simón Bolívar, y que luego ingresó en la Escuela de Arte Dramático de la CCE.24
23 El Apuntador # 34, ‘De la superficie a la profundidad de la actriz’, Efraín Villacís. 24 Ídem.
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PILAR BUSTOS Su potencial artístico se evidenció desde la infancia, su abuela y principalmente su madre vislumbraron las posibilidades artísticas en las primeras figuras esculpidas por Pilar cuando era niña, “a mi madre siempre le pareció que era importante casarse y ser culta, por eso nos inculcó el estudio como primera herramienta”. Esa inquietud por la forma fue creciendo hasta sus años de secundaria, que coincidieron con su estadía en La Habana, experiencia que marcó definitivamente su destino de pintora. Corría entonces el año 1962 en un país que se transformaba, ella y su hermana llegaron directamente a alfabetizar, trabajo que fue recompensado con una beca para la Escuela Nacional de Arte, donde inició su formación. Según recuerda Pilar: “la mejor etapa de mi carrera”, un camino que empezó con maestros estupendos como Servando Cabrera, Jorge Rigol, Adigio Benítez, Ricardo Porro, a quienes evoca con inmenso afecto y admiración. Dirá también que esos años fueron cruciales en su vida, porque “era el momento de Cuba”, la revolución recién había triunfado, el impulso que se daba al arte era inigualable, además todos los intelectuales del mundo querían pasar por la isla, “el mismo Sartre estuvo ahí dictando una conferencia, llegaban los connotados del mundo”. Tuve la suerte de recibir clases de dos grandes maestros: Wilfredo Lam y Roberto Matta. Ever Fonseca, Gilberto Frómeta, Nelson Domínguez, Zaida de Río, quienes además de formar parte de la lista de pintores
contemporáneos cubanos, pertenecen a la nómina de compañeros muy queridos de la escuela, de quienes conserva no solo su recuerdo sino también su amistad. “Servando Cabrera fue quien más me estimuló”, en sus clases se ponía mucho énfasis en el dibujo, “trabajábamos también el estilo chino con el pincel y directamente sobre el papel”. Entrenamiento que con seguridad influyó en el estilo y el dibujo que hoy la define. A los veinte años realiza su primera exposición, estimulada por Cabrera y ante a la desconfianza de Porro, otro de sus referentes, que en esa ocasión le insistía en que no se apurara; pero estaba escrito, los resultados fueron muy gratificantes y le abrieron camino para seguir avanzando. Después de eso vino un concurso de murales del cual salió triunfadora y plasmó su primer gran mural en ciudad Sandino, un trabajo de grandes dimensiones construido con terrazo, pigmentos de colores y pedazos de mármol, “difícil” recuerda su autora, pero valió la pena, hoy el mural sigue en pie. Ese triunfo fue el inicio de numerosos frutos, de una gran cantidad de exposiciones fuera y dentro del territorio. En el año 1967 regresó a Ecuador después de haber hecho cosas importantes a nivel artístico, “pero aquí mis dibujos no eran para nada reconocidos, nadie los valoraba; me tocó entrar a trabajar como diseñadora de ropa, en publicidad; además, por comunista no me daban trabajo”. Hasta que llegó la ocasión en que el maestro Guayasamín
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vio los dibujos y “me hizo una exposición en la Casa de la Cultura, digo me hizo porque yo estuve ausente, fue mi madre quien le entregó todo el material”. Hoy, quizá la pintura es otra cosa, dice Pilar; no obstante, el dibujo sigue siendo para esta artista lo más importante, lo más significativo, un signo de expresión gráfica capaz de trazar un cuerpo, plasmar su equilibrio y sentimiento tan sólo a través de la línea. En ese sentido, el trazo de Pilar se emparenta con la danza, como trazo abstracto repleto de significado. Su dibujo evoca conceptualmente a su gran maestro Ricardo Porro, arquitecto que define su oficio “como la creación de un marco poético a la acción humana del hombre”, y Pilar construye esos cuerpos humanos que transitan la vida y lo hace desde la precisión de la línea.
“A través del dibujo, de su posibilidad sintética, puedo ir a lo más elemental y expresivo del ser humano”. Fotografía: Silvia Echevarría. 2009
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“Figura paradigmática del teatro de Jipijapa”.
Fotografía: Archivo – Grupo Joaquín Gallegos Lara. Obra “Cartas de una desconocida”. 1972
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NELLY ZEVALLOS Cincuenta años de su vida los dedicó a mantener vigente la actividad escénica en varios centros educativos. La vocación de educadora de Nelly la ha desarrollado en las aulas y en los escenarios. Ha formado y dirigido grupos en distintos espacios, que van desde los jardines de infantes hasta la universidad. A su cargo ha estado la dirección general del teatro en el colegio Alejo Lascano, desde 1958, y el del grupo de la Universidad Estatal del Sur de Manabí, del 2000 al 2006. Nelly fue la actriz principal de la agrupación manabita Joaquín Gallegos Lara, dirigida por Humberto Solórzano, por un lapso de nueve años, de los que se recuerda especialmente el monólogo Carta a un desconocido. Horacio Hidrovo Peñaherrera, en un editorial dedicado a este memorable grupo manabita, hace una remembranza y reconocimiento de la labor de su gestor, da cuenta de esos tiempos en que Nelly Zevallos y un grupo de actores deleitaba a su público:
“La historia del grupo de teatro Joaquín Gallegos Lara, que tuvo en Humberto Solórzano a su gran conductor y mentalizador, fueron años de teatro de Alejandro Casona y de Francisco Tobar, de las obras clásicas, del vestuario señorial, del apuntador invisible y de un público que asumía su papel dentro de un espectáculo fastuoso. Recordarlo es recordar a Rosa Elena Falconí, Tito Molina, Wadía Lauando, Nelly de Hernández, Nelly Zevallos de Vera, Teodoro Ugalde, ‘Chicho’ Carvajal, Hilda Garay y tantos actores entre papeles protagónicos y secundarios”. La fecunda labor de esta actriz la han reconocido también los jóvenes de Jipijapa, que el año pasado bautizaron con el nombre de esta maestra a su agrupación. Así, ‘Nelly Zevallos’ será, una vez más, inspiración para aquellos que empiezan en el oficio teatral. Su papel ha sido múltiple, ha brillado como gestora, actriz y maestra. Ha dirigido más de dieciséis obras, entre las que sobresalen: La herencia, Romance en tres noches y teatrerías, Quiero ser profesor.
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PATRICIA AULESTIA Bailarina desde siempre, “llegué a la danza por mandato interior, por herencia y por compromiso”. Ecuatoriana de nacimiento, chilena por la danza y mexicana por decisión. Tres países en los que ha dejado huella. Muy joven, antes de los veinte años, fue figura principal del Ballet Nacional y del Ballet Moderno de Chile. De regreso a Ecuador dirige la Compañía Nacional de Danza y funda el Ballet Nacional Ecuatoriano. En México es también bailarina del ballet clásico; en 1988 dirige nada menos que la Compañía Nacional de Danza del país azteca.
Patricia es también una funcionaria de la danza, ha ejercido múltiples cargos como presidenta de la Sociedad Mexicana de Coreógrafos, y ha sido directora ejecutiva del Patronato Viva la Danza. Escribe para revistas especializadas. Actualmente es vicepresidenta del CIAD (Confederación Interamericana de Profesionales de la Danza), gran parte de su tiempo recorre América Latina. Realiza una labor fundamental creando pequeñas bibliotecas en las ciudades pequeñas, gracias a una labor de recopilación y donación que ella misma promueve.
Patricia no habla de maestros, piensa en sus ídolos: Anna Pavlova, Isadora Duncan y Diaghilev, figuras que la impulsaron fuertemente. Reconoce como modelos a los Ballets Joos, Alicia Alonso y José Limón, “y para siempre mis maestros Ernest Uthoff y Octavio Cintolesi”.
Mujer de envidiable personalidad, nada la ha detenido en sus propósitos, los años no cuenta para ella, sigue trabajando con la misma energía que le llevó a crear piezas inolvidables como Fuegos fatuos, Atahualpa, Madre india, Daquilema, Ecuador, La chola María.
Aulestia es una embajadora de la danza, su actividad incansable ha estado dirigida a fortalecerla, a crear lazos entre los distintos países. Convencida de que la investigación es primordial, funda y dirige por espacio de diez años el CENIDI (Centro Nacional de Investigación, Documentación e información), José Limón. Cumplido ese período cede la posta y continúa con su oficio de investigadora. Ha publicado más de una docena de estudios.
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“La Danza, un desafío que rebasó los foros donde fui intérprete y creadora... Me considero una agitadora..., una política de la danza...”.
Fotografía: Archivo personal.
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“El teatro es mi vida desde que despierto… hasta que vuelvo a despertar. Y seguiré creyendo en él, en su belleza, en su pasión, en su locura y en las broncas habidas y por haber que implica el arte en nuestro continente… el arte en libertad”.
Archivo Nela Merigueth. Obra “Entre gallos y media noche”. 1979
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MARÍA ESCUDERO La cordobesa que aterrizó en Quito en 1966, después de un largo periplo de audacia y teatro. Si bien las circunstancias de su país en aquel momento la obligaron a dejarlo, tampoco habría sido extraño que hubiera llegado a éste por voluntad propia. Ella, como se reconocía, tenía “los pies calientes de los viajeros”. Mujer de tremenda personalidad, una convencida de la necesidad de ser auténtica. Generosa, no dudó en entregarle a quien tenía cerca todo lo que su viaje por la vida le había enseñado, sobre todo en el teatro. Y es que ella aprendió el oficio mientras se desempeñaba como obrera en una fábrica de Buenos Aires. El trabajo nunca fue un obstáculo, fue el medio para llegar. Por eso mientras estuvo en Francia fue capaz de saltar del escenario a las tareas más humildes: cuidar gatos o limpiar casas; seguramente esas horas habrán sido el paréntesis para pensar, maquinar, inventar aquello que tanto quería y creía: el teatro. Haber estado junto a personalidades como Marceau no la obnubilaron; al contrario, le confirmaron la condición de humanos. Por ello, cuando regresó a su país prefirió la provincia, escogió colocarse en el margen, hacer teatro con los obreros para despertar en ellos la posibilidad de cuestionarse y cuestionar al mundo, desde su condición.
Fundadora del Departamento de Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba y más adelante del paradigmático LTL (Libre Teatro Libre), una trinchera de las tablas y las ideas, un teatro revolucionario en su forma y pensamiento. No la entendieron, pagó su convicción con la separación de la facultad y en 1976, con el exilio, cuando la dictadura se había instalado en Argentina, llega a Ecuador. Continúa con su propuesta: funda Saltamontes, trabaja con las mujeres por sus derechos en un empeño persistente por transmitirles y hacer que se descubran humanas, sensibles y fuertes para enfrentar la violencia, entre otras vicisitudes. Muy respetada por sus colegas. Recibió el premio Manuela Espejo en el 2004, y su universidad le otorgó el reconocimiento y el perdón por no haberla entendido en su momento. Ocupó y lo hace hasta ahora, un lugar especial. Ella es referente indiscutible en el teatro ecuatoriano y en la memoria de quienes aprendieron junto a ella. Irónica, inteligente y jovial. Su risa amplia disimulaba las huellas de los años y de su fidelidad al cigarrillo. Una copita de vino no era sino el inicio de una conversación inteligente, llena de recuerdos y cargada de buena vibra y convicción. A Escudero se la recuerda con enorme respeto y cariño. Actores y actrices de gran renombre han seguido sus huellas y la han tenido como directora y
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compañera solidaria. Dirigió casi todas las obras más significativas de las décadas del ochenta y noventa. Actores y actrices ecuatorianos reconocen en ella un referente, una guía indispensable. Su experiencia fundamental fue en el campo de la creación colectiva. Era frontal para la crítica y estricta con relación a la disciplina teatral. Escudero marcó en forma profunda el quehacer teatral ecuatoriano y su participación fue clave en la creación de grupos de teatro. Su vida de artista comprometida la llevó a interesarse por las condiciones sociales y políticas de muchas personas y colectivos, entre los que nombramos el trabajo en el campo del sociodrama, con mujeres de sectores empobrecidos y con víctimas de la violencia familiar. En 1999 fue homenajeada en el Festival del Libre Teatro Libre de Córdoba que para tal ocasión incluyó la principal temática del encuentro: ‘EL TLT, María Escudero y la creación colectiva hoy’. La Universidad Nacional de Córdoba, que treinta años antes la había expulsado de la cátedra de teatro, le pidió disculpas y le otorgó el doctorado Honoris Causa. En la actualidad, el Teatrino recobró su identidad pasada y lleva ahora el nombre de María Escudero. Para ella el humor y la esperanza fueron claves en su vida, como en alguna oportunidad señaló: “Después de la noche, amanece”.
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ILONKA VARGAS
“El teatro es mi vida. Maravillosa por las experiencias, por la intensidad vivida y productiva”.
Fotografía: Archivo personal. Obra “La enorme pereza de Ernesto González. 1997
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“Crecí entre artistas de diferentes disciplinas. En Guatemala, desde niña me inicié en el teatro…, estudiaba en la escuela de ballet con una profesora rusa, cuyo nombre no recuerdo, solamente recuerdo que yo la veía enorme”. Llega a Ecuador en 1954, ingresa en la Escuela de Ballet de la CCE, y luego al Conservatorio de Música donde estudia también declamación. Su primera aparición teatral es con el actor hondureño Francisco Salvador en el Teatro Sucre, con El niño y el gato, de García Lorca. Hizo radioteatro junto a Erika Von Lippke, Efraín González y Álvaro San Félix. Por esa misma época se vincula al Teatro Experimental Universitario, dirigido por Sixto Salguero, profesor de su colegio. Forma parte del coro de la CCE, dirigido por su padre Óscar Vargas Romero. Ilonka era una joven atenta a lo que ocurría en el teatro, seguía con interés la actividad de Paco Tobar, de Don Evaristo y del TEUC. Por eso, al finalizar su bachillerato, sabe ya lo que quiere hacer y consigue una beca para la Unión Soviética en el Instituto Superior Gubernamental de Arte Teatral, GUITIS, de Moscú. Recibe una formación completa. Y es en Moscú donde hace sus primeras apariciones en escena. “La actividad artística era intensa y extraordinaria por su calidad, actores y actrices maravillosos y espectáculos inolvidables… Teníamos que comprar las entradas con mucha anticipación”.
Recuerda con mucho respeto a sus maestros: Luri Alexandrovich Zavadsky, a Irina Sergueivna Vulf, una de las más importantes actrices del Teatro Maiakovsky y también pedagoga. A Valentín Pluchek y a Pavel Xomsky, considerados los más significativos directores de la Unión Soviética. En su carrera han ocupado un lugar preponderante los modelos de Peter Brook, Bertolt Brecht y Grotowsky, a quien tuvo el privilegio de tenerlo como conferencista en un taller. Atahualpa del Chiopo y Santiago García son nombres igualmente importantes en su mundo teatral. A su regreso a Ecuador se instala en Guayaquil, donde “…en rigor, la actividad teatral era muy escasa y esporádica, no existía el teatro profesional, los grupos existentes eran vocacionales y estudiantiles. Esta situación me llevó, como imperiosa necesidad, a crear y dirigir la Escuela de Teatro de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas y posteriormente a crear y dirigir los grupos profesionales TOE (Teatro Obrero Estudiantil) junto con Pedro Saad Herrería y el Teatro Experimental de Guayaquil”. Ilonka es un personaje que ha vivido para el teatro, tiene en su registro incontables experiencias. Sin embargo, marcan como extraordinarias el estreno de su primer espectáculo en Moscú y en Guayaquil “en circunstancias diametralmente diferentes”.
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En Guayaquil era la época del Taller de Teatro Popular, cuando recorrían el país compartiendo su experiencia con los pobladores de pueblos pequeños y comunidades campesinas. Podría decirse que Ilonka ha sido una activista del teatro. Su carrera ha estado ligada a una posición política y al compromiso social. Su actividad profesional ha caminado a la par que su preocupación por el gremio teatral. Ha participado decididamente a favor de la formación de la Corporación Ecuatoriana de Teatro, la Asociación de trabajadores del Teatro, la Coordinadora Latinoamericana del Teatro, el Comité de Intelectuales y Artistas por la Soberanía de los Pueblos de América Latina. Fundadora, y profesora por varias décadas, de la Escuela de Teatro de la U. Central, promotora de programas educativos en las comunidades indígenas. Organizó el I Festival Nacional de Teatro, así como el I Encuentro Sudamericano de Promotores de Teatro Popular. Estuvo como organizadora de la Muestra de Teatro y Danza dentro del I Foro Social de las Américas. Integrante y pionera del Teatro Popular y más adelante de Mascaró, grupo del que hoy es directora artística. Ha trabajado intensamente también en la escena, ha participado como actriz en cine y televisión y ha dirigido un importante número de obras.
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Genoveva Mora
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e vivían los años del boom petrolero y de la esperanza de un cambio a la situación de millones de personas, gracias a los ingresos que las exportaciones petroleras aportaban al Estado; es el tiempo gobernado por la dictadura —no muy dura— de Rodríguez Lara, que sería suplantada en 1976 por un triunvirato militar que buscaba “salvaguardar los recursos petroleros”. Este triunvirato se vio forzado a llamar a elecciones, después de las cuales el Ecuador retornó a los cauces democráticos con una elección ganada en amplio triunfo por Jaime Roldós y Oswaldo Hurtado. En las Artes Escénicas, el impulso dado en la década anterior era aún visible. Los grupos se mantenían, se ponía nuevas obras y se reponían otras. El Teatro Ensayo mostraba un momento distinto con la presencia de Mossen Yassen. Acontecimiento crucial fue la realización del I Festival Internacional de Teatro Latinoamericano en 1972, organizado por Ilonka Vargas, con la presencia de los paradigmáticos Augusto Boal, Enrique Buenaventura, Carlos Giménez y Atahualpa del Chiopo, cuya influencia sería patente en toda la corriente teatral que adoptó la creación colectiva como método primordial de trabajo. En 1973, la misma Ilonka sería quien arme el I Festival de Teatro Nacional.
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Entran en escena Mojiganaga, Ollantay y el TAF. La Escuela de Teatro de la Universidad Central, con el empuje de Edmundo Rivadeneira como decano de la Facultad de Artes, quien propone un programa amplio de estudios que no logra consolidarse completamente debido a circunstancias originadas dentro del mismo gremio teatral. Sin embargo, la escuela empieza a mostrar sus primeros trabajos. Mientras tanto, en la escena dancística se había constituido, en 1974, el Instituto Nacional de la Danza de Quito bajo la dirección de Noralma Vera. Centro del que nacieron las escuelas satélites para los barrios marginales, tarea que continuó su próximo director, Rubén Guarderas. El BEC también surgió de este entorno. Crucial fue también la aparición del Ballet Experimental Moderno dirigido por Wilson Pico y Diego Pérez. Importantísima fue, asimismo, la conformación de la Compañía Nacional de Danza, con Marcelo Ordóñez en la dirección. Por ella desfilan bailarines que plasman la historia de la danza contemporánea. Vino luego la época de Rafael Camino y Paco Salvador en el Instituto, quienes impulsaron las danzas indígenas, con Jácchigua y Muyacán, respectivamente.
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ALICIA YÁNEZ COSSÍO Se inició en la aventura literaria en sus primeros años, la ficción fue siempre la puerta de escape para encontrar mejores respuestas a las preguntas difíciles de la vida. Sus recuerdos de colegio están marcados por la figura de sus padres, de su madre especialmente, porque alentó su inquietud intelectual. De las monjas del colegio no olvida su tremendo carácter, ni la benevolencia de algunas. Ya en ese tiempo entiende lo complejo de la religión. Recuerda su primera comunión como un evento grande que enseguida pierde esa dimensión y se vuelve motivo de profundos cuestionamientos. Con una beca ganada por escribir un ensayo, viajó a España y en el camino conoció a quien sería su compañero de vida. Luego vendría la maternidad, el tiempo completo dedicado a los hijos; tanto, que escribe una especie de documento despidiéndose de la literatura, una pasión que resistiría los años y florecería en el momento determinado, porque la escritura ha sido para ella una necesidad, la tabla de salvación que le ha servido para estabilizarse, para no sufrir; “una salida para no buscar un psiquiatra”. Pésima para las matemáticas pero amiga de las letras, siempre escribiendo poemas, ensayando; curiosa por registrar, por transcribir las historias que
escuchaba, precisamente así nace Bruna soroche y los tíos, novela con la que gana su primer gran premio y fue el resultado de esas historias contadas por su madre. Esta novela que originalmente se llamó La ciudad dormida y estaba firmada por Romina, en honor a la bailarina ciega y sorda que por esos años deslumbraba en España, no fue tomada en cuenta en un primer concurso. Será en 1973 cuando bajo el seudónimo de Jerzy Kosinsky gana el premio nacional de novela. Este reconocimiento es un gran impulso para entregarse a un oficio que complementará y dará sentido a su vida. Su segundo libro Yo vendo unos ojos negros, manifiesta un fuerte rechazo a la prepotencia masculina, cosa con la que ahora ya no está totalmente de acuerdo porque ve en las mujeres una fuerza incontenible por asimilar el rol masculino. Alicia ha sido una mujer atenta a su mundo; los conflictos sociales, la inequidad, la injusticia no han pasado desapercibidos. Siente el progreso como invasión que desdibuja las ciudades y eso ha sido una de sus preocupaciones, de ahí su obra teatral Hacia el Quito de ayer. Los personajes de sus obras han llegado por decisión de la autora y con una fuerza indomable que los ha enrumbado por cuenta propia; sin embargo,
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“La literatura es una necesidad de comunicación más que de expresión”.
Fotografía: Archivo personal
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Alicia sabe que están muy bien construidos. De todos, su favorito es Mariana de Jesús, la protagonista de Aprendiendo a morir, un personaje controvertido, “empiezo a escribir para rechazar el acto de mortificar el cuerpo, pero después llego a tenerle un cariño inmenso”. Esta novela evidencia otra de las preocupaciones constantes de la escritora: la confrontación con la cuestión religiosa. Para Alicia, salir de la casa significa un sacrificio, disfruta su espacio, sus libros, su familia y especialmente los nietos. “No resisto la vida social, pero de pronto me doy cuenta de que se me están terminando vivencias y así no puedo escribir”, entonces da un salto a la historia, la de Dolores Veintimilla, de García Moreno, de la Pivihuarmi, y encuentra un material fascinante. Es una admiradora de Juan de Betanzos, de cuyas crónicas ha obtenido material, especialmente para la novela de esta princesa inca. Es una de las escritoras que han logrado vivir de su obra, sus novelas tiene inmensa acogida en los lectores, especialmente ecuatorianos.
Si bien Alicia dice que su memoria ya no es la de antes, que hay momentos en que se siente diferente en cuanto a su capacidad de crear, sabe también que ha ganado algo muy preciado. “Me siento un ser libre, la vejez ha sido maravillosa porque ya no necesito lo que necesitaba antes”. Disfruta compartir lo que tiene con sus hijos, adular a las nietas. Y aunque ella reniegue, su cabeza sigue maquinando y planeando, ahora mismo confesaba entusiasmada que se encontró con la correspondencia de Nela Martínez y Joaquín Gallegos Lara, ¿quién dice que no serán los protagonistas de su próxima novela? O los causantes de nuevos premios en reconocimiento a su valor literario.
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MARÍA DEL ROSARIO ‘CHARO’ FRANCÉS Desde siempre soñaba y se convertía en algún personaje construido en su imaginación, aún en esos tiempos de la España difícil, donde fantasear era complejo. El ‘papá de Pulgarcito’ fue oficialmente su primer papel, de ahí hará un largo paréntesis hasta terminar sus estudios. Ya licenciada en filosofía, un día de esos mira Historias del Zoológico, de Albee, y se dice: “Tengo que ir a Madrid a conocer esta gente”. Efectivamente llegó, junto con Ramiro, su esposo de entonces, un ecuatoriano a quien conoció en la universidad, y empezó a estudiar teatro con el TEI, ese era el grupo que tanto la había impactado. Al poco tiempo formaba parte de él. Sin embargo, el espíritu aventurero de su pareja los lleva a Londres, donde se quedan tres años, Charo busca completar sus estudios de teatro. Si bien en España había tenido de profesor nada menos que a William Layton —el maestro que introdujo a Stanislvaski en España y creador de la técnica llamada Transformaciones—, quería encontrar otros métodos. “Fue una indagación para mí, tomé varios talleres, no pude actuar porque me exigían una entonación que nunca logré”. Lo que sí logró fue aprovechar todo aquello que Londres ofrecía, esta ciudad fue para Charo la vitrina donde pudo “ver cosas extraordinarias, mucho teatro, ópera, danza. Tuve la oportunidad de ver a Peter Brook, por ejemplo”. Más adelante vino la maternidad y la necesidad, para Ramiro, de volver a Ecuador. Llega esta actriz a
finales de los setenta y se encuentra con una ciudad en la que si bien la formación teatral estaba en ciernes, la única escuela oficial recién nacía; había mucha gente inquieta en el teatro. Se gestaba un movimiento teatral que marcaría una época en el teatro ecuatoriano. “Eso fue muy motivador, encontrarme en un medio que estimulaba y pedía hacer teatro, en ese sentido me transforma”. Conoce a Arístides Vargas y a Susana Pautasso y empiezan una indagación del medio, optan por lo marginal, por lo más débil; como un primer acercamiento a una sociedad que, obviamente, desconocían. “Un trabajo muy fuerte de adaptación”. Deciden trabajar en la Ferroviaria Alta, un lugar complejo, integrado por migrantes de provincia. Van hasta el cabildo barrial e invitan a la gente, los involucran en su actividad, los impulsan a crear pequeñas obras nacidas de su realidad “se armaban sociodramas sobre su problemática y los representábamos por el barrio”. A raíz de eso, queda para el barrio el grupo Fantasio, que según se sabe, persiste, con alguno de los fundadores y por supuesto con integrantes nuevos. El siguiente paso fue Malayerba, desde donde han construido un grupo con características muy particulares, por él han pasado y se han formado numerosos actores y actrices ecuatorianas. Malayerba se ha establecido con personalidad propia
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“El teatro ha sido como el maestro de la vida, es el que me ha enseñado la vida, pero es una vida insegura, la vida del no saber nunca, de lo incierto, la vida sin seguros”.
Fotografía: Eduardo Quintana. Obra “Francisco de Cariamanga”. 1992
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y con una estética que la identifica. Charo ha crecido teatralmente en ese espacio; desde ahí se erigió maestra, directora actoral de sus puestas en escena. En ese contexto ha vivido sus mejores y, seguramente, los más difíciles momentos de su profesión. Los días que dirigió El señor Puntila y su criado Mati, en el ochenta y seis “me sentí como una persona de teatro, completa”. En este momento de su vida, cuando uno de sus compañeros del TEI muere, se plantea, en memoria de Antonio LLopis, así se llamaba, llevar a la escena esa obra que tanto la marcó, El zoológico, de Albee. Su presencia en el escenario malayerbano empezó con Robinson Crusoe, La fanesca, Doña Rosita la soltera, El señor Puntila y su criado Mati, Pluma, Jardín de pulpos, La muchacha de los libros usados, y muchos etcéteras, porque la lista es amplia. Ha dirigido actoralmente a varios grupos en Ecuador. Junto a su compañero, Arístides Vargas, gran parte de su tiempo lo dedican a dictar talleres, dirigir obras en diferentes países de América, así también a presentar las obras malayerbanas en escenarios del mundo y en festivales.
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BLANCA ROSA PONCE Así considera esta ‹agitadora social›, como ella misma se ha definido, a la actividad escénica. Rosa Blanca empezó su vida pública cuando aún estaba en la secundaria, impulsando la huelga estudiantil en esos años setenta de petróleo y esperanza, de cierre de la universidades, en un contexto social muy movido por gente que ya vislumbraba el fracaso de esa ‘riqueza’.
Es precisamente en esa coyuntura cuando el Teatro Popular se solidariza con las alumnas rebeldes del 24 de Mayo y llega hasta sus aulas, “es la primera vez en mi vida que veía teatro”, dirá Rosa Blanca, quien enseguida forma parte del grupo de teatro del colegio las ‹chivitas›, dirigido por “un profesor muy guapo”, se trataba de Antonio Ordóñez, de quien acepta la convocatoria que le hiciera para integrar el Teatro Ensayo, donde será parte de Boletín y elegía de las mitas, Huasipungo y otras obras más. La actividad teatral le abre las puertas al conocimiento del quehacer escénico, a los nombres claves del movimiento teatral y junto al grupo forman parte del Nuevo Teatro Latinoamericano. Al correr 1973 forma el grupo Caminitos, un proyecto en el que se plantean teatro para niños con adaptaciones de obras del repertorio universal. Ella, como tantas artistas en ese período, tiene plena conciencia social y política, en un Ecuador y una Latinoamérica sometidos a dictaduras y opresión.
En un clima donde los obreros se movilizan, se activa también la corriente de actores culturales que se manifiestan a través de la música, la danza y el teatro de calle. Será éste el preámbulo para en 1976 fundar el TAF (taller de actores y fábulas), cuya actividad no ha cesado todavía. Blanca Rosa ha mantenido, como acción paralela, el aporte al escenario de Latinoamérica, dirigiendo y coordinando festivales como el del Teatro de Cámara en 1978, el II Encuentro de Trabajadores de Teatro, cuando ejercía como presidenta de la ATT (asociación de trabajadores de teatro). Asimismo, mientras se encontraba estudiando un posgrado en Caracas, organiza y codirige el Pregón de Caracas, ciudad en la que además ejerce como secretaria del CELCIT Venezuela y forma parte del Primer Ministerio de Desarrollo para la Inteligencia. En el 2001 y 2004 su experiencia le lleva a Nueva York, donde organiza dos ediciones de los Festivales de la Ecuatorianidad. Aunque en este momento está dedicada al cine, de hecho ha estado muy involucrada en la reciente película sobre el gran líder revolucionario, La revolución de Alfaro, esta actriz y gestora cultural nunca olvida la importante influencia que tuvieron en su vida creadores como Augusto Boal con su teatro del oprimido, Enrique Buenaventura y la creación colectiva y, por supuesto, el teatro pobre de Grotowski.
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“¡Efímera! ¡Tan efímera, como es la vida!”.
Fotografía: Archivo Grupo TAF. Obra “Juana de Arco” . 1982
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“Entregar mi arte me ha hecho feliz, lo he hecho de la mejor manera y ahora amo sembrarlo”.
Fotografía: Archivo personal
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BEATRIZ PARRA DURANGO Cantó desde muy pequeña, disfrutaba de su papel aunque era muy tímida; de hecho, sus primeros espectadores los tuvo en casa y entre sus vecinos. Ya en el colegio, como era de esperarse, se destaca por su voz, de manera que pasa a ser solista del coro y eso le cuesta mucho esfuerzo, no de voz sino de aplomo, para ocupar el escenario. Sin embargo, como ya había empezado su formación en el Conservatorio Antonio Neumane, va adquiriendo cada vez más seguridad; y sin proponérselo, empieza a construir una carrera musical que la llevará muy lejos. Graduada del colegio continúa sus estudios en el Conservatorio, obtiene una beca para estudiar canto en Moscú en el conservatorio Tchaikovski. A pesar de que llega a un país distinto al suyo en muchos aspectos, se entrega con pasión a aprender, primero el idioma y luego aquello que más ama: la música. Si bien Moscú es una ciudad de enorme importancia en ese arte, Beatriz llega con cierto bagaje, aquel que recibió de sus primeros maestros: de Lila Álvarez sus clases de piano, y de Jorge Raicky, el músico que llegó para dirigir la orquesta que no existía en Guayaquil y se dedicó a la pedagogía, “un gran maestro que propuso una serie de reformas en el conservatorio”. Igualmente había contado con el aporte de Marina Foster, quien la preparó para participar en el concurso de
la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas. Antes de partir a Moscú Beatriz había cantado ya una ópera completa. La suerte completó la vida de esta artista porque tuvo como su maestra nada menos que a Nina Dorliac. Entonces terminó de convencerse de que la música es la dedicación absoluta, a la que ella se entregó sin reparos y dio siempre lo mejor. Confirmó que en medida del rigor está la satisfacción, que pararse en cualquier escenario del mundo y trasmitir al público el placer y la emoción de cantar, recibir su aprobación, es la respuesta que alimenta su arte. “Solo ahí el artista vive y hace sentir al otro”. En el lado humano, Rusia le regaló la comprensión del arte, la humildad para aceptar el talento, cuidarlo y buscar siempre la excelencia. Su larga estadía en ese país, que en los años sesenta vivía un gran momento, le permitió una mirada diferente del mundo, comprendió al pueblo que sufre por otro pueblo, aprendió a no ser indiferente. Corroboró aquello que ya había escuchado en casa. De su recorrido artístico recuerda con entusiasmo la época en que formó parte del grupo dirigido por Andrei Volkonsky, quien recupera la música renacentista, como los madrigales de
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España e Italia. Además de obtener su primer gran reconocimiento internacional, de Soprano Laureada, Beatriz disfrutó enormemente porque con su maestro Raicky ya había conocido y cantado ese género. Cantaban en coro y en solos, “llenábamos salas con 5.000 espectadores porque era una música nueva en la Unión Soviética”. Terminados sus estudios regresa a Ecuador después de siete años, viene ilusionada, “primero para encontrarme con mi hija”, dice, pues nunca pudo regresar, le retiraron su pasaporte porque eran los años de la famosa ‘cortina de hierro’, así que en Europa viajaba con un pasaporte otorgado por la Cruz Roja Internacional. “Esa fue la parte angustiante porque era como estar en la luna”. Por eso, al regresar quería compartir y desarrollar lo que sabía. Retoma el nexo con su colaborador de siempre, Carlos Domenech, quien tiene que agarrar el ritmo de la exigencia, trabajaban todos los días, “tenía pánico de tropicalizarme, como me dijo un músico”. Luego de tres años viaja nuevamente a Moscú llevando un repertorio de compositores latinoamericanos. Se convierte en una suerte de embajadora de la música de Villalobos, Guevara, Sinisterra. Para entonces también se había especializado en música de compositores españoles y agregado a su hoja de vida algunos premios a nivel internacional.
En el 2002 crea la Fundación que lleva su nombre, lo hace por consejo de unos amigos, cuatro años después nace el Conservatorio María Callas, exclusivamente de canto, algo de piano y guitarra y todas las materias para la formación del cantante; historia de la música basada en la técnica del canto. Está totalmente entregada a este fin, “de cacho y barba”, dice, siempre ha dado clase y ama ese oficio. El año pasado pusieron Katiushka y en este quiere poner en escena Luisa Fernanda, tal como fue escrita y con el aporte de nieto de Moreno Torroa, su autor. “Quiero hacerlo respetando todos los detalles de la época”, para eso cuenta con alguien a quien respeta y lo considera como un estudioso de la ópera, Freddy Torres, un fanático de la ópera, un gran pianista también, con quien ha trabajado por algún tiempo. Le quedan sueños por cumplir, “hasta que tenga ochenta los tendré y este es un modo de cumplirlos, me gustaría hacer La Traviata para celebrar el bicentenario de Verdi”.
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Beatriz Parra siempre ha conquistado con su arte, Rusia la retuvo algún tiempo, la consideró dentro de los Gosconcert, conciertos del Estado, la instancia que distribuía los artistas soviéticos al mundo. Igual ocurre cuando llega a Colombia a dar un concierto a finales de la década del sesenta y establece una estrecha relación con la producción operística de ese país, donde cantará por alrededor de veinte años. Ella es un personaje querido y reconocido en el país. Por dos ocasiones estuvo a cargo de lo que entonces se denominada Subsecretaría del Cultura. Se considera una orgullosa y feliz madre, cree que la familia es lo más importante. Está encantada de compartir escenario con su hija, Beatriz Gil, también graduada en el mismo conservatorio ruso. En el 2012 viajan como invitadas para cantar juntas en la celebración del centenario de famoso Conservatorio Tchaikovsky.
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CLAUDIA MONSALVE PINO Nace en Colombia y llega a nuestro país en 1973, y desde entonces lo adopta, hoy es una ecuatoriana más. Muy singular sin embargo. Ella y Fernando Moncayo son la Rana Sabia, referente indiscutible de los titiriteros ecuatorianos. Ha construido a lo largo de estos años un mundo fantástico desde donde han surgido innumerables propuestas. Claudia es una creadora incansable, su pluma es el origen de incontables ficciones, fábulas ancladas en nuestra historia; no importa sin son caballeros andantes o niños campesinos, ellos han nacido para vivir y hablar desde esta realidad. Éste es, precisamente, uno de los méritos indiscutibles de una obra entretejida con la fantasía universal y enmarcada en la singularidad andina. La Rana Sabia, que en realidad es el nombre de su primer títere, da nombre a dos personajes admirados por chicos y grandes: Claudia y Fernando, ellos son sinónimo de color y fantasía. Claudia ha recorrido el mundo con sus historias. Treinta y cinco años en escena y siempre con algo que contar. El secreto: “… experimentar, que es el hecho de pisar no siempre sabiendo dónde se lo hace. Correr riesgo. Ese punto del riesgo es bien importante en las formas y los contenidos. Cuando se está en la creación se acumulan experiencias vitales que van dando ideas nuevas. Se sueña con formas, con palabras, con colores y eso hay que saberlo expresar de alguna forma”25. 25 El Apuntador # 35, ‘35 años de la Rana Sabia: la flor de la interpretación’, Santiago Rivadeneira.
Su casa teatro y museo, en La Merced, en el barrio Sanjaloma, encantador espacio en el Valle de los Chillos, es el lugar de la fantasía donde Claudia es un personaje más, siempre pensando y transcribiendo al papel la última idea que va llegando a su mente creadora. A lo largo de su vida ha cumplido funciones en instancias gubernamentales y en varias universidades en Ecuador, Colombia y México. Ha desarrollado algunos trabajos teóricos como la Metodología para la humanización, mi derecho a vivir. Sus títeres han recorrido el mundo dando testimonio de que Azul azulado… puede pintar más de un cielo; de que Ese oficio sí gusta en cualquier país y en cualquier idioma. Confirmando que Cuéntame un cuento es conjuro mágico para los niños de todos los lugares. Y por supuesto, que Claudia habla un lenguaje universal cuando adapta Truck sale de paseo, La cigarra y la hormiga, El león y el ratón, o cualquiera de la larga lista de títulos que conforman su creación. Historias que no han terminado y dan fe de la imaginación de una escritora, que tiene todavía repleto el tintero.
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“Saber mantener esa flor de la interpretación significa una forma de entender el mundo. Ese es el verdadero punto de partida”.
Fotografía: Archivo - Carlos Rodríguez. Obra “Titiriteatro”. 2000
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SUSANA PAUTASSO
“Susana traía consigo la mística de un teatro comprometido, revolucionario en su momento”.
Fotografía: Eduardo Quintana. Obra “Añicos”
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Susana pasaba por Ecuador en 1976, iba junto a su familia, camino a Venezuela, pero por esos misterios de la vida, el viaje terminó en Quito. Se quedó por veintiséis años después de los cuales regresó a su Córdoba natal. Y no sabemos si otra vez fue el azar, o la ecuatorianidad, lo que la sedujo, lo cierto es que nuevamente la tenemos por acá. Ella es parte de un grupo de actores que llegaron a nuestro país cuando la dictadura se volvió una amenaza para todos aquellos que pensaban distinto. Susana traía consigo la mística de un teatro comprometido, revolucionario en su momento. Fue alumna de María Escudero y parte de Libre Teatro Libre, es decir integraba un grupo crítico frente a esa realidad social, por tanto, tuvo también que exiliarse. Llega a Quito y se vincula con Arístides Vargas y Charo Francés en una primera etapa de adaptación a esta ciudad, y luego de unos pocos años empiezan Malayerba. Entre las obras de aquellos tiempos destaca Añicos, un trabajo que reafirmó su capacidad actoral.
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andina, a través del retrato de una mujer. “Es una obra en homenaje a este país, es el canto de amor a este pueblo que me acogió como a una de sus hijas. No soy la misma persona que hace muchos años. Me gusta como soy ahora, eso se lo agradezco a Ecuador”26. De sus tiempos de teatro recuerda con especial nostalgia los procesos de la obras, cuando además de construir teatralmente tenía la oportunidad de reflexionar sobre sí misma. Entonces el trabajo teatral era un medio para mirase hacia adentro, revertir toda esa búsqueda en sus personajes y luego comunicar al espectador. Precisamente en La venadita pudimos apreciar aquello que Susana sentía. Un personaje que abre su corazón y su casa, rompe la convencionalidad, consigue inmiscuirnos en su vida y volvernos partícipes de su interioridad. Susana forma parte de las mujeres ecuatorianas que han aportado al teatro. Fue maestra, directora y diseñadora. Trabajó también para la televisión y el cine.
Más adelante funda Rojoscuro, un grupo integrado por mujeres, con Tamara Navas y María Beatriz Vergara. De esa época se registran: Me duele la cabeza y Casa matriz. La venadita es una obra que decanta por una línea teatral que indaga en la cultura 26 Entrevista realizada por diario Hoy, en septiembre de 2005.
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NOEMÍ ALBUJA Vivió su infancia en la hacienda La Mariscal, en Machachi. Creció libre y siempre se sintió parte de la naturaleza. Su vida transcurría sin prohibiciones ni tabúes; el apareamiento o el parto de un animal era un suceso para festejar y alegrarse, en su vida no existía la malicia. El encanto campestre ocurría a la par que sus estudios de primaria realizados con tutores particulares. Pero ocurre que luego de haber terminado la primaria tiene que trasladarse a la ciudad para continuar con la secundaria. El primer gran impacto es vestirse formalmente, incluidos los zapatos, prenda que en su cotidianidad pasaba casi desapercibida. Su primer día de clases fue un verdadero primer día de prisión, de castigo, pues quitarse los zapatos en el aula o preguntar una y mil veces a qué hora termina la clase, fueron motivos suficientes para la respectiva sanción. El colegio y sus normas fue su gran opositor, sus innumerables reglas parecieron haberse extendido hasta su casa, donde empiezan a tratarla de rebelde. En medio de esto, probablemente como una reacción inconsciente, decide serlo de verdad y optar por un mundo libre donde poder ser: el teatro. Corren los años sesenta y la Casa de la Cultura de Quito abre la Escuela de Teatro, que tiene vida corta, pero Noemí fue parte del grupo que empezó su
formación en esas aulas junto a José Ignacio Donoso, Carlos Izurieta, César Santacruz, entre otros. El sueño duró poco, una vez cerrada la escuela — como eran los menores no formaban parte de Teatro Ensayo—, les tocaba esperar la oportunidad de una vacante para poder ingresar. Así que decidieron formar su propia agrupación, Teatro Ensayo Libre, dirigido por José Ignacio Donoso, con quien llevan a escena algunas obras, como Los incendiarios, que se convierte en su pasaporte al Festival de Manizales, donde recogen muy buena crítica y eso les impulsa a seguir. Trabajan mucho sin remuneración, realizan giras nacionales. La dinámica del grupo incluía reuniones sistemáticas para analizar los trabajos y para mantener un ejercicio de autocrítica que lo consideraban indispensable. Transcurren cuatro años y la situación económica exige tomar decisiones, de modo que cada uno toma su rumbo, pocos, entre ellos José Ignacio, se quedan, hasta hoy, en el teatro. De su paso por las tablas tiene como su mejor momento cuando hizo el papel de la Sra. Beluver: “Ese fue mi primer personaje y el que más importancia tiene para mí”, afirma. Noemí contrae matrimonio con su compañero de escena, Carlos Izurieta, tienen dos hijas y la vida la dedica por completo a su familia. Casi una década después, en los ochenta, hace un pequeño paréntesis en su vida de hogar,
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para aceptar la propuesta de Santiago Carcelén y hacer Bernarda Alba en un formato para la televisión; así también, en los primeros años del Patio de Comedias cuando su tía la invita a ser parte de La familia Bliss, ese fue su último papel. Declara haber admirado a muchos actores. Charles Chaplin es su favorito, mas no tiene, precisamente, un referente, para ella el teatro era su personaje de turno, el que la inspiraba e invitaba a investigar y transformarse.
“El teatro fue para mí felicidad”.
Fotografía: Henry Aylwin. Archivo personal. 1981
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ADRIANA OÑA
“La obra misma proporciona los lenguajes a utilizarse en la escena”.
Fotografía: Eduardo Quintana. Obra”Intipak Palla (La elegía del Sol)”. 1989
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Su vida ha transcurrido en el teatro. Forjada para la escena, dueña de varias lenguas y de estudios en distintas áreas ligadas al teatro. Su formación ha pasado por la danza, el mimo, técnicas para la voz; un importante número de talleres y formación académica; todo en función de un arte en el que ella cree y que ha sido la línea conductora de su vida. Dedicada a la enseñanza, ha compartido su conocimiento en distintas instancias sociales como el proyecto de Educación Bilingüe Intercultural Runacunapak Yachana Huasi. A través del teatro ha capacitado a maestros indígenas, abriéndoles un camino probable de sensibilización distinta. En su recorrido teatral estuvo ligada también a la creación colectiva, su paso por Cali, en los años ochenta, hizo que crea, hasta hoy, que en el proceso de una obra es vital contar con el aporte del grupo, dando menor importancia a la dirección actoral. Ha hecho de la investigación su herramienta primordial. En sus creaciones, lo objetos toman prioridad. Su grupo Santimbanquis ha sido el espacio para desarrollar un teatro antropológico, desde allí ha producido teatro para niños, teatro de títeres y teatro para adultos. Sus textos son poesía que se revierte en la escena.
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Adriana Oña es una de las actrices que se ha adentrado en la cultura andina. Todo eso le ha permitido la construcción de una estética reflejada en su teatro. Sus textos dan cuenta de las voces de ese mundo. Por ello y por méritos actorales recibió el Mérito Teatral en el año 2001, y en el 2006 el reconocimiento por su aporte al teatro Infantil. Una de sus obras más importantes es Intipagpaya y Danzante de Quito.
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NATASHA SALGUERO BRAVO Los libros y el teatro fueron el escenario de una niñez que transcurrió entre la fantasía y la realidad de un hogar privilegiado, donde sus padres trabajaban e incentivaban en Natasha la concepción de una vida que iba más allá de la cotidianidad doméstica. Lectora voraz, como ella misma se reconoce, leyó siempre, tuvo el privilegio de tener dos bibliotecas donde escoger: la de su padre repleta de cosas de teatro, en tanto que la de su madre estaba copada de novelas y ensayos, de manera que esa niña amante de las letras tenía, como quien dice, un paraíso a su alcance. Para Natasha era muy natural actuar y entender el teatro, y es que siempre estaba escuchando trabajar a su padre. Stanislavski no era extraño para ella, como tampoco era lejano aquello del trabajo de mesa. Podía asumir un papel porque entre el juego y lo que escuchaba ya había adoptado un personaje. Era la compañera de su padre al teatro, a pesar de ser la quinta hija. Admiraba y quería a la gente de la tramoya porque la permitían explorar ese mundo detrás de la escena. El arte y los oficios relacionados le llegaron de manera natural; un día se encontró con unos versos de su hermana Sonia, actriz, y pensó: “Entonces se puede escribir lo que una siente”, y ahí mismo, a los
nueve años, empezó un oficio que ha estado presente durante toda la vida. Su padre fue don Sixto Salguero, hombre importante del teatro ecuatoriano, y su madre, María Virginia Bravo, profesora de historia y geografía, una mujer inteligente de espíritu sensible, quien a más de su oficio apoyaba la labor teatral de su esposo haciendo los vestuarios. Era una feminista de palabra y obra que inculcó en sus hijas esos principios, desde la vida misma. Natasha estudió danza desde los cinco años y lo hizo durante una década, recuerda a su profesora Sabine Naundorf. Sin embargo, su preferencia a la hora de escoger una carrera irá por el Periodismo y las Bellas Artes, que las tomó simultáneamente, aunque por lides políticas ésta última quedará inconclusa. Nunca ha dejado de escribir poesía, son varios los libros de poemas publicados. Pero fue su novela Azulinaciones, publicada en 1989 y ganadora del premio Aurelio Espinosa Pólit, su mayor carta de acreditación en el mundo de las letras. Creación que rompió más de una regla, tanto a nivel social como estructural; un libro que marcó un momento de la literatura ecuatoriana y le dio muchas satisfacciones a nivel de la crítica y de la recepción; sus ediciones se agotaron rápidamente.
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“Respiro, me inspiro, recibo impresiones, me alimento y escribo”.
Fotografía: Amaranta Pico. 2008
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Tiene escritas otras dos novelas: “la una espero publicarla. No he sido una persona muy preocupada por ese tema, tampoco he tenido grandes opciones”, señala. Su posición ante el establishment en su juventud hizo que el asunto de la publicación pasara a segundo plano, prefería expresarse a través de happenings, como una actitud de activismo político y artística; pintaba y quemaba lo que hacía. Hoy, reconoce que no puede dejar de escribir poesía, la siente más amigable, “la narrativa exige un ritmo que no lo puedes abandonar, en tanto que en la poesía se puede escribir donde sea, en un café, en cualquier hoja… Me gusta que mis textos decanten. No publico por currículum sino porque vale la pena”. Como toda mujer comprometida lo ha sido también a nivel de pareja, ha trabajado en muchas cosas, a veces no muy gratas pero económicamente necesarias. Ella ha sido el gran apoyo para su compañero de vida, Wilson Pico, el bailarían y coreógrafo a quien le ha dedicado energía y trabajo en sus producciones, el diseño de vestuario, pero sobre todo desde una posición crítica, quizá porque la danza fue también una de sus primeras pasiones.
En un tiempo ejerció como crítica de danza y teatro con el afán de impulsar el movimiento escénico, una tarea que no siempre le deparó el entendimiento del gremio, pero le permitió impulsar a algunos bailarines. Poeta, ensayista y narradora tiene entre sus referentes a grandes de la literatura universal como Rabindranath Tagore, Charles Dickens, Margarite Yourcenar, Genet, Cocteau, Kurt Vonnegut y muchas figuras que van ocupando su admiración dependiendo del momento de lectura. Ama el cine y es Woody Allen uno de sus favoritos. La materia prima de su trabajo es el lenguaje, sabe muy bien que todo aquello que toca su sensibilidad y la nutre “se vuelve carne y se vuelve también palabra”.
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MIRELLA CARBONE
“Mi especialidad es el movimiento, en él estoy esculpiendo, pintando, estoy dando palabras con mi cuerpo, y si me alimento con otras artes, tendré mayor capacidad de agregar a mi propuesta”.
Fotografía: Diego Espinoza. Obra “Paso doble”. 2003
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Personaje importante de la escena peruana, ligada a Ecuador por los afectos y la danza. Ha mantenido un nexo importante con directores y bailarines de nuestro país. Junto al grupo Sarao y a Luis Mueckay, fue fundadora de la primera Escuela de Danza Contemporánea de Guayaquil en 1989. Se involucró también en un proyecto de apoyo a los sectores populares. Participó con Muerte vieja en el Primer Concurso de Coreografía del Ecuador y lo ganó. Trabajó con Teatro Ensayo Gestus y montó Gali Galápago. Dirigió Deshojando a Margarita, por invitación de Susana Nicolalde, y, cuatro años después, Jaula de viento para la Corporación Tragaluz. Mirella se inició en la danza con el ballet a los seis años. “Sin querer me hice profesional, ni siquiera lo pensé. Sucedió nada más”.27 Abandona la danza a los diecisiete años y la retoma luego de casi una década. Su estadía en Italia durante tres años le permite vivir y hacer lo que hacen todos los jóvenes: enamorarse, turbarse y no saber qué mismo quería estudiar porque, por entonces, pensaba que la danza no era una profesión. “Hasta que por intermedio de una terapia entré a Cuatrotablas, el grupo de teatro corporal, estuve dos años allí y me di cuenta de que en realidad lo que me apasionaba de la escuela era el movimiento”.28 Su reencuentro con la danza se da en la época que vivió en Ecuador, sucedió “mirando a un bailarín ecuatoriano, a Wilson Pico…, cuando lo vi fue una sensación muy especial, la pieza que yo vi no era para llorar, pero yo lloraba. Me decía yo quiero hacer esto, esto es lo mío”.29 27 Entrevista realizada por Tatiana Fuentes, junio de 2008, lacasaquebaila.com 28 Ídem. 29 Ídem.
A partir de ese momento la decisión estuvo tomada, y como no había dónde estudiar, decide abrir un taller, gratuito, para gente interesada en el movimiento y en la investigación. “Vinieron dieciocho personas: un cantante de ópera, tres actores, una psicóloga, un publicista y gente distinta que se pasó la voz”.30 Todo esto sucedía en Guayaquil, donde le prestaron un teatro y comenzó una búsqueda que no ha terminado aún, pero que le ha permitido logros inmensos. La metáfora ha sido una de sus obsesiones, siempre buscándola y traspasándola a imágenes, “el asunto es cómo las movía”.31 Es el Haiku el que le da una de las respuestas, por su ritmo y expresión, en una escritura mínima. Porque para ella la coreografía no es el desafío físico o el virtuosismo, sino el poder estructurar esa inspiración o idea primera, en movimiento cargado de significación. Para Mirella Carbone hay una parte vital de la creación y es el proceso. “A veces los procesos son mucho más lindos, más emocionantes, más vibrantes que el resultado mismo, y creo que en eso está la creación, en disfrutar lo que es tu proceso. ¿El resultado?, aquí está, te lo entrego”.32
30 Ídem. 31 Ídem. 32 Ídem.
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MARÍA LUISA GONZÁLEZ La danza siempre fue lo suyo. En los tempranos años de la adolescencia empezó a descubrir que bailar le proporcionaba inmensa satisfacción y, sobre todo, le abría la mirada hacia un mundo distinto al de su cotidianidad. Quizá por su carácter reservado, encontró en los misterios de Tepsícore la posibilidad de expresarse con mayor espontaneidad. Empieza a bailar hacia la mitad de la década de los años sesenta, con Marcelo Ordóñez. Al poco tiempo se enrola en el ballet de la CCE, con Noralma Vera, a quien considera una de sus más sólidas maestras. A la par daba clases a las chicas de su barrio, o entusiasmaba a sus compañeras del Manuela Cañizares. Se relaciona con otros jóvenes y surge su identificación con los movimientos de izquierda, aspecto que define totalmente su vida porque intuye que también a través de la danza se podía hablar. A los diecisiete años es invitada a participar en el Festival Mundial de la Juventud, en Berlín, donde presenta varias coreografías “que no sé cuán bien estaban, pero las llevé y bailé en algunos teatros”, señala. En todo caso, fueron el impulso para iniciar su carrera. Vendrá luego Canto general y a partir de ahí la construcción de coreografías que respondan a esta cosmovisión.
Viaja a México en la época de oro de la danza de ese país. Forma parte del cuerpo de baile de la Ópera de Bellas Artes, donde tiene la oportunidad de ser solista en El castillo Barba Azul. De ese aprendizaje queda la presencia de sus maestros: José Antonio Alcaraz, Federico Castro, Jaime Blanc y Antonia Camero. Conoce a Martha Graham durante un festival en Guanajuato y ese encuentro lo tiene marcado en su memoria como día memorable. Regresa de México cargada de ideas y entusiasmo e inicia varios proyectos: Comunadanza, dirigida por Ana Miranda. Se acerca al teatro, lo hace con Jaime Bonelli. Un preámbulo a Mudanzas. Admira a María Escudero. La imagen será uno de los elementos que la preocuparán desde entonces. Y es precisamente en La torera, dirigida por Jorge Mateus, donde logra ese cometido. Funda junto a Santiago Rivadeneira el Centro de Formación Dancística e Investigaciones. Más tarde vendrá FDI, del que también es iniciadora. Cumple con la dirección del Instituto Nacional del Danza. Desde hace seis años está al frente a la Compañía Nacional de Danza y su desafío es dirigirla y aportar a la danza ecuatoriana, “tal vez en ellos (los integrantes de la CND) vea reflejado los frutos de una labor casi silenciosa”.
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“La danza, una inagotable fuente de aprendizaje. Una vida de sentidos para dar sentido a la vida”.
Fotografía: Guillermo Echeverría. Obra “La Torera”. 1998
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Entre los nombres que han dejado huella en su vida cuenta el de Noralma Vera, su disciplina rigurosa así como el trabajo corporal exigente, “nunca era suficiente lo que se hacía, siempre había que dar más”. Takako Asakawa, una de las primeras bailarinas Graham, “no pasaba nada por alto, todo tenía que ser absolutamente limpio, no se podía ir de un movimiento a otro si el primero no era perfecto”. María Luisa González es una persona a quien se la puede definir como una bailarina pura. Para ella quizá el estilo no ha sido una búsqueda, lo preponderante ha sido bailar: “Yo misma no podría describir mi estilo, hago lo que me inspira. Sé que muchos bailarines lo tiene definido, yo no podría definirme. Solamente trato de ser honesta conmigo y ser consecuente con lo que puedo hacer...”.
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SUSANA REYES Más de treinta años transitando en la danza han hecho de Susana Reyes una protagonista de la escena ecuatoriana. En su historia dancística se acumulan sensaciones nacidas cuando apenas vislumbraba lo que sería su vida, desde ahí ha ido construyendo, a través de un largo y minucioso aprendizaje.
Desde 1985, junto a Moti Deren —músico y compositor—, ha producido un importante número de coreografías. Ellos son otra de las parejas que han laborado y compaginado sus lenguajes para crear una obra que los identifica.
Este espíritu que hoy la gobierna la lleva a difundir su trabajo por el mundo, igualmente a recoger el de innumerables bailarines a lo largo de estos siete años de Mujeres en la Danza, el festival que junto a Moti Deren lo dirige.
Walmiaku, Los mantos, Cantuña, Oscuranto, Sueños blancos, Así misma, Yo mujer, niña y gaviota, Niño corazón, Mujeres de la maquila, Amakuna, Memorias de arcilla, Días de agua, maíz y luna, Los cuatro pasos, y su reciente estreno, Flor de Hiroshima, son la cosecha de estos intensos años de trabajo.
El Instituto Nacional de Danza es el primer eslabón de una carrera que continuará en México y Estados Unidos. Esto en lo formal, porque seguramente lo que más ha marcado su camino es ese ‘’espíritu danzante’, como ella lo denomina, el que le ha llevado a explorar primero en el folclor y luego en lo ancestral y lo sagrado, desde donde ha construido su ‘danza butoh andina’.
A partir de 1992 funda la Casa de la Danza, espacio donde ha integrado especialmente a mujeres, a través de su filosofía y de su concepción de la danza como herramienta curativa para el espíritu y el cuerpo, Danza para la Vida, dirigido a sectores vulnerables de la sociedad. Crea también el primer colectivo de danza formado por mujeres sanadoras: Danzantes de la paz.
La búsqueda de Susana ha sido indagar en la esencia del ser, como ella ha expresado constantemente. Y es en ese camino donde se encuentra con la danza butoh, que le permite entender muchas cosas que venía planteándose en su afán de encontrarse con lo primigenio. Este hallazgo le abre la posibilidad de fusionar códigos de la cosmovisión andina y los de la danza butoh.
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“He vivido un proceso, hoy creo que la danza es esencial, mi danza ha ido como retornando a lo profundo del ser”.
Fotografía: Nestor Tarazona. Obra “Amakuna”. 1999
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TAMARA NAVAS
“En este momento de mi vida no puedo pensar en el teatro. Fue una etapa que la viví y ahora estoy en un momento de transición, tengo un proyecto que todavía no tiene un nombre y, en alguna medida, es teatral porque su objetivo primordial es comunicar”.
Fotografía: Dolores Ochoa. Obra “La voz humana”. 1989
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Mientras estaba en el colegio se acerca al teatro, por diversión, como una oportunidad para salir del aula de clases, pero al mismo tiempo porque era algo distinto a la rutina escolar. Más tarde, durante su paso por la Universidad Católica tiene la segunda oportunidad de acercase al teatro. Viaja a Alemania buscando una escuela, estando allá, opta por talleres con distintos maestros en lugar de la escuela formal. Dos nombres tiene en su memoria de ese aprendizaje: Dominique de Fazio, con quien realiza algunos seminarios, y el del argentino Augusto Fernández. Todos los instructores estaban en la línea stanilavskiana y muchos venían de la academia de Lee Strasberg, “esa fue la línea con la que me sentí enganchada”. De regreso a Ecuador empieza, en primer lugar, a conocer, a entender cómo se vive el teatro. Fue un período de adaptación, de “ver qué pasaba, había un gremio, pero en esos espacios se vivía más bien una lucha de poderes, que en realidad no aportaba nada”. Son los años ochenta, y en esos tiempos el Banco Central impulsaba fuertemente la producción artística, por ello es posible para Tamara Navas y Christoph Baumann, dar una serie de talleres por varias provincias del Ecuador.
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Es también el momento en que llevan a escena su inolvidable Informe para la academia. Su actividad teatral se vuelve más regular, casi una obra por año. “Un trabajo arduo, sobre todo por el tema del financiamiento”. La experiencia más intensa en el mundo del teatro fue el montaje y las temporadas de Informe… “por lo nuevo, por el personaje y por la temática, que para mí, tenía mucho que ver con lo que quería comunicar, sobre todo a las mujeres”. Sin embargo, los tiempos han cambiado, hoy día, Tamara ve el mundo desde otra óptica, ya no está convencida como antes de que el teatro es el camino para transformar a la gente. Ella ha encontrado en el contacto con la naturaleza, consigo misma, un sentido distinto en la vida. Ahora quiere hacer un papel diferente. Está involucrada en un proyecto de biosalud, como una necesidad de abordar la vida desde una posición más equilibrada con el cosmos y con ella misma. “Me doy cuenta de que no nos movilizamos como seres humanos, de que desequilibramos el mundo cuando vivimos con la corriente consumista y nos olvidamos que somos parte de la Tierra. Eso es lo que entiendo ahora y quiero compartirlo”.
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ELENA TORRES Elena agrega una más a la listas de estudiantes de arquitectura que trasladó la línea creativa al escenario. Por esos azares de la vida, mientras estudiaba esa carrera en Cuenca, se encuentra con un anuncio de la novísima Escuela de Teatro de la U. Central. Sin entender mucho por qué, toma la opción, que la tiene hasta ahora, y continúa empeñada en construir ese mundo paralelo del teatro. De sus años de formación tiene como figura principalísima la de María Escudero, la maestra que creyó en ella y la impulsó a seguir. La de José Vacas, su maestro de expresión corporal, con quien aprendió a descubrir el movimiento y las posibilidades de su cuerpo. Él es hasta ahora un maestro cercano que, constantemente, “me recuerda las posibilidades de mi cuerpo y su comportamiento”. A Guido Navarro también lo considera como un maravilloso director que le ha enseñado mucho. Elena no es solamente una de las Marujitas, es parte de ellas. Su carrera es amplia como sus posibilidades. El teatro es un mundo poblado por maestras y maestros con nombres y apellidos, capaces de haberle transmitido esa pasión inagotable.
Empezó su recorrido por la tablas con Mojiganga, “un teatro de denuncia que en ese momento no tenía mucho público, trabajábamos intensamente para permanecer poco tiempo en escena”. Pero, definitivamente, ha sido la comedia el género que le ha permitido mayor visibilidad. Mujer de mucha sencillez, segura y reservada, por lo menos a la vista de quienes no la conocen. Su formación profesional es amplia, va desde el teatro, la danza, la pantomima, técnicas diversas hasta los títeres. Conforma el grupo del Patio de Comedias y es en ese lugar donde se consolida como actriz y maestra de talleres diversos. Sus personajes pertenecen a obras como A la diestra de Dios Padre, Entre gallos y media noche, El miedo imaginario de Amparito A., La Marujita se ha muerto con leucemia, Las criadas, Adiós siglo XX, Dios, La Tránsito Smith ha sido secuestrada, El Coyot, Monólogos de la vagina, Receta para viajar. Su figura de actriz ha estado asimismo en la pantalla chica ecuatoriana y chilena, y en algunas películas.
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“Mi vida escénica: un descubrimiento inagotable”.
Fotografía: Sebastián Oquendo. Obra “Oh Limbo”. 2007
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LAURA ALVEAR
“La danza es mi sueño hecho realidad”.
Fotografía: Gonzalo Guaña. Obra “Nostalgia”. 1997
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“Llegué a la danza para quedarme, cuando mi papá, Arturo Alvear, me dijo un día: “Mira, a vos te gusta la danza, aquí en el periódico hay un aviso de clases de danza en la CCE (Casa de la Cultura Ecuatoriana), anda y pregunta cuánto cuesta, yo te pago”. Laura, emocionada con la noticia, acudió al lugar y luego de las pruebas establecidas, salió seleccionada. Tenía entonces diecisiete años cuando empezó su formación; luego de un tiempo pasó a formar parte del Ballet Folclórico Ecuatoriano, dirigido por Marcelo Ordóñez. Supo desde entonces que quería ser bailarina, “estoy segura que la danza vino conmigo desde vidas pasadas”. “En la década de los setenta no existía apoyo alguno para la danza de parte del Estado —señala Laura—, todos los bailarines se la jugaban por su convencimiento y pasión por bailar”. Cuando en 1974 se funda el primer Instituto Nacional de Danza, ella no logra acceder por un tema de tiempo, pues seguía en el ballet folclórico, además sus padres pensaban que “la danza era una distracción”, no la veían como una opción profesional. Sin embargo, cuando en 1976 se funda la Compañía Nacional de Danza, decide que tiene que estar ahí, “¡qué emoción y qué complicación! Me las arreglé de tal manera que acudía un día a la universidad y otro al ballet, hasta que mi hermano me
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pescó, y me dijo que tenía que tomar una decisión”; de manera que convenció a sus padres para que le dieran el permiso para dedicarse a la danza. Su maestro, en ese momento Jaime Yori, chileno, “habló con mis papás y les explicó que la danza sí era una profesión, que sí era posible vivir de esta actividad”, dice Laura. La universidad quedó atrás y se dedicó a la danza en cuerpo y alma; los horarios de la Compañía eran muy exigentes, tenía clases todo el día. Laura ha bailado toda su vida, pero tiene grabado como su mejor momento cuando fue solista del Ballet Teatro Espacio, una de las principales compañías de danza contemporánea de México, donde vivió dieciocho años. Regresó a su país, siguió en su oficio, encontró que la danza había crecido, pero también constató que no lo suficiente porque, dice, “todavía no hemos llegado a tener una escuela que se reconozca como ecuatoriana”. Hay un sueño pendiente y es concretar una compañía de danza donde pueda desarrollar un estilo coreográfico desde mis raíces y mi experiencia de vida. Colaborar con mi conocimiento para formar bailarines y bailarinas respetando las características físicas, psicológicas y su idiosincrasia ecuatoriana y latinoamericana”.
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Genoveva Mora
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uego de la trágica muerte de Jaime Roldós, Oswaldo Hurtado asume el gobierno y se vive, no sin muchos sobresaltos económicos, una democracia tranquilizadora. Sin embargo, y debido a errores del gobernante, el pueblo que lo eligió se vuelca opositor y apoya decididamente al candidato de la derecha socialcristiana, León Febres Cordero, quien ejercerá uno de los gobiernos más represivos y corruptos de la historia, a lo que se suma en esta temporada una crisis económica a consecuencia de un terremoto, de un invierno feroz en la costa y la caída del precio del petróleo. En ese momento, Alfaro Vive Carajo es la cara invisible y presente de una oposición extrema que sufrirá una represión implacable. Rodrigo Borja rige en el siguiente período, sin mucha pena ni gloria, tanto que la respuesta la obtuvo en una impensada derrota electoral cuando terció para un nuevo período. Suceso que da paso, otra vez, a la derecha encabezada por Sixto Durán, quien se desempeña como presidente desde 1990 hasta 1996.
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De esos días hasta hoy, los vertiginosos sucesos políticos tuvieron como escenario y lugar de resistencia las calles de Quito, sobre todo. En el lapso de diez años se cambiaron nada más ni nada menos que seis presidentes, sin contar con la efímera y teatral subida y bajada de la silla presidencial de Rosalía Arteaga, quien constitucionalmente tenía derecho al cargo. A mediados de los ochenta florece el teatro en Guayaquil y en la capital. Se forma un importante número de agrupaciones, conocidas por todos, que afortunadamente siguen en escena. Se da un fenómeno interesante y surgen nuevos dramaturgos, y contadas dramaturgas, que en su mayoría se constituyen también en directores de sus grupos. En los noventa empieza a aparecer gente nueva en la escena, hoy consolidados y protagonistas del movimiento.
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La danza dio también, a partir de los ochenta, un salto de gran alcance, con propuestas contemporáneas lideradas por mujeres y hombres que en su momento transformaron la escena. Y en la década siguiente surgieron varios nuevos talentos, de quienes se espera una escritura nueva. El panorama político, social y artístico sigue siendo complejo. La esperanza y la lucha por conseguir políticas coherentes siguen pendientes, a pesar de que en esta etapa, desde el Estado, y con la aparición del Ministerio de Cultura, se ha procurado impulsar, entre aciertos y equivocaciones, al movimiento escénico nacional.
Desde la escena y su incansable tarea nos seguiremos preguntando ¿Quién se ha llevado todo? Y para no sumergirnos en la angustia nos reímos de nosotras mismas. Las Marujitas nos visitarán, de cuando en cuando, para hacer un paréntesis saludable. El escenario nunca estará vacío, siempre habrá una niña de las caracolas, un punto de fuga. Se volverá a deshojar una Margarita, nos conmoveremos con Una muchacha de los libros usados. La esperanza de patialsuelo a paticalzado seguirá viva. Jamás faltará una madre coraje, ni otra que no quiera morir en el intento. Seguiremos pregonando que la vida vale v. Que, de todas maneras, nuestro jardín de pulpos nos retrata, que un karaoke nos dibuja, un barrio caleidoscopio no conmueve, un suave color blanco nos conmina y la risa nunca acaba de la mano de tantos y tantos comediantes… Y que tenemos la certeza de que esta galería seguirá transitando huellas, y seguirá sumando rostros y semblanzas para este retrato abierto propuesto por Susana Nicolalde para Tiempos de mujer.
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GENOVEVA MORA TORAL
“La danza y el teatro me han permitido ahondar la mirada hacia la vida”.
Fotografía: Alexandra Cuesta. 2013
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Genoveva Mora, cuencana de 58 años, es una mujer joven, de hablar suave y modales delicados. Nadie puede imaginar a primera vista la fuerza que la alienta y la pasión por las artes que esconden sus serenos ojos claros. Casada muy joven, a los 18 años, viuda a los 21 y casada de nuevo, es madre de cuatro hijos. Perteneciente a una tradicional familia azuaya, pudo contentarse con ocupar un lugar en la sociedad, pero en ella había gana de estudiar y de crear. Recién cuando su último hijo entró a la escuela, se matriculó y empezó su carrera. Había descubierto antes, en México, una pasión por la literatura. Más tarde continuaría sus estudios literarios en la Católica de Quito. Entre otras cosas, hizo una maestría en estudios culturales en la Universidad del Azuay. “Era a tiempo parcial —refiere— y los viajes periódicos a Cuenca me permitieron reencontrarme con mi gente, eso fue estimulante para mí”. Al terminar la carrera, y siendo profesora de colegio, se preguntaba qué de nuevo podía hacer. Le parecía que los aprendizajes eran unidireccionales y que todos quienes habían estudiado estas carreras estaban como en lo mismo, en la crítica literaria. En ese tiempo tuvo el encuentro con el teatro. Fue a ver
Ofelia o el juego, protagonizada por Pilar Aranda, de Muégano Teatro, se fascinó decidió que eso era lo que quería hacer: crítica teatral. “Con toda osadía escribí sobre lo que había visto. Al salir de las clases, pasaba por diario La Hora. Esa tarde me detuve allí, pregunté quién era el editor cultural, yo no lo conocía, así que le dije simplemente: ‘Escribí este artículo. Veo que la revista Artes no se ocupa mucho del teatro. Si le parece bien, lo publica.’ No sé cómo me atreví, no es mi forma de ser.” La Hora lo publicó y entonces —era 1997—, se inició su actividad. “Fue un aprendizaje sobre la marcha. Me di cuenta de que no sabía casi nada, en la carrera de literatura apenas ves algo de dramaturgia. Entonces empecé a llenar esos vacíos leyendo, leyendo mucho, leyendo lo básico, Stanislawky, Grotowsky, y todo lo que podía”. Fue en el acercamiento a la gente de teatro, desde esa vivencia, que se fue formando. Más que nada, asistiendo a casi todo lo que se hace en Quito y en otras ciudades. “Desde el 97 he visto casi todo lo que se presenta. No escribo de todo lo que veo, claro. Hay cosas tan malas que no te dan ganas de escribir.” En cuanto a la danza contemporánea comenta: “Empecé a relacionarme con gente que estaba en el oficio. Cuando fui al Festival de San Luis Potosí
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compartí con Carlos Paolillo, el crítico de danza venezolano. Aprendí mucho con él. Me di cuenta de que lo primero era entender la historia de la danza; leí libros básicos sobre la interrelación de la danza. Carlos me daba cosas que había escrito él y me guió en las lecturas y en las reflexiones. Coincidí con él en tres festivales y fue como tomar talleres. Cada obra que veíamos la comentábamos al día siguiente. Yo le hacía preguntas. No se guardaba nada, era muy generoso. Fui entendiendo y aprendiendo cómo funciona la danza, hablé mucho con la gente de la danza”. Respecto de la función de la crítica, Genoveva piensa que hay dos posiciones que coexisten: “Aunque se la sataniza, tradicionalmente se ha visto la necesidad de su existencia. Pienso que si se trata de una crítica esporádica, ésta sólo puede halagar el ego de algunos. Pero la crítica con oficio tiene el objetivo de sistematizar las lecturas e ir constituyendo un pensamiento. Además, te pone en la obligación de entender el desarrollo de cada artista, de cada grupo, sus distintos trabajos. Esa es la responsabilidad y el aporte de la crítica. Ocuparse de los consagrados y de los que empiezan. Yo me acerco a los creadores con mucho respeto”.
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de esta publicación desde el 2004 hasta el presente. Esta difícil y admirable labor es lo central de su vida profesional, pero además se ocupa en numerosas actividades paralelas, ha editado la Antología de teatro contemporáneo ecuatoriano en 2002, trabaja como docente eventual en la Universidad de Cuenca, es coautora del libro que conmemora los 125 años del Teatro Sucre, Sube el telón. Actualmente trabaja en una nueva investigación Cartografía de la Danza Contemporánea en Ecuador. Su experticia le ha permitido ser invitada como jurado a muchos eventos y concursos de obras y proyectos de artes escénicas, en el ámbito nacional y en el internacional. Es miembro de varias organizaciones de críticos, como la Asociación Internacional de Críticos de Teatro, desde 2003. Genoveva Mora ha conseguido la armonía entre la vida familiar y un fructífero trabajo creador. *
Es desde esta perspectiva que ella funda y ha logra mantener la periodicidad de la revista especializada en artes escénicas El Apuntador. Es directora y editora *Texto y entrevista: Natasha Salguero
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JENNIE CARRASCO
“Literatura para mí es libertad”.
Fotografía: Guillermo Granja. 2000
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Los sueños de la adolescente ambateña que llega a la capital tomaron forman a través de los libros, de ellos nace el descubrimiento de la palabra y la escritura, también el reconocimiento, cuando gana su primer concurso de cuento colegial. Jennie Carrasco, como tantas otras mujeres que asumieron la vida adulta a temprana edad, hace de la noche su cómplice para borronear y dar forma a los sentimientos. El papel es muchas veces el receptor de sus frustraciones de mujer con recónditos deseos de conocer más allá de su pequeño mundo doméstico. Sin dejar de anotar que es Miguel Ángel Asturias quien marca un momento en su ruta, porque precisamente después de leer El señor presidente, recibe el impulso para escribir su primer cuento, cuyo nombre no logra acordarse. Hay una circunstancia en la vida de esta narradora y poeta que la emparenta con algunos de los escritores y escritoras de su generación: el taller literario dictado por Miguel Donoso Pareja, la puerta que se abre a la intensidad del mundo; su necesidad de conocerlo se transformó en pasaporte para explorarlo, viaja a un país que le brinda innumerables vivencias y acumula material para su primera novela, “la novelita” como ella la denomina, Viaje a ninguna parte. En ese periplo también se afirma en su oficio de observadora, entendió y reconfirmó tantas cosas que siempre habían estado cuestionando su existencia, principalmente la inconformidad con un sistema extremadamente inequitativo y violento. La escritura de sus diarios, que por cierto han ido creciendo, “tienen ya otro tono”, dice ella, ha constituido un
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ejercicio previo a la formalidad literaria, que al inicio estaba más bien volcada a la narración, en cuentos como La diosa en el espejo, Cuentan las mujeres, mujeres, La certeza de los presagios, entre otras. Porque el título de poeta se lo gana gracias a un amor que la llevó a desplegar su vena poética, reconociendo que los primeros versos “un poco cursis” afloran en la intensidad del enamoramiento, y pausadamente van adquiriendo poesía, que se concreta en Arañas en mi vestido de seda… Transcurrieron los tiempos, llegaron los premios, pero tuvo que suceder algunos libros y mucha tinta para “dejar de ser una sombra de mí misma” y asumirse como escritora, título que cree haberlo obtenido con Confesiones apocalípticas. Disfruta profundamente en los talleres que imparte y confirma que la poesía logra entregar y descubrir sensaciones en la relación con sus alumnos y alumnas. Igualmente afirma: “Cada poema que termino, cada cuento, son orgásmicos”, tienen la intensidad y el poder de hacerla sentir feliz, de llorar por cada personaje que cumple su ciclo. No tiene trazada una meta, pero sabe que cuando no tenga que trabajar tanto en lo terrenal, va a escribir más. Saborea pensar que las mujeres que atraviesan su narrativa sean conocidas por más gente. Que su poesía marcada por la resistencia a los dogmas se configure como la posición política de una mujer libre, que ha logrado hacer una vida como ha querido y se siente feliz con eso. “Y sé que mi relación con el mundo es de resistencia”.
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MARTHA ORMAZA Pareciera que una constante en el nacimiento de actrices es la contingencia. Martha llegó un día de acompañante de una amiga a un ensayo al que una de las actrices faltó; se ensayaba En los ojos vacíos de la gente, de Paco Tobar García, “el loco que me enseñó a amar el teatro”. Ella reemplazó a la ausente y Raúl Guarderas, el director, la convenció de que era una actriz natural, de que su obligación ética era quedarse en el escenario. “Y, para rematar, con su retumbante voz de actor clásico… con la advertencia en el dedo índice, sentenció mi destino: ‘Cuántos talentos te di y cuántos me devuelves’… No lo digo yo, lo dice la Biblia”. ¿Quién podía entonces oponerse?”. Además, Martha, ese día que subió al escenario sintió “un vértigo” del que no ha podido ni querido librarse y ha permanecido en él por veinte y cuatro años. Su carrera empezó “cuando los actores de Favio Paccioni y los de Paco Tobar dejaban su oficio o estaban desarticulados, se habían dedicado a la docencia o a quién sabe qué actividad”. Corría el año 1985 cuando llega al Patio de Comedias, donde toda la actividad se desarrollaba alrededor de Raúl Guarderas y su esposa María del Carmen. Ellos aglutinaban con su entusiasmo a actores de todas las edades. El Patio se convierte entonces en ese espacio donde madura sus personajes, crea lazos profesionales y de vida. De hecho hoy se las conoce como parte del elenco del Patio.
De ahí para adelante no ha parado de trabajar, tanto en el teatro como en el campo de las leyes que es su profesión paralela. Martha ha participado en un importante número de gestiones y proyectos sociales a favor de los jóvenes y las mujeres. En las tablas, además de ser parte del trío más famoso de la comedia: Las Marujitas, ha desempeñado papeles diversos en cine y televisión. Inquieta, carismática, comprometida con su fama. Sabe que “el mejor maestro, el más exigente, el más difícil y a la vez el más generoso y veraz es el público, ante quien cada noche me allano —dice— e inclino la cabeza con respeto, afecto y humildad. Cada representación me enseña algo nuevo, me recuerda lo que ya olvidé, aprueba lo acertado y hace un frío silencio frente a mi error o a mi falencia”. Por eso y por su propia convicción, por una necesidad constante de crecer, Martha ha explorado nuevas posibilidades en el teatro: la dirección y la dramaturgia, de la que da cuenta en Oh limbo, La vida vale V y Terceto. Personaje de la escena en El miedo imaginario de Amparito A.; La Marujita se ha muerto con leucemia; Dios; Las criadas; La Marujas entre tereques; Trama, dama y chocolate; La mierda; Monólogos de la vagina. El cine y la televisión constan entre sus escenarios con un buen número de representaciones.
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“Una vida que no cambiaría por ninguna otra…, aunque hubiese billete de por medio”.
Fotografía: Dolores Ochoa. Obra “La Marujita se ha muerto con leucemia”. 1991
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“El teatro es viajar en ese laberinto abriendo puertas que me lleven a jugar con la verdad”.
Fotografía: Archivo Grupo La Trinchera. Obra “El zaguán de aluminio”. 1993
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ROCÍO REYES A Rocío también la ‘atrincheró’ la casualidad, un día del año 1983 llegó con Nixon, su compañero de teatro y de vida, a ver un ensayo de El tejedor de sueños, al que la actriz no llegó “y como no se podía suspender la obra”, terminó improvisando en el escenario de Manta, del cual no se ha bajado. Bolívar Andrade fue el gran impulsador del teatro en esa ciudad. Desde la literatura, él les mostró un mundo extraordinario que para un grupo de jóvenes se tradujo en teatro, sin exactamente saber cómo ni por dónde caminar. No tenían capacitación alguna, la intuición los guió en los primeros momentos. El grupo La Trinchera nació en 1982 en el seno del Colegio 5 de Junio, convocados por Bolívar Andrade. “Hasta ese momento nadie podía apostar que empezaría a escribirse la historia teatral de la ciudad de Manta”. Más aún cuando su gestor sintió que el grupo necesitaba conocimientos técnicos y les dejó el camino libre para buscarlos. En ese momento, Nixon García y Rocío Reyes se integran a este empeño. “Éramos cuatro mujeres en el grupo, pero lamentablemente, soy la única que ha sobrevivido en este oficio, porque el esquema machista de nuestra sociedad fue un gran obstáculo”.
Los primeros talleres los reciben de Luis Martínez y José Morán. Luego, a través del apoyo del Departamento Cultural del Banco Central y la Universidad Eloy Alfaro de Manabí, llegan para aportar su cuota: María Escudero, Christoph Baumann, Bruno Pino y Tamara Navas. Estuvieron también Arístides Vargas y Charo Francés, con quienes se estableció un nexo profesional muy estrecho, tanto, que durante veinte años lo han mantenido”. Rocío está segura de que el teatro no es un momento. “No creo en el mejor momento, estoy convencida de que quiero seguir explorando con todos mis sentidos, porque una actriz, un actor, debe estar en una permanente investigación”. Sabe que el teatro es un viaje permanente, un laberinto en donde no se ha rendido, un escenario por el que ha pasado con Bandaís, con El cuco de los sueños, con Ana, el mago y el aprendiz, con Tres viejos mares, La travesía, Malanoche, El zaguán de aluminio. Sabe con seguridad que lo que le mueve es la pregunta constante, la incertidumbre de cómo, para qué y por qué. Ella y su grupo han sido los pioneros del teatro mantense, los anfitriones y autores del Festival Internacional de Teatro de Manta, que ya lleva más de dos décadas de existencia, y a la par de Manta por la danza, encuentro que tienen caminado un gran trecho.
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GLORIA ARCOS La música la enrumbó por una vida que, desde siempre, la hizo sentir bien. Su voz estuvo presente y fuerte para decir no cuando estaba convencida de algo. No a callar, porque cantar se perfiló invariablemente como la forma de hablarle al mundo. Sus memorias infantiles tienen que ver con esa pasión por la escena, cualquier evento familiar era un pretexto para cantar. Como en toda historia, hay un suceso que la subió al escenario por primera vez: cuando la cantante del grupo del colegio enfermó y le tocó reemplazarla. Fue la oportunidad para “lanzarme y así comenzaron a invitarme a los grupos”, dice. Gloria admiró la canción protesta latinoamericana, y fue precisamente con Hasta siempre comandante que se le abrió el universo artístico, se relacionó con colegas de otros lados, en esos años de dictaduras y violencia. Sin embargo, también entendió que cada lugar de esta América tiene algo que decir, que era necesario hablar desde un tiempo y entorno propio, que por más geniales que fueran las canciones protestas de entonces, repetirlas perdía sentido, de manera que empezó a componer. La figura de Violeta Parra constituyó siempre un referente, no únicamente por la música sino por su calidad de mujer independiente, porque Gloria también ha combatido desde su música a la doble moral
y a la pretensión de enarbolar la figura femenina con la bandera del silencio y la obediencia. “En casa me prohibieron cantar, ensayar y presentarme, tuve que desobedecer y finalmente, mi padre me dio a elegir entre la casa o la música; yo elegí la música y no me arrepiento”. Su caminar ha sido coherente con su discurso, madre de dos hijos a los que dedica importante tiempo de su vida, los incluye en la rutina doméstica, comparten obligaciones y carreras matutinas a las respectivas escuelas, “cuando hay tiempo y plata les invito a una buena peli”. Practica acupuntura, bailoterapia, hace pan integral o de avena —para venderlo— dos o tres veces por semana. Como parte de su formación en la Escuela Neijing, se ha acogido a la propuesta de ayuno del Ramadán. Los sábados estudia Psicología Humanística y visita a su madre. Los domingos son días de casa. En su oficio se identifica también con Jaime Guevara, “por lo que vemos en común y por los desacuerdos”. Son los avatares del día los que a veces se convierten en remolino, la golpean… y se transforman en música, “y es como un alivio porque si no salen de algún modo, me envenenan el alma y el humor. Si es de amor es porque me ha sorprendido con los pantalones abajo, y si es de desamor, ¡peor todavía!, hay que exorcizar el alma con las canciones, aunque salgan por una sola y única vez”.
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“Mi oficio es un regalo de la vida, ¡todo lo sana! ¡y la única manera de ser grata es seguir cantando!”.
Su canción la incursionó en el mundo del blues y la fusión con el jazz, el scat, que le descubrieron caminos para su música y creció. Perteneció por un lapso al grupo Las Ilaloas, pero al parecer donde mejor se acomoda es en la soledad de su guitarra.
Fotografía: Freddy Coello. VIII Encuentro de Mujeres en Escena. 2011
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“El teatro es parte fundamental de mi vida, de mi cotidianidad. Mis dolores y logros los relaciono con el teatro. Amo el teatro”.
Fotografía: Archivo personal
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PATRICIA NARANJO Apenas terminada su formación de bachiller viaja a México, “a buscar qué hacer”, a su regreso decide probar en la Facultad de Artes porque el teatro la atraía, pero no estaba segura de que esa era la carrera. No obstante, “apenas pisé el escenario me atrapó, fue como un enamoramiento que dura hasta ahora”. Patricia descubre en el teatro esa posibilidad de trabajar desde lo más íntimo, concibe la actuación como una disciplina que responde a la necesidad de expresar y canalizar aquello que lleva dentro. A la mitad de la carrera es tentada por Ilonka Vargas y María Escudero, quienes la invitan a participar en A la diestra de Dios Padre, enseguida forma parte del grupo Saltamontes (1979), dirigido por María e integrado por Elena Torres, Carmen Vicente y Diego Naranjo. Si formalmente su carrera se cortó, no ocurrió lo mismo con su aprendizaje. Uno de los proyectos más importantes de esa época se dio cuando se juntaron artistas de diferentes líneas, como José Vacas, Wilson Pico, La Rana Sabia y Saltamontes para llevar a escena Crónicas subyugantes de una batalla, obra que ha tenido la magia de seguir viviendo en cada grupo de manera independiente. Pasados algunos años, siente que es el momento de dejar el grupo; viene la maternidad y el primer receso con el nacimiento de su hijo; cada hijo marcará
un momento de su vida pero también de su teatro, ella lo decidió desde siempre que esa era una manera de estar en los dos mundos. Sin embargo, aunque se alejaba temporalmente de las tablas, no abandonaba el oficio; aparecían proyectos como el trabajo con niños de la calle en San Patricio, con quienes tuvo una experiencia y aprendizaje extraordinario, para su vida y para el teatro, un episodio que le dejó muchas enseñanzas. Patricia Naranjo es, sobre todo, actriz, porque no ha sido la convención del escenario la única posibilidad para desarrollar su carrera, ella es un personaje del cine, de la tele, y lo fue también del radioteatro. Sus mejores momentos en el teatro traen a su memoria Orquídeas a la luz de la luna: “Es una obra a la que le tengo un profundo cariño, por el proceso que tuve, por Charo Francés y Arístides Vargas, considero que fue mi mejor trabajo”. Fue un proyecto propuesto por Tragaluz que, dicho sea de paso, se inició con María del Carmen Burbano, María Beatriz Vergara, Rossana Iturralde y Patricia. Con este mismo grupo pusieron Adiós siglo XX, de Abdón Ubidia, dirigido por Jorge Mateus, y cuenta también como una experiencia plena; al igual que El muchacho del sótano, bajo la dirección de Carlos Díaz, de Cuba.
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Ella dice que si bien en la televisión se abordan los personajes de distinta manera, son también un reto teatral, “en El ángel de piedra, por ejemplo, se dio un cambio con lo que fue La casa de Bernarda Alba, que se mantuvo muy pegada a lo teatral, en El ángel… te pedían otro modo de actuación”, dice. Ha sido parte de las más vistas series de televisión y telenovelas nacionales. Admite que la pantalla chica abre puertas, que es un espacio donde la gente la conoce y reconoce. El cine no quedó fuera de su ámbito, son varias las películas en las que ha colaborado. Su más reciente participación fue en Prometeo deportado, que a pesar de haberla rechazado en un primer momento, porque aquello del casting no siempre le ha traído buenos resultados, terminó siendo un trabajo muy placentero, “conectamos con el director enseguida, igual con los demás actores y actrices; cuando hay un buen director todo funciona, creo profundamente en la figura de la dirección, mis mejores trabajos han ocurrido en ese formato”.
Y hablando de directores, tiene a Jorge Mateus como un referente importante, también como actor: “Cuando estudiaba en la universidad me encantaba verlo por su trabajo íntimo en el teatro, su mística y su amor por la profesión que es digno de admirar. Me deleitaba asimismo Isabel Cassanova; las actuaciones profundas son las que me gustan”. Así prepara sus papeles, la cuestión más superficial la aborda desde un trabajo interior. A pesar de toda esta pasión por las tablas su vida ha sido una combinación entre ser madre y actriz. Ella es una observadora perenne: “Veo a la gente y la relaciono con el teatro”. Esa mirada atenta la mantiene activa, pensando siempre en el siguiente proyecto y cómo lograrlo.
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ROSSANA ITURRALDE
“El teatro me lleva permanentemente a una reflexión no sólo hacia fuera, sino también dentro de mí”.
Fotografía: Eduardo Quintana. Obra “Medea”. 1991
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Rossana es la actriz que llegó al teatro por una de esas casualidades de la vida. Su encuentro con Ernesto Suárez y el monólogo de Roosvelt Valencia de El Juglar fueron el detonante para ingresar en una profesión que no se le había cruzado en sus planes de estudiante de arquitectura. De igual manera, una llamada telefónica desde la Dirección de Cultura de la capital bastó para que ingresara en el campo de la producción, tomara a su cargo y creara el Fite Q, uno de los festivales más importante del país, gracias al cual se ha visto desfilar a los mejores elencos del mundo. Personajes como Medea, o las múltiples mujeres de La edad de la ciruela, le han dado carácter, pero sobre todo lo ha hecho con el personaje que es ella misma: atractiva, luchadora y también controversial; ha enfrentado al mundo y sus dificultades. El teatro ha sido su espacio y su razón. Incansable en su actividad de productora, encuentra también el tiempo para seguir en su carrera de actriz. Rossana ha aportado sus conocimientos desde la enseñanza así como desde la dirección. Cree en el teatro experimental como un medio para la investigación, para la búsqueda de nuevos lenguajes.
Sus estudios teatrales los ha realizado dentro y fuera del país, ha transitado por la pantomima, la danza, el teatro de máscaras, la dirección teatral, la danza butoh. En todo ha puesto su pasión, nada de lo que hace es por formalidad. En la vida y en el teatro entrega su máxima energía, tiene absoluta fe en su capacidad. El cine y la televisión la acogieron en La tigra, Amigomío, Liliana en el hormigón, Sueños en la mitad del mundo. El ángel de piedra, El crimen del silencio, Zámbiza, En un rincón del alma, Yo vendo uno ojos negros. Sin embargo, el escenario es su espacio y su posibilidad de transformarse y vivir en cada una de esas mujeres a las que ha dado vida. Como La marquesa de Lakspur Lotion, La fiaca, Maestra vida (comedia musical), Medea, Orquídeas a la luz de la luna, La quimérica, Jaula de viento, Monólogos de la vagina, Al margen de la historia, Adiós siglo XX, Cartas cruzadas.
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PATRICIA GUTIÉRREZ
“Mi danza es vital, honesta, con mucha fuerza y sencilla a la vez”.
Fotografía: Archivo personal. Obra “Un extraño concierto 2000 años después”. 2006
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Empieza a bailar cumplidos los veinte en el Ballet Ecuatoriano, dirigido por Marcelo Ordóñez. Lo hace durante siete años: “Al principio no me gustaba el folclor y luego lo fui entendiendo”. Además estudiaba, a la par, danza contemporánea y clásica con Fausto Villagómez y Felipe González, respectivamente. Las cosas de la vida: “Siendo roquera me puse a bailar música andina”. Patricia decide entrar a la universidad y cursa su carrera en diseño teatral, “pero no era suficiente, necesitaba bailar”, dice. Con Byron Paredes crean el TIC, un taller de investigación creativa en el que trabajan durante cinco años. Luego vendrá la época en Humanizarte y es ahí donde, un 12 de octubre, preparándose para celebrar los Quinientos Años de Resistencia, conoce a Enrique Males, quien es su compañero desde aquella memorable fecha. La asociación con Enrique le ha permitido a Patricia entender mucho más su cultura y reafirmarse “como un ser humano creativo”, perder sus miedos y enfrentar al público de una manera más segura. Establecer una relación más cercana con los espectadores. “Hemos empatado como pareja y profesionalmente”. Sus montajes llegan mucho a la gente, “esa es la misión del arte”.
En su andar profesional llegó al momento de dar un paso más allá del folclor, a través de él pudo entender más la identidad ecuatoriana, pero comprendió también “que tenía un límite, que cuando se quiere ir más allá hay que encontrar cosas artísticas”. Ella no ha parado de entrenar, lo hace con danza clásica y contemporánea, son su herramienta para sentir la libertad, para moverse en el espacio escénico. Califica su danza de etnocontemporánea, “un folclor con mucha alma”. Cuando piensa en sus referentes regresa en su memoria a su primer trabajo, en una imprenta, donde una compañera escuchaba música andina y aunque no era precisamente lo suyo, sintió “algo” que se reafirmó cuando la misma amiga la llevó al primer concierto de Ñanda Manachi. “Creo que lo tenía en mi espíritu”. Ahora sabe que es lo indio lo que inspira, no lo mestizo. “Antes de bailar oía esos temas indios. Unas voces que venían como de las montañas”.
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Reconoce en Marcelo Ordóñez la semilla que sembró. En Byron Paredes su entusiasmo para levantarla cuando “se bajoneaba”. Y, en Kléver Viera al maestro que le ayudó a descubrir más en el espíritu que en el cuerpo. Imágenes trashumantes es un trabajo suyo que permaneció siete años en cartelera. Un extraño concierto, dos mil años después, la considera una obra especial porque usaron instrumentos ancestrales. “Fue muy fuerte porque se volvieron parte nuestra y a la hora de devolverlos nos causó mucho dolor”.
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“Para mí el teatro es un hecho mágico. Tener cada cierto tiempo personas a quienes implicamos en este juego, es mágico”.
Fotografía: Christian Pérez. Obra “Moros en la azotea”. 2010
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JUANA GUARDERAS Sin temor a equivocación, podría decir que Juana es la cara visible de la comedia. Por donde vaya la reconocen como una de las Marujitas, su carisma le ha ganado el cariño del público. Sin embargo, detrás de Aurelia está “la Juana” ejecutiva y gestora cultural. Su preparación en Ciencias Internacionales, su posgrado en Investigación Científica; pero sobre todo su voluntad y conocimiento de las necesidades del gremio teatral, la han llevado a desempeñarse como vicepresidenta de la Asociación de Trabajadores del Teatro, ATT, a impulsar la creación de la Red Ecuatoriana de Teatros, RET, a ser parte de la Asamblea de Artistas desde el año 2005. A participar en un taller de Industrias Culturales convocado por la Comunidad Andina de Naciones. Su presencia en el ámbito formal del teatro da cuenta de la amplitud de su mirada. La sala de su casa fue un teatro “y el patio de mi casa es muy particular”, afirmaba Juana en una entrevista. Lo cierto es que desde los primeros años de la década del ochenta se constituyó en el punto de encuentro de los aficionados, pero más que nada de los decididos a subir a escena. Sus padres: Rubén Guarderas y María del Carmen Albuja fueron el punto de partida de lo que hoy es la Corporación Cultural Patio de Comedias, gracias a ellos nació este proyecto, en la actualidad dirigido por Juana, que como ella dice: “juega un montón de papeles, desde el papel higiénico hasta el protagónico... A mí me toca estar no necesariamente de cabeza, no me gusta
ser vertical en las cosas; pero estoy aquí sabiendo que cuento con el apoyo de las personas que trabajan y que el Patio es un espacio muy querido por el público”. La Marujita se ha muerto con leucemia, escrita por Luis Miguel Campos y dirigida por Guido Navarro, fue el inicio de un estilo que las ha caracterizado y les ha proporcionado mucho éxito. Las Marujas, coherentes con los tiempos, se diversifican, ya sea “entre tereques”, como “asambleístas” o “ecologistas”. Doña Aurelia y sus compañeras son invitadas, con frecuencia, a los distintos ámbitos de celebración de la escena. Sin embargo, la carrera teatral de Juana Guarderas no se ha circunscrito sólo a la comedia, para muestra están: El secreto de la Azucena, Las criadas, Diario íntimo de una adolescente, Seda y cicuta, Kito con K, Monólogos de la vagina, y muchas más. Su presencia en la pantalla ha sido importante. Participó en No quiero ser bella, Siete lunas, siete serpientes, Dejémonos de vainas. Las Marujas también han visitado los hogares ecuatorianos, a través de la pantalla, con su humor… Juana ha sido parte de algunos largometrajes: Entre Marx y una mujer desnuda, Sueños en la mitad del mundo, Cuando los ángeles lloran. Titán en el ring, María llena eres de gracia, y en Sé que vienen a matarme.
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MARÍA BEATRIZ VERGARA
“Todo lo que ven mis ojos tiene la posibilidad de ser teatralizado o no; si lo es, miro dos veces; si no, lo dejo pasar”.
Fotografía: Eduardo Quintana. Obra “Adiós Siglo XX”. 1992
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“Mis antecedentes como actriz no son más que ciertos esbozos mínimos de algún histrionismo, pero nada concreto. Absolutamente nada porque ni siquiera hay una referencia que tenga que ver con el colegio, o que la familia haya gustado del teatro”.33 Otra y mil veces la casualidad. Otra actriz que nace sin pensarlo, que llega a un teatro a mirar un ensayo y no sale más de él. Convencida de que la mejor arma en el teatro es la intuición, de que ninguna teoría se iguala a esa parte de ella que le dice cuál es la clave, ha caminado largos años por las tablas en obras de distinta factura. Pasó por El retablo jovial, disfrutó de La lección de la luna, se detuvo con La cantante calva, y dijo Adiós siglo XX: éstas, algunas de las obras en las que tomó parte, antes de su etapa más reciente en la que se mete de lleno con la dramaturgia de Peky Andino. De las obras de Andino destaca Medea, donde María Beatriz consigue su papel más contundente. Una obra en la que ella reconoce el riesgo, sabe del equilibrio que debe mantener: “Si le pongo una dosis mínima más de dolor…, se vuelve un melodrama de mierda... Si le pongo una dosis de cabreo…, se vuelve un panfleto”.34 Después de casi veinticinco años de actuación sabe que “el convivir es la etapa de confrontación 33 El Apuntador # 19, entrevista con Santiago Rivadeneira. 34 Ídem.
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de ideas en la que se despliegan pasiones, puede ser fantástico y doloroso también”, señala. Con toda esta experiencia decide ponerse al frente de la obra, lo hace con Función continua, luego se atreve a dirigirse ella misma en Que te perdone Dios, yo no. Igualmente se dirige en obras de su última producción, donde opta por un estilo de teatro totalmente distinto de que hasta ahora había hecho, el stand up comedy: Ser mamá o morir en el intento y Jarabe de pico, con guiones de su autoría. Es también autora de decenas de guiones, montajes para la radio y adaptaciones hechas para la televisión donde, por cierto, ha tenido presencia. En La casa de Bernarda Alba, El segundo enemigo, La gillet, Zona obskura, De la vida real, Historias personales, Los que se quedan y los que se van, o As de corazones, Corazones cautivos, Sandunga con alas, Una princesa sin cuento de hadas, La torera, Manuela Sáenz. Lleva consigo un gran bagaje, en el que también está la memoria de sus maestros, pero sobre todo la imaginación, “sin imaginación no hay memoria que valga. No hay teoría que se sustente. No hay escuela que se compruebe”.35
35 Ídem.
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SUSANA NICOLALDE Los inicios de su carrera teatral los vive en Guayaquil, su ciudad. Mientras estudia Psicología Clínica en la Universidad Católica, forma parte del grupo universitario de teatro dirigido por Ernesto Suárez, quien en ese momento lideraba el famoso Juglar. En esos años, los ochenta, Susana palpa el entusiasmo teatral reflejado en un movimiento impulsado por Teatro Gestus Experimental (nacido del grupo de la U. Católica), el grupo La Ventana y Sarao. Empezaban a nacer grupos jóvenes como Luz y Sombra, que luego se transforma en Fantoche. Se hacía teatro en la calle, se desarrollaron proyectos comunitarios, todos a través de la actividad teatral.
Su formación es más bien autodidacta. Accede a talleres diversos en una búsqueda constante de las distintas formas de expresión del lenguaje escénico. Su actividad coincide con el tiempo que Mirella Carbone vivió en Guayaquil, ella será una figura importante en sus hallazgos, en su indagación escénica; le ayudará a entender el trabajo del cuerpo y sus principios técnicos. La etapa que vivió con Gestus fue un tiempo de utopía, de sueños que le confirmaron la posibilidad de existir como grupo. Virgilio Valero era el director, pero eso no obstaba para que todos aportaran y propusieran. En 1990 decide venir a Quito para hacer un taller con Malayerba: “Hice el primero, me atrapó y sentí la necesidad de continuar”. Permaneció cinco años con ese
grupo, fue parte del primer montaje de Jardín de pulpos, luego vino Luces de bohemia; para Susana, uno de los montajes que marcaron su vida porque pudo trabajar un teatro del cuerpo. Un tema que desde sus comienzos, en el trabajo colectivo, rondaba en sus cuestionamientos. Wilson Pico, director de la obra, será también personaje fundamental en el proceso de esta actriz; igual que Arístides Vargas. Retrato abierto, Deshojando a Margarita y No ha pasado es nada cuentan entre los principales trabajos como actriz. Aunque su empeño la ha llevado también a la dirección. Realizó la dirección actoral de Débora, el fin. Dirigió Espacio intermedio y la recientemente estrenada: Una mujer cualquiera. A mediados de los noventa empieza la era Mandrágora, creada para proponer, no solamente como un espacio pedagógico, sino también de reflexión. De hecho, la actividad ha ido creciendo y es una sala, no sólo de clases, allá llegan grupos de otras ciudades, se reúnen para las lecturas dramáticas, y está abierta para inquietudes diversas. Su escenario ha visto nacer los trabajos de la escuela y de gente que conoce de la generosidad del grupo Mandrágora. El 2004 marca el año en que Susana Nicolalde realiza el primer encuentro Tiempos de Mujer, un evento pensado para juntar propuestas, discutirlas y exponerlas ante un público que lo espera cada año.
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“El teatro es un laboratorio, una búsqueda en todos los sentidos. Es el espacio de exploración permanente donde expongo todo aquello que desde la intimidad me cuestiono”.
Fotografía: Eduardo Quintana. Obra “Retrato abierto”. 1997
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RUTH COELLO
“El teatro ha sido como un matrimonio, con momentos de mucha pasión y otros de casi divorcio, grandes alegrías y mucha decepción”.
Fotografía: Archivo Grupo Fantoche. Obra “Belisariodragón Temerario”. 2004
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Ruth no es la excepción en esta galería de mujeres, llega al teatro por azar, “un encuentro con la vida y con mi pareja”. Ella estudiaba arquitectura y conocía a Hugo Avilés de los tiempos del barrio. En su reencuentro, es él quien le habla de un taller de teatro, al que asiste sin mucha convicción pero se da cuenta de que tiene condiciones. “Diría más bien que el teatro me escogió”. En esos años ochenta en Guayaquil convivían diversos grupos, el ambiente era muy fraterno, “no se daba esta competencia ni los celos que hoy vivimos”. Eran tiempos de búsqueda, de necesidad de encontrar un modo particular de contar aquello que el mundo ofrecía. Ese es para esta actriz uno de los hallazgos del teatro, hablar desde lo extracotidiano. Entre sus referentes, más que en un nombre, piensa en ese entorno que la constituyó, un espació que provocaba, “donde nos veíamos unos a otros”. Aunque sabe que es su compañero de vida quien más ha influido en su vida de actriz. Recuerda también a Christoph Baumann como un personaje especial, cargado de mística.
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Su formación la realizó a través de innumerables talleres y de veinte años dedicados al teatro. Ella es una soñadora, aunque a veces reconozca que en medio hay pesadillas, días desoladores en los que parece imposible avanzar. Entre los sueños que se han vuelto realidad está un espacio alternativo para stand up comedy e impro. Amén de las contradicciones, está convencida de que hay que seguir, sabe que los subsidios son una entelequia, que lo único real es su fuerza y el convencimiento de lo que hace. Sabe también que no quiere abandonar el teatro formal, ni el teatro para niños porque cree en ellos firmemente, y por qué no, por las innumerables satisfacciones que le han deparado. Ruth ha sido personaje de El hombre que se convirtió en perro, Los vampiros, Pinocho, Los náufragos, Yerma, Caravana para la vida, Colcha de retazos, Match de improvisación, entre otras. Su tránsito en la pantalla chica lo hizo en Casos de la vida real, Archivos del destino, Solteros sin compromiso, Historias personales.
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YOLANDA NAVAS Hacia el año 1984 empieza a trabajar con Ramón Serrano, el oficio lo va aprendiendo “sobre la marcha”, Ramón es quien le hace conocer este mundo maravilloso de los títeres. Poco a poco y mediante su propia iniciativa estudia e investiga hasta que, como en el juego, parece decir ‘el florón’ (nombre del grupo de Serrano) está en mis manos, y se decide a probar otros espacios; realiza junto a Cristian Carrasco, teatro de calle y presentaciones para escuelas. Siguiendo el periplo de su búsqueda, permanece un tiempo con Tilintintero, dirigido por David Torres, para entonces ya se había familiarizado y los muñecos eran parte su vida, pero sentía que había que aprender más. Viaja a Italia en 1997, estudia dramaturgia, trabaja con algunos grupos y perfecciona la escultura en madera, que en Ecuador había aprendido de alguien a quien ella respeta y recuerda con cariño, Pepe Yépez. A su regreso funda Titiritainas, “un grupo de a una, yo y mis muñecos”. Sin embargo, esto no ha sido obstáculo para mantener una actividad ininterrumpida para escribir, para crear y para producir un festival internacional de títeres: con bombos y platillos, desde la Fundación Titerefue. En el año dos mil siete inaugura esta fiesta que año tras año invita a los titiriteros del mundo.
Yolanda es de esas personas transparentes que ama lo que hace, sin aspavientos ni poses “Me considero una artista en el sentido de que mi filosofía, mi ideología, mi estética, está en mi obra. Pero más bien soy una artesana, para mí esto es un oficio y en ese sentido, trabajo, sueño, y me doy muchas libertades”. Entiende que todo está dicho, que no hay dogma a la hora de crear, se sabe una artista popular que cuenta cosas de su entorno, historias que nos pertenecen. “Me emociona cuando estoy en ‘las europas’ y se reconoce que esto es de Latinoamérica”. La escritura la tentó desde sus comienzos en el teatro, Pinocho fue su primera adaptación, le siguieron varios cuentos pequeños. Su primer texto fue Sarustio, el caballo adolescente. Siguió con La lupita, un homenaje a la mala suerte; Sopa de ladrones; Tres tristes historias, cortas pero breves; El agua; Leyendas populares; De cómo Vladislao XV llegó al barrio de San Juan, con esta obra ganó el premio Proyectos Escénicos del Teatro Sucre. Ahora mismo está escribiendo La brava. Las contrariedades no han sido un freno, es optimista y cuenta: “Siempre digo este es mi mejor momento, pero creo que, sin ser demagógica, me siento muy bien cuando una obra funciona; me proporciona la sensación de una golosina, es que
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como haberme comido muchos chocolates, me siento feliz”. En lo que sí está clara es en no hacer temporadas, eso es lo único que le pone triste, porque no siempre el público responde, a pesar de que han sido pocas las ocasiones en que le ha tocado cerrar el telón.
“Para mí esto es un oficio y en ese sentido, trabajo sueño y me doy muchas libertades”.
Fotografía: Archivo personal. Obra “Tres historias tristes cortas, pero breves – Fragmento: Los hermanitos”. 2004
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CAROLINA VÁSCONEZ
“La danza es el amor de mi vida”.
Fotografía: Archivo personal. Obra “Ráfaga”. 2002
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Una clase con María Luisa González bastó para entrar en el mundo de la danza y conocer luego a Carlos Cornejo, quien le enseñó a amar la danza, a asumirla como una pasión. Tepsícore la hechizó a los diecisiete años y desde entonces, bailar ha sido lo primordial en su vida. Ella es de esas bailarinas que lleva en su porte el membrete que la denomina. Su búsqueda nace de la posibilidad que su cuerpo le brinda. El cuerpo como punto de partida para enlazar ese impulso físico con el pensamiento y necesidad de otorgarle sentido a la creación. Carolina huye de los estereotipos, respeta la naturalidad y espontaneidad, la intuición como paso previo a la creación de sus piezas. El Frente de Danza Independiente fue el espacio donde desarrolló su carrera y, al mismo tiempo su labor de profesora. Dirigió a los más jóvenes y compartió con sus pares en ese lugar paradigmático de la danza contemporánea del Ecuador. Es ahí donde entregó su creatividad y generosamente compartió con maestros como Wilson Pico, quien le enseñó que todo cuerpo tiene su posibilidad. Kléver Viera le mostró esa visión carnal de la danza; May Screming, la posibilidad y la sutileza del movimiento.
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Carolina se empeña constantemente en probar lenguajes nuevos, en dar a los objetos significaciones impensadas, como cuando hace dos décadas hizo de un témpano de hielo su elemento para Amar helada, cuando colmó el escenario de bolsas de agua en Las olas del mar. O la decisión de buscar en Vacío la abundancia de la domesticidad que repleta de vida de mujer. Carolina tiene a su haber un importante número de coreografías que llevan el sello de sus preocupaciones a nivel creativo. Entre otras: La voladora, La huesudita, Ráfaga, Tierras de fuego, La polvareda, Aguas, niñas de piel (mención de honor en Alas de la Danza, 1998). Luego de que en el 2006 se retira del FDI, inicia una etapa de verdadera autonomía creativa junto a otras mujeres, quienes habían impulsado un festival alternativo para la danza: No más luna en el agua. Dirige el grupo Hadadas, un espacio de iniciación y experimentación. Actualmente forma parte de Cuarto Piso, un colectivo que incluye a Irina Pontón, Josie Cáceres y Ernesto Ortiz.
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JOSIE CÁCERES Es la receta que a lo largo de su vida ha aplicado esta mujer de la danza, a quien se la puede definir como una bailarina contemporánea, cuya danza está imbricada de otras artes, un oficio donde la línea que la define está, principalmente, en una posición de creadora, consciente de que los tiempos reclaman una mirada amplia. Nacida dancísticamente hablando en Yara Danza, en las clases de Kléver Viera y el espacio que por esos años había abierto Isabel Bustos. Recorrido más bien breve porque enseguida pasar a formar parte de Frente de Danza Independiente. Josie Cáceres se inicia en el lugar donde los bailarines contemporáneos plantearon otra danza. Si bien ese fue su espacio por largos años, son varios también los transitados por un camino muy personal en el que ha venido construyendo su danza, por rutas nada ortodoxas.
Su paso por el teatro le abrió horizontes, la palabra pasó a formar parte de su danza, hizo del cuerpo una herramienta amplia, comprendió que la danza es más que bailar bien, mucho más que el virtuosismo, “cuando entendí de qué se trataba el movimiento, dejé de tener la pretensión de aprender y hacer movimientos ‘bien’, me planteé la posibilidad de vivirlos desde mi cuerpo”. Su estatuto de bailarina independiente le confiere la certeza de que ‘la equivocación y el acierto’ son parte del riesgo asumido en la creación solitaria, y que solo a ella le pertenecen. La literatura de Saramago y Paul Auster es para Josie una posibilidad, el punto de inicio, a veces el detonante que se transforma en lenguaje corporal. La vigencia que para ella tiene la obra de Dalí o Annette Messager está en su capacidad de seguirla cuestionando, de retarla a buscar más allá de la forma. Figuras de la danza como María Ribot, por su manejo del cuerpo y su forma de componer, de Jerome Bell, Cristina Moura y Peeping Tom, son referentes importantes a la hora de trabajar lo suyo.
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“Constancia, perseverancia y amor a mi trabajo”.
Fotografía: Gonzalo Guaña. Obra “En la cuerda floja”. 1996
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“La trama en la danza es total y segmentarla es mi complicación”.
Fotografía: Galo Valencia. Obra “Mujer”. 1988
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CECILIA ANDRADE Cecilia Andrade es de aquellas bailarinas que danza por placer. Sólo hace falta escucharla hablar, para entender a través de sus palabras lo que para ella significa danzar: “Despertar cada mañana en el árbol de las campanas blancas, deshaciendo entre mis dedos su textura aterciopelada; la flor azul de la alfalfa ondulándose al viento y despidiendo su fresco aroma…, más tarde las vacas, su líquido blanco represado en recipientes blanco y azul, completaban un mágico día de mi infancia. Vivencias que me conducen al arte de la danza”. A través de su hermano Nelson se enteró de los cursos libres de danza clásica que se iniciaban en el Instituto Nacional de Danza, “fui a dar las pruebas y me aceptaron con condición, por mi estatura”. Cecilia recuerda el año de 1981, cuando la danza y la euforia, o la utopía de un sueño social, caminaban al unísono: “El Teatro Prometeo era el centro del alimento espiritual, las plazas, las conchas acústicas de los barrios periféricos, las calles, los parques, el teatro Sucre, el Universitario, el Teatro de la Tola. Todo Quito era el gran escenario de las artes escénicas”.
Su aprendizaje en el Instituto Nacional de Danza, riguroso, alegre y al tiempo muy disciplinado, le abrió el camino para seguir con grupos como Yaradanza, CENDA, el FDI; así como la posibilidad de compartir experiencias con las compañías extranjeras que visitaban la ciudad “veinte y cuatro horas alimentándonos de danza”. Cecilia es una bailarina de convicción, su tiempo lo dedica también a enseñar en el Frente de Danza Independiente. A compartir aquello que aprendió a lo largo de su carrera con maestros de distintas tendencias como Karen Schimit, Kléver Viera, Juan Carlos Moyano, Mirella Carbone, Paula Rettore, entre otros. Como intérprete ha estado en: La Linares, Vida del ahorcado, La cantata urbana, Contravías, Cuentos del tercer cajón, Irreprochablemente tú y yo. Como coreógrafa, sus creaciones son: Mujeres, Teresa, Rastros, Charcos, Encrucijada, María Antonieta de Jesús, Bernarda de los milagros, W.C o Armario de aguas, Fragmentos de Cuerpo, Caos 2001, entre otras.
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LILIANA TORRES Nacida en Loja en el seno de una numerosa familia campesina que en los años setenta llegó a la capital, Liliana hizo sus pininos de titiritera, como tantos otros, con los ‘sabios ranos’, Fernando y Claudia, entrañables amigos y maestros. Una etapa importante, tanto personal como profesionalmente, la vivió junto a Augusto Lavanda, lojano como ella. A decir de Claudia Monsalve, un gran constructor de títeres. Se conoció con Liliana en una de esas temporadas en las que él también trabajaba con la Rana Sabia. Liliana fue parte de Trapichillo, el grupo nacido en Loja, titiriteros también. Y para completar ingresos, administraban la cafetería en La Casa de la Danza. Liliana era una gran trabajadora, excelente productora, y para complemento, muy creativa en el diseño de vestuario; de modo que ‘se batía’ por todos lados, como dice la sabiduría popular. Todo para salir adelante y crecer con el arte de los títeres. Participó por un buen tiempo con Alberto Caleris en una campaña de salud de Unisef. “Ahí se fogueó mucho”, dice su querido amigo Fernando Moncayo. De gran carácter, laboriosa, amigable y constantemente abierta a nuevas oportunidades, para ella no constituía dificultad alguna hacer amigos, ni hacer de otros mundos su país; por eso un día del año
1996, cuando andaba de gira por Colombia, decidió que era un buen lugar para establecerse, y sin mayores planes ni garantías, con mucha expectativa y ganas de trabajar, gestionó con los Hilos Mágicos, el tradicional grupo de Pereira y se quedó en el país vecino. Estudió con Ciro Gómez, reconocido titiritero, asimismo recibió las enseñanzas de Manzur, otro marionetista “mágico”, dice Moncayo “como el papá de los títeres”. Regresó, luego de esta etapa de riquísimo aprendizaje, lo hizo por una temporada, con una obra de gran imaginación que tenía como protagonista a una muñeca gigante, encantó a grandes y chicos en el Avión de la Fantasía, allí en plena Carolina. De regreso a Colombia, mientras recorrían la región del gran Caldas, siempre convencida de trabajar para la periferia, para los ‘otros’, contrajo una violenta enfermedad, un virus que no dio tregua y se la llevó de manera inesperada. Liliana vivió intensamente y se ausentó antes de tiempo. Sus más cercanos amigos, su gente de teatro, su hijo Nicolás y su hermana Carmen, cumpliendo sus deseos la despidieron junto al mar; Nixon García pronunció el adiós, Fernando leyó un poema, mientras las cenizas se esparcían y el agua envolvía en su blanca espuma, los últimos vestigios de una teatrera de mucho corazón.
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“Amigable, laboriosa y creativa hasta la última función”.
Fotografía: Nicolás Maldonado
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VIVIANA CORDERO El privilegio de tener unos padres que, cosa poco usual en este mundo, querían que sus hijos fueran artistas, le mostró desde siempre un universo libre de ataduras. París, en un momento de su vida, no solamente fue la sede de su universidad, la Sorbona, donde estudia Letras Modernas, sino ese espacio que la nutre de tal manera que Viviana opta por cambiar su educación formal por aquella que le brinda el mundo. “En Francia leía todo lo que caía en mis manos, veía todo, cosas geniales, pero sólo veía, no fui a la escuela (de cine)”, y se diría que desde esa mirada atenta se fue construyendo como directora de cine y teatro, experiencias que junto a su oficio de escritora la constituyen.
si fue acertado haber dejado trunca la carrera; pero, en el fondo de su corazón sabe que ese título la hubiera direccionado hacia un trabajo más convencional.
Además de lo señalado, en la vida de esta dramaturga hay un personaje que fue una especie de luz, el puntal más fuerte de su existencia: su hermano Juan Esteban, “la primer vez que escribí un cuento se lo mostré y él creyó en mí, en mi capacidad”. Cuando Juan Esteban regresa de París hacen Sensaciones (1991), la película en la que ella debuta como actriz y codirectora de su hermano. Al poco tiempo de esa experiencia tan enriquecedora le toca vivir uno de los momentos más dolorosos, la partida definitiva de quien era su apoyo primordial, “es su muerte la que me obliga a seguir porque en esa época creía que no podía nada sin él”. Ese año noventa y tres, cuando también había terminado su primera novela El paraíso de Ariana, marca un hito en su biografía, encuentra en la creación y en el trabajo una manera de darle sentido a la vida. Se cuestiona también
Sus días transcurren llenos de actividad, el comedor de su casa es el lugar de producción, está habituada a trabajar en medio del ruido, lo aprendió desde la juventud cuando su hermano estudiaba piano y lo tenía de vecino de cuarto. “La torera se gestó en mi casa cuando mi hijo era un bebé, mi última película, no podía dejar a mi hijo”. Tiene en su familia su equipo de apoyo, su marido hace la fotografía y la edición, sus hijas están involucradas en sus proyectos y su madre la apoya cuando hace falta. Solamente las mañanas, que son más silenciosas, las dedica a la escritura. Los horarios lo imponen su dinámica familiar, pero ella siempre se arregla para avanzar en sus metas. No le interesa la vida social ni las fiestas, “mi premio es tiempo para releer un guión, o tomarme el domingo en la mañana cuando todos duermen para ver un ensayo”.
Viviana es una trabajadora incansable a quien los impedimentos no la han detenido; un proyecto la lleva a otro y si la película tropieza encuentra la salida en el teatro. Varias ideas para el teatro se han gestado durante la producción cinematográfica. Ha escrito y dirigido: El gran retorno (para TV), Titanes en el ring, Retazos de vida. Su escritura dramática se inicia con Mano a mano, le sigue Tres, Escenas familiares, La torera, María Magdalena, la mujer borrada, entre otras.
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En esa vasta producción no tiene favoritos, reconoce el cine como lo más complejo de producir porque se labora con mucha gente y el tema económico es siempre difícil. El teatro le da grandes satisfacciones y retos, en cada obra vive los personajes junto con los actores. Le gusta el desafío de trabajar con aficionados. Le teme a la escritura porque es un trabajo solitario y se sabe muy crítica con sus textos. Ama su oficio y tiene presente figuras como la Yourcenar, Colette, mujeres extraordinarias que las toma como modelo. Admira a Woody Allen, a Sam Mendes, porque son personas que trascendieron en su campo de trabajo. Tiene muchos planes para su vida, a pesar de que “se siente el tiempo”, entonces se necesita más energía y fuerza para caminar. Se ve haciendo lo mismo mientras le dure la vida: “Me encanta, lo disfruto, quizás la escritura es lo más fuerte…”.
“Siempre he dicho que crear es una especie de barullo, una fanesca, una ensalada frutas”. Fotografía: Lorena Cordero
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“Búsqueda y vuelo”.
Fotografía: Pedro Saad. Obra “Solo cenizas hallarás”. 1997
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IRINA GAMAYUNOVA En gran medida estas palabras con las que Irina resume el oficio de actriz, definen toda una vida dedicada a la actuación.
Es alrededor de los años noventa cuando la vemos aparecer en el escenario ecuatoriano en Sueños de un seductor, El año que viene en el mismo lugar.
Nace en Moscú, diríamos que marcada por el arte, por el trabajo de su padre, un director de cine, y su madre, directora de coros; de manera que desde su infancia, el escenario, el teatro y los estudios de cine constituyeron su natural manera de habitar; tanto que a los doce años ya actúo con profesionales: “Sentí que la luz del teatro sustituía para mí el sol”.
Junto a Pedro Saad realizan una adaptación de Alicia en el país de la maravillas, para adultos. En 1996 pone en escena su primer texto dramático A calzón quitado; y desde entonces la lista de participaciones es muy amplia.
Como no podía ser de otra manera, todos sus estudios se orientaron a la actuación. Para ella que viene Moscú, “la patria del teatro”, sus objetivos primordiales se han enfocado en el arte. Dueña de varios títulos académicos, pero sobre todo de dones que le han permitido brillar en la escena y participar en una importantísima cantidad de obras dramáticas, cine y televisión, y ser reconocida como una figura del escenario ecuatoriano. En la primera etapa de su actividad escénica realiza papeles de la dramaturgia clásica, mientras es parte del Teatro Estudio Juvenil de Moscú, así como actriz invitada a distintas obras teatrales.
Varios son los campos en los que ha incursionado: la dirección de cortometrajes, la escritura de obras dramáticas, dirección teatral, así como la contribución actoral en la escena y la pantalla. Aunque Irina se formó en el país del teatro, reconoce como sus directores preferidos y con quienes más a gusto se ha sentido al trabajar, a Pedro Saad y a Patricio Estrella. Ama todas sus obras, no quiere señalar una preferida porque son, dice, “como mis niños y no quiero que ninguna se resienta”.
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GABRIELA ALEMÁN Gabriela Alemán descubre en la adolescencia la escritura, alimentada por las lecturas y con seguridad influenciada por la herencia literaria de su abuelo, Hugo Alemán, destacado cronista y poeta; de su padre, un gran lector, cuya voz está aún grabada en la memoria de Gabriela cuando en las noches leía para ella. Entre sus remembranzas cuenta la imagen de su casa siempre provista de libros y de la presencia de grandes escritores como Alfredo Pareja Diezcanseco o Jorge Enrique Adoum. Gabriela nació en Río de Janeiro, creció en siete países; estudió el colegio y parte de la Universidad en Paraguay, donde formó parte de un equipo profesional de básquet, oportunidad que tendrá también en Suiza, durante su estancia en ese país. Su interés por el arte la llevó asimismo a estudiar danza contemporánea y mimo en su época de adolescente. Es dueña de una vasta formación académica en importantes universidades. Viajera constante, primero debido a la carrera diplomática de su padre y más tarde por voluntad propia. De hecho los viajes han sido, en buena medida, la oportunidad y el impulso para escribir. Siendo estudiante, luego de ganar un concurso en la universidad de Asunción, la seleccionaron con ese mismo cuento en España y obtuvo un reconocimiento maravilloso, nada más ni menos que convivir, en Molina, España, con un grupo de escritores tan prominentes como figuras
queridas de la literatura del mundo: Jorge Amado, Zelia Gattai, Ana María Matute, José Saramago, Juan José Arreola, Tarik Alí, Juan Goytisolo, Augusto Roa Bastos, Wole Soyinka, Mario Benedetti, entre otros. “Desayunaba, almorzaba y cenaba con ellos. Eso, a los veinte años, me trastornó la vida. Viví durante dos meses en otra dimensión, de allí salieron varios cuentos de mi primer libro, Maldito corazón”. Gabriela dedica gran parte de su tiempo a la escritura, además de ser profesora universitaria, editora y traductora; y cómo no, un personaje clave del mundo cultural que constantemente es requerida e invitada a distintos eventos que tienen que ver con la literatura y el cine, especialmente. Su vida transcurre en la ciudad, en pleno centro de Quito, en un departamento que probablemente reproduce aquella lejana imagen de su casa colmada de libros, un espacio acogedor que da cuenta del oficio de su dueña, dispuesta siempre a ofrecer un buen café. Y podemos fantasear pensando que Zoom, Fuga permanente, Body time, Poso Wells, entre otras, se habrán gestado entre libros, en el placer del campo, el deleite del jardín y la buena cocina, que a Gabriela tanto le gusta. De sus grandes momentos anota el día que recibió la beca Guggenheim en el 2006, privilegio que solamente una docena de compatriotas ha tenido. Igual de emocionada se sintió al recibir el anuncio de haber
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“Los libros son mejores que la pizza”. sido seleccionada para formar parte de Bogotá 39, que la llevó a ser parte del Dream Team de la literatura latinoamericana en el Hay festival con sede en Gales, honor que compartió con colegas escritores de este lado del mundo. Admiradora del gran César Dávila Andrade. Lectora imparable, sabe que un buen libro puede llevarla a latitudes impensadas, cambiarle el color del
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Fotografía: Iván Garcés. 2011
día, aligerar la cola de una oficina pública, entregarle la energía para seguir caminando por un mundo complejo; torearle a la soledad, y tantas cosas más… Catadora del buen sabor de la escritura, reconoce, sin ser las únicas, de la obra de Grace Pailey, Angela Carter, Joan Didion y Ursula K. LeGuin, cierta influencia para su escritura.
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“El teatro ha sido el maravilloso pretexto para hacer lo que siempre he querido: ¡mentir sin que nadie me culpe!”.
Fotografía: Christian Taucher. Obra “María Magdalena... la mujer borrada”. 2004
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JUANA ESTRELLA Como ella mismo lo afirma, “más cuencana que el motepillo”. Así como la cuencanía la caracteriza y determina, Juana Estrella tiene otro gentilicio, es teatrera por excelencia. Talentosa y versátil, capaz de asumir el rol que le propongan. Su carácter abierto, su personalidad, su disposición para la escena hacen de esta actriz una de las teatreras más bien recibidas por el público. Ella lo dice sin remilgos: “Me he arrimado a las formas interpretativas sacadas de vida”; confirma de este modo aquello que decíamos, Juana lleva consigo a la artista. Seguramente hoy que anda recorriendo el mundo, ese alter ego suyo estará alimentándose de mil y una historias que esperamos devendrán en personajes. “Yo soy del grupo de los talleres del Banco Central”, suele decir cuando se le pregunta por su formación. Comediante innata, profesional también, porque si bien el teatro del humor lo asume con entusiasmo, los papeles dramáticos han sido su reto,
y también su ganancia. Aunque no ha tenido una formación ortodoxa, los talleres recibidos le han proporcionado el material para explotar su talento natural. Su versatilidad, y también la libertad de no estar casada con ningún grupo, le han posibilitado trabajar con directores de tendencias diversas y con elencos también distintos. Imborrables serán María Magdalena de … la mujer borrada o doña Anita en el Monólogo de La Escoba. Así mismo, sobre todo en Cuenca, nadie podrá olvidar el retrato hecho de ese chasco colectivo, en la llamada Noche de los giles (obra de creación colectiva). Al igual que la singular Cristóbal Colón, historia del primer hombre que puso un huevo de pie, texto original de Michel de Ghelderode e idea de Felipe Vega de la Cuadra, con dirección de Pepe Morán. Juana ha participado en un amplio número de obras como El hacedor, El espejo, El eterno femenino, Los monólogos de la vagina, Las aventuras de mama faldera, Receta para viajar, entre algunas. Y claro, su figura es parte también de la pantalla ecuatoriana.
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VALENTINA PACHECO Teatrera de corazón, cualquier pretexto fue siempre bueno para representar, su mundo era amplio y nada ajeno desde su nacimiento en Italia, “de pura chiripa”. Su infancia la pasó en exóticos países donde vivir era un acto de total libertad, parte de su niñez transcurrió nada menos que en Macondo (un campamento de Aracataca), y la adolescencia, en Roma, allí se educó hasta los dieciocho años cuando regresa a Ecuador, su país de origen, a conocerlo, apropiarse y volverse ecuatoriana. Las aulas fueron su primer teatro, su primer elenco los compañeros a quienes conquistaba para darle vida a las fábulas de Esopo, ella los dirigía además de actuar.
crear, “hambrientos de contagiarnos, alimentarnos y compartir propuestas y encontrar un espacio para poder hacer teatro”.
Terminada su carrera de lingüística, decide que lo suyo está en la escena y empieza a tomar talleres en la Humboldt, la Alianza Francesa y seguidamente su primer laboratorio con Malayerba en 1989, grupo del que formará parte y con quienes hará su estreno profesional en Francisco de Cariamanga, oportunidad que le confirma su pasión teatral, su profesión, y como dice Valentina: “Me atrapa de manera vital, como algo único, como mi manera de ser, hacer y estar en la vida”.
Valentina es actriz que ha estado presente en el cine y la televisión, fue coprotagonista en Cara y cruz, de Camilo Luzuriaga, recientemente antagonista en Criaturas abandonadas, de Francisco Cevallos. En televisión ha colaborado en series como Las Zuquillo, Historias personales, Pasado y confeso, Producto bruto, entre otras.
Valentina Pacheco pertenece a la generación del teatro que experimentó y vivió ese giro teatral de los años noventa, cuando todos estaban en la búsqueda y sentían la necesidad de agruparse,
Uno de los referentes importantes para su carrera ha sido Arístides Vargas y su dramaturgia; su modo de trabajar y su entrega al oficio han constituido para ella su punto de partida. Hoy trabaja de manera independiente, lo cual le brinda la posibilidad de indagar por cuenta propia, plantearse distintos modos de abordar la actuación, el trabajo con objetos y la construcción del personaje, cosa que le ha permitido trazar un estilo muy personal.
Además de Arístides Vargas ha trabajado algunas obras de autoría y dirección de Viviana Cordero, Flora Lauten, Juan Andrade y para sus dos últimos trabajos, la reposición de La herencia de Eva y Piel roja, ha encontrado el apoyo y dirección de Marilú Vaca, con quien hacen un dúo perfecto de trabajadoras apasionadas por la escena.
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Valentina vive teatro, respira teatro, hace teatro, es de esas personas alegres, dispuestas y entregadas, todo el tiempo está tejiendo sueños y urdiendo en el mañana; no bien termina un proyecto ya está con el siguiente, aunque sea en papel, pero lo seguro es que siempre hay algo rondando en su cabeza.
“Hago teatro, porque no sé hacer otra cosa…”.
Fotografía: Lorena Cordero. Obra “La Torera”. 2006
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“La vida que llevo se debe a una decisión que tomé en un momento de confusiones y siento que no erré”.
Fotografía: Archivo Grupo Espada de Madera. Obra “Al pie de la campana”. 2001
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ANA MARIZA ESCOBAR En la vida de algunas actrices se repite como elemento constante una suerte de azar, de tentación, que se cristaliza un día impensado. Así, un agosto cuando era el ‘mes de las artes’ en Quito, Ana se encontró en un taller que ofrecía el Municipio y lo dirigía Pedro Saad, desde entonces confirmó su deseo de ser actriz. Al año siguiente, en el mismo mes, tropezó con Patricio Estrella como director del taller; terminado éste, aceptó su invitación para continuar el entrenamiento en La Espada de Madera, y “sobrevivió”, porque los entrenamientos, según recuerda, eran muy rigurosos: “trabajábamos desde las nueve de la mañana hasta que el cuerpo aguante”. Ella tiene en su memoria los años noventa, cuando la efervescencia teatral era contagiosa, “cuando El Fenix tenía cartelera llena”, y obras como Pluma, El principito, Kito kon K, Romeo y Julieta, le confirmaban que su elección había sido correcta. “Recuerdo mucho los trabajos de los estudiantes de la Facultad de Artes dirigidos por Ilonka Vargas; a Susana Reyes y a Moti Deren, él tocando un piano de cola y cantando una canción de Silvio Rodríguez, mientras Susana bailaba en unas ventanas. También recuerdo a Las Marujitas”. Su participación en Al pie de la campana le dejó un sello teatral, fue la primera vez que trabajaba en la experimentación y participaba en la construcción del
texto, aceptando una cantidad de retos: “Con esa obra sentí que encontré el camino para ser actriz”. Más adelante vino El Quijote, otro desafío que, al mismo tiempo, le dio la posibilidad de poner en práctica su oficio de titiritera y actriz. En ese entonces, Ana había regresado de estudiar en el Instituto Latinoamericano del Títere. Entre los maestros de teatro cuentan nombres como los de Serguei Obratsov, Eduardo Di Mauro, Patricio Estrella y Ciro Gómez, a quien tuvo como profesor en la Asociación Cultural Hilos Mágicos en Bogotá, durante el año 2006. Asimismo sabe que en la Comedia del Arte encontró inmenso material, referente y motivo de creación. Ana Mariza Escobar ha realizado una cantidad importante de montajes teatrales y ha actuado en otros tantos; ha dirijo una veintena de espectáculos y participado en festivales nacionales y extranjeros. Ha actuado en cine y televisión. Está al frente de la Fundación Rama de Plata, desde el 2004 hasta la fecha. Un premio muy importante habla de la calidad del trabajo de esta titiritera: Primer lugar en la muestra de espectáculos infantiles organizado por ATICO (Asociación de titiriteros de Colombia), con el espectáculo unipersonal Las medias de los flamencos (2006).
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XIMENA FERRÍN Su presencia en el escenario ha sido determinante. Sus estudios de filosofía fueron el impulso para una búsqueda teatral que la ha llevado a concebir los personajes, de los que se ha apropiado, en seres vivos que cruzaron nuestro escenario. Dotada de talento excepcional, ha realizado montajes diversos donde ha puesto de manifiesto su capacidad interpretativa. Estudió danza contemporánea en el Frente de Danza Independiente. Teatro en la Universidad Católica, con Víctor Hugo Gallegos. Tomó talleres de voz con Alberto Negrón y Mérida Urquía. Su paso por la Universidad Central le permitió atrapar la plasticidad de la pintura y trasladarla, entre otras cosas, a su última propuesta: Trans, obra que también la dirigió. En Malayerba fue alumna y luego profesora de trabajo corporal. Sus conocimientos los ha compartido en las aulas universitarias y talleres en la Escuela de El Cronopio, en Grupo Cine y varias instituciones educativas.
Entre sus personajes singulares cuentan los que vivió en Los invasores, Jaula de viento, Análisis perfecto dado por un loro, Un día cualquiera, Jardín de pulpos, Luces de bohemia, Pluma, Los clowns del fin del mundo, entre otras. Hay una obra que marca una suerte de independencia en la carrera de Ximena, La niña de las caracolas, su primer ejercicio dramatúrgico, nacido de un cuento de Almudena Grandes, un texto y puesta en escena singular que dio cuenta de esta nueva faceta. “Me siento contenta porque es mi primera representación sola, y siento que esta vez han valorado lo mío, ya no por pertenecer a una escuela”. Ximena formó parte de producciones de cine y televisión, entre las que destacan: Entre Marx y una mujer desnuda, Los giros del amor, Los Sangurimas.
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“La libertad me ha ayudado y enriquecido para hacer algo propio”.
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Fotografía: Eduardo Quintana. Obra “Luces de Bohemia”. 1994
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“Trabajo, sueños, divertimento y alegría; necedad, muchísimo trabajo, rebeldía, pero sobre todo, trabajo”.
Fotografía: Julio Silva. Obra “El camino de la mariposa”. 2009
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AMÉRICA PAZ Y MIÑO Otra de las actrices que cambió la ciencia exacta por el arte e hizo del teatro su más importante faena, América Paz y Miño era estudiante de la Escuela Politécnica Nacional cuando en 1990, “por curiosidad”, prueba el teatro y esa curiosidad se convierte en una necesidad que hasta el momento no abandona. Cuando empezó a actuarlo, más importante que lo que ocurría en el escenario formal era lo que se plasmaba en la calle, en la plaza, con gente común y corriente, con los niños y niñas que veían con inmenso interés estas propuestas teatrales, “los sueños y utopías plasmados en acciones teatrales cuyo formato no importaba del todo, sino su esencia, la decisión de trasmitir desde propuestas sencillas o complejas, siempre de la mano del acolite y el deseo profundo de actuar, sin o con pago, sin o con permiso municipal, sin o con transporte”. Queda en su memoria La venadita, de Susana Pautasso, Romeo y Julieta de la Espada de Madera, Casa matriz, “algo vi de Malayerba y del Patio de Comedias. Pero lo más importante fueron esas presentaciones que veíamos en cada barrio o población que visitábamos; niños, niñas, jóvenes y ancianos compartiendo su arte, su historia y sus saberes; recuerdo las mesas comunitarias, la chicha, las guaguas de pan, las camionetas, los ‘escenarios’, eso recuerdo”. De modo que el teatro para América es, sobre todo, esa teatralidad del barrio, de la comunidad y la vida cotidiana.
Sin embargo, y aunque en estricto no reconozca referentes, sí tiene absolutamente clara la lista de personas que le han apoyado y enseñado a lo largo de su caminar. “No creo tener referentes reconocibles y no por ego sino tal vez por ignorancia sobre el tema. Si pienso en quienes han influenciado en mi vida profesional, no puedo dejar de mencionar a Fernando y Claudia de la Rana Sabia, no solo por todo el camino que ellos han recorrido sino por su calidad humana. A Fernanda López, por el brillo que tiene en sus ojos cuando actúa y su tesón digno de una guerrera. A María Augusta Segura y Alexandra Vintimilla, a Guido Navarro por las enseñanzas que me brindó; y a todas las personas con quienes he tenido la suerte de trabajar. Ellos han sido y siguen siendo mis maestros, mis referentes, mis amigos…”. Ha actuado, dirigido y adaptado no menos de cincuenta obras. Su actividad principal la desarrolla con su grupo Lunasol, teatro para niños. Además, ella es una de las organizadoras, junto a Fernanda López, de Quito Chiquito, el encuentro donde los protagonistas son los chicos a quienes se los involucra a través del arte, no solo teatral, sino de la pintura, la música y diferentes actividades, a participar y conocer, a expresarse y ser personajes de un encuentro que ya tiene su espacio en la ciudad.
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ÁNGELA ARBOLEDA Desde muy pequeña convivió con la escena. Su padre fue Antonio Arboleda, hombre de las tablas, actor y apuntador, oficio que por aquellos años aún estaba vigente. Ángela recuerda una gira en Semana Santa en la que viajaron los integrantes del elenco y sus familias, y cómo algunos niños subían al escenario ella quería desaparecer por miedo a verse “allá arriba”. Con el correr del tiempo y como era una chica aplicada y buena lectora gracias a la influencia de su madre, doña Idalia Jiménez, y de su padre, profesor de educación física, encargado de organizar las revistas musicales y la danza, heredó la impronta de un oficio que él lo desempeñó con gran responsabilidad. Precozmente graduada del colegio a los dieciséis años, a los diecinueve había concluido ya su carrera de comunicación social, a la que le siguió una licenciatura en publicidad y mercadotecnia, que le brindó la posibilidad de un buen trabajo en una importante agencia. Inició su camino de adulta con harta dedicación pero sin sospechar que la vida le tenía deparado un lugar en el escenario. Un día de esos se encuentra con unos amigos que hacían comedia y le piden que lea unos textos, la descubren en su potencial de actriz, la invitan a participar en el proyecto y debuta en Locomía, en el teatro Candilejas, con gran convocatoria. Ángela, que
por esos momentos atravesaba una situación personal dolorosa, se divertía; mas conforme pasa el tiempo siente que ese humor se va volviendo un tanto burdo. Coincide que alguien la invita a ver Antígona, la obra que cambiará su mirada teatral: “Mientras la veía no paraba de llorar y supe que no volvería al Candilejas”. Dejó su papel sin aviso porque no era capaz de volver a tomarlo. A su memoria volvió su padre y su teatro, su ritmo y el rigor en escena con un trabajo que, si bien no iba por la línea dramática, él lo asumió con mucho respeto. Le dieron el dato de un taller, aplicó y empezó clases con Marina Salvarezza; Paco Cuesta, el director, le propuso que como era periodista podía al mismo tiempo ejercer como jefa de relaciones públicas del Museo Municipal, así que se ubicó en un espacio en el que aparte de aprender, conoció a varios actores, entre ellos a ‘los Sarao’, a Lucho Mueckay, que en ese momento trabajaba con Lissette Cabrera, quienes sin saberlo habían cambiado su vida. Más adelante trabaja en Sarao y permanece allí algunos años. “Lucho me adoptó”. A la par, ejercía su profesión, escapaba de la agencias e iba a ensayar y así estuvo varios años en un agotador tren de vida. Luego tiene la oportunidad de conocer el trabajo de Fanny Herrera, con Danza Sur, y pasa a trabajar con ella, junto con Omar Aguirre; la decisión de
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Narrar es contar con el cuerpo y las palabras”.
Fotografía: Archivo personal
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abandonar Sarao es dura pero le apuesta a la danza contemporánea, sabiendo que ella no tenía el nivel de sus compañeros. Por esos tiempos descubre a Raymundo Zambrano, “lo vi contar con su personaje Don Pascual y fue otra epifanía”, no solamente en el lado artístico sino en el personal. En ese momento se le fueron al tacho una serie de prejuicios con los que había vivido. Al escuchar a este personaje recuperó sus raíces, dejó de negar ese lado montubio que la constituye; volvió a escuchar a sus abuelos, a la señora Carmen, la mujer que tanto tiempo la cuidó, la aconsejó y compartió su música, entonces Lisandro Mesa brilla otra vez para Ángela. Y será precisamente doña Carmen quien inspire el personaje de La dama de Urbinajado. Toma su primer taller con Raymundo Zambrano, luego vendrá, por consejo de Jorge Martillo, su incursión en la literatura con Miguel Donoso. De ahí, no paró más en su curiosidad, en su trabajo intelectual y artístico. Claro que continuaba trabajando en la agencia porque no se atrevía a vivir de este nuevo oficio. Siguió a Raymundo Zambrano por todos lados, él era su referente, el gran contador de historias. El narrador que rompía con la tradición de contar desde un personaje, cosa que algunos narradores no admiten.
La muerte de su padre es otro suceso fuerte y doloroso que vuele a replantearle su vida. Renuncia a la agencia y mochila al hombro se enrumba por Latinoamérica, llega primero a Lima y toma clases con Mirella Carbone; pasa a Santiago, de ahí a Buenos Aires, y en el Rojas ingresa a unos talleres de danza y narración, se gasta todo el dinero en libros y en espectáculos. Pasa a Río de Janeiro, con el mismo entusiasmo pero ya sin dinero y agotada de tanto entrenar. Llama a su amiga Raquel Rodríguez para pedir auxilio pero ella, en confabulación con el novio de Ángela, le devuelve el dinero en un pasaje Río-Guayaquil. De regreso a su tierra, Raquel le propone organizar un festival de teatro que finalmente no prospera, y deciden dedicar todo ese esfuerzo a otro: el de Narración Oral, pero en el camino descubren que ese proyecto no tenía fondos y ellas ya estaban comprometidas con los narradores invitados, de modo que cada quien, incluido Manuel Larrea (hoy su marido), saca sus ahorros y logran realizar el evento, con mucha garra y mucho canje, endeudadas hasta el cuello. Esta audacia tuvo, por fortuna, muy buen resultado: la gente hacía cola para entrar al teatro y fue la taquilla la que definió lo que el siguiente año se llamará Un cerro de Cuentos, uno de los eventos que más convocan en Guayaquil y ciudades aledañas; y tiene como objetivo primordial recuperar esos maravillosos contadores de historias y a través de ellos y ellas, la memoria de tantos pueblos escondidos.
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“La primera vez Raymundo nos dio una lección: ‘ustedes pueden invitar a quien quieran, pero no pueden hacer el encuentro si no traen a los padres de la narración”, entonces contactaron a Papá Roncón, quien abrió la senda para los que han llegado a lo largo de estos años. La búsqueda de esos personajes es lo más entretenido y enternecedor para las organizadoras porque en sus investigaciones anuales se encuentran con gente increíblemente fantástica que siempre les enseña algo.
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“Vivo en el juego”.
Fotografía: Joshua Degel. Obra “Torunda”. 2012
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RAQUEL RODRÍGUEZ La experiencia en un hospital cambió su mirada acerca de la vida, desde entonces entendió y resignificó muchas cosas: el valor de la familia, la amistad, y especialmente el amor, tomaron preponderancia. Conoció el escenario desde la escuela, más adelante lo sintió como bailarina. Luego vino su trabajo de actriz en obras más bien clásicas, aprendió mucho el oficio del teatro y toda su trasescena en esa época que trabajó con Alejandro Pinto. Estudió en la Escuela de Actuación del Banco Central —institución de vida muy corta—. Se formó como monitora teatral, oficio que la llevó a tener los primeros contactos con grupos de jóvenes marginales. Viajó a Buenos Aires cuando se ganó una beca del Celcit. Sin embargo, tendrá que llegar a Lima en el año 2003, a la Asociación Bola Roja que llevaba un proyecto de payasos de hospital, para comprender y decidir, en ese mismo momento, que ahí estaba su lugar, que era imprescindible llevar ese proyecto a Guayaquil, empeño que le tomó tres años organizarlo y pudo, en el 2006, constituir la Fundación Narices Rojas, que reporta ya siete años de labor y sostiene un programa en hospitales y otro en la frontera Colombia-Ecuador: La Universidad del Humor y el Amor, Facultad de Ciencias Risológicas, Carrera
de Payaso. Instancias en las que ha trabajado con inmensa entrega y ha recibido como reconocimiento varios premios a nivel latinoamericano. Actualmente y paralelo a estos dos proyectos sostienen la campaña AbrazAME. Su vida actoral le ha otorgado grandes satisfacciones y la ocasión de ir afinando su sensibilidad frente a lo humano, que por cierto lo logra desde la escena, ese lugar que le permite ‘ser’, en el más profundo de los sentidos. En el oficio de actriz reconoce la gran enseñanza de Lucho Mueckay; como narradora está la figura de Ángela Arboleda y Raymundo Zambrano; y sus maestros del clown están claramente identificados en la figura de Víctor Stivelman y Cacho Gallegos, lista que se amplía con algunos profesores argentinos que tuvo la oportunidad de conocer. Los mejores momentos de su vida los ha pasado en el oficio de payasa, que le ha descubierto la oportunidad de vivir el presente con intensidad y “con luz en la mirada y en el corazón”, y transformar con esa nariz todo en amorosa alegría. “Creo que como actor todos deberían trabajar primero el clown para conocerse y a partir de eso potencializar lo que tiene”.
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Lo que más ama en este mundo es ser ‘payasa’; su cédula de identidad así lo prueba. Ser payasa la saca de todo, le enseñó a despojarse de una cantidad de atavíos que llevamos en este mundo, donde lo superficial ha cobrado tanta importancia, “ser payasa me ha descomplicado la vida, ya no me preocupan los prejuicios sociales”. Raquel es un ‘obsesa del trabajo’, pone toda la pasión en lo que hace, “todo el tiempo estoy en clown”, dispuesta siempre a relacionarse y agregarle una sonrisa a la gente. Está convencida de que la filosofía del payaso se puede aplicar a la vida, entre otras razones, porque descubrió cómo trabajar la parte vulnerable que todos escondemos, como un camino a crecer y soltar los miedos. Otra de sus pasiones es la pedagogía, le emociona tanto como actuar. También se ha preparado mucho para ello, siente que ha ido construyendo un método que lo aplica en sus clases, un método cuya línea conductora es la autenticidad y el amor, esto lo intuyó hace algunos años cuando era profesora en el Colegio Alemán y la llamaban ‘frau alegre’, allí entendió que la entrega y la transparencia conquistaba a los chicos. Dedujo así mismo que la técnica es una herramienta, no una camisa de fuerza, que todo lo aprendido se junta para construir una auténtica pedagogía de payasos. Y lo más preponderante, que “el payaso si no vive en el juego no existe, si no sabe a qué está jugando no puede meter al otro en su universo”.
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PILAR ARANDA
“Hacer teatro para mí es un acto de disidencia radical”.
Fotografía: Guido Bajaña. Obra “Karaoke orquesta vacía”. 2012
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La ‘carrera’ teatral, así lo define la formalidad académica, la inició cuando se detuvo en el momento en que pensó que “estar en el escenario no era una oportunidad para sobar el ego, sino para ponerlo en crisis e interrogación”.36 Sus primeros años de aprendizaje y ‘formación’ constituyen una verdadera incomodidad, no porque faltase el rigor del entrenamiento, sino por algo que le tomará un tiempo entenderlo. Lo cierto es que la primera contrariedad la encuentra en la escuela, “donde actrices y actores éramos calificados y clasificados como ‘atletas de las emociones’…, lo más raro era que el cuerpo, el lugar donde se inscribe el signo de tal o cual emoción, no existía”.37 Luego será en la pantalla, donde a pesar del éxito (otra palabrita que la incomodó) vive momentos enajenantes que, irónicamente, la encauzan en un sistema que rechaza. Si embargo, su experiencia en el Cabaret le proporcionó cierto encanto porque recuerda que “la colocó en un lugar de riesgo”, que es precisamente el lugar en el que cree se ubica el arte. En su andar por el teatro, el encuentro con algunas propuestas le revela algo que intuía y que más adelante lo descubre como el ‘teatro físico’. En 36 El Sótano # 7, revista de artes escénicas, ‘Presentación, representación, exposición y despojo’, Pilar Aranda. 37 Ídem.
ese momento empieza a constatar que el teatro es siempre físico; es decir, el teatro es cuerpo. Aquella confirmación la empujará a dejar lo conocido y buscar algo que no comprendía con precisión y que estaba inmerso en sus más profundos deseos: “Construir mi propio relato, en la vida y en el teatro”.38 Pilar comienza a hacer teatro siendo muy joven, y desde entonces, se entrega intensamente; forma parte del grupo de teatro de la Prepa (últimos años de bachillerato mexicano), ahí escucha de Artaud, Grotowsky, Meyerhold, Stanislavsky, y otros grandes nombres; pero también escucha que hacer teatro era asumir una verdad; por esa razón le cuestionaba mucho lo que veía en la cartelera mexicana, donde hacer teatro era un ejercicio del ego, una exhibición constante para engrosar las filas del ‘éxito’. Entre otras, fue esta una de las razones para dejar su país y atreverse con una búsqueda de algo, que tampoco estaba claro, pero que sabía que lo iba a encontrar en su propia investigación. Se traslada a España y junto a su compañero de vida y de teatro, Santiago Roldós, deciden estudiar por cuenta propia y su primer experimento se da con un texto de B.M. Koltés; encuentran en él el material para volver realidad la tarea de poner el cuerpo, a más del pensamiento, en su oficio de actores. 38 Ídem.
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Luego de permanecer algunos años en Madrid creen que es el momento de asentarse en Ecuador, otro gran reto que lo asume con harta calma y entusiasmo, puesto que llegar al escenario guayaquileño era también motivo de mucho atrevimiento, debido a la dinámica teatral imperante. Pilar siente que ejercer de actriz, profesora, directora, en este medio, con su grupo Muégano, la obliga a una reinvención continua en el plano personal y profesional: “Ahora estamos interesados en la línea bioenergética como camino al entrenamiento, porque sentía que en lo cotidiano no lográbamos manejar el agotamiento, sentía que el trabajo no fluía y no había la suficiente libertad para trabajar”. Como actriz se mueve con lecturas básicas para el teatro, tuvo por ejemplo por largo tiempo El teatro y su doble, como libro principal; considera a Las islas flotantes, de Eugenio Barba, la biblia a donde puede regresar y hallar siempre respuestas. En realidad ve los libros como ‘disparadores’ de ideas con las que puede estar de acuerdo o no, pero vienen siempre precisas para profundizar en distintos temas. En el día a día combina sus lecturas con cuentos infantiles que lee para su pequeño Emiliano, “cuentos extremadamente divertidos para niños de todas la edades, como Las aventuras de Gulliver”. Por un buen
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tiempo fue el cine la oportunidad para expandir ideas, hoy lo extraña porque el tiempo de mamá, profesora y actriz copa casi la totalidad de su vida. Su día a día es largo e intenso, añadiendo a estas obligaciones su papel de estudiante de la Licenciatura en Teatro. Como integrante de Muégano, entrena todos los días. Además están “reinventándose en un nuevo espacio: la oficina Muégano-teatro. “Entrenamos ya desde hace un tiempo pequeñas cápsulas teatrales, trabajo para la comunidad. Esto me gusta porque nos demanda hacer algo más”. Pilar Aranda es una mujer de convicciones, entregada a lo que cree y quiere. Ha codirigido varias obras en su grupo y se ha destacado como directora de actores en todas sus producciones. Así también ha recibido el reconocimiento como mejor actriz en varias instancias nacionales e internacionales.
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“El teatro, por ahora, es el camino en mi vida hacia algún un sitio que no sé exactamente; lo importante es el paso hacia allá. Es en este caminar en donde tengo que estar atenta”.
Fotografía: Colbert Peñaherrera. Obra “Al final de la noche otra vez”. 2006
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VERÓNICA FALCONÍ Verónica empieza su acercamiento al teatro mientras estudia publicidad. Se interesa en él y busca dónde formalizar esas inquietudes. Ese lugar será Bogotá, adonde se traslada pero no se decide por la escuela formal, sino que se involucra con un grupo que tiene una escuela experimental. Regresa a Ecuador, se enrola en la Facultad de Comunicación y simultáneamente en el teatro. Forma El búho de Minerva, pone en escena y dirige Mierditaciones siglo XX y Santas arrepentidas, el grupo dura poco tiempo. En esa búsqueda se encuentra con Contraelviento, y ahí ha permanecido por nueve años muy activos. Su trabajo ha sido intenso y los reconocimientos explícitos. Uno de sus logros está en la construcción de un lenguaje que la identifica: “Veo que tengo mucho por caminar y eso me alegra. Caminar por lo desconocido es la búsqueda de un conocimiento. No sé a dónde quiero llegar, pero sí sé que no me quiero quedar quieta. Es una búsqueda hacia adentro”.
Sus primeros pasos en Bogotá los marcó la presencia de Edy Armando, del Teatro La Mama, él fue quien le contagió la pasión. Asimismo, es contundente la figura de Patricio Vallejo, “con quien logro encontrar lo que buscaba”, dice, en el teatro y en la vida. Ellos son otra pareja teatral que brega incansablemente por lo que creen. No duda del teatro, son las circunstancias externas, conocidas por todos los que a veces obstaculizan el arte, las que dan más trabajo. Teresa Rally y Tadashi Endo constituyen figuras paradigmáticas para Verónica Falconí, para quien todos los momentos de su vida teatral son una lucha consigo misma. A pesar de los premios ganados en el 2006 en Mar del Plata, donde la reconocen como la mejor actriz por su interpretación de Eva en Al final de la noche otra vez. Mérito que también recibirá en Ecuador por dos años consecutivos en el Fite Q, 2007 y 2008, con La flor de la chuquirawa. “Estoy enfrentada con mi ego, cuestiono mi modo de ser, la necesidad de ver hacia delante, mientras más adentro miro, veo que hay mucho que trabajar”, palabras de Verónica que encierran toda una filosofía de vida.
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DAYSI SÁNCHEZ Daysi toma prestado el verso del famoso poema de Antonio Machado, que está presente en el día a día de esta actriz y gestora cultural, convencida de que en cada jornada de trabajo va construyendo su trayecto profesional. El encuentro con la escuela Malayerba se da en un momento en que el teatro representaba una especie de puerta a un mundo diferente, “solo quería hacerlo como una necesidad urgente, era vital encontrar un lugar donde poder soñar y no ser juzgada”. Su inquietud por actuar la había sentido desde el Colegio Espejo, el taller formal le permitió afianzar su deseos teatrales. En 1999 tiene su primera participación en el guión radiofónico Robinson Crusoe. A partir de entonces, Daysi ha sido parte de obras emblemáticas del grupo Malayerba, como Pluma y la tempestad, Jardín de pulpos, El deseo más canalla, La muchacha de los libros usados, De un suave color blanco, entre otras.
Paralelamente a su quehacer teatral, ha sido importante colaboradora de las jornadas culturales de Peatonización en el centro de Quito. De igual manera, su teatro ha estado presente en eventos políticoculturales y programas sociales de rehabilitación, obras como Diálogos para ciudadanos despistados, escrita y pensada para estudiantes y funcionarios públicos, con un discurso que, a partir del humor, cuestiona y reflexiona sobre el tema del poder, la democracia y la justicia. “Al volver la vista atrás…” siempre encuentra la figura de Bertold Brecht, y desde “hace algún tiempo y en este lugar”, la de Malayerba, que le ha proporcionado intenso sentido a su vida de actriz, así como la perspectiva para seguir caminando. Los personajes que recuerda con afecto son aquellos de los “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles”, a quienes los ha visto volar, dejar huella y hacer camino: Wilson Pico, Susana Reyes, Kléver Viera, en la danza. A los Patricios Estrella y Vallejo, en el teatro.
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“Caminante no hay camino, se hace camino al andar…”.
Fotografía: Juan Pablo Barragán. Obra “Jardín de Pulpos”. 2001
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CINDY CANTOS
“Danza y teatro, un aprendizaje que no termina, un oficio que conmueve y divierte”.
Fotografía: Amaury Martínez. Obra “Shh...” IX Encuentro de Mujeres en Escena. 2012
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Los salones de clase fueron el lugar predilecto desde que Cindy era niña, su madre fue la persona que entendió siempre esa necesidad y la complació de la mejor manera; vio en su hija la pasión por el arte y fue la gran artífice para la profesionalización de esta actriz y bailarina guayaquileña que ha trabajado fuertemente para llegar a la escena, lo hizo desde los tres años, y hoy, a sus treinta y uno, continúa con el mismo entusiasmo.
aprendizaje y la posibilidad de ir agregando siempre algo nuevo a su bagaje. Todo lo vivido lo contabiliza como una oportunidad para madurar e ir afinando su sensibilidad artística. Entre sus experiencias más significativas cuenta su interpretación de Antígona y, por supuesto, su primera coreografía Shh. Sin dejar de lado todo lo que a su vida profesional le aportó la gira que hiciera con Sarao, por España, con el concierto de danza-teatro Requipajes.
En sus clases en la Casa de la Cultura del Guayas conoció a quien sería su maestro, en todos los sentidos: Lucho Mueckay, por eso cuando él deja esa institución para crear su propia compañía, Cindy…: “le apuesto a esa aventura lo sigo, y gano”. Sin duda alguna Sarao ha sido el lugar de formación, el espacio donde aprendió a crear y creció como artista.
Como figura que la inspira, y dado su amor la por danza-teatro, no podía ser otra que la de Pina Bauch, “ella es mi referente más importante”. Y ahora, en este momento, su esposo, el bailarín Max Foster, con quien está radicada en los Estados Unidos.
Tuvo la suerte de recibir una formación amplia que incluyó gimnasia olímpica, patinaje, danzas españolas, ballet, danza contemporánea, teatro y clown; así mismo se interesó y estudió pedagogía para la danza y el teatro, conocimiento que la llevó a ejercer el oficio de profesora en algunas instituciones. Su vida ha sido la danza y ha disfrutado cada momento. La participación en un gran número de obras de danza y teatro constituyen su amplio
Cindy ganó su espacio en una audición para Safos Dance Theater; y de Artifact Dance Proyect la llamaron luego de verla bailar; de manera que trabaja con ambos elencos en Tucson, Arizona. Se siente feliz, sobre todo porque su universo profesional se amplió y no está atada a un grupo solamente. Ha confirmado que ser bailarina es un oficio como tantos, que le permite vivir de la danza: “bailando en dos compañías que me pagan hasta por ensayar. Definitivamente un sueño hecho realidad”.
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Martha Ormaza (2008)
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La protagonista de este cuento de tras bastidores es ella. Ella quien tiene muchos nombres, algunas caras, pero un solo latido. Ella, a ratos se llama Adriana; otras veces, Azucena o Elena. También Juana, Lupe y hasta Marina. Pero al fin, siempre es ella, acicalada de fantasía. Todo es ya oscuridad. El teatro está vacío y, al tiempo, plagado de silencio…, de ese abandono tan único que deja el público cuando se ha ido. Se entreabre la puerta del camerino que deja escapar una luz tenue, geométrica, se proyecta sobre el escenario negro… desnudo. Se escabullen desde allá adentro también unos ruidos de ratón. De pronto, ella abre la puerta apertrechada de una linterna y del gesto apretado de quien quiere ver más de lo que en efecto ve. Ilumina frenética aquí y allá. Busca pero no encuentra. Está agitada, abatida. De pronto, detiene su deambular y rompe el silencio. —A ver, Federico —dice con voz vehemente al dirigirse al cielo—. Fantasma de un cuerno. Hoy te pasaste de la raya con tus travesuras. Bien sabes que yo nunca he querido creer en ti, y por eso te ensañas
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conmigo. Te he negado con insistencia…, a tal punto que tuviste que aparecérteme, sin un mínimo de consideración a mi pobre sistema nervioso central. Con la amenaza aglutinada en el dedo índice, advierte: —Escúchame bien, tonto, existas o no existas, tienes que devolverme mi llavero. Ya te he soportado que en medio de la función hagas lo que quieras con los objetos de escena. Ya me acostumbré a que tu aliento helado roce mi oreja en medio de una representación…, pero lo que no te voy a perdonar es que te metas con mis cosas personales. Devuélveme mis llaves, ya… No tengo adónde ir… y ando sin un medio partido por la mitad. Quiero llegar a mi casa. Se sienta sobre sí. Se acurruca en la tibieza de su cuerpo. —Federico, no quiero quedarme aquí. Siento frío y… te tengo miedo. Dirige el foco de la linterna hacia la platea. Los mira y los vuelve a mirar lento.
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—Fede…, que inoficiosos son estos asientos baldíos. Son las fauces aletargadas de una inmensa bestia que ha quedado sorda a punta de aplausos suspendidos en el tiempo. Qué desolación siento cuando el telón ha caído, y más desolación aún cuando me quito la máscara para matar al personaje que deberá renacer en otra noche de cartelera. Arrancharse de la fantasía duele, y duele más la arrolladora realidad que, sin modales, ocupa tiránica mi alma fragmentada.
De improviso, deja su divagar.
— Ya sé, ya sé… En el clavo, en la pared detrás de la pata del fondo.
En tanto se dirige hacia su meta, dice convencida: —Aquí tienen que estar las llaves pendejas.
No, no las encuentra. Regresa cabizbaja… vencida.
—No puede ser, mierda, estoy harta de buscar
las llaves por horas. Federico eres una mierda. Bueno, Federico, al toro por los cuernos, reza el dicho popular. No busco más. Dormiré aquí. Va por unos vestuarios. Los acarrea hasta el escenario. Hace un montón con ellos. Se acuesta y se cubre como puede. Entra en un largo silencio. Con un quebradizo metal de voz, casi infantil, vuelve a su espectral confidente. —Federico, ninguna persona del público, de esta noche de ovaciones, podría imaginarme en una situación tan ridícula y desgraciada. Qué absurdo — ríe—. No volverían a pagar una entrada para verme… Y yo te echo la culpa a ti, cuando bien sé, que no sé ni dónde tengo la cabeza. A mí, este oficio sobre estas tablas es el que me ha robado el juicio. ¿Sabes lo que es prestar tu cuerpo para que sea ocupado por otro? Eso es lo que hacen los personajes, te ocupan, se apoderan de ti. Y, claro, a ellos no les importa un rábano tu vida cotidiana, y menos detalles, como dónde dejaste las llaves. Te comen el seso. Y tú permites que lo hagan. Y sabes, por qué lo permites, querido Federico…, porque nada es más importante, ni las putas llaves.
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Se calla en un intento por dormir. Y como si jamás hubiese interrumpido su alocución, abre los ojos y continúa: —Es que lo que tienes que entregar al público, a tus compañeros de fantasía y a ti misma, es, nada más y nada menos, que la belleza. Vaya entrega ¿no? Al menos yo, llego siempre a un punto en el que quiero dejarlo todo y marcharme sin más. Y me hago las consabidas preguntas de que por qué hago esto…, que quién me lo ha mandado…, que por qué no soy secretaria taquígrafa con conocimientos de computación…, que las horas para los hijos; y que no sé cuánta paja más, para dotar de buenas razones al miedo. Miedo… de no ser instrumento idóneo de la belleza, que algunos la podrían llamar hasta arte. Vaya, encargo, Federico. Tú eres el testigo mudo de la magia. Sabes, como ningún otro, que me allano al precipicio de mi destino asida de un hilo, por él corre candente mi pasión, mi obsesión. Federico, es que en mi torpeza no he encontrado mejor modo de entregar y de recibir amor.
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Se calla. Busca un modo de reacomodar su incomodidad. Se queja con un profundo Ay… Se toca la cadera… Saca, incrédula, de su bolsillo, el tan buscado llavero. Con la mirada fija sobre él, sentencia: —Soy una bestia. Se reincorpora y se espabila un poco. Se dirige hacia la puerta; aquella, la de siempre, la de entrar y salir de estos dos raros mundos. La puerta de las actrices, la de los actores. Regresa para corregir la omisión. Se adorna con la sonrisa de la autoironía. —Federico, no hace falta pedírtelo, pero por favor, que esto solo quede entre nosotros. Hasta luego. Bueno, hasta otra noche entre tú, ellos, sí, el público, yo…, y la fantasía. Apaga la linterna y sale ella que, a la sombra de las bambalinas, ha puesto cara de Claudia, María Beatriz, Isabel, Yolanda, Susana, Martha o quién sabe, cara de Chavica… Ella que, al salir, no deja el vacío. Ella, que, atemporal, ocupa algún recodo esquivo de la memoria.
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‘Tiempos de mujer’ no ha terminado. Este catálogo seguirá transitando por las huellas de aquellas mujeres que están caminando… y seguirán haciendo historia.
Dirección de Publicaciones Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión
Transitando Huellas Fundación Mandrágora Artes Escénicas se terminó de imprimir en Quito en el mes de septiembre de 2013, en la Editorial Pedro Jorge Vera de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Presidente: Raúl Pérez Torres Director de Publicaciones: Patricio Herrera Crespo