Impactos de la empresa en el desarrollo de los países del Sur

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Impactos de la

empresa en el desarrollo de los países del Sur

IV Concurso de expresión artística 1


Las opiniones expresadas en los relatos y fotografías son de los autores y no comprometen la posición de Ingeniería Sin Fronteras Asociación para el Desarrollo. Ingeniería Sin Fronteras ApD no se hace responsable de las opiniones o valoraciones realizadas por los autores.


En esta edición del concurso hemos querido reflexionar sobre las repercusiones de las actividades empresariales en los países del Sur, especialmente en los colectivos más vulnerables.

¿POR QUÉ EMPRESA Y DESARROLLO? Existen numerosas empresas establecidas en países del Sur que, a través de su actividad, tienen el poder de promover o impedir el desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza y el derecho universal a una vida digna. La denominación de “países del Sur” se refiere a países en vías de desarrollo, con altos niveles de pobreza y desigualdad social, independientemente de su localización geográfica.

se realiza de forma responsable ni se tiene en cuenta su incidencia socioeconómica y ambiental sobre los colectivos más vulnerables. Cuando las actividades empresariales están relacionadas con el acceso a medicamentos, agua, educación, energía o las comunicaciones, pueden fomentar de modo relevante el Desarrollo Humano de los países en los que actúan, siempre y cuando proporcionen esos bienes y servicios de forma responsable y con la calidad y cantidad suficientes. Existen empresas cuyo nivel de cumplimiento de requisitos sociales, ambientales y laborales es menor en países del Sur que en el Norte, produciendo situaciones tan negativas como las siguientes: · El medio natural se deteriora.

La empresa no es buena ni mala per se, pero su actividad puede generar impactos positivos o negativos en función de cómo se gestione.

· Los trabajadores locales son contratados en condiciones abusivas.

Las empresas pueden tener impactos positivos en los países del Sur al ser actores fundamentales en la generación de riqueza, empleo y tecnología, y por tanto de desarrollo económico.

· Se produce explotación infantil.

No obstante, también pueden generar impactos negativos si la actividad de las empresas en estos países no

· Se destruye la forma de vida tradicional de las comunidades locales, en particular de las indígenas.

· Los derechos de la población local sobre el suelo y los recursos se ven vulnerados.

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· Productos básicos como ciertas medicinas tienen precios inalcanzables para los usuarios más pobres como consecuencia de la emisión de patentes. Debemos tener en cuenta que los países del Sur también sufren impactos indirectos (o globales) derivados de actividades realizadas en el Norte, como por ejemplo el-cambio climático, causadas en cierta medida por las empresas y que afecta especialmente a la población más vulnerable de estos países. Hacer que las empresas sean responsables en el Sur es vital para el desarrollo de los países más pobres. Como mínimo es imprescindible respetar la legislación de los países en donde se interviene, así como las normas internacionales en materia de derechos humanos, sociales, laborales, ambientales, etc. En este libro hemos querido compartir los mejores relatos y fotografías que se han presentado a esta edición del concurso. No obstante, se puede disfrutar de todas las obras que han participado en esta y anteriores ediciones del concurso de expresión artística de ISF ApD en la página del concurso en facebook. Gracias y enhorabuena a todos los participantes, sin ellos este libro no habría sido posible.

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FotografĂ­a


Serie de fotos

Sierra Leona Autor:

Juan Antonio Moreno Amador

País:

España

Premio:

Premio del público

(por votación en la página del concurso en facebook)


El peaje: Las carreteras de Sierra Leona son atendidas por ni単os que cobran un peaje por el mantenimiento del camino. Muchas de estas carreteras son transitadas por cooperantes o personal de la ONU que a veces les arrojan algunas monedas o simplemente aceleran para que levanten la valla. Es su modo de vida. Es el peaje. 7


Agricultores en camino: El impacto de la guerra de los diamantes en Sierra Leona dejó el campo improductivo. El Gobierno sierraleonés aprobó un programa de retorno hacia el interior para desarrollar cultivos junto a FAO. Actualmente, la capital Freetown se encuentra saturada de gente que durante la guerra huyó del acoso de los rebeldes en el interior. Algunos sierraleoneses están pensando regresar al interior y volver a la agricultura mientras que otros, los más jóvenes, sólo piensan en salir fuera del país en busca de un futuro mejor. 8


Alambique: Algunos pueblos pesqueros como el de Goderich est谩n siendo amenazados por los grandes barcos de pesca ilegal procedentes de Jap贸n, Corea o Espa帽a. Sus habitantes viven con muy poco pero con mucho tes贸n consiguen autoabastecerse. Fabrican desde cayucos hasta los alambiques para destilar su propia bebida. 9


Protección contra el trabajo infantil: En Sierra Leona todavía se desconocen los derechos de la infancia. Desde pequeños, los niños trabajan en las tareas domésticas o fuera de casa picando piedras para la construcción de viviendas. La educación no es gratuita y las oportunidades para los más jóvenes escasean. No hay nadie que les proteja, salvo ellos mismos. 10


¡Estamos aquí!: Aunque nadie parezca hacerles caso, ellos están ahí. La infancia representa hoy uno de los mayores desafíos en Sierra Leona. El paludismo, las infecciones respiratorias, las diarreas y la desnutrición amenazan a los más pequeños. Uno de cada cuatro niños muere antes de cumplir los cinco años. Es de las mayores tasas de mortalidad infantil del mundo. 11


Foto

Aprovechando el Sol Autor:

Jorge Castañeda

País:

España


El Valle de Elqui (Chile) tiene una media de 300 días de sol al año. Algunos de los restaurantes de la zona utilizan cocinas y hornos solares para preparar sus platos. Con ello contribuyen a paliar la crisis energética que vive el país y sensibilizan a sus clientes en el uso de energías alternativas, lo que supone un impacto positivo de carácter ambiental tanto a nivel local como global. 13


Foto

Las cuentas Autor:

Mariana Martínez

País:

España


Es una foto sencilla, en la que una mujer miembro de una cooperativa muestra la libreta del banco en la que se recogen los movimientos de la cuenta. Un detalle simple que cambia radicalmente su enfoque de vida; unos ingresos que les permiten plantearse un futuro para ellas y sus familias. RegiĂłn de OromĂ­a, EtiopĂ­a. 15


Fotos de la serie

Madre Tierra Autor:

Argeo Ameztoy Iglesias

País:

España

(se incluyen 2 fotografías de la serie de 7)


Existen diversas circunstancias que explican la creciente desigualdad y hambre en el mundo. Algunos ejemplos: · El avance de los cultivos transgénicos (OMG) y de la soja en particular en Argentina, Paraguay, Brasil y el Oriente Boliviano · La creciente presión sobre la tierra por los grandes oligopolios sojeros y los mercaderes de granos · Las patentes sobre las semillas y el uso de peligrosos agroquímicos, con la consecuente contaminación de otros cultivos (como en el caso del maíz, pilar de alimentación de América Central y América del Sur), la pérdida de biodiversidad y el envenenamiento de poblaciones rurales, de la tierra, ríos y reservas de agua · Un modelo agrícola que tiende a la concentración de la tierra en pocas manos, y al control del mercado de alimentos por poderosas corporaciones, provocando el constante exilio hacia las ciudades de miles de campesinos y comunidades indígenas desposeídas, exiliados en su propia tierra La Soberanía Alimentaria propone una agricultura familiar, la defensa de la tierra, ríos, bosques y habitantes de este planeta.

Movimientos campesinos, rebeldes, poetas y soñadores, enfrentan desde el campo y los suburbios, desde la ciudades, desde la acción y las ideas, este modelo de hambre y exclusión. Desde los intentos de reformas agrarias de los años 50 en América del Sur y América Central, la lucha por la tierra y los recursos ha sido una constante. La herencia de una encomia colonial y exportadora de materia prima aun no ha podido ser superada y es causa de sangrientos conflictos y profundo atraso y desigualdad. Las sangrientas dictaduras de los 70 allanarían el camino al salvaje neoliberalismo de los 90. Hoy nos enfrentamos al reto de alimentarnos y poder acceder al agua y a la tierra, en estos inciertos tiempos modernos, donde las señales de agotamiento y colapso son evidentes. Decía Sócrates que la agricultura es la mas importante de todas las ciencias y sabidurías, fruto de miles de años de acumulación de conocimiento, profundo amor y respeto por la vida. En las familias y comunidades productoras campesinas está la solución al hambre en el mundo, tecnología sobra, falta conciencia, decisión política e unión si queremos seguir viviendo en esta hermosa nave que es nuestra Tierra de todos.

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Algodón transgénico en el Chaco argentino. El glifosato, herbicida que se usa en los cultivos OMG es hijo del agente naranja usado en el Vietnam, arma química cuyo fabricante, Mosanto, es hoy líder en el sector semillas OMG y venenos.

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Paraguay. El 85% de la tierra estรก en manos del 2% de la poblaciรณn. El avance de la soja y otros cultivos OMG desde los 90 ha acentuado aun mรกs el despojo de miles de campesinos de sus tierras.

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Relatos


Contrastes Autor:

Juncal Baeza

País:

España

Premio:

Primer premio


Contrastes Te susurré el tercer cuento de la noche, mirándote embobado desde lo alto de mis arrugas y te revolviste en la cuna como una culebra pequeña. Levantaste la cabeza hacia mí, con los ojos abiertos, y entonces supe que me entendías.

Te miro ahora, tan mayor, tan morena, y no paro de acordarme de tu abuela y de la curva de sus piernas por detrás de las rodillas, esa misma que muestras cuando subes por la cuesta de detrás de casa. Os parecéis mucho, siempre te lo digo, me recuerdan a ella tus orejas redondas y la forma de tu frente. Tienes los ojos idénticos a los suyos. Tú, no puedes acordarte, pero el día en que siendo aún torpe y gordita, echaste a andar sobre la tierra, yo te vi el primero. Te vigilaba tu abuela y yo me quedaba algo lejos, parecías tan poquita cosa que temía romperte los huesos si trataba de abrazarte, así que me acercaba siempre poco; pero ya una noche te expliqué qué me pasaba, para que no pensases que no te quería, y volviste a retorcerte en la cuna haciéndome pensar que querías responderme. No me enfado, claro que no, pero no me mires con ese descenso en la comisura de los labios que parece una quebrada triste, que me arrancas el sueño y voy pasando la noche viendo girar las estrellas tan lentamente. No quiero que te pierdas. Me entiendes ¿verdad? Creo que sí…claro que lo haces, pero te veo igual de culebrita hablando con los gringos y se me encoge el corazón como si fuera un pájaro

pequeño. No quiero retenerte, ya te lo he dicho, yo ya sé que naciste para irte bien lejos, aunque fuera solamente con el pensamiento…

Sale el sol esta mañana y yo sé que algo ha cambiado. Es la promesa de un edificio nuevo con un montón de caras des-conocidas, y unas chimeneas gigantescas bufando como si fueran colosos, escupiendo las voces de la gente que trabaja en el interior, en una masa enorme de cemento. “Es demasiado grande”, te digo, y tu sonríes sin mirarme, con la cara que pones cuando te repito las cosas demasiadas veces. “Te vas a desgastar”, me respondes, “todo irá bien”, y yo quiero confiar en tus palabras pero me aterra que te cortes el pelo y te lo pongas más claro, o que cargues a todas partes un olor a inglés y a intemperie y ya no puedas colgarte de mi brazo cuando volvamos a casa de noche. Hace un mes que está anunciada la inauguración, mañana será el gran día, y yo no paro de recordar el brillo de tu rostro cuando me enseñaste el contrato que acababas de firmar. No me repitas el salario, no importa, ni tampoco todo lo que te han dicho allá; no puedes perderte, comprendes, esas manos, como las de tu abuela, tienen que seguir danzando en el aire como lo han hecho hasta ahora. Es lo único de lo que no puedes olvidarte cuando cruces esas puertas y dejes atrás los rincones donde has jugado siempre.

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Contrastes Hace mucho tiempo, no habías cumplido aún los doce, me dijiste que querías irte lejos, fuera de la ciudad, del país, donde fuese. Me erguí todo lo que pude, disimulando la forma en que me temblaban las manos, y respiré hondo para preguntarte por qué. Me dijiste -te acuerdas- que querías irte para volver un día y ver lo que se siente cuando uno regresa a casa.

Tienes los dedos demasiado pequeños para esas máquinas, las pestañas demasiado largas para quemártelas tan pronto al lado de esas planchas y cortadoras. Pero no quieres seguir cosiendo en casa tus faldas, las de tus primas, los sacos que me llevo yo al campo y que se me ajustan tan bien al cuerpo. El pelirrojo al que llamas jefe tiene cara de haber visto muchas cosas por ahí fuera. Le observé el primer día, como un águila extraña de alas naranja, y me entró miedo de que viniese a complicarnos los días con su industria, sus sacos rígidos y sus palabras. Después me dediqué a seguirlo con la mirada cuando venía al pueblo, lo analizaba detenidamente, dispuesto a saltar repentinamente sobre él, y tienes razón, es cierto, además de llamas en el pelo tiene también unos ojos azules que me han hecho pensar que no hace falta que vaya yo a conversar con él por ti, sí, por ti, para que entienda quién eres y cómo es tu vida y no se le ocurra llenarte la mente de tierras más bajas. Le he visto mirarte, a ti y al resto, y no encontré en sus pupilas nada de qué preocuparme.

Seguro que puedes acordarte de que te disfrazabas de pequeña junto al árbol del patio, con ropas que encontrabas y trozos de cartón, y yo admiraba siempre lo cambiada que te veías; pero ese uniforme que te han dado es otra cosa. Sigo sin comprender por qué se visten así allá, qué tendrán de cómodas esas cinturas prietas y la estrechez de las faldas. Por qué todo es negro, dímelo, todo menos ese bordecito naranja brillante en las solapas de la chaqueta y enlos diminutos bolsillos de la falda. ¿Puedes mover bien los brazos dentro de esas hechuras tan rígidas? Sí, claro que estás guapa, pero tan oscura… Llevas días encerrada en la casa muchas horas. ¿Estás triste? Las alpacas se impacientan y te oigo hablarlas a través de las cortinas, pero ya no sales a caminar con ellas. Llega la hora de cenar y solo entonces te veo salir, con la frente llena de gotas de sudor y las manos enrojecidas, aún con restos de anilina en la falda y una mirada que no logro descifrar, como si me estuvieras escondiendo un regalo. ¿Qué haces allí dentro? Te pregunto y no me respondes, solo me tranquilizas con tus manos temblorosas por encima de la espalda. Quiero saber, comprendes, por qué andas metida todo el día en casa, cuál es la razón de tanto coser, del silencio, de que te corra el sudor por la frente tintada exactamente igual que si te hubieses estampado un arco iris en la cara. Pero no me dices nada y yo veo cómo transcurren los días, imparables y ligeros como si fueran levantando el vuelo uno a uno. Aprovechemos el tiempo - tengo ganas de pedirte-

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Contrastes por si luego tus nuevos horarios te obstaculizan los paseos o los ratos cocinando conmigo al lado, robándote trozos de pan cuando no te das cuenta. Queda muy poco para la inauguración y quizá después no tengas ya tantas ganas de contarme qué piensas del futuro o a dónde quieres viajar. Te dejo hacer; no te pregunto nada ni te pido tiempo, solo sacudo un poco la cabeza cuando te veo salir una noche más de casa con el gesto cansado. Hoy di yo de beber a las alpacas y luego esperé a que salieses de casa para decirte que ellas me han preguntado por ti, que me han pedido que fueses, que mis manos no les sirven igual. Te has reído, cansada y feliz, con el sol poniéndose por detrás de los tejados, y me has dicho que andabas en algo más importante. Que confiase, me pediste, y voy a hacerlo. La llegada de los extranjeros solo pareció hacernos elevar las cejas a nosotros, a los viejos, que tememos casi hasta a las sombras recortadas en el altiplano, aunque no tengan pies ni puedan venir a por nosotros. Los demás no, allá os agrupasteis los jóvenes, sonriendo a medias y moviéndonos como interrogaciones, siguiendo furtivamente los pasos de los arquitectos y los recorridos de sus anteojos metálicos. Ellos trazaban curvas invisibles en el llano, alzaban las manos y anotaban frenéticamente, y solo de vez en cuando se volvían hacia el pueblo y parecían palpar suavemente las pajas de los tejados con sus manos blancas.

Apenas unas semanas después empezaron las construcciones y acá en el pueblo pareció que una tormenta lo derribaba todo. ¡Cuántas máquinas resoplando por los caminos! Vi que es posible elevar un edificio regio y gigantesco en tres meses y me sentí muy pequeño, yo, que sólo alcanzo a tallar ovejas gordas en lo alto de los bastones. El edificio es bonito, tienes razón, ya sabes que me gusta mirar el reflejo de las nubes y de las alas de los pájaros en esos vidrios tan grandes que parecen espejostitánicos, pero a veces me pongo a recordar cómo era el pueblo antes y se me despierta un pinchazo aquí dentro, justo aquí, que creo que es solamente nostalgia. En la reunión donde anunciaron las contrataciones no estuve. No me dejaron pasar, aunque lo intenté, no imaginas cuánto… no quise decirte que me aposté en la puerta como un guardián de tu alma y que se me cerró algo aquí dentro, en el pecho, cuando te ví pasar adelante como si estuvieras acostumbrada a mirar así a los ojos a gente que no conoces. Me quedé escondido detrás de las puertas y nadie me dijo nada porque me vieron viejo y lento. No sabían que, si hubiera hecho falta, las habría derribado a golpes para sacarte de allí y llevarte de vuelta conmigo. Saliste feliz. Yo me quedé mirando cómo tomabas el camino a casa, y me pareciste un poco más alta y mucho más fuerte. No tardaste ni cinco minutos en contármelo todo cuando nos encontramos. No te ibas a marchar del pueblo. Es lo único que me quedó claro de aquella charla, no pude prestarte atención hasta que te escuché eso, y luego ya volvieron a abrírseme las orejas y se me esfumó la angustia.

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Contrastes “¿Y qué vas a hacer?” –te pregunté-, y me miraste como si me faltara un tornillo. “¡Coser!” exclamaste, y ví un destello de orgullo encenderse en tus ojos. “Y llevarte de viaje, después” – añadiste-, y aunque no me quiera mover de este lugar, ni siquiera contigo, me pareció el regalo más hermoso del mundo. A partir de ese día pareció que me querías incluso un poquito más que antes, aunque yo supiese que me abrazabas más fuerte para que no me sintiera temeroso de nada, y me servías más huatía para que estuviera tranquilo. El día que te colocaste el uniforme, solamente para que yo lo viera, me pareció que te habías hecho una mujer de golpe, sin darme tiempo a entenderlo, y mira que desde siempre te lo andaba pidiendo, “avísame antes de hacerte mayor”, te decía, y sin embargo sucedió de pronto. No te reconocí del todo en las líneas abruptas de la chaqueta. Era lo más distinto a un tipoy que podría haber. Ahí es donde me entró más miedo, donde te vi más extraña a pesar de que tus hombros seguían siendo los mismos que sacudía yo para que te apresurases con las tareas de la escuela, a pesar de que tuvieras la misma cara de niña traviesa de siempre. Eras distinta y hermosa, parecías un ave negra y deslumbrante. “No te puedes perder”, te repetí día tras día hasta hoy, que apenas faltan unas horas para que comiences a asomarte a

todos los recovecos de tu nueva vida; pero no sé cómo harás para seguir siendo la misma culebra pequeña de aquella cuna. Abrí los ojos como si tuviera una tela empapada sobre ellos, demasiado temprano para la inauguración y demasiado tarde para llevarte a otro pueblo y que no vieses llegar a los extranjeros. Salí de casa antes de que te hubieras levantado y atra-vesé el vallado, adentrándome en los campos, cuando aún hacía un frío intenso y la niebla enredaba sus dedos en los troncos delgados de los árboles y en las orejas de los animales. Caminé, escuchando el chasquido de mis rodillas entre todo ese silencio, y me acordé de todo, de tu cuna y de tu pelo liso y pesado, y seguí caminando entre tropiezos como quien tiene un lugar a donde ir. No me di cuenta de si estaba rezando, tal vez lo estuviera haciendo, tal vez, pero me parecía estar solamente pidiéndole al aire de alrededor que no cambiasen las cosas demasiado, que sólo te notase más feliz y no más lejos. No te puedes perder. No puedes. Al descorrer las telas de la puerta horas más tarde, ya en casa, te habías marchado. Me sobresalté pensando que había regresado demasiado tarde para verte atravesar las puertas del nuevo edificio, como si fueras una reina, y cuando salí de nuevo, con la velocidad que me permitían mis piernas nudosas, ví allí estirado, en un rincón, el brillo anaranjado de los bordes de tu uniforme nuevo.

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Contrastes Dónde estás, me dije en un silencio mudo, dónde fuiste.

“Dónde te metiste” – murmuré abatido.

Abracé el uniforme con las dos manos y lo saqué fuera conmigo. La gente del pueblo caminaba con prisa, como la corriente de un río agitado, hacia el edificio, algunos temblando y otros entre abrazos inquietos. Muchos sonreían, vestidos como en fiestas, y yo los seguí, esperando encontrarte y poder darte el uniforme nuevo a tiempo, por si te habías olvidado de que era hoy el día que tanto ansiabas que llegara.

Y solamente en ese instante te ví, allí dentro, con los demás, la cabeza alzada y el pelo suelto. Levanté el uniforme con mis manos, aliviado, esperando que me vieras agitarlo y te acercases a por él, y entonces comprendí las horas largas que habías pasado en casa entre montones de lana.

Alcancé el llano sin haberte visto, impaciente y dolorido, sin comprender. Te busqué con la mirada, veloz como un puma hambriento, tratando de distinguir entre tantas bocas la tuya, pero no te hallaba. Arrugué tu uniforme sin darme cuenta, y la banda empezó a tocar, primero despacio, bajito, como en una nana, y luego más fuerte, y cada vez se unían más instrumentos y más aplausos. Grité tu nombre entre la muchedumbre, para hacerme oír por encima de los charangos. Poco después llegaron los gringos, sonriendo y mejor peinados que nunca, saludando a la gente. Hablaron, en el español torpe de un niño que está aprendiendo, y luego aparecieron los jóvenes del pueblo, donde debías estar tú, preparada, con ellos. Parecían un banco de peces negros y naranjas, orgullosos, y comenzaron a recorrer el camino hacia la entrada.

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Llevabas tu propio uniforme. Distinguí en él las últimas hebras de lana de las alpacas que pacen al lado de casa, y me pareció percibir desde donde estaba el olor del tinte de anilina. Era idéntico al negro, la misma cintura estrecha, la chaqueta de hombros rígidos, la falda sin vuelo y por la rodilla, pero habías abandonado la tela nocturna y la habías cambiado por otra de colores, con patrones geométricos y aguayos. Eras la única distinta, la mía, y todos los demás te miraban algo extrañados, en tu uniforme extranjero hecho de diferentes tonos y texturas. Entonces me topé con tu mirada, boquiabierto, aún con los brazos alzados sosteniendo tu uniforme oscuro, y me devolviste una sonrisa ancha. Pasaste caminando delante de mí y te detuviste un instante imperceptible para guiñarme un ojo. Cuando atravesaste las puertas del edificio respiré hondo. Estabas más parecida a tu abuela que nunca.

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Tenemos derecho Autor:

Alberto Blanco Paredes

País:

España

Premio:

Relato ganador del accésit


Tenemos derecho El Señor Ataulfo nos miró henchido desde sus gafas de pasta cuadradas, con patillas rosita fosforito, las cuales, según siempre contaba de una manera innecesariamente reiterativa, eran lo más nuevo de lo novedoso, lo más reciente de lo último, lo más de lo más. Nosotros, es decir, mis compañeros y yo, como no teníamos demasiada idea de lo que se llevaba en dichos menesteres y estimábamos en muy alto nivel la inteligencia del Señor Ataúlfo, siempre alabábamos su buen gusto en esa y otras cosas. Parecía que iba a explotar de gozo aquella mañana sofocante de octubre, en pleno corazón de Zambia, que, por si no lo saben, es un país situado en el centro, tirando un poco hacia el sur, del continente africano. Lo digo porque yo, por aquel entonces y a pesar de que me había desplazado allí hacía dos semanas para desarrollar los planes de expansión de nuestra firma legal, no tenía demasiada idea de por donde quedaba. El propio Señor Ataúlfo, el más dueño de los dueños del despacho, y fundador del mismo, se había desplazado allí, lo cual no dejaba lugar a dudas sobre la importancia estratégica de África y, en particular, de la nación zambiana, para el crecimiento de la sociedad. Todo el equipo asistimos exageradamente atentos, más de lo que la situación requería, al discurso pomposo, petulante y autocomplaciente del Señor Ataúlfo, al que creíamos tan inteligente que estuvimos todo el circunloquio esperando, como perfectos crédulos de sus dogmas, a que dijese algo interesante o que explicara de un modo más profundo como

se estaba desarrollando el programa de fiscalización que estábamos implantando. Lo cierto es que todo lo que pudimos escucharle a nuestro máximo superior fue que las cosas marchaban pistonudamente bien, que su inteligencia era preclara – igual no lo dijo de forma tan evidente, pero quedó indirectamente bastante meridiano que era eso a lo que se refería – y, algo que mesorprendió, aunque ya se lo había oído mencionar antes de que abandonáramos Madrid: Que se sentía tremendamente orgulloso por estar colaborando a que se hiciera realidad el desarrollo del continente africano. El discurso lo finalizó dando un toque solemne y melodramático a sus palabras. Tras esta especie de arenga, fuimos a comer. Nos hospedábamos en el más lujoso de los hoteles de la capital, Lusaka. Algunos de los colaboradores de nuestra pandilla laboral eran latinoamericanos. Los otros diez, de un total de diecisiete, éramos españoles de España, incluso contábamos con la inestimable presencia de una catalana llamada Elsa. Ella decía que era española de Cataluña, por cierto, no catalana de España, lo cual era reconfortante para los demás, al menos para mí. Me detengo a hablar de ella porque la chica era una auténtica petardera. Se pasaba la vida indignada, sacando defectos a todo lo que sucedía a su alrededor y clamando por la injusticia de las cosas, especialmente de las que llevábamos a cabo allí. Ella era la única que no consideraba tan inteligente al Señor Ataúlfo, aunque admitía su

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Tenemos derecho astucia. En más de una ocasión se había enfrentado a él, haciendo hincapié en lo hipócrita de sus planteamientos aparentes, pero el tipo, a modo de prestidigitador, se sacaba cada vez un animalito nuevo de su bombín para, si no contentarla, como mínimo apaciguarle los ánimos. La española de Barcelona acababa espetándonos en privado: “¡Hay que ver el jodido, las tablas que tiene!”. Claro, que cuando el jerifalte máximo no sabía qué responder a la guerrillera, la ínclita labor era realizada por alguien aún más hábil que él, aunque infinitamente menos elegante, nuestro jefe de equipo Mario. Este era un tipo con aspecto de bailarín flamenco, de tez bronceada, melena desarbolada que caneaba cerca de la frente, y barba algo descuidada que enmarcaba una boca de labios gruesos y prominentes, tras los que se asomaban en muchas ocasiones, pues el tipo era de carácter chistoso, unos dientes irregulares exageradamente blancos. Se refería a nosotros como “sus niños” y empleaba un colegueo que al principio nos había chocado y después se había convertido en fuente habitual de anécdotas jocosas. A mi vecina vallisoletana Laura la llamó Lau desde el primer día, mismo momento en el que optó por saludarla agarrando su cintura mientras hacía descender su mano izquierda o derecha, según la ocasión, hasta zonas comprometidas. Bien es verdad que, como decía Martín, uno de los dos cacereños de nuestro equipo, el “hacho lo hace también con los tíos”. Carlos, el albaceteño, siempre reseñaba que, a pesar de su falta de seriedad y aspecto de madrileño chulesco y macarra, “en el

cuerpo a cuerpo gana”, haciendo hincapié en su habilidad para guiar por la autovía de Castilla al que le había preguntado la ruta hacia Sierra Morena. A mí simplemente me hacía gracia, sobre todo cuando Elsa, la camorrista catalana, le pedía explicaciones sobre el polémico hecho de que “Ataulfo Abogados” invirtiera millones de euros en contratar mano de obra europea para trabajar en las sucursales del despacho en África, organizar expediciones a las ciudadesdonde radicaban las mismas, y nada en destinar parte de la riqueza que obtenía en dichos países a la realización de proyectos que revirtieran en esas sociedades. Entonces Mario adoptaba una actitud de gravedad y le decía que el problema radicaba en la falta de formadores adecuados para realizar esa ardua y vital labor. “Hasta que no contemos con ellos no podemos llevar a cabo algo tan fundamental”. Luego cambiaba el gesto y le soltaba con cameladora picardía: “¡Elsita, mi niña, si es que todos en el bufete estamos esperando que seas tú la sheriff de eso!”. Él sabía perfectamente que la barcelonesa estaba destinada a un departamento de la firma que impedía la movilidad geográfica, pero a la caballera andante no le quedaba más remedio que callarse, pues tenía la firme convicción de que quién formulaba la protesta sobre algo debía predicar con el ejemplo. - ¿Pero no os dais cuenta de que todo lo que ha contado es para vendernos la moto? A él le importan un pepino los africanos y su desarrollo, sólo pretende crecer y ganar dinero a base de explotar aquí la conflictividad – dijo alterada durante

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Tenemos derecho aquella comida que siguió a la rimbombante digresión del máximo mandatario del bufete. - Hombre, yo creo que más bien les da un servicio que ellos de otro modo no podrían obtener – opinó Mario. - Con unos honorarios desproporcionados – repuso ella. - Discrepo. El precio es más bajo que el de los abogados de por aquí, que encima son muy pocos – opuso él. - El que el acceso a la justicia para los ciudadanos de este país suponga un cúmulo de vergonzosas trabas no es sinónimo de que nosotros se lo pongamos chupado. - Nadie dijo que esto fuera fácil, Elsa – intervino Carlos, el de Albacete. - No lo es, Elsita. Pero, mi niña, la realidad es que hacemos una gran labor para la sociedad zambiana, gracias a gente como tú. Todo es mejorable, y no dudes de que con el tiempo esto acabará siendo la rehostia – declaró Mario mostrando sus dientes felinos. La catalana se quedó con ganas de reponer algo más, pero su rostro denotó una mezcla de cansancio y convencimiento. Finalmente cerró la boca y siguió comiendo. Zambia tiene más de once millones de habitantes y, a pesar de ser gigantesca, su tasa de mortalidad diaria, la cual viene

en gran parte provocada por el “virus que navega en el amor”, que rezaba aquella canción de Mecano, supone aproximadamente la mitad del número de nacimientos en el mismo período. De estas nuevas vidas, la mayoría se truncan antes de los cuarenta años de edad. Es el Estado de la Tierra que concentra un mayor número de personas que viven por debajo de la pobreza. Aún así, los socios del bufete para el que yo trabajaba, y en especial el taimado accionista mayo-ritario, no ignoraban el hecho de que más del ochenta por ciento de los zambianos estaban alfabetizados. Ese dato contribuía muy favorablemente a que el número de casos encargados a la sede del despacho en Lusaka estuviera creciendo desorbitadamente. Recuerdo que, en una ocasión, durante aquella estancia en el país centroafricano, le comenté a Elsa que su argumento de que nuestra firma no había realizado acción alguna en pro del pueblo, no era exacta, puesto que había fomentado la apertura de varias escuelas tanto en la capital como en otras ciudades del país. - Y lo mismo sucede en otros países de África donde tenemos sede – había añadido. - ¡No seas ingenuo, chico! – me había reprobado duramente – Esos centros de los que hablas enseñan poco más que a leer y a escribir ¿Cómo querrías si no que los pobrecitos firmaran las hojas de encargo, los contratos, las escrituras notariales y demás documentos jurídicos? – había interrogado retóricamente con un tonillo de sátira.

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Tenemos derecho - Bueno, se podía haber ahorrado toda esa parafernalia y simplemente haberles engañado. Al menos, algo es algo – había repuesto yo con poca convicción. - ¿Y para qué narices iba a necesitar un analfabeto los servicios legales de alguien? Mira, chico, sigue viviendo embobado en tu mundo si quieres. Francamente, me ponía mucho cuando se dirigía a mí en esos términos resabiados de regañina. Yo a ella, en cambio, ni pizca. Eso sí podía notarlo. No se si llegaba a despreciar todo mi conjunto, o sí sólo repudiaba mi empeño en identificarme con la filosofía de la compañía y por justificar sus comportamientos empresariales. Alcanzando un poco más de profundidad, que no es que venga mal a veces, lo cierto es que la admiraba por ser capaz de vislumbrar cosas que a mí se me escapaban, si bien también la compadecía por la evidente amargura que portaba siempre consigo. Me frustraba un poco el no poder congeniar demasiado con ella, aunque no sólo me ocurría a mí, pues su carácter evidentemente controvertido le acarreaba algunas reacciones inhóspitas del resto de compañeros. Pero eso no quiere decir que todos se opusieran frontalmente a sus opiniones o las desvalorizaran. Incluso había quien la respaldaba. La propia Laura, mi paisana pucelana, solía estar de acuerdo con ella, e igual sucedía con la dulce venezolana Fabiola o la puertorriqueña Leire, a la que todos

teníamos cariño porque era como nuestra madre accidental. También se llevaba bien con una zaragozana de talante afable y muchos mimbres, no exenta de un cierto exceso de favorable opinión respecto a sus comportamientos, y con una gallega de temperamento desenfadado que, por cierto, estaba tremenda. Sin embargo, como las exasperaba su comportamiento demasiado vehemente, terminaban por hartarse de su continua belicosidad. Sea como fuere, yo estaba tan centrado en mi trabajo que no veía más allá de la buena marcha del mismo, en su vertiente puramente mercantil. No tenía tiempo para éticas u otras zarandajas. Además yo nunca había sido un tipo que se complicara excesivamente la vida por la moralidad de sus actos, si bien tampoco me consideraba alguien deshumanizado o absolutamente indiferente ante la problemática social. El negocio en Zambia iba muy bien. Mi equipo controlaba directamente las líneas de facturación del despacho en Lusaka y lo cierto es que estaban ascendiendo mucho, tanto en volumen de asuntos como en importancia económica de los mismos. En sus primeros tiempos de andadura, la sucursal había ostentado principalmente entre sus clientes a ciudadanos de recursos muy parcos, que, si bien no podían en caso alguno pagar las minutas, acababan haciéndolo. No me planteé jamás cómo. Una vez nuestra querida barcelonesa beligerante se lo preguntó agresivamente al responsable de la contabilidad en la delegación. Este le plantó una sonrisa que indicaba claramente lo mucho que se gustaba a sí

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Tenemos derecho mismo. “Somos buenos”, le respondió sin despegarse de ese gesto petulante. Por supuesto, entre esos primeros consumidores de los servicios jurídicos que ofrecía la firma se hallaban sólo aquellos que no estaban sumidos en la pobreza extrema. Ese sector que contaba con algún tipo de renta, aún exigua, comenzó a acudir a nuestro bufete alentado por los precios irrisorios, en comparación con los de las escasas firmas legales autóctonas. La mayoría de los asesoramientos prestados eran en materia penal, principalmente relacionados con asesinatos, lesiones y robos, delitos tan al orden del día en aquella sociedad. Se empezó a correr la voz entre el grupo de ciudadanos zambianos más opulentos, especialmente tras un caso célebre, del que el Señor Ataúlfo solía vanagloriarse especialmente, en el que, de una manera inverosímil, el letrado de nuestra firma había logrado obtener una condena para un poderoso terrateniente, acusado de estafar a un grupo de paupérrimos campesinos. Sobra decir que la pena fue únicamente pecuniaria y de proporciones insignificantes en relación con el enorme montante de la defraudación, pero aún así supuso un hito histórico en la historia judicial de Zambia. A raíz de esta controversia, que provocó un revuelo considerable entre la clase pudiente, muchos de los que formaban parte de la misma se fueron interesando paulatinamente por el despacho, y dieron inicio los primeros contratos sustanciosos para dirimir pleitos entre dichos magnates, que hasta entonces habían sido los únicos capaces de enfrentarse ante los tribunales zambianos en condiciones de paridad. Precisamente, esa variación en la “calidad” de la cartera de clientes era lo que había

motivado que nos desplazáramos hasta el territorio africano, para supervisar todos los avatares que allí tenían lugar. Pues bien, en la tarde de aquel día en que mi admirado jefe nos había embriagado con sus proclamas de éxito, descubrí el motivo principal de la exaltación, el cual había omitido por completo durante la perorata. Me estaba tomando un té en la elegante cafetería del hotel con Santiago y Pedro, doscompañeros tinerfeños que solían arrancarme buenas risotadas. A la animada tertulia se unieron Rosa, una cacereña vacilona de estilo alternativo y algo hippie, y Leandro, el panameño del grupo, un cachondo mental sobre el que rondaba la sospecha de que estaba forrado hasta las trancas, y que tenía un gracioso toque de mafioso. Pese a las diferencias aparentes entre ambos, todos comentábamos que tenían un lío, lo cual me resultaba una desesperante muestra de que los estereotipos solían derivar en el absurdo. Venían con esa expresión típica del que ha descubierto algo realmente interesante y se muere por compartirlo. - Tenemos a Bubuka, brothers, un auténtico boss de este condenado país. Por eso estaba el viejo tan eufórico ¿Se imaginan? Millones de facturación – declaró Leandro. Así que esa era la verdadera fuente de la inmensa satisfacción que embriagaba al Señor Ataúlfo. Entonces até varios cabos y llegué a una conexión oculta, lo cual me hizo sentir muy orgulloso de mí mismo, puesto que ese tipo de razonamientos no eran mi fuerte. El día anterior, al revisar las fac-

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Tenemos derecho turas de los últimos años, había descubierto que un colectivo, quizás una organización humanitaria, llamada “Agua para Zambia”, había sido cliente nuestro y, repentinamente, sin explicación aparente, lo había dejado de ser. El letrado responsable no pudo o no quiso darme una explicación del curioso hecho. Yo lo tomé como una circunstancia de impago o de desaparición de la mencionada asociación, y no lo di más vueltas. Sin embargo, con la noticia del compromiso de Bubuka con el despacho, quedaba claro que se había dado un conflicto de intereses, y el Señor Ataúlfo, o alguien con su aquiescencia, había optado por dejar de prestar servicios a la agrupación. No era de extrañar, teniendo en cuenta que el flamante nuevo cliente del bufete controlaba el servicio de abastecimiento de agua en casi todo el país. Ni que decir tiene que dicho suministro llegaba en condiciones pésimas a gran parte del territorio, o ni siquiera llegaba. “He aquí el mejor ejemplo de modificación en la configuración de la cartera”, comenté a mis compañeros tras desvelarles mi deducción. Todos nos sentimos un poco culpables, o al menos eso creo. Tan presuntuoso se mostraba nuestro sagaz superior de los superiores que hasta nos convidó a una fiesta esa misma noche, para celebrar lo fetén que discurrían los acontecimientos, pero callando lo de Bubuka. El mismo hermetismo mantuvimos nosotros, aunque no era difícil suponer que

todos lo sabían ya, incluso Elsa, cuya furia podía desbordarse más que nunca, sobre todo si llegaba a la misma conclusión que yo. Perdidos en el corazón del continente africano, tan lejos de nuestros hogares y cargados como estábamos de responsabilidades, nos entregamos a la liviandad. Bebimos como mamuts y alguno nos metimos unas rayitas de unmaterial inefablemente puro que un conocido camello de la zona nos proporcionó a una tarifa muy especial. A pesar del innegable colocón que un servidor llevaba, fue inevitable que mi atención se quedara prendada de una escena contemplada en uno de los callejones que circundaban el hotel, cuando salí a tomar el aire. Semiocultos en una especie de solar mal tapiado, Mario y una nativa echaban un salvaje polvo. Ella estaba a cuatro patas y, él, con los ojos cerrados, se movía como un contorsionista y emitía sonidos estentóreos, como si estuviera en trance bailando una danza popular africana. No se percataron de mi presencia, a pesar de transitar muy cerca de ellos sin demasiado sigilo, pues supongo que, en mi estado, estaba deseando que me invitaran a participar. No di mayor importancia al hecho y al día siguiente casi ni lo recordaba. A fin de cuentas, en Zambia era habitual practicar el sexo en lugares públicos. El caso es que dos o tres días después de aquel festín, sucedió algo totalmente imprevisible. Fuimos convocados de manera extraordinaria. Notamos la ausencia de Mario. Pronto descubrimos el por qué de la misma. El Señor

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Tenemos derecho Ataúlfo nos participó con un cabreo monumental que nuestro jefe de equipo había sido acusado de violación por parte de la hija del cliente más importante de la firma en Zambia. Para colmo, habían encargado el asunto al despacho. Argumentó que no había podido negarse, dado que, de lo contrario, hubiésemos perdido ese importante activo y habríamos tenido multitud de problemas para seguir operando en el país africano. Añadió que, de haberse tratado de una cualquiera, basándose en la normalidad con que se vivía el sexo en Zambia y la poca o nula importancia de la mujer en la sociedad, la cosa hubiera acabado probablemente con una condena para la chica, y ni siquiera se habría admitido a trámite la denuncia. “Pero esto son palabras mayores”, finalizó su disertación con un tono de resignación rabiosa. Todos supusimos que se trataba de la hija de Bubuka, pues la familia entera había sido invitada al festejo. Entonces recordé que había sorprendido a Mario la noche del sarao con una zambiana. Aún sin llegar a conocer bien a la joven Bubuka y pese a la espectacular colgada que llevaba aquella noche, creía evocar las imágenes de ambas chicas y podía haber afirmado sin demasiada rotundidad que no se trataba de la misma persona. Decidí, no obstante, silenciar mis pensamientos. Por vergüenza, por miedo a equivocarme, por una extraña y morbosa ansia de que triunfase la ironía… Desconozco el motivo exacto. Lo único que puedo decir es que Elsa no habló una sola palabra ni antes, ni durante, ni después de que el Señor Ataúlfo nos comunicara lo sucedido. Unos meses más

tarde dejó el bufete y nos enteramos de que había fundado una ONG, que tenía como principal beneficiaria a la señorita Bubuka. Su principal objetivo social era la promoción de las condiciones higiénicas para todos los zambianos, principalmente en lo referente al agua potable. Otra de sus principales reivindicaciones consistía en la negativa a que las empresas occidentales se instalaran en el estado africano, salvo que cumplieran una serie decódigos éticos y de responsabilidad, poniendo especial énfasis en las firmas legales. En cuanto a Mario, tras un infausto peregrinaje por el Derecho Internacional Privado, consiguió ser juzgado en España. Misteriosamente, antes de que se celebrara la vista oral, la denuncia fue retirada. Como el procedimiento debía seguirse obligatoriamente a instancia de parte por el tipo de delito, se archivaron los autos. No llegó la sangre al río, pero sí el virus del VIH a la sangre de Mario. Al saber esto, mi memoria se aclaró un poco más respecto a lo acaecido en la noche de marras. Poco tiempo después, Ataúlfo Abogados se vio obligado a cerrar su delegación en Zambia, asolado por múltiples controversias, choques de pretensiones y alguna que otra amenaza. Jamás volví al país.

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Cartas Autor:

Stephanie Gleason González

País:

México

Premio:

Relato ganador del Premio del público


Cartas Mamacita linda: Hay mamita linda yo no sé porque me vine para acá a esta terrible ciudad donde hay muchísima gente, pero mucha, no creas que es como el día de la fiesta allá en San Juan donde ni se puede pasar, esto esta mas a reventar. Volteas y ves gente pa’ ca y gente pa’ ya, que caminan como locos, rapidísimo, aquí pocos dan el saludo, es bien raro, y tampoco respetan a la gente mayor, con razón se dice que en las ciudades ya no hay respeto. Y otra cosa muy importante son los carros pues no dejan de pasar, de hacer ruido y de sacar humo, porque me creerás mamita que si me sueno las narices, me salen los mocos negros, primero al ver esto me quede bien extrañada pero me puse a reflexionar, que me pasaba, que tal si estaba enferma y yo ni por enterada, pero meditando, es por el humerio de tanto carro. La gente está desesperadísima, tocan los claxon a cada rato, hasta parece que no se cansan, si ya saben que hay tanto carro y por lo mismo tráfico, yo no sé por qué no dejan de hacer ese ruidero. Ya me subí al metro la otra vez, creo que fue el martes, pero no me gusto para nada, si vieras esto mami chula te espantas y te regresas para el pueblo en cinco segundos, pero ya sabes que yo si soy aguantadora, así que apechugo y aunque los extrañe todos los días me aguanto, pero te decía del metro que es un tren, pero la parada esta dentro de la tierra, está muy moderno. Es como en la tele, te acuerdas, que veíamos las novelas y allí una vez vimos como era el metro, pues es casi igual pero mucho más grande y con un

gentío que pa’ volverse chiflado, porque te vas bien pegadito uno de otra gente, casi hasta puedes sentir el latido de corazón de la otra persona y otras cosas. Hay hombres que se pasan de abusivos y se manosean a las muchachas, eso me dijo mi tía Cayetana, que yo no sentí ninguna mano, pero que si la hubiera sentido lueguitito se la ando arrancando al fulano, pero ni te creas que el metro es cosa del otro mundo,toda la gente lo conoce, además está sucio por las envolturas que tiran las personas, esta rayado, se parece el camión de don Chema con los vidrios rayados, con letras raras y mensajes de amor. El día que me subí al metro, fuimos al supermercado, te digo que fue el martes y desde entonces voy los martes, es que hay unas ofertas buenísimas, mi tía Caye si sabe comprar, figúrate que se compro un paquete grandotote de sopas, bien baratas, es hora que ni se las acaba es mas unas ya hasta se están echando a perder, pero es que esta tan bueno todo que se te antoja comprar de todo, por eso es difícil que ahorre aunque sea un poco del salario que recibo, que el primer mes fueron ochocientos pesos, pero ya en este me van a dar mil doscientos pesos, pero te contaba del supermercado que está muy bonito me enamore de ese lugar porque es un mercado grandotote, bien construido, con techos altos y con lámparas colgantes, bien pintadito, limpios, ordenados, y encuentras todo lo que buscas, venden ropa de marca y perfumes de esos que anuncian las artistas, ¡hay es tan bonito un supermercado!, cuando vengas por acá lo primero que voy a hacer es traerte al centro comercial.

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Cartas Donde trabajo van muchas mujeres de todas las edades, muchas de ellas son madres solteras, sin mentirte mamita, es como la mitad, que a unas que las dejaron, a otras las engañaron, otras también vienen de lejos. Ya tengo amigas y nos sentamos a comer juntas, pero no platico gran cosa, porque ellas son mujeres modernas salen de fiesta, a tomar un café, al cine, que no está mal pero si supieras lo que hacen, también te caes del espanto, la piquito colorado les queda chica, y es que dicen que si salen con este, que si con aquel, o con el que se deje, pero ellas le dicen salir a acostarse con los hombres con los que salen o que apenas conocen, es que aquí las personas son distintas acostarse sin ser novios o esposos no es algo malo ellos creen que está bien, así que allá ellos a mi no me importa. Pero te iba a contar de la empresa en la que trabajo es muy grande y hace televisiones, de esas que están carísimas, si vas a San Pedro y pasas por la electra que está allí y ves las teles más bonitas, pues de esas yo hago. Solo que está muy cansado el trabajo y para acabarla tengo que estar parada todo el día, hacer lo mismo una y otra vez y si hago algo mal me regañan y a los tres regaños te corren mama, estas personas no juegan, corrieron a una muchacha que venía trabajando para la empresa diez años y estaba embarazada y aun así la corrieron, por eso me fijo muy bien lo que hago porque si me corren como le voy a hacer para conseguirme otra chamba como esta y sin que me pidan tanto estudio, una de mis compañeras estudia y esta por recibirse de licenciada, pero no se ha podido conseguir un trabajo de lo que ella estudió, así que mientras tanto trabaja aquí. Por eso me preocupo, si ella que ya casi es licenciada no puede conse-

guir trabajo, yo que apenas tengo la secundaria que voy a hacer. Y ni te imaginas las cosas que hay aquí, me toco la mejor empresa de todas las que hay por aquí. Y fíjate que hay muchas fábricas aquí donde está en la que yo trabajo, cuando voy subida en el pesero y paso lentamente a lo largo y miro que son terrenos muy grandes y las construcciones muy grandes, de grandes como la casa de don chimino y dealtas como el tamaño de la iglesia de la concepción, y así hay muchas muchas fabricas cuando se acaba una empieza la otra, unas pegaditas de otras, como las casas que están haciendo en Huetocla, ahh acordándome de eso, te sigo contando mami que aquí en la empresa te dan dinero si es que siempre llegas temprano, yo por eso pongo mi reloj y en cuanto suena me levanto de la cama como chiflido, también te dan vales de despensa, como los que le dan a Don Chepo sus hijos (y yo también te mando unos dentro del sobre), si no faltas ningún día a trabajar después de un tiempo te dan un premio de dinero por no faltar ningún día, me dan servicio de salud y ya dentro de más de un año que tenga trabajando aquí, bueno eso me dice una compañera, que voy a poder comprar una casa y la puedo ir pagando poco a poco, las casas son como las de Huetocla, a mi compañera todo le parece mal, que si el servicio de salud, que si las casas son chiquitas, que la paga, pero todo el día se esta quejando, si ella supiera que hay quien todavía vive como cuando el ser humano apenas ya aparecía en la tierra y me refiero a vivir en cuevas como doña chelito, que la pobre vive allí con toda la naturaleza ante ella, si paty que es mi com-

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Cartas pañera viera como viven allí en Peñasco Tumbona se cae de mero culo, y es que la pobre creo que ni la secundaria terminó y eso que ella es de ciudad, no sé porque se queja, me contó que se salió de la escuela porque en la crisis del noventa sus papas quedaron endeudadísimos y que perdieron los ahorros de todas sus vidas, de santos date mamacita, que estas personas están vivas, te acuerdas que Doña Sebastiana se murió de la impresión de ver que todas sus cosas se las habían robado, pero como dicen que ladrón que roba a ladrón! Y pensar que fue tan coda toda su vida, hasta para comer ¡solo compraba un filete de carne cada mes! y acuérdate que le quitó a más de uno sus terrenos por las deudas, y ahora, pensar que nadie sabe para quien trabaja, esos terrenos fueron a caer a manos del presidente municipal alegando que los expropió y que después los compró con su salario, se los vendería a el mismo a unos cinco centavos cada uno porque hasta cambio le quedó para andar viajando a Europa y también a África con eso del mundial. Nada más se robo todo el dinero que era para arreglar el pueblo y poner a funcionar la mina, por eso ya no le dieron hueso de nuevo porque supuestamente el gobernador se enojó con el por muerto de hambre, lueguito enseñó el hambre. Ahh mama le sigo contando que la empresa está muy bien y que te dan muchas cosas, por venir a trabajar, también te dan cursos para que te superes y después te suban de puesto y ganes mejor dinero este lunes empiezan unos

cursos de planeación y organización, son después del trabajo, de mis compañeras nadie se va a quedar, porque todas están muy cansadas según ellas, si estuvieran tan cansadas no se harían citas en la noche para verse con los hombres, pero en fin a mí que me importa, yo si me voy a quedar a los cursos, pero no le he dicho a mi tía Caye, porque se vaya poner loca ves que es envidiosa, decía que me iban a correr lueguito, y ya voy para el segundo mes,mire mami ya me extendí mucho con la carta, pero no quiero hablarle por teléfono, porque sale carísimo ya sea en la calle o si le pidiera hacer una llamada a mi tía Caye de seguro me cobraría más de lo que le doy por vivir con ella, así que mejor así a la antigüita con cartas, le prometo apurarme y trabajar muy duro, juntar dinero para irla a visitar o que usted venga para acá, ahh y de veras váyase olvidando eso de que me consiguiera un novio rico porque no hay hombres ricos por aquí, solo hombres pobres el único rico es el dueño de la empresa y su hijo, que está casado con una muchacha que también es rica, así que eso no se va a poder, yo no sé porque enseñan eso en las novelas, que gana el dueño de las telenovelas con producir mentiras. La quiero mucho cuídese y no salga sin su chal o su abrigo.

Samanta Abigail Chaves García.

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Impactos de la

empresa en el desarrollo de los países del Sur

IV Concurso de expresión artística


Dise帽o: Freepress S. Coop. Mad.

Asociaci贸n para el Desarrollo

www.freepresscoop.net


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