PENTAGRAMA DÍA 3

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EL ESPECTADOR / DOMINGO 6 DE ENERO 2019

EL ESPECTADOR

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ElPentagrama N°3

Cuarteto de Cremona: un ensamble con instrumentos legendarios El sonido de este cuarteto, que consagrará su repertorio a Bach, Beethoven y Mozart, tiene un ingrediente esencial: todos los instrumentos fueron propiedad, muchos años atrás, del ícono del violín Niccolo Paganini. JUAN DAVID TORRES DUARTE

1 Una serie de eventos (lógicos, pero inusuales) fueron necesarios para que el Cuarteto de Cremona sonara como sonará en Cartagena. Un lutier célebre, Antonio Stradivari, diseñó y ensambló, entre 1680 y 1736, cuatro instrumentos para música de cámara. Todos terminaron en las manos de un violinista, Niccolo Paganini, que se convertiría en leyenda. Aquel violinista murió, y los cuatro instrumentos (dos violines, una viola y un chelo) se repartieron en distintas manos. Un siglo más tarde, una mecenas, Anna Eugenia La Chapelle, los reunió con el pacto tácito de que jamás serían separados y los dio en préstamo a

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un cuarteto de cámara cuyo nombre honraría la memoria: el Cuarteto Paganini. Hacia 1994, cuando comprarlos era imposible incluso para un músico de talla exacerbada, una fundación musical japonesa los adquirió, los puso bajo la guardia de dos cuartetos que luego se desbandarían y en septiembre de 2017 los prestó al Cuarteto de Cremona. Los cuatro instrumentos cumplieron a cabalidad un recorrido circular: fueron concebidos y creados en Cremona, una pequeña villa italiana, y vagaron de dueño en dueño solo para terminar en las manos de cuatro músicos educados en un conservatorio de Cremona. Sus peripecias, su resistencia de náufrago viejo y su firmeza como caja de resonancia resultan tan atractivas que es posible que el Cuarteto de Cremona se haya convertido en el único ensamble del mundo en el que los instrumentos son más afamados que sus músicos. 2 Alguien arriesgaría incluso la hipótesis metafísica de que los instrumentos se valen por sí mismos y los intermediarios son por completo innecesarios. La extravagancia de la premisa dejaría por fuera, sin embargo, la ejecución

Es posible que este Cuarteto se haya convertido en el único ensamble en el que los instrumentos son más afamados que sus músicos.

fina de los cuatro músicos genoveses que conforman el Cuarteto de Cremona: Cristiano Gualco y Paolo Andreoli en los violines, Simone Gramaglia en la viola y Giovanni Scaglione en el chelo. Desde 2000, tras sus estudios en la Accademia Stauffer, el cuarteto ha grabado 18 álbumes, ocho de ellos dedicados a los cuartetos para cuerda de Beethoven. Su repertorio incluye piezas de la tradición italiana (Puccini, Verdi, Boccherini), los cuartetos de Bartók y Haydn y los quintetos para piano de Dvorák y Brahms. En parte porque ha consagrado numerosas sesiones de grabación a Beethoven y en parte porque no existe otro método para la maestría que la obstinación, el cuarteto alcanza la belleza cuando interpreta las piezas del alemán: su ejecución del Cuarteto en Si bemol mayor opus 18 n.° 6, durante un festival italiano cuatro años atrás, simula la superposición de voces de un coro trágico y, mediante el relieve intercalado de cada instrumento, muta de un estado a otro: del horror súbito al optimismo febril, mientras un violín calla y el otro contesta bajo la condición de que el siguiente lance sea más robusto, hasta llegar a una cima de la cual solo es posible descender para comenzar de nuevo. 3 Sus instrumentos tienen nombre propio. Fueron bautizados por su origen o el nombre de su dueño antes de que llegaran a los dominios de Paganini. Los dos violines, Desaint y Conde Cozio de Salabue, fueron ensamblados en 1680 y 1727; la viola, Mendelssohn, en 1731; el chelo, Ladenburg, en 1736. Los tres más recientes pertenecen a la época dorada de Stradivari —que moriría a los 93 años en Cremona— y, según refiere la Enciclopedia Británica, aún ocultan, a despecho de numerosos análisis infructuosos, la fórmula del ingrediente que permite que esa caja de resonancia tome el carácter de una bestia melódica: el barniz. Con y sin el ensamble de instrumentos de Paganini, el Cuarteto de Cremona ha recorrido las academias de música europeas para dictar cátedra, ha visitado Ámsterdam, Hamburgo y Edimburgo y ha girado por Dinamarca, Estados Unidos, Canadá y Japón. Sus asistentes han atestiguado su capacidad de multiplicarse por dos en las regiones más sonoras de cada pieza y de reducirse casi a la inexistencia en los pasajes menos intensos, como en su ejecución del Cuarteto opus 77 n.° 1de Haydn. En el último tramo, durante una presentación reciente, aunque aún repasaban los arcos sobre las cuerdas en un volumen bajísimo, su lentitud y su precisión eran tales que nadie en el auditorio se atrevió a aplaudir antes de tiempo, de modo que por un momento el Cuarteto Cremona convirtió el silencio en el sonido más venerable. 4 En el Cartagena XIII Festival Internacional de Música, el repertorio abundará en otros compositores. Piezas de Mozart y Bach (entre ellas un fragmento de El arte de la fuga) están incluidas en los tres conciertos. Las piezas de Beethoven planeadas (Gran fuga, opus 133, por ejemplo) reafirman la tradición del cuarteto y permitirán verificar si es cierta la leyenda —contada por el chelista del Cuarteto de Tokio, que tocó el chelo Paganini— según la cual los instrumentos de Stradivari tienen una personalidad tan propia y una terquedad tan irreversible, que permiten ser tocados solo si son ellos quienes dominan al músico.


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El compositor que murió de hambre

Los nazis lo catalogaron como autor de lo que ellos llamaban “música degenerada”, mientras que Bartók (1881–1945) prohibió que sus composiciones fueran interpretadas en Alemania durante el régimen de Hitler.

MANUEL DREZNER

Las biografías dicen que la muerte del músico Béla Bartók, el 26 de septiembre de 1945, en un hospital de Nueva York se debió a leucemia, pero la verdad es que el ilustre artista, que en esa época apenas pesaba poco más de cuarenta kilos, murió físicamente de hambre, ya que sus recursos eran ínfimos y su orgullo era tal que le impedía recibir lo que él consideraba limosnas. Es extraño porque en ese entonces su puesto no solo como uno de los grandes músicos del siglo XX, sino también de toda la historia de la música, ya estaba asegurado y la admiración por su obra, si bien no lo hacía

exactamente popular, era unánime en todos los círculos musicales. De hecho, declaraban que él y Liszt eran los dos grandes músicos que Hungría había dado al mundo. Bartók había nacido en un pueblo que en esa época era húngaro, pero que, por las veleidades de la geopolítica, hoy pertenece a Rumania. Desde temprana edad mostró facilidad musical y dio un recital como pianista cuando solo tenía once años, con gran éxito y en ese concierto incluso tocó una composición propia. Comenzó a tomar clases formales de música en la Academia de Budapest, donde conoció al gran compositor Kodaly, quien sería su amigo de toda la vida, otro gran

nombre pero no a la altura de la de su amigo. El destino les cambió a los dos cuando Bartók escuchó a una nodriza entonar canciones folclóricas. Esto despertó un interés por el folclor y por muchos años se dedicó a visitar pueblos campesinos para recopilar su música tradicional. Fue uno de los pioneros en el uso del fonógrafo para grabar y dejar una constancia sonora permanente de ese arte del pueblo. Las primeras obras Al volver a la capital, Bartók oyó música de Richard Strauss y Claude Debussy y al ser invitado a ser profesor de piano de la Academia, decidió


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Conversaciones musicales

Bartók decidió aplicar lo que sabía a sus composiciones y nacieron poemas sinfónicos como “Kossuth” y el “Primer cuarteto de cuerdas”.

ballet iba a ser estrenado en Colonia, pero el alcalde de la época consideró que esa historia de crimen, prostitución y decadencia, con alto contenido sexual, era inmoral y la prohibió. El alcalde era nadie menos que el mismo Konrad Adenauer, quien muchos años después dirigiría los destinos alemanes. La obra, sin embargo, fue acogida con aprobación en otros centros y aún es interpretada con frecuencia. Otras composiciones suyas incluyeron sus cuartetos finales, la impresionante música para cuerdas, percusión y celesta, además del Divertimento, que se podrá escuchar en uno de los conciertos del Cartagena Festival Internacional de Música. Este último fue un encargo del millonario suizo Paul Sacher, gran amante de la música, quien no solo comisionaba obras a compositores importantes (y con una increíble visión de lo que era bueno) a quienes pagaba en forma generosa, sino que incluso creó una orquesta propia para tocar esa música.

volver a la creación musical, pero incorporando a ella lo que había aprendido en sus investigaciones sobre el folclor. Como profesor fue exitoso según indica el que entre sus alumnos hubiera luminarias de la música como los directores de orquesta Reiner y Solti y los pianistas Lili Kraus y Sandor. Estos dos últimos fueron en sus tiempos visitantes de Bogotá y de hecho con Sandor (quien estrenó el Tercer concierto para piano del maestro) pasamos una inolvidable velada en donde el artista nos regaló reminiscencias sobre Bartók. Bartók en esa época decidió aplicar lo que sabía a sus composiciones y nacieron poemas sinfónicos como Kossuth y el Primer cuarteto de cuerdas, así como su única ópera: El castillo de Barba Azul. Revolución y exilio Después de la Primera Guerra Mundial, Bartók apoyó y formó parte activa de la Revolución húngara de 1919, pero cuando sus adalides comenzaron a boicotear artistas amigos, el músico decidió emigrar y dedicó unos años a continuar sus investigaciones folclóricas. Pero la composición le atraía como un imán y escribió sus sonatas para violín y en especial un ballet de vanguardia llamado El mandarín milagroso, en el que se notan las nuevas influencias de Stravinsky y Schönberg. El

La situación europea A finales de 1939 y principios de los 40, la situación en Europa se había puesto muy difícil, en especial para un artista que tenía fama de revolucionario y demócrata. Los nazis lo habían catalogado como autor de lo que ellos llamaban “música degenerada” y a su vez Bartók prohibió que su música fuera tocada en Alemania mientras los nazis estuvieran en el poder. Fue entonces cuando el compositor junto con su segunda esposa y su hijo Peter emigraron a Estados Unidos. Allí comenzó con una beca de la Universidad de Columbia para clasificar sus investigaciones folclóricas y por un tiempo vivió decorosamente, así no tuviera grandes lujos, ya que rehusaba enfáticamente cualquier ayuda monetaria de sus amigos y admiradores, porque la consideraba caridad. La cosa llegó al extremo de no poder pagar sus cuentas de hospital, requeridas por su salud, cada vez más precaria, y hay que decir en honor de la Sociedad de Compositores y Autores de ese país que, aunque Bartók no estaba afiliado a ella, recogió y pagó todas sus cuentas. Conocedores de su orgullo, los admiradores se unieron para encargarle obras. Yehudi Menuhin fue el recipiente de una sonata para violín solo, que había encargado, y el director de la Sinfónica de Boston, Sergio Koussevitzky, se inventó un homenaje a su difunta esposa para encargarle la que puede ser una de las culminaciones de la música sinfónica del siglo pasado: el Concierto para orquesta. La muerte de Bartók A pesar de que la salud del músico se deterioraba cada día más, en especial porque las privaciones del pasado inmediato habían cobrado su cuenta al frágil cuerpo del genio, que muchas veces no tenía para comer. Cuando murió, su deceso pasó casi en secreto y a su entierro solo acudió una docena de personas. Eso no ha sido impedimento para que Béla Bartók sea considerado uno de los músicos más importantes de la historia, no solo por la calidad de sus obras, sino también porque incluyeron elementos revolucionarios para la evolución del arte. Se trata de un nombre ilustre que figura en un sitio de honor entre los grandes autores de todos los tiempos.

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Alguna vez, el escritor alemán E. T. A. Hoffmann describió su relación con la música de Bach en los siguientes términos: “Cuando he estado oyendo por largo tiempo las obras del gran Bach, las relaciones numéricas de la música y, de hecho, las místicas reglas del contrapunto despiertan en mí un terror interno”. Ese “terror” del que habla Hoffmann es un término propio del Romanticismo, quizás un tanto exagerado. Podría equipararse hoy más bien al asombro que nos invade cuando descubrimos que, en casos como el de Bach, la música puede expresarse mediante una serie de proporciones y fórmulas matemáticas y aun así mantener su elemento emocional. ¿Cómo se explica este fenómeno? La persona llamada a hacerlo, dentro del Festival, es el musicólogo italiano Giovanni Bietti. Se trata de una figura que regresa luego de haber probado, el año pasado, que una charla sobre música puede ser amena e instructiva, y prepararnos para escuchar mejor las obras de los recitales. Bietti es un profesional de la Radio Televisión Italiana (RAI), donde elabora sus programas con el mismo formato que trae a Cartagena: ofrece un contexto histórico y va tocando los ejemplos en el piano a medida que explica la música. Las charlas de Bietti se iniciaron este 4 de enero con una explicación del término “armonía celeste”, que enmarca este festival. Luego, a las 9:40 a.m., vendrá una tanda dedicada enteramente a la obra de Bach. El 6 de enero explorará las Variaciones Goldberg, el 7 abordará “El clave bien temperado” y el 8 escucharemos su análisis de “El arte de la fuga” (una música que, según algunos, avanza hacia el infinito). Como si fuera poco, Bietti regresará el 11 de enero (3:00 p.m.) para explicar a Mozart. Más exactamente, su ópera Così fan tutte, que también tiene relación con las proporciones numéricas. Todo esto será de entrada gratuita en la Casa 1537 en Cartagena de Indias.

La persona llamada a hacerlo, dentro del Festival, es el musicólogo italiano Giovanni Bietti, quien regresa luego de haber probado, el año pasado, que una charla sobre música puede ser amena e instructiva.

Las charlas de Giovanni Bietti se iniciaron este 4 de enero. / Cortesía


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Víkingur Ólafsson: el pianista avezado / Cortesía

Nombrado el Glenn Gould de Islandia por el “New York Times”, el artista de 34 años se ganó el reconocimiento mundial por sus interpretaciones originales de los grandes maestros de la música clásica. ÁNGELA MARTIN LAITON

El primer encuentro de Víkingur Ólafsson con un piano fue en el vientre de su madre. La mujer completaba su título como solista en la Universidad de las Artes de Berlín; en ese momento tenía seis meses de embarazo y el vientre le daba contra el instrumento en el recital en solitario. Esa es la imagen primigenia del niño con la música: antes de nacer ya existían él y su instrumento. Su mamá se convirtió en su instructora de piano, los álbumes familiares están llenos de fotografías de Ólafsson con los brazos arriba, luchando por alcanzar las teclas de un piano que está muy por encima de su cabeza. El niño, guiado por el oído, antes de iniciar el habla pasa horas junto al instrumento. “Vi el piano principalmente como un juguete, simplemente el mejor juguete del mundo, como un niño. Todavía lo hago en realidad”, dijo en una entrevista para un diario de Islandia, su país de origen. En 2017, treinta y tres años después del recital de la mujer embarazada frente al piano, el niño se ha convertido en una de las insignias musicales de su país, ha ganado más de cinco premios nacio-

EL PENTAGRAMA Periódico oficial del Cartagena Festival Internacional de Música

nales, su reconocimiento traspasó las fronteras y el mismo Philip Glass lo invitó a trabajar en uno de sus proyectos. Sus interpretaciones particulares de los distintos maestros de la música clásica le han merecido ovaciones y críticas. “La forma en que escuchamos música dentro de nuestras cabezas es muy diferente de cuando escuchas la reproducción”, dijo para una entrevista en el New York Times momentos antes de presentarse en el Festival de Mozart de Nueva York. Durante su adolescencia, el músico comenzó a escuchar a los grandes pianistas de la historia. Él mismo reconoce la influencia de esas grabaciones de los años 30 y 40. Desde grandes clásicos como Clara Haskil y Dinu Lipatti hasta los románticos poetas del piano como Benno Moiseiwitsch, Sergei Rachmaninov, Josef Hoffman, Ignaz Friedman y Alfred Cortot. “Recuerdo haber escuchado incesantemente las grabaciones de Friedman de Chopin y haber intentado imitarlas, con muy poco éxito debería agregar. Así que mis influencias tempranas vinieron de direcciones muy diferentes”. Durante esa época, el aprendiz de músico pasaba horas escuchando las grabaciones de los clásicos. En una ocasión contó haberse sentido afortunado de no haber tenido que vivir en ese momento la explosión de la internet, así solo tenía tiempo para la escucha y la práctica sin compararse con nadie en Youtube. Cuando no estaba en casa absorto en sus discos, estaba buscando la manera de entrar en la ópera. En casi todas las ocasiones lograba colarse cuando finalizaba el primer acto, así pasaron muchos años antes de lograr comprender Die Walküre de Wagner. Ólafsson estudió en la Juilliard School de Nueva York. Allí, bajo la influencia de Jerome Lowenthal y Robert McDonald, obtuvo la titula-

ción de licenciatura y maestría. “En mi adolescencia y principios de los 20, como estudiante en Juilliard, tuve dos grandes maestros de piano que, ahora me doy cuenta, se podría ver que venían de direcciones muy diferentes: Robert McDonald, el clasicista, con su increíble sensibilidad para las proporciones musicales, forma y arquitectura, y Jerome Lowenthal, el espíritu musical más libre, maestro de lo espontáneo”, dijo para Arcana. En 2014 trabajó con el maestro del minimalismo estadounidense Philip Glass. De este período Olaffson comenta que no solo aprendió de la experiencia musical de Glass sino de su disciplina para el trabajo. Después de haber tenido un extenuante día de trabajo, el maestro lo invitó a cenar en Gotemburgo a la medianoche; después del último brindis Glass solicitó la factura y junto con ella una taza de café grande. Ólafsson, alarmado, le preguntó cómo podía dormir tomando café tan tarde, a lo que Glass contestó: “¡Pero, Víkingur, no he tenido tiempo de componer hoy! Siempre compongo cinco horas al día y lo haré ahora en mi habitación de hotel”. Un hombre de 78 años dispuesto a posponer el sueño para componer lo hizo sentir absolutamente viejo a sus 29 años. No es casualidad que su álbum debut, Breathtakingly Brilliant Pianist, sea un homenaje al cumpleaños número ochenta de Philip Glass. Desde entonces firmó con Deutsche Grammophon para la producción de sus discos. El talentoso pianista ha estrenado seis conciertos para piano hasta la fecha, más recientemente el nuevo concierto para piano de Haukur Tómasson con NDR Elbphilhamonie Orchester y la Filarmónica de Los Ángeles bajo EsaPekka Salonen en 2017. Ólafsson también es director artístico de Vinterfest en Suecia y el galardonado Reykjavík Midsummer Music, del cual también es fundador.

Sobre la boletería del Festival Adquiera las boletas para los conciertos del Festival en las taquillas de Primera Fila a escala nacional. En Cartagena están ubicadas en las salas de Cine Colombia de los centros comerciales Caribe Plaza, Paseo de la Castellana y Plaza Bocagrande. Así mismo, estarán habilitadas las taquillas del Teatro Adolfo Mejía, Sofitel Legend Santa Clara, Charleston Santa Teresa, Centro de Convenciones Cartagena de Indias y Casa 1537. Consulte los horarios y fechas de estos puntos de venta en www.cartagenamusicfestival.com

PRESIDENTA: Julia Salvi DIRECTOR GENERAL: Antonio Miscenà SOCIOS PRINCIPALES: Postobón, RCN Radio, RCN Televisión SOCIOS: Cine Colombia, El Espectador FUNDADORA DE EL PENTAGRAMA: Paula Ojeda Palacio DIRECTORA DE EL PENTAGRAMA: María Camila Castellanos

EDITOR GENERAL: Juan Carlos Piedrahíta B. COLABORADORES EL PENTAGRAMA: Juan David Torres, Manuel Drezner, Ángela Martín Laiton, Katia Carbal, Julie González y Sara Sofía Rojas DISEÑO: Éder Leandro Rodríguez Corredor, Jonathan Bejarano http://www.cartagenamusicfestival.com


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