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TESTIMONIO
Aún sabiendo de la explotación y el abuso en la pornografía, me resultaba difícil criticarlo y no disfrutarlo, especialmente si las mujeres eran sexys. Me preguntaba, ¿qué de malo hay en las películas si se trata de participantes dispuestos?.
En la medida en que fui siendo más consciente de cómo me sentía, empecé a preguntarme cuál era mi papel en ello. Era solo un consumidor que ‘disfrutaba el producto’ y ya está o era algo más? Mientras usaba a la mujer que estaba observando para excitarme y tener una fantasía, mi cuerpo también estaba siendo abusado entreteniéndome con esa forma de ‘placer’ que era hueca, vacía y carente de intimidad.
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Ver el vacío en los ojos de los actores me sirvió para darme cuenta de que cada persona que miraba era un cuerpo vacío que no tenía sensibilidad, sensualidad ni sentimientos. Empecé a darme cuenta de que no solo se abusaba de los cuerpos en la pantalla, sino también del mío. La pornografía te entrena para no vivir en contacto con tu sensibilidad y te lleva a entrar en un ciclo sin fin de buscar más y más sin una verdadera satisfacción y asentamiento en tu cuerpo.
Es como en esas películas donde la mujer bella se convierte en un fantasma esquelético y cuando la miras te conviertes también en ese mismo cadáver incapaz de sentir o expresar el amor que en verdad eres.
Adam