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El rito de lo trivial y lo profundo
Por Jesús Herrera, Gerente de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Un avión aterriza en Barajas a las 13:53 de un martes. En ese momento suena la última página de la Sexta de Chaikovsky en el Centro Cultural Miguel Delibes. Es una página que transporta a algún lugar muy profundo dentro de uno mismo, pero la realidad de la vida llama. El ensayo de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León termina y hay que guardar la viola para volver a casa corriendo a preparar la comida. En el avión, proveniente de París, va un pianista que por fin ha pasado unas 24 horas en casa tras dos semanas de gira por Estados Unidos. El segundo día de jet lag suele ser especialmente duro y a pesar de haberlo vivido muchísimas veces, nunca llega a acostumbrarse.
El Cuarto de Rachmaninoff es un concierto difícil de juntar con la orquesta y normalmente pide un ensayo extra. Esta vez no ha sido posible (por el viaje de Estados Unidos). Con circunstancias como estas los niveles de adrenalina el día antes del primer ensayo suelen ser bastante más altos, pero ya ha tocado con distintas orquestas junto al excelente nuevo Titular de la orquesta, y sabe que no deberían tener dificultad en resolver los problemas que vayan saliendo. Además le han dicho que la orquesta es muy buena y que la sala es una maravilla.
Dos estudiantes del conservatorio consiguen dos entradas muy buenas justo antes del concierto y van a poder ver de cerca a uno de sus pianistas favoritos. Quizás luego conseguirán un autógrafo o incluso hacerse una foto para Instagram.
Mientras el grupo proveniente de Guardo llega con el autobús del “Abono de Proximidad” (muchos llevan toda la semana descubriendo el Rachmaninoff), Aurora y Nieves están algo conmovidas en la “Charla de Bienvenida” previa al concierto en la Sala de Cámara. Vaya vida tan trágica la de Chaikovsky y qué bonita que es esta sinfonía, pero qué triste…
Cada una de las casi 1.500 personas que se sientan en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos arrastran el estado de ánimo de un día acelerado, apacible, frustrante o simplemente monótono. El olor a madera de la sala, el móvil en silencio o apagado y el la del oboe comienzan el ritual que hace que los movimientos de una batuta guíen a la mente de cada uno durante los próximos 93 minutos.
Se produce una inusual ovación después del raro de los cuatro, bueno, cinco conciertos que escribió Rachmaninoff. La perfección atlética del solista ha conseguido pasar a un segundo plano, y esto distingue a un buen pianista de un gran artista.
Durante la sinfonía, la mente de Aurora vuela de vez en cuando, para luego volver a la música. Qué bonita es esta sinfonía, pero qué triste… El silencio del final la desconcierta un poco. No sabe si el concierto ha terminado o no, pero le da igual. Su alma está más elevada que antes de llegar y ese día acelerado, apacible, frustrante, o monótono de esas casi 1.500 personas ya no importa en este momento. Todos se encuentran emocionalmente en un lugar más bonito. El violista ya no siente prisa y en esta ocasión guarda su instrumento sintiéndose de nuevo afortunado por haber podido hacer de la música el centro de su vida.