María Florencia Rua Noelia Palma
Correspondecia amorosa: Miller - Borges
Portada: Jesús Borda Maquetación: Gabriel Martínez 2014
No tiene sentido callar si se calla para decir lo que no se puede decir. Es como hacer trampa. Sin embargo, la Ăşnica manera de llegar a la verdad es mintiendo a mansalva. Florencia Rua
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Sello de lacre a la correspondencia. Los muertos escriben cartas. El mecanismo es pendular: hay mujeres que atenúan el tiempo, cavan hoyos en él donde el espíritu expulsado del cuerpo fresco se introduce y anida; el muerto comienza a escribir. Borges, en una de sus muertes, halló refugio en una Noelia Palma sondeadora de vientos, mitológica, innegable catapulta. A Miller lo mató el instinto de oler en la flor de la carne a Florencia Rua, tuvo que al fin introducirse en ella para conocer al hombre. Mantendrán correspondencia perpetua. Será como quien descubre las grietas de su cuerpo y las explora con los dedos abrillantados de espíritu remanente, hasta el génesis. El ritmo es el de una tortuga que abandona el mar atravesado para ovular la tierra desde la boca, con la misma guturalidad hacia adentro. El resto será un hombre que ha extirpado sus ojos para sembrarlos en el sexo pleno del otro. Las mujeres ya están aquí, lo mismo que las plantas, han florecido sus manos al preludio de lo irrevocable.
Jesús Borda
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Septiembre 19, 1959 Mi querido Jorge Luis: Me desperté empapado. Llorando a mansalva. Tu sexo replegado en los dientes. Necesito ahora mismo la lengua que me salve. Ponerle nombre a esta bestia que engendramos para no morir de noche. Hace falta en la habitación tu cuerpo en desnudo (siempre hace falta). Escribirte poemas fue una manera de decirte: por favor no te vayas. Pero no me enseñaron a pedirle cosas a un hombre. Mi padre fue una mano en la espalda, de golpe. Toda su vida sometida a una sola tarea: cómo hacer que las mujeres convivan con el pavor del hombre. Entonces 1) cinturón, 2) manos alzadas, 3) insultos breves. Mi madre siempre tragando. Fue una máquina de tragar, de deglutir. El llanto interrumpido para adentro. No sé por qué te escribo esto. Es terrible ver a una mujer con miedo. Es la locura. Oh. Lo intentaré de una manera más simple. Primer paso me arqueo hacia abajo. Segundo paso vos entrás sin aviso. Tercer paso lo indecible. No te olvides, por favor, de lo que fuiste entre mis brazos. Es terrible que lo niegues. Es darle de comer al Padre y la comida no alcanza. Nunca alcanza. Henry.
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Septiembre 28, 1959 He dicho: el olvido se parece bien a una esperanza, una única salida, un talismán entre las manos. Conservo estas palabras porque, mi querido Henry, los poemas están escritos, sellados. El sur las guarda impaciente. No las uso, dejo los talismanes a la espera, para otra ocasión. El porvenir de este sur es, claramente, la fuerza y el coraje de la desolación, compréndame bien, tantos años obedecí a mis propios puñales, dándoles de comer mi propia sangre que, ahora, la piel desnuda se eriza como si la gloria fuera también una fisura en todas las cosas, y el recuerdo inagotable un Edipo aventurero. Las calles de Buenos Aires están soleadas, esto es un hecho. Pero, mírelas detenidamente, algo las quiebra, hace un impasse y entonces, el cielo se abstrae para quedar en segundo plano. Ese instante, mientras se camina con los ojos arrastrando un paso y otro, es la vida. La vida, a estas alturas, después de la metafísica o la vastedad de la fiebre se reduce a haber cerrado los ojos para abrirlos y vernos con el sexo enredado, con toda la luz del día. Discúlpeme, Henry, por estas palabras que se atropellan, ya no son mías. Jorge Luis.
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Octubre 11, 1959 Mi querido Jorge Luis: Se acaba de ir June por la puerta. Tenía el rostro de una niña magullada por el mundo. Me hablas de la vida, Jorge Luis, pero resulta que te quedas en tu casa, esperando entre la biblioteca, a descubrir un libro que arda más que mi cuerpo en vos, mi toda noche. Hace falta decir: no lo hallarás. Tampoco hallarás nada en la memoria de la fiebre que es, en efecto, una sanación terrible. Pero no tendré la indecencia, esta vez, de pedirte que me concedas una habitación de hotel en Buenos Aires para saber a qué se llama primer plano y cómo hacer para que el cielo se desdoble y llueva. Me reduzco a creer en el cuerpo compacto de una mujer. En sus labios haciendo luz a la sombra de un páramo invisible. Esto es todo lo que me queda: el deseo manso, adocenado. Como decir conocí el paraíso y su fruta atroz y después un niño, jugando a ser dios con tu sexo, me arrastró hacia el mundo otra vez. Entonces, la vida es esto ahora: June saliendo por la puerta, yo desnudo escribiéndote desde la cama. ¿Te basta, acaso, que no entre el sol? Hay que decirlo: no te disculpo. Pero te adentro en las manos con mis propias palabras. Y sobre todo el silencio. Henry.
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Octubre 25, 1959
Lo cierto es que no es improbable una historia prohibida siempre que sea animosa. Quiero decirle, mi querido Henry, que en la universidad de Buenos Aires, donde doy clase, un matemático escribió un poema y lo dejó en mi escritorio. Este poema era una descripción de una plazoleta. Por un momento imaginé que eran palabras suyas las que se vertían en caída libre por los ojos, como la bifurcación de algo que se monta a otro tiempo, un pasaje donde también estaba Usted. Me habla de June y las mujeres y eso no puede ser. Cuando lo veo con el dedo adentro del vaso como sentenciando, tengo parálisis en el cuerpo, sé que ese dedo me entrará y después escribiré versos que han existido siempre, pero son siempre nuevos. Jorge Luis.
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Enero 2, 1960
Ah, terminar de escribir un libro se parece mucho a perder la infancia de golpe. Y sobre todo cuando ese libro es el último de una trilogía. He mantenido nuestro secreto a salvo. Sabes lo que me ha costado: la vida. Pero ahora puedes agradecerme, ya ves, porque eres un hombre respetuoso. En el fondo, siempre deseando que te falten el respeto. ¿Lo hice demasiado? No sé si habrán alcanzado las noches para contabilizar el Error. Apenas en tu galería de enciclopedias e idiomas agregar: cómo romperle a pedazos el corazón a un hombre.” Tu Henry.
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Enero 15, 1960
Por favor, no se queje, Henry, me permito seguir tratándolo de Usted por razones obvias, el amor es mi mayor respeto. Sabrá, los corazones no se rompen. El corazón usa corbata y se estrangula. Esto es una de sus sentencias, si se quiere. Cuando desperté esta mañana Usted ya no estaba. Hice la cama mientras recordaba cómo me sujetó del cuello para deshacer el nudo de la corbata, y las medias puestas porque hacía frío. Es una bendición que haya venido a Buenos Aires. Usted crea mundos, no le importa demasiado el qué dirán, pero sí le gusta acostarse con un amante de la filosofía. La saliva se esparce bien igual que la tristeza. Sus dedos son finos. Un conjunto de dedos puede ser la señalización de todo aquello entrando para quedarse precediendo al sueño. Yo desperté, le insisto, y no estaba. Los animales son infinitos, Usted se parece a un ciervo que hace sangrar a su hijo para enseñarle a pelear por su presa favorita. Jorge Luis.
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Febrero 3, 1960
Mi queridísimo: No te preocupes, Jorge Luis. O debo decirte: mi tigre de fuego, mi animal naciente. Me excita, de una manera terrible, que me trates de usted. Me da ansias de darte por adentro hasta alcanzar la herida y que me pidas por favor, sin despacio, que prosiga. Tuve que irme por razones desconocidas: algo o alguien llamó, no recuerdo bien, y me pidió urgencia. Fue como asistir a un velorio. Ya estaba muerto cuando te dejé dormido. Vos, todo en las sábanas sucias. La cama completamente deshecha. La vida desnuda. ¿Hay que decir que me masturbé a mansalva, una y otra vez, a diestra y siniestra, esta noche? No me malentienda. La falta de su cuerpo no alcanza ni para darse a luz a uno mismo. Adoradamente, Tu Henry.
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Marzo 15, 1960
He estado esperando su carta. Imagínese, despertar y que Usted se haya ido, tener la noticia inesperada de su relación con Brenda Venus. Esta tarde June se comunicó conmigo, me dijo que ella entra y sale de su casa y eso es todo. Yo la escucho con honestidad, conservando nuestro secreto como un pedazo de vida aglomerado todo en el pecho. Cuelgo el teléfono y me siento durante horas puertas adentro en mi biblioteca. No muevo un dedo, no muevo las piernas, voy quedando ciego a ratos, o me lo parece, porque es fácil marearse cuando el cuerpo está tendido sobre la silla sin más que nada. Su última carta, cómo se atreve, mi querido, cómo se atreve a decirme esto y aquello del amor y la masturbación cuando se apasiona con las mujeres. Entiendo que su arte es lo desnudo, que Brenda Venus es todo lo que los hombres describen como la hermosura de una noche. Yo aquí estoy sentado encorvándome y la música siempre es Wagner mientras Usted abre la boca despacio, el irrespeto de haber querido tragar entero mi bastón y de nuevo esta tristeza, puedo decirle con seguridad que los prostíbulos no van a darle el amor que busca, la desesperación, esa urgencia que milita insaciable en el cuerpo. Yo aquí estoy. Jorge Luis.
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Abril 3, 1960
Ay, Jorge Luis: Me da intriga tu manera de pronunciar su nombre. Esa B contra la R, entrando por tus labios. La vibración terrible. Repito una y otra vez la imagen. Tú abres la boca, la saliva te acontece. La furia despierta al animal. Te amo así, de golpe, con unos celos terribles de pertenecerme. Me das ternura. Esto quiero ahora: ir corriendo a tu infancia y corregir el miedo. Tal vez, el riesgo de pegarle a tus padres. De explicarles cómo nacer a un niño sin la herida del hombre. Y entonces estoy tan apenado, Jorge Luis. Me reclamas exclusividad como si fueras capaz de venir a verme a Francia. Como si quisieras armar una vida juntos y abandonar el secreto. ¿Acaso eres un adolescente en celo? Hace sangre tu carta, por todos lados. Es inconsistente. Escuece. Como leer un poema que dice “Me duele una mujer en todo el cuerpo” y no saberme ni siquiera a mí mismo. Quedarme con la boca abierta toda la madrugada. Quiero decir: ¿qué importa si June o Brenda Venus aparece en dulce y me da los dedos en la lengua? Yo abro la saliva en tu palabra. Respiro con tu manera de decir. No hay otra cosa que me salve. Tu Henry, siempre.
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Junio 8, 1960
Hola, estoy aquí, en Francia. La habitación donde me pediste que te espere (esto es secreto) se ve pequeña pero cómoda. Habías dejado una flor y una nota. La guardé en el bolsillo de mi camisa y la flor, querido Henry, cuando entres por esa puerta tendrás que quitarla, con los dientes, de mi mejor orificio, no me importa que las espinas se llenen de sangre, para que la rosa tenga olor a rosa hace necesidad de hundirla como una Tropa por senderos irrevocables. Te quiero quitándome la rosa, haciendo agua de caballo blanco siempre. Después mojar los labios, sé que te gusta el whisky. Dos noches no bastan. Te dejo esta carta debajo de la almohada. Para que la rompas sin leerla o la leas llorando de dolor todo abierto a luz tenue. El amor es poner tu nombre en posición de tigre de bengala. Jorge Luis.
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Julio 9, 1960
Mi querido Borges: Entonces llegaste a Francia, pasamos los días haciendo el amor en el piso, en la cocina, en el escritorio. Puse tu cuerpo contra la biblioteca, dabas la voz en golpes, los libros temblaban de miedo, de asfixia. Te hice fuerte y despacio. Hubo tanta luz. Ahora viene June. Me dice que por qué estoy tan feliz. Yo alumbro al secreto. Lo contemplo. Me hace las manos en la máquina, escribir como si no fuera a cesar nunca. Te hago mujer en mis textos para custodiar el enigma. Para sabernos indescifrables al resto del mundo. Debo agradecerte. Sé lo que te costó haber venido. No sólo en pasajes, en renuncias, en trámites imposibles: sino en la lucha incansable de ser uno mismo. Has dado con tu idioma. Te has vencido en enemigo. Y has salido indeleble, como un soldado caliente, con el sexo en las manos. La guerra ahora es nuestra. Por favor, no dejes nunca de morirme. Henry.
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Agosto 6, 1960
Sabe, mi querido, ese que lo besó dos noches enteras no era Jorge Luis. Esto es algo inconcebible, pero usted es un apasionado de las letras y la vida, y yo apenas un señor que se ajusta la corbata bastante fuerte. Si me pone nombre de mujer no es a mí a quien le escribe. Si pone nombre de mujer, lo que penetró ha pasado ya al olvido. Aquí mis poemas. Los talismanes que he guardado con tanto celo. Voy a usarlos. Sabrá disculparme pero Jorge Luis es quien guardó recién la enciclopedia alfabéticamente, quien dobla siempre en cuatro mitades el bastón mientras da conferencias. No quisiera que me recuerde temblando encima de su cuerpo, o perfumando la rosa en sangre, ni dormido una mañana cualquiera. Me asombran las circunstancias en las que me pone junto a su memoria, como un trofeo, quizás. Usted no tiene el trofeo, le digo, el amor será todo borrado. Jorge Luis.
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Septiembre 17, 1960
Esto me asombra incansablemente. Estoy fatigado. Escribí tres cartas. La primera decía váyase al infierno. La segunda el nombre me tiene sin cuidado. La tercera el amor no es una página escrita en lápiz. Ahora, sin embargo, las ansias de insultarlo se han ido. Me queda un desplomarme en el vacío. Sostener mi cuerpo con la falta de sus manos. Por favor, no me deje. Le prometo que lo trato de usted para toda la vida. Pero sea honesto, mi animal encendido. Le pido un poco de valentía para sobrevivir en la selva. El resto existe: la noche, la lengua abajo de la espalda, la lectura infatigable del poema. Por favor, no sea demasiado hombre. No renuncie. No se haga una lápida adentro de su cuerpo. Por favor, Jorge Luis, no me deje. Suyo siempre, Henry.
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Octubre 15, 1960
No me acuse, por favor, si fuera posible de desertor. No me acuse, no insista, querido Henry. No quiero que fabule sobre el amor, eso es cosa de hombre serio, y Usted sabe, ser escritor es tener a dios con la fuerza de hierro incrustado en el pecho, los talismanes bien usados. El amor sólo puede destruirse cuando existió, compréndame, este no es el caso. Usted ama a cientos de mujeres con la misma intensidad que pronuncia “Jorge Luis”. El otoño va muriendo como todas las cosas dentro de Buenos Aires. Hágase el favor de volver para mirar la maravilla que le digo. Hágase el favor de venir bien acompañado, no insista con este amor, lo prohibido es una pena conjurada de algunas mujeres amasando pan al mediodía, un decreto. No puedo coronar con flores su alegría, pero siempre me interesaron los poemas con su rima cadenciosa. Alegría – Agonía. El delirio de los poemas cuando son hermosos. Jorge Luis.
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Octubre 30, 1960
Querido Jorge Luis Borges: No insisto. Esta carta es mi despedida. Es un irme silencioso, con la cabeza cabizbaja y el sexo todo usado. Hizo de mí un monstruo tremendo, le enseñó un idioma para silenciarlo. No me interesa absolutamente nada de su vida: sus conferencias, sus modos de hablar, su fachada. Hágame el favor de no invitarme a Buenos Aires. Con Brenda me alcanza para la primavera. Tendré una vida intensa. Usted, hombre respetable, animal de la literatura. Yo, pobre pornográfico. Lo prohibido es pedirle a alguien sin corazón ni coraje, que aprenda a amar. Esta carta es mi deseo de que se incendie por las noches. De que se muera de ganas de tocarme y no haya nada. Apenas una mujer en su vestido, si es que todavía tiene la capacidad para verla, si es que no le hacen falta ojos. Le mando una última chupada en el sexo. Quiere decir: váyase a la mierda. Henry Miller.
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