Mira la herida para no olvidarla. Antología. Eunice Odio

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Mira la herida para no olvidarla Eunice Odio



Mira la herida para no olvidarla -AntologĂ­a-

Eunice Odio

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Eunice Odio



Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

Para conocer a la gran Eunice Odio Por Adriano Corrales Arias* … El poema no es un conjunto de ideas y palabras sino un orden substancial. Eunice Odio

Biografía a modo de introducción Eunice Odio detestaba las biografías en tanto intromisión en su intimidad. Para ella lo verdaderamente importante en un poeta era su poesía. Sin embargo, para quienes no conocen su intensa y agitada vida, es necesario efectuar ciertos prolegómenos existenciales para intentar la ubicación de su obra en las coordenadas espacios temporales que le correspondió vivir. En ese sentido solicito permiso y disculpas anticipadas a la poeta. Eunice declaraba haber nacido en 1922 en San José, Costa Rica. Pero la doctora Alicia Miranda Hevia investigó la inscripción de su nacimiento y afirma que nació el 18 de octubre de 1919. Sus apellidos eran Odio Infante y no Odio Boix y Grave Peralta como afirmaba ella (Von Mayer, 1996: 61). Estudió en el Colegio Superior de Señoritas y desde entonces se interesó por el esoterismo (su familia paterna tuvo mucho que ver

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en la fundación de la Sociedad Teosófica de Costa Rica: uno de sus miembros donó el terreno para la construcción del edifico que la albergaría). Cuando Eunice contaba con unos 16 años tuvo una cercana relación con el poeta teósofo Roberto Brenes Mesén. El 28 de mayo de 1939 contrae nupcias con Enrique Coto Monge. El matrimonio fracasa dos años y medio después, pero le permite ponerse en contacto con la fabulosa biblioteca de la familia de su marido. Al inicio de los años cuarenta se leen sus primeros poemas por la radio bajo el seudónimo de Catalina Mariel. De 1945 a 1947 comienza a publicar en el Repertorio Americano, célebre revista que editaba el escritor Joaquín García Monge, y en el periódico La Tribuna. También colabora en el periódico Mujer y Hogar. En 1947 gana el premio centroamericano 15 de setiembre de Guatemala con el poemario Los elementos terrestres, el cual se edita en ese país. Viaja a recoger el premio y ofrece recitales e imparte charlas y conferencias. Se queda a vivir allí. En 1948 opta por la ciudadanía guatemalteca. Labora en el Ministerio de Educación. Efectúa varios viajes por Centroamérica y Panamá. Permanece en Guatemala hasta 1954. En ese lapso escribe El tránsito de fuego. En 1953 se publica en Argentina Zona en territorio del alba, texto que fue seleccionado para representar a Centroamérica en la 8

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colección Brigadas Líricas y que agrupa sus poemas más tempranos. En 1955 se va a residir a México hasta su muerte en 1974, con excepción de dos años y medio que vive en Estados Unidos, específicamente en Nueva York, de 1959 a 1962. En 1956 sufre dos grandes pérdidas: fallece su padre, don Aniceto Odio, y su amiga entrañable, la narradora y ensayista Yolanda Oreamuno, quien expira en sus brazos luego de haberla atendido en su penosa enfermedad. En 1957 envía Tránsito de fuego para participar en el Certamen de Cultura en El Salvador. Los organizadores no retiran el envío a tiempo y no es considerado para la premiación. No obstante, por su mérito indiscutible, se le concedió, fuera de concurso, el equivalente a la mitad del segundo premio y su publicación. Adopta la ciudadanía mexicana en 1962. Trabaja en periodismo cultural y crítica de arte; hace traducciones del inglés y publica dos cuentos: Había una vez un hombre y El rastro de la mariposa (1966), además de ensayos, reseñas y narraciones en revistas especializadas de arte y literatura. En 1963 declara su rechazo a la política socialista en Cuba mediante artículos como Fidel Castro: viejo bailador de la danza soviética; Cuba, drama y mito; Lo que quiere Moscú y defiende Sartre, lo que le acarrea la animadversión de la intelectualidad mexicana de izquierda y serios obstáculos

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a su labor. Desde 1964 hasta su muerte colabora con la revista Zona Franca, que dirigía el escritor venezolano Juan Liscano. En 1967 ingresa a la Orden Rosacruz donde alcanza el 2º. Grado Superior del Templo, a finales de 1968. En 1972 publica En defensa del castellano. Fallece en México D.F. el 23 de marzo de 1974 en la más absoluta soledad. Su poesía Hoy ya nadie discute que El tránsito de fuego sea el mejor libro de la poeta y uno de los mayores logros de la lírica americana del siglo XX. Obviamente sus dos anteriores – Los elementos terrestres y Zona en territorio del alba– son importantes elaboraciones poéticas, si se toma en consideración la juventud de Eunice en el momento de escribirlos. Especialmente Los elementos terrestres anticipa esa gran aventura creadora que es El tránsito de fuego, pues allí se incuban el argumento y la estructura de este. Las imágenes insólitas y la metaforización arriesgada, a veces, se deslizan por un surrealismo propio y sugerente, premonitorio de la amplitud de registros de El Tránsito. Incluso la versificación será la misma: endecasílabos y alejandrinos conjugados con versos libres eludiendo rimas y asonancias. Los elementos terrestres es un canto a la incesante búsqueda del amado que siempre retorna, pero para alejarse nue10

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vamente. La presencia bíblica es patente, al igual que la presencia de los clásicos grecolatinos, lo que nos indica la sólida formación literaria de Eunice a temprana edad –recordemos que este libro lo escribió cuando contaba con 23 o 24 años–. Se respira un erotismo delicado y un ansia de posesión ecuménica. La sublimación de la maternidad en la creación poética potenciará, de alguna manera, la sinfonía y potente cantata de El Tránsito de fuego. Este libro es un hito en la poesía americana que algunos, como Juan Liscano, han comparado con El paraíso perdido. Su formato dramático y polifónico, que recuerda en mucho la tragedia griega con sus personajes y el coro, está repleto de historia, mitología, antropología, magia, esoterismo y metafísica. Es el intento de poetizar la génesis poética, o la empresa creativa del poeta, en un mundo que al final lo excluye. El poeta (Ión) se crea a sí mismo al decirse, mientras crea a los demás con el verbo. De ese modo, el creador es un proyecto de sí mismo en su propia poesía. Dicho de otra manera, la poesía es el potens que posibilita la parición del poeta a través de la palabra. Dialéctica y dialogía de la creación. El tránsito de fuego es la lucha denodada del creador por arrebatarle el Fuego, no ya a los dioses, sino a sí mismo, invocándose desde su nacimiento, para entregarlo a los demás. Ese fuego/palabra es la emanación primordial que hace posibles la comunidad y el mundo. La palabra

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es un objeto, una tecnología diríamos hoy, que objetiviza la realidad en tanto la poetiza. A través de la palabra somos, nos posibilitamos. Sin la palabra dejaremos de ser. Desaparecemos. Por ello la muerte es la ausencia de palabras: el silencio, el vacío. El legado de Eunice Amor Claro está que el mayor legado de un poeta, o artista, es su obra. Pero esa obra se produce y se construye desde una posición estética y ética, desde una visión de mundo; desde un conocimiento a fondo del oficio y sus particularidades de producción. En esa perspectiva, la búsqueda interior y solitaria de Eunice por el arduo camino de la poesía, nos deja infinitas enseñanzas. La principal es su acendrada postura ética respecto de la creación artística. Esa postura ética, que se profundiza en sus últimos diez años de vida en la soledad de su apartamento de paredes amarillas en la calle Neva del D.F, en México, nos sugiere y propone que, para llegar a concebirse como poeta, primero se debe ser humano, y un buen ser humano. Escuchemos su palabra: “Se puede decir que lo único que quiero en este mundo, es realizarme humanamente, para lograr realizarme en la poesía tal como la entiendo” (Liscano: 1975: 87-88). 12

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Dicho con otras palabras: el poeta solamente puede realizarse imbuido en la humanidad, sabiéndose prójimo de todos los hombres y padeciendo sus fracasos y sus dolores más profundos, así como sus triunfos y sus días felices. “El poeta anda buscando a Dios y sólo lo encuentra en el fondo de todos los hombres. Y sólo es poeta cuando sabe lo de todos los hombres posibles; y lo sabe sólo cuando los ama inmensa y apasionadamente. ‘El amor es el perfecto conocimiento’ creo que así dijo Da Vinci. Pero no puede amarlos desde lejos” (Ibíd.: 84). La poeta tenía muy clara su misión como creadora y dadora de vida a través de la palabra. Por eso insiste en la humildad que ha de tener el poeta ante la egolatría mundana, o la búsqueda de un Nirvana personal que aísla al creador de su sociedad. “Los poetas tenemos que ser más humildes y sacrificar eso; detenernos menos en nosotros y mirar atentamente todo lo que nos circunda… Si el Nirvana está en el camino de la poesía, el poeta lo halla sin buscarlo” (Ibíd.:90). Para contagiarnos de humanidad debemos estar atentos, vigilantes. Convertirnos en un combatiente cotidiano alerta ante las cosas visibles e invisibles. En un guerrero de la luz. Solamente así podremos sintonizar la “Gran Balada” del mundo. Y eso exactamente fue Eunice: una guerrera

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de amor como su Miguel Arcángel, personaje tutelar de El tránsito de fuego y del último tramo de su vida. Más aún: una vidente que, como William Blake, podía percibir el cosmos desde su ventana, la otra luz de su lámpara, el renacer de la vida en las legumbres y verduras conservadas en su refrigeradora. Y todo ello con mucho amor, con apasionado amor por los hombres. Por eso sin saberlo, o tal vez teniendo plena conciencia de ello, trocó su apellido en su contrario como bien lo saben los gnósticos o los herméticos: Eunice Amor. Colofón Eunice Odio es la gran poeta de Costa Rica en el siglo XX. (Creo que con Max Jiménez y Jorge Debravo, nuestros otros grandes creadores del siglo, era la persona más “agraciada”, poéticamente hablando, que hemos tenido). Y una de las más importantes voces de Centroamérica y del continente. Tal vez por ello hubo de cargar en vida con la indiferencia y la insidia de la sociedad de su tiempo, especialmente la costarricense que la excluyó, prácticamente, de su memoria hasta años recientes. Por supuesto Eunice no era una mujer fácil. Su fuerte personalidad y su carácter, templado en una colectividad machista y patriarcal donde el asedio masculino –debido a su belleza física, a su talento natural y a su agudo nivel 14

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intelectual– era consuetudinario, la convirtieron en una mujer contestataria siempre a la defensiva, custodiándose de lo vulgar, lo intrascendente y lo refractario a la poesía. Se dice que su vocabulario cotidiano a veces era poderosamente soez e insoportablemente descalificador y desfachatado. No era para menos, el mundo la arrinconaba y debía defenderse con todas las armas a su alcance. Por lo demás, sus opiniones políticas no siempre fueron del agrado de la mayoría. Algunas eran francamente reaccionarias y costaría bastante estar de acuerdo con ellas. Sin embargo, la honestidad y la franqueza puestas en las mismas, le otorgan un rasgo originalísimo que muchas veces aciertan en términos de diagnóstico y profecía, aunque no las compartamos. Su esencialismo metafísico y su idealismo filosófico la llevaron a tomar posiciones ideológicas contracorriente. Pero eso no le resta ningún valor a su poesía ni a su producción ensayística, narrativa y epistolar; al contrario, habla muy bien de su insobornable valentía intelectual. Por todo lo anteriormente esbozado se torna imperioso profundizar en el estudio de su obra poética, obra que aún se lee poco en Costa Rica y Centroamérica, y es casi desconocida en el resto del continente. Eunice Odio es una voz singular e imprescindible en el mosaico literario latinoamericano, una voz que sugiere caminos y que bien

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nos puede conducir a otros espacios de la palabra con su potencia cósmica y su sed de infinito. Su poesía continúa entre nosotros como insólito paraíso a visitar y como testimonio de intuición primordial y de entrega lúcida a sus imágenes y transfiguraciones. Bibliografía consultada Esquivel, Mario (Presentación notas y selección). Eunice Odio en Guatemala. Instituto del Libro, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, San José, 1983. Liscano, Juan (Compilador). Eunice Odio. Antología. Rescate de un gran poeta. Monte Ávila Editores, C.A., Caracas, 1975. Von Mayer, Pegyy (Editora). Eunice Odio. Obras completas. Editorial de la Universidad de Costa Rica y Editorial de la Universidad Nacional, San José, 1996.

*** *Adriano Corrales Arias (Costa Rica, 1958). Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Tranvía Negro (Poesía, 1995 y1999); Los ojos del Antifaz (Novela, 1999; 2001; 2007); La suerte del Andariego (Poesía, 1999); Hacha Encendida (Poesía, 2000); Profesión u Oficio (Poesía, 2002); Caza del Poeta (Poesía, 2004); El jabalí de la media luna (Cuento, 2005); Balalaika en clave de son (Novela, 2006); San José varia (Poesía, 2009); Samsara (Poesía, 2012). Es profesor e investigador del Instituto Tecnológico de Costa Rica donde

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dirigió la revista Fronteras y el Encuentro Internacional de Escritores. Ha sido antologador de poesía y narrativa costarricense y centroamericana y ha participado en múltiples festivales y encuentros de escritores nacionales e internacionales. También escribe teatro y colabora con varias publicaciones nacionales y latinoamericanas.

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Del libro Los elementos terrestres.

Premio Centroamericano “15 de Septiembre”, 1947

A Jorge

Poema primero

Posesión en el sueño Ven Amado Te probaré con alegría. Tú soñarás conmigo esta noche. Tu cuerpo acabará donde comience para mí la hora de tu fertilidad y tu agonía; y porque somos llenos de congoja mi amor por ti ha nacido con tu pecho, es que te amo en principio por tu boca. Ven Comeremos en el sitio de mi alma.

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Antes que yo se te abrirá mi cuerpo como mar despeñado y lleno hasta el crepúsculo de peces. Porque tú eres bello, hermano mío, eterno mío dulcísimo, Tu cintura en que el día parpadea llenando con su olor todas las cosas, tu decisión de amar, de súbito, desembocando inesperado a mi alma, Tu sexo matinal en que descansa el borde del mundo y se dilata. Ven Te probaré con alegría. Manojo de lámparas será a mis pies tu voz. Hablaremos de tu cuerpo con alegría purísima, como niños desvelados a cuyo salto

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fue descubierto apenas, otro niño, y desnudado su incipiente arribo, y conocido en su futura edad, total, sin diámetro, en su corriente genital más próxima, sin cauce, en apretada soledad. Ven te probaré con alegría. Tú soñarás conmigo esta noche, y anudarán aromas caídos nuestras bocas. Te poblaré de alondras y semanas eternamente oscuras y desnudas.

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Poema segundo

Ausencia de amor I Amado en cuyo cuerpo yo reposo, cómo será tu sueño cuando yo te he buscado sin hallarte. Oh, Amado mío, dulcísimo como alusión de nardo entre aromas morenos y distantes, Cómo será tu pecho cuando te amo. Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo y tu voz, un manojo de lámparas. Amado, hoy te he buscado por entre mi ciudad

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y tu ciudad extraña, donde los edificios no se alegran al sol, como frutales conchas y celestes cabañas. Y andaba yo con un crepúsculo enredado entre la lengua, Con aire de laguna y ropa de peligro. Me vio desde su torre un auriga de jaspe, yo te andaba buscando por entre el verde olor de sus caballos, Por entre las matronas con pañales y pájaros; Y pensando en tu boca reposaban mis ojos, como palomas diurnas entre hierbas amargas.

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Y te buscaba entonces por las inmediaciones de mi cuerpo. Tú me podías llegar desde el suceso cálido. II Amado Hoy te he buscado sin hallarte por entre mi ciudad y tu ciudad extraña, Junto a alquerías errantes guardadas por el campo y de agitado pasto vencidas y entornadas. Y de pronto llegaste, huésped de mi alegría, y me poblé de islas con tu brillante dádiva. Desde la brisa fresca llegaste como un niño con un pañuelo blanco y la noche voló de sueño entre las ramas, junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.

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Amado, en cuyo cuerpo yo reposo y en cuyos brazos desemboca mi alma, Cómo será no hallarte en la distancia, y llegar a tu cuerpo como los alimentos reanudados al calor de la gracia necesaria y perdida. Estar donde no estoy más que de paso, no estar donde tu aliento me contiene y me desgarra como una piedra el alma. Cómo será tener, de golpe, el cuerpo dividido y el corazón entre las manos congregado y solo. Amado Hoy te he buscado sin hallarte por entre mi ciudad y tu ciudad extraña y no te he hallado. Cómo será buscarte en la distancia.

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Poema tercero

Consumación I Tus brazos como blancos animales nocturnos afluyen donde mi alma suavemente golpea. A mi lado, como un piano de plata profunda parpadea tu voz, sencilla como el mar cuando está solo y organiza naufragios de peces y de vino para la próxima estación del agua. Luego, mi amor bajo tu voz resbala, Mi sexo como el mundo diluvia y tiene pájaros, Y me estallan al pecho palomas y desnudos.

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Y ya dentro de ti yo no puedo encontrarme, cayendo en el camino de mi cuerpo, Con sumergida y tierna vocación de espesura, Con derrumbado aliento y forma última. Tú me conduces a mi cuerpo, y llego, extiendo el vientre y su humedad vastísima, donde crecen benignos pesebres y azucenas y un animal pequeño, doliente y transitivo. II Ah, si yo siquiera te encontrara un día plácidamente al borde de mi muerte, soliviantando con tu amor mi oído por donde corra el agua y no retoñe...

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Si yo siquiera te encontrara un dĂ­a al borde de esta falda tan cerca de morir, y tan celeste que me quede de pronto con la tarde. Ah, Camarada, CĂłmo te amo a veces por tu nombre de hombre Y por mi cuello en que reposa tu alma.

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Poema cuarto

Canción del esposo a su amada Asomada a mi pecho Tatuada en él como la edad Y el daño. Como una suave grey de colinas cuyo rumbo retorna con el alba, Habla mi amada con su amor que tiene apenas pecho diurno y voz descalza. A mi sombra se bordearon de pulpa sus caderas. Por mí arrea con sus pechos el ganado del alba, Y la tarde a su paso se quebranta, como de junco herido y laurel entornado. Párpados transitados de nieve y mediodía,

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Pozo donde mi boca desmedida resbala como torrente de paloma y sal humedecida. -Sobre los muslos te pusieron racimos de ira y vocación de besos. Yo haré que de tus muslos bajen manojos de agua, y entrecortada espuma, y rebaños secretos. Ven, Amada. Los árboles todos tienen tu cándida estatura, y tu párpado caído, y tu gesto mojado, Edificio de alondras habitado de climas donde legisla el sol sobre viñedos de oro.

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A tu sombra me encontrarán los pájaros salvajes. Tu voz de aire caído entre cuatro azucenas, desfilará en mi oído como acude la tarde. Ven, te probaré con alegría, tú soñaras conmigo esta noche.

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Poema quinto

Esterilidad El hombre nacido de mujer, corto de días y harto de sinsabores; que sale como una flor, y es cortado, y huye como la sombra, y no permanece. Job – 14, 1 y 2

Tal como flor que sale y es cortada, Con la piel por donde huye la risa de los niños, Y llena hasta los muslos de tristeza; así es nuestra hermana en cuyo umbral naufraga el cuerpo de uso eterno. Golpe de viento nuevo inexperto en aromas, y sin rubor azul ya despreciada sombra, escombro de oro en sueños por las ramas. 32

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Carne en que tropezara de costado la gracia del alumbramiento, Fácil como los signos en reposo por donde llega de la mano el niño; Asomada al arrimo, con media flor y apenas medio rostro Y con el vientre en que tembló una piedra. Con un desfiladero en cada pecho, sola, venas arriba por los ojos, Sola como el primer hombre cuando descubrió la primera sonrisa y se volvió, de pronto, con todo el cuerpo a flor de fabuloso labio estremecido, más solo que antes, cuando no tenía sonrisa cotidiana que dividir en dos pedazos triunfales;

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cuando no pensaba en el otro y descendía junto a su piel profunda, roto entre los sonidos venideros como pájaro en proyecto por los árboles: júbilo de vacío jubiloso. Como huella que cae clara y sin cuerpo y no levanta hoja que al volver por el suelo, alta de días, instale al humus su unidad primera, Así es nuestra hermana. Secreto cauce quieto, agua sin ruido. “Nacida de mujer, corta de días, y harta de sinsabores; que sale como una flor, y es cortada, y huye como la sombra, y no permanece.”

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Poema sexto

Creación Proposiciones de Prometeo Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo, y el espíritu de Dios empollaba sobre la haz de las aguas. El Génesis, 1-2

I Altas proposiciones de lo estéril por cuyo rastro voy sangrando a media altura y buscándome, palpándome, por detrás de la rosa edificada, sobre lo que no tiene orilla ni regreso y es, como lo descubierto recobrado que acaba el que me siga y me revele. Me apoyo en ti, clima desenterrado de lo estéril para fundar el aire de la gracia y el asombro; y el metaloide aciago y desmentido,

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primero en rama llega, y luego en flor el metaloide oscuro, y en fruto de sabor martirizado, baja junto a la lengua enajenada, pasa de mano en mano hasta la altura. Porque no es lo posible lo seguro sino lo que inseguro se doblega, lo que hay que abrir y sojuzgar por dentro, y es como polvo en cantidad de sombra. Porque el fruto no es puerto sin rumbo entre las aguas, sino estación secreta de la carne; íntima paz de cotidiana guerra donde reposa el vientre silvestre y revestido de accidentes geológicos y espesos. Y la alegría purísima, la honda gracia presente y madurada, que rebota hasta el fondo de la sangre, que hace correr y madrugar en pájaros, y equivocarse de pecho y ponerse, como ciertas flores, un corazón de pana en la mañana.

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La alegría de caer en inocencia de sí mismo y disfrutarse junto a otras criaturas en el descubrimiento de su nombre, madrugando de pecho para arriba donde los alimentos perseveran perdidos para el cielo. II Y será como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hija no cae; y todo lo que hace, prosperará. Salmo 1-3

Al borde estoy de herirme y escucharme ahora que le propongo al polvo una ecuación para el deslizamiento de la garganta, Ahora que inauguro mi regreso junto a mi pequeñez iluminada, Ahora que me busco revelada y transida en otros nombres, Cuando por mí descienden y se agrupan anchas temperaturas matinales, Y hay gran fiesta cerval en los caminos.

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III Pasa mi corazón con su pastosa identidad doliente. Mi aliento transitivo que enarbolo y el niño cuyos pasos me prolongan. Pero la sangre está ya en marcha, repercute, hacia un país recóndito y anclado, entre pesados hierros con nombre de muchacho, y extensos materiales fuera del pulso mío. La sangre está ya en marcha hacia una parte mía donde llego de pronto, y me conoce el pecho en que tropiezo, y mis extensas, pálidas, boreales coronarias. El cuerpo es ya contagio de azucena, estación de la rama y su eficacia; palacio solitario en cuya orilla crece el suelo y afluye entre rebaños y entre sueños secretos y pacíficos.

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IV Puede pasar mi pecho errante, mi instantáneo cabello y mi atroz rapidez que no me alcanza, Pero se ha vuelto inaugural mi peso de habitante recobrado Y aires de nacimiento me convocan, ¡Ah, feliz muchedumbre de huesos en reposo! Refluyen a mi forma y se congregan los elementos suaves y terrestres y la pulpa negada y transcurrida. Los pájaros me cambian a traslados mayores del sonido, Y la tierra a empujones de llanura. Al borde estoy de herirme y escucharme ahora que me lleno de retoños y párpados tranquilos, Cuando tengo costumbre de nacer donde bajan los huesos temporales,

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Cuando me llamo para mĂ­, callada, y alguien que no soy yo ya me recuerda, Sollozante y sangrando a media altura, sobre lo detenido descubierto y recobrado.

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Poema séptimo

Germinación INTRODUCCIÓN

I Oh don, oh don de sí, tu pelo albo discurso, designio azul, futuro de jacinto. Yo podría cantar una canción para que me sospechen de humo, en aire, y de animal tallado entre la espuma, en larga, leve, carcajada de arpa Yo podría traer al corazón recuerdos como uñas cayéndose del alma. Pero estoy casi al borde de tu cuerpo, Pero está al pie del surco tu desnudo en traje de profundidad;

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Piensa en tu edad el mar y palidecen delfines ciegos cielo arriba, en rama, pensando más el cielo en menos aire mar con solo las olas y sin agua. Y tú a la orilla del paisaje tiemblas ah, intramarino pescador de espumas cuya cadera crece entre corales, Crepúsculo manchado de violines, compañero fugaz de mi costado. II Alguien pasa rozándome las venas y se abre el surco entre la flor y el labio. Es que llega la noche en columna de amor y ruiseñores; su casco azul, lacustre, enjuaga el alba, baja la niebla por su piel y huyen roces de pluma herida y madrugada. Y antes de ser, para futuro arribo de planeta tiniebla inaugural, cristal esquivo, 42

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quietud de sumergidos resplandores, la noche es de aire y tallo oscurecido. PRELUDIOS

I Óyeme esta canción que en mí te nombra carne para la fruta necesaria. Cuando la soledad bajo tu nombre oída y apretada, Cuando yo era como niño enterrado a quien llaman por su nombre pasado, y responde, y no se oye en sí mismo; Y mi mano en el fondo, confundida, tenía ya atisbo, llave, forma mía, Y se sentía más arriba del pecho y el abrazo como corona alegre y consumada. Tú me llamabas a tu nombre, y vine, con clara identidad de nacimientos, con la veraz acostumbrada gracia con que sueñan su honor las catedrales.

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Tú eres ya de día junto a la noche. Ya soy contigo el día, y en virtud de la ausencia en que me evoco miro cómo mi forma me comparte, cómo respiro en pelo y a mansalva, por dentro de mi voz y no a lo largo. EPÍGRAFE

Tu mano en que desdoblan ruiseñores su pálido desnudo, su ancho pecho de musgo coronado, es mano que abre al viento reclinado claro jazmín entre la sien oscura. Sí, deshojada el agua entre la frente, labra pequeña placidez de lirio y entre los dedos gajos de violines. II Tiende el oído y óyeme esta canción que es como semilla de estaciones. Que es como la casa de verano donde me crece de la mano un niño,

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y el alma da empujones a la orilla, y es como piel el alma –no se siente. Entraremos de pronto en el verano como árboles vegetalmente abiertos de oídos y de polvo, porque todo refluye hacia el arribo, asciende el vientre a capital de fruto y el aire hacia ecuación de golondrina. ¡Brotes sacramentales de la hierba, oh, dádivas subiendo de la entraña, suma de transitados alimentos! Y a la altura del pecho y la labranza semilla de silencio y luz desierta. Todo regresa hasta su forma exacta. La vida retoma su ambición pequeña de ser, del todo, vegetal profundo, recóndito edificio y luz abierta. ACORDE FINAL Al borde de alegres segadores tiembla el agua, y ofrece para el orden del labio complacido dulce rumbo crecido de preñadas mañanas, y agraria transparencia, dulcemente encendida.

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El trigo coronado de apretada espesura, retiene el desbordado color con que le ordenan -vecino de la carne- colmarse en primavera. El ganado decrece tiernamente en lo oscuro donde dilata el suelo su asombrosa corriente, y la abeja termina su tránsito de nieve, y su majada oculta sobre tímidos jaspes. Y tú, amado, que pones rumbo fijo al arado que circuye la tarde y apresura la rosa Dónde tienes el pecho frondoso de raíces dónde la sien desnuda sin regazo ni término. Sobre los pastos suaves, cándidos mayorales habilitan la uva en que se aloje el vino, y congregan el clima en que crezca su aroma y reparta en la lengua manojos de alegría. Así el verano atiende su reciente hermosura y sobre el viento solo distribuye sus pájaros. Así el nácar esparce su quietud y deleite y su color silvestre reanuda y apacienta.

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ยกOh dรกdivas, Oh dones terrestres, Oh suaves alimentos; Sรณlo agotar la siembra con el pecho, Sรณlo desembocar al gozo y detenerse Oh piel, Oh ceniza colmada y balbuciente!

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Poema octavo I Pregunté a las mujeres del campo por el hombre; Pregunté a la mujer cuya insepulta frente deteníase al cabo de su niño infecundo y sollozaba. -¿Mujer has visto tú a mi Amado, Has visto al huésped mío, al Camarada hermoso? Su carne que el verano golpea de amapolas, Su nariz de poniente, Y el pecho de oro náufrago como los litorales. ¿Lo conoces?

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Puede pasar de pronto con la piel soñolienta y alegres las axilas retumbantes y frescas. Oh, el Camarada hermoso con los talones ágiles y pálido el peinado candoroso, Saturada de clima nocturno su garganta, Y la mano en que estalla la angustia como el mar. ¿Lo reconoces reposando al borde de mis inmediaciones como torrente de islas y pájaros cautivos? II Yo lo busco. Él es mi Camarada; Junto a su mano dejan su olor las golondrinas

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Y una ola de mineral oculto lo recorre. Queréis hallarlo conmigo ¡Oh, mujeres de vientre madurado en cuya piel antigua desfallece el tiempo del desnudo y se hace honda en la frente la señal de parir y sollozar! ¡Oh, doncellas alegres en cuya boca estalla el primer ruiseñor y el agua masculina es recogida en cauce estremecido! ¡Oh, niños de marfil y nácar fugitivo por cuyo salto de jazmín resbalan las mañanas escolares! Busco a mi Camarada y por su origen inocente avanzo sin saberlo; y me detengo. Buscadlo cuando el trueno,

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cuando las manos de Dios vienen rodando como suaves árboles enfurecidos, Por entre los sepulcros invasores, Entre semanas llenas de ovejas y enramadas. Queréis buscarlo conmigo, y exaltarlo. A Él, al Hombre, Al que camina en parte con mi alma, Al del muslo entornado cuya daga sumergida en la noche ya no tiembla en el aire, ni secará en su diestra cortada a pico y sola con el miedo. Y al otro, desamado sollozo de mi frente que apenas tiene un trozo de hierba para posar su oído y es señor de arboledas y ciudades.

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Al Hombre, al Camarada. Bendito sea su vientre que comparto en el seno de mi madre Queréis buscarlo y exaltarlo conmigo, Al Amado del día transitorio cuya angustia se detiene en mis pechos como el mar. Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos como semilla de éxtasis, Que le lleve mi cuerpo reclinado entre palomas, Y que llene su boca de sol y mediodía Oh niños, Oh doncellas alegres, Oh mujeres de vientre madurado,

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Glorificadlo y exaltadlo conmigo. Hasta que nuestras bocas sagradas se detengan AsĂ­ sea.

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De Territorio del alba y otros poemas (1946-1954)

Declinaciones del monólogo I Estoy sola, muy sola, entre mi cintura y mi vestido, sola entre mi voz entera, con una carga de ángeles menudos como esas caricias que se desploman solas en los dedos. Entre mi pelo, a la deriva, un remero azul, confundido, busca un niño de arena. Sosteniendo sus tribus de olores con un hilo pálido, contra un perfil de rosa, en el rincón más quieto de mis párpados trece peregrinos se agolpan.

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II Arqueándome ligeramente sobre mi corazón de piedra en flor para verlo, para calzarme sus arterias y mi voz en un momento dado en que alguien venga, y me llame... pero ahora que no me llame nadie, que no quepo en la voz de nadie, que no me llamen, porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez, a la raíz complacida de mi sombra, porque ahora estoy bajando al agónico tacto de un minero, con su media flor al hombro, y una gran letra de te quiero al cinto. Y bajo más, a las inmediaciones del aire que aligerado espera las letras de su nombre para nacer perfecto y habitable. Bajo, desciendo mucho más, ¿quién me encontrará? Me calzo mis arterias

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(qué gran prisa tengo), me calzo mis arterias y mi voz, me pongo mi corazón de piedra en flor, para que en un momento dado alguien venga, y me llame, y no esté yo ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo, y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz, y mi alto corazón de piedra en flor.

Marzo, 1946 San José, Costa Rica

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De Pasto de sueños (1963-1971)

ARGOS DEL DÍA OCULTO A Rodolfo Sanabria

I Toma su edad del mar, su juventud del vuelo, que siempre fue del día duradero. Toma por esposa a la sal y su frontera en flor de donde el viento. Antes vivió y habló (dijo el aire en cenizas y fue una flor del largo de la tarde). Antes vivió y habló donde plantan su tienda las abejas; junto al cerezo que era de día en sus entrañas cuando afuera, en el mundo, Sinfinela dormía y parecía un suceso de plata.

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II Ahora ve el rumor de una escarpada fuente, Argos sin sombra con desnudo de árbol; cedro de suelo y despaciosa frente; la vellosa corteza derramada sobre la faz de las aguas, Cedro cuyos otoños, vuelven multiplicados por la arena; cuyo sonido aumenta al dar las seis la primavera y al escuchar al pájaro que relata su infancia (eso es lo que relatan cuando cantan los pájaros y también que hubo “un hombre cuyo nombre fue escrito sobre el agua”; y que un inocente se perdió y no lo han encontrado y es buscado -para mirarlo-, por los huéspedes de la tormenta).

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III Argos, Argos, escucha: He venido a saber, a preguntar de árbol a árbol entre los dioses. Te pregunto por el amor, porque he dormido bajo tus ojos; pregunto por el rumor del cuerpo abierto; pregunto tras la puerta velada de par en par; pregunto delante de ella en presencia mía. IV Cuando miras ¿ves la hora que vino y la hora que llega? Una hora, ¿es todas las horas en el día secreto? Una hora es millones de hombres floridos y dormidos y jugando bajo las estrellas. Tú, ¿ves la hora de la flor paciendo bajo los olmos? ¿Y la del ángel en los pliegues del joven? ¿Y, simultáneamente, la del mendigo que vino de un planeta sin fondo

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y al llegar llegó ardiendo sin solución de continuidad; (y también los testigos quedaron en llamas, tornaron su alma al fuego), y fue un asunto de la eternidad? ¿Ves la hora que se fue sin tocarme la lengua, ni la mar, ni el abril que vendrá conmigo reflejada entre sus ondas, entre tus ojos, incendiados espejos de abril en orden de batalla esa hora que es la misma, /que a otro cortó de cuajo y oscureció? Argos, Argos, escúchame. Escúchenme tus ojos donde jamás se pone el sol, ni el aire y amanece largamente sin fin sobre los álamos, ¿qué hay detrás de tu mirada múltiple, de ese pozo de cristal que gira en la tierra del hombre? ¿Del otro lado de los panes que en multitud acarician la tierra, y nos entregan, atados de pies y manos a la vida? ¿Detrás de la mariposa que una noche, por buscar el fuego indestructible

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halló la forma de tus brazos; y más allá de una calabaza cuya múltiple flor, se abrió en el Templo de Salomón A Jehová, Señor de los Ejércitos? V He aquí que Algo de La Luz me ha puesto sitio y tú sabes Su Nombre. Dame un indicio. Dime, Argos, Maestro, Espía de la Luz, cómo ponerlo en el dominio de mi palabra, cómo darle la sílaba deslumbrada.

VI Todo lo sabes tú, viviente en el tiempo total y original tan solo discernido, en la región donde el Arcángel siega /los rayos de Su Planta y está rodeado por Su espada Estelar;

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donde el tiempo reposa -una burbuja de aire amurallada por el fondo del mar; donde el tiempo, despojado de sí, enajenado, se detiene a ser memoria de la eternidad; y si le preguntaran cómo está no sabría; sería como un niño dilatado que solamente es iluminado. Argos, aquí, entrelazada al viento, a ti, mezclada con el sol y la distancia te interrogo: ¿qué hay más allá del cielo que vendrá, confundido entre las aguas y los ciervos; del cielo que ya vino una mañana que habitaron aquellos -muy pocosque lo miraron? Argos, Argos, responde. Iníciame en la ruta porque vas en actitud de tierra prodigiosa.

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Voy a tenderme sobre tu corazรณn, es decir, voy a tenderme sobre una fresca rama vertiginosa; sobre tus largas piernas, sobre tu cara, fuerte como el costado de una batalla. Voy a rodearte con palabras que vinieron de los montes, a conjurarte. Sea propicio el Orรกculo.

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Este es el bosque A Alfonso Chase

Este es el bosque y aquí, un momento, mi corazón espía… Van y vienen los descendientes de los árboles -escondidos animales geométricos. Se meten en sus cóncavas materias -sienes aéreas, largos fantasmas de alas sumergidas. Se despliegan, gravitan contra la sombra, ciertas partes ascendentes, del poderoso y habitante oxígeno. Este es el bosque desprendido y aquí, en esta forma de sed pongo mi corazón a descansar, a desandar, un pensamiento de hojas que fue mío. Aquí, sobre la tempestuosa apariencia de una campana lanzada por la hierba. Este es el bosque y aquí mi corazón, desanudándose,

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sólo es un ruido, una alegría que se desvió por dentro, y se perdió incesantemente, y no puede encontrarse, o siquiera parecerse a sí misma. Aquí mi corazón -este es el bosquereposa celebrando su partida. Se va, irá pronto en camino, como después, como antes, como si “siempre irse” fuera su pronombre. Parte hacia ayer, hacia el día de un año que nadie vio crecer porque se devoró, porque comió de su propia substancia. Va hoy, fue antes, irá siempre en camino abandonando páramos, espinas, huesos activos; la posada que parecía del tamaño del mundo, y sólo era un espejo flamígero. Se va, se irá, siempre se ha ido, abandonando calles invencibles, meses deshabitados,

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casas cerradas por el tiempo verde. Se irá, se fue, haciendo compañía a todo aquello que contiene el aire de fronteras difusas, y espumas prolongadas hasta el canto; haciendo compañía a todo lo que vive llevado por el espacio. Y abandonado por los frutos del mar, del sol, del viento; por lo que da la Tierra girando sobre su éxtasis; por lo que no se dijo jamás eternamente que negaba la atmósfera. Vamos, levántate, es hora de partir. ¿A dónde vamos, compañero sin nada al sol? Vamos a la sagrada forma que no duerme jamás; al atareado aroma solitario, a la sangre que solo sale al viento por un golpe, desgatando lo que toca en su tránsito. Vamos al gran torrente que imagina lo que palpamos y no vemos, cegados por su tacto iluminado

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y su anegado resplandor. Vamos al sitio de la sien, al pasar de los huesos perfectos, despoblados, desollados. Vamos a nuestros días en secreto; a nuestra piel que ocultamente pasa por manos atmosféricas, por tactos elevados a potencia. Tengo frío. Tenemos. No debimos salir a ser mirados y tenidos por suyos; y desgajados, y partidos como el árbol que somos, que nos sueña. Caminemos. Entremos a no salir jamás, a cumplir con nuestra obligación de latir, de sollozar, de morir en la sola compañía del último de nuestros huesos que oyó llamar a la Tierra 2 de agosto de 1966 México

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Del libro El tránsito de fuego (Primera edición, Ministerio de Cultura, San Salvador, 1957)

Este libro es un hito en la poesía americana que algunos, como Juan Liscano, han comparado con El paraíso perdido. Su formato dramático y polifónico, que recuerda en mucho la tragedia griega con sus personajes y el coro, está repleto de historia, mitología, antropología, magia, esoterismo y metafísica. Es el intento de poetizar la génesis poética, o la empresa creativa del poeta, en un mundo que al final lo excluye. El poeta (Ión) se crea a sí mismo al decirse, mientras crea a los demás con el verbo. De ese modo, el creador es un proyecto de sí mismo en su propia poesía. Dicho de otra manera, la poesía es el potens que posibilita la parición del poeta a través de la palabra. Dialéctica de la creación. El tránsito de fuego es la lucha denodada del creador por arrebatarle el Fuego, no ya a los dioses, sino a sí mismo, invocándose desde su nacimiento, para entregarlo a los demás. Ese fuego/palabra es la emanación primordial que hace posibles la comunidad y el mundo. La palabra es un objeto, una tecnología diríamos hoy, que objetiviza la realidad en tanto la poetiza. A través de la palabra

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somos, nos posibilitamos. Sin la palabra dejaremos de ser. Desaparecemos. Por ello la muerte es la ausencia de palabras: el silencio, el vacío. Adriano Corrales Arias

NOTA de Ediciones Exilio: Debido a su extensión, ya que El tránsito de fuego es un poema que ocupa cerca de 400 páginas, dividido en cuatro partes, en la presente antología citamos solo algunos apartes y no omitimos los nombres de los personajes que hablan para ubicar un poco más al público lector. Todos los fragmentos elegidos (señalados su corte con tres asteriscos) tienen su peso poético propio, prescindiendo de los diálogos que le anteceden o que le siguen, y esperamos que quienes se sientan tocados por la obra de esta gran poeta costarricense, tengan la fortuna de recurrir a la versión completa de este poema, único en América Latina.

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I PARTE

De Síntesis del primer desterrado

III ¡Silencio! Toda cosa resúmase: Modere su espesura el agua leve y su figura el vino; la nieve sea la edad de la blancura, y serénese el álamo encendido de rama en rama pura. Toda cosa conténgase y retorne a sonido la alegría. ¡Silencio! El polvo clama, celeste y oprimido por la luz, íntimo y despuntando, su ámbito cercado por el alba. Polvo es en silencio de primeros sonidos. Lo grande sueñe en piedra y lo pequeño, claramente yaciendo en sílabas de alondra.

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Corra el tiempo soplando hacia su última presencia duradera, porque el aprisionado, apoyado en inciertas vastedades, en invisibles pozos de tormenta, mas poderosamente armado de sueño y tenebrosa levadura, recogiendo su voz y su presencia ingénita, con el aire, sin pie que lo encamine, ha pasado por un Ojo de Dios. Está presente.

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De Fábula de la abeja

LA EXPANSIÓN Yo estaría ya entornada si antes hubieras dicho El Nombre cuya primera sílaba es mi cuerpo, con cuya duración me dilato eternamente fija, quieto mi centro, velozmente inmóvil. Entra, para que yo te abra la puerta de la tierra.

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II PARTE De Proyecto de mí mismo ION Yo no he venido a disfrutar lo hecho, sino a fundar desconocidos frutos. El espacio habitado por la espina, por los nombres del alba, el ámbito nupcial de la simiente, no han menester mi brazo; mi amor es necesario para instalar, en donde nada había, una casa encendida, un álamo viviente. Y en él, que está acechando para que no lo apague la palabra, he de construir los frutos… En él, causa y recinto de lo que todavía no se halla. ***

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DÉDALO Un día, bajo el suelo de Dios nació lo oscuro, lo sin partes de amor, lo sin memoria. Lo llevó Dios al fondo de su mano, y dijo que era bueno. Después, antes del tiempo, (antes de que acabara de crecer el relámpago), parpadeó un Ojo eterno; La atmosférica mano trazó un signo, selló sus vastos límites y dijo: su espuma es el silencio. Sólo ha de sojuzgarlo aquel cuya palabra es un acto amoroso, un movimiento en llamas. Lo he clausurado. He guardado su cifra bajo losas de fuego. ¡Ay de aquel que lo abra si su aliento, no es la medida exacta de las cosas! ¡Ay de aquel que lo abra si no es el implacable,

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el fuerte, el señalado! Fácil es el acceso a la morada; pero salir de la luciente casa es tanto como hallarme a mí, que a muchos años de la frente me encuentro, cuando estoy en mi espalda. ¡Ay de aquel que vague por mi mano sin hallar la salida! ¡Más le valdría no hallar calor, ni salto, ni paz de nacimiento! Me llamará y no he de responderle. Querrá buscarse en Mí, y no habrá de encontrarme. ¡Ay de aquel que penetre lo sellado, y no halle jamás la tenebrosa puerta! Su figura será soplo desordenado, desorbitada carne dividida.

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¡Bendito el combatiente, irguiéndose en su fuerza dolorosa! ¡Bendito el penetrante cuya fuerza es del día, cuya ciencia es la ciencia de la rosa! Él es roca que no esperó humedad y fue florida; actitudes de ala, vagas cadencias de oro la vistieron, musgos le aligeraron la substancia, designios del verano la eligieron. Después de penetrar y combatir, sólo él hallará la salida; a sangre y fuego traspasará la quieta levadura, hará el viaje de ida y regreso a las cosas. Sólo por él la desolada puerta tendrá una larga llave, una llave construida de abismos implacables, de murmurantes rayos; llave de la extensión y de la espiga, incontenible, murmurante llave.

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Llave para pasar, de la corteza, al fondo del íntimo follaje, del follaje a sus cielos interiores, sólo alumbrados por la faz del agua, sólo tocados por mi gran silencio. Ahí estará en la vasta cerradura, oída por el aire, desmesurado y húmedo su espacio; y sólo ha de encontrarla el elegido, el que ha de ser testigo de lo nunca escuchado. ***

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DÉDALO ¿Y si te invade a ti sin enunciarse? Qué fácil le sería robarte lo que guardas, y entrar con pie de lana en las palabras, y borrarme los muros uno a uno, y con ellos tu memoria de mí con que me abres, para entrar y salir de ti a las cosas. ***

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ION Solo en tu compañía. Eso eres tú, ausencia de mi cuerpo. Si no estoy a tu lado, ¿quién guardará la entrada? ¿Y quién, si no es tu dueño, ha de guardarla? Y soy más que tu dueño. Tú eres la voluntad que tengo de que seas. Eres mi criatura, soy tu padre tonal. Soy tu hijo, tu indicio, la forma de tu aire. Soy tu entraña extendida, la parte de tu sien que resplandece. Estás conmigo, aquí, muy lejos ya de aquel lugar donde te comenzaron mis palabras; íbamos caminando paso a paso, y en ese transcurrir sin evasiones, hemos llegado al momento de partir. *** 82

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III PARTE De Proyecto de los frutos GUNE Ahora desearíamos, si fueras tan benigno, que fundaras, para todos nosotros, una bestia. ANDROS Una bestia de cuerpo incontenible, un animal que sea suave por dentro, tanto como la órbita del árbol en su sombra; y por fuera inflexible; bien parido en todos los extremos, las patas de marfil curvo y estrecho, la voz larga, que alcance sin quebranto agrícolas estrellas; montes y labradores óiganla en lo alto por la tarde nuestra.

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GUNE Un animal perpetuo que no haya sido visto, y que haga rudo pacto con la hierba. ***

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ION Soy yo que te poseo con dolor, soy yo que te aniquilo, mis meandros que te arrasan; y tú, con tu tortuosa cadencia contenida, que es la medida tuya y de tu imagen, eres el poseído, el invadido que ahora borraré, que al polvo tornaré, para que aprenda de donde viene, sin haber llegado, la voz con que lo llamo; desde dónde por dentro de sus miembros lo abrazo y lo vigilo cuando cree que está solo, cuando cree que el pronombre que le di, es apenas la sombra del nombre que no alcanzo. ***

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ION Acerca bien tu oído porque voy a decirte, en secreto, el ignorado nombre, el inaudito, donde serás vacío jubiloso. ***

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VII ION Ahora ha llegado el momento de que me sobrevengas, para de nuevo nacerte y vulnerarte en mi nombre y en el nombre del cuerpo sagrado que te nombro. Padre, abuelo, hijo de mi tamaño melancólico, ah, viejo hermoso y fértil, te recuerdo, tu mano recorrida por el campo, tu piel de curvo azúcar olvidado, tu ira de suave, resumido golpe. Y me asomo a tu frente. Hecha de la materia que yo amo, era estación del gozo, y distaba de mí lo que los brazos.

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Y tu ojo presidiendo el color y navegando junto a los infantiles aromas preferidos, como cuando a la par del viento tus manadas cabían y pastaban asidas a tu huella. Ahora ha llegado el momento de que me sobrevengas y por tus huesos insondables camino hacia el primer sonido de mi cuerpo. Padre, cómo te recuerdo cayendo sonrosado de tu muerte. Padre, abuelo, hijo de mi tamaño melancólico, oh niño en tierra, en propiedad caído. Yo era tu olor, tu paso venidero, y el trino presintiéndote el oído. Estaba ahí cerca, a tu lado, al lado de tus piernas, a la par de tu vientre, pensándote los miembros encendidos,

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más allá de tu pie sobreviviéndote, cuando mi pie era, apenas, un claro de tu aliento, y te veía viajar por la tarde entre rebaños y entre árboles secretos y floridos. Cómo no inaugurarte ahora que acudes a la lengua y eres un fruto recobrado; ahora que viajo por tus cosas desnudas y atisbo, con tu párpado nuevo, (mi párpado abrasado que es tu cambio), tu benigno color humedecido, tu impartida simiente, tu médula brotando en cada sal, tu cal en todo nuevo movimiento. Cómo no inaugurarte con tu habitual pasión, largos los dulces nervios de manzana, y por escudo un nardo sin fronteras. Lo mismo hubieras sido pastor que dirigiera la marcha de los árboles, o cavador del agua, o labrador provisto de polvo y de follaje;

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siempre recordaríamos tu brazo y su extensión inexplorable a la hora de los alimentos, a la hora de la duda infantil que te acogía y terminaba entre tus brazos. Siempre recordaría tu mano en que reposas al fin de tanta tregua, y después de heredarme el aire en guerra, el agua en llanto, y el labio vigilante en recuerdo del pan vasto y sonoro. Aun te hallo a distintas alturas con el cabello atravesado a un monte y ahogado de profundas mariposas maternas. Después de muerto echaste a andar por mi meñique aún desconocido, y sigilosamente armado con tu sangre triunfal, ardiente y dividido por la luz, alzaste y repetiste en él, -en mi meñique-

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tu suelo venerable. Y estás aquí, oh heroico defensor de mi sonrisa, vigilante pastor de vena en vena, conmemorándote, dotándome de vértebras orales y de menudas causas espaciales. Ayer noche (tal vez no era de noche, tal vez era que había pasado el cielo), nos besamos como niños que se besan por dentro. Todo sucede al cabo de tu especie y una gota de sangre me retiene en ti, que eres yo mismo sin mi gracia. ***

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ION Dédalo, ve a la ciudad, y si hoy es de día en todas partes, busca a la mujer y dile que es verdad, particípale, afírmale que he hallado su figura, y tocado hasta el fondo de la especie. Que nunca nos habíamos encontrado el padre, el hijo, -y yo que soy el hijo de mí mismo, y el padre de mi padreporque sin duda oscureció un momento en el camino de mi cuerpo; porque sin duda me quedé olvidando, detenido en una arteria de esas que desnuda la muerte, y que la tierra hostiga, dispersa y arrebata;

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pero dile que he vuelto balbuciente, de lo disperso con que me olvidaba, y que todas las partes de su amor lo reanudan y juntan para siempre a él, desasida forma de mis brazos, memoria de la sangre que en mí y en ti se anima recordando; a él, desalentado principio de tu frente, duración de mi rostro, oculta permanencia del ojo que la muerte ha derramado.

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DÉDALO ¿Dónde la encontraré? ION A veces no está en su corazón, ni en el cercano signo de su sexo; mas siempre está en su vientre. ***

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ION Por la calle va un hombre. Tiene esqueleto de ir, él solo, tiernamente, a su primer recuerdo; y yo lo sé, y sólo él, yo y sus membranas, -hasta donde llegara a morir yo lo sabría-. Y he aquí una flor. Se mueve y permanece en su circulación; quién pudiera nombrarla y ahí, a donde fluye desatarla en su fluir, -todas sus partes libres entrando por el aire, sin nada hacia el perfume, ¡qué diurna transparencia mutilada! …¿Qué estoy diciendo? ¿Por qué me evado? ¿Con qué palabra tutelar me ausento, apago mi cuerpo, me despido del labio, más llama que sonrisa?

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Aquí, aquí estoy. El arremolinado cuerpo en pie, en su lugar el verbo doloroso, en su sitio los miembros de mi alma. No irse nunca, nunca. Venga a mí la profunda claridad de los huesos, acúdame, de cuajo, una lágrima lenta que me llore. Señor, ¡Señor! ¡Yo muero de quererme! Y es que soy ese hombre que va con su caballo, y la mujer de trenzas matutinas, el estiércol, el cauce de la espiga; yo soy su nombre y puedo contenerlos. Pero ellos, Señor, son cada uno, y todos juntos en el alba de todos se iluminan, juntos pierden el mundo y lo recobran. Y yo, Señor, y yo soy todos ellos y estoy solo.

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Hoy no aguanto su peso. Tal vez mañana… Por hoy, alíviame, Señor. Un hombre soñoliento pasó junto a mi boca y lo detuve. Nadie sabía dónde nos encontrábamos, él y yo, parecidos a todo lo que amamos. Le pregunté: ¿yo me devoro? ¿O tú me devorabas? ¿Quién de nosotros es el que es el otro? ¿Quién se llamaba en mí, y respiraba tomado de mis venas? El hombre alzó sus labios primordiales, me abrazó el corazón con una sílaba, y entornándose todo, después entró a llorar a mi memoria; Y ahí ha quedado, asumiendo el vacío de todo lo llorado, ahí me dura todo cuando lloro.

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De rostro en rostro voy caminando y ese aliento de todos que palpo para siempre, no sé si me ilumina o me combate. Yendo de un ojo a otro, ¿habré perdido yo los ojos míos? Siendo huésped de todos los cuerpos que transcurren afuera, ¿habré dejado el cuerpo de uso eterno en otro cuyo aliento me acompaña? No, estoy atado, atrozmente anudado al rostro mío en esta oscuridad de tanto rostro que pasa por mi cuerpo. Su oscuridad me asalta, ¿cómo la miraré si no es la mía? Me pongo el corazón junto al sollozo y el ojo tibio al paso de mi alma; me voy adentro de todo lo que pasa viviendo, y de lo que viviendo no transcurre. Traspongo el alto umbral con decidido amor, con paso lento;

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me divido, en tantas líneas como formas suyas se encarcelan en mí, y me duele hasta el hueso el pensamiento. Tengo miedo. Es preciso salir, es decir, es preciso nacerme nuevamente, tocarme el paladar por vez primera, y descubrir mis brazos viendo que están ahí, que ellos son yo mismo, descubriéndome; que yo soy mi presencia, y ellos, los cuerpos y las cosas, son cada uno de ellos sin mí. No es cierto, no, es imposible que Ion, el miserable, el dueño de las cosas, sea la espalda de Arkhos, la sonrisa de Marzo, el espejo de Carmen; y a la vez su propia sonrisa, su pie, su espalda inmensa. Tanto miembro disperso me pesa y me dilata. ¡Mujer! ¡Sorda! ¡Pietra!

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Ven con el hombre, acércate, dime: ¿Quién de nosotros tres soy yo? ¿Por qué anoche mi cuerpo se llenaba con ruidos amorosos de tu cuerpo, y estaba enamorado con tu amor? ¿Por qué besabas con besos de mi boca? Enmudeces. No sabes con qué voz responder. Tú, Dendro, criatura en quien espero, responde: Ayer, cuando en tu pecho oí decir: hoy vendrá el agua, hoy caerá sobre el prado y afirmará la tierra, ¿estaba tu alegría donde estamos, o estaba yo en la entraña donde vives, en la rama que alzas, en la raíz que escondes? ¡Dime! *** 100

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XII ARKHOS Si pudiera, esa lenta congoja que te arrastra, se volvería a mí, como un rostro a otro rostro, y a mí me sitiaría ION Tú no puedes vivirme. No puedes agonizarme a mí, con tu agonía. Sólo yo, solo, puedo vivirme y desvivirme. ¿Qué quiero? Encontrar para el pecho una forma de no tropezar tanto; y para la mirada un cuarto verde al que lleguemos a paso de lobo,

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sin que sepan que hemos estado ahí nuestros abrazos y nuestras ilusiones. No estar en mí en el momento en que paso por mi alma, y me son conocidas mis arterias, tanto tiempo acarreadas y cantadas. Ser desierto. Eso quiero. Deshabitarme el cuerpo, tener vacía la lengua, desalojar la espalda, echar a dentelladas la arteria que me sigue. ***

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ION ¿Tiendes a descender? Mi alma, como tú, tiende a caer. Incorpórate, piedra mía entrañable, levántate y yo me levantaré. ***

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ARKHOS Eres como el agua. A veces, un niño pálido la recoge con las manos, otras, su corriente se exalta y multiplica. Ahora sonríes. Tu sonrisa es el pétalo que falta a la amapola, plata en cabello de la primavera. ¿Hacia dónde vuelves tu corazón? ***

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ARKHOS Nada veo. ION Donde no hay nada, búscalo. En un sonido que era largo como la luz, y a la mitad de sí cayó por tierra; en la rosa que estaba para ser fruto para el olor y fue para los labios, en lo vacío búscalo. Mi memoria le toca las partes de su planta recóndita y vacía. ***

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ION Al verlos tan oscuros y serenos abandoné el dominio de la luz y fui a vivir con ellos en la sombra atormentada. Éramos la viviente sombra en llamas, cada día consumida y renovada. Era pecado querer lo que no estaba en su carne. No quise levantar lo que no había en su ánimo. Y fue la luz dejada atrás. Más allá de los muros no pasó el mediodía… Pero secretamente anduve entre rayos extinguidos y yo era rayo vivo, viva ráfaga. Y mientras esperaba, apagado mi cuerpo, a que un día me pidieran la luz que entre los huesos me asistía, vigilante recóndita, forma del esplendor, la luz, que era su luz, en reposo, guardada, sin cuerpo manifiesto pero viva y presente, sin su velocidad y sin su acento, pero en mí mismo entera y custodiada,

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un día, digo, un día cuya órbita midió el tiempo en secreto, los habitantes puros despertaron, arrojaron su sombra, y ascendieron por el vasto territorio del alba diciendo: Bueno sería saltar más allá de la frente. Enajenémonos, perdamos el recuerdo, la espalda, el paladar. Neguemos nuestros huesos pretéritos, nuestras dolientes piedras sosegadas. Salgamos. Llévanos a rastrear el aire. Justo es que conozcamos ya los frutos de la mañana. ***

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ION Mucho antes de enfrentarme a la tarea, tengo un miedo infranqueable que nada podría traspasar. Como si fuera cierto que es del cuerpo, me recorre. Se me confunde el pecho con lo negro, se me eriza la sangre, se levanta, mi corazón es ácido y espeso. No lo remonta nada, nadie. Estoy sin mí, me busco por el alma. Paso sin conocerla, sin mirarme. Sólo soy una gota de carne dolorosa que se levanta y anda. Porque hay que andar, levantarse como una herida al viento, presintiendo que tal vez no ha llegado la hora de tenderse a callar, a morir;

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de que hay otra cosa, de que aún queda una, una sola esperando su nombre para nacer; y que vas a llegar, vas a tocar por fin su ribera para salvarte, y llegas, instalas su figura en el vacío, y su existencia empieza, su sonido va de boca en boca aumentado y salvado para siempre. Después, tengo miedo de no volver a temer jamás. Alégrate, Thauma, hermano mío. Antes nada temías. Temes porque creces. Cuanto más grande seas, mayor será tu miedo infranqueable. ***

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Revista de poesía Exilio

ION ¿Has visto al hombre irse de sí mismo? ¿No estar en sí, no conocer su boca, ser un desconocido en su garganta? ¿Lo has visto sólo atento a la embriaguez? He visto al hombre estar en su desbordamiento, y ser apenas fe y renunciación. Así, en las fronteras de lo transfigurado el que siempre vigila se derrama, sale gozoso de su duración, no persiste, no devora su huella. Al pie de los nombres secretos, apenas llega un hálito de sí, que lo recuerda; se queda solo incorporado al éxtasis, dando tregua al espacio, permaneciendo fijo en el deleite. Y el que era activo, el que empañaba hombres, cielos, años, se torna en sonreída integridad; y empieza su criatura traspasada a ser la increada, trasoída, quieta balada de la eternidad. *** 110

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

TIARA Comeremos y beberemos en el alma. Para la gran alegría hemos venido y estamos, estaremos todos juntos; y el júbilo hecho de alrededor profundo y húmedo, el júbilo, hecho próximo beberá entre nosotros. ***

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Revista de poesía Exilio

TIARA Amiga soy. Ya nunca más amante. Él me destruía. Su pecho era una oscura casa donde mi entraña andaba oscuramente, y donde oscuramente se perdía. A veces parecía que dejaría su sombra abandonada, que con una materia ardiente quería edificarme un aposento en la mitad del día; un aposento al fondo de mi amor, donde él se habitara y me habitara. A veces parecía que yendo en mí iba en pos de sí mismo; pero en verdad, él iba por mi alma. Y me era necesario lanzarme a rescatarla frente a frente, palmo a palmo muriendo y regresando sola y malherida. -Y siempre regresabas. Pero un día tuve miedo de no volver jamás. De quedarme allá en él, mi aliento en su garganta, y en su acento mi voz caída y mutilada. *** 112

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

OM Quisiera desprenderme de mĂ­, romper con la profunda unidad de mis huesos, desarraigar mis sienes de su limpio aposento, sacar a mi criatura del claustro en que la lloro. ***

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Revista de poesía Exilio

OM Vivo en mí demasiado. Soy un río hacia adentro, subterránea su piel y quebradiza; un río cuyo lecho sin fondo fuera su propia carne, y su carne su sombra sin orillas. Un clausurado río donde nada se asoma, ni crece, ni persiste. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION Tiara es humilde como piedra de alero cuyo rastro queda al final de una golondrina. Como lo que anudan entre el polvo y la harina, asĂ­ es nuestra hermana. Residencia, espesura y voluntad de llama, apretada capital de dulzura, vence el color y vence potencias de amargura; y al arremolinarse su poder en la rama, busca el suelo por trĂĄnsitos de sombra, y asĂ­ da su esplendor, y asĂ­ se inclina. ***

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Revista de poesía Exilio

ION Soy tú, aquel, nosotros, soy un pronombre desencadenado, pluránimo, desnudo; soy una gran palabra múltiple a cuyo paso cede lo innombrable. Soy el otro, el mismo, lo que viene llorando del vacío, a encontrar la gran alegría de su cuerpo, lo que heredó del fuego el ala, lo que anda en sonidos por el cielo. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION ¿Y si yo te prestara la palabra con que todo se alumbra y manifiesta, la que nada aprisiona y todo lo devuelve a su móvil materia? Dame, señor, dame por un momento la grávida palabra que no calla, la que desencadena los miembros de mi alma; dámela para ir a mis entrañas, para pasar al fondo de mi sombra. Ahora que soy disperso y doloroso, junta la carne mía en su ámbito oscuro. Estoy en mí, aprehendido, torturada mi especie, sin saber cuál será la palabra que me mueva. ***

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Revista de poesía Exilio

ION Si todo te lo he dado, si te he poblado el mundo poniendo en él tu casa, y en tu casa sonidos, las formas amorosas (nombre de niño, lámpara, la clave de los trigos, su imagen populosa; la unalba levadura que mientras duermes tú, dilucida sus partes en silencio), si todo te lo he dado, cómo negarte a ti la simultánea entraña, donde tienen origen los signos hominales, y soplan y se entregan los objetos terrestres, para rodearte a ti y transfigurarte. Sí, a ti he de alzar desde tu derribado enigma; levántate, sé unívoco de todo, ven de ti a ti mismo, enarbola tus verbos auxiliares, pon de pie, mientras lloras, decúbitos vocablos, dile que venga al verbo sustantivo. Aguardamos, aguardo como un niño cuya sílaba primera, está en alto esperando tu palabra. *** 118

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

HOMBRE 2º Si rebaños de silbos caminantes, tuercen mi aliento y doran sus señales, si una onda de abejas recorre mis sentidos, si respira mi espíritu, si alumno de la llama, clamo al viento y el viento me acompaña; si me llamo a mí mismo y acudo entero, móvil y conmovido a mi llamado, no es que solloce -no piensen, no, que está llorando el hombrees que se alzan mis labios, es que mi voz me toca con el candor primero de su boca. ION ¡Silencio! Todo calle. Conténgase la flor al entrar en su tallo, aquiétese el creciente rumor de la azucena, todo sea un oído cardial y primordial, como allá en un silencio de primeras estrellas. El hombre está llorando. ***

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Revista de poesía Exilio

HOMBRE 2º Hay días en que ante una palabra se detiene el pecho del hombre, tropieza y se devuelve a su más escondida presencia, y el alma se interrumpe hasta la última ráfaga del alma. Y por esto no diré la palabra. Ahora que poseo su color de exterminio, ahora que su cifra desgarrada me empaña el corazón, ahora que su fuerza me oprime los sentidos, no puedo pronunciarla. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION Escuchen, nuevamente sean todos un oído, como allá en un silencio de primeras estrellas: Un día cuyo sordo vacío no llenaron los climas, ni las abras, ni el tiempo; un día cuya inerte materia no ascendió, no penetró al espacio donde Dios y el color cardan Su huella, la ciudad y los hombres, porque así lo quisieron -pastores de la ira- conocieron el ronco deleite, la hominal alegría de matar entre escombros, de acechar lo que ha sido grano a grano soñado, de abatir lo que ha sido poco a poco encendido, con vísceras, con líquidos, con golpes de creadores. Y ahora ha encanecido lo fragante, los hombres han hollado lo venido del sueño, y derramado en la ciudad al ángel; esta criatura estaba en la ciudad y conforme a sus obras no fue reconocida; templado era el rumor de su figura, murada flor, nublada flor al sol su soledad. ***

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Revista de poesía Exilio

ION Es un ángel inválido, es un hombre; pero no un hombre entero sino roto en pedazos; medio hombre a quien la ira devanó tajo a tajo, grande en heridas, poco en esperanza, torpe para inventar amorosos pronombres, para elegir el día de su amor y el campo de la espiga. Restituyamos, pues, al hombre la otra mitad arrebatada, que sea un descendiente del amor como lo es de la ira. Pongamos en su boca el mediodía, y sobre nuestros cuerpos levantemos y gocemos al ángel. Y tú, vete a tu casa, si es que aún queda un madero, si es que aún permanecen junto al soto perdido, una hierba, una abeja que te den su simiente ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION Nuestro signo es contrario a la muerte. Nuestro oficio es colmarte de abundancia, descubrirte el secreto del maíz, del olivo, decirte en qué red constelada vendrá la tutelar cosecha de la ola; destronar al vacío, enderezar lo amargo y contrahecho, poner donde se oscurecía la tierra una amapola. ***

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Revista de poesía Exilio

DÉDALO El cielo no descansa, no reposa lo verde, ni se tiende a dormir el oro, ni se calla, por el contrario, va mostrando a lo eterno su angélica envoltura, en señal de que toma su parte de agonía. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION Yo quiero descansar, pero no de mi cuerpo transitivo. Yo quiero descansar deseando sólo un pan, un árbol para verlo, un algo que me abrigue y me contenga. Estoy cansado de contenerme yo en mi espíritu, de ser yo, la evidencia de todo lo que pasa y no se acaba. Anda mi sombra humana rodeándome los hombros, por fin, Dédalo mío ella se me incorpora. ***

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Revista de poesía Exilio

ION Yo sólo quiero el pan de todos, aquel que da la harina poniéndose purísima y muy baja, sin trono ni esplendor entre los hombres. Yo quiero el pan que a nadie le haga falta. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION Después de mí, cuando sea mi cabeza una raída flor desanimada, en ti estarás guardando mi morada; tu presencia sin término, será presencia viva en que no acabo. En ella me estaré sobreviviendo. ***

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Revista de poesía Exilio

LA MADRE Tu padre ausente… ellos trabajando en los trigales… hay que cortar el trigo y quebrantarlo… Te han mirado mis ojos nuevamente… Mi voz se ha detenido clara y sola en tu oído hoy Dios ha estado alegre en Sus contornos hoy destronó Su espalda de relámpago Ya no te irás ¡el hijo ha vuelto! ha regresado para siempre… Mi niño… hijo mío recóndito… el que amo… En quien mi voz se cumple, en quien hallan mis brazos su hermosura… Detrás de cuánta sombra nos dejaste… algo te llevó lejos, tan allá de tu alma, tan más allá de mí, que apenas a tu ausencia me acercaba… ¿Qué ibas a buscar? Hubieras dicho una palabra y todo te habría sido dado. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION Yo gritaré y mi grito será cortado por los pájaros. Yo gritaré y un oído caudal me escuchará, donde quiera que el aire esté escuchando. Yo gritaré y el polvo bajará para oírme. Yo, el Señor, el dueño de las cosas, gritaré sin consuelo, el rostro desterrado, desolado el camino de mi cuerpo. ***

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Revista de poesía Exilio

ION Se han adelantado tus pechos al verano, han quedado prendidos en los ramos, no se ven, madre, no se ven de tan altos. Cuando bajas, baja entera la sal a su potencia; cuando asciendes, va de tu mano el cielo, y una resaca de alas se escucha incontenible, una marea de trigo se levanta. Los cálidos metales corporales en ti no se aniquilan; los líquidos sagrados no se apagan, qué inextinguible eres, qué repentina y alta tu garganta. ¡Ah, señora! Por ti pasan en flor las golondrinas, por ti amanece el suelo de mis venas guardado y defendido; de ti me viene el limpio transitar por caminos en que se alegra el hombre y no tropieza; de ti me viene la actitud de ala. Pastas en mi sonrisa, madre, andas. 130

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

Quién te hallara, quién te viera construida de materia deleitosa y en ti no se alegrara; esparce tu semblante, madre, tiéndelo al frente de la rosa; para que yo te vea como allá en mi niñez, tu cara, un rayo manso, una luz apartada, posándose en los vasos humildes de la casa, en el húmedo padre que tenía vastos los brazos y el entrecejo borrascoso; en mi rizo de ayer que ha sido convocado y ha traído su presencia de oro. El semblante esparcido de mi madre tocando con su tacto iluminado un juguete caído, el alimento victorioso y puro que impartía su mano inagotable. Tú que recibes todas las cosas, que siempre estás abierta para que todo en ti se guarde, recíbeme, guárdame entre tus cosas más amadas. Permite que tu vientre me haga sombra. Hazme un pan, madre,

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Revista de poesĂ­a Exilio

hazme un salto, reanĂşdame un juguete prenatal. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

LA MADRE Viene mi hijo y yo lo guardaré. Hijo mío, has pasado por todos los caminos y está tu vestidura muy rota, muy raída tu camisa. Voy a darte vestidos que te abriguen y vistan de hermosura; que esté mi hijo en ellos más hermoso que el prado, que se detiene en su verdor, que se pone de pie para mirarlo. ***

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Revista de poesía Exilio

ION La sombra de mi padre era la sombra de un torrente con musgos a la orilla; frescos rayos guardaban su figura, árboles la seguían. Su acento era el rumor de cien láminas de oro tocadas por el fuego. Cuando callaba hasta su alrededor se sosegaba. Nunca su cuerpo interrumpió el paso de la luz que me alumbraba. Nunca hubo más móvil transparencia que su interna mirada, ni más puro aposento. Porque se detenía cerca de la pradera creían que reposaba; y era que se miraba y sonreía.

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

Su intromirada era entrañable calor en movimiento. Era mi padre huésped de sí mismo, guardián de su edificio, aprendiz de su alma. La mano con que daba nunca se contenía; era una fuerza, un paso del verano. Pero este que dices que es su hermano, este que no camina por su frente, -de cierta carne inmóvil¿qué tiene de común con mi padre? ¿Qué primordial palabra los acecha o los une? ***

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Revista de poesía Exilio

ION ¡Ahí te veo, inerte opacidad! Tu cuerpo apaga, veja, contraría la voluntad del sol que nos alienta. ¡Vete imagen vacía! Distancia entre la espina y la manzana. ¡Vete, suelo y figura de lo que ido es, y nunca vino! ¡Ve a preguntar si nacerás mañana! No interrumpas el cielo que me alumbra. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION Hazte de día, madre, hazte de la materia que te aguarda, búscala. Vendrá un día en que pase tu párpado a otro párpado, a otro cielo, tu ojo a otra distancia iluminada; y en tu cuerpo de allá hemos de vernos, tomados de las manos y del alma. Ahora estás nublada, madre mía, toda en ti te debates, y arrasada combates a tu sangre, y ganas la partida, y te pierdes ganando. ***

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Revista de poesía Exilio

DÉDALO No sé de mí cuando estás en silencio… no me encuentro… di una palabra… Di la que escarnecida perdió su mansedumbre primordial, di la que al ir de boca en boca no consiguió ser clara, antes bien, extravió su claridad y quiere ser salvada. Ion, amigo mío, yo no quiero una palabra oral como esas con que juegan los niños y que se manifiestan reídas y escuchadas. Yo te suplico una: sorda, caída, maldita. Basta que digas una en ti, basta que en ti la entrañes sin decirla; basta que en ti la abras, y yo, que soy quien soy, sabré escucharla. No me veo sin oírte. ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

ION ¡Cuánto hacía que mi amor no la encontraba! ¡Ah, ciudad, mi ciudad! Los muros que te pulsan, tu atareado rumor, cuántas veces me rozaron el sueño. ¿Será verdad que hoy te regocijas porque vuelve quien nunca estuvo ausente? ¿Crees, en verdad, que pudo irse, íntegro, de ti, lo que era tuyo? Yo te traía desde lo más lejano y estabas ahí mismo, en mi garganta, con tus torres, tu piel y tu caballo; aquel caballo con la testa diurna y el corazón al viento que inauguramos juntos en el alba; aquella piel, tu piel, primera descendiente de la nube, continuación clarísima del árbol. ***

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Revista de poesía Exilio

HYBRIS Hace mucho aprendí en qué parte del cuerpo duele el alma. Sé por dónde penetra el grito al pensamiento, en qué sitio de ti, confundidos, sin saber dónde empiezan los brazos y termina una lágrima, se juntan a llorar, llevados por mi mano, palabras, pensamientos y sentidos. ¡Qué cándido sería si te matara! ¡Un día me miré y perdí la inocencia! ***

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Mira la herida para no olvidarla - Eunice Odio

Contenido

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Para conocer a la gran Eunice Odio Los elementos terrestres Poema primero: Posesión en el sueño Poema segundo: Ausencia de amor Poema tercero: Consumación Poema cuarto: Canción de su esposo a su amada Poema quinto: Esterilidad Poema sexto: Creación Poema séptimo: Germinación Poema octavo

19 19 22 26 29 32 35 41 48

Territorio del alba y otros poemas

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Declinaciones del monólogo

55

Pasto de sueños Argos del día oculto Este es el bosque El tránsito de fuego

59 59 66 71

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