Un discurso para llorar… Toda historia buena comenzaría con “había una vez” pero hoy no, mi historia comienza con una preocupación, porque los cambios en una edad de 15 años siempre dan miedo, y cambiar de escuela aparte de emocionante siempre tiene un poco de intriga, y esto se refleja cuando a una semana de concluir la secundaria, fui llamada por una de mis docentes para ejecutar una tarea importante. Mi nueva tarea era aprender un discurso en una semana, pues era yo quien diría las palabras de despedida a mi generación. Si, las palabras de despedida a amigos y compañeros. No es fácil, si le sumamos que una despedida lleva mucha nostalgia, si le sumamos el estrés de trabajos finales, si le sumamos la presión de decirlo frente a tanta gente y ese miedo a regarla. Toda persona a la edad de 15 años tiene miedo de quedar marcada por un error público, así que comencé a estudiarlo más rápido posible, lo leí una y mil veces, lo repetía como una grabadora con solo una canción, y más de una vez me llegaban las palabras escritas; mi papá me ofreció ayuda para realizar dicha tarea a lo que me negué, sabía que yo podía sola. El día se llegó y yo estaba preparada para mi discurso, estaba muy tranquila sentada junto a mis compañeros de generación observando el evento que organizaron para nosotros, una de las maestras fue por mi y me dijo “Ya es hora” una sensación de frio corrió por mi cuerpo y camine con muchos nervios hasta el presídium, desde ese lugar observaba a todos, familiares, amigos, conocidos y no conocidos, una mano toco mi hombro y me lleve el susto mas grande de mi vida, voltee y era mi papá deseándome suerte. La maestra de ceremonias me nombro en el micrófono y escuche una ola de aplausos, acompañado de algunos gritos de los compañeros de mi salón, mi discurso fue fluyendo y yo cada vez le ponía más sentimientos, recuerdo haber terminado con unas palabras como “nos vemos en un futuro compañeros, ya no tan jóvenes pero más preparados”, aplaudieron y yo me retire dando las gracias, mis maestros se acercaron a felicitarme, y cuando ya iba hacia mi lugar, ahí estaba mi papá… con un ramo de rosas para mí, y los brazos abiertos.